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lunes, 23 de junio de 2025

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal



Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas cervecitas. Llegan los turistas a capazos atestando cualquier espacio significativo de nuestra geografía. Ya sean estaciones y aeropuertos, pueblos o ciudades, playas o montañas la avalancha de visitantes arranca la temporada alta de contratación en el sector de la hostelería, y particularmente, en el de la restauración. Bares, tabernas, cafeterías, restaurantes y hoteles incorporan a más personal para atender una mayor demanda, y justo ahora, que tienen que cuadrar turnos y horarios, siempre salen en los medios de comunicación persuasión de masas, como una noticia recurrente más, a decir “que no encuentran camareros”. Que ya nadie quiere trabajar. Que esto es un grave problema. Nadie se molesta en analizar y contar que las plusvalías, ya excesivas durante el año, se potencian en verano, y que quedan lejos de las y los trabajadores que se emplean en este sector.

Por lo tanto, este es el mejor momento para escribir sobre las condiciones laborales y profesionales en el sector de la hostelería. Y además hacerlo porque se trata de una materia que conozco muy bien, pese a que lleve casi 20 años fuera del sector productivo.

Como ya he contado por aquí alguna que otra vez, en mi casa no sobraba el dinero. Por otra parte, la adolescencia supuso en mi caso la típica bajada de rendimiento académico ("gracias" logse), añadida a una incipiente falta de expectativas vitales, anticipo de lo que mi generación íbamos a vivir prácticamente de ahí en adelante. Además, la rebeldía se acentuaba y también se convertía en una capa de mi personalidad, lo que requería paciencia para tolerarla y buscar soluciones. Y esas soluciones eran las lógicas y coherentes al mundo en el que habían crecido mis padres y que unos años más tarde iban a cambiar radicalmente. Por todo ello, en el primer verano recién cumplidos los 16 años y entrado en la edad legal para trabajar, mis padres tiraron de contactos y me metieron en una cafetería de la Plaza Mayor de Salamanca a trabajar. A currar.

Corría junio de 1999 cuando llegué a Los Escudos sin saber nada, no sólo del negocio hostelero, sino de la más simple y vital existencia. En principio, mis funciones iban a quedar en las de mozo de carga y descarga para sacar del bar la terraza y montarla (mesas, sillas y camarera de servicio); colocar el almacén tras el paso de los repartidores, dejando listas las cajas y bebidas que debían ir reponiendo lo consumido durante el día hasta la carga de las cámaras a la hora de cierre. Una sub-tarea que me hacía gracia era el trabajo como alquimista con un embudo y una botella de gaseosa para transformar el vinacho rosado de la casa de apenas 90 pesetas, en la botella de Cigales y Peñascal de hasta 1600 pesetas. Haría recados como ir a buscar pan y más bollería, llevar los cuchillos a afilar a los soportales, ir a recoger pedidos al Mercado de Abastos, a la ferretería de Morocho o a la licorería de Correhuela. Si no había salidas me tenía que afanar en recoger todos los servicios del turno de desayunos ya servidos y consumidos para tirar a la basura los desperdicios, cargar el lavaplatos y devolver la vajilla limpia de nuevo a su posición de ataque. Todo eso de 7 a 10 de la mañana, y de ahí hasta la 1 del mediodía que acababa mi turno, aprovechar el intervalo entre la hora de los desayunos y la de los aperitivos para que los camareros profesionales me fueran enseñando los pormenores del oficio cara al público: servir un café, servir una mesa, poner una caña, un vino, etc. Y limpiar. Siempre limpiar. Barrer, incluso fregar el estropicio de la mañana en el salón y las mesas, cargar los servilleteros, vaciar las papeleras, etc., etc.

Un contrato de aprendiz (ya desaparecido) bajo la categoría de “ayudante de camarero de barra/mesa” (acabo de buscarlo en la vida laboral online) por media jornada de 7:00 a 13:00, de lunes a sábado por unas, aproximadas y recordadas, 55.000 pesetas que yo veía como un fortunón. Después de un par de semanas de madrugones y autobuses, esfuerzos y sudores, palizas y quemaduras con la cafetera o el lavaplatos industrial, empecé a verlas tan escasas como en realidad eran, pero la novedad de trabajar, junto a su componente identitario de clase, la posibilidad de relacionarse y de aprender, y el hecho de poder gastar (casi) sin mirar, hizo que el oficio me gustará y según adquiría nuevas habilidades comenzaba a verlo, incauto de mi, como un opción posible. Por lo menos para unos años.

Incluso hasta los manuales de la Academia de formación profesional A__m_, que debía estudiar y preparar tanto los test como las prácticas, como parte del contrato de aprendiz, me parecían estimulantes y necesarios. Particularmente me intrigaba el juego que daba la coctelería, aunque mi mayor destreza adquirida fue el montaje de mesas de comedor.

Aquel verano fue el pistoletazo para entrar a trabajar periódicamente, y hasta que completé mi formación académica y profesional como informático (ya hablé de esto), en el sector de la hostelería. Camarero era la profesión y el trabajo, y ya en el siguiente curso (creo recordar que era el segundo de bachiller y durante los dos años de la primera FP que hice) fui en varias ocasiones de extra a los banquetes del Hotel Regio, al que podía ir y volver andando desde mi casa. Acudía a las 10 para montar el comedor, servir mesas durante bodas, comuniones o reuniones empresariales, recogíamos y fin. Cenábamos lo que hubiera sobrado, y 10.000 pesetas por el servicio. Con la llegada del euro nos deflacionó a 50€.

El siguiente verano fue el primero de vuelta a Los Escudos. Repetí la misma modalidad de contrato que podía hacer porque el anterior no había llegado a los 4 meses y porque habían pasado más de 6 desde que finalizó. La novedad vino en que una semana estaría de mañana con el mismo horario que el año anterior y otra de tarde, desde las 15:00 hasta las 21:00. Este año recuerdo que fui aumentando mis prestaciones como camarero. Añadí a mis habilidades la elaboración del café irlandés (lástima que he perdido una fotografía que me hizo “Gabi” el fotógrafo de LaGaceta un día de esos años mientras preparaba 4 a la vez que iban a salir a la terraza). Añadí la preparación de “copas” y empecé a trabajar el tema de los aperitivos que en ese bar fundamentalmente se centraban en el embutido y el queso (por lo que empecé a manejar la cortadora con algún que otro susto), el cuchillo jamonero para ir haciendo mis pinitos como “violinista” de la sal, y el uso de la puntilla para ir deshuesando y cortando las piezas para usar en la cortadora. Empecé a trabajar la plancha, y sobretodo a limpiarla (menudo asco), y por encima de todo comencé mis primeros paseos con la bandeja, poco a poco, añadiendo más volumen y mesas más grandes.

En mis turnos seguía los del “encargado del bar”, un cabronazo con pintas que de buenas deba miedo, pero que cuando estaba de malas ponía firmes hasta los clientes. Y no bromeo. Por supuesto, siempre obraba a favor de empresa hasta que fue despedido, y ni siquiera los ya más que frecuentes impagos al personal o a los proveedores, los saldaba él bajo su autoridad sin que sonase ni las mínima discrepancia. La mejor manera que tuve de conocer como funciona una dictadura o una autocracia fueron estos dos años de experiencia laboral y personal. Y digo dos porque al verano siguiente, en 2001, como ellos estaban contentos con mi labor, a mi me venían bien las demoradas ya 60.000 pesetas y moviéndome en transporte público también me era cómodo, como digo, tras el primer curso de mi primera FP de informática, repetí experiencia en Los Escudos.

