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viernes, 24 de diciembre de 2021

Íbamos a salir mejores

 

Después de cuatro meses podía ir a ver a mis padres y mi hermano. Retorno al hogar materno, por Navidad; a esa Salamanca expoliada de talento y juventud; vueltas de ese exilio económico y también social. También en el caso de mi hermano. Y en el de miles de jóvenes, y no tan jóvenes, salmantinas y salmantinos emigrados. Ayer era el día de prepararme, hacer un poco de equipaje. Realmente muy poco, porque mi madre conserva mi habitación como cuando tenía 20 años (menos los posters de grupos heavies y jugadores de baloncesto) y tengo allí una cantidad de ropa todavía importante. Pero fue un día de incertidumbre.

De incertidumbre, asqueo y cabreo. Porque todos los planes al final acabaron dependiendo del positivo o no de una de esas personas que ha decidido unilateralmente, que sus cañas, sus viajes o sus “chupar barandillas”, importan más que el abrazo de mi madre tras cuatro meses.

Estoy harto de la libertad sin responsabilidad convertida en egoísmo. Al final somos siempre los mismos, una buena mayoría, pero muda, la que tiene que deshacer planes, encerrarse en casa y lamentarse para que la cosa no se desboque aún más. Porque ya va un año largo en las que una serie de personas hacen los que les da la gana sin preocuparse no ya de su salud -que a estas alturas de la película a mi también me importa una mierda-, sino que pasan de la de los demás. No les preocupa que sus acciones, la relajación de la prevención, tiene consecuencias. Que a mucha gente cercana le complica la vida y le hace pasar muy malos tragos. Y que pueden ser aún mucho más graves.


La variante Omicron del coronavirus demuestra varias cosas. La primera de ellas es que la vacunación es un éxito. Pero es un éxito relativo. Si en España podemos, con reservas, sacar pecho del trabajo y proceso de vacunación, con el abnegado trabajo de las y los trabajadores de la Sanidad Pública y con una máxima responsabilidad por parte de una mayoría de la población, en el resto del mundo aún queda un larguísimo camino por recorrer. Y mientras la vacunación no llegué a ese 80% o 90% en África no se puede hacer nada. Porque el virus seguirá mutando, haciéndose resistente a las vacunas. Y en Europa nos podremos poner, realmente porque los gobiernos las están pagando, las dosis de refuerzo que queráis. La pandemia se seguirá reciclando en olas sucesivas, colapsando los servicios de salud hasta llegar al punto en que una nueva versión del virus, haga inútiles los pinchazos, vuelva ineficaz la inmunidad y alcance de nuevo una mortalidad extrema. La liberalización de las patentes de las vacunas ya no sólo es un derecho humano. Es que es imprescindible para superar esta situación. Tiempo al tiempo.

Mientras tanto, y en segunda demostración de cómo el coronavirus nos ha cambiado la vida, el individualismo se hace cada vez más incompatible con la vida en sociedad. Las actitudes y comportamientos de buena parte de las personas se llevan a un extremo donde el egoísmo atenta la vida, la libertad y la dignidad de otras personas. La falta de responsabilidad y el infantilismo son absolutos y te dan ganas de empezar a deportar a gente a los gulags.

En clase de Ética se decía que “la libertad de uno termina donde empieza la del otro”. Tan necesaria es en este momento, que no sólo la ética (y la filosofía) se tiene que fijar en la educación obligatoria por encima de otras materias (religión y también infinitas horas mal gastadas en matemáticas o idiomas extranjeros), sino que bien valía para tatuarse la frase en la frente y en las manos de todos los desalmados que no se han cortado ni un pelo en salir en cada puente, viajar sin control, llenar los bares y organizar cenitas y quedadas.

La tercera cosa que está demostrando el coronavirus, y ya he hablado de esto, es la constatación de que las clases sociales existen y la lucha obrera es la consecuencia natural y necesaria. Esto me cabrea porque es una oportunidad perfecta para que una izquierda, política, sindical, asamblearia, alternativa y altermundista aprovechará la ocasión y actuará en consecuencia. Con pedagogía, con lucha y con programa. Pero para ello tan necesario sería una activación y formación previas, que ya habrían puesto los albores de la movilización social. Luego ves el erial que son nuestros partidos, sindicatos y asambleas de base y te dan ganas de emigrar. Más aún.

