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viernes, 9 de febrero de 2024

Autovías y Tractores


Hay convocadas diversas manifestaciones y acciones reivindicativas de corte de carreteras y accesos a ciudades por parte de algunas de las asociaciones agrarias. Están causando problemas de circulación y alterando lógicamente el orden y funcionamiento del país. Lo han hecho, por cierto, sin las pertinentes convocatorias y anuncios reglados por el estado de derecho, y no están recibiendo la coerción que se supone se le exige a las fuerzas de orden en estas ocasiones. Por recordarlo ante las agresiones de los esbirros del estado con permisos en la mano que algunos otros hemos sufrido.

Existe un descontento evidente y razonable en el sector agroganadero europeo y sus legítimas reivindicaciones y protestas están siendo instrumentalizadas por la extrema derecha, tanto en España como en el resto del continente, recogiendo el testigo de lo que fueron las protestas de los Chalecos Amarillos en Francia. Esto hace que sea muy difícil al común de los habitantes saber interpretar de qué va esto. Entre otras cosas, porque a los medios de comunicación de masas parece que les ha pillado con el pie cambiado y de sorpresa. Sin embargo, esto contrasta con el hecho de que la opinión pública, y también desde la izquierda, estamos absolutamente con los agricultores, ganaderos y con el mundo rural en general. Se entienden muchas de las reivindicaciones y de las problemáticas que existen, y aunque haya quien quiera hacer creer que tanto en el sentir popular, como en esos propios medios, como desde la izquierda se aplica una conciencia urbana que no acaba de entender la realidad del sector primario y de sus gentes, la realidad es que hay un consenso unánime en apoyarlas. Porque es natural y lógico, justo y digno. Y porque estas protestas en el fondo discuten los usos del modelo neoliberal aplicado en este caso al sector primario donde ha llevado la precariedad, la inseguridad y la indignad. Eso sí, la izquierda centrada en las cuitas internas y en el análisis teórico de procesos vuelve a estar alejada del conflicto, y queda el terreno baldío para que la política fascista y reaccionaria se apropie de estas protestas.

Sin embargo y que baste como ejemplo, como al segundo día de manifestaciones y algaradas, los medios han empezado a dar voz a supuestos portavoces del colectivo agrícola y ganadero. La sensación que queda es que esta propuesta va de una caterva de fascistas, metidos en la conspiranoia más aberrante, y sobretodo impulsados contra Perro Sanxe porque “no sé qué de la Amnistía”. Así entrevistan en las autovías o en plató a latifundistas, a terratenientes, a nobles y demás fauna que no ha cogido una azada en su vida. No sabe uno a ciencia cierta si es un “error” de los medios de comunicación de masas al confundir a estas asociaciones del campo, que son grupúsculos de patronos y dueños de los terrenos con entidades que fueran representantes de los trabajadores agrícolas. Ni siquiera con asociaciones mayoritarias. Pareciera que se trata de un mensaje buscado con una intención evidente.

Los tractores y las personas que los conducen protestan contra la Agenda2030, contra Marruecos, Sudáfrica o Chile. Contra los ecologistas porque desde la ciudad no conocen el medio natural. Contra la UE que llena de burocracia, requisitos y umbrales el día a día de la actividad agraria mientras firma acuerdos comerciales hiper laxos con los países del Sur. Y contra el gobierno. Por supuesto.

Que quede totalmente claro que desde aquí y desde toda la izquierda estamos con estas protestas, las apoyamos, las comprendemos y las respaldamos. Faltaría más. De entrada porque lo que están diciendo los agricultores y los ganaderos es lo mismo, igualito, que lo que lleva la izquierda, y particularmente Izquierda Unida, diciendo casi ya 40 años. Que el capitalismo neoliberal es suicida, opresivo. Que el acuerdo de Maastricht iba a traer la desregulación de las cadenas de distribución dejando a quienes se dedican al sector primario en una clara y flagrante desigualdad con respecto a los grandes comercializadores. Que añadía toneladas de papeleo y burocracia que lastraban el trabajo de los profesionales. Que iba a impedir el relevo generacional y por lo tanto aumentaría el fenómeno demográfico del éxodo rural. Que los acuerdos comerciales transnacionales, como el TTIP, dejan el campo y al trabajador a los pies de los caballos de los poderosos. Que iban a poner nuestros productos a competir con otros de escala global producidos con ningún tipo de control y con prácticas y técnicas abusivas y que laminan los derechos de los trabajadores, la salud o el medio ambiente. Que es vital un acuerdo de estado que proteja el medio natural incorporando las legitimas reclamaciones y las enseñanzas y trabajo de todo el mundo rural.