Al cuarto año la situación cambió. Yo había acabado esa primera FP y pasado por las prácticas en empresa que resultaron un fiasco mayúsculo. Al segundo día tenía claro que no iban a contratarnos a ninguno de los 4 que fuimos a sacarles tarea ordinaria y extraordinaria sin costarles casi ni un duro, y encima subvencionados. Por lo tanto, cuando me llamaron para reincorporarme en esa tradición veraniega, “el niño” como me llamaban el resto de camareros, ya venía con una intención de trabajar más horas, ganar más dinero e incluso alargar los meses de trabajo dadas las escasas perspectivas de futuro.

Era el 10 de junio de 2002, pleno año de la Capitalidad cultural europea de Salamanca y el calor y el volumen de trabajo en el sector turístico era abrumador como tuve ocasión de comprobar ya el mismo día de re-incorporación.

Ese lunes entré a trabajar a las 8 de la mañana y estuve hasta las 3 de la tarde. Volví a las 19 horas y estuve hasta cierre que se dio más allá de la 1 y media de la mañana cuando me esperaban en la puerta dos alemanas en otra historia paralela que quizás algún día cuente. Cuando comiendo casi a las 4 de la tarde en mi casa, comenté la jugada con el horario esclavo a la que yo había llegado a la conclusión (porque nadie me lo había dicho), mi madre casi se echa a llorar. En total trabajé más de 12 horas, más otra hora y media larga de desplazamientos en bus, y al día siguiente “mi obligación” era entrar de nuevo a las 8 de la mañana y repetir esa semana el mismo turno. Sin posibilidad de día de descanso. Y así las siguientes 6 semanas. Y todo era porque en ese momento en la cafetería de la Plaza Mayor éramos sólo 4 trabajadores, los dos profesionales que abrían o cerraban a turno continuo, yo para echar una mano, y una chica en teoría para la limpieza a la que añadieron sin protesta la tarea de “elaborar pintxos”. Un auténtico despropósito que evidenciaba la nula gestión, las prácticas corruptas y caciquiles propias de un empresaurio que ejercía con autoridad su poder en las relaciones laborales y personales hasta llevarlo al terreno de la mansedumbre y la gleba. La práctica totalidad de los trabajadores había marchado de la empresa o se había colocado en otros bares de la misma, menos concurridos y con mejores condiciones, por lo menos de salubridad, harta ya de los impagos y de una jerarquía empresarial de tintes feudales que replicaba el sometimiento hacia arriba, desde la base hasta la cúspide, en proporción numérica. El ambiente de trabajo era tóxico y nocivo. Si no se pagaban a los trabajadores, y tampoco a varios de los proveedores, mucho menos se acometían las reformas integrales que necesitaba el local, infestado ahora ya sí de ratas, algunas de tamaño de gatos, y tampoco bromeo. El falso techo de escayola sobre el salón del bar eran su ecosistema, y daba pavor escucharlas chillar, pelear, follar o lo que hicieran allí arriba. También detrás de los botelleros y la maquinaria del bar se lo pasaban muy bien calentitas, atentas a cualquier desperdicio que cayese para devorarlo, a un lado u otro de la barra. Hasta que en septiembre no se personó Sanidad y los funcionarios del ay-untamiento de Salamanca, previa denuncia anónima de primeros de julio (que fue mía, ya le quito el anonimato), no se llevaron a cabo unos mínimos trabajos que radicaron en masillar los butrones por los que aparecían, retirar algunos cadáveres que atufaban, duplicar la dosis de mata-ratas que aplicábamos los mismos que manejábamos alimentos para el consumo humano (“tranquilos” que lo hacíamos con unos guantes de fregar dedicados en exclusividad para esta tarea, todo sea por la seguridad), y hacer algo de limpieza general básica del local. Incomprensiblemente recibieron la aprobación de las autoridades y al día siguiente abrieron como si tal cosa. Sigo sin bromear. Para que luego digan estos “empresarios” que no se sienten respaldados por las administraciones. Si tienen contacto directo con ellos y no les aplican las leyes y normativas como a los demás, no me jodas.

Durante las seis o siete primeras semanas de trabajo de aquel verano no descansé ni un día. Ni yo, ni mis dos compañeros. Y las palizas de trabajo eran morrocotudas. Las cajas diarias estaban en torno a los 4.000 recién estrenados euros, subían a 7.000 en fin de semana. Y seguíamos siendo 3 todos los días. Empezaba el día montando la terraza -recuerdo un día que fue tal la paliza que nos dieron en desayunos que la empecé a montar a las 1 del mediodía-, y acababa la jornada recogiéndola y barriendo, como era y es lógico, la parcela. En medio quizás ponía 200 cafés, más o menos 200 cañas y 100 copas de vino. Con su tapa obligatoria con lo que iba a la cortadora de fiambre unas 300 veces y al microondas unas 100. Barría el salón 3 o 4 veces el mismo día, limpiaba la barra y las mesas una docena de veces. Subía al almacén de arriba (donde el falso techo) para cargar cajas y llenar dos o tres veces los botelleros y subía a pulso desde el almacén en el piso inferior 3 o 4 barriles de cerveza de 50 litros cada día. Perfectamente podía subir y bajar 20 o 25 pisos todos los días y bien cargado, y si hubiéramos podido añadir un cuenta pasos me habría ido a más de 15 kilómetros diarios de media. Estoy seguro. Eso sí que eran entrenamientos duros y no la mariconada esa de los marines americanos que llaman crossfit y por la que te cobran una pasta JoséLui.

Todo esto todos lo días y como digo, casi el primer mes y medio sin un día de descanso. Incluyo aquí el célebre viernes de julio en el que tras haber currado por la mañana a mi entrada a partir de las 7 de la tarde, sólo yo sirviendo la terraza, es decir, cogiendo comandas, preparándomelas yo mismo tras la barra, llevándomelas, sirviéndolas, cobrando y recogiéndolas, recaudé más de 3.000 euros, viendo y tocando el primer binladen de los dos que han pasado en todos estos años cerca de mi. Pero es que Javi, sólo en la barra en su turno facturó casi 2.000 euros. Y ahí ya llevábamos 10 días sin cobrar la nómina de junio, por lo que a las bravas, unilateralmente, cogimos la recaudación del día e hicimos 4 sobres con los salarios, la legal de 48 horas semanales más nocturnos de los tres camareros, y la chica que limpiaba y cocinaba, y las de horas extras que eran en negro unos 300 euros por cabeza (una miseria). Firmamos unos pagares a espera de recibir la nómina física. Antes llegó la ira del dueño y su subalterno, aplacada con la pertinente amenaza de denuncia a la Inspección de trabajo.

Las 12 horas de tajo al día no me las quitaba nadie, pero además tenía que añadir hora y media de trayectos en el siempre deficiente bus interurbano de Salamanca a Santa Marta. Cuando salía de cierre si estaba con Javi me acercaba a mi casa en su coche. Si cerraba con José el Cepa me tenía que buscar la vida y alguna vez me fui andando hasta mi casa.

Y aún con todo ser camarero, el oficio, me gustaba. Desde luego reconocía la paliza física y mental. Lo peor sin duda, el aguantar al personal que implicaba ser psicólogo, terapeuta y confesor de los parroquianos y a veces de los que llegaban por accidente a aquella barra o a aquella terraza. El esfuerzo físico era de aúpa, tanto que había días que sudaba dos camisas blancas, una en cada parcial de turno. No digo que lo hiciera con una sonrisa, pero la juventud, divino tesoro, me permitía exprimir el cuerpo al máximo, empezar a tornearlo antes de pisar cualquier gimnasio, sin acumular aparentemente el cansancio. Dormía como un bendito y a la vez, era capaz de empalmar una o dos jornadas enteras de trabajo con sesiones de fiesta en la noche salmantina del 2002. Eso sí, cuando a finales de julio entró más personal y pudieron devolverse los días de descanso me dieron una semana entera libre y el primer día y medio, me lo pase dormido sin levantarme ni a mear. Me mantengo alejado de la broma.

