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viernes, 24 de diciembre de 2021

Íbamos a salir mejores

 

Después de cuatro meses podía ir a ver a mis padres y mi hermano. Retorno al hogar materno, por Navidad; a esa Salamanca expoliada de talento y juventud; vueltas de ese exilio económico y también social. También en el caso de mi hermano. Y en el de miles de jóvenes, y no tan jóvenes, salmantinas y salmantinos emigrados. Ayer era el día de prepararme, hacer un poco de equipaje. Realmente muy poco, porque mi madre conserva mi habitación como cuando tenía 20 años (menos los posters de grupos heavies y jugadores de baloncesto) y tengo allí una cantidad de ropa todavía importante. Pero fue un día de incertidumbre.

De incertidumbre, asqueo y cabreo. Porque todos los planes al final acabaron dependiendo del positivo o no de una de esas personas que ha decidido unilateralmente, que sus cañas, sus viajes o sus “chupar barandillas”, importan más que el abrazo de mi madre tras cuatro meses.

Estoy harto de la libertad sin responsabilidad convertida en egoísmo. Al final somos siempre los mismos, una buena mayoría, pero muda, la que tiene que deshacer planes, encerrarse en casa y lamentarse para que la cosa no se desboque aún más. Porque ya va un año largo en las que una serie de personas hacen los que les da la gana sin preocuparse no ya de su salud -que a estas alturas de la película a mi también me importa una mierda-, sino que pasan de la de los demás. No les preocupa que sus acciones, la relajación de la prevención, tiene consecuencias. Que a mucha gente cercana le complica la vida y le hace pasar muy malos tragos. Y que pueden ser aún mucho más graves.


La variante Omicron del coronavirus demuestra varias cosas. La primera de ellas es que la vacunación es un éxito. Pero es un éxito relativo. Si en España podemos, con reservas, sacar pecho del trabajo y proceso de vacunación, con el abnegado trabajo de las y los trabajadores de la Sanidad Pública y con una máxima responsabilidad por parte de una mayoría de la población, en el resto del mundo aún queda un larguísimo camino por recorrer. Y mientras la vacunación no llegué a ese 80% o 90% en África no se puede hacer nada. Porque el virus seguirá mutando, haciéndose resistente a las vacunas. Y en Europa nos podremos poner, realmente porque los gobiernos las están pagando, las dosis de refuerzo que queráis. La pandemia se seguirá reciclando en olas sucesivas, colapsando los servicios de salud hasta llegar al punto en que una nueva versión del virus, haga inútiles los pinchazos, vuelva ineficaz la inmunidad y alcance de nuevo una mortalidad extrema. La liberalización de las patentes de las vacunas ya no sólo es un derecho humano. Es que es imprescindible para superar esta situación. Tiempo al tiempo.

Mientras tanto, y en segunda demostración de cómo el coronavirus nos ha cambiado la vida, el individualismo se hace cada vez más incompatible con la vida en sociedad. Las actitudes y comportamientos de buena parte de las personas se llevan a un extremo donde el egoísmo atenta la vida, la libertad y la dignidad de otras personas. La falta de responsabilidad y el infantilismo son absolutos y te dan ganas de empezar a deportar a gente a los gulags.

En clase de Ética se decía que “la libertad de uno termina donde empieza la del otro”. Tan necesaria es en este momento, que no sólo la ética (y la filosofía) se tiene que fijar en la educación obligatoria por encima de otras materias (religión y también infinitas horas mal gastadas en matemáticas o idiomas extranjeros), sino que bien valía para tatuarse la frase en la frente y en las manos de todos los desalmados que no se han cortado ni un pelo en salir en cada puente, viajar sin control, llenar los bares y organizar cenitas y quedadas.

La tercera cosa que está demostrando el coronavirus, y ya he hablado de esto, es la constatación de que las clases sociales existen y la lucha obrera es la consecuencia natural y necesaria. Esto me cabrea porque es una oportunidad perfecta para que una izquierda, política, sindical, asamblearia, alternativa y altermundista aprovechará la ocasión y actuará en consecuencia. Con pedagogía, con lucha y con programa. Pero para ello tan necesario sería una activación y formación previas, que ya habrían puesto los albores de la movilización social. Luego ves el erial que son nuestros partidos, sindicatos y asambleas de base y te dan ganas de emigrar. Más aún.

