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domingo, 14 de marzo de 2021

Un año de pandemia

 

Un año de pandemia. Un año en el que nuestras vidas han cambiado drásticamente. Hemos dejado atrás realidades, verdades, sueños cuando poco pospuestos. Adquiridas costumbres impuestas y necesarias. Emprendido nuevos caminos y experiencias, empezando por el más imperecedero: cuidarse cada día.

Parece mentira que haya ya pasado un año. Una agenda entera distinta a lo habitual, a lo que esperamos. Experimentando la sensación de un paréntesis que ya dura demasiado.  Un impas en el que nos han dejado cautivos, desarmados y también indefensos. Por más nuevos retos que se asuman, por buscar algo nuevo, distinto, para pasar cada día, cada semana, que se van repitiendo en un inmenso día de la marmota y a la vez tan frenético en la vorágine de sucesos que van asaltando a trompicones nuestros ojos. Nuestros oídos. Y nos dejan ciegos, sordos, mudos. Y gritamos. Gritamos sin voz, cansados y hartos de no hallar solución, sin la respuesta necesaria pese a que tenemos toda la información del mundo y del tiempo, en dos, parpadeos. Y si tenemos suerte convivimos con alguien que nos quiere y nos cuida. Nos hace la vida más fácil. Y uno lucha por ser recíproco. Pese al hartazgo de esta situación, la falta de alternativas, el cierre de todos los caminos.

Hoy hace un año estábamos anestesiados. Asistíamos con una sensación de incredulidad al patas arriba de nuestra rutina. Parecía como si no fuera con nosotros lo que en las ruedas de prensa unos señores muy compungidos nos decían. Las actitudes tardaron mucho en cambiarse y algunas siguen enfoscadas en su crueldad e imbecilidad. Parecía como si los avisos, las órdenes de confinamiento y la nueva rutina se deslizara por nuestra piel sin ni siquiera impregnarnos. Una patina que correría abajo gracias al sudor. Ni siquiera se quedaría en las sábanas o en la ropa interior. Y sin embargo, empezaron a pasar los días y las noches, las seguridades derruidas al tiempo que se consolidaban prejuicios. El egoísmo de una sociedad hiper individualizada; el convencimiento de que la pandemia venía por esta guerra continúa que en nuestro nombre las élites y la economía han disparado contra la Naturaleza; el sentido y orgullo de pertenencia de clase, de darse cuenta, quizás por fin, casi nunca tarde, de que somos más, somos mejores y somos las y los imprescindibles. Que pese a la precariedad y la incertidumbre está la dignidad y la certeza. Y en los balcones llenos de banderas que nunca nos representaron empezaron a oírse aplausos por las clases trabajadoras. Por los médicos y enfermeros, hombres y mujeres que con vocación y destino, nos cuidan y protegen. Que se arriesgan por un bien común. Por limpiadoras, cajeras, repartidores y basureros que con su honestidad engarzan los eslabones básicos de la vida. Al poco tiempo el dolor golpeaba con fuerza. Víctimas, contagiados y fallecidos, muchos nuestros mayores, sin solución de continuidad, ampliando unos registros de infamia. Sacando a la luz el drama de una sociedad que olvida su pasado; que lo castiga y lo esconde. Pasaron los meses y aquellas cifras que nos encolerizaban y nos alarmaban ahora se han deslizado por la vorágine de la información sin que nos perneé como si tantas vidas fueran prescindibles. Como si fueran cucarachas. Siempre me ha indignado este sistema que en su rueda implica la muerte y destrucción de millones de personas, muchos días contados por miles para que las ganancias no dejen de fluir. Y con la pandemia hemos asistido al mismo efecto; a la costumbre del llanto y el dolor hecha rutina; incapaz de irritar, ni tan siquiera de conmover. La economía tiene que fluir. Hay que salvar el verano, la hostelería, las fiestas, la Navidad y ya la Semana Santa. Tratando de recobrar una normalidad que no era normal. Porque no se podía tolerar que la precariedad, la inseguridad, la pobreza incluso trabajando a jornada completa fuera el día a día de millones de personas. Incluso en este país. Y sin embargo, nos quieren en la miseria, con una desigualdad crónica. Consumiendo, ajenos a todo lo que sucede alrededor. Esperando que la ciencia dé respuesta y que las vacunas hagan más ricos a los ya infinitamente ricos.