Como digo a mediados de julio incorporaron más personal. Concretamente dos chicas a las que ya sabíamos les pagaban menos fruto del patriarcado, si es que eso era posible. Además, llegaron un par de camareros de los otros bares de la empresa con la intención cada uno de hacerse encargados y dueños y amos del cotarro. Si bien la colaboración de Soraya y Maura fue bienvenida para los sentidos y para aliviar el trabajo, la de los otros dos mendas fue más un incordio que otra cosa, por lo que aunque se ganó en más tranquilidad con más reparto del esfuerzo y se acabó en cierto grado el trabajo a destajo, tampoco la situación fue boyante. De hecho, los impagos de nóminas y sobre en negro se fueron alargando, y con el año nuevo de 2003, al tiempo en el que me convertía en el delegado sindical más joven de la provincia, me cambiaba al restaurante de la marca, en la Plaza la Libertad para trabajar más tranquilo.

Desde entonces y hasta finales de julio de 2003 seguí trabajando de continuo en la hostelería. Después al comenzar la segunda FP de informática aproveche los módulos convalidados de la primera para trabajar en el bar de mi calle los fines de semana y hasta el verano siguiente, con los que reuní otra buena retahíla de grandes momentos en torno al sector hostelero y el oficio de camarero. Y por supuesto, toda experiencia vital, laboral y personal, constituyó mi propio ser e ideología, cimentando mi conciencia como clase trabajadora, con la necesidad y obligación de luchar, y el reconocimiento de quiénes eran y son nuestros enemigos.

Hoy en día, cuando me sirven una consumición y el camarero o camarera me entrega el vaso o la copa donde voy a beber sujeto por arriba; o cuando en un restaurante me llega el plato con el pulgar del camarero marcándose en el borde (tampoco ayuda la vajilla moderna cool imposible de manejar con decencia). O cuando el trabajador o trabajadora huele a sudor porque lleva horas con la misma ropa y añadiendo esfuerzos físicos continuados en un ambiente extenuante y caluroso, pienso en lo dura que es esta profesión. Lo mal pagada que está, lo absolutamente precarizada, con muchísimas trabajadoras, mujeres y también racializado, con personas inmigrantes empleadas con las condiciones leoninas que los nativos quizás ya no estamos dispuestos a soportar, impuestas por empresarios explotadores con la conveniencia de unas autoridades míopes y clasistas.

Estoy harto de escuchar que ya nadie quiere trabajar en la hostelería, que hay muchas paguitas, y que la gente joven ya no quiere esforzarse. Pero lo cierto es que hoy un camarero o camarera difícilmente llegará a las 170.000 pesetas y luego 1.000 o 1.200 euros (más unos 120 en propinas) que cobraba yo en 2002. De hecho, si añadimos la inflación de 20 años de estafa y crisis, evidentemente salen a perder. Desde luego me lo sacaban del cuerpo a hostias, a jornadas durísimas de esfuerzo continuado durante horas en condiciones penosas. La más desagradable de todas aguantar al género humano que como dice Fito con Platero "siempre el cliente no tiene la razón". Si piensas que un trabajador en un restaurante del Pirineo francés o en una taberna en Dublín y te cuentan que ganan entre 3000 y 4000 euros por 5 días de trabajo semanal, -lo sé porque he hablado con ellos en los últimos años-, encuentras normal y hasta lógico que los profesionales españoles emigren al Norte para mejorar sus condiciones vitales y poder ahorrar con este oficio tan antiguo y tan ligado a la prostitución.

Los empresaurios se aprovechan de la situación de vulnerabilidad de todas estas personas para tirar al suelo las condiciones laborales y profesionales del sector, al que se presenta como fundamental en la economía y la productividad nacional. La falta de formación del personal, sobretodo si es eventual y focalizado en la temporada alta, es paralela a la ausencia de consideración y respeto hacia la persona que trabaja y nos sirve en una mesa o en una barra.

Dicen que ya no encuentran camareros como los de antes. Profesionales del boli click que te cantaban la carta acompasada y con tono. Barmans que con solo verte aparecer ya sabían cómo prepararte el carajillo y cómo te gustaba de cargada la copa de sol y sombra. Que ahora es imposible contarle a un chaval de barba hipster, con pendientes (yo ya los llevaba en la oreja izquierda con 18 años), pircings, tatuajes y cresta multicolor lo buena que está la alemana de la terraza, y muchos menos, decirle sandeces a la mujer que está sirviendo o limpiando. Trabajando.

Esos camareros, y si hombres camareros, no mujeres, ya no existen. Son una especie extinguida que no tenía precio. Y como no tenía precio entonces les pagaban una miseria que han heredado los que hoy en día por necesidad o por gusto, caen en este sector productivo y nicho de ocupación. Quizás también se extinguen porque entrar en este sector es sinónimo de adquirir los peores vicios que el cuerpo puede aguantar. Trabajar hasta la extenuación por supuesto, pero sobretodo el tabaco, alcohol, moverse en el mundo nocturno de la fiesta que son gradientes y grilletes para lacerar la vida del camarero y atarlo a su puesto en la galera. Se lamentan porque ya nadie quiere levantarse temprano antes que nadie para servir churros y porras y acostarse tarde, más tarde que todo el mundo, después de servir copas y limpiar las mierdas que dejamos en barras, salones y baños de los bares. Que nadie quiere ya aguantar los humores del personal y su falta acuciante de educación. Y que la gente está harta de limpiar y limpiar que es lo que se hace la mitad del tiempo que se trabaja en la hostelería, porque hay que aguantar mientras este el dueño tomando copazos con los amigotes, o el jefe, o el encargado como doberman o Inspekteur der Konzentrationslager (IKL) -inspectores del campo de concentración de la Alemania nazi-, para que nos vea haciendo algo medianamente productivo, aunque no haya nada que hacer. Y toda esta acumulación de horas legales, a-legales e ilegales pagadas con la voluntad de escamotear a las autoridades laborales se pagan por salarios de miseria, que a duras penas satisfacen esos caprichos comunistas de comer caliente y dormir bajo techo.

Por todo esto, y seguro más cosas que me dejo en el tintero, cada vez les cuesta más encontrar personal. Porque la gente cuando puede elegir huye de este sector precario y esclavizado al que la tecnología no le ha quitado ni penosidad ni esfuerzo, sino que encima le han añadido mucho más trabajo al tener que disponer de más productos, más preparaciones y mayor disponibilidad al pisoteo ajeno no vaya a ser que el cliente se enfade, no vuelva y encima te ponga de vuelta y media en una reseña online. Pues que no vuelva una idiota congénita que va a un mesón maragato a pedir un bloodymary o que no vuelva un muerto de hambre que se cree con derecho de pernada sobre el personal de la cafetería.

Cuando trabajar de noche o en fin de semana o en festivo se paga por poco más que una palmadita en el hombro. Cuando no se legislan ni vigilan las horas extra que se hacen en este sector y estas acaban siendo colosales. Cuando las condiciones laborales se saltan como listones de salto con pértiga que batir por parte de empresaurios (todavía me indigna y a la vez me hace reír los panegíricos que la muerte de “José Manuel” provocó en los medios de comunicación charros, con todos sus pufos, impagos, deudas con Hacienda y la Seguridad Social y sentencias judiciales en contra obviadas) y sus organizaciones (la infausta asociación de la hostelería salmantina enemiga de Salamanca y de los trabajadores). Cuando las facultades profesionales se obvian por parte de todos, incluidas las autoridades, sin tener en cuenta la condición clave que el turismo tiene en la economía española. Cuando trabajas como una mula deslomada por la mitad de horas cotizadas y por un salario que no te garantiza ni un sitio digno donde dormir y descansar. Cuando te roban la dignidad (afortunadamente existen notables excepciones) y así te convierten en una cosa que “les sirve” sin poder siquiera soñar con acceder a ser tú algún día “el servido”. Cuando te quitan todo, incluso hasta el miedo, no tienes nada que perder y el siguiente paso es concienciarse, y aunque sea tarde, luchar.

