Tenía
planes para estas horas estar ya en Bruselas. Haber cogido mi vuelo,
junto a mis padres, para poder visitar a mi hermano. Reencontrarnos
en Bélgica y poder disfrutar de sus ciudades, su gente, su ambiente,
su gastronomía, su chocolate y su cerveza. Esas eran las pretendidas
voluntades para estos días. Y todo ha quedado aparcado. Desmoronado.
Abatido. Preocupado e indignado. Ayer 30 horas antes de que nuestro
avión saliera de Madrid-Barajas, una célula terrorista yihadista
atacaba el aeropuerto bruselense de Zaventem, y una hora después
estallaba una bomba en el interior de un vagón en las proximidades
de la estación de metro más próxima a la instalaciones y símbolos
políticos europeos.
Las
ametralladoras y las bombas suicidas volvían a resonar en Europa,
trayéndonos una dosis pequeña, pero doliente y demoledora, del día
a día de Siria. O de Yemen. O de Afganistán o Irak. Tenemos que
volver a lamentar, condenar, un ataque indiscriminado y terrorífico
sobre la población civil, la inocente clase trabajadora. Y algunos
estas condenas y repulsas, nuestro dolor fruto de la empatía como
ser humano y de la rabia contra el fascismo, tenemos que hacerlas con
cuidado, evitando caer en los mismos mensajes de los “islamofóbicos”,
de “nuestros” fascistas neo-nazis y de los mediocres que
aprovechan cualquier excusa para hacer demagogia y electoralismo del
más bajo nivel, mezclando churras con merinas. Es preciso
recordar, en este momento, que los refugiados a los que la Unión
Europea del Capital está dando la espalda y poniendo alambradas y
mil impedimentos, son también víctimas que huyen de la barbarie
terrorista y de guerras por intereses creados de las potencias
occidentales. Somos todos víctimas del terrorismo, pero dejamos a
los refugiados estigmatizados por su color de piel, por su
procedencia, pero sobretodo por sus propiedades y su cuenta bancaria.
Bruselas
vivió ayer la misma barbarie que otras ciudades europeas como
Madrid, Londres, París o Moscú ya han vivido. Tuvo una premiere
del dolor cotidiano de Oriente Medio. Un terrorismo que allí y aquí
está financiado por Arabia Saudí, armado por la industria
armamentística occidental y que aprovecha la dependencia económica
mundial del petróleo, sobretodo de los emiratos del Golfo Pérsico y
la península Arábiga, cuyo coste es más barato a razón de hacer
negocios con una suerte de dictaduras y sátrapas medievales que
tienen a bien pasarse los derechos humanos por el forro. Y de remate
la Unión Europea para no desentonar hace lo mismo con los refugiados
y el lamentable acuerdo con Turquía.
El
ataque terrorista ya ha sido reivindicado por el Daesh. Ya hemos
tenido las concentraciones de rechazo y condena ante las
instituciones de cuando los atentados son en territorio “amigo”.
Ya están los xenófobos y oportunistas haciendo su agosto sin
importarles las víctimas o la verdad. Y algunos imbéciles, como el
Primer ministro francés, Manuel Valls, no dudan en afirmar que
“estamos en guerra” dando a terroristas el status de
combatientes, con todo lo que eso significa, en un momento en el que
la justicia en Europa persigue a quienes acuden a combatir el
islamismo radical y el fascismo del Daesh en Siria y Turquía junto a
los kurdos, como también en Ucrania. Ya hemos tenido una primera
dosis de golpes en pecho y bombardeos como respuesta de Occidente a
cada ataque. Y por último, sufrimos por si no fuera poco ya, la
inoperancia de unos medios de comunicación que buscan el impacto
lacrimógeno antes que la información, y que no dudan en ocultar los
errores y la realidad, si eso afea o demuestra la responsabilidad de
sus amos.
Y
aquí llevo varías líneas y más de un día reflexionando por lo
eventual de la existencia. La supremacía de la coincidencia por
encima de certezas, planes y pronósticos. Luchando por convencerme
de que los terroristas no mediatizan mi vida, cuando si lo han hecho.
Comprendiendo la injusticia constante en la que vivimos; Asimilando
que por azares no me he visto mucho más afectado que las víctimas y
sus familiares y amigos. No puedo dejar de sentirme afortunado y a la
vez dolorido, triste y enrabietado. No puedo soportar la idea de
perder a mis seres queridos de manera tan dramática, injusta y
arbitraria.
Toda
mi solidaridad, apoyo y dolor con las víctimas del terrorismo
fascista, de naturaleza islamista, que murieron ayer en Bruseals. Y
también con sus familias y toda la sociedad belga y europea.
Toda
mi solidaridad, apoyo y dolor con todas las víctimas, sus familias y
quien están huyendo de esa misma barbarie desde Siria, Irak, el
Magreb, Nigeria...
Y a
quienes sufren el mismo terror aunque venga impuesto por aliados en
Palestina y el Sahara Occidental.
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