La variante Omicrón está disparando los contagios en España sobretodo tanto en cantidad como gravedad entre los cenutrios que no estaban vacunados. Pero por su irresponsabilidad, su indigencia moral e indecencia social también entre las personas que han respetado todas las medidas y se ven arrastrados por el egoísmo de los idiotas. Odio el termino mariano (por M. Rajoy) de mayoría silenciosa, pero ha llegado el momento de que esta mayoría grite y ponga las cosas en su sitio ante negacionistas, fascistas y cuñaos, todos el mismo pelaje de infraseres.

No sólo no existe el derecho a no vacunarse. Es una obligación porque en esas fisuras de una estrategia de vacunación se abren grietas en el sistema sanitario y en la salud general de la población. Lo que existe, y además está amparado por la Constitución y la Declaración de los Derechos Humanos del Hombre, es el derecho a la protección de la salud.

No hay justificación para que una persona no se vacune porque no quiere, poniendo en riesgo a todas las personas que le rodean, lastrando la lucha contra la pandemia, la victoria final y propiciando nuevas mutaciones que nos mantengan en este pseudo estado de alarma que es la nueva normalidad y que no se parece en nada a la normalidad de 2019. Porque no vacunarse en el primer mundo, es un privilegio económico que miles de millones de personas no pueden permitirse. De hecho, tampoco pueden permitirse, que tú egoísta irresponsable, decidas no vacunarte.

En ese sentido, y otra enseñanza que nos trae la nueva variante del coronavirus es la necesidad de plantear desde las administraciones estrategias que contradigan con los actos los bulos y las mentiras. Que hagan algo. Tomen partido y no sean meros pacientes, sino sujetos actores que propongan y vehículicen el interés general. Esta “moda” de gestión política, claramente neoliberal, de no hacer nada es un lujo que las democracias no pueden permitirse.

Por ejemplo, la obligatoriedad del pasaporte covid para entrar en los bares ha hecho que en dos días se vacunarán en Madrid 70.000 personas que no lo hicieron a su debido tiempo. La amenaza velada para no poder irse de jarana (también estaba la de poder ser despedidos del trabajo pero curiosamente esa no se ha esgrimido) ha alentado una vacunación masiva que siempre es una buena noticia. Y es que lo bueno del egoísmo y el individualismo es que es un camino de dos direcciones, y al final, se pueden conseguir los objetivos atacando las bases de intereses individuales. Aunque sean tan cutres y cuestionables como irse de bares.

 

Decían que íbamos a salir mejores. Que los aplausos a los sanitarios y al personal esencial nos harían más conscientes de la dignidad de las personas, sus trabajos y condiciones y relaciones. Que habría más empatía, menos estrés y al final recuperaríamos el carácter colaborativo y cooperativo de la sociedad.

Pues bien, ha pasado un año y de eso nada. La gente hace lo que le sale de los huevos sin mirar si al de al lado lo joden, lo pisan o lo desgracian. Esto que ya era la tendencia antes de la COVID-19, ahora se ha agravado. Las agresiones verbales y físicas crecen cada día ante el personal sanitario que se ha visto vendido por los dirigentes políticos de este país, vilipendiados por la derecha y NO-defendidos por la supuesta izquierda. Convencionalismos como las vacunas o la sanidad pública que gracias a la ciencia, la experiencia y el saber han mejorado la vida de millones de personas durante los últimos 100 o 150 años, ahora son puestos en solfa por una libertad de expresión transformada en libertad de mentir.

La nueva realidad es vivir en la incertidumbre. En la precariedad. En el convencimiento de que el aislamiento social hoy es una victoria. Vivimos en una desconfianza en aumento hacia los demás y también, hacía las instituciones democráticas y los politicastros que mal gestionan, por regla general, este país. El abandono al sálvese quien pueda y al consumismo más feroz.

El “autocuidado” de Ayuso es en neolengua la sanidad pública desmantelada por el neoliberalismo y el caciquismo de unos políticos que se han presentado como grandes gestores, pero que en realidad han malvendido hasta el último céntimo las riquezas de la democracia españistaní. Incluidos los pilares del sistema económico y social. Es a la vez un insulto a la dignidad de la clase trabajadora. Una mentira porque la gran mayoría de la población tendrá que combinar su “autocuidado” con cumplir jornadas laborales intensas que le pondrán en riesgo para poder seguir pagando hipotecas, alquileres, alimentación y alguno de esos “absurdos vicios vitales” que tienen los trabajadores. Pero también es una verdad porque cuando en mayo le dieron una mayoría al calor de las cañas y vivir a la madrileña, estaban las reducciones presupuestarias que se han traducido en despidos de médicos, rastreadores y todo personal sanitario. Las colas de hoy ante farmacias y centros de salud se podían haber evitado con colas ante los colegios electorales para votar a la izquierda. Y en las calles apoyándola, sugestionándola y abocándola a garantizar por ley la sanidad pública, la educación pública y los servicios sociales.

