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miércoles, 30 de diciembre de 2020

Esta derecha tan nuestra

 

Aracelí Hidalgo, de 96 años, primera persona en España en recibir la vacuna contra el COVID-19



Después del año de dolor, sufrimiento y pérdida de vidas hay que ser un imbécil, un miserable y una mala persona para dedicarse a sembrar la discordia el día que comienza la vacunación contra la COVID-19. Que los que se han dedicado a poner banderas en playas, en plazas, en balcones, en correas de reloj, cinturones, tirantes, en las luces de Navidad y hasta en las putas mascarillas se quejen de que la caja que contiene la primera remesa de viales con la vacuna traiga los emblemas nacionales es tomarnos a todos por idiotas.

Es lo que tiene tener una derecha que considera el estado su cortijo y sus símbolos (bandera, himno, jefatura del estado) de su propiedad y uso exclusivo, y que por lo tanto pueden usar a su antojo para atacar al adversario, sobretodo si osa emplearlos. Es parte de la estrategia de una derecha reaccionaria y antidemocrática que antepone su supervivencia política a las buenas noticias y a la salud de todas y todos. Esto ha sido así siempre y no va a cambiar.

Que se supere la pandemia y podamos recuperar ciertas dosis de normalidad comparada a la vida pre covid para el PP, Cs y Vox no es una buena noticia. Tampoco lo fue el fin de la banda terrorista ETA y por lo tanto ya deberíamos estar prevenidos ante el funcionamiento de los fascistas. Que como sociedad superemos un escollo, incluido el más grande con el que ha tenido que topar el mundo en los últimos 80 años, no es una buena noticia para quienes consideran el gobierno y el poder de su propiedad y no aceptan el juego democrático de la alternancia ni siquiera cuando está tan encorsetado en los rigores de la democracia sometida a la economía neoliberal.

Las enseñas “sólo” le pertenecen a la derecha y ese gobierno supuestamente bolivariano, etarra y comunista no puede usarlos. Acusar de propaganda a la mera logística de un hecho histórico es a partes iguales nauseabundo e hipócrita. Lo primero porque nos demuestra -una vez más-, como entiende esta derecha tan nuestra la política: como un medio para garantizar los privilegios de una minoría que pisotea a la mayoría; y lo segundo, porque bien que callaron cuando la impresentable y absurda Ayuso llenaba de banderas mascarillas, se ausentaba de reuniones por recibir aviones o montaba una macro fiesta por el cierre del hospital de campaña en IFEMA. Denuncian propaganda los que han inaugurado un dispensador de gel en una estación de metro o los que celebraron la re apertura de la hostelería cortando una cinta a una terraza.

El asunto de la bandera en el contenedor de las vacunas nos tendría que pillar vacunados sobre esta derecha de extremo “centro” acostumbrada a manosear lo que es de todos. Desde el mismo dinero y riqueza nacional usurpada para disfrute de unos pocos en base a mordidas, comisiones, nepotismos y corrupciones. También con el aprovechamiento de los recursos naturales y patrimoniales de todos puestos al servicio de intereses de las élites aunque estas sean extranjeras. Y por supuesto hostigando a quien no piensa igual con los símbolos patrios que nos deberían identificar y unir.

Y es que en España, como decía Antonio Maestre hace unos días, “no tenemos liberales, tenemos gorrones”. Es más, yo diría que tenemos gorrones fascistas que no sólo se aprovechan del esfuerzo colectivo para parasitar el sistema, sino que además hacen ostentación de ello con altas dosis de cuñadismo y pequeñas gotas de elitismo.

Es el lastre de este país. Una clase parasitaria intrínsecamente fascista, que no cree en la democracia, pero si en los parabienes del mercado bajo un convencimiento ultraliberal. Lo mejor de cada casa vamos. Son nuestros patrioteros, que no patriotas, porque no quieren una España que avance, que sea mejor, un lugar más digno para vivir. La quieren suya en exclusividad, aunque este derruida hasta los cimientos por su continuo egoísmo y descaro. Su argumentario político es ruin y miserable y a poco que rascas ves como necesitan el dolor de la gente para sobrevivir estrujando al pueblo, oprimiendo su libertad y usurpando su riqueza.

En contra de esta tóxica visión estamos la otra mitad del estado. Incluso más puesto que ya nos han clasificado como "hijos de puta fusilables en número de 26 millones". No nos preocupan en demasía banderas, himnos o sus reyes. Nuestra patria son las y los trabajadores, el avance científico y la preservación de la Naturaleza y el patrimonio histórico y cultural. Nuestro país son los derechos y deberes que con esfuerzo de décadas y la lucha de millones se convierten en garantías. Gracias a ese esfuerzo se agranda nuestro país con leyes que han permitido el divorcio, el aborto (gran noticia que también en Argentina avanzan en este derecho que ha matado miles de mujeres pobres), el matrimonio entre personas del mismo sexo o ahora la eutanasía.

En frente, siempre ha estado esta derecha “tan nuestra” con sus emporios mediáticos, su iglesia católica, su ejército y fuerzas de seguridad. Y aún con todo esto han sido incapaces de frenar el avance social de un país que necesita respirar libertad. Nuestra lucha colectiva frena sus ansiás coercitivas.