La variante Omicrón está disparando los contagios en España sobretodo tanto en cantidad como gravedad entre los cenutrios que no estaban vacunados. Pero por su irresponsabilidad, su indigencia moral e indecencia social también entre las personas que han respetado todas las medidas y se ven arrastrados por el egoísmo de los idiotas. Odio el termino mariano (por M. Rajoy) de mayoría silenciosa, pero ha llegado el momento de que esta mayoría grite y ponga las cosas en su sitio ante negacionistas, fascistas y cuñaos, todos el mismo pelaje de infraseres.

No sólo no existe el derecho a no vacunarse. Es una obligación porque en esas fisuras de una estrategia de vacunación se abren grietas en el sistema sanitario y en la salud general de la población. Lo que existe, y además está amparado por la Constitución y la Declaración de los Derechos Humanos del Hombre, es el derecho a la protección de la salud.

No hay justificación para que una persona no se vacune porque no quiere, poniendo en riesgo a todas las personas que le rodean, lastrando la lucha contra la pandemia, la victoria final y propiciando nuevas mutaciones que nos mantengan en este pseudo estado de alarma que es la nueva normalidad y que no se parece en nada a la normalidad de 2019. Porque no vacunarse en el primer mundo, es un privilegio económico que miles de millones de personas no pueden permitirse. De hecho, tampoco pueden permitirse, que tú egoísta irresponsable, decidas no vacunarte.

En ese sentido, y otra enseñanza que nos trae la nueva variante del coronavirus es la necesidad de plantear desde las administraciones estrategias que contradigan con los actos los bulos y las mentiras. Que hagan algo. Tomen partido y no sean meros pacientes, sino sujetos actores que propongan y vehículicen el interés general. Esta “moda” de gestión política, claramente neoliberal, de no hacer nada es un lujo que las democracias no pueden permitirse.

Por ejemplo, la obligatoriedad del pasaporte covid para entrar en los bares ha hecho que en dos días se vacunarán en Madrid 70.000 personas que no lo hicieron a su debido tiempo. La amenaza velada para no poder irse de jarana (también estaba la de poder ser despedidos del trabajo pero curiosamente esa no se ha esgrimido) ha alentado una vacunación masiva que siempre es una buena noticia. Y es que lo bueno del egoísmo y el individualismo es que es un camino de dos direcciones, y al final, se pueden conseguir los objetivos atacando las bases de intereses individuales. Aunque sean tan cutres y cuestionables como irse de bares.

 

Decían que íbamos a salir mejores. Que los aplausos a los sanitarios y al personal esencial nos harían más conscientes de la dignidad de las personas, sus trabajos y condiciones y relaciones. Que habría más empatía, menos estrés y al final recuperaríamos el carácter colaborativo y cooperativo de la sociedad.

Pues bien, ha pasado un año y de eso nada. La gente hace lo que le sale de los huevos sin mirar si al de al lado lo joden, lo pisan o lo desgracian. Esto que ya era la tendencia antes de la COVID-19, ahora se ha agravado. Las agresiones verbales y físicas crecen cada día ante el personal sanitario que se ha visto vendido por los dirigentes políticos de este país, vilipendiados por la derecha y NO-defendidos por la supuesta izquierda. Convencionalismos como las vacunas o la sanidad pública que gracias a la ciencia, la experiencia y el saber han mejorado la vida de millones de personas durante los últimos 100 o 150 años, ahora son puestos en solfa por una libertad de expresión transformada en libertad de mentir.

La nueva realidad es vivir en la incertidumbre. En la precariedad. En el convencimiento de que el aislamiento social hoy es una victoria. Vivimos en una desconfianza en aumento hacia los demás y también, hacía las instituciones democráticas y los politicastros que mal gestionan, por regla general, este país. El abandono al sálvese quien pueda y al consumismo más feroz.

El “autocuidado” de Ayuso es en neolengua la sanidad pública desmantelada por el neoliberalismo y el caciquismo de unos políticos que se han presentado como grandes gestores, pero que en realidad han malvendido hasta el último céntimo las riquezas de la democracia españistaní. Incluidos los pilares del sistema económico y social. Es a la vez un insulto a la dignidad de la clase trabajadora. Una mentira porque la gran mayoría de la población tendrá que combinar su “autocuidado” con cumplir jornadas laborales intensas que le pondrán en riesgo para poder seguir pagando hipotecas, alquileres, alimentación y alguno de esos “absurdos vicios vitales” que tienen los trabajadores. Pero también es una verdad porque cuando en mayo le dieron una mayoría al calor de las cañas y vivir a la madrileña, estaban las reducciones presupuestarias que se han traducido en despidos de médicos, rastreadores y todo personal sanitario. Las colas de hoy ante farmacias y centros de salud se podían haber evitado con colas ante los colegios electorales para votar a la izquierda. Y en las calles apoyándola, sugestionándola y abocándola a garantizar por ley la sanidad pública, la educación pública y los servicios sociales.