Desde luego la Unión Europea entregada al neoliberalismo ha mostrado una vez más su fracaso y el de esta ideología perversa y homicida. Ha dejado a su propio campo, a sus graneros y provisiones en una situación de desventaja flagrante con respecto a los productos importados de otros países y con los grandes mangantes de las cadenas de producción (no me he equivocado). Y por esta puerta, como ya pasó en el Brexit, la extrema derecha está valiendo su fuerza telúrica en el campo español para incluir su euroescepticismo, su negacionismo climático (y de propina, el entre géneros) y sus proclamas racistas y xenófobas. Y por supuesto, su único afán en tener el poder para saquear el país.

Como contraste estaría bien saber cuántos trabajadores del campo, braceros y jornaleros están siguiendo estas manifestaciones. Cuántos trabajan en el sector. Cuántos lo hacen con contrato y seguridad jurídica. Alguien ha preguntado a las mujeres del mundo del campo que llevan día a día el trabajo en la explotación, del hogar, de cuidados y a veces otro trabajo fuera del sector primario qué piensan de esto (sé que también hay hombres que hacen estas labores, pero el porcentaje de mujeres es abrumador). Hasta el momento las imágenes son de hombres. Casi todos mayores de 50 años.

Sin embargo, según estos ganaderos hay que “derogar la ley de bienestar animal” y “derogar leyes ambientales y de protección de especies que atentan contra la agricultura, ganadería y zonas rurales”. Pues me parecen una serie de reglamentaciones bien necesarias y que nada tienen que ver con el trabajo de los productores pequeños, y si sobre las formas de operar de las macrogranjas, los cotos de caza o las ganaderías de toro de lidia. Si a una empresa que dice que no puede pagar el SMI a sus empleados se le dice que lo mejor que puede hacer es cerrar, en este caso, aplico lo mismo: Si no puedes dar una calidad de trato a la vida de los animales que tienes en la explotación, mejor ciérrala.

Por otro lado, de toda esta protesta rechina bastante lo que tiene que ver con todo lo que es cuidado del Medio Ambiente y de la salud de la población como consumidores de los productos agroganaderos. No tanto por las reclamaciones frente a la Agenda2030. Sí, un emblema que  viene impuesto por las élites, pero que también es uno de los acuerdos internacionales vinculantes más ambiciosos a la hora de plantear políticas y alternativas en defensa del planeta y sus gentes. Y que señoras y señores, está proyectado para el año 2098. No creo que muchos de los que están cortando las carreteras esta semana se hayan leído el plan al completo, y sólo sigan las medias verdades vomitadas por intereses creados de quienes han puesto al campo en la situación actual y que no quieren que nada de eso cambie. De acuerdo en que las iniciativas más importantes que ya sabemos viene impuesta por las élites neoliberales como patada hacia adelante cuqui y en purpurina de un supuesto futuro de progreso y garantía de los derechos humanos pero sin cuestionar las circunstancias de base de toda desigualdad. Pero precisamente por eso, estos agricultores y ganaderos no deberían permitir jamás que la extrema derecha se apropie de sus legítimas y razonables preocupaciones y protestas.

No, se trata de cómo están estos agricultores españoles y europeos adaptándose al contexto cambiante que nos está tocando vivir. A un mundo en el que los combustibles tanto para producir como para transportar lo producido son cada vez más escasos, y por lo tanto más caros. Con un cambio climático real e imparable que está transformando la forma en la que los ecosistemas y sus integrantes se interrelacionan. Con fenómenos atmosféricos cada vez más extremos ya sean sequías, lluvias torrenciales, olas de calor más intensas y repetidas, u olas de frío siberiano más frecuentes. Y sin embargo, ahí los tienes cuestionando a la ciencia, en otra característica básica de lo que es Españistan, y al más evidente sentido común.