Porque al final lo que eran sus privilegios de cuna y billetera se han trasladado como derechos de ciudadanía. Nadie los ha obligado y nos lo obligará a divorciarse. Ni a casarse con otro hombre. Ni a abortar. Y ahora tampoco se va a “matar” a un enfermo terminal. Simplemente, se le va a dar una muerte más humana, que en muchos casos (y esto lo sé de buena fuente) supone poder despedirse en paz de sus seres queridos sin un sufrimiento atroz e innecesario.

El año acaba con la aprobación de la ley de eutanasia y muerte digna con una mayoría superior a la de la moción de censura de 2018 y de la investidura del mes de enero. Y acaba con la ilusión de una vacuna, una respuesta del trabajo de millones de personas, para con la ciencia, dotarnos de una herramienta con la que superar la crisis sanitaria más grave en 100 años. Un hito de la ciencia. Un hito de la educación pública. Y un hito también de la globalización entendida, no como un fenómeno mercantil que permita el viaje de dinero de un punto a otro del globo, sino como la naturaleza de las sinergias que el conocimiento y su acceso propone el fenómeno globlalizador.

La crisis del coronavirus tensiona aún más los resortes del gobierno de coalición en el que ya tenían que convivir dos almas: Por un lado el PSOE de toda la vida. Entregado al pactismo y al modelo neoliberal. Con tecnócratas como Nadia Calviño en su gabinete buscando mantener un modelo fracasado desde 2008 y que evidentemente tiene que cambiarse. Por el otro, Unidas Podemos, con su propia ciénaga de descomposición y con Pablo Iglesias y Yolanda Díaz tratando de dar algo de dignidad a las clases trabajadoras.

La realidad es que una vez garantizados los primeros presupuestos parece hecho el camino de salvar la legislatura. Obviamente, las dificultades son enormes, ya lo eran antes de que llegará la COVID-19, pero hay terreno para ir legislando en modernizar el país (jefatura del Estado, acuerdos con la Iglesia, modelo territorial) y atacar los grandes problemas (modelo productivo, vivienda, España vaciada, machismo, cambio climático).

Aracelí de 96 años ha sido la primera persona que ha recibido la vacuna en España. Lo ha hecho en una residencia pública. Una mujer. Trabajadora. Mayor. Con escasos recursos. Frente a la especulación y la comercialización, tenemos a un gobierno, que será más o menos simpático o de nuestra onda, pero que por lo menos en este caso está garantizando que la vacuna llegue a todas y todos sin importar sus condiciones, empezando la de si son o no productivos para el sistema. Se trata de garantizar la vida.

La vacuna arranca 2021 representando lo mejor que la sociedad, el hombre y la mujer, pueden ofrecer como garantía del bien común. Por eso la derecha está crispada. Qué se les atraganten las uvas.


 

 

domingo, 25 de octubre de 2020

El Estado de Alarma para surfear la segunda ola

El presidente del Gobierno tras Consejo de ministros extraordinario ha decretado un nuevo Estado de Alarma para 15 días -lo que viene expuesto en la Constitución- con visos a mantenerlo hasta el mes de mayo, en razón a pasar el invierno y la época que se supone de mayor incidencia en los hospitales. Por dentro pasarán las Navidades, casi todo el curso escolar y en definitiva más de medio año con el fin último de mantener a raya la curva de incidencia de la pandemia. Bajar los contagiados, los hospitalizados y los fallecidos. Y por supuesto ayudar en el alivio a un sistema sanitario español que ya presentaba antes de la COVID suficientes síntomas de agotamiento y fractura y que en esta segunda ola vuelve a sufrir los desvarios de políticos y gestores y las criticas de pacientes y usuarios.

El Estado de Alarma viene como condición previa a la toma de responsabilidades y decisiones de las Comunidades Autónomas. Estas habían pedido ya la intervención estatal, primero en forma de garantía judicial para controlar la explosión de casos. Pero también, y mucho más significativo, para tratar de superar la situación con el apoyo del gobierno estatal. Escurrir el bulto de su inoperancia es también un objetivo marcado por los gobiernos autonómicos. La primera medida ya aprobada es el toque de queda entre las 10 de la noche y las 6 de la mañana.

En medio quedamos la población. Por un lado una mayoría de personas que desde marzo nos hemos tomado todo esto en serio. Cambiando nuestra vida. Restringiendo contactos. Eliminando viajes. Planificando salidas para lo estrictamente necesario, en algunos casos únicamente trabajo y compras de subsistencia. Ahora y desde hace unas semanas viviendo ya en un auto-confinamiento, convencidos de que es la única manera de mantenerse libres de la enfermedad y dar un respiro a la sanidad pública.

Ahora sufriremos las condiciones de un estrechamiento de la movilidad personal provocado en una buena parte por la actitud irresponsable de los liberticidas que no han comprendido lo que ha estado sucediendo. Que han puesto por encima su privilegio a la fiesta, a sus cañitas y sus viajes por encima de la salud general de la población. 

Muchos ya sabíamos que la deriva ultra liberal de la sociedad nos lleva a comportamientos donde el egoísmo y la vanidad son el motor de las vidas. Donde el apego a una supuesta libertad que no es más que un privilegio quedaba por encima del bien común. La irresponsabiildad y la irracionalidad de unos pocos frente a la resignación y saber estar de la mayoría que sufrimos y sufriremos ahora. Un relato en estos meses trufado de fake news y bulos; de negacionistas y clases pudientes; de trabajadores y de ERTES.