Todo lo demás son lamentaciones de última hora.

Pero es la constante lucha electoral ininterrumpida de la política de bloques que vivimos en España. Incapaz de llegar a acuerdos que mejoren las condiciones de vida. Carentes de la más mínima decencia para gestionar y ser valientes a la hora de tomar las medidas necesarias para mejorar la situación. Sin importarles encuestas, ni elecciones, ni cortoplacismos. Sólo gestión efectiva. Sólo acuerdan para seguir exprimiendo al trabajador y a la mujer trabajadora. Para mal vender el país. Pero no para actuar con responsabilidad, cercando al fascismo, a los bulos y a los imbéciles egoístas e irresponsables. Y así nos va.

Necesitamos que el pacto de gobierno PSOE-Unidas Podemos se lleve a cabo completamente y se reforme la Constitución (¡Cuándo menos!) para blindar la Sanidad Pública. Dotarla de financiación suficiente para sufragar los servicios, mejorar las condiciones de trabajo de los y las profesionales, que estos se jubilen cuando toque y den el testigo a las nuevas generaciones de trabajadores. Que mejore la respuesta científica, asistencial y estratégica de una Sanidad Pública que no sufra ni privatizaciones, ni externalizaciones, ni doblajes de su personal a la privada. Un pacto para garantizar en todos los presupuestos, tanto del Estado como de las Autonomías, un 7% dedicado a ella (otro tanto para la Educación Pública) para llegar a los estándares europeos. Con un compromiso de vigilancia y respeto a estos acuerdos y a su cumplimiento por parte de las autonomías. Reforzar el artículo 43 de la Constitución para garantizar la igualdad de derechos, la más básica y elemental, la de la salud del estado.

Sin embargo vamos a contratar a médicos jubilados y pre-jubilados cuando se han despedido por miles a los jóvenes y que van a acabar emigrando. Parece una gran idea que seguramente en las siguientes elecciones quedará validada.

Voy a parar ya. Vaya calentón que llevo. He llegado ya a casa y por fin puedo abrazar a mis padres y a mi hermano. Disfrutad de la noche! Y Feliz Navidad.



martes, 12 de enero de 2021

Nieva individualismo

El Tajo y el puente de San Martín nevados a su paso por Toledo


Da igual una pandemia o una nevada. Qué te lo pida un ministro, un funcionario, un influencer o la madre que te parió. Ni siquiera el sentido común es capaz de imponerse en la diatriba moral y el comportamiento acaba siendo temerario, egoísta y homicida.

Llevamos un año malviviendo junto a un virus que ha puesto en jaque a la sociedad moderna y al sistema que en principio “nos hemos dado” como marco para las relaciones sociales: la democracia liberal dentro de un capitalismo neoliberal globalizado. Hacerlo, ir pasando cada semana y cada etapa se ha hecho muy difícil no sólo por la incidencia de la enfermedad, sino sobretodo porque la rueda capitalista no ha dejado de girar.

Nos enfrentamos a una enfermedad mortífera, la primera pandemia de alcance mundial de la historia, con las armas que poseemos como sociedad muy deterioradas. Años de un capitalismo atroz y especulativo ha dejado en los huesos los sistemas de protección social, de bienestar y de salud. Particularmente en España, se le añade un deterioro colosal a la ciencia y la investigación.

Y junto a ello, pegadito a las curvas de contagios, ingresados y fallecidos tenemos el comportamiento de una buena parte de la sociedad a quien “su” libertad y sus privilegios no debían trastocárselos una enfermedad y la salud general de la población.

Estoy harto. Estoy hasta los huevos de ver comportamientos incívicos, insolidarios, egoístas y homicidas. Privilegios. Trasnochadas reclamaciones de derechos a la fiesta y la jarana. A las cañas, las copas y a reuniones sociales de dudoso gusto, pero sobretodo, intrínsicamente bochornosas y arriesgadas.

El ser humano ha perdido su carácter gregario, como parte íntegra y reconocible de un colectivo. Ante el exabrupto de una individualidad mal entendida se ha dejado atrás la fraternidad y la solidaridad con las partes más débiles del conjunto que conformamos como sociedad. Abandonamos la responsabilidad en una vertiginosa espiral de celebraciones en las que no recapacitamos que mañana, seremos nosotros los que necesitaremos el refuerzo del grupo y su fuerza como garante del progreso de la sociedad.
Había que salvar la economía, el verano, la navidad antes que vencer al coronavirus.

