miércoles, 9 de marzo de 2016

Capitalismo: El mal en el mundo


 “Sistema” es el conjunto de normas, reglas, preceptos o leyes que, en nombre del capitalismo, intenta universalizar la organización de la vida económica, social, política y cultural de los pueblos a través del control político-empresarial de bancos y multinacionales. Tecnócratas y “magnates” de las finanzas y la especulación imponen el ritmo indefinido e imparable de la productividad por la competitividad. Globalización y consumismo son su objetivo. Neoliberalismo, mono-culturalidad, unicidad y homogeneidad, su ideal. La naturaleza como objeto de explotación y de negocio, su credo. Su orden, criminal por inhumano, pues sus abyectas leyes salen de los templos del dinero en nombre de la democracia.
El sistema, establecido “unilateralmente” por países occidentales, quiere homogeneizar su “modelo de usos” urbi et orbi: he aquí un foco de conflicto con centenares de culturas que no tienen la misma manera de ver y entender el mundo, pueblos que no entienden la vida como un medio para lograr sus ambiciones y que no consideran la naturaleza como objeto de explotación a su disposición (¿Quién provoca guerras por el control de los recursos naturales? ¿Qué países son líderes en la fabricación de armamento? ¿Quién habla de terrorismo y de guerras preventivas donde mueren miles de personas inocentes?).
La idea de “progreso” surge de esta ideología del desarrollo basada en el crecimiento perpétuo que genera la explotación, producción, competitividad, expansión y consumo (palabras clave de la democracia), un concepto de progreso definido desde la perspectiva de aplicación tecnológica deshumanizada, donde los PIB, el beneficio, es preponderante, preeminente, en tanto la persona queda en segundo plano, chupando el caramelo envenenado del sistema, creyéndose feliz… ¡Lo dice la TV! Bajo estas premisas son engañados nuestros sentidos.
Alejadas ya las “humanidades” de la Universidad para evitar el pensamiento y la reflexión (plan Bolonia, entrada de las empresas en los claustros) en una sociedad configurada mediáticamente; desestimado el trabajo tradicional (economías históricas) y artesano en favor de la especialización donde cada individuo está obligado a pensar como gestor, o sea, que las consecuencias de ese pensar han de reportar beneficios económicos, se ha creado una sociedad prácticamente mecanizada, y esta condición ha procurado tanto la postración de los valores humanos y la relación entre las personas como la despolitización general de las masas (el político pierde su dimensión humana, la “política” se convierte en una lucha por la conquista del poder y la democracia cree que la cantidad manda. Ya todo es espectáculo. Estas son las condiciones bajo las cuales el ciudadano emite su voto). Estas circunstancias hacen plantear los problemas políticos desde una visión exclusivamente económica, interesada y “privada”, de la cual se encargan los llamados “tecnócratas” al servicio del capitalismo. Como resultado, las naciones pierden su soberanía en favor de grandes bancos y corporaciones (FMI, Club Biderberg, Foro de Davos).
La tecnocracia, hija del capitalismo, es una amenaza para la democracia porque deshumaniza la política violentando el ritmo de la naturaleza, priorizando el negocio, utilizando la persona. Grandes superficies, grandes supermercados, internet, grandes empresas con privilegios fiscales… cada vez más, el ciudadano no tiene derecho a tener su pequeño comercio, sólo servir a las empresas del capital, eso sí, con título universitario, sin derechos y esclavizados. Por otra parte, la máquina tecnológica substituye a pasos agigantados la mano de obra. Así reparte la democracia moderna la riqueza.
El presente (del cual nos olvidamos) y la realidad de sus consecuencias presenta la destrucción sistemática del hábitat, la contaminación general, el exterminio de pueblos indígenas en nombre de los recursos naturales, el exterminio general de especies animales y vegetales, desaparición de culturas, desertización, agotamiento de acuíferos, acumulación de residuos tóxicos y radiactivos, invasión de objetos en desuso por todas partes, desaparición de la capa de ozono, deshumanización… ¿Cómo permitimos que perezcan ahogadas centenares de familias que huyen de guerras provocadas por el capitalismo? ¿Dónde están las Instituciones? ¡Levantando muros en Europa! Es una vergüenza.
Debemos reaccionar contundentemente ante esta oligarquía financiera y su colonización tecnológica, ante este capitalismo devastador y su globalización. Así, no necesitamos de estos líderes políticos que nos hablan desde la ambigüedad y mediocridad demagógicas de proyectos de integración, de lucha contra el cambio climático, de lucha contra la hambre, de prosperidades, de paz y de toda esta arquitectura semántica tan dichosa y ornamentada: “la actual política ya ha agotado toda credibilidad”, sobre todo para miles de millones de personas que viven sin esperanza en la miseria más absoluta. Además, empíricamente, como podemos comprobar, este “sistema” es susceptible y propicia la corrupción.
Necesitamos transformar urgentemente nuestra sociedad democrática y su sistema de usos si queremos sobrevivir; necesitamos personas íntegras, “integradas, conectadas con la totalidad del planeta” que tengan clara una “política des-monetizadora” capaz de poner sobre la mesa los problemas “reales” para poder luchar frente a frente contra este maldito sistema capitalista… Hace falta, pues, hacer una elección: deconstrucción del sistema, sobriedad individual, cambio radical… o subordinación, velocidad y estallido final.
La Revolución no obedece a ningún líder o grupo, la Revolución es la Conciencia del Pueblo ante la injusticia social. Nuestra Conciencia está por encima de cualquier Ley… Hoy más que nunca ¡Practiquémosla!”
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