Este giro de tuerca en la nueva normalidad puede ser el paso previo a un nuevo confinamiento. Es la última medida antes de tomar mayores responsabilidades por parte de unas administraciones que han visto como el tibio control de la situación de finales del verano se ha desmoronado en cuanto han bajado las temperaturas, han llegado los colegios y universidades y se han mantenido las quedadas y fiestas como si nada pasará. Como si nada hubiera ocurrido.

Y buena parte del actual y futuro colapso del sistema sanitario patrio viene porque ninguna de las autoridades sanitarias de éste país han acabado de poner los recursos necesarios e imprescindibles para abordar el advenimiento de la segunda ola.

El número de nuevas camas de UCI -con su personal correspondiente- que se han instalado en éste país desde junio es 0. Son las Comunidades Autónomas quienes tienen las competencias y responsabilidad en la materia y lejos de hacer una apuesta clara por la sanidad pública y la salud de sus conciudadanos han mantenido la línea previa, aunque eso suponga deshacerse de plazas de sanitarios en plena pandemia mundial.

Tampoco en los sistemas de transporte, ya fueran públicos colectivos o privados, se han puesto medios para que la recuperación de una vida normal, no expusiera a los millones de trabajadores en su día a día. Las empresas, empezando por las públicas de la administración, han tenido bastante manga ancha para hacer y deshacer a su antojo en materia de prevención.

El Gobierno central, por más que Ministro y responsables técnicos, han llamado a la mesura y la preparación tampoco ha apretado las clavijas convenientemente. Primero porque ya en marzo y abril dejó a la sanidad privada haciendo negocio. Fue necesaria (y lo será) la nacionalización de los recursos de las clínicas y seguros privados y no se hizo. Más allá de los requerimientos de contratación de rastreadores no se ha apretado a las regiones en reforzar la sanidad pública con más personal especialmente en la atención primaria. Y además, dentro de esa línea de salvar la economía, mientras se abrían fronteras al turismo del norte de Europa, se permitía a los bares y al ocio nocturno hacer de su capa un sayo y se hacia un llamamiento a la población para que consumiera y le diera al frasco como si nada hubiera pasado.

Y esta es mi principal crítica a la actuación del gobierno central: Haber sido extremadamente tibio en las fases de desescalada permitiendo a Madrid ir saltándoselas cuando no cumplía lo prometido. Eso ha lanzado un mensaje de materia superada” al coronavirus y a una población, donde especialmente los jóvenes, han demostrado estar fuera de la realidad. Los comportamientos este verano y estos meses de septiembre y octubre han sido bochornosos y dantescos. Aunque probablemente no sean la mayor causa de contagios del coronavirus en esta segunda ola de la pandemia, si que han estimulado un estado de opinión sobre la irresponsabilidad de muchos de estos comportamientos y de la inteligencia emocional de sus protagonistas.

Al virus no se le venció en junio, como tampoco será vencido ahora en noviembre. Queda mucho para mayo pero no pinta bien para que en ese momento podamos decir que hemos acabado con el coronavirus. Lo único cierto, y es algo que no ha cambiado por lo anunciado esta mañana, es que tenemos que cuidarnos. Evitar contactos peligrosos. Aglomeraciones. Usar la mascarilla y hacer uso efectivo de la distancia social.

Si hay que salvar la economía, primero tenemos que salvarnos las personas.

lunes, 12 de octubre de 2020

No es mi fiesta


Hoy es 12 de octubre, Día de la Hispanidad, fiesta nacional de España. Y no es mi fiesta. Porque éste día que ya durante la transacción se llego al acuerdo de mantenerlo como fiesta nacional no ha cumplido su objetivo. Porque en el camino de institucionalizarla para que sea vivida con respeto y orgullo, dentro de la pluralidad que tiene el estado, sistemáticamente se convierte en una fiesta exclusiva. Carece de ese sentido inclusivo para que todas y todos nos sintamos un mínimo cómodos, y sobretodo y más importante, nos reconozcamos como iguales y convencidos de vivir en un estado que nos garantiza nuestros derechos y dignidad.

Se celebra en Madrid (enfangado en su ciénaga propia y en estado de alarma) ahondando en el centralismo autoritario del estado español. La inclusión de las regiones y sentimientos de pertenencia regionalista o nacionalista quedan excluidos. Las banderas de las Comunidades Autónomas ni aparecen. Se impone una visión de España que no se corresponde en absoluto con la realidad y que hace que muchos la vean y al sentimiento patriótico español como una opresión y una limitación de su libertad e identidad.

Desfilan el ejército, la Guardia Civil y la policía nacional y la bandera con el Rey saludando como jefe del estado y coronel de los tres ejércitos. Los jueces y fiscales también tiene su espacio. Los cientos de miles de trabajadores del estado, ya sean médicos, profesores, bomberos o administrativos no cuentan. El resto de clase trabajadora es ignorada. Sólo tienen el privilegio de "desfilar" unos cuantos limpiadores que limpian las deposiciones de los caballos del regimiento de caballería y de la cabra de la legión. Las autoridades políticas, representantes de la soberanía popular permanecen en segundo grado.

