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lunes, 5 de septiembre de 2022

Salvemos Cádiz


La provincia de Cádiz es un lugar maravilloso de nuestro país. La diversidad de espectaculares playas, muchas de ellas mantenidas en entornos naturales con poca o ninguna presencia constructi humana, con montañas y bosques de alcornoques; de marismas y dehesas; de pueblos blancos, salteados de murallas y fortalezas de frontera; con la ciudad de Cádiz, punta de belleza inconmensurable en torno a la que se coloca la bahía. La mezcla de naturaleza e historia; de paisaje y costumbres; de gentes y gastronomía nos regala uno lugar único.

Una provincia que aúna belleza paisajística, un trato humano magnífico y notables experiencias con las que embriagar los sentidos. Todo un cóctel perfecto para convertirse por méritos propios más que evidentes, en un potencial del turismo veraniego español. Yo mismo he pasado varias quincenas o semanas en todos estos años por las playas y los pueblos de Cádiz, y por lo tanto, he ayudado a inflar la burbuja del turismo que ahora amenaza con hacer añicos todo lo que nos atrae de Cádiz, de una provincia que para los que vivimos alejados del mar, se convierte en una arcadia perenne; en una ensoñación de una jubilación placentera y plena.

Parajes como Conil o Vejer, con su magnífica playa de El Palmar, han venido sufriendo la amenaza de la megalomanía y la especulación para destrozar los parajes y costas naturales de todos, en los inmensos réditos de empresarios y caciques de todo pelaje. La acción de la población civil y la oposición frontal de ayuntamientos de Izquierda Unida han permitido, hasta hoy, que bien sobre mal, se mantengan las costas y parajes naturales, y que los pueblos conserven su esencia que es lo que los ha hecho tan únicos y atractivos. Toca siempre intentar visitarlos, como a toda la provincia, con respeto y atención para captar su forma de ser. Y también estar pendiente para colaborar y denunciar cualquier proyecto urbanístico y hotelero que derrumbe algunos de los pocos espacios de casi no intervención capitalista -lo de vírgenes ya no puede ser-.

Muchos de estos espacios cuasi originales conservados en las costas españolas se sitúan en Cádiz. El hecho de que durante los años del desarrollismo y hasta bien metidos los años 90, gran parte de la costa estuviera en manos del Ministerio de Defensa, libró al territorio de la vorágine especulativa y han permitido que se mantengan, como decía más arriba, en un aspecto cercano al natural y original. Sin embargo, estas protecciones pueden no ser suficientes ahora que acaban los mandatos del ejército sobre estos terrenos que antiguamente se empleaban como campos de entreno y maniobras, tanto de marinería, infantería o anfibias. Devueltas las parcelas a los ayuntamientos, ya salivan muchos empresaurios del sector turístico españistaní para explotar los pocos kilómetros de costa libres de cemento, y hacer del paraíso natural de Cádiz, que es de todas y todos, empezando por los propios gaditanos y gaditanas, en pingues beneficios de unos pocos.

Por ejemplo, de politciastros de medio pelo, corruptos en potencia y en esencia, que no van a dudar en malvender el patrimonio natural de sus municipios al primer especulador, patrio o extranjero, que aparezca. Utilizarán el cebo del desarrollo y el paro, extremo en la provincia, para prometer unas inversiones y unos puestos de trabajo, que serán precarios por definición y acabarán por derruir los locales tanto en el sector pesquero, agrícola como en el del servicios actual.

La zona de Zahara de los Atunes, pedanía pesquera perteneciente a Barbate, está en el punto de mira de los especuladores, los corruptos y de quienes defendemos un medio natural y un turismo y consumo, responsable, sostenible y digno. La proliferación desde hace años de urbanizaciones y campos de golf, con Atlanterra (ya perteneciente a la localidad limítrofe de Tarifa) como paradigma, nos pone en guardia para evitar que el patrimonio que es de todos quede en manos de unos pocos que no dudarán en exprimir su potencial, hasta ahogarlo, hasta robarle la esencia, y no dejar de vuelta, más que las facturas y los destrozos; los residuos, las aglomeraciones, el tráfico excesivo y las restricciones de agua.