En el campo y sólo basta con mirar los resultados de todas las elecciones, se ha castigado tradicionalmente a la izquierda y sus políticos y programas, porque van a traer las penurias a lo rural. Las demandas ecológicas y por protección del medio ambiente se hacen desde la ciudad, sin comprender la realidad del campo, eso dicen, y por lo tanto, se dan mayorías a partidos de derechas que en principio les defienden. Craso error. Porque estas políticas de derechas, de desregulación de los mercados, son las que se cargan el medio rural por intereses especulativos que poco o nada tienen que ver con las necesidades de las poblaciones, de desprotección de la ciudadanía en todos su roles (productor, trabajador, consumidor), las medidas que han favorecido las concentraciones parcelarias hasta el mega-latifundio, las macrogranjas o la pérdida de los puntos de venta en cadenas de distribución más cortas, son las que han puesto la soga y atado el nudo alrededor del cuello del agricultor y el ganadero.

Sí, es muy fácil echar la culpa al urbanita que quiere productos más naturales, ecológicos y saludables. Que estos se produjeran con unas condiciones de prosperidad y dignidad para toda persona que participe en el proceso de producción, distribución y venta. Y que no se deteriorará el medio ambiente. Lo que pasaba hace 50 o 60 años en Europa, 40 o 50 en España. Con lo cual el relato de lo que siempre se ha hecho es falso. Porque antes no se abonaba con cientos de píldoras de colores. Ni se sulfataba a mansalva con drones y avionetas extensiones de 4000 hectáreas o más. Ni había cultivos de regadío donde tienen un suelo y un clima de secano. No se llenaba el buche del ganado con antibióticos a granel, ni se les tenía que impartir vacunas contra enfermedades que aquí no se conocían. Es la globalización y el neoliberalismo los que están cargándose el trabajo y la vida del sector primario. No lo olvidemos.

Y la derecha y la extrema derecha no van a parar esa rueda por muchas facilidades y promesas que hagan. Van a pisar el acelerador del capitalismo más depredador. Mirad lo que ha pasado en Reino Unido, en Estados Unidos, en Brasil o en Argentina. No van a redistribuir la riqueza. Recordemos que por ejemplo votaron en contra de la Ley que prohíbe a las grandes cadenas de distribución obligar a los productores a vender por debajo de coste. Algo que estaba pasando y sigue pasando por la carencia de inspectores que no se han puesto en las administraciones autonómicas que legisla la ultraderecha. Que llevan años gobernando administraciones y provocando trastornos a las personas y a las empresas, al medio ambiente y al patrimonio de todos. Que son corruptos.

No se cuestionan el estado de medio ambiente y de los derechos de los trabajadores del campo. O los formularios y requisitos burocráticos que tienen que hacer frente las explotaciones y sus propietarios. No han vigilado, de hecho han alentado, un reparto de ayudas a través de la PAC totalmente inmoral, injustificado y delictivo, durante ya 30 años.

Desde la izquierda no se puede ver a estas manifestaciones como expresiones de la extrema derecha. Eso sería un error. No comparecer y dejarles que llenen de banderas, muchas preconstitucionales, las justas reclamaciones del sector agrario y ganadero español y europeo sería perder otra oportunidad para poder construir un país más digno, justo y con futuro.

Además es preciso ayudar a que los pequeños productores puedan sobrevivir a este momento de zozobra y cambio, porque el pueblo en general está con ellos, sin usar banderas ni consignas rancias o fascistas. Simplemente porque la mayoría de la gente entiende la labor esencial del mundo rural, porque lo valoramos y lo queremos. Y porque entendemos que merecen un futuro y un bienestar con dignidad. Para todas y todos los integrantes del mundo rural.

 

 

domingo, 26 de febrero de 2012

El peor error de la historia de la humanidad




Hace unos días a través de menéame llegue a un artículo de euribor.com titulado El peor error de la historia en el que hacían referencia a un ensayo de 1987 de Jared Diamond (The Worst mistake in the History of the Human Race) en el que estudiando las condiciones de vida de los omínidos de hace 10.000 años llegaba a la conclusión de que en aquella época prehistórica, cuando el ser humano, o mejor dicho los homínidos antecesores, vivían como nómadas dedicándose a la caza y la recolección disfrutaban de más horas de tiempo libre, puesto que únicamente dedican entre 12 y 19 horas a la semana para tales menesteres.

Evidentemente, no tenían ni twitter, ni televisión, ni fútbol para perder el tiempo, y parece ser que su tiempo de ocio era totalmente dedicado al uso y disfrute del cuerpo humano. Es decir, al sexo. No cabe duda de que en aquella época, con los códigos de comunicación y sin situación social, puesto que no existía una sociedad en su versión moderna, se follaba mucho más.