Sólo destacan las de la izquierda que reciben los abucheos e insultos de los espectadores que acuden en masa al clamor patriotérico para hacernos ver a todos y sobre todo a ellos mismos, que esa es su fiesta, que es su día y que España es su cortijo. Nosotros no pintamos nada y a lo único que aspiramos es a servirles sin rechistar o a ser abono en las cunetas.

Esta falta de respeto y sentido democrático lo es a todos los españoles que lo somos tanto, y seguramente más si nos guiamos por la aportación tributaria de unos y otros, que ellos. Las protestas son parte de la democracia, pero no el insulto, la mentira y la humillación sistemática de los otros.

En estos últimos años se ha procedido a un blanqueamiento del fascismo y del franquismo que tiene su consecuencia en el auge de Vox, una ultraderecha sin complejos que azuza los vientos de odio y que tenemos que parar entre toda la clase trabajadora. La han aupado los medios y la derecha oficial del estado, en el PP, absolutamente desnortada y arrasada por la corrupción y su inoperancia en la recuperación de la crisis económica que sólo ha traído recortes y mayores desgracias para el grueso de la población. Y que ahora en la crisis del coronavirus no sólo se muestran incapaces de gestionar sus responsabilidades, sino que se niegan a dar una imagen de unidad y consenso frente a un enemigo externo. Son asi de miserables.

Sin embargo, el 12 de octubre sistemáticamente los mayores insultos se los lleva la izquierda, más si está en el gobierno, porque al fin y al cabo son las gruppies del franquismo las que glosan este día (y también el 20 de noviembre) recuperando una visión distorsionada de la historia con un relato que legitima el estado de las cosas entre ellas la violencia, la corrupción, la falta de democracia y de dignidad para millones de personas.

La bandera no es sólo de ellos, pero si que lo es una visión rancia, caduca y deformada de lo que es nuestro país y cuando se apropian de un trozo de tela, es inevitable que quienes pensamos, deseamos y creemos en un país mejor con futuro y cabida para todas y todos denostemos esa bandera y este día.

Aquí no se trata de adoctrinar, sino de impedir que nos adoctrinen. No se trata de erigirse como poseedor de una única verdad, pero si de manifestar que una democracia moderna está, tiene que estar, abierta a la crítica y la sátira. Cuando un humorista se suena los mocos con la bandera o cuando una afición de un equipo abuchea el himno, nos podemos quedar en lo simbólico o entrar en lo que se está expresando: Ni más ni menos que el hartazgo con un modelo de país y unas actitudes cainitas, corruptas y soberbias que nos lastran y nos impiden avanzar.

En esta edición esta democracia con dos reyes va a tener a uno huido de la justicia en un país que sistemáticamente incumple los derechos humanos y funciona como una monarquía totalitaria medieval. Entre los sátrapas saudíes el ciudadano Juan Carlos se siente como en casa. El otro muestra una afinidad indisimulada y bochornosa con la extrema derecha y con esta visión de la España única, rancia y retrógrada. Le molesta mucho cuando una bandera no se despliega al aire correctamente pero no se muestra incómodo ante los deshaucios, los expedientes de regulación de empleo, el drama de la España vaciada, los asesinatos machistas, la pobreza o las muertes en las residencias de ancianos, todos ellos sus conciudadanos antes que súbditos. Ambos representan una familia trufada de corrupción, mentira e inmoralidad. Y estos valores se trasladan al trono, a la institución de todos los españoles, que representan y que nos presentan ante los demás. Un trono sustentado por el dinero del franquismo, pero también de dictaduras extranjeras como los príncipes de los Emiratos o el sha de Persia y con la injerencia de la CIA interesada en un mundo a su medida de estados vasallos que le deban sumisión. Esta es la legitimidad de la monarquía y no es para sentirse orgulloso si se es patriota.

La Ley Mordaza sigue vigente y oprime y castiga a la población civil que disiente del estado de las cosas y que nos avergonzamos en este país corrupto, hipócrita y sin futuro. La policía golpea en los barrios humildes y trabajadores, mientras aplaude las banderas franquistas en las manifestaciones de las clases pudientes. Y hoy se supone que tenemos que celebrar con ellos.

Las víctimas de la pandemia tendrán su momento de recuerdo como también las han tenido las víctimas del execrable terrorismo etarra. ¿Y las víctimas del 11M o del atentado de Barcelona?. ¿Y las víctimas del terrorismo fascista o de la violencia policial?. ¿Y las víctimas de los accidentes de tren, avión o el de Metro de Valencia?. ¿Y las víctimas de violencia machista?. ¿Y las víctimas que han muerto o quedado heridas en el trabajo en accidentes laborales y enfermedades profesionales?. Si fuéramos un país a celebrar hoy también tendrían su espacio.

Sin embargo tendremos el ruido y la furia de una visión de país que no me representa, ni a mi ni a millones, la mayoría de la población que vivimos en España y que legalmente somos españoles. Y esa es la verdadera tragedia de España. La carencia de memoria, historia, dignidad, humildad y de futuro que tenemos. De conocernos a nosotros mismos y en nuestra diversidad. Con empatía y con ánimo de aprender y compartir. Y los que nos sentimos mal por este estado de las cosas no sólo no estamos representados en la parafernalia retransmitida por los medios. Es que estamos expulsados y los símbolos identitarios del estado como bandera, himno, fiesta o jefatura del estado se usan como armas hacia el que no piensa igual.