La viabilidad de la Costa de la Luz y de toda la provincia de Cádiz no puede estar sometida a visiones diocechescas del crecimiento perpetuo, a ilusiones de desarrollo turístico y a alentar planes mastodónticos de crecimiento urbano y peri urbano que se encienden con la llama de vacuas promesas de empleo. Y esto no lo digo como un asiduo visitante de esta magnífica tierra que tengo clavada en el corazón. Lo digo porque por suerte conozco a muchos gaditanos y gaditanas, que viven en su tierra, o que quieren volver a ella, y para ello saben que es vital conservar la esencia que las hace tan especial. Ya conocen, ya lo conocemos todos, que estos proyectos solo dejan las basuras y se llevan las plusvalías lejos, sin que apenas las huelan los locales. La falta de infraestructuras, tanto viarias, como de canalización y tratamiento de aguas deberían de frenar estas propuestas de despilfarro y laminación. Y sin embargo, cada dos por tres, y todo el tiempo, en el territorio, toca defenderse, informar y denunciar. Luchar por conservar lo poco de costa natural que nos quedan.


Yacimiento arqueológico de la antigua ciudad romana de Baelo Claudia. Playa de Bolonia en Tarifa (Cádiz)

 

Parajes inmensos en belleza y esencia. Plenos de historia -estamos hablando del Cabo Trafalgar hasta las ruinas arqueológicas de la ciudad de Baelo Claudia en la playa de Bolonia-, naturaleza y formas de vida autóctonas -pescadores, artesanos del esparto, la madera, la cerámica, agricultores o ganaderos de retinta, etc.- no pueden verse erradicados. Ya no valen el fomento de políticas urbanísticas y turísticas, porque ya han quedado demostradas que son un fracaso, solo alientan burbujas que explotan en forma de crisis recurrentes, no cumplen ni con el desarrollo económico local, ni tampoco con la creación de un empleo mínimo de calidad.

Cádiz, su patrimonio, sus pueblos, sus playas y montes, y sus gentes merece futuro y dignidad. Necesita inversiones, si, pero no aquellas que ya sabemos que sirven únicamente para borrar su pasado, parasitar su presente y erradicar su futuro. No se puede permitir la continua esquilmación de los recursos, empezando por el propio suelo, y siguiendo por el agua dulce, pero también salada. Y sin olvidar el recurso básico de la vida de las personas que residen en el territorio. Su bienestar, su salud y su dignidad como trabajadores. Por todo ello, ames o no Cádiz, debemos estar atentos en colaborar, estar informados y rechazar de plano los proyectos megalómanos de turismo y ladrillo. Cádiz no lo merece; y todos, sin distinción, no los queremos.


 