Pero lo más destacable del ensayo de Jared Diamond es lo que él titulaba como "El mayor error en la historia de la humanidad". Y ese error fue la agricultura. El hecho de que hace 10.000 años los humanos comenzaran a utilizar herramientas y su inteligencia y observación para la producción de alimentos supuso un terrible atraso. La gente se establecía en un lugar para mantener sus cultivos, lo que además le llevaba a emplear más horas en el tajo, incluyendo el cuidado de las tierras ante posibles hurtos e inclemencias climatológicas. Esto, pese a que pueda parecer lo contrario fue malo para su salud ya que les llevó a una dieta menos variada (la estatura media disminuyó casi 20cm, y cayó la esperanza de vida de unos 65 años a apenas 40), trajo enfermedades epidémicas y lo que es peor, creó una división de clases ya que a diferencia de la caza, la agricultura permitía conservar los alimentos por mucho tiempo, o lo que es lo mismo, pemitió el ahorro o lo que es lo mismo, ricos y pobres. En pocas palabras, Diamond postula, que convertirse en especies basadas en la agricultura fue «el peor error de la historia de la humanidad» que con diversos altibajos en la historia nos ha llevado a trabajar cada vez más.

Y luego la historia de la economía y la sociedad mundial ya la conocemos. Hoy en día la gente, en occidente, trabaja entorno a 40 horas semanales, y la realidad es que todos acabamos inmersos en un circulo vicioso de trabajo y consumismo. Viven para trabajar, trabajan para ganar dinero y ganan dinero para comprar cosas. En esa ecuación falta un hecho importante que los investigadores han descubierto acerca de la mayoría del consumo material de las sociedades ricas: la mayor parte del placer y satisfacción que obtenemos al comprar es temporal, efímera y principalmente solo relativa a aquellos que nos rodean (que se esfuerzan por consumir aún más en una espiral sin fin).

Todo ello lejos de la profecía de John Maynard Keynes quien en los años 30 auguraba que para estos momentos los ciudadanos trabajarían unas 3 horas diarias, y tendrían el resto de la jornada para vivir y autorealizarse, generando una sociedad mucho más rica, culta y perfecta que tendería inequívocamente a ir finiquitando las injusticias y desigualdades sociales. Por distintos avatares, y en última y rabiosa estancia la crisis, lo cierto es que no sólo ha habido una disminución en las horas semanales de trabajo a menos de 30 semanales, sino que hoy en día, ajusticiados por la teoría del miedo (Doctrina del Kaos) la población permite el aumento de horas de trabajo a cambio de sueldos más bajos y peores condiciones de vida.

Reflexionándo con lógica, cualquiera es capaz de considerar la semana de 21 horas esencial para ello por dos razones: redistribuiría el trabajo remunerado, ofreciendo la esperanza de una sociedad más equitativa (ahora hay demasiados con exceso de trabajo o desempleados) y al mismo tiempo, nos permitiría disponer de tiempo para aquellas cosas importantes para nosotros pero para las que rara vez contamos con tiempo para hacerlas bien, como cuidar de nuestra familia, viajar, leer o seguir aprendiendo. Por supuesto, manteniendo salarios y condiciones de vida y laborales previas al desmembramiento del bienestar social que está llevando a cabo el neoliberalismo con la excusa de la salida de la crisis.

Incluso cabría decir que esta reducción de la jornada laboral, en todo el mundo, sería la condición más justa y necesaria para evitar el descalabro social, sin cargarse el planeta, puesto que tal objetivo implicaría aumentar 6 veces el PIB mundial, lo que llevado a cabo con los actuales modelos productivos, basados en la injusticia y la especulación, no sólo aumentarían las desigualdades sociales, sino que además acabarían con todos los recursos del planeta.

Evidentemente, la profecía de Keynes ha sido errónea (se han ocupado, muy bien de aquí así lo fuera), más en el propio hecho, que en el sentido del planteamiento, puesto que la evolución de la sociedad pasa inexorablemente por una mejor utilización de los recursos, entre ellos el tiempo, y su uso para mejorar el mundo en el que vivimos, sin pretensiones económicas, pero con trascendencia.