Decían que íbamos a salir de esto mejor que antes. No puedo más que reírme. Qué falacia; qué caradura. Ha sido un año de egoísmos. Ha sido un año de violencia. Ha sido un año para comprobar la ausencia de empatía y solidaridad que asola el mundo. Ha sido un año de dolor continuo por comprobar otra vez, que van a defender este nauseabundo estado de las cosas con uñas y dientes. Y con policías y mentiras. Si algo ha dejado claro esta pandemia es la necesidad que tenemos como sociedad mundial y globalizada de reconstruir, y en algunos casos construir, unas redes de asistencia mutua, donde primen por encima del lucro y el flujo de capitales, las necesidades vitales de la gente y del planeta. Derribad el ultra liberalismo capitalista que emplea hasta el último recurso, el del rabioso perro fascista para acallar las alternativas. Y sin embargo, la evidencia muestra que no es que sean necesarias: Es que nos va la vida en ello.

Nadie sabe cuánto tiempo nos queda de estar así. De cuando podremos viajar. De cuando podremos abrazar a nuestros padres, hermanos y amigos, seres queridos que están lejos. Esto es lo más importante a salvar, a recuperar. Cuando os digan que hay que salvar la economía, decid que hay que salvar la vida. Que hay que salvar la salud, física y mental. Hasta entonces, seguiros cuidando.

miércoles, 23 de diciembre de 2020

Esta noche es nochebuena y toca homilía real

 


El discurso del Rey, además de una película estupenda con unas interpretaciones brillantes, es en España, un género periodístico más. Es por supuesto, un momento culmen de la vida política patria. La única ocasión en la que el Jefe de Estado se digna a dirigirse a sus conciudadanos (nos llaman súbditos) y hacer un repaso somero a lo más destacado del año acorde con una visión concreta y muletillas y frases hechas que ya de tanto repetirse, no sólo es que hayan perdido su significado, sobretodo con el deterioro del significante, sino que ya emborrona la dignidad de quien escucha.

En las redacciones periodísticas de este país sobretodo de los medios pro-régimen es imprescindible seguir un guión para edulcorar la figura y sus palabras, mostrar a tono unísono la avalancha de parabienes que lanzan los dirigentes pro-sistema y callar. Callar las voces, cada vez más, de quienes estamos hartos de tanta inmoralidad. Y callar la corrupción y la hipocresía de la casa real.

A mi, a veces me parece que el discurso del Rey es el telonero de la cena familiar de nochebuena. Mejor aún. Como si la sarta de soflamas y lugares comunes del monarca fuera el breefing de los temas a tratar mientras pelamos langostinos y con disimulo profanamos el diseño modernista de las tablas de quesos y embutidos.

Y el de este año promete. Porque esta mierda de año 2020 que ha reventado las costuras de los convencionalismos sociales que teníamos han quedado claras tres cosas: la importancia capital de los servicios públicos como garantes de la democracia (sanidad, educación y servicios sociales) empezando por recuperar de la economía más salvaje todo lo que tiene que ver con el cuidado de las personas, especialmente nuestros ancianos.; la importancia crucial de la ciencia como motor de avance del ser humano; la necesidad urgente de articular una economía social que proteja el medio ambiente y pare la degradación actual y luche contra el cambio climático.

El coronavirus ha tapado las bocas con mascarillas higiénicas pero no oculta un clamor ante la avalancha de noticias que demuestran la falsa moralidad de la monarquía. Mientras el país, y todo el mundo, está pasando una crisis que debería replantearnos la prevalencia del dinero por encima de todo, incluida la vida, la Casa Real emitía comunicados y escondía la cabeza bajo el barro cuando salían a la luz (gracias a ese periodismo que actúa como tal y no como un vasallo, y sobretodo extranjero) todas las corrupciones, comisiones y líos de faldas del Emérito (todavía hay silencio en torno a la parece ser no envidiable vida personal de los titulares en trono).

No tiene que ser fácil ponerte a escribir o casi mejor repetir lo que te han escrito, cuando vives una vida que no tiene nada que ver con la de esos millones, algunos fusilables, a los que te diriges. Porque vives rodeado de abraza-farolas, pesebrederos y compiyoguis que desconocen como se conjuga el verbo trabajar. Porque defiendes un estado de las cosas inamovible que es la única forma de mantener la vidorra que llevas, tú, tu familia y el resto de vividores. Y porque hablas a un público cautivo al que no conoces, porque te lo presentan detrás de cordones de seguridad y lejos de palacio. Si lo conocieras aunque fuera un poquito, entenderías que en esta sociedad, para convencer hay que ejemplificar, no sólo con la palabra, sino sobretodo, con los hechos.


