En las anteriores elecciones catalanas, el jueves 21 de diciembre de 2017, una participación del 80% constataba la tremenda polaridad del discurso político en Catalunya y coronaba sin solucionar la confrontación independentista. El pasado domingo con una participación que apenas superaba el 50% (mediatizada por la pandemia) el tablero político que dejaban las urnas aclaraban en buena medida el conflicto generado por la deriva independentista frente al centralismo españolista.
El gran vencedor de las elecciones catalanas de 2021 ha sido Pedro Sánchez. El presidente del gobierno refuerza aún más su posición gracias al legado que aportó su decisión de colocar como candidato a President a Salvador Illa, ex ministro de Sanidad. Lo hizo en plena gestión de la segunda ola de la pandemia y cuando se fraguaba la tercera. Y lo que podía haber parecido una decisión de extremo riesgo al posicionar al voto a un candidato tan expuesto a los medios y la crítica ha resultado todo un acierto.
El PSC con Illa ha ganado las elecciones como partido más votado aunque empatado en escaños con ERC y de rebote se ha avalado buena parte de la gestión de la pandemia llevada a cabo por el gobierno central. El PSC vuelve a erigirse como eje de decisión política en Catalunya entre independentistas y “unionistas”. Su valor como referencia de la salida dialogada y la normalidad democrática contrasta con las posiciones enconadas de ambos polos. Por parte de la derecha nacional llevada a la marginalidad y el extremo. Por parte de los nacionalismos catalanes desnortados al recibir una respuesta de la sociedad civil en favor de un candidato al que habían anunciado boicot previo.
Tan bueno ha sido el domingo que a Sánchez le ha salido bien hasta que su compañero de gobierno no haya salido escaldado de la cita con las urnas en Catalunya. En Comu Podem, la marca de Unidas Podemos allí, mantenía los resultados de hace tres años y por un lado apacigua las aguas en la formación, y por otro mantiene la representatividad de Iglesias como interlocutor válido para dar salida al conflicto catalán.
Eso sí. La mayoría absoluta fue para el independentismo (en realidad para la abstención que remarca la incompetencia y temeridad de proponer unas elecciones en plena situación de emergencia sanitaria) que mantiene buena parte de su capacidad de movilización en sus feudos tradicionales y que recibe de primera mano una dosis de realidad de una ciudadanía cansada de tanta confrontación. La buena fortuna de Sánchez se transformó aquí en que ERC queda por delante de Junts entre los independentistas, lo que refuerza aún más su gobierno en Madrid. Incluso la estrategia de Puigdemont y su PdeCat queda desautorizada lo que otorga a Esquerra la posibilidad y el deber de liderar gobierno en Catalunya que puede hacer valer un gobierno transversal en lo ideológico con apoyos puntuales del PSC y los comunes. O bien, llevar la voz cantante en un gobierno indenpendentista con apoyo también de la CUP que duplica sus resultados.
No es que esa primera posibilidad se fuera a traducir en mejoras de las condiciones de vida de la gente (lo que se supone que tres partidos de izquierdas deberían tratar) sino más bien que sus objetivos -indultos de los presos, mayores competencias, Estatut y negociados de las ayudas europeas por la crisis de la COVID- sean logrados.
Por lo tanto, con este escenario, y fuere cual fuere la forma de gobierno que salga adelante parecen claras, por un lado evitada la repetición de elecciones (que serían las sextas catalanas en menos de diez años). Y se recuperaría la mesa de diálogo para recuperar la normalidad democrática e institucional entre Catalunya y España dentro de la Constitución. Sin duda, buenas noticias.
Pero esa Constitución necesita serias reformas, cuando no la apertura de un proceso constituyente. El electorado catalán lo ha vuelto a demostrar cuando los resultados de las fuerzas auto proclamadas “constitucionalistas” apenas es capaz de representar el 15% del electorado catalán. El hecho innegable es que la convivencia y los escenarios que tienen que dar solución y cabida a todas las identidades no funcionan. No sirven y el texto constitucional es más una arma con la que azuzar en la trinchera del odio y el inmovilismo. Y todo eso sin hablar de los capítulos de justicia social que son sistemáticamente ignoranos cuando no violentados.
