En la última semana, en la normalidad democrática de España, se ha procedido al despido de un periodista por un rótulo en una pieza de información de Televisión Española; se ha llevado a cabo la encarcelación de un rapero por sus letras de denuncia de la corrupción real y contra el sistema; dos policías nacionales fuera de servicio acosan a una chica de 14 años y le pegan una paliza a ella y a su padre quien salió en defensa de su hija; en las manifestaciones en contra de esta inviolabilidad policial, la policía carga con violencia llegando incluso a utilizar munición de postas causando dos heridos. Ante el fallecimiento de un ex-gal condenado por terrorismo se suceden panegíricos elogiando su vida sin que se atisbe la respuesta judicial por enaltecimiento del terrorismo. Se permite una manifestación nazi en el centro de Madrid en las que se lanzan soflamas contra “rojos”, “maricones”, “mujeres” y “judíos” destacando el discurso de una chica de 18 años (acompañada de varios sacerdotes) que pasa a recibir una atención mediática como “musa del falangismo”. Se llevan a cabo multitud de manifestaciones en favor de la libertad de expresión y por la excarcelación del rapero Pablo Hásel. La mayoría de ellas sin incidentes (aunque en casi todas hubo provocación de elementos de derecha y las fuerzas policiales), llegando a la violencia provocada por los antidisturbios en Madrid y Barcelona, que se salda con varios detenidos y heridos, entre ellos una joven que ha perdido un ojo en la ciudad condal. Por supuesto, la derecha política y mediática, saca la brocha gorda para imponer su relato, atacando a la izquierda y dando más valor a un contenedor quemado que a una mujer gravemente herida por la brutalidad policial. Todo esto en una semana de normalidad democrática en España. Donde gobierna, no lo olvidemos, una coalición de izquierdas.
No voy a cometer el error de no condenar la violencia. Condeno y lucho contra la violencia. Sobretodo condeno la violencia policial. Esas fuerzas “de seguridad del estado” que detentan el poder de la violencia institucional y que carecen de la más mínima ética y sometimiento a las normas cívicas y democráticas que en teoría nos hemos dado todos.
A estas horas y éste día seguimos esperando, y podemos esperar sentados, a una condena de las asociaciones profesionales de los colectivos de fuerzas de opresión del estado. También podemos sentarnos y esperar las explicaciones del ministerio de Interior. Y son improbables no sólo el cese de este señor que nunca debió ser nombrado Ministro, sino ni siquiera una triste reprobación por el Congreso. Marlaska es un juez que ocultó y legitimó las torturas en el País Vasco y con esos antecedentes jamás tendría que tener ordeno y mando sobre quienes se supone, nos tienen que proteger. Más si cabe cuando la preocupación de las policías de este estado está con los contenedores de basura y no con las personas; cuando su empeño es garantizar el sistema económico por encima de las libertades civiles de la población, como si un escaparate roto fuera más grave que una persona silenciada, oprimida y repudiada. Y donde además, estos elementos a los que damos placa, esposa, porra y pistola y un sueldo, todo ello pagados con nuestros impuestos en contra de otras cosas más elementales y necesarias, muestran una sintonía con la extrema derecha que indigna y avergüenza.
Allí y en esas ocasiones no vas a ver a la policía deteniendo, ahostiando, reventando ojos o ni siquiera, multando. Allí verás a agentes, cayetanos, pijos y fachas, compartir risas y fotos, desfilar con rojo y gualda y venerar mutuamente el tardo franquísmo españistaní que les permite a unos y a otros, en conjunción, dedicarse a oprimir a la clase trabajadora y abusar de sus riñones como lacra parasitaria que ambos son.
Ni el PSOE ni Unidas Podemos, ni desde dentro del Gobierno (donde pasan semanas sin reparar tropelías y ganar en democracia derogando por ejemplo leyes lesivas como la Ley Mordaza) ni desde sus grupos parlamentarios son capaces de poner coto a la sucesión de acontecimientos que son consecuencias lógicas de la crispación que el contexto actual (pandemia, crisis económica sistémica de un capitalismo depredador y sin límites, crisis ecológica, crisis de valores democráticos, éticos y morales y crisis política de un estado fallido) provoca en la sociedad.
Si pensamos que sentados en casa, escribiendo en el blog y tuiteando, vamos a recobrar dignidad y avanzar en mayor democracia y en justicia social estamos muy equivocados. Nos equivocamos si evocamos con romanticismo las luchas del pasado, del siglo XIX y del siglo XX, donde la práctica totalidad de los deberes y derechos civiles se adquirieron a base de fuego y estopa. Porque no fue un camino de rosas y batucadas precisamente aquello. La libertad y el modelo de bienestar que no se extendió más que para un 20% de la población mundial se logró entre otras cosas por movimientos revolucionarios y contestatarios. Pero sobretodo las conquistas sociales y laborales se lograron a base de esfuerzo, de conciencia e identidad y de tener muy claro que había que revertir el orden institucional, para conseguir un mundo mejor para todas y todos. Bien organizados y dispuestos a asumir la respuesta a la acción violenta de cuerpos y fuerzas de seguridad del estado (del estado de las cosas) y fuerzas contrarrevolucionarias. Y también de unos medios de comunicación al servicio del poder oligarca y siempre dispuestos a construir un relato que legitime el estado de las cosas, con todo el dolor e indignidad que nos asola.
No se ganó en libertad, dignidad y justicia social con palmas, tambores y lemas cuquis. Fue con huelgas, con desobediencias civiles, asumiendo costes en dolor, prisiones y multas. Fue con violencia, incluso con atentados. La sociedad está harta por muchas cuestiones. Y este hartazgo crece a medida que se ven frustradas las expectativas de cambio y de mejora de la situación, primero individual, pero también colectiva.
Hace menos de un mes estuve viendo la serie Antidisturbios. Como he estado en desahucios, huelgas, piquetes y manifestaciones me he visto con ellos. Ya sé cómo funcionan y porque me producen asco y repulsión. La serie me sorprendió por la crudeza y verosimilitud con la que son retratados y además y de propina, y para que todos tengamos claro que no son más que herramientas del poder oligarca y corrupto, son empleados como matones a sueldo que favorecen los chanchullos de las élites.
Frente a la violencia y el discurso que legitima su opresión, nuestro convencimiento, repulsa y lucha. Como dicen los Chikos del Maíz, "Antes como mierda que defiendo vuestra ley"; "Antes pongo el culo en esquinas, que me hago madero".
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