viernes, 16 de noviembre de 2018

Filosofía como esencia de la vida


Bustos de Socrates y Locke en la Biblioteca del Trinity Collegue de Dublín


Hoy viernes 16 de noviembre se celebra el Día Mundial de la Filosofía. Llega en pleno debate sobre su restitución como enseñanza humanística troncal, dotándola para ello de poder -que inevitablemente pasa por la importancia de su nota- en las enseñanzas medias. El Gobierno de Pedro Sánchez trabaja ya en “su” reforma educativa, y lo hace para reescribir la reaccionaria y medieval propuesta de Wert que encontró unidos a profesores, alumnos, padres y defensores de la educación pública en su repulsa.
Así se vuelve a poner de moda el mantra de si es útil y merece la pena enseñar y practicar la filosofía (sin embargo, tenemos que aceptar la sobre dimensión de la enseñanza religiosa -católica- por encima de la filosófica, y pagada con los impuestos de todos).
En la medida en qué nos preguntamos sobre nuestra vida, sobre su esencia y trascendencia; sobre la muerte, sobre la sociedad, la historia, el mundo; la política, por el futuro, la educación; sobre la verdad y la mentira. Sobre el porvenir; la desigualdad, la injusticia; la subsistencia del planeta y de sus habitantes; sobre la moral y la ética... en la medida en que hacemos todas esas preguntas, sin sujetarnos a dogmas, y desarrolladas por nosotros mismos, hacemos filosofía. Al buscar esas respuestas -aunque no las consigamos- obtenemos filosofía.
La filosofía por lo tanto es inevitable porque ante cualquier duda que nuestra existencia plantea es allí donde acabamos. Es la herramienta primera para componer nuestra personalidad y conocernos. Y es el eslabón que conecta todo el saber, desde las ciencias a las letras, de los conocimientos técnicos y tecnológicos hasta las humanidades. Y de la teoría y la práctica. Y por supuesto y de manera muy importante como vehículo del lenguaje para hacerlo accesible, inclusivo y patrimonio eterno de la humanidad.
Ante un mundo cambiante, vertiginoso y presidido por la incertidumbre y el individualismo, no caben más salidas que practicar la filosofía como análisis de causas y consecuencias y como plan de alternativa por un futuro donde la dignidad y la vida se impongan.
Hoy, ahora tenemos un mundo y una vidas desorganizadas, cayendo, junto a todos los derechos y conquistas sociales que considerábamos seguras desapareciendo, al igual que el medio ambiente y el patrimonio de todos -los que estamos aquí pero también las generaciones pasadas y futuras-, en la ola del capitalismo más desaforado, un neoliberalismo amoral y suicida que ha traído de vuelta los viejos fantasmas del pasado: El fascismo.
Como ya adelantó Noam Chomsky en los años 70, “El fascismo es el último recurso de las clases dirigentes cuando ya no pueden mantener de otra forma sus privilegios”. La reacción del poder, de la oligarquía, que lleva dominando el mundo desde que es mundo (desde que somos conscientes de que existimos y nos organizamos para regular nuestra existencia) a las revoluciones que trataban de salvar la poca dignidad, libertad y expectativas de futuro hundidas con la estafa, llamada crisis, de las élites financieras corruptas.
Por eso ahora, debemos de tener a la filosofía como faro y guía de nuestras vidas, y consecuentemente, no puede más que ser importante en la educación de todas y todos. No como una retahíla de autores, ideas o libros que cumplen un curriculum, sino como esencia de nuestro pensamiento, fundamental para crear por sí mismo, enseñándonos y aprendiendo a pensar, estableciendo la duda como pasaporte a la creación de nuevas ideas y pensamientos críticos que vengan a solucionar los viejos problemas.
La filosofía es una práctica de vida que nos dice cómo vivir, pensar o actuar, analizando para entender y luego decidir. La esencia de la filosofía es el análisis conceptual y la deliberación. Es un ejercicio de reflexión, privada y pública, que tiene un efecto transformador sobre las opiniones, las actitudes y las leyes. Precisamente, la dimensión pública de la filosofía favorece la participación y la “inter-disciplinariedad”, a través de la divulgación, la información y la transparencia.
El arte de preguntar es la filosofía y su desarrollo contribuye decisivamente a la creación de ciudadanos libres con conciencia crítica, con opinión propia sometida a la razón que también analiza las opiniones de los demás, empezando por la del orden establecido. Así se crea la libertad de pensamiento frente a los dogmas, prejuicios y corsés impuestos por las estructuras opresores de poder.
Por todo ello es fácil entender porque la derecha reaccionaria y fascista trata continuamente desde el principio de los tiempos aparcarla, quitarle importancia y olvidarla, cuando no prohibirla y perseguirla. Frente a su beligerancia ante el pensamiento crítico y razonado, nosotros como sociedad, nos ponemos junto a filósofos, pensadores, docentes y pedagogos que saben de la importancia de la vitalidad de la filosofía y su inclusión en la educación de todas y todos, más si cabe, dentro de la enseñanza pública.
Más vital si cabe defenderla en un contexto de inseguridad (personal, social, jurídica, vital, medio ambiental, laboral,...) tan grande como el que tenemos. Hacerlo sin concesiones, adecuándola a espacios, escenarios y audiencias. Involucrando a las mujeres como parte activa (imprescindible incluir a autoras y sus luchas en los curriculums y en ayudar a las mujeres a desarrollar su propia actitud filosófica) y defendiendo el humor y la libertad de expresión ante los ataques del pensamiento único.
Un día como hoy, es perfecto para animarnos a todos a practicar el ejercicio de filosofar, y recordar su importancia primero como arma de empoderamiento de los seres humanos, desde su individualidad, hasta su comunidad y hacia la sociedad; y también como patrimonio inmaterial, esencial, de la vida.