Retomando el hilo auto biográfico de más de media entrada recuerdo que a finales de mi presencia en Los Escudos me ofrecieron la posibilidad de coger uno de los bares a tiempo completo. Concretamente querían que llevará el de Cuesta Santi Spiritus, o que me pusieran de subalterno de Javi en el de la plaza. También me hicieron una oferta, informal, en el Novelty, cuando Paco Novelty entró en Los Escudos sin equivocarse de local a semanas de acabar el verano de ese 2003 para hablar conmigo. Les gustaba mi forma de trabajar y querían que entrará con ellos a trabajar la terraza. Igual que unos años antes rechacé una oferta del Albense de fútbol sala, ligado al Caja Segovia, para jugar con ellos, también decliné la oferta para seguir estudiando y dedicarme al mundo de la informática. E igual que en la anterior ocasión no se sabe qué hubiera pasado, aunque apuesto a que mi vida habría sido muy diferente.



Editando: Viendo la fotografía de mis andanzas con pelazo y pajarita me vienen más recuerdos y atentados a la dignidad trabajadora. La camarita enfocada a la caja registradora, no fuera que nos diera por "robar". La mini cafetera que tuve que ir a buscar en un renault clio, mi primera conducción tras sacarme el carnet 7 meses atrás, a Ovejero en Garrido para sustituirla por la de 4 puertos que se había chamuscado. Los malabares que había que hacer durante 4 meses para poder servir correctamente con ella y con el volumen de cafés que se pedían ahí. La tenían parada en la reparación por falta de pago del caradura de mi jefe. De hecho limpiar la cafetera era otra de las tareas diarias bien jodidas y penosas que había que hacer, por lo menos un par de veces al día. La pila de bricks de leche para tapar los agujeros en la decoración. La propia decoración viejuna que se caía a cachos. Las noches en que nos quedábamos Javi y yo cazando ratas como si fuera un safarí. Los zapatos que acaban cada verano destrozados. El palo que pegó uno que entró a trabajar y huyo a la carrera al quinto día a mitad de turno con la caja y la recaudación de un número de lotería de Navidad bajo el brazo. Lo bien que me lo pase en las despedidas (y eso que las detesto) sobretodo con las chicas de Medina del Campo. Los chinos desvalijando a turnos las tragaperras para disgusto de mi jefe que tenía esa otra línea de negocio. El queso de oveja macerado en aceite de oliva, joder qué bueno estaba.

y más y más cosas ...


lunes, 5 de septiembre de 2022

Salvemos Cádiz


La provincia de Cádiz es un lugar maravilloso de nuestro país. La diversidad de espectaculares playas, muchas de ellas mantenidas en entornos naturales con poca o ninguna presencia constructi humana, con montañas y bosques de alcornoques; de marismas y dehesas; de pueblos blancos, salteados de murallas y fortalezas de frontera; con la ciudad de Cádiz, punta de belleza inconmensurable en torno a la que se coloca la bahía. La mezcla de naturaleza e historia; de paisaje y costumbres; de gentes y gastronomía nos regala uno lugar único.

Una provincia que aúna belleza paisajística, un trato humano magnífico y notables experiencias con las que embriagar los sentidos. Todo un cóctel perfecto para convertirse por méritos propios más que evidentes, en un potencial del turismo veraniego español. Yo mismo he pasado varias quincenas o semanas en todos estos años por las playas y los pueblos de Cádiz, y por lo tanto, he ayudado a inflar la burbuja del turismo que ahora amenaza con hacer añicos todo lo que nos atrae de Cádiz, de una provincia que para los que vivimos alejados del mar, se convierte en una arcadia perenne; en una ensoñación de una jubilación placentera y plena.

Parajes como Conil o Vejer, con su magnífica playa de El Palmar, han venido sufriendo la amenaza de la megalomanía y la especulación para destrozar los parajes y costas naturales de todos, en los inmensos réditos de empresarios y caciques de todo pelaje. La acción de la población civil y la oposición frontal de ayuntamientos de Izquierda Unida han permitido, hasta hoy, que bien sobre mal, se mantengan las costas y parajes naturales, y que los pueblos conserven su esencia que es lo que los ha hecho tan únicos y atractivos. Toca siempre intentar visitarlos, como a toda la provincia, con respeto y atención para captar su forma de ser. Y también estar pendiente para colaborar y denunciar cualquier proyecto urbanístico y hotelero que derrumbe algunos de los pocos espacios de casi no intervención capitalista -lo de vírgenes ya no puede ser-.

Muchos de estos espacios cuasi originales conservados en las costas españolas se sitúan en Cádiz. El hecho de que durante los años del desarrollismo y hasta bien metidos los años 90, gran parte de la costa estuviera en manos del Ministerio de Defensa, libró al territorio de la vorágine especulativa y han permitido que se mantengan, como decía más arriba, en un aspecto cercano al natural y original. Sin embargo, estas protecciones pueden no ser suficientes ahora que acaban los mandatos del ejército sobre estos terrenos que antiguamente se empleaban como campos de entreno y maniobras, tanto de marinería, infantería o anfibias. Devueltas las parcelas a los ayuntamientos, ya salivan muchos empresaurios del sector turístico españistaní para explotar los pocos kilómetros de costa libres de cemento, y hacer del paraíso natural de Cádiz, que es de todas y todos, empezando por los propios gaditanos y gaditanas, en pingues beneficios de unos pocos.

Por ejemplo, de politciastros de medio pelo, corruptos en potencia y en esencia, que no van a dudar en malvender el patrimonio natural de sus municipios al primer especulador, patrio o extranjero, que aparezca. Utilizarán el cebo del desarrollo y el paro, extremo en la provincia, para prometer unas inversiones y unos puestos de trabajo, que serán precarios por definición y acabarán por derruir los locales tanto en el sector pesquero, agrícola como en el del servicios actual.

La zona de Zahara de los Atunes, pedanía pesquera perteneciente a Barbate, está en el punto de mira de los especuladores, los corruptos y de quienes defendemos un medio natural y un turismo y consumo, responsable, sostenible y digno. La proliferación desde hace años de urbanizaciones y campos de golf, con Atlanterra (ya perteneciente a la localidad limítrofe de Tarifa) como paradigma, nos pone en guardia para evitar que el patrimonio que es de todos quede en manos de unos pocos que no dudarán en exprimir su potencial, hasta ahogarlo, hasta robarle la esencia, y no dejar de vuelta, más que las facturas y los destrozos; los residuos, las aglomeraciones, el tráfico excesivo y las restricciones de agua.

La viabilidad de la Costa de la Luz y de toda la provincia de Cádiz no puede estar sometida a visiones diocechescas del crecimiento perpetuo, a ilusiones de desarrollo turístico y a alentar planes mastodónticos de crecimiento urbano y peri urbano que se encienden con la llama de vacuas promesas de empleo. Y esto no lo digo como un asiduo visitante de esta magnífica tierra que tengo clavada en el corazón. Lo digo porque por suerte conozco a muchos gaditanos y gaditanas, que viven en su tierra, o que quieren volver a ella, y para ello saben que es vital conservar la esencia que las hace tan especial. Ya conocen, ya lo conocemos todos, que estos proyectos solo dejan las basuras y se llevan las plusvalías lejos, sin que apenas las huelan los locales. La falta de infraestructuras, tanto viarias, como de canalización y tratamiento de aguas deberían de frenar estas propuestas de despilfarro y laminación. Y sin embargo, cada dos por tres, y todo el tiempo, en el territorio, toca defenderse, informar y denunciar. Luchar por conservar lo poco de costa natural que nos quedan.