Todo lo demás son lamentaciones de última hora.

Pero es la constante lucha electoral ininterrumpida de la política de bloques que vivimos en España. Incapaz de llegar a acuerdos que mejoren las condiciones de vida. Carentes de la más mínima decencia para gestionar y ser valientes a la hora de tomar las medidas necesarias para mejorar la situación. Sin importarles encuestas, ni elecciones, ni cortoplacismos. Sólo gestión efectiva. Sólo acuerdan para seguir exprimiendo al trabajador y a la mujer trabajadora. Para mal vender el país. Pero no para actuar con responsabilidad, cercando al fascismo, a los bulos y a los imbéciles egoístas e irresponsables. Y así nos va.

Necesitamos que el pacto de gobierno PSOE-Unidas Podemos se lleve a cabo completamente y se reforme la Constitución (¡Cuándo menos!) para blindar la Sanidad Pública. Dotarla de financiación suficiente para sufragar los servicios, mejorar las condiciones de trabajo de los y las profesionales, que estos se jubilen cuando toque y den el testigo a las nuevas generaciones de trabajadores. Que mejore la respuesta científica, asistencial y estratégica de una Sanidad Pública que no sufra ni privatizaciones, ni externalizaciones, ni doblajes de su personal a la privada. Un pacto para garantizar en todos los presupuestos, tanto del Estado como de las Autonomías, un 7% dedicado a ella (otro tanto para la Educación Pública) para llegar a los estándares europeos. Con un compromiso de vigilancia y respeto a estos acuerdos y a su cumplimiento por parte de las autonomías. Reforzar el artículo 43 de la Constitución para garantizar la igualdad de derechos, la más básica y elemental, la de la salud del estado.

Sin embargo vamos a contratar a médicos jubilados y pre-jubilados cuando se han despedido por miles a los jóvenes y que van a acabar emigrando. Parece una gran idea que seguramente en las siguientes elecciones quedará validada.

Voy a parar ya. Vaya calentón que llevo. He llegado ya a casa y por fin puedo abrazar a mis padres y a mi hermano. Disfrutad de la noche! Y Feliz Navidad.



martes, 17 de agosto de 2021

JJOO Tokyo 2020. Unos juegos de la pandemia

 


 La tenista Naomi Osaka, que curiosamente antes ya había hablado de sus problemas con la presión, enciende el pebetero en el estadio olímpico de Tokyo 2020 durante la Ceremonia de Inauguración

 

Los JJOO Tokyo 2020 terminaron el pasado domingo 8 de agosto de 2021. Lo hicieron un año después de su fecha original prevista motivado por la pandemia de la COVID19 que tan en solfa a puesto nuestras vidas. Se inauguraron dos semanas antes en forma de alivio de las empresas COI “S.A.” y JJOO Tokyo 2020 “S.A.”, toda vez que la rumolorogía estuvo disparada ante una nueva suspensión, cuasi seguro definitiva.

Los Juegos se desarrollaron sin público y gracias a la ingente labor de los voluntarios que entre otras cosas permiten las ingentes ganancias de los organizadores. A ese nutrido volumen de personas que acompañaron y asistieron a los deportistas del mundo durante estas dos semanas hay que añadir a una tropa también inmensa que garantizo los controles sanitarios en la villa olímpica y antes y después de las competiciones. Una vez más, y está vez, más que nunca, sin ellos, sin el voluntariado, los Juegos habrían sido imposibles.

Y es que estos Juegos tan especiales, tan de asterisco, se han desarrollado con la pandemia y sus consecuencias a flor de piel. Más que nunca, y por lo que deberían ser también recordados, la cita olímpica en la capital japonesa ha traído a la palestra la importancia de la salud mental y la gestión de la presión que sufrimos en el día a día. Han sido deportistas de todas las disciplinas las que han relatado su íntima relación con la presión este último año extra de Olimpiada y cómo les ha afectado en su vida deportiva, profesional y también, personal.

Simon Biles fue la primera, que no única, en hablar ante los medios de presión y de miedo. De no tener la certeza de encontrarse en sus mejores condiciones para competir y para gestionar la brutal exposición mediática -que como ya he hablado por aquí es gigantesca para los deportistas olímpicos durante esos quince días- y en cómo esas circunstancias ponían en riesgo ya no tanto su desempeño deportivo como su salud.