 

Intervención de Fernán Vello defendiendo la asignatura de filosofía en el pleno del Congreso (21 de junio de 2017)



jueves, 5 de octubre de 2017

Ciencia: La gran olvidada en España




Durante esta semana se están haciendo públicos los galardonados con los Premio Nobel 2017. Cada día se va descubriendo la persona o el equipo científico en cada una de las especialidades, siendo hoy jueves el día para conocer al ganador del Nobel de Literatura de 2017. En anteriores días se conocían a los ganadores en Medicina, Física y Química. Y no. Por supuesto, que en esta ocasión, tampoco hay científicos españoles (o vinculados a Universidades españolas) entre los ganadores.
España no ha tenido ningún premio Nobel de áreas científicas desde 1959, en que recibió el galardón Severo Ochoa por sus trabajos sobre el ADN y la biología molecular. Teniendo en cuenta, además, que investigó en Estados Unidos y tenía la doble nacionalidad. Antes sólo hubo otro científico español galardonado, el aragonés Santiago Ramón y Cajal, en 1906, por su trabajo sobre la estructura del sistema nervioso. Los dos fueron premiados en los campos de la Fisiología o Medicina. No hemos tenido ni uno en Física o Química, ni tampoco en Paz o Ciencias Económicas. Nos salvamos un tanto por la Literatura, con seis premios: Vicente Alexandre, Jacinto Benavente, José Echegaray, Juan Ramón Jiménez, Camilo José Cela y Mario Vargas Llosa, este último hispano-peruano. Tampoco esto es mucho. Baste comparar con la vecina Francia, que ha tenido 47 premios Nobel, de ellos 13 de Literatura y muchos de las restantes disciplinas desde que en 1901 se empezaron a entregar.
No cabe duda de que el déficit en galardones internacionales en materias científicas debería sonrojarnos y avergonzarnos. No representamos nada en investigación, innovación o tecnología. Al contrario que con los premios Nobel de Literatura (o el de la Paz, donde no ha habido ningún nacional premiado nunca) se premian el genio de un individuo surgido en una comunidad que no tiene porque tener grandes recursos, siendo frecuente los premiados de entornos subdesarrollados o muy perjudicados. Sin embargo, en las áreas científicas tenidas en cuenta (Medicina, Física, Química y también Economía) no sólo se premia al científico o equipo concreto que desarrolla una labor concreta en el ámbito de las Ciencias comentadas, sino que también y muy importante se valora y se da visibilidad a las inversiones y la apuesta que una economía y una sociedad, es decir, una nación hacen por la ciencia y por el talento innovador que atesoran.
Los Premios científicos son resultado de años de investigación de amplios equipos, con estabilidad y seguridad financiera, en su puesto de trabajo; Estudios realizados con muchos recursos y medios sofisticados. Síntoma de un país desarrollado, valiente e innovador. El que hoy, o en los años anteriores o en los próximos 10 años no haya Premios Nobel españoles no es cuestión achacable a los últimos años y las políticas de respuesta a la crisis, perdón estafa, económica.
Sin embargo, esa gestión basada en represión, recortes en educación, I+D+i, y salud y regalos a los bancos, van a hacer que la sequía en galardones de ciencias para ciudadanos y ciudadanas españolas vaya a ser larga y penosa. España ha apostado por otras cosas, como una hiper financiamiento de la economía. Se han bajado, cuando no eliminado becas de estudio y de investigación, y por otro lado se subvencionan cosas tan lamentables como cátedras de tauromaquía o fútbol por todos los lados y a todas horas.