No es nuevo. No es de ahora. Llevamos años viendo estos comportamientos. Cuando en el trabajo te ves sólo defiendo los derechos de todos los compañeros. Cuando eres el único que se ofrece a ayudar a personas desfavorecidas. Cuando organizas o acudes a una manifestación que plantea la defensa de lo de todos ante las agresiones del capital y estas sólo o en minoría ante una multitud impasible. Es la realidad del mundo individualizado, atomizado hasta la nausea, hasta que perdemos la concepción colectiva. Una nevada lo ha vuelto a demostrar.

Filomena, nombre con el que las autoridades bautizaron a la borrasca como viene siendo habitual para agilizar los trámites ante las aseguradoras, ha caído con toda la fiereza del clima dejando estampas bucólicas impresionantes y severos contratiempos en el día a día de la gente. Y también, más demostraciones de la tendencia a anteponer el libertinaje a la vida de los demás.

Las imágenes de multitudes reuniéndose a bailar en la Puerta del Sol, subiendo a la Sierra de Madrid a ver la nieve, o lanzándose a las calles cuando el frío extremo lo ha convertido todo en pistas de patinaje indignan y cabrean. Porque mientras todo eso pasa (y mucha gente nos hemos quedado en casa exponiéndonos aún menos) los trabajadores han tenido que luchar. Las y los sanitarios han empalmado turnos y vivido odiseas para relevar a sus compañeros. Mucha gente sigue esperando una prueba diagnóstica o una cirugía y el advenimiento de la tercera ola puede volver irremediable lo que ya es trágico. Pero salgamos todos a disfrutar de la nieve y quizás nos rompamos una pierna en una caída y nos tengan que llevar al hospital de urgencia y ayudemos a atascar más lo ya colapsado.

Es cierto que la nevada ha sido histórica y con unas consecuencias en cuanto a la movilidad y el bienestar de las personas, notables. También, puede llegar a ser medio comprensible, que ante un año tan duro, una nevada por su novedad pueda constituir un motivo de alegría. Pero parece ya quimérico que como sociedad empaticemos, recobremos dignidad y espíritu colectivo para ayudar a los que peor lo están pasando. No soy como veis, optimista.

Por supuesto, faltaría más, miles de personas se han portado como es debido y han arrimado el hombro a ayudar al prójimo. El grueso de la población sigue entendiendo que pese a todo estamos en una situación excepcional y que o somos responsables y no ponemos más zancadillas con nuestras actitudes o seremos responsables en enfangar todo aún más.

En todo esto, como parece imposible evitar en este país, aparece Madrid. La nevada también ha sido por novedosa y por volumen, histórica en la capital y tal como está regida era evidente que iba a ser motivo de disputa. Paradójicamente la nieve y el frío han subido aún más la temperatura mediática y política del país. En vez de mostrar unidad, de la de verdad, para beneficio colectivo, nuestra derecha coge la pala para hacer propaganda y enterrar al rival.

La gestión del PP en Madrid sigue su diatriba criminal, hipócrita e incompetente y mientras mandan los escasos medios que van dejando a lo largo de los años para despejar el distrito centro, en los barrios lanzan soflamas apelando al voluntariado de las clases trabajadoras, meses después de que en los presupuestos eliminaran todas las partidas que tenían que ver con el asociacionismo en los barrios.

Como digo la nevada ha sido histórica en Madrid. Pero no es menos cierto que no sólo ha nevado en Madrid. También ha nevado en amplias zonas del país que componen eso que llamamos España vaciada. Y allí las consecuencias son por un lado distintas a las que sufren en la región de la capital. Porque en los pueblos saben cómo prepararse ante estos eventos que estaban anunciados con hasta 8 días de antelación.

Pero también son peores porque de entrada y en buena parte, por esa atención desmesurada de los medios de comunicación y por ese vórtice económico que todo lo absorbe, Madrid podrá solventar mal que bien las penurias de Filomena. Muchos de esos recursos vienen sustraídos a las zonas periféricas que son considerados ciudadanos de segunda. Y que ahora tendrán que ponerse a la cola detrás de Madrid para que les caiga una mísera ayuda por zona catastrófica.