Biles fue renunciando a diversas competiciones por no encontrares en sus mejores momentos, agobiada y acuciada, por los medios, los patrocinadores, también la historia, pero sobretodo por una pandemia que nos está dejando al borde o traspasado ya, de la depresión y la locura.

La gimnasta estadounidense recibía a la vez la comprensión y solidaridad de cientos de millones empezando por compañeras y rivales, pero también las criticas y el odio de periodistas y aficionados capaces de opinar de todo sin tener ni puta idea de nada.

Hablamos de salud y de vida. De competir con garantías y también con una alegría consolidada. De poder divertirse ejerciendo su actividad, para la que tanto se han preparado, que tanto han esperado. Y sin embargo, Biles nos puso a todos en el horizonte de las dificultades y problemas mentales, de una presión atroz que llega a bloquear y paralizar y cuyas consecuencias no siempre reciben la misma atención mediática.

Fue la primera pero no la única. Desde el suicidio de una ciclista en pista neozelandesa al no ser seleccionada por su país (Oliva Podmore), a la rajada de Marta Xargay publicada tras la eliminación de la selección femenina de baloncesto, numerosos deportistas, hombres y mujeres, han disertado ante los micrófonos y las redes sociales sobre lo que es su día a día y de la necesidad vital de ser escuchados y comprendidos que tienen.

Pero sobretodo han sido las mujeres las que en el avance de su día a día por la igualdad efectiva de derechos y oportunidades han empleado el escaparate de los Juegos para mostrar su día a día, con sus miedos, ansiedades e incertidumbres.

No todo son victorias, de hecho lo más común es perder, pero si que todas y todos, deportistas y personas en el mundo real, tenemos que lidiar con estas sensaciones que nos atrapan y nos paralizan. A veces, muchas de ellas, conseguimos doblegar los miedos, las pesadillas y los giros desconocidos. Otras, algunas pocas de ellas, nos vencen nos dejan lastrados y nos arrastran en una espiral de dolor, sufrimiento y desesperación.

Si los JJOO Tokyo 2020 han valido para poner la salud mental en el podio de nuestras preocupaciones bien habrán servido. Si por contrario, si dejamos que todo lo relativo a la salud mental vuelva al lado oscuro, a la zona de los tabús y los silencios daremos pasos atrás con dramáticas consecuencias.

Y en ello hubo muchos momentos primorosos, pero sobretodos ellos destacan la competición de salto de altura masculino, donde el italiano Tamberi y el quatarí Barshim, realizaron el mismo concurso, y ante la disyuntiva del desempate, decidieron compartir el oro. Un gesto que los engrandece más que cualquier victoria de sus carreras deportivas. Porque ejecutan un ejemplo olímpico de cooperación y de alegría. Porque sabedores que su participación se iba a emborronar con el desempate decidieron subir juntos a lo más alto del podio.

Su gesto ha recibido comentarios de todo el mundo. Muchísimos a favor pero también enconados en contra. Vivimos en un mundo ultraliberal, individualizado hasta la nausea, en el que nos dicen que tenemos que competir unos contra otros porque ese es el secreto del avance social. Esa mentira se tambalea cuando dos atletas deciden compartir un oro. Frente a esos ejemplos deportivos en los que se emplea hasta lo pornográfico vocabulario militar (vencer, humillar, verdugos, masacre, dominar) se trata de pasar por “normal” y “común” lo que es una lógica neoliberal de menos de 50 años de historia, absurda y que nos está condenando a la indignidad y viendo el cambio climático a la extinción, contraria al devenir colectivo que se ha convertido en una utopía. Y esa utopía está más cerca de cumplirse y recuperarse con el gesto de Tamberi y Barshim en el podio de Tokyo.

Si nos centramos en materia deportiva hay que destacar sobretodo al atletismo donde el nivel está más alto que nunca como demuestran unas marcas de “meeting” en practicamente todas las pruebas y con tres records del mundo (triple salto femenino con Yulimar Rojas con Ana Peleteiro bronce, 400 metros vallas masculino, con el noruego Warhol y también en femenino con la americana McLaughlin).