Seguramente no hacía falta una reforma laboral. Sino más bien, una reforma mental. Un cambio en la manera de pensar de una sociedad consumista, anquilosada en la apariencia y la zafiedad y que teje hoy en día, sus relaciones con sus iguales en base al interés, la avaricia y una demostración impúdica y perversa de superioridad económica ante la falta de moral.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Duquesas y Jornaleros







Todos recordamos las clases de historia en el instituto donde nos hablaban de nobleza, burguesía, clero, ejército y pueblo llano, formado por artesanos y jornaleros, y más tarde por masa proletaria. Sucesos como los de la semana pasada me hacen pensar que no hemos avanzado nada. Bodorrio de una noble con el beneplácito de la iglesia y con insospechada alegría y pujanza del pueblo llano, esos jornaleros y gentes de bien pero deprimidas en el reparto económico, que casi no tienen que comer, y que unos días después recibien el atraco, insulto y mala baba de la burguesía (catalana) que pese a vestidos como nobles, quieren que no se les confunda con la plebe, y para ello no dudan en echar espuma por la boca. Quizás solo hemos cambiado en que tenemos la falsa democracia, para engañarnos con que podemos elegir a quien quiere que nos gobierne, pero atizando los mismos odios de siempre tenemos al jornalero, al obrero votando al burgués, al patrono, y por eso estamos tan jodidos. Del ejército no se sabe nada porque andaban muy ocupados poniéndose sus mejores galas, para el día de hoy.

Muy chistosa la duquesa octogenaria con su boda, con su novio y con su arte bailando por sevillanas. Pero tiene poca gracia que en el siglo XXI la mayor terrateniente del país siga siendo la titular de la casa de Alba: una familia feudal que es la más grande de España desde los tiempos de la reconquista. ¿Qué tipo de sociedad permite que el reparto del botín de las guerras medievales sea, seis siglos después, uno de los factores económicos más determinantes? ¿Cómo es posible que Andalucía y Extremadura aún padezcan una ineficaz estructura agraria latifundista, hija de las victorias castellanas frente a Al Andalus y madre del subdesarrollo histórico que arrastra el sur de España?

La duquesa de Alba no sólo es la principal terrateniente patria, con 32.000 hectáreas. También está entre los que más subvenciones agrícolas cobran de los fondos europeos. Sin embargo, el principal debate político sobre los problemas del campo en esta campaña electoral no están siendo ni los latifundios ni estas indignantes subvenciones a los grandes terratenientes. El problema, al parecer, son los subsidios que cobran los jornaleros, que es la palabra española para definir a esa misma clase social que en Brasil llaman los “sin tierra”. Aquí también los tenemos, son varios cientos de miles, y hay un político catalán, llamado Duran i Lleida, que duerme cada noche en el Hotel Palace pero critica a esos jornaleros que cobran el PER y “se pasan la mañana en el bar”. Duran olvida dos cosas. La primera, que ese subsidio es una mínima ayuda por desempleo, no un sueldazo. La segunda, que el PER es injusto no por el subsidio en sí, que es miserable, sino porque sólo es una aspirina contra el cáncer: un pequeño paliativo para una enfermedad infinitamente más grave.

Lo que más me indigna de todo esto es que, quién permite y le parece bien que la Duquesa y su trole vivan de “las rentas” son los mismos que sostienen con su audiencia a la analfabeta del Barrio de Bilbao, “m’entiendes”. Quién permite y consiente todas estas cosas es el pueblo ignorante que gusta de ver las ingles y los despojos de quién vive del momio. Concentración de tierras en unas manos, concentración de bienes, concentración de poder. Solo hay una duquesa de Alba y hay cientos de miles de trabajadores del campo y de dueños de un poco de tierra, pero las cosas se hacen a medida de la duquesa y no a medida de toda esa gente. Las concentraciones de bienes producen curiosos fenómenos en las agujas de la brújula del interés público. Solo unos pocos grupos de locos han desafiado a la ley y orden desviados, ocupando fincas improductivas, casi testimonialmente. El curso del río del interés público parece que va por otros cauces. Cauces cuidados. Y seculares. Desde los poderes políticos establecidos se puede llegar a mencionar para menospreciar o insultar a las víctimas atrapadas por la situación, pero nunca se mencionará la causa primera de esa situación. Demasiado anti-sistema en este sistema.