La figura del Rey y la persona de Felipe de Borbón, no valen para presentarse ahora como un mediador o un árbitro que ponga paz y construya puentes. El 3 de octubre de 2017 dinamitó su propia versión apolítica al entrometerse en el fango del independentismo catalán para favorecer la causa centrista. Y el 15 de marzo de este año al día siguiente de que nos viéramos en un Estado de alarma, la monarquía salía por la tangente para separar al actual inquilino de la Zarzuela de las tropelías de su padre. Como si éste no las hiciera siendo Rey, y como si esa herencia envenenada no forme también parte del paquete de corona y palacio.

Por lo tanto, no hay ejemplaridad en la conducta de la familia real, y el Rey no tiene empaque para promover una serie de pactos y actuar como un “destensionador” de la situación política que se encrespa por momentos. Pero hagamos un momento un ejercicio de imaginación y pongámoslo con su traje caro, su nacimiento napolitano de colección y sus fotos familiares delante de la pantalla.

Podría hablar del modelo de estado. No con la imposición de una visión del país que no tiene nada que ver con la verdad de esa España única e indisoluble. Sino con el país que tiene hasta 4 lenguas co oficiales además del castellano. Que tiene más dialectos y realidades culturales significativas que enriquecen todo lo que somos. En definitiva, frente a la opresión a la que ya demostró fidelidad, sitemos con la libertad y con el sentido público de solucionar problemas antes que crearlos y en dejar una solución para los próximos 20 años.

Felipe VI podría dejar de llenarse la boca con la Constitución del 78 y comenzar a ejercerla para hacer una defensa pública sobre los derechos y libertades de todas y todos. Artículos hay que defienden la vivienda digna, el trabajo digno, la igualdad efectiva entre géneros o la aconfesionalidad del estado. Promover con urgencia pactos: contra la violencia machista, por la situación de la vivienda en este país; por la ciencia; por la lucha contra el cambio climático y la defensa del medio ambiente; contra la corrupción y el nepotismo. Por limpiar las instituciones de fascistas sobretodo ejército, fuerzas de seguridad y judicatura.

Podía intentar acercarse a los jóvenes por ejemplo. A universidades o a donde se reúnen los riders. Podía ir a un centro de atención de inmigrantes. O escuchar por videoconferencia a sus compatriotas emigrados por la falta de oportunidades. Podía ir a escuchar las reclamaciones de los jubilados, los parados de larga duración, los agricultores, ganaderos, pescadores, apicultores. Qué les sucede a quienes viven en el entorno rural. Ir e interesarse por la situación en un centro de ayuda a mujeres maltratadas. Le pitarán, abuchearán y alguien le contará a la cara la sinvergoncería de su familia y su institución. Pero eso, también va en el cargo y en la asignación millonaria que recibe cada año.

 

Pero no lo hará. ¿Sabéis por qué? Porque el deleznable estado de las cosas son causas y consecuencias del Régimen del 78, y en él está su figura, su corona y sus privilegios como una dotación presupuestaria creciente y una inviolabilidad judicial, extensible a toda la familia y como hemos ido viendo, a parte de componer un derecho medieval totalmente anacrónico es un insulto a la inteligencia y dignidad del país.


Una institución poderosamente heteropatriarcal se nos dirige esta noche con un paternalismo vomitivo, mientras que no tenemos datos filedignos del respaldo o repudia de su figura y de un modelo de estado donde no sólo se nos impide expresarnos, sino donde ni siquiera nos preguntan sobre la aceptación de la monarquía. Las pocas encuestas privadas marcan un desgaste colosal y la preferencia por un modelo republicano, mientras la oficial, la del CIS, la que pagamos todos, se niega sistemáticamente a preguntar sobre le modelo de estado no vaya a ser que apuntale el declive innegable.

Usados hasta lo pornográfico palabras como convivencia, transición o consenso no son más que epítetos que tratan de reforzar un relato. El de su propia supervivencia como monarca cimentado en una historia que es real porque le puso una corona, pero no es la realidad. No es la verdadera.

Y es que trono y corona son dos regalos envenenados más que nos colaron bajo el ruido de sables en una Transacción que dejó impune una dictadura fascista, el franquismo, que enraizó algunas de sus costumbres más execrables como la corrupción, el autoritarismo, el machismo, la xenofobia y la versión de una España que no ha sido nunca así y que no lo será. El golpismo, el revanchismo y las ínfulas de grandeza de militares trasnochados que vemos hoy en día ganaron músculo en la dictadura pero son lacras propias de la política españistaní.