Pero no podemos olvidar la primera medalla de un atleta hindú, Chopra, oro en jabalina masculina; la primera vez que una mujer logra tres oros olímpicos, la polaca Wlodarcyzk en martillo; una pértiga rendida al fenómeno Duplantis; una velocidad donde sigue el dominio jamaicano; la holandesa de ascendencia somalí Hassan ganando el oro en 10.000 y 5.000 (y un bronce en 1.500); el tremendo nivel del atletismo italiano (y en muchos otros deportes más) con un oro en 100 metros y otro en 20km marcha femenino…

Djokovic no podía emular a Steffi Graff y se quedaba sin su “Golden Grand Slam” al perder en semifinales (luego perdió el bronce con Carreño) tras ningunear la situación de Biles el día anterior. Francia se mostraba preparada los JJOO Paris 2024 al sumar muchas medallas, especialmente plata y bronce en baloncesto masculino y femenino y dos oros en balonmano. Una nueva generación americana se veía superada en la piscina por Australia con Emma Mckeown a la cabeza. En gimnasia Rusia recuperaba el cetro por equipos tanto en masculino como femenino. La USA Basketball mantenía el oro olímpico y el ecuatoriano Carapaz ganaba el oro en ciclismo en ruta, mientras el esloveno Roglic ganaba el de Contrarreloj. Y muchos más resultados que podéis consultar aquí.

¿La participación española? Pues lo de siempre, lejos de lo que por potencial debería de ser pero aún así, meritorio y digno de mención por las dificultades que en este país se tienen. Se mantuvieron las 17 medallas de Rio 2016, pero en esta ocasión sólo 3 oros (dos de ellos en deportes “nuevos” como escalada deportiva y kárate). La veterana selección de balonmano masculino consiguió un bronce y la de baloncesto cayó en cuartos. El fútbol arrancó una plata con más pena que gloria. En la natación el oasis de Mireia Belmonte no ha podido brillar esta vez acuciada con muchas lesiones este último año. En natación sincronizada presentamos un equipo nuevo con la necesidad de aprender. Muchas decepciones, alguna sorpresa y el remo y la vela consolidados como los deportes que más éxito olímpico han traído al deporte español.

Ya lo he dicho antes. Falta, como el comer, una política poli-deportiva en este país que nos ponga en camino del éxito y poder competir (o por lo menos quedarnos cerca) con países de nuestro entorno. Invertir en educación y deporte. Y otorgar las mismas posibilidades de practica para toda la población, sin que dependan de su lugar de procedencia, su sexo o la cuenta bancaria de su familia. Sólo así se conseguiría cantidad para extraer calidad, y lo seguro sería acercar a muchas mas personas a estilos de vida saludables que traerían nuevas oportunidades y bajarían los gastos sanitarios.

Quedan ya menos de tres años para los JJOO de Paris 2024 y allí habrá que ver con qué competimos. También cuantos grandes deportistas internacionales llegan. Y quiénes van a ser las nuevas y nuevos campeones emergentes. Empieza una olimpiada extremadamente corta que sigue a una dolorosamente larga. Y mientras tanto cada día nos toca intentar disfrutar con el deporte, para seguir adelante, sobrepasar esta pandemia y este mundo caótico, deshumanizado y en claro peligro que estamos dejando.

domingo, 14 de marzo de 2021

Un año de pandemia

 

Un año de pandemia. Un año en el que nuestras vidas han cambiado drásticamente. Hemos dejado atrás realidades, verdades, sueños cuando poco pospuestos. Adquiridas costumbres impuestas y necesarias. Emprendido nuevos caminos y experiencias, empezando por el más imperecedero: cuidarse cada día.

Parece mentira que haya ya pasado un año. Una agenda entera distinta a lo habitual, a lo que esperamos. Experimentando la sensación de un paréntesis que ya dura demasiado.  Un impas en el que nos han dejado cautivos, desarmados y también indefensos. Por más nuevos retos que se asuman, por buscar algo nuevo, distinto, para pasar cada día, cada semana, que se van repitiendo en un inmenso día de la marmota y a la vez tan frenético en la vorágine de sucesos que van asaltando a trompicones nuestros ojos. Nuestros oídos. Y nos dejan ciegos, sordos, mudos. Y gritamos. Gritamos sin voz, cansados y hartos de no hallar solución, sin la respuesta necesaria pese a que tenemos toda la información del mundo y del tiempo, en dos, parpadeos. Y si tenemos suerte convivimos con alguien que nos quiere y nos cuida. Nos hace la vida más fácil. Y uno lucha por ser recíproco. Pese al hartazgo de esta situación, la falta de alternativas, el cierre de todos los caminos.