Por eso duele España y por eso es imposible sentirse hoy de fiesta por más que deseemos un país mejor para todas y todos.


viernes, 9 de octubre de 2020

Pandemia de clases

 


Acaba de entrar en vigor el estado de alarma en Madrid capital y ocho municipios más de la región de más de 100.000 habitantes decretado por el Gobierno de la nación ante está segunda ola de la pandemia del coronavirus y sobretodo, de la nefasta y criminal gestión del gobierno de la comunidad de Madrid.

La situación es límite y desborda las capacidades del sistema sanitario regional, muy tocado por la deriva de treinta años de neoliberalismo en estado puro, con los sectores profesionales sanitarios declarados en estado de guerra contra los gestores políticos, y amenaza trasladar esa situación al resto del estado español haciéndose valer del privilegio, pues no es más que un derecho sustentado por una capacidad económica, de viajar en este puente de octubre.

El Gobierno de confluencia ha tenido que tomar las riendas de la situación y para aplicar las mismas normas de protección de la salud general, sortear e boicot político efectuado por los perros sarnosos de la derecha instalados en el tribunal superior de Madrid, con la inestimable ayuda del ejecutivo regional. Ayer estos tumbaban el anterior decreto y hoy en consejo de ministros extraordinario se ha decidido la implantación del estado de alarma durante 15 días para con criterios científicos y sanitarios poder doblegar la curva de incidencia de la pandemia en Madrid, frenando la transmisión comunitaria y en definitiva, evitar por todos los medios que el virus se mueva libremente.

No debería ser esta la deriva de la situación pero es lo que tiene Españistan con una derecha en franca oposición porque consideran el estado como un cortijo particular y no toleran los momentos en los que la alternancia los lleva a dejar el gobierno. Utilizan todo, desde los medios, los jueces y las administraciones regionales para hacer oposición incluso en una situación de extrema gravedad que debería sacar de todos nosotros lo mejor, empezando por una unión y sentido de pertenencia en el objetivo de salir de la pandemia con los menores daños posibles y con la certeza de que el país se construye invirtiendo en sanidad pública, educación pública y servicios sociales.

Ahí es donde queda desnuda la gestión de las derechas, neoliberal y fascista a partes iguales, empeñada en hacer negocio y prosperar a base de mentiras y corruptelas sin importar los dolores que causan.

En cambio buscan la confrontación y la crispación extrema para que nada cambie. No quieren negociación y acuerdos. No buscan la concordia y dar una imagen de unidad.

El continuo boicot. El empleo de la situación sanitaria y de la administración regional para hacer oposición. La franca ineptitud y soberbia demostrada. La mentira como estrategia política y de actuación. Todo esto es el debe de la gestión del pacto PP+Cs que comandan Ayuso y Aguado y que es absolutamente incapaz de gestionar con un mínimo de decencia la sanidad y los derechos y deberes de todos los madrileños. Esto repercute además, debido a la especial configuración territorial del estado español, en las demás regiones, especialmente en las cuatro más pobres y despobladas que encima son las que aportan ingentes cantidades de jóvenes a Madrid: Castilla y León, Castilla La-Mancha, Extremadura y Aragón. Nos roban el futuro y nos castigan con su soberbia e ineptitud.

Aquí no está de más, recordar que hoy “tenemos” este gobierno en Madrid, región y ciudad, gracias a la inestimable ayuda de Carmena y Errejon que desmontaron una fuerza cualificada que ayudaba a generar una alternativa a esto. También sale mal parado el PSOE madrileño incapaz desde hace veinte años de oponer una mínima resistencia.

Pero volviendo a lo que tenemos nos encontramos con una gestión que va a hacer que acaben en el banquillo de los acusados: Porque no han contratado ni a una décima parte de los rastreadores a los que se comprometieron en mayo. Porque han desmontado y siguen haciéndolo todo el sistema de atención primaria. Porque han mentido por sistema en la transmisión de datos entre consejerías de sanidad y ministerio, a sabiendas. Porque su objetivo ni es ni ha sido la victoria sobre el virus, sino emplear el virus para vencer al gobierno. Porque Ayuso, Almeida y Casado, más la extrema derecha han alentado una serie de protestas en nombre de la libertad individual frente a la política de supervivencia al coronavirus basada en la igualdad, la fraternidad y la responsabilidad tanto individual como de grupo.

Esto se ve desde el primer momento, pero sobretodo en la secuencia de las últimas semanas. Como desde la Comunidad de Madrid toreando una vez más su Constitución se han ordenado cierres de los barrios pobres de Madrid, mientras los más pudientes se mantenían libres de imposiciones, pese a tener en muchas ocasiones registros de contagio mayores.

En una de las más execrables muestras de la lucha de clases de toda la historia, la derecha de este país ha pretendido hacer prevalecer los privilegios de clase por encima de los derechos individuales y colectivos del resto de la población, empezando por el derecho a la salud.

Todo ello envueltos en la bandera de la que se han apropiado porque para ellos, el resto, los que no pensamos como ellos, no somos españoles. Llenan una playa o una colina de banderas por las víctimas del covid tratando de hacer creer a la opinión pública que todas las víctimas son por obra y gracia de un gobierno demoníaco, bolivariano, comunista y totalitario. Cuando los muertos son por su nefasta y criminal gestión como en el Accidente de Metro de Valencia o el 11M, son víctimas de segunda y tercera que no merecen ni una triste placa en la calle.