Terminado 2020 parecía que todo había sido un mal sueño y que 2021 iba a ser la monda. Esa ilusión, también alimentada por los medios de comunicación en su sempiterna llamada al consumismo, se ha desvanecido con los primeros copos en menos de diez días de año nuevo.

viernes, 12 de junio de 2020

Un mundo al borde del abismo


La crisis, mejor dicho, estafa económica de 2008 aún no ha acabado. Al igual que en el crack del 29 o la crisis del petróleo de los años 70, la hiper financiarización y la especulación del dinero por encima y delante de la economía real son, como entonces, episodios sistémicos de un capitalismo desaforado que se contradice desde hace 12 años en el reparto de pérdidas y responsabilidades. Darla por terminada (en 2011 o 2014) es un ejercicio propagandístico de baja estofa y una engañifa con tal de que el sistema tire hacia adelante, y sobretodo, de que no se busquen las causas penales que tienen nombres y apellidos.
Es en la sociedad en la situación actual, pero sobretodo de antes de la llegada de la COVID-19 donde se ven sus efectos. Un mundo del trabajo destrozado, precarizado, donde el abuso de poder es la norma. Unos servicios sociales diezmados y recortados a la par de unos derechos desprotegidos y ninguneados. Unas soberanías atadas de pies y manos al calor del dinero, de su acumulación por parte de mega transnacionales cada vez más ricas y poderosas, capaces de mediatizar las respuestas que las sociedades pueden dar en la solución de sus problemas. Y unas sociedades civiles que aún huérfanas de liderazgos y sobretodo carentes de sentido de pertenencia, se mal que organizan para protestar sin lograr hacer calar su mensaje de revolución y cambio de un modelo obsoleto, criminal y por el que nunca nadie ha sido preguntado.
Estados Unidos como padre de este capitalismo ultra-liberal no es ajeno al devenir que Occidente padece, sino más bien impulsor a escala planetaria de tales doctrinas, a sangre y fuego para goce de sus corruptos propios. No tiene una vacuna que contradiga sus propios desmanes porque desde hace 30 años el desmontaje de los estados de bienestar, de la lucha obrera y del reconocimiento de clase de la masa trabajadora ha convertido su sociedad en más inane, asustadiza y huérfana. Pero además con ello se han perdido las herramientas de intervención directa en la economía y sobretodo en la vida de las personas para revertir las consecuencias nefastas de una ideología farisea, cruel y egoísta.
Por supuesto y por añadidura Estados Unidos padece sus propios traumas, siendo la desigualdad racial, el racismo, entre el hombre blanco y el resto de razas (negra, latina, asiática o indígena autóctona) el más notable de ellos.
Lo estamos viendo con las revueltas contra el racismo que desde hace dos semanas suceden por lo ancho y largo del país desde el asesinato cruel de un afroamericano llamado George Floyd por parte de la siempre violenta y blanca policía.
Basta leer algo de historia para darse cuenta que el conflicto de la Guerra de Secesión terminado en abril de 1865 sigue todavía vigente en el espíritu de la auto-proclamada Tierra de Libertad. La estadística no miente y el reparto de riqueza entre blancos y el resto, lleva a los segundos a padecer las peores tasas en cuanto a mortalidad, tanto infantil, como por violencia, pobreza, falta de expectativas de futuro, carencia en la asistencia sanitaria (ya sabemos el sistema de seguros privados que la derecha de este país lleva desde 1996 queriendo implantar aquí), de vivienda, peor educación, población reclusa, ex-convicta, con drogodependencias y marginalidad, etc. Y podríamos seguir.
Todo ello en un país infestado de armas en manos de la población civil, tanto de forma legal, como evidentemente de manera ilegal. Un cóctel explosivo sin más aderezos cuyo sabor es el miedo, el pánico en la población entre sus distintas capas que genera un clima de odio proclive al fascismo.
En esto Estados Unidos no está sólo en el mundo. Como ya paso en la Europa de los años 30 una crisis económica, provocada por la avaricia de los poderosos y el beneplácito de países sin herramientas con las que contrarrestarla, ha traído, está trayendo ahora, el auge de movimientos ultra nacionalistas de corte fascista, respuesta basada en el proteccionismo, en el racismo, el sexismo, evidentemente machista, y si y también, en el autoritarismo frente a la democracia y la libertad.
Trump ganó con relativa comodidad las elecciones de 2016 tras el mandato de un Obama, que tuvo mucho de marketing y poco de políticas, digamos sociales. Y partía como principal favorito para revalidar presidencia en noviembre frente a un aparato del Partido Demócrata timorato y huidizo de todo lo que suene a reparto de riqueza.
Al tiempo en éste mundo globalizado la respuesta era más derecha, más fascismo. En Latinoamérica donde las regencias de centro izquierda han sido sustituidas por mandatos de derecha y derecha extrema, incluso con el retorno de figuras encausadas por corrupción y abuso de poder. Aderezados con el ultracatolicismo (del que se aborrecen de forma mutua con el actual Papa) propio de la zona personajes como Bolsonaro o Peña Nieto vuelven a poner sus países de rodillas ante la poder de las empresas estadounidenses.