Y en cuanto a lo del PER y al tonto de los cojones xenófobo, clasista y fascista de Durán, es mejor levantar polémica sobre los pobres andaluces (pobres porque les lleven todas las hostias), que explicar por qué se está desmantelando la sanidad pública catalana y cuáles son los intereses particulares de Boi y del propio Durán en ese tema. Siempre dicho que el dinero del PER y sobretodo, el de las subvenciones agrarias europeas no ha estado bien invertido. Salvo honrosas excepciones, lo que se suponía una medida económica para salvar el mundo rural,, mantener población en él, modernizarlo, al igual que las explotaciones agrarias y pecuarias, se ha convertido en un pago por no hacer nada. Algo que en Salamanca, siempre atrasada, siempre dada a una superioridad infundada y ver la paja en el ojo, pero no la viga en el propio, a poco que salgas un finde y hables con las gentes de los pueblos te das cuenta de que el que mejor vive es el alcalde, y después el dueño del bar. Es un fraude que se podia haber investigado o investigar, con los suficientes inspectores, después claro esta, de mirar con lupa por el fraude empresarial y de las grandes fortunas. El que tenga razón por unos cuantos no le permite descalificar tan alegremente, cuando si que hay personas, que gracias a esos fondos y ayudas, consigue sobrevivir en el mundo rural.

Cuando hace dos semanas Durán i Lleida en Salvados dijo sin tapujos y sin caersele la cara de vergüenza que sus hijas iban a vivir peor que él (falacia, porque la generación de sus hijas, si estamos muy jodidos; pero dudo que esas niñas, les cueste encontrar casa propia...) nadie se alarmó porque le paguemos el sueldo a un fulano, también para no hacer nada y que pueda dormir, y encima tranquilo, cada noche en el Ritz. El hecho de que sea el polítco mejor valorado, habla muy mal, de este país.

En definitiva, la duquesa de Alba, es un problema de España de hace 6 siglos; Durán i Lleida, y otros políticos como él de los que estamos cansados de ver las mismas caras, y que llevan toda la democracia chupando del bote, y dando un mal ejemplo para las nuevas generaciones de los partidos es un problema de España de hace 30 años.

No tengo duda de que el día en que esta sociedad reviente y se levante, se acabará el que pueblo pague las fiestas de la duquesa, y los desmanes de politicuchos sin vergüenzas como esté fulano.


martes, 8 de marzo de 2011

Greg Page, el hombre que controla la alimentación del planeta




Tiene 59 años y jamás concede entrevistas. Seguramente, su nombre y el de su empresa no le digan nada. Pero por sus manos pasa la mayoría de los alimentos que usted pueda imaginar. Cargill es una de las cuatro compañías que controlan el 70 por ciento del comercio mundial de comida. Mientras el mundo se enfrenta a la mayor crisis alimentaria en décadas, ellos hacen caja ‘leyendo los mercados’… Así funciona.



Usted no lo sabe, pero la tostada de su desayuno es una mercancía más valiosa que el petróleo. La harina con la que está hecha tiene nombre: Cargill. ¿Le suena? Pues también se llaman Cargill la grasa de la mantequilla que unta su tostada y la glucosa de la mermelada que la endulza. Cargill es el pienso que engordó a la vaca lechera y a la gallina que puso los huevos que se fríen en la sartén. Cargill es el grano de café y la semilla de cacao; la fibra de las galletas y la bebida de soja. ¿El endulzante del refresco, la carne de la hamburguesa, la sémola de los fideos? Cargill. Y el maíz de los nachos, el girasol del aceite, el fosfato de los fertilizantes... ¿Y qué me dice del biocombustible de su coche, ese almidón que las petroleras han refinado para convertirlo en etanol y mezclarlo con gasolina? Adivine.