El PP se queda en tres escuálidos diputados fruto de su tradicional y abierta hostilidad hacia los pueblos que forman parte de España. Su estrategia no por conocida, resulta menos indignante: crispar y enfangar con el tema identitario para salvaguardar mayorías sostenibles en las “Castillas” y sobretodo en Madrid, que es donde está la pasta. El resultado una derrota electoral más de Pablo Casado que deja su liderazgo notablemente tocado cuando no hundido. La inestabilidad del PP es tan manifiesta por su corrupción institucional, su incompetencia, su incoherencia y su falta de lealtad, que mantiene a los principales candidatos a sustituirles entre bambalinas. El aviso para desligarse del discurso fascista de Feijoo es una declaración de intenciones del mejor colocado -frente a la estrategia de Ayuso-, pero ni uno, ni otra, van a sacar la cabeza cuando se avecinan meses duros en los medios, en los juzgados y en los parlamentos para el PP. Un PP que quiere redefinirse abandonando su sede de Génova 13, monumento nacional a la corrupción, en el último salvavidas de Casado tratando de hacer olvidar el pasado, cambiando de decorado.
Pero mayor fue el descalabro de Ciudadanos pasando de primera fuerza en 2017 a 7ª fuerza, de 30 escaños a apenas 6. Si el PP ha mantenido la ambivalencia con el fascismo, no se entendía las posiciones ultras de un partido que se presentó como garante del modelo liberal y el centrismo. Cs va cuesta abajo sin frenos, desmoronándose por territorios y perdiendo influencia incluso en la región de donde surgieron. Sus opciones son claras: O continuar una deriva ultra nacionalista que los lleve a la irrelevancia; o adoptar un corte más centrista, inflexible con la corrupción del PP, con sentido de estado y coherencia. De elegir esta opción redondearía la victoria de Sánchez, porque parece inconcebible que se mantengan en ese escenario, algunos pactos regionales (CyL, Andalucia, incluso Madrid).
La peor noticia de todas y la que ensombrece la victoria de Sánchez fue la entrada de Vox en el Parlament. Los fascistas llegan con 11 escaños y aunque minoritaria no es de desdeñar nunca el impacto de quienes quieren violencia y opresión para solucionar los problemas, o mejor dicho, para regenerarlos y hacerlos crecer.
Parece evidente que mientras la ultra derecha mueva entre 10 y 15% de votos, será imposible que la derecha alcance mayorías que le den para gobernar a nivel nacional. Por lo tanto, debería ser lógico que Casado y Arrimadas (o quienes les sustituyan) adoptasen perfiles dialogantes, centristas en vez de tensionar la convivencia y jalear el enfrentamiento. Como garantes de la Constitución que así se presentan, deberían entender rápido que tales actitudes a quienes únicamente benefician es a los independentistas y a la ultra derecha.
La derecha catalana, como ya he dicho en varias ocasiones en este blog, no tiene argumentos para pactar o amenazar el pacto con la derecha nacional. Esto ha añadido inestabilidad a la nunca tranquila política española. Y estas elecciones no se cambia esa dinámica, pero si se pide a PSC (y en Comú Podem) y a ERC y Junts, que se sienten a dialogar y a generar una convivencia, una salida dialogada al conflicto, que pueda por lo menos aportar estabilidad en la vida diaria, al menos por 20 años.
No soy muy optimista para que se rebaje el nivel de tensión en la política nacional, justo ahora que inmensidades de cantidades de dinero de los fondos europeos de recuperación van a llegar al país. En Catalunya, pese a que los números dan para mayorías de izquierdas, por desgracia, no se va a ver traducidas en medidas que garanticen los servicios públicos, la sanidad, la educación, el medio ambiente, la lucha contra la pobreza y la precariedad. Vamos a continuar en el terreno de las emociones y las banderas. Hablando en definitiva, de lo que quieren las élites, para no trastocar sus posiciones dominantes. Ni siquiera un tenue reparto de la riqueza.
Como bonus track aprovecho esta entrada sobre las elecciones catalanas del pasado domingo para hablar del Impeachment a Donald Trump como advenedizo de lo que puede suceder en Europa y en España. Tras los sucesos del 6 de enero en Washington, un golpe de Estado, hablaba de la encrucijada en la que el partido republicano debía tomar una decisión: Mostrar lealtad a la democracia y las instituciones estadounidenses o dejarse llevar por el trumpismo en su afán de poder, sin querer poner en su contra a las bases que estos años ha movilizado el ex presidente.
La traición del partido republicano impidiendo el juicio político a Trump, y con él sacándolo personalmente de la política, es un aviso a navegantes de algo que no es nuevo en la historia. El liberalismo no va a tener ningún problema en usar un animal salvaje como el fascismo mientras beneficie sus oligarcas privilegios. Y como bien sabemos muchos no resulta una criatura dócil y el riesgo de que el fascismo crezca y cause un dolor horrible, esta ahí. Por lo tanto, estamos avisados sobre lo que puede pasar en España y en Europa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario