Durante esta semana se están haciendo públicos los galardonados con los Premio Nobel 2017. Cada día se va descubriendo la persona o el equipo científico en cada una de las especialidades, siendo hoy jueves el día para conocer al ganador del Nobel de Literatura de 2017. En anteriores días se conocían a los ganadores en Medicina, Física y Química. Y no. Por supuesto, que en esta ocasión, tampoco hay científicos españoles (o vinculados a Universidades españolas) entre los ganadores.
España
no ha tenido ningún premio Nobel de áreas científicas desde 1959,
en que recibió el galardón Severo
Ochoa
por sus trabajos sobre el ADN y la biología molecular. Teniendo en
cuenta, además, que investigó en Estados Unidos y tenía la doble
nacionalidad. Antes sólo hubo otro científico español galardonado,
el aragonés Santiago
Ramón y Cajal,
en 1906, por su trabajo sobre la estructura del sistema nervioso. Los dos fueron premiados en los campos de la Fisiología o Medicina.
No hemos tenido ni uno en Física o Química, ni tampoco en Paz o
Ciencias Económicas. Nos salvamos un tanto por la Literatura, con
seis premios: Vicente Alexandre, Jacinto Benavente, José Echegaray,
Juan Ramón Jiménez, Camilo José Cela y Mario Vargas Llosa, este
último hispano-peruano. Tampoco esto es mucho. Baste comparar con la
vecina Francia, que ha tenido 47 premios Nobel, de ellos 13 de
Literatura y muchos de las restantes disciplinas desde que en 1901 se
empezaron a entregar.
No
cabe duda de que el
déficit en galardones internacionales en materias
científicas debería sonrojarnos y avergonzarnos.
No representamos nada en investigación, innovación o tecnología.
Al contrario que con los premios Nobel de Literatura (o el de la Paz,
donde no ha habido ningún nacional premiado nunca) se premian el
genio de un individuo surgido en una comunidad que no tiene porque
tener grandes recursos, siendo frecuente los premiados de entornos
subdesarrollados o muy perjudicados. Sin embargo, en las áreas
científicas
tenidas en cuenta (Medicina, Física, Química y también Economía)
no sólo se premia al científico o equipo concreto que desarrolla
una labor concreta en el ámbito de las Ciencias comentadas, sino que
también y muy importante se valora y se da visibilidad a las
inversiones y la apuesta que una economía y una sociedad, es decir,
una nación hacen por la ciencia y por el talento innovador que
atesoran.
Los
Premios científicos son resultado de años de investigación
de amplios equipos, con estabilidad y seguridad financiera, en su
puesto de trabajo; Estudios realizados con muchos recursos y medios
sofisticados. Síntoma
de un país desarrollado, valiente e innovador.
El que hoy, o en los años anteriores o en los próximos 10 años no
haya Premios
Nobel españoles no es cuestión achacable a los últimos años y las
políticas de respuesta a la crisis, perdón estafa, económica.
Sin
embargo, esa gestión basada en represión, recortes en educación,
I+D+i, y salud y regalos a los bancos, van a hacer que la sequía en galardones de ciencias
para ciudadanos y ciudadanas españolas vaya
a ser larga y penosa. España ha apostado por otras cosas, como una
hiper
financiamiento de la economía.
Se han bajado, cuando no eliminado becas de estudio y de
investigación, y por otro lado se subvencionan cosas tan lamentables
como cátedras de tauromaquía o fútbol por todos los lados y a
todas horas.
Nuestros
científicos trabajan sin seguridad y sin poder plantearse planes de
vida debido
a la volatilidad de las políticas de investigación y educación en
éste país. Y las políticas para traer de vuelta el talento
emigrado tienen mucho de publicidad y nada en cuestiones concretas
que pudieran hacer que la gente volviera a trabajar en España.
La
inversión en I+D+i es ridícula:
Nos situamos en el 1,24% del PIB en I+D+i, frente a la media del
2,02% de los países de la UE y, por supuesto, muy lejos de los
países punteros. Y además algo falla en la estructura de nuestros
estudios. El porcentaje de españoles de entre 30 y 35 años con
estudios superiores finalizados es del 42,3%, por encima del 38% de
media europea. Pero nuestros
investigadores marchan al extranjero
y a la vez nos faltan trabajadores altamente cualificados de menor
nivel académico.
El
estado español va a gastar en su presupuesto anual para 2017 unos
714 millones en investigación. Por contextualizar, el presupuesto
para
la temporada 2017-18
del Real Madrid está fijado en torno a los 690 millones. El del
Barça en 675 (cantidades
ambas no oficiales, y que parece ser son mucho mayores).
Y esto es un dinero presupuestado, es decir, que está a expensas de
la ejecución y de que llegue finalmente para el objetivo para el que
se adjudico. Sobre las cifras de 2016 en materia de investigación
y desarrollo
el ejecutivo del PP se llena la boca pero realmente sólo dedica un
60% de lo asignado para las investigaciones científicas.
Una
auténtica vergüenza.
Y
por no hablar de que buena parte de la cantidad asignada a
investigación se convierte en ayudas indirectas a empresas por crear
proyectos en esta materia, por lo que imaginar lo que puede acabar
llegando a las universidades debe ser percibir las migajas.
Por
fortuna, pero sobretodo debido al trabajo y talento personales, unido
al riesgo de migrar hacia entornos que si premian la predisposición
científica, “tenemos”
a miles de científicos y científicas españolas, trabajando y
desarrollándose en Universidades, fundaciones y empresas
extranjeras. Capital
científico y del conocimiento, pero también humano, generado
gracias, en parte, a la educación española y cuyos rendimientos son
aprovechados por agentes extranjeros.
Lamentablemente,
y más con el cisma generado y con multitud de problemas que atacan a
nuestra supervivencia no parece que la mente de los partidos
políticos este en invertir en ciencia y en abrir programas serios,
rigurosos y con compromiso firme a cumplir para regenerar el entorno
educativo y científico en España. Se
hace imprescindible,
y no porque aparezcamos mejor o peor en ránkings o en laudos de
galardones, apostar
claramente por la ciencia y el conocimiento.
Poner recursos a disposición de los científicos y darles libertad
de cátedra y estudio para desarrollar nuestro conocimiento.
La
ciencia
tiene que ser una cuestión de estado,
y hay que abrir seriamente el debate de la financiación de la
ciencia y de la Universidad, para que no queden al antojo y las
necesidades de gobiernos que son claramente ineficaces y se mueven
por cortoplacismos
electorales.
Estoy
hablando de poner más recursos, recaudarlos vía una política
fiscal justa, progresiva y eficiente; una asignación basada en
criterios científicos y rigurosos. Y una disposición y control de
las inversiones que de seguridad para que nuestros científicos y
científicas sepan que pueden plantearse desarrollar su vida, junto a
su trabajo, en su país.
Contra
más desarrollado es un país en ciencia, innovación, tecnología y
en la labor de sus universidades (tanto en ciencias como en letras y
artes) mejor es ese país.
Más útil, más sensible, más social. Un mejor lugar donde vivir.
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