Y Europa pese a la trágica experiencia vivida también transita el mismo camino con respuestas que parecen hacer retroceder ese fantasma fascista (en Alemania o en Grecia) pero que en España, dónde nunca se fue, se muestra vivito y coleando llamando a la asonada a golpe de cacerola en barrio pijo.
El bochornoso espectáculo de las manifestaciones en el Barrio de Salamanca de Madrid (en Españistan “todo” sucede en Madrid) mostraron a mi juicio tres cosas:
La primera de ellas es que existe una casta, absorta de la realidad y parasitaria para el resto, que teme de perder sus privilegios con un poco de socialdemocracia. Sus valores radican en la legitimidad autoproclamada de un país al que dicen amar mucho (no hacen más que envolverse entre rojo y amarillo) pero al que consideran en realidad un cortijo propio que no merece ni el pago de impuestos. Y a todos los demás que estamos aquí, nos ven como propiedad, como parásitos o como un enemigo. O las tres cosas a la vez.
La segunda que tenemos un grave problema con la democracia y las fuerzas armadas. Ojo, que esto y me remito a los párrafos anteriores, no es sólo propio de España, pero aquí por nuestra historia y nuestras asignaturas pendientes torna a riesgo grave. Acabada la dictadura y llegada la democracia, los fascistas de ayer se despertaron demócratas y pareciera como no necesaria una limpia y una catarsis de unos cuerpos que indistintamente del régimen han seguido torturando, han seguido haciendo negocios privados y han seguido homenajeando y difundiendo idearios fascistas. Policías (Nacional, municipales, autonómicas y Guardia civil) infestadas de fascistas donde pueden expresar sus frustraciones, su ideología anti-democrática y su servilismo con el poder y no con el pueblo que les paga. Verles aplaudir a los “cayetanos” que se han saltado la norma del Estado de Alarma provoca asco e indignación. En este epígrafe podemos incluir a la judicatura de éste país tan corporativa con los suyos y tan cruel con los que considera sus rivales ideológicos.
Lo tercero y último, pero no menos importante, es la falta de perspectiva de la situación que estamos viviendo. Ha muerto muchísima gente y otra muchísima ha dado todo para tratar de salvar vidas. Llenar los bares, las terrazas, las playas o salir a manifestarse es una falta de respeto para con ellos, pero también un riesgo para la salud propia y para el bienestar de la población. Es de un egoísmo criminal y una falta de sentido común que invita al desánimo.
Desde luego no es lo mismo manifestarse por el privilegio de ir al bar o a jugar al golf que hacerlo contra el racismo (menos mal que la diferencia entre poder de convocatoria entre una y otra proclama se calcula con varios ceros de por medio) pero a muchos de los que se manifestaron el domingo también me hubiera gustado verlos cuando la guardia civil asesinó a 15 personas en las costas de Ceuta, y no que nos justamos solamente 36 personas en la Plaza Mayor a la convocatoria de Amnistía Internacional.
Esto no quiere decir, aviso, que dadas las algaradas, las asonadas, los llamamientos al golpe de Estado que la ultra derecha está haciendo yo, me vaya a quedar en casa. Como la justicia no va a hacer nada es tiempo de que la sociedad civil se plante y luche. No será tiempo de manifestaciones de buen rollito y batucadas, sino de parar el país y hacerles sentir que somos más y tenemos la trascendencia de la lucha por una causa justa.
Mientras tanto padecemos en estos últimos días de confinamiento el bombardeo mediático interesado para pasar de soslayo por lo que importa y cambia la vida de la gente, como la aprobación del Ingreso Mínimo Vital, para centrarnos en polémicas artificiales y externas como la cantinela del 8M. Tratan de tapar la corrupción y criminal gestión del PP en las residencias de ancianos por todo el territorio nacional (si, no sólo en Madrid) culpando a Iglesias, a Venezuela o al comunismo. Bien haríamos como sociedad, como gobierno o como militancia de izquierdas en centrarnos y en defender a la gente que va a sufrir las consecuencias económicas y sociales de la pandemia. Salir de las discusiones estériles que plantean las élites a través de sus medios de comunicación para así mantenernos cercanos y unidos, como una clase trabajadora que reconoce sus propios problemas y las amenazas comunes. Y ahí es donde podemos mantener a un Gobierno de centro izquierda tibia con la gente, sin perder la conexión distraído en el fango construye una derecha que como cada vez que vienen los problemas carece de discurso y de soluciones.
Por todo esto se hace necesario defenderse de tanta agresión y tanta mentira. De tanto ruido. Al fascista, no se le debate, se le combate, y ahí es donde tenemos que estar como izquierda responsable, con programa y sobretodo con la legitimidad de luchar por un mundo mejor, más fraterno y donde la justicia social no sea una quimera.