Nuestros científicos trabajan sin seguridad y sin poder plantearse planes de vida debido a la volatilidad de las políticas de investigación y educación en éste país. Y las políticas para traer de vuelta el talento emigrado tienen mucho de publicidad y nada en cuestiones concretas que pudieran hacer que la gente volviera a trabajar en España.
La inversión en I+D+i es ridícula: Nos situamos en el 1,24% del PIB en I+D+i, frente a la media del 2,02% de los países de la UE y, por supuesto, muy lejos de los países punteros. Y además algo falla en la estructura de nuestros estudios. El porcentaje de españoles de entre 30 y 35 años con estudios superiores finalizados es del 42,3%, por encima del 38% de media europea. Pero nuestros investigadores marchan al extranjero y a la vez nos faltan trabajadores altamente cualificados de menor nivel académico.
El estado español va a gastar en su presupuesto anual para 2017 unos 714 millones en investigación. Por contextualizar, el presupuesto para la temporada 2017-18 del Real Madrid está fijado en torno a los 690 millones. El del Barça en 675 (cantidades ambas no oficiales, y que parece ser son mucho mayores). Y esto es un dinero presupuestado, es decir, que está a expensas de la ejecución y de que llegue finalmente para el objetivo para el que se adjudico. Sobre las cifras de 2016 en materia de investigación y desarrollo el ejecutivo del PP se llena la boca pero realmente sólo dedica un 60% de lo asignado para las investigaciones científicas. Una auténtica vergüenza.
Y por no hablar de que buena parte de la cantidad asignada a investigación se convierte en ayudas indirectas a empresas por crear proyectos en esta materia, por lo que imaginar lo que puede acabar llegando a las universidades debe ser percibir las migajas.
Por fortuna, pero sobretodo debido al trabajo y talento personales, unido al riesgo de migrar hacia entornos que si premian la predisposición científica, “tenemos” a miles de científicos y científicas españolas, trabajando y desarrollándose en Universidades, fundaciones y empresas extranjeras. Capital científico y del conocimiento, pero también humano, generado gracias, en parte, a la educación española y cuyos rendimientos son aprovechados por agentes extranjeros.
Lamentablemente, y más con el cisma generado y con multitud de problemas que atacan a nuestra supervivencia no parece que la mente de los partidos políticos este en invertir en ciencia y en abrir programas serios, rigurosos y con compromiso firme a cumplir para regenerar el entorno educativo y científico en España. Se hace imprescindible, y no porque aparezcamos mejor o peor en ránkings o en laudos de galardones, apostar claramente por la ciencia y el conocimiento. Poner recursos a disposición de los científicos y darles libertad de cátedra y estudio para desarrollar nuestro conocimiento.
La ciencia tiene que ser una cuestión de estado, y hay que abrir seriamente el debate de la financiación de la ciencia y de la Universidad, para que no queden al antojo y las necesidades de gobiernos que son claramente ineficaces y se mueven por cortoplacismos electorales.
Estoy hablando de poner más recursos, recaudarlos vía una política fiscal justa, progresiva y eficiente; una asignación basada en criterios científicos y rigurosos. Y una disposición y control de las inversiones que de seguridad para que nuestros científicos y científicas sepan que pueden plantearse desarrollar su vida, junto a su trabajo, en su país.
Contra más desarrollado es un país en ciencia, innovación, tecnología y en la labor de sus universidades (tanto en ciencias como en letras y artes) mejor es ese país. Más útil, más sensible, más social. Un mejor lugar donde vivir
 