Yacimiento arqueológico de la antigua ciudad romana de Baelo Claudia. Playa de Bolonia en Tarifa (Cádiz)

 

Parajes inmensos en belleza y esencia. Plenos de historia -estamos hablando del Cabo Trafalgar hasta las ruinas arqueológicas de la ciudad de Baelo Claudia en la playa de Bolonia-, naturaleza y formas de vida autóctonas -pescadores, artesanos del esparto, la madera, la cerámica, agricultores o ganaderos de retinta, etc.- no pueden verse erradicados. Ya no valen el fomento de políticas urbanísticas y turísticas, porque ya han quedado demostradas que son un fracaso, solo alientan burbujas que explotan en forma de crisis recurrentes, no cumplen ni con el desarrollo económico local, ni tampoco con la creación de un empleo mínimo de calidad.

Cádiz, su patrimonio, sus pueblos, sus playas y montes, y sus gentes merece futuro y dignidad. Necesita inversiones, si, pero no aquellas que ya sabemos que sirven únicamente para borrar su pasado, parasitar su presente y erradicar su futuro. No se puede permitir la continua esquilmación de los recursos, empezando por el propio suelo, y siguiendo por el agua dulce, pero también salada. Y sin olvidar el recurso básico de la vida de las personas que residen en el territorio. Su bienestar, su salud y su dignidad como trabajadores. Por todo ello, ames o no Cádiz, debemos estar atentos en colaborar, estar informados y rechazar de plano los proyectos megalómanos de turismo y ladrillo. Cádiz no lo merece; y todos, sin distinción, no los queremos.


 

martes, 22 de agosto de 2017

El Turismo como muestra del más irracional neoliberalismo


La patronal hotelera ejerciendo como lobby, ha elevado una petición al Gobierno de la nación para proceder a una regulación del sector turístico en nuestro país. Lo hace ante la avalancha no solo de turistas que corren desesperados por ocupar una hamaca en primera línea de playa o piscina, o de viajeros agolpados a los andenes y aeropuertos, sino también de protestas, individuales o colectivas, de ciudadanos hartos de ver sus entornos, naturales o urbanos, degradados y degenerados.

Y también lo hace ahora que empiezan a escocerle de verdad las pérdidas en el sector, fruto de la entrada del
intrusismo de particulares, que lejos de requisitos fiscales y administrativos, asaltan la tarta que la patronal creía, y quiere, conservar en su totalidad. También está resultando perjudicial para el sector las imágenes de borracheras y descontrol, desesperantes colas y bajada de la calidad que la masificación turística ha traído y que aleja paulatinamente a los turistas que planean vacaciones con mayor calidad. 

El turismo para España ha sido desde los años 60 su ventana internacional, el más reconocible aspecto de la manida "Marca España" y el único punto de entrada de divisas extranjeras en el balance nacional, además de suponer un porcentaje cada vez mayor tanto en el PIB como en las tasas de ocupación. Y ahora es la clave de bóveda que sustenta toda la política económica del gobierno del PP.

Es con el "
boom" actual del turismo (al que han favorecido la situación de inestabilidad e inseguridad internacional en otros destinos) la única tabla de salvación que avala los números que presenta Rajoy y su recua de maleantes, inmorales e ineptos. En éste sector donde se fomentan las bajadas de paro, claramente estacionales, dada las nulas políticas e inversiones en industria, desarrollo y tecnología. Sin el turismo, y sin la cuestión nacional quebrantada por Catalunya, quiero creer no se sostendría el gobierno actual, asaltado por la corrupción intrínseca del Partido Popular, por lo que entrar a valorar posibles regulaciones se hace más que dudoso.

Y no se trataría sólo de una situación ideológica, una defensa a ultranza del mercado y el liberalismo dentro de la
corriente ultra liberal que adereza sus políticas claramente reaccionarias de ultra derecha católica, sino que además vendría a enmendar una suerte de políticas y mandatos, unas veces más veladas que otras, en las que el núcleo duro de la por supuesto también, neoliberal UE ha asignado a nuestro país. Buscando diversificar la economía de la zona común a España le ha caído en desgracia ser el patio sórdido de recreo de los países del norte, con una oferta de sol y playa, y borracheras y descontrol. De este modo, al proceso de des industrialización de bienes de equipo y consumo que nuestra modesta economía de los 80 presentaba, le ha seguido una suerte de regulaciones algunas veces y des regularizaciones la mayoría de ellas que han alimentado una burbuja turística por la que parece que tiene que caminar la senda social y económica del país.

Una toma de decisiones que explota hasta la extenuación la masificación las costas especialmente del Mediterráneo y que olvida el rico y majestuoso patrimonio natural, cultural, etnográfico y paisajístico del interior del país. Así España acumula al mismo tiempo las zonas más atascadas de turistas y varias de las más olvidadas y con menor presencia en la lista de deseos de los viajeros.

Pero no nos equivoquemos y vayamos a pensar que el
lobby hotelero está muy preocupado por la sostenibilidad de nuestro turismo y su impacto medioambiental y social. No le preocupan las consecuencias del tipo de turismo que nos han impuesto en nuestras ciudades y pueblos, de los problemas que acarrean a los vecinos (acceso a la vivienda, violencia, actitudes incívicas, gasto sanitario, etc.). Y ni muchos menos que la buena labor profesional de sus trabajadores estén en la conciencia de los empresarios hoteleros.

Lo que a la patronal le preocupa es la entrada de viajeros a través de los canales que no controla en exclusividad. Mientras que estas personas han viajado a nuestro país de manera anónima, individual o en pequeños grupos, y sobretodo, gracias a Internet, de manera autónoma sin intermediarios locales, no les ha importado aplicarles esas plusvalías para beneficio propio. Pero cuando la cosa se ha vuelto en su contra con la aparición de los portales tipo “
Airbnb” y demás que han abierto la puerta a la competencia, desleal hay que decirlo, de particulares han clamado por control estatal e intervención gubernamental.

Un proteccionismo y una regulación que ha brillado por su ausencia cuando se han tratado las condiciones laborales de sus trabajadores, a los que esta misma
patronal hostelera ha explotado hasta la extenuación y el hartazgo, frente, otra vez la indiferencia, cuando no el rechazo, del conjunto de la sociedad, y de algunos agentes como sindicatos mayoritarios o partidos de izquierda simpáticos.

Ese
turismo barato de todo incluido, de bajo valor añadido, que ha atestado de visitantes determinados y concretos puntos de nuestra geografía, especialmente en la costa mediterránea, sólo ha sido posible mediante leyes, como la Ley de costas de 1988 y la infame Ley del suelo de 1998 que permitió que se pudiera construir, con toda la dosis de corrupción que ha traído consigo, en todo el territorio, sin distinción de protecciones y ordenaciones más elementales.

Pero han sido las reformas laborales, y en especial la de 2012, las que han acabado de apuntalar esta realidad. Al abrir la puerta a las subcontratas, los falsos autónomos y la constante degradación de los derechos laborales de los trabajadores cualificados lo que ha otorgado aún más poder a los patronos frente a los trabajadores que ahora componen
una clase trabajadora explotada, mal pagada, precaria y donde la profesionalidad en el sector de la hostelería, cada vez más brilla por su ausencia lo que ahonda cada vez más en el círculo pernicioso.

Sin ninguna duda,
para poder ofrecer ese turismo de todo incluido se han tenido que deteriorar las condiciones laborales y profesionales (salarios, derechos de huelga, a convenio, negociación colectiva, seguridad laboral) del conjunto de los trabajadores del sector de la hostelería, por lo que como primera intervención debe ser la recuperación de todos los derechos perdidos, los salarios, la estabilidad laboral y por supuesto la estimación de la dignidad y el respeto de quienes trabajan en la hostelería.

