martes, 12 de enero de 2021

Nieva individualismo

El Tajo y el puente de San Martín nevados a su paso por Toledo


Da igual una pandemia o una nevada. Qué te lo pida un ministro, un funcionario, un influencer o la madre que te parió. Ni siquiera el sentido común es capaz de imponerse en la diatriba moral y el comportamiento acaba siendo temerario, egoísta y homicida.

Llevamos un año malviviendo junto a un virus que ha puesto en jaque a la sociedad moderna y al sistema que en principio “nos hemos dado” como marco para las relaciones sociales: la democracia liberal dentro de un capitalismo neoliberal globalizado. Hacerlo, ir pasando cada semana y cada etapa se ha hecho muy difícil no sólo por la incidencia de la enfermedad, sino sobretodo porque la rueda capitalista no ha dejado de girar.

Nos enfrentamos a una enfermedad mortífera, la primera pandemia de alcance mundial de la historia, con las armas que poseemos como sociedad muy deterioradas. Años de un capitalismo atroz y especulativo ha dejado en los huesos los sistemas de protección social, de bienestar y de salud. Particularmente en España, se le añade un deterioro colosal a la ciencia y la investigación.

Y junto a ello, pegadito a las curvas de contagios, ingresados y fallecidos tenemos el comportamiento de una buena parte de la sociedad a quien “su” libertad y sus privilegios no debían trastocárselos una enfermedad y la salud general de la población.

Estoy harto. Estoy hasta los huevos de ver comportamientos incívicos, insolidarios, egoístas y homicidas. Privilegios. Trasnochadas reclamaciones de derechos a la fiesta y la jarana. A las cañas, las copas y a reuniones sociales de dudoso gusto, pero sobretodo, intrínsicamente bochornosas y arriesgadas.

El ser humano ha perdido su carácter gregario, como parte íntegra y reconocible de un colectivo. Ante el exabrupto de una individualidad mal entendida se ha dejado atrás la fraternidad y la solidaridad con las partes más débiles del conjunto que conformamos como sociedad. Abandonamos la responsabilidad en una vertiginosa espiral de celebraciones en las que no recapacitamos que mañana, seremos nosotros los que necesitaremos el refuerzo del grupo y su fuerza como garante del progreso de la sociedad.
Había que salvar la economía, el verano, la navidad antes que vencer al coronavirus.

No es nuevo. No es de ahora. Llevamos años viendo estos comportamientos. Cuando en el trabajo te ves sólo defiendo los derechos de todos los compañeros. Cuando eres el único que se ofrece a ayudar a personas desfavorecidas. Cuando organizas o acudes a una manifestación que plantea la defensa de lo de todos ante las agresiones del capital y estas sólo o en minoría ante una multitud impasible. Es la realidad del mundo individualizado, atomizado hasta la nausea, hasta que perdemos la concepción colectiva. Una nevada lo ha vuelto a demostrar.

Filomena, nombre con el que las autoridades bautizaron a la borrasca como viene siendo habitual para agilizar los trámites ante las aseguradoras, ha caído con toda la fiereza del clima dejando estampas bucólicas impresionantes y severos contratiempos en el día a día de la gente. Y también, más demostraciones de la tendencia a anteponer el libertinaje a la vida de los demás.

Las imágenes de multitudes reuniéndose a bailar en la Puerta del Sol, subiendo a la Sierra de Madrid a ver la nieve, o lanzándose a las calles cuando el frío extremo lo ha convertido todo en pistas de patinaje indignan y cabrean. Porque mientras todo eso pasa (y mucha gente nos hemos quedado en casa exponiéndonos aún menos) los trabajadores han tenido que luchar. Las y los sanitarios han empalmado turnos y vivido odiseas para relevar a sus compañeros. Mucha gente sigue esperando una prueba diagnóstica o una cirugía y el advenimiento de la tercera ola puede volver irremediable lo que ya es trágico. Pero salgamos todos a disfrutar de la nieve y quizás nos rompamos una pierna en una caída y nos tengan que llevar al hospital de urgencia y ayudemos a atascar más lo ya colapsado.

Es cierto que la nevada ha sido histórica y con unas consecuencias en cuanto a la movilidad y el bienestar de las personas, notables. También, puede llegar a ser medio comprensible, que ante un año tan duro, una nevada por su novedad pueda constituir un motivo de alegría. Pero parece ya quimérico que como sociedad empaticemos, recobremos dignidad y espíritu colectivo para ayudar a los que peor lo están pasando. No soy como veis, optimista.

Por supuesto, faltaría más, miles de personas se han portado como es debido y han arrimado el hombro a ayudar al prójimo. El grueso de la población sigue entendiendo que pese a todo estamos en una situación excepcional y que o somos responsables y no ponemos más zancadillas con nuestras actitudes o seremos responsables en enfangar todo aún más.

En todo esto, como parece imposible evitar en este país, aparece Madrid. La nevada también ha sido por novedosa y por volumen, histórica en la capital y tal como está regida era evidente que iba a ser motivo de disputa. Paradójicamente la nieve y el frío han subido aún más la temperatura mediática y política del país. En vez de mostrar unidad, de la de verdad, para beneficio colectivo, nuestra derecha coge la pala para hacer propaganda y enterrar al rival.

La gestión del PP en Madrid sigue su diatriba criminal, hipócrita e incompetente y mientras mandan los escasos medios que van dejando a lo largo de los años para despejar el distrito centro, en los barrios lanzan soflamas apelando al voluntariado de las clases trabajadoras, meses después de que en los presupuestos eliminaran todas las partidas que tenían que ver con el asociacionismo en los barrios.

Como digo la nevada ha sido histórica en Madrid. Pero no es menos cierto que no sólo ha nevado en Madrid. También ha nevado en amplias zonas del país que componen eso que llamamos España vaciada. Y allí las consecuencias son por un lado distintas a las que sufren en la región de la capital. Porque en los pueblos saben cómo prepararse ante estos eventos que estaban anunciados con hasta 8 días de antelación.

Pero también son peores porque de entrada y en buena parte, por esa atención desmesurada de los medios de comunicación y por ese vórtice económico que todo lo absorbe, Madrid podrá solventar mal que bien las penurias de Filomena. Muchos de esos recursos vienen sustraídos a las zonas periféricas que son considerados ciudadanos de segunda. Y que ahora tendrán que ponerse a la cola detrás de Madrid para que les caiga una mísera ayuda por zona catastrófica.

Terminado 2020 parecía que todo había sido un mal sueño y que 2021 iba a ser la monda. Esa ilusión, también alimentada por los medios de comunicación en su sempiterna llamada al consumismo, se ha desvanecido con los primeros copos en menos de diez días de año nuevo.

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