Esa es la derecha de este país. Está en los medios de comunicación de masas que componen un espectro de mezquindad y aborregamiento insoportable. Un mensaje a una voz con tal de convencer al votante que ellos son los grandes gestores y los otros son impropios y antidemocráticos. Tiene bemoles la cosa.

Esa derecha fascista se exhibe sin pudor desde los tribunales totalmente parcializados por herencia de la dictadura franquista que murió plácidamente en la cama y al día siguiente nació demócrata de pleno derecho. Tribunales superiores, constitucionales, fiscalías o audiencias nacionales empleadas por el PP a conveniencia. Si hay que hacer ruido para tapar el uso de las instituciones del estado o de la inmoralidad manifiesta de la monarquía borbónica se usa. Si hay que contra programar el anuncio del proyecto de presupuesto expansivo del gobierno se hace sin ningún problema. La separación de poderes en Españistan es como el amor a España del Rey emérito. Se habla mucho de ello pero no se puede probar.

Esta derecha ultraliberal no tiene ningún problema en lanzar sus perros contra la población. Que hay una manifestación en un barrio obrero pidiendo más médicos, más profesores, más bibliotecas o menos corrupción. O parar un desahucio o una tropelía urbanística que pone el patrimonio de todos como negocio de unos pocos allá van los pro-disturbios a repartir leña. Son los grises del franquismo, la brigada político social modernizada y bañada de un halo de grandiosidad por los medios de comunicación cuando son los bastardos que protegen al opresor de la rabia justificada del oprimido. Cuando los cayetanos se manifestaban en abril o los negacionistas en junio paraban el tráfico y aplaudían el paso de cacerolas y cucharas de plata con banderas fascistas y anticonstitucionales desfilando. Y estos son los que nos tienen que proteger.

Ahora Madrid queda bajo un Estado de Alarma que va a tratar de impedir la explosión de la enfermedad para que vuelva a colapsar como en marzo. Salvar la economía es lo más importante para toda esta derecha. NO. para ellos lo más importante es mantener y aumentar sus privilegios de clase frente a la vida rayando la indignidad de la inmensa mayoría.

Para salvar la economía primero hay que salvar las vidas. Atenuar la curva de infección. Ponerse serio y duro contra todas las actitudes que nos ponen en peligro a todos. Fiestas, bares, discotecas, pero también en centros de trabajo donde se han tomado a guasa las medidas de protección o donde se explota a los trabajadores sin garantizarles la seguridad. Hay que inspeccionar y hay que multar. Y hay que meter a la gente en procesos judiciales para que de modo de ejemplo se tome conciencia de que poniéndonos la mascarilla y siendo racionales nos ponemos a salvo como colectivo, como país.

Salvar la economía es dotarnos de los medios, sobretodo humanos, que garanticen la igualdad de derechos. Aumentar las plantillas de médicos, enfermeros, resto del personal sanitario. Profesores y educadores. Limpiadores. Científicos. Y a continuación transitar desde esta economía patria groseramente de servicios de baja calidad, enfocada al turismo de cantidad por calidad, a un sistema económico movido por la investigación, el desarrollo, la puesta en marcha de una economía verde donde la recuperación de espacios naturales sea un pilar (algo que daría mucho empleo). Una economía que implanté y recupere la industria de transformación de bienes empezando por la textil.

Este debe de ser el camino porque siguiendo el que llevamos nos vamos al dolor, el sufrimiento y el colapso de los ecosistemas. Y el ser humano es parte de esos ecosistemas, aunque sea ahora como agente destructor o cuando menos de cambio de los mismos. Y en ese camino reconocido por la comunidad científica y universitaria, también a niveles económicos y sociales, es dónde tendría que estar toda nuestra caterva política a una. Pero tenemos lo que tenemos.

Usando la pandemia en la lucha de clases para imponer más dolor e indignidad. Para mantener los abusos y la opresión del hombre por el hombre. Para cicatrizarnos con un relato perverso, inmoral y falso. No debemos rendirnos. Hay que hacerles frente.

 

 

sábado, 20 de junio de 2020

Fin del Estado de Alarma y confinamiento. La nueva normalidad



Mañana domingo, 21 de junio, termina el Estado de Alarma impuesto por el Gobierno de la nación desde el pasado 14 de marzo ante el avance de la pandemia del coronavirus.
Durante todo este tiempo de confinamiento un mantra se ha ido deslizando como una serpiente tratando de restituirnos el optimismo, de salvarnos de la depresión. La neolengua ha hecho horas extra durante el confinamiento. Primero con un lenguaje bélico frente al enemigo invisible. Después con el chute de buenismo y que maravillosos todos. Y después para hablarnos de una nueva normalidad que apesta a indignidad.