Al tiempo se comprueba una
nueva burbuja inmobiliaria en nuestras principales ciudades, con Madrid y Barcelona a la cabeza, pero también en los destinos turísticos de sol y playa masificados, especialmente en las Baleares. La proliferación de pisos turísticos ofertados en plataformas online, lejos de los registros administrativos y los requisitos fiscales ha hecho que el acceso a la vivienda de quienes viven y trabajan en estas zonas se vuelva prohibitivo, imposible. Existe de facto, una expulsión de los barrios céntricos de las personas, con sus usos y costumbres, de quienes han vivido o tienen interés en hacerlo de continuo, que se ven desplazados o cuando menos ven como se pierde su forma de vida.

Y es que tampoco hay que olvidar la pérdida del comercio y los recintos hosteleros tradicionales de las zonas de gran afluencia turística, sin distinción de que se trate de centros urbanos o zonas de costa. Miles de personas pierden su modo de vida y cientos de miles el acceso a las compras y el consumo tradicional. En cambio, se les ofrecen los productos y usos de franquicias y establecimientos que además de generar un empleo de menor calidad y en menor cantidad, que el que antes se encontraba en estas zonas, trae sus suministros de espacios geográfica y socialmente alejados lo que supone
un ataque a la sostenibilidad del modelo turístico, y sobretodo del modo de vida de la gente.

La sostenibilidad ambiental no puede ser olvidada y degradada como una cuestión adyacente a las actividades humanas. Ni mucho menos. La actual situación de
cambio climático manifiesto y drástico que está degenerando los ecosistemas y la vida de millones de personas exige respuestas de todos, tanto ciudadanos, como administraciones para regular nuestras actividades y que estas tengan el menor impacto posible. Y con el actual boom turístico eso no esta pasando.

La
gestión del agua, tanto potable, como residual, es manifiestamente mejorable, y más en un escenario de severa sequía y aumento de las temperaturas. Muchos hábitats costeros y fluviales se están viendo degradados de manera casi definitiva, debido a que no ha existido la más mínima planificación de la llegada de visitantes, haciendo que depuradoras y canalizaciones sean incapaces de soportar el volumen de agua usada para poder reutilizarla.

La gestión de los residuos sólidos tampoco soporta el impacto de las aglomeraciones turísticas. Las tasas de reciclaje en estas zonas masificadas caen dramáticamente mientras aumenta el consumo de plásticos de forma exponencial. Y tampoco el tráfico y el urbanismo es capaz de ordenar la afluencia de personas, por lo que se producen congestiones y aumentos en las emisiones de gases nocivos para la salud, normalmente en espacios naturales que ostentan cierta protección administrativa.
Por todo esto es necesario, vital, regular el turismo.

Un turismo que es una consecuencia, un éxito de la lucha de clases, de la consecución, con lucha y negociación de los trabajadores para tener descansos retribuidos en sus años trabajados. Con ello, y al calor de la proliferación también de vuelos baratos hace unos años en la gran crisis-estafa económica, aparece como perentoria la labor para analizar, regular y estructurar la llegada de visitantes, tanto extranjeros como nacionales, a los destinos turísticos, y por ende, a cualquier zona del país.

Como sociedad debemos exigir de nuestras instituciones que tengan la capacidad de legislar pro activamente para evitar situaciones como las arriba descritas y que han propiciado las
lógicas y legítimas protestas de los vecinos y colectivos que han visto como sus ciudades o los espacios naturales de todos se ven invadidos sin control ni responsabilidad.

Desde luego,
el derecho a viajar, a conocer nuevos destinos y disfrutar de su gastronomía, su folclore, cultura y su belleza paisajística es necesario cuidarlo y garantizarlo, pero para ello, para que no existan ciudadanos de segunda y tercera y cuarta categoría (los que no pueden irse de vacaciones) tenemos que regular el acceso turístico a estos lugares tan masificados y propiciar de una manera responsable que las visitas se espacien en el tiempo, y se hagan extensibles con naturalidad y sentido común, a otras zonas que no tienen tanto turismo. En definitiva, hacer que las visitas turísticas no se concentren en tan poco tiempo, en tan pocas zonas y con tantas personas.

Para evitar la masificación turística hay que plantearse ya, por qué no, una
limitación del número de turistas, y quizás por qué no, la creación de impuestos turísticos que vengan a sufragar los gastos ocasionados en materias como salud, seguridad o sostenibilidad ambiental, y que hoy en día, dentro de la jungla que ha convertido el neoliberalismo nuestras relaciones, quedan exentas y por lo tanto abiertas a la degradación paulatina de todos nuestros servicios y por ende de la calidad de vida de las clases populares.

Por todo esto,
por motivos medioambientales, laborales, habitacionales y sociales es legítimo exigir una regulación y una administración estatal sobre el turismo, como con otros aspectos de nuestra vida que sufren bajo las garras de los poderosos. Lo agradeceremos todos, por ende las clases trabajadoras, pero sobretodo lo agradecerán nuestras ciudades y pueblos, playas y montañas
 

jueves, 7 de enero de 2016

Muchas Ciudades en una sóla Ciudad

Barcelona y el Mediterráneo desde el Parque Güell

Si existe una ciudad en nuestro país (o como sea la relación que tenemos entre unos y otros) que es referencia turística internacional. Cuyos emblemas y postales son automáticamente reconocidos. Con el que la mente del extranjero asocia las palabras España y progreso o siglo XXI. Esa ciudad es Barcelona.
Y a Barcelona tuve a bien encaminarme en noviembre en lo que iba a ser una escapada perfecta de fin de semana, en la que conocer tan magnífica ciudad en la previa, con la excusa de disfrutar de buena música en directo y de la compañía de mi pareja.
Pero lamentablemente la barbarie terrorista trajo el daño colateral de la suspensión de la gira de Foo Fighters donde el concierto de Barcelona se encuadraba. Hago aquí un alto para decir que aunque respetable, ¿no deberíamos como sociedades occidentales, avanzadas y sobretodo experimentadas ya en la lucha contra los fascismos, no parar nuestras expresiones culturales, no frenar el ritmo de nuestro modo de vida, más allá del luto debido y la seguridad necesaria? Es una reflexión que dejo ahí, abierta a vuestra participación vía comentario.
Por fortuna Barcelona supo hacerse valer y dejarnos unos días fantásticos en los que poder olvidarse de todo. Y es que es fácil hacerlo al caminar y disfrutar de una urbe poliédrica que por cada zona y barrio que visites se descubre ante ti como un espacio auténtico y propio, inseparable del conjunto de la capital catalana, pero que saben trasladarte más allá de la guía de viaje y el destino del billete de ida.
Estos barrios y distritos por si solos merecen la visita a Barcelona, y la preparación del viaje sabiendo dejar tiempo y espacio para su disfrute y comprensión. Su vislumbre y reflexión te hace empezar a comprender la cultura catalana y propia barcelonesa, además de acabar con la certeza de ver como natural la distinción de Barcelona como punta de lanza del turismo español (destino más visitado) así como de polo turístico mundial.
Con Barcelona no es fácil la tarea de decidir por donde empezar. Pero una vez llegados por el AVE a la Estación de Sants y alojados en el Hotel Sant Angelo (Consell de Cent, 74, Eixample; muy buen hotel por situación, servicios y precio), todo fue uno para deslizarse por el Metro y visitar el corazón de la ciudad, La Plaza Catalunya, lugar de encuentro e inicio de los paseos turísticos de las grandes tour-operadoras. Allí tras degustar unas hamburguesas en la Hamburguesería Bacoa (prometo informarme y escribir en un futuro sobre este negocio) iniciamos camino por el Paseo de Gracià, una avenida que perfectamente se podía confundir con las avenidas de las grandes capitales europeas, construida para el caminante a quien se guarda respeto por encima de la congestión de tráfico que padece. También tiene su espacio entre las innumerables terrazas y puestos el ciclista, todo ello jalonado por una arboleda que no puede competir con la belleza del bulevar salpicado por edificios modernistas de tremenda belleza, entre los que destacan como no podía ser de otra manera, por su imaginativa funcionalidad tanto la Casa Batló y la Casa Mila de Gaudí, Casa Lleó i Morera de Montaner y la Casa Amatller de Cadafalch (esta adosada a la Casa Batló, y particularmente me pareció de gran belleza y originalidad).