Hoy hace un año estábamos anestesiados. Asistíamos con una sensación de incredulidad al patas arriba de nuestra rutina. Parecía como si no fuera con nosotros lo que en las ruedas de prensa unos señores muy compungidos nos decían. Las actitudes tardaron mucho en cambiarse y algunas siguen enfoscadas en su crueldad e imbecilidad. Parecía como si los avisos, las órdenes de confinamiento y la nueva rutina se deslizara por nuestra piel sin ni siquiera impregnarnos. Una patina que correría abajo gracias al sudor. Ni siquiera se quedaría en las sábanas o en la ropa interior. Y sin embargo, empezaron a pasar los días y las noches, las seguridades derruidas al tiempo que se consolidaban prejuicios. El egoísmo de una sociedad hiper individualizada; el convencimiento de que la pandemia venía por esta guerra continúa que en nuestro nombre las élites y la economía han disparado contra la Naturaleza; el sentido y orgullo de pertenencia de clase, de darse cuenta, quizás por fin, casi nunca tarde, de que somos más, somos mejores y somos las y los imprescindibles. Que pese a la precariedad y la incertidumbre está la dignidad y la certeza. Y en los balcones llenos de banderas que nunca nos representaron empezaron a oírse aplausos por las clases trabajadoras. Por los médicos y enfermeros, hombres y mujeres que con vocación y destino, nos cuidan y protegen. Que se arriesgan por un bien común. Por limpiadoras, cajeras, repartidores y basureros que con su honestidad engarzan los eslabones básicos de la vida. Al poco tiempo el dolor golpeaba con fuerza. Víctimas, contagiados y fallecidos, muchos nuestros mayores, sin solución de continuidad, ampliando unos registros de infamia. Sacando a la luz el drama de una sociedad que olvida su pasado; que lo castiga y lo esconde. Pasaron los meses y aquellas cifras que nos encolerizaban y nos alarmaban ahora se han deslizado por la vorágine de la información sin que nos perneé como si tantas vidas fueran prescindibles. Como si fueran cucarachas. Siempre me ha indignado este sistema que en su rueda implica la muerte y destrucción de millones de personas, muchos días contados por miles para que las ganancias no dejen de fluir. Y con la pandemia hemos asistido al mismo efecto; a la costumbre del llanto y el dolor hecha rutina; incapaz de irritar, ni tan siquiera de conmover. La economía tiene que fluir. Hay que salvar el verano, la hostelería, las fiestas, la Navidad y ya la Semana Santa. Tratando de recobrar una normalidad que no era normal. Porque no se podía tolerar que la precariedad, la inseguridad, la pobreza incluso trabajando a jornada completa fuera el día a día de millones de personas. Incluso en este país. Y sin embargo, nos quieren en la miseria, con una desigualdad crónica. Consumiendo, ajenos a todo lo que sucede alrededor. Esperando que la ciencia dé respuesta y que las vacunas hagan más ricos a los ya infinitamente ricos.

Decían que íbamos a salir de esto mejor que antes. No puedo más que reírme. Qué falacia; qué caradura. Ha sido un año de egoísmos. Ha sido un año de violencia. Ha sido un año para comprobar la ausencia de empatía y solidaridad que asola el mundo. Ha sido un año de dolor continuo por comprobar otra vez, que van a defender este nauseabundo estado de las cosas con uñas y dientes. Y con policías y mentiras. Si algo ha dejado claro esta pandemia es la necesidad que tenemos como sociedad mundial y globalizada de reconstruir, y en algunos casos construir, unas redes de asistencia mutua, donde primen por encima del lucro y el flujo de capitales, las necesidades vitales de la gente y del planeta. Derribad el ultra liberalismo capitalista que emplea hasta el último recurso, el del rabioso perro fascista para acallar las alternativas. Y sin embargo, la evidencia muestra que no es que sean necesarias: Es que nos va la vida en ello.

Nadie sabe cuánto tiempo nos queda de estar así. De cuando podremos viajar. De cuando podremos abrazar a nuestros padres, hermanos y amigos, seres queridos que están lejos. Esto es lo más importante a salvar, a recuperar. Cuando os digan que hay que salvar la economía, decid que hay que salvar la vida. Que hay que salvar la salud, física y mental. Hasta entonces, seguiros cuidando.

miércoles, 17 de febrero de 2021

Elecciones pandémicas

 


En las anteriores elecciones catalanas, el jueves 21 de diciembre de 2017, una participación del 80% constataba la tremenda polaridad del discurso político en Catalunya y coronaba sin solucionar la confrontación independentista. El pasado domingo con una participación que apenas superaba el 50% (mediatizada por la pandemia) el tablero político que dejaban las urnas aclaraban en buena medida el conflicto generado por la deriva independentista frente al centralismo españolista.