Ahora se lanzan campañas, primero en teoría “anónimas” y populares, después ya a través de los anuncios en medios de comunicación de esas empresas “que siempre han estado contigo”. La idea era directa, clara y sencilla: De está vamos a salir siendo más y mejores personas.
Qué cara más grande. Qué farsa. Qué mentira. De esta, como de aquella o de la otra, salen siendo buenas personas los que ya lo eran. Y probablemente menos porque algunos o algunas que se movían con la bondad y la fraternidad, ante la situación de zozobra, de peligro y de empeoramiento directo de las condiciones de vida se hayan hecho más egoístas y violentas.
El que era un hijo de puta antes de la COVID-19 lo va a ser después. Y ya veníamos con una letanía de gilipollas y miserables bastante amplía antes de encerrarnos en casa y escondernos tras las mascarillas. Un infantilismo instalado en la sociedad que además en España se vuelve dantesco ante esa actitud tan nuestra de ver cualquier norma que nos pongan, como un listón que saltar y no como una medida a respetar. Pocos ejemplos, los menos, hay de personas y grupos que se han auto organizado y procurado una vida mejor para todos. Al contrario hemos perdido a muchas personas algunas insustituibles, en eso mismo.
La sociedad se iba al sumidero aumentando velocidad e inercia hacia un precipicio de distópicas consecuencias. Individualismo, egoísmo, exhibicionismo, zafiedad, falta de empatía, de solidaridad, de fraternidad...
El tema de los aplausos a las 8 de la tarde me sirve para ahondar en esta idea. Por lo que he visto donde vivo -y lo hago en un barrio donde viven muchos médicos y personal sanitario- y lo que me han contado mis familiares y amigos de sus lugares de residencia, la quedada de aplausos desde los balcones sirvió de homenaje al personal sanitario el primer día. A partir de ahí, se convirtió en un exhibicionismo del ombligo propio. No culpo a nadie de ello. Casi hasta me parece natural por la situación pasada. Atronar con música y hacer performance de disfraces y looks poco tienen que ver con dar sentido homenaje a quiénes nos han cuidado. A la clase trabajadora Pero vamos, que no me lo vengan a vender como una cosa cuando es evidente que se trata de otra bien distinta. Sólo hay que ver como han vuelto a los centros de salud a tratar a los trabajadores del sistema sanitario.
En mi calle, por la ventana, antes y ahora cuando veo cantidades de repartidores ir de un lado para otro cargando bultos y llevando las cenas a las casas. Estábamos en casa pero no hemos dejado de consumir. Y quiénes han traído esos bienes y servicios hasta las puertas de los hogares son una clase trabajadora, nueva, precaria, dolorosamente débil y vulnerable. Se ha gastado dinero que al final no repercutía en esos trabajadores, sino que las plusvalías se evaporaban en la nube de internet hasta verter cantidades en paraísos fiscales. Esa ha sido la normalidad durante el confinamiento, acelerando la normalidad impuesta por el austercidio antes.
La normalidad era la crisis. Era la estafa económica. El neoliberalismo como sistema de opresión y nuevo feudalismo. El capitalismo de amiguetes que socializó las pérdidas de unos pocos especuladores y corruptos denigrando la forma de vida y las expectativas de futuro de toda la población. Desde 2008 la respuesta al colapso financiero y especulativo que en el mundo real provocó mucho dolor, despidos, desahucios y deudas, han sido recortes de gasto público, de trabajadores públicos, limitación de nuestros derechos. Privatizaciones. Cierre de hospitales y despido de sus trabajadores. Falta de material y colapso ya antes de la pandemia. Una brutal austeridad para pagar las deudas de los especuladores y corruptos que ha desnudado nuestros sistemas públicos de salud, educación y servicios sociales, dejándolos esqueléticos y sin capacidad de respuesta ante una situación como la sufrida estos meses.
Las mega transnacionales, las patronales y los privilegiados se ven con un poder inusitado en la historia de la humanidad. Se pueden permitir el lujo de decir abiertamente que no se paré la economía, que se pueden morir los viejos, pero que no podemos dejar de ganar dinero. Un nuevo colonialismo el que ha impuesto la recesión tras la estafa económica de 2008. Ahora no hace falta circundar el globo o navegar océanos; simplemente se trata de oprimir a las clases populares y trabajadoras, incluso las del mismo país, que se encuentran timoratas, sin sentido de pertenencia, ni fuerza por la que rebelarse y luchar. Se garantiza, por ley y por opresión, los intereses minoritarios de grupos económicos y financieros por encima del bien común.
La crisis del coronavirus y la situación de cambio climático que padecemos debían habernos puesto en alerta -ya duele que no lo hayamos hecho antes-, para cambiar un sistema que nos condena a la extinción. Porque la llegada del COVID-19 al organismo del ser humano tiene su causa en el calentamiento global, y en como, cada vez más, especies animales salvajes se acercan e interactúan en los entornos humanos.
Pero lejos de eso “hemos” acelerado en un modelo impersonal en el que las baratijas inservibles, llegan con un gasto abusivo en combustibles fósiles y en opresión a otros de nuestros congéneres. En vez de ir a tratar de salir de esa rueda de consumismo global que ha globalizado la opresión, nos hundimos más en ella. Ahora es el momento de volver a la economía circular de proximidad. A los tenderos de cercanía. A reflexionar antes de comprar, sobre la necesidad en si misma y sobre el producto y servicio que vamos a adquirir. Sus condiciones de fabricación, transporte e impacto medio ambiental. Si como sociedad obráramos ese cambio entonces si podíamos pensar que salíamos del coronavirus (de su primera oleada) siendo mejores.
Por eso ahora que se habla de la nueva normalidad es necesario recordar que la normalidad era el colapso medioambiental del planeta. Las catástrofes naturales (incendios, riadas, sequías). Las guerras por los recursos y por el privilegio a seguir alimentando el hiper consumismo de occidente. La opresión a millones de personas. A millones de mujeres. La enorme desigualdad entre personas, clases sociales y territorios. La precariedad instalada en nuestras vidas en favor de un capitalismo, del dinero, en contra de garantizar un sistema que nos protegiera. Que garantizará nuestras vidas su seguridad, por encima de cualquier ganancia económica.
Y sin embargo sólo hay que ver las prioridades que durante la pandemia tenemos como individuos, como sociedad y también como gobierno.
En plena pandemia no se han adoptado planes para subir los sueldos y mejorar las condiciones del personal sanitario y científico de éste país. Al contrario, se ha aprobado una mil millonaria subida de salario para la policía y la Guardia Civil. Ambos cuerpos de in-seguridad del estado, más allá del loable y bienintencionado trabajo de algunos de sus agentes mantiene instalado un gen fascista y franquista que enfanga sus actuaciones, que encima, muchas de ellas quedan trufadas de errores e intenciones políticas claras. Algo que no debería permitirse jamás un cuerpo policial en democracia. Pero supongo que premiar a unos e ignorar a otros es una cuestión de prioridades.
Todo ha sido parte de una enorme trifulca política. Ruido, bulos y algaradas de la ultra derecha reaccionaria que siempre estará más preocupada de garantizar sus privilegios (en este caso ir al bar o a jugar al golf) por encima de los derechos de todos los demás (que somos tan españoles o más que ellos, porque por mucha bandera con la que se envuelvan, el patriotismo empieza y acaba en la declaración de impuestos de cada uno).
Somos un país que es el jodido bar de Europa. Ya están abiertas las fronteras exteriores con la UE para que lleguen los turistas. Se ha protocolizado la convivencia en bares y terrazas -y muchos de los compatriotas alegremente se han sumado a la euforia-, mientras no sabemos como volverá la rutina en ese igualador social que es la escuela pública. En vez de dotar al país de estructuras que garanticen bien común, nos han convertido en Las Vegas para los del norte de Europa. Y mientras los millones de emigrados no podemos tan siquiera ir a abrazar a nuestros padres.
Se habla mucho de la nueva normalidad, pero se hace desde parámetros grotescamente conservadores e irreales. La nueva normalidad son medidas y directrices para que nada cambie. Para que se garantice la misma transmisión hacia arriba del dinero y el poder y hacia abajo de la opresión y la precariedad. La nueva normalidad es profundizar en las brechas sociales, ya sean de género, de clase o de raza. La nueva normalidad es que nada cambie. Si, tendrás que llevar mascarilla y los bares tendrán que estar menos atestados de gente, pero en esencia no cambia nada de las causas que nos han traído a esta situación. No quieren que pensemos. Es más, tenernos en casa, atemorizados por una pandemia, es ideal. Controlados por la televisión y por internet y con el miedo mediatizando todas nuestras acciones, somos la carne de cañón, precisa, perfecta y preciosa para poder apretarnos las cadenas. Ni siquiera está en el debate la preparación de la sociedad para un rebrote de la COVID-19 o para la llegada de otra pandemia. O de un suceso catastrófico que hiciera peligrar vidas humanas contadas por miles.
La nueva normalidad es una patada hacia adelante del sistema sin replantearnos no ya sólo su idoneidad, sino si quiera unos mínimos retoques para garantizar la democracia, la salud y el futuro de las personas. Seguir manteniendo una vida de mierda para millones de personas, sólo para garantizar distintos grados de bienestar e hipocresía..
La nueva normalidad es la vieja normalidad de capitalismo y barbarie por encima del bien común.