Pero el abismo no se cierra únicamente en un debate entre ideologías (fascismo vs democracia o comunismo), sino que esa falla es una más en el deterioro brutal de las condiciones de vida de la gente y de la habitabilidad de nuestro planeta.
La propia pandemia del coronavirus es una consecuencia clara del calentamiento global como fenómeno que ha provocado el acercamiento entre humanos y especies animales, propiciando con ello, el salto del virus a nuestra especie.
Este calentamiento global es fruto de la quema de combustibles fósiles para hacer funcionar un sistema capitalista, groseramente consumista y devastador de todos los ecosistemas sin distinción. Hemos cambiado el ciclo del agua en nuestro planeta y hemos destruido la salud de los suelos del planeta. Las hambres y carestías van a aumentar y las pandemías, los desastres naturales y las guerras por los recursos -especialmente por el agua dulce- continuarán.
Hay muchas voces que ya hablaban desde hace veinte y treinta años de una nueva era para la vida en la tierra. Una era, extraordinariamente efímera, en la historia geológica del planeta. El antropoceno (era propuesta por los científicos, centrada en el ser humano como agente de los cambios físicos, químicos y geológicos en la composición y funcionamiento del planeta Tierra) se asoma al umbral de lo irreversible para la propia existencia del ser humano. Nos acercamos temerariamente y entre gritos de negacionistas a una extinción.
Es necesario ya alentar un cambio social colosal. Volver a lo local y a una economía circular de cero emisiones. Cuanto antes asumamos, como especie el fin de la globalización, antes podremos articular sistemas y herramientas para prepararnos contra lo que viene.
No hay mucho espacio para el optimismo sin embargo si que lo hay para trabajar y luchar por cambiar un sistema que está condenándonos sin remisión al dolor y el sufrimiento.