No, no busque marca o etiquetas; no las encontrará. Cargill ha pasado de puntillas por la historia. ¿Cómo puede ser que una empresa fundada en 1865, con 131.000 empleados repartidos en 67 países, con unas ventas anuales de 120.000 millones de dólares que cuadruplican la facturación de Coca-Cola y quintuplican la de McDonald’s, sea tan desconocida? ¿Cómo se explica que una compañía tan gigantesca que sus cuentas superan la economía de Kuwait, Perú y otros 80 países haya pasado tan inadvertida hasta ahora? En parte, porque es una empresa familiar. Sí, sus números pasman, pero Cargill no cotiza en Bolsa y no tiene que dar explicaciones. Sus socios son un enjambre de tataranietos de los fundadores, los hermanos William y Samuel Cargill, campesinos de Iowa que levantaron un imperio en el siglo XIX gracias a un ascensor de cereal arrimado a la vía del tren en un pueblecito de la pradera que no venía en los mapas. Más tarde, un cuñado -John MacMillan- tomaría las riendas. Durante décadas, los Cargill y los MacMillan fueron añadiendo silos de grano, molinos harineros, minas de sal, mataderos y una flota de barcos mercantes. Hoy, unos 80 descendientes se reparten los dividendos y juegan al golf. Poco más se sabe de ellos, salvo que los varones visten falda escocesa en las fiestas para honrar a sus antepasados. Y que siete se sientan en el consejo de administración y están en la lista Forbes de los más ricos del planeta, con fortunas que rondan los 7000 millones por cabeza. El presidente de la compañía es Greg Page, un tipo flemático al que le gusta decir, con cierta sorna, que Cargill se dedica «a la comercialización de la fotosíntesis».

Pero no está el patio para bromas. Los precios de los alimentos básicos se han disparado en el último año: el trigo, un 84 por ciento; el maíz, un 63, y el arroz, casi un diez; los tres cereales que dan de comer a la humanidad. Son máximos históricos, advierte la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Por encima de los que en 2008 causaron revueltas en 40 países y condenaron a la hambruna a 130 millones de personas. Y los precios seguirán subiendo, pronostica Financial Times. «El coste de los cereales es crítico para la seguridad alimentaria porque es la materia prima de referencia en los países pobres. Si los precios continúan elevándose, habrá más algaradas.»

Las razones son múltiples. Un cóctel de sequías, malas cosechas y especulación. Pero los ganadores son muy pocos. Y entre ellos están las mastodónticas empresas que controlan el comercio mundial de cereales. Cargill ha triplicado sus beneficios en el último semestre y sus ganancias superarán los 4000 millones de dólares, récord alcanzado en 2008 en el río revuelto de la crisis alimentaria. La compañía apostó a que la sequía en Rusia, uno de los grandes productores mundiales, obligaría a Vladimir Putin a prohibir las exportaciones para asegurar el consumo interno. Y acertó. «Hicimos un buen trabajo ‘leyendo los mercados’ y reaccionamos con rapidez», explicó una portavoz de Cargill. ¿En qué consiste esa reacción? En esencia, se trata de jugar al Monopoly comprando cosechas en el mercado de futuros, en ocasiones antes de que se plante una sola semilla. Y moviéndolas de un lugar a otro del planeta, allá donde resulte más rentable.

Las grandes cerealeras basan su poder en el control de las redes de distribución. Silos, almacenes, ascensores de grano estratégicamente situados en los tendidos ferroviarios, flotas mercantes transoceánicas... No poseen la tierra. Prefieren que los agricultores corran el riesgo de perder la cosecha. Si hay abundancia, las compañías hacen acopio y esperan. Si un desastre climático arruina la producción en un lugar del mundo, tienen la capacidad para transportar los excedentes desde otros lugares, por lejos que estén.

Es un juego arriesgado. Rusia, por ejemplo, suministraba a Egipto y otros países árabes. Cargill vio venir el desabastecimiento antes que nadie -por algo tiene un servicio de inteligencia que han comparado al de la CIA: utiliza satélites de comunicación, sensores de clima y un ejército de informadores y ‘ topos’ en los gobiernos- y se adelantó a sus competidores: las también estadounidenses Archer Daniels Midland (ADM) y Bunge y la francesa Louis Dreyfus. Estas cuatro firmas -todas, centenarias, familiares y muy reservadas- controlan en torno al 70 por ciento del comercio mundial. Así que Cargill acaparó trigo de otros productores para colocarlo en los puertos del norte de África y apretó las clavijas en el precio. Negocio redondo. Solo que el pan subió en todo el Magreb y el espectro del hambre se sumó al ansia de libertad. La mecha de la revolución estaba preparada para que Facebook la prendiese.