El gran vencedor de las elecciones catalanas de 2021 ha sido Pedro Sánchez. El presidente del gobierno refuerza aún más su posición gracias al legado que aportó su decisión de colocar como candidato a President a Salvador Illa, ex ministro de Sanidad. Lo hizo en plena gestión de la segunda ola de la pandemia y cuando se fraguaba la tercera. Y lo que podía haber parecido una decisión de extremo riesgo al posicionar al voto a un candidato tan expuesto a los medios y la crítica ha resultado todo un acierto.

El PSC con Illa ha ganado las elecciones como partido más votado aunque empatado en escaños con ERC y de rebote se ha avalado buena parte de la gestión de la pandemia llevada a cabo por el gobierno central. El PSC vuelve a erigirse como eje de decisión política en Catalunya entre independentistas y “unionistas”. Su valor como referencia de la salida dialogada y la normalidad democrática contrasta con las posiciones enconadas de ambos polos. Por parte de la derecha nacional llevada a la marginalidad y el extremo. Por parte de los nacionalismos catalanes desnortados al recibir una respuesta de la sociedad civil en favor de un candidato al que habían anunciado boicot previo.

Tan bueno ha sido el domingo que a Sánchez le ha salido bien hasta que su compañero de gobierno no haya salido escaldado de la cita con las urnas en Catalunya. En Comu Podem, la marca de Unidas Podemos allí, mantenía los resultados de hace tres años y por un lado apacigua las aguas en la formación, y por otro mantiene la representatividad de Iglesias como interlocutor válido para dar salida al conflicto catalán.

Eso sí. La mayoría absoluta fue para el independentismo (en realidad para la abstención que remarca la incompetencia y temeridad de proponer unas elecciones en plena situación de emergencia sanitaria) que mantiene buena parte de su capacidad de movilización en sus feudos tradicionales y que recibe de primera mano una dosis de realidad de una ciudadanía cansada de tanta confrontación. La buena fortuna de Sánchez se transformó aquí en que ERC queda por delante de Junts entre los independentistas, lo que refuerza aún más su gobierno en Madrid. Incluso la estrategia de Puigdemont y su PdeCat queda desautorizada lo que otorga a Esquerra la posibilidad y el deber de liderar gobierno en Catalunya que puede hacer valer un gobierno transversal en lo ideológico con apoyos puntuales del PSC y los comunes. O bien, llevar la voz cantante en un gobierno indenpendentista con apoyo también de la CUP que duplica sus resultados.

No es que esa primera posibilidad se fuera a traducir en mejoras de las condiciones de vida de la gente (lo que se supone que tres partidos de izquierdas deberían tratar) sino más bien que sus objetivos -indultos de los presos, mayores competencias, Estatut y negociados de las ayudas europeas por la crisis de la COVID- sean logrados.

Por lo tanto, con este escenario, y fuere cual fuere la forma de gobierno que salga adelante parecen claras, por un lado evitada la repetición de elecciones (que serían las sextas catalanas en menos de diez años). Y se recuperaría la mesa de diálogo para recuperar la normalidad democrática e institucional entre Catalunya y España dentro de la Constitución. Sin duda, buenas noticias.

Pero esa Constitución necesita serias reformas, cuando no la apertura de un proceso constituyente. El electorado catalán lo ha vuelto a demostrar cuando los resultados de las fuerzas auto proclamadas “constitucionalistas” apenas es capaz de representar el 15% del electorado catalán. El hecho innegable es que la convivencia y los escenarios que tienen que dar solución y cabida a todas las identidades no funcionan. No sirven y el texto constitucional es más una arma con la que azuzar en la trinchera del odio y el inmovilismo. Y todo eso sin hablar de los capítulos de justicia social que son sistemáticamente ignoranos cuando no violentados.