La monarquía es la clave de bóveda de todo lo que supone el atado y bien atado franquista: el Régimen del 78. Si cae la familia real también caerán los privilegios de la iglesia católica. Se investigarán a todos los próceres del régimen, prohombres de la economía patria que se lucraron con trabajo esclavo y las corrupciones propias de la dictadura. Se caerá la vergüenza nacional que supone la Ley de Amnistía que blinda a los criminales de la dictadura y se podrán ya limpiar instituciones plagadas de fascistas como las fuerzas de seguridad, el ejército y los juzgados.


Esta noche durante la reunión familiar, en persona o como desgraciadamente será más habitual, por videoconferencia o teléfono, el Rey se dirige a la nación. Cuando recordamos a los seres queridos que todos hemos perdido durante esos doce meses, el monarca largará su discurso habitual de palabras huecas y contenidos vacíos. Cuando al acabar la cena, brindemos con vino o un digestivo estaremos viviendo en fraternidad con quienes más nos importa. Nos alejaremos de la crispación y el dolor que causan quienes defienden y veneran tanta indignidad, tanta inmoralidad. Muchos millones de españoles huímos de esta parafernalia, de esta homilía rodeada de fascismo. No hay mayor desprecio que no dedicar, no perder, un minuto en ellos. Mañana habrá que seguir luchando para recuperla. 

 

Feliz noche a todas y todos.

domingo, 25 de octubre de 2020

El Estado de Alarma para surfear la segunda ola

El presidente del Gobierno tras Consejo de ministros extraordinario ha decretado un nuevo Estado de Alarma para 15 días -lo que viene expuesto en la Constitución- con visos a mantenerlo hasta el mes de mayo, en razón a pasar el invierno y la época que se supone de mayor incidencia en los hospitales. Por dentro pasarán las Navidades, casi todo el curso escolar y en definitiva más de medio año con el fin último de mantener a raya la curva de incidencia de la pandemia. Bajar los contagiados, los hospitalizados y los fallecidos. Y por supuesto ayudar en el alivio a un sistema sanitario español que ya presentaba antes de la COVID suficientes síntomas de agotamiento y fractura y que en esta segunda ola vuelve a sufrir los desvarios de políticos y gestores y las criticas de pacientes y usuarios.

El Estado de Alarma viene como condición previa a la toma de responsabilidades y decisiones de las Comunidades Autónomas. Estas habían pedido ya la intervención estatal, primero en forma de garantía judicial para controlar la explosión de casos. Pero también, y mucho más significativo, para tratar de superar la situación con el apoyo del gobierno estatal. Escurrir el bulto de su inoperancia es también un objetivo marcado por los gobiernos autonómicos. La primera medida ya aprobada es el toque de queda entre las 10 de la noche y las 6 de la mañana.

En medio quedamos la población. Por un lado una mayoría de personas que desde marzo nos hemos tomado todo esto en serio. Cambiando nuestra vida. Restringiendo contactos. Eliminando viajes. Planificando salidas para lo estrictamente necesario, en algunos casos únicamente trabajo y compras de subsistencia. Ahora y desde hace unas semanas viviendo ya en un auto-confinamiento, convencidos de que es la única manera de mantenerse libres de la enfermedad y dar un respiro a la sanidad pública.

Ahora sufriremos las condiciones de un estrechamiento de la movilidad personal provocado en una buena parte por la actitud irresponsable de los liberticidas que no han comprendido lo que ha estado sucediendo. Que han puesto por encima su privilegio a la fiesta, a sus cañitas y sus viajes por encima de la salud general de la población. 

Muchos ya sabíamos que la deriva ultra liberal de la sociedad nos lleva a comportamientos donde el egoísmo y la vanidad son el motor de las vidas. Donde el apego a una supuesta libertad que no es más que un privilegio quedaba por encima del bien común. La irresponsabiildad y la irracionalidad de unos pocos frente a la resignación y saber estar de la mayoría que sufrimos y sufriremos ahora. Un relato en estos meses trufado de fake news y bulos; de negacionistas y clases pudientes; de trabajadores y de ERTES.

Este giro de tuerca en la nueva normalidad puede ser el paso previo a un nuevo confinamiento. Es la última medida antes de tomar mayores responsabilidades por parte de unas administraciones que han visto como el tibio control de la situación de finales del verano se ha desmoronado en cuanto han bajado las temperaturas, han llegado los colegios y universidades y se han mantenido las quedadas y fiestas como si nada pasará. Como si nada hubiera ocurrido.

Y buena parte del actual y futuro colapso del sistema sanitario patrio viene porque ninguna de las autoridades sanitarias de éste país han acabado de poner los recursos necesarios e imprescindibles para abordar el advenimiento de la segunda ola.

