“Sistema” es el
conjunto de normas, reglas, preceptos o leyes que, en nombre del
capitalismo, intenta universalizar la organización de la vida
económica, social, política y cultural de los pueblos a través del
control político-empresarial de bancos y multinacionales.
Tecnócratas y “magnates”
de las finanzas y la especulación imponen el ritmo indefinido e
imparable de la productividad por la competitividad. Globalización
y consumismo
son su
objetivo. Neoliberalismo, mono-culturalidad, unicidad y homogeneidad,
su ideal. La
naturaleza como objeto de explotación y de negocio,
su credo. Su orden, criminal por inhumano, pues sus abyectas leyes
salen de los templos del dinero en nombre de la democracia.
El sistema,
establecido “unilateralmente” por países occidentales, quiere
homogeneizar su “modelo de usos” urbi et orbi:
he aquí un foco de conflicto con centenares de culturas que no
tienen la misma manera de ver y entender el mundo, pueblos que no
entienden la vida como un medio para lograr sus ambiciones y que no
consideran la naturaleza como objeto de explotación a su disposición
(¿Quién provoca guerras por el control de los recursos naturales?
¿Qué países son líderes en la fabricación de armamento? ¿Quién
habla de terrorismo y de guerras preventivas donde mueren miles de
personas inocentes?).
La idea de “progreso”
surge de esta ideología del desarrollo basada en el crecimiento
perpétuo que genera la explotación, producción,
competitividad, expansión y consumo (palabras clave de la
democracia), un concepto de progreso definido desde la perspectiva de
aplicación tecnológica deshumanizada, donde los PIB, el beneficio,
es preponderante, preeminente, en tanto la persona queda en segundo
plano, chupando el caramelo envenenado del sistema, creyéndose
feliz… ¡Lo dice la TV! Bajo estas premisas son engañados nuestros
sentidos.
Alejadas ya las
“humanidades” de la Universidad para evitar el pensamiento y la
reflexión (plan Bolonia, entrada de las empresas en los claustros)
en una sociedad configurada mediáticamente; desestimado el trabajo
tradicional (economías históricas) y artesano en favor de la
especialización donde cada individuo está obligado a pensar como
gestor, o sea, que las consecuencias de ese pensar han de reportar
beneficios económicos, se ha creado una sociedad prácticamente
mecanizada, y esta condición ha procurado tanto la postración de
los valores humanos y la relación entre las personas como la
despolitización general de las masas (el político pierde su
dimensión humana, la “política” se convierte en una lucha
por la conquista del poder y la democracia cree que la cantidad
manda. Ya todo es espectáculo. Estas son las condiciones bajo las
cuales el ciudadano emite su voto). Estas circunstancias hacen
plantear los problemas políticos desde una visión exclusivamente
económica, interesada y “privada”, de la cual se encargan los
llamados “tecnócratas” al servicio del capitalismo. Como
resultado, las naciones pierden su soberanía en favor de grandes
bancos y corporaciones (FMI, Club Biderberg, Foro de Davos).
La tecnocracia,
hija del capitalismo, es una amenaza para la democracia porque
deshumaniza la política violentando el ritmo de la naturaleza,
priorizando el negocio, utilizando la persona. Grandes
superficies, grandes supermercados, internet, grandes empresas con
privilegios fiscales… cada vez más, el ciudadano no tiene derecho
a tener su pequeño comercio, sólo servir a las empresas del
capital, eso sí, con título universitario, sin derechos y
esclavizados. Por otra parte, la máquina tecnológica substituye a
pasos agigantados la mano de obra. Así reparte la democracia moderna
la riqueza.
El presente (del cual nos
olvidamos) y la realidad de sus consecuencias presenta la destrucción
sistemática del hábitat, la contaminación general, el exterminio
de pueblos indígenas en nombre de los recursos naturales, el
exterminio general de especies animales y vegetales, desaparición de
culturas, desertización, agotamiento de acuíferos, acumulación de
residuos tóxicos y radiactivos, invasión de objetos en desuso por
todas partes, desaparición de la capa de ozono, deshumanización…
¿Cómo permitimos que perezcan ahogadas centenares de familias que
huyen de guerras provocadas por el capitalismo? ¿Dónde están las
Instituciones? ¡Levantando muros en Europa! Es una vergüenza.
Debemos reaccionar
contundentemente ante esta oligarquía financiera y su colonización
tecnológica, ante este capitalismo devastador y su globalización.
Así, no necesitamos de estos líderes políticos que nos hablan
desde la ambigüedad y mediocridad demagógicas de proyectos de
integración, de lucha contra el cambio climático, de lucha contra
la hambre, de prosperidades, de paz y de toda esta arquitectura
semántica tan dichosa y ornamentada: “la actual política ya ha
agotado toda credibilidad”, sobre todo para miles de millones de
personas que viven sin esperanza en la miseria más absoluta. Además,
empíricamente, como podemos comprobar, este “sistema” es
susceptible y propicia la corrupción.
Necesitamos transformar
urgentemente nuestra sociedad democrática y su sistema de usos si
queremos sobrevivir; necesitamos personas íntegras, “integradas,
conectadas con la totalidad del planeta” que tengan clara una
“política des-monetizadora” capaz de poner sobre la mesa
los problemas “reales” para poder luchar frente a frente contra
este maldito sistema capitalista… Hace falta, pues, hacer una
elección: deconstrucción del sistema, sobriedad
individual, cambio radical… o subordinación, velocidad y estallido
final.
“La Revolución no
obedece a ningún líder o grupo, la Revolución es la Conciencia del
Pueblo ante la injusticia social. Nuestra Conciencia está por encima
de cualquier Ley… Hoy más que nunca ¡Practiquémosla!”
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