El PP se queda en tres escuálidos diputados fruto de su tradicional y abierta hostilidad hacia los pueblos que forman parte de España. Su estrategia no por conocida, resulta menos indignante: crispar y enfangar con el tema identitario para salvaguardar mayorías sostenibles en las “Castillas” y sobretodo en Madrid, que es donde está la pasta. El resultado una derrota electoral más de Pablo Casado que deja su liderazgo notablemente tocado cuando no hundido. La inestabilidad del PP es tan manifiesta por su corrupción institucional, su incompetencia, su incoherencia y su falta de lealtad, que mantiene a los principales candidatos a sustituirles entre bambalinas. El aviso para desligarse del discurso fascista de Feijoo es una declaración de intenciones del mejor colocado -frente a la estrategia de Ayuso-, pero ni uno, ni otra, van a sacar la cabeza cuando se avecinan meses duros en los medios, en los juzgados y en los parlamentos para el PP. Un PP que quiere redefinirse abandonando su sede de Génova 13, monumento nacional a la corrupción, en el último salvavidas de Casado tratando de hacer olvidar el pasado, cambiando de decorado.

Pero mayor fue el descalabro de Ciudadanos pasando de primera fuerza en 2017 a 7ª fuerza, de 30 escaños a apenas 6. Si el PP ha mantenido la ambivalencia con el fascismo, no se entendía las posiciones ultras de un partido que se presentó como garante del modelo liberal y el centrismo. Cs va cuesta abajo sin frenos, desmoronándose por territorios y perdiendo influencia incluso en la región de donde surgieron. Sus opciones son claras: O continuar una deriva ultra nacionalista que los lleve a la irrelevancia; o adoptar un corte más centrista, inflexible con la corrupción del PP, con sentido de estado y coherencia. De elegir esta opción redondearía la victoria de Sánchez, porque parece inconcebible que se mantengan en ese escenario, algunos pactos regionales (CyL, Andalucia, incluso Madrid).

La peor noticia de todas y la que ensombrece la victoria de Sánchez fue la entrada de Vox en el Parlament. Los fascistas llegan con 11 escaños y aunque minoritaria no es de desdeñar nunca el impacto de quienes quieren violencia y opresión para solucionar los problemas, o mejor dicho, para regenerarlos y hacerlos crecer.

Parece evidente que mientras la ultra derecha mueva entre 10 y 15% de votos, será imposible que la derecha alcance mayorías que le den para gobernar a nivel nacional. Por lo tanto, debería ser lógico que Casado y Arrimadas (o quienes les sustituyan) adoptasen perfiles dialogantes, centristas en vez de tensionar la convivencia y jalear el enfrentamiento. Como garantes de la Constitución que así se presentan, deberían entender rápido que tales actitudes a quienes únicamente benefician es a los independentistas y a la ultra derecha.

La derecha catalana, como ya he dicho en varias ocasiones en este blog, no tiene argumentos para pactar o amenazar el pacto con la derecha nacional. Esto ha añadido inestabilidad a la nunca tranquila política española. Y estas elecciones no se cambia esa dinámica, pero si se pide a PSC (y en Comú Podem) y a ERC y Junts, que se sienten a dialogar y a generar una convivencia, una salida dialogada al conflicto, que pueda por lo menos aportar estabilidad en la vida diaria, al menos por 20 años.

No soy muy optimista para que se rebaje el nivel de tensión en la política nacional, justo ahora que inmensidades de cantidades de dinero de los fondos europeos de recuperación van a llegar al país. En Catalunya, pese a que los números dan para mayorías de izquierdas, por desgracia, no se va a ver traducidas en medidas que garanticen los servicios públicos, la sanidad, la educación, el medio ambiente, la lucha contra la pobreza y la precariedad. Vamos a continuar en el terreno de las emociones y las banderas. Hablando en definitiva, de lo que quieren las élites, para no trastocar sus posiciones dominantes. Ni siquiera un tenue reparto de la riqueza.



Como bonus track aprovecho esta entrada sobre las elecciones catalanas del pasado domingo para hablar del Impeachment a Donald Trump como advenedizo de lo que puede suceder en Europa y en España. Tras los sucesos del 6 de enero en Washington, un golpe de Estado, hablaba de la encrucijada en la que el partido republicano debía tomar una decisión: Mostrar lealtad a la democracia y las instituciones estadounidenses o dejarse llevar por el trumpismo en su afán de poder, sin querer poner en su contra a las bases que estos años ha movilizado el ex presidente.

La traición del partido republicano impidiendo el juicio político a Trump, y con él sacándolo personalmente de la política, es un aviso a navegantes de algo que no es nuevo en la historia. El liberalismo no va a tener ningún problema en usar un animal salvaje como el fascismo mientras beneficie sus oligarcas privilegios. Y como bien sabemos muchos no resulta una criatura dócil y el riesgo de que el fascismo crezca y cause un dolor horrible, esta ahí. Por lo tanto, estamos avisados sobre lo que puede pasar en España y en Europa.

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...