Arriba, Casa Milà de Gaudí; Abajo Casa Amatller de -Cdafalch a la izquierda y al a derecha la Casa Batló de Gaudí
 
Pero está serie de paseos reconocibles y nombradísimos no pueden o no deberían cerrar la visita a otras zonas como el distrito de Ciutat Vella donde reside en buena medida el espíritu barcelonés. Quizás tuve la inmensa fortuna de compartir este viaje con una persona que conoce y ama Barcelona, y que por supuesto buena parte de ese amor y cariño viene por conocer los rincones, me atrevo a decir más auténticos de la ciudad y sus establecimientos y calles más singulares.
Y en esa singularidad sobrevive centro histórico de la ciudad, recogido en este distrito de Ciutat Vella. En él conviven los barrios El Raval y el Barrio Gótico, el Born y la Barceloneta todos ellos con personalidad propia. Puedes perderte por las intrincadas calles del gótico, que igual que si estuvieras disfrutando del centro histórico de cualquier ciudad. Allí puedes pararte a vislumbra la gótica fachada de La Catedral de Barcelona, pero que fue construida en 1913, o bien puedes deleitarte con la belleza neoclásica del centro político de Catalunya, la Plaza Sant Jaume, con su maravilloso puente neo-gótico entre el Palacio de la Generalitat y la Casa dels Canonges, y continuar camino hasta llegar a los edificios históricos de la Universidad de Barcelona, pasando por una buena maraña de conventos, casa nobiliares y pequeñas plazuelas y fuentes jalonado siempre con estimulantes comercios.
El lugar de avituallamiento obligado debe ser la tetería Salterio (Carrer de Sant Domènec del Call, 4), un pequeño rincón de paz y misticismo donde se mezclan en el ambiente y en los sentidos la extrema amabilidad y delicadeza de su regente, con los mil y un sabores que las especias y productos naturales dotan a las riquísimas pócimas que en forma de infusiones y pastas y salados árabes ofrecen al cliente. Si vas una vez, casi seguro gestionarás tu agenda por Barcelona para volver una y otra vez.
Para empezar bien un día en el que quieres conocer hasta cuatro particularidades de este totum que es Barcelona, lo mejor que puedes hacer es acercarte a una de “Las Granjas”. Este tipo de establecimientos funcionan como el auténtico bar de desayunos, tradicional y castizo donde las principales armas son la sencillez en el trato y el arte de preparar los productos, la naturaleza y frescura de los mismos, así como el raigambre del espíritu histórico y popular del emplazamiento en el que se encuentra. Destaca La Granja Palleresa (Calle Petritxol, 11, en pleno Barrio Gótico), donde a un cuidado y servicio tradicional, le suman unos productos fantásticos, como un impresionante chocolate a la taza, así como artesanales ejemplos de repostería que van desde los churros y porras (con un mínimo toque grasiento) a magdalenas, ensaimadas y croissantes de producción propia. Y ni que decir tiene que los no menos artesanales flanes, arroz con leche o cremas catalanas son una invitación a pecar con la gula de aliada.
Bajando por La Rambla hasta caer al Born, donde en una suerte de “La Latina” barcelonesa se construye un barrio vivo y luminoso aspectos que se disfrutan al dialogar con los vecinos y los comerciantes y restauradores. Antes de llegar allí se puede disfrutar de la impresionante e imaginativa fachada del Palau de la Música, así del conjunto arquitectónico donde se engloba el Museo de Picasso en Barcelona. Y justo en la entrada de este barrio la Iglesia de Santa María del Mar, realmente bella e imponente, para posteriormente en otra plaza encontrarte con el moderno edificio del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA).
Un lugar de avituallamiento de obligado cumplimiento es El Xampanyet (Carrer de Montcada, 22) para degustar un vermut casero envidiable, así como la especialidad que da nombre al local (una suerte de vino blanco espumoso). Sus tapas son copiosas, destacando las anchoas. El precio me resulto algo caro, para ser el típico bar de toda la vida (lleva abierto más de 80 años), pero supongo que es lo que sucede cuando un local tradicional se lanza hacia el cliente extranjero y se convierte en referencia en las guías y recomendaciones.
Ya que se está por la zona no se puede dejar de visitar el parque de La Ciutadella, un lugar verde excepcional, fresco y acogedor, sobre el que descansar y huir del ruido de una urbe del tamaño de Barcelona. A la hora de comer más que recomendable resultó ser La Llavor dels Origens, cocina catalana en un ambiente juvenil y desenfadado. Un gran lugar para disfrutar de productos ecológicos con una gran presentación. Y todo para terminar la jornada por el entorno de La Barceloneta, que representa otra singularidad de Barcelona, que se presenta ahora como una ciudad marítima, abiertamente mediterránea, con bien diferenciados una peculiar y encantadora zona pesquera, con otra más turística y delimitada por el puerto deportivo. Tan destacable era disfrutar de la arena y el agua junto al sol de noviembre, como elevar la vista hacia las cumbres que dejan la ciudad entre la montaña y el mar.
Para descubrir otra personalidad de Barcelona se puede emplear una mañana para acudir al mercado Els Encants, en el barrio del Eixample. Lo que hoy podía pasar por un rastro de una ciudad cualquiera, es en realidad lo que queda de uno de los mercados de artesanía más antiguos de Europa (data del Siglo XIV) y en el conviven en su parte baja los puestos de venta ambulante, con la parte de arriba ya en el nuevo edificio diseñado para tal fin, con los puestos estables. En estos, para mi lo más interesante, puedes encontrar de todo entre los artículos de segunda mano y antigüedades. Desde música, tanto vinilos, cds, como tocadiscos y demás aparatos de reproducción. Productos artesanales, libros, decoración para el hogar, ropa, accesorios, juguetes, armas de colección... Especialmente estimulante encontré una tienda dedicada al mundo del coleccionismo en general y el frikismo en particular, donde encontrar desde muñecos de acción de cualquier cómic, peli o serie de tv, a posters de cine e incluso réplicas de los coches trabajados en Fast n'Loud. El establecimiento se llama Dacasa, y si hubiera estado currando unos 500€ no dudo que me habría dejado en ella. En definitiva, un lugar donde perderse, aprender y disfrutar comprando.