domingo, 26 de febrero de 2012

El peor error de la historia de la humanidad




Hace unos días a través de menéame llegue a un artículo de euribor.com titulado El peor error de la historia en el que hacían referencia a un ensayo de 1987 de Jared Diamond (The Worst mistake in the History of the Human Race) en el que estudiando las condiciones de vida de los omínidos de hace 10.000 años llegaba a la conclusión de que en aquella época prehistórica, cuando el ser humano, o mejor dicho los homínidos antecesores, vivían como nómadas dedicándose a la caza y la recolección disfrutaban de más horas de tiempo libre, puesto que únicamente dedican entre 12 y 19 horas a la semana para tales menesteres.

Evidentemente, no tenían ni twitter, ni televisión, ni fútbol para perder el tiempo, y parece ser que su tiempo de ocio era totalmente dedicado al uso y disfrute del cuerpo humano. Es decir, al sexo. No cabe duda de que en aquella época, con los códigos de comunicación y sin situación social, puesto que no existía una sociedad en su versión moderna, se follaba mucho más.

Pero lo más destacable del ensayo de Jared Diamond es lo que él titulaba como "El mayor error en la historia de la humanidad". Y ese error fue la agricultura. El hecho de que hace 10.000 años los humanos comenzaran a utilizar herramientas y su inteligencia y observación para la producción de alimentos supuso un terrible atraso. La gente se establecía en un lugar para mantener sus cultivos, lo que además le llevaba a emplear más horas en el tajo, incluyendo el cuidado de las tierras ante posibles hurtos e inclemencias climatológicas. Esto, pese a que pueda parecer lo contrario fue malo para su salud ya que les llevó a una dieta menos variada (la estatura media disminuyó casi 20cm, y cayó la esperanza de vida de unos 65 años a apenas 40), trajo enfermedades epidémicas y lo que es peor, creó una división de clases ya que a diferencia de la caza, la agricultura permitía conservar los alimentos por mucho tiempo, o lo que es lo mismo, pemitió el ahorro o lo que es lo mismo, ricos y pobres. En pocas palabras, Diamond postula, que convertirse en especies basadas en la agricultura fue «el peor error de la historia de la humanidad» que con diversos altibajos en la historia nos ha llevado a trabajar cada vez más.

Y luego la historia de la economía y la sociedad mundial ya la conocemos. Hoy en día la gente, en occidente, trabaja entorno a 40 horas semanales, y la realidad es que todos acabamos inmersos en un circulo vicioso de trabajo y consumismo. Viven para trabajar, trabajan para ganar dinero y ganan dinero para comprar cosas. En esa ecuación falta un hecho importante que los investigadores han descubierto acerca de la mayoría del consumo material de las sociedades ricas: la mayor parte del placer y satisfacción que obtenemos al comprar es temporal, efímera y principalmente solo relativa a aquellos que nos rodean (que se esfuerzan por consumir aún más en una espiral sin fin).

Todo ello lejos de la profecía de John Maynard Keynes quien en los años 30 auguraba que para estos momentos los ciudadanos trabajarían unas 3 horas diarias, y tendrían el resto de la jornada para vivir y autorealizarse, generando una sociedad mucho más rica, culta y perfecta que tendería inequívocamente a ir finiquitando las injusticias y desigualdades sociales. Por distintos avatares, y en última y rabiosa estancia la crisis, lo cierto es que no sólo ha habido una disminución en las horas semanales de trabajo a menos de 30 semanales, sino que hoy en día, ajusticiados por la teoría del miedo (Doctrina del Kaos) la población permite el aumento de horas de trabajo a cambio de sueldos más bajos y peores condiciones de vida.

Reflexionándo con lógica, cualquiera es capaz de considerar la semana de 21 horas esencial para ello por dos razones: redistribuiría el trabajo remunerado, ofreciendo la esperanza de una sociedad más equitativa (ahora hay demasiados con exceso de trabajo o desempleados) y al mismo tiempo, nos permitiría disponer de tiempo para aquellas cosas importantes para nosotros pero para las que rara vez contamos con tiempo para hacerlas bien, como cuidar de nuestra familia, viajar, leer o seguir aprendiendo. Por supuesto, manteniendo salarios y condiciones de vida y laborales previas al desmembramiento del bienestar social que está llevando a cabo el neoliberalismo con la excusa de la salida de la crisis.

Incluso cabría decir que esta reducción de la jornada laboral, en todo el mundo, sería la condición más justa y necesaria para evitar el descalabro social, sin cargarse el planeta, puesto que tal objetivo implicaría aumentar 6 veces el PIB mundial, lo que llevado a cabo con los actuales modelos productivos, basados en la injusticia y la especulación, no sólo aumentarían las desigualdades sociales, sino que además acabarían con todos los recursos del planeta.

Evidentemente, la profecía de Keynes ha sido errónea (se han ocupado, muy bien de aquí así lo fuera), más en el propio hecho, que en el sentido del planteamiento, puesto que la evolución de la sociedad pasa inexorablemente por una mejor utilización de los recursos, entre ellos el tiempo, y su uso para mejorar el mundo en el que vivimos, sin pretensiones económicas, pero con trascendencia.

Seguramente no hacía falta una reforma laboral. Sino más bien, una reforma mental. Un cambio en la manera de pensar de una sociedad consumista, anquilosada en la apariencia y la zafiedad y que teje hoy en día, sus relaciones con sus iguales en base al interés, la avaricia y una demostración impúdica y perversa de superioridad económica ante la falta de moral.

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...