Para apagarla, algunos países árabes han incrementado sus importaciones de trigo, como Argelia y Arabia Saudí. Ejemplo que han seguido otros gobiernos, como el de México, escarmentado por la reciente crisis de las tortillas y donde grupos de desesperados armados con piedras y machetes asaltan los trenes cargados de cereal y los saquean, a razón de 35 toneladas cada mes. Pero acumular reservas provoca que los precios sigan al alza. Pura ley de la oferta y la demanda. Y la demanda no deja de crecer. Porque la población mundial aumenta y porque la emergente clase media china e india come cada vez más y mejor. Las inundaciones en Australia y Paquistán también han contribuido a que escasee el grano. Las reservas mundiales actuales totalizan 432 millones de toneladas, lo que equivale a solo 70 días de consumo, que bajarán a 64 en primavera.

«Hemos entrado en un terreno peligroso. El precio mundial combinado de cereales, grasas vegetales, productos lácteos, carne y azúcar lleva seis meses consecutivos subiendo y ha superado los niveles del último pánico alimentario. Y todavía hay margen para que se encarezcan mucho más si la ola de calor en Argentina se convierte en sequía, o si Ucrania y Rusia vuelven a tener malas cosechas», explica Abdolreza Abassian, economista jefe de la FAO. El Banco Mundial prevé que los precios elevados se mantendrán al menos hasta 2015. Hay quien va más allá y considera el cambio climático otro factor inflacionario. Algunos expertos estiman que por cada grado que aumente la temperatura se perderá un diez por ciento de la producción agrícola. «La era de los alimentos baratos ha terminado», sentencia Gonzalo Fanjul, de Intermón Oxfam. La cesta de la compra en América Latina ya se ha encarecido un 45 por ciento desde el verano. Y el relator especial de la ONU en derecho alimentario, Jean Ziegler, considera un «genocidio silencioso» que cientos de millones de toneladas de cereal se quemen como biocarburantes.

Con estas perspectivas, que los especuladores entrasen a saco en el mercado de materias primas y hayan convertido la Bolsa de Chicago -el parqué de referencia en materias primas- en un casino donde las fichas son habas, granos y frijoles estaba cantado. Es algo que viene sucediendo desde que estalló la crisis financiera en 2007. La burbuja inmobiliaria y crediticia es ahora una burbuja alimentaria. Según la desaparecida consultora Lehman Brothers, alrededor de 270.000 millones de dólares habrían emigrado de Wall Street a la caza de chollos en los contratos de futuros de Chicago, cuyas ganancias se han disparado un 65 por ciento en el último año. Bancos de inversión, fondos de pensiones y de alto riesgo (hedge funds) se están dando un festín a costa del hambre de millones de personas. Se aprovechan de mecanismos tan sofisticados que les permiten apalabrar compraventas descomunales desembolsando un porcentaje muy pequeño del valor de mercado. «¿Cómo es posible que un especulador pueda adquirir el 15 por ciento de la producción de cacao sin pagar un céntimo para revenderla después?», se preguntaba, escandalizado, elpresidente francés, Nicolas Sarkozy.

Pero estos recién llegados no dejan de ser unos advenedizos en un negocio controlado desde hace más de un siglo por los mismos de siempre: las cerealeras surgidas al calor de la Revolución Industrial, cuando millones de campesinos emigraron a las ciudades y dejaron de comer lo que cultivaban para depender del pan. En Europa, las dinastías del trigo surgieron a lo largo del Rin: los Fribourg (Continental), los Louis-Dreyfus y los Bunge. De origen humilde, se ganaron la amistad de reyes y tuvieron algunos momentos de gloria. En 1870 salvaron de la hambruna a los parisinos que, cercados por el Ejército prusiano, se comían sus propias mascotas. Y en 1917 burlaron el bloqueo de los submarinos alemanes que estrangulaban las rutas de abastecimiento a los países aliados. Después de la Segunda Guerra Mundial, el Plan Marshall sirvió para colocar los excedentes norteamericanos y alimentar a medio mundo, incluida España. Fueron esfuerzos heroicos, aunque muy bien remunerados.

Hoy, el mundo les pide que estén a la altura de las circunstancias. Pero el negocio es el negocio. Hay un dicho en Argentina: «Bunge le da al campesino crédito, le vende la semilla y le compra el grano. Y cuando la cosecha está lista, le vende la soga para ahorcarse». Por eso, algunos organismos piden que se cree una reserva mundial de grano de la que puedan echar mano los gobiernos cuando haya escasez y que, además, sirva para estabilizar los precios. Porque esta vez, advierte la ONU, además de condenar a millones de personas a no poder llenar el estómago en los países desfavorecidos, todos notaremos en mayor o menor medida las consecuencias de la burbuja alimentaria.

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...