 Sagrada Familia de Gaudí
Desde allí es un agradable paseo por El Ensanche Barcelonés acercarse hasta la Sagrada Familia. Para que os hagáis a la idea es recorrer entre las imágenes del skyline barcelonés de la Torre Agbar (al lado del mercado Els Encants) hasta las torres de la póstuma composición de Gaudí. Por supuesto inacabada, abarrotada de gente y con una entrada a su interior insultantemente cara y abusiva es la foto más elemental de la capital catalana, pero no por ello, al menos en mi opinión la más bella. Ni siquiera como obra de Gaudí, puesto que considero sus casas nobles del paseo de Gracia así como los edificios que legó en León o Astorga de mucha mayor belleza y más aún indudable funcionalidad. Supongo que como se suele decir habrá que esperar a verla a acabada, valorando como se comporta con el entorno (encuadrada en un parque pero a la vez encerrada entre calles de tráfico rodado) así como la monstruosidad en cuanto a tamaños y exigencias técnicas.
No se puede decir que has visitado Barcelona si no se lleva a cabo un paseo para paladear el Barrio de Gracià. Sin duda alguna elemento del ensanche barcelonés donde se asentaron las clases trabajadoras y hoy sus vástagos, se empeñan en considerarse clase media. Pese a todo cabe indicar que hablamos de calles de inusitada belleza, compuesta por la racionalidad con la que se buscó maximizar la funcionalidad en el espacio, con plazas y parques que invitan a la vida en la calle, así como viviendas con amplias ventanas y coquetos balcones, donde colgar la estelada.
Mi incursión en Gracià fue pequeña, pero bastó para descubrir un magnífico lugar para vivir dentro de Barcelona, toda vez, que los precios de la vivienda sean razonables, ya que aunque con problemas de movilidad y tráfico si que ofrece al vecino y vecina todo lo necesario en cuanto a servicios para vivir.
El recorrido terminaba en otra muestra del genio de Gaudí, el Parc Güell, platea perfecta donde vislumbrar el Mar Mediterráneo con toda Barcelona expuesta a él. Un lugar mágico, como bosque de piedra, en el que perderse y encontrarse en la ruleta de un tiempo que detiene y arranca Gaudí expresión máxima del modernismo donde la búsqueda de belleza y utilidad se conjugan para crear espacios ideales. Si con la Sagrada Familia, en mi opinión pecó de opulento, aquí clavo un diseño que regala a Barcelona observar su propia imagen.
Para terminar esta primera experiencia por las calles de Barcelona, dejamos Montjuic y la Plaza de Espanya, en el distrito de Sants-Montjuic. Desde la Plaza Espanya y el Parc Joan Miró, dejando de la lado la antigua Plaza de Toros hoy convertida en multicentro comercial ascendemos por la montaña de Montjuic hasta el impresionante Edificio del Museo de Arte Nacional de Catalunya que va salvando la ascensión a través de terrazas coronadas con fuentes ornamentales. Ya en él se hace imprescindible rodearlo a través de los Jardines de Joan Maragall, donde además si uno se gira puede comtemplar la réplica a la panorámica desde el Parc Güell, volviendo a ver Barcelona en este caso, recorrer la línea de playa y extenderse hacía las montañas. Ya allí el paseo por la zona olímpica, con el Estadio, el Palau Sant Jordi, las piscinas Picornell y demás equipamientos deportivos legados por los Juegos Olímpicos del 92 enriquecen aún más el cóctel que Barcelona puede ofrecer.

Estadio Olímpico de Montjuic
Como me viene pasando de un tiempo a esta parte, no disfrute en demasía de la noche barcelonesa en su componente de fiesta. Aún así unos pequeños apuntes: El bar del museo de cera es un lugar fantástico para quedar y tomar una cerveza echando una gran conversación; en cuanto a baretos y pubs heavys, quizás fruto de mi desidia con el mundo nocturno, no había hecho una selección previa, pero aconsejado por mi cicerone particular acabamos (toda la noche) en El Tequila, con el detalle de tener auriculares colgados sobre la barra para poder escuchar la música a todo trapo, que le pedías al pincha, mientras el resto de la gente la escucha a un volumen que permite conversar. Quizás sabiendo que mi cultura musical es vasta, sólo nos concedieron un tema de Arch Enemy y otro de Foo Fighters, pero mientras sonaba Airbourne, Sober, Sepultura, Iron Maiden, Muse o Metallica no tuvimos a mal desgallitarnos, luchando por las mierdeces que colaba el resto de la peña y luchando por mantener nuestro espacio en la barra ante las avalanchas de guiris con invitaciones a chupitos que parece que es a lo que se dedica más el bar. Decir que estuvimos hasta el cierre del local y echando un parlao con unos finlandeses y con algunos que flipaban con tal ímpetu de demostración heavy. Después tras el cierre, continuar la fiesta exigía grandes desplazamientos, por lo que desistimos. Prometo volver, y si vuelvo, prometo llevar una agenda nocturna más aseadita.
Pero antes de todo esto, como parte del contrato con mi compinche en este viaje era visitar un tugurio muy especial. Otra peculiaridad de Barcelona, quizás la más singular y petarda. De travestido castizo envuelve un local donde lo decadente y lo sublime se tocan hasta lo pornográfico. Hablo de El Cangrejo (Carrer Montserrat, 9 bajos, en El Rabal).

Momento de la Actuación en El Cangrejo

Para entrar hay que echarle valor. La calle en la que está no te otorga esa seguridad que buscas habitualmente. Ya dentro, la decoración te lleva a través de una colección caledoiscópica que mezcla un museo de los horrores con el escenario low cost de Cuéntame. Pero lo mejor es aprovisionarte al escenario y disfrutar de lo que en él va a acontecer.
Y es que de un momento a otro se van a subir las diferentes drags, algunas incluso septuagenarias, residentes del local que cantan, bailan y se mofan sanamente de la actualidad, de su trasnochada y ajada vida con sus anécdotas más picantes y cachondas, así como de los espectadores con los que interactuán, lucrándose con la vida sexual de cada uno. Antes te habrán soplado 10€ por un tercio, pero con las carcajadas y el buen ambiente te habrás olvidado del precio hasta escribir tu reseña del local en Internet.
Para terminar con mi aproximación a Barcelona, un hecho a destacar es la comparativa. Quizás porque vengo de una ciudad que languidece apasos agigantados, donde su cultura y saber desfallecen ante lo zafio, cutre y rancio. Esa Salamanca abominable en la inmovilidad comparada frente a Barcelona que por el contrario se muestra abierta, orgullosa de su legado cultural y guardián de su intrínseco costumbrismo, pero sabedora de ser un potencial que forma parte de ese mismo carácter mediterráneo acogedor y atento a todo lo que puede ser beneficioso para si mismo y el conjunto de la sociedad.
Si ya de por si pierde la ciudad y perdemos todos los que deseamos un modelo social, de turismo y de ocio y cultura con unos mínimos estándares de calidad, con por ejemplo, Toledo, la cual ya bien conozco, que decir con una Barcelona que no tiene ningún problema es saber recibir oleadas de turistas de perfil bajo y a la vez saber cuidar y ganarse a esos turistas que no les importa gastarse “algo más de 10€”.
No es, por tanto, anecdótica la ya clásica disputa castellana versus catalana, que de un punto grotesco deriva a una disputa entre una Salamanca, cerrada, donde vencieron y convencieron, frente a una Barcelona, que lejos de clamar lo que es suyo (y de todos, personas e instituciones indistintamente), se toma con cierta guasa el affaire de los “Papeles de Salamanca”; es un ejemplo diáfano de dos caracteres enfrentados, que mal conviven en un estado y sociedad que de parte castellana, lejos de reconocer sus limitaciones y anquilosamientos se niega a abrirse a lo que Catalunya (y Euskadi) pueden ofrecerle, y donde por el otro lado, Catalunya lucha por desligarse incluso culturalmente de la influencia y riqueza de un pasado y presente común con Castilla y la vieja España.
Y lo mejor de todo es compartir estos momentos y estos espacios con alguien especial. Una persona que además ejerce de Cicerone asombrosa, descubriéndote esas otras ciudades escondidas. Barrios ajenos a los bullicios de tour-operadores y los agobios de las guías de viajes. Locales y rincones donde poder huir de todo, hasta de los problemas de la vida. Y sobretodo capaz de hacerme vivir en perenne sonrisa, reflejo de la suya propia.
Me quedan muchas “Barcelonas” por descubrir dentro de Barcelona, y no tengo ninguna duda de que volveré a hacerlo y a revivir y recordar en la piel y los sentidos lo experimentado por estos pocos días de noviembre en los que disfrute, aprendí y visite la capital condal.

 La Playa de la Barceloneta

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...