martes, 5 de mayo de 2020

Día 52 de confinamiento: De responsabilidades y españas


Los días y semanas de confinamiento van pasando al tiempo que las temperaturas primaverales se tornan en veraniegas. El calor sube mientras los datos económicos se desploman y en España “nos” afanamos en demostrar nuestras más verdaderas señas de identidad.
Por supuesto, como en todo y como siempre, el Gobierno de la nación tiene que ser y puede ser llevado a critica. Pero antes de poner la lupa sobre los que están tomando decisiones colectivas debemos ser nosotros mismos quienes desde una responsabilidad individual nos comportemos con civismo, respeto y solidaridad por un beneficio colectivo. Aunque sea el acérrimo rival quien gobierne.
En España cuando se pone una normativa no se ve como una cuestión a cumplir y respetar, sino como un reto que superar. Con las fases de desescalada del Estado de alarma se está comprobando una vez más.
Que ante los primeros días en los que se permiten salidas controladas de niños y adultos para pasear y hacer deporte, veamos como se llenan las calles, los caminos, las playas. Se hacen botellones y se comienzan a llenar terrazas y bares por encima del límite de las recomendaciones de distanciamiento social y de prevención sanitaria. Las caceroladas para mostrar disconformidad con los rojos y las banderas y crespones negros son la seña de una de las dos Españas. Y los aplausos el hito diario para mostrar al mundo, básicamente a los vecinos, el postureo más rancio y el compromiso con principio y final en nuestro ombligo.
Ojo, que no quiero decir que esto no pase fuera de nuestras fronteras, pero a mi lo que me preocupa es lo que pasa dentro de ellas y estas actitudes, a parte de parecer imposibles de cambiar, nos definen en demasía. Nos hacen carne de escarnio y lo más importante: Ponen en riesgo a toda la sociedad en una situación de pandemia grave y de colapso, creo que definitivo, del sistema neoliberal-capitalista y político liberal.
Al tiempo, el Gobierno va al Congreso a buscar una nueva prórroga del Estado de Alarma justo cuando los datos de contagiados y fallecidos van bajando gracias, indudablemente, primero por el trabajo honesto y arrollador del personal sanitario y de todos los y las trabajadores que han mantenido el sistema de cuidados y la distribución de alimentos y bienes y servicios básicos. Pero también, gracias a esas medidas impopulares pero que nos han protegido confinados en nuestros hogares. Pues bien, justo ahora, cuando doblegamos la curva y más importante es mantener unas semanas más la precaución y el cuidado los distintos grupos políticos miran su interés particular por encima del general.
Las derechas de este país, cainitas, corruptas e insolidarias aprietan discurso de oposición por definición, sin ningún tipo de alternativa y lo que es peor, desdiciéndose de lo que decían hace 10 días, simplemente por el hecho de que conciben mayorías a su favor por llevar la contraria al gobierno. Incluso en uno de los momentos más graves de nuestra historia.
Lo hacen también, porque no pueden permitirse que nos demos cuenta de que somos nosotros, la clase trabajadora, la verdadera fuerza del país. El sustento de los beneficios empresariales por supuesto, pero además, la argamasa y los ladrillos que construyen el país. Hay que reactivar la economía, no sea que los poderosos a los que se deben dejen de ganar dinero. Qué más da si nos morimos los obreros y las obreras.
Por primera vez en la historia a una crisis social tan colosal como la que tenemos delante se le están dando respuestas económicas y sociales que empatizan con los más desfavorecidos. Se está legislando y actuando en materia económica y social para intentar no dejar a nadie atrás y para que la crisis no la acabemos pagando los mismos de siempre.
Frente al gobierno se posicionan quienes solo saben utilizar todo en beneficio político privado. Una tragedia, una crisis, unos muertos. Los que despiden médicos y enfermeros. Los que se quejan porque les han quitado competencias en esta situación extrema para mejorar la gestión y respuesta y no acabar con diecisiete mandos para luchar frente a un ataque al nivel nacional (y también por supuesto global). Insolidarios y vomitivos. Una clase política, la derecha de este país y de los múltiples países dentro del país, que me provoca vergüenza y náusea y sobretodo afila mi puesta en vanguardia para derrotarlos siempre.
Si mañana no apoyan la prórroga del Estado de Alarma y acaba llegando un rebrote o un repunte de los infectados y fallecidos deberíamos saber ya a quien aplicar las cuentas. Nuestros médicos, enfermeros y todo el personal que ha trabajado estos meses no se ha jugado la vida para que políticos mediocres e iletrados traten de sacar rédito electoral tratando de hacer que nada cambie. El PP no ha propuesto nada todavía en ninguno de los plenos anteriores, frente al resto de grupos (incluida la extrema extrema derecha) pero cada día, los irresponsables mezquinos e idiotas congénitos como Ayuso y Casado han llenado de ruido toda una situación que nos debería rearmar como país y sociedad.
No podemos perder en perspectiva de que no sólo se trata del mando único para luchar contra la pandemia. No se trata de un problema de comunicación. Ni tampoco a nivel sanitario y científico porque frente a otras experiencias están siendo técnicos y personal cualificado los que van marcando las pautas que sigue el gobierno. El tema es que la factura total caiga en las espaldas de la clase trabajadora, de los oprimidos, mientras los opresores especulan y sacan beneficio y no quieren que la justicia social se conjugue de una vez por todas en el estado español.
Para finalizar no puedo más que contaros como pienso pasar las próximas semanas. Seguiré confinado. Sólo saldremos al trabajo y a hacer las compras, tratando de concentrarlas en una hora un sólo día. El desinfectante hidro-alcóholico será la primera rutina al entrar en casa y los guantes desechables y mascarilla parte del atuendo imprescindible. Todo seguirá igual durante el mes de mayo y dependiendo de la situación veremos ir retornando vida normal ya en junio. Incluso para nosotros, emigrados en otra ciudad, la posibilidad de ir a ver nuestros padres y hermanos a nuestros pueblos y provincias de origen, dolorosamente la llevamos más lejos aún. Por responsabilidad.
Y no hace falta ningún gobierno, ni oposición, que me lo diga. Soy yo y el sentido común quienes me hacen tener responsabilidad, primero por mi salud, luego, indisoluble, ya por la de todos.
Por eso os pido a todas y todos, por muchas ganas que tengamos de una cerveza en una terraza, de una ruta de bici, o de un paseo por la ciudad, la playa o la montaña que seamos responsables. Empaticemos, nos dejemos guiar por las recomendaciones de las administraciones y sobretodo por nuestro sentido común.
Cuidaros mucho.

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...