Hace nueve años las calles y plazas de éste país se llenaron de gente indignada que clamaba por una democracia, una economía y una sociedad más justas y en las que nadie, a pesar de su condición, quedará atrás. Millones de personas en España y en todo el mundo que veían como tras la crisis, perdón estafa, económica de 2008, la factura de tanta especulación, inmoralidad y corrupción la pagaban con sus vidas. Con precariedad e inseguridad en el trabajo. Con servicios sociales privatizados, denigrados y recortados. Con derechos usurpados. Con más autoritarismo. Con un liberalismo económico que convertían en cautiva la libertad, la igualdad y la fraternidad. Éramos y somos los que no teníamos casa, los que no podíamos pagarla, no teníamos trabajo y nuestro futuro y perspectivas de vida se iban al carajo. Era el 15M y allí hablábamos entre otras cosas de que no se podía recortar en la salud pública y en la educación pública. Que se apostará por ciencia y por medidas que revirtieran el cambio climático. Que no hay democracia si no hay justicia social. Que no hay democracia si hay corrupción e impunidad de los corruptos. No nos escucharon y una vez más, se demuestra que teníamos razón. Qué tenemos razón.

Nada de eso ha cambiado. Hemos avanzado muy poco o casi nada en justicia social. Y la COVID-19 va a apretar más las clavijas a los desfavorecidos. Y nos quieren cautivos y aislados en nuestras casas, despistados y dispersos. Con miedo e individualizados.

Hasta que no pueda darle un beso a mi madre que no lo llamen normalidad.

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