El número de nuevas camas de UCI -con su personal correspondiente- que se han instalado en éste país desde junio es 0. Son las Comunidades Autónomas quienes tienen las competencias y responsabilidad en la materia y lejos de hacer una apuesta clara por la sanidad pública y la salud de sus conciudadanos han mantenido la línea previa, aunque eso suponga deshacerse de plazas de sanitarios en plena pandemia mundial.

Tampoco en los sistemas de transporte, ya fueran públicos colectivos o privados, se han puesto medios para que la recuperación de una vida normal, no expusiera a los millones de trabajadores en su día a día. Las empresas, empezando por las públicas de la administración, han tenido bastante manga ancha para hacer y deshacer a su antojo en materia de prevención.

El Gobierno central, por más que Ministro y responsables técnicos, han llamado a la mesura y la preparación tampoco ha apretado las clavijas convenientemente. Primero porque ya en marzo y abril dejó a la sanidad privada haciendo negocio. Fue necesaria (y lo será) la nacionalización de los recursos de las clínicas y seguros privados y no se hizo. Más allá de los requerimientos de contratación de rastreadores no se ha apretado a las regiones en reforzar la sanidad pública con más personal especialmente en la atención primaria. Y además, dentro de esa línea de salvar la economía, mientras se abrían fronteras al turismo del norte de Europa, se permitía a los bares y al ocio nocturno hacer de su capa un sayo y se hacia un llamamiento a la población para que consumiera y le diera al frasco como si nada hubiera pasado.

Y esta es mi principal crítica a la actuación del gobierno central: Haber sido extremadamente tibio en las fases de desescalada permitiendo a Madrid ir saltándoselas cuando no cumplía lo prometido. Eso ha lanzado un mensaje de materia superada” al coronavirus y a una población, donde especialmente los jóvenes, han demostrado estar fuera de la realidad. Los comportamientos este verano y estos meses de septiembre y octubre han sido bochornosos y dantescos. Aunque probablemente no sean la mayor causa de contagios del coronavirus en esta segunda ola de la pandemia, si que han estimulado un estado de opinión sobre la irresponsabilidad de muchos de estos comportamientos y de la inteligencia emocional de sus protagonistas.

Al virus no se le venció en junio, como tampoco será vencido ahora en noviembre. Queda mucho para mayo pero no pinta bien para que en ese momento podamos decir que hemos acabado con el coronavirus. Lo único cierto, y es algo que no ha cambiado por lo anunciado esta mañana, es que tenemos que cuidarnos. Evitar contactos peligrosos. Aglomeraciones. Usar la mascarilla y hacer uso efectivo de la distancia social.

Si hay que salvar la economía, primero tenemos que salvarnos las personas.

viernes, 9 de octubre de 2020

Pandemia de clases

 


Acaba de entrar en vigor el estado de alarma en Madrid capital y ocho municipios más de la región de más de 100.000 habitantes decretado por el Gobierno de la nación ante está segunda ola de la pandemia del coronavirus y sobretodo, de la nefasta y criminal gestión del gobierno de la comunidad de Madrid.

La situación es límite y desborda las capacidades del sistema sanitario regional, muy tocado por la deriva de treinta años de neoliberalismo en estado puro, con los sectores profesionales sanitarios declarados en estado de guerra contra los gestores políticos, y amenaza trasladar esa situación al resto del estado español haciéndose valer del privilegio, pues no es más que un derecho sustentado por una capacidad económica, de viajar en este puente de octubre.

El Gobierno de confluencia ha tenido que tomar las riendas de la situación y para aplicar las mismas normas de protección de la salud general, sortear e boicot político efectuado por los perros sarnosos de la derecha instalados en el tribunal superior de Madrid, con la inestimable ayuda del ejecutivo regional. Ayer estos tumbaban el anterior decreto y hoy en consejo de ministros extraordinario se ha decidido la implantación del estado de alarma durante 15 días para con criterios científicos y sanitarios poder doblegar la curva de incidencia de la pandemia en Madrid, frenando la transmisión comunitaria y en definitiva, evitar por todos los medios que el virus se mueva libremente.

No debería ser esta la deriva de la situación pero es lo que tiene Españistan con una derecha en franca oposición porque consideran el estado como un cortijo particular y no toleran los momentos en los que la alternancia los lleva a dejar el gobierno. Utilizan todo, desde los medios, los jueces y las administraciones regionales para hacer oposición incluso en una situación de extrema gravedad que debería sacar de todos nosotros lo mejor, empezando por una unión y sentido de pertenencia en el objetivo de salir de la pandemia con los menores daños posibles y con la certeza de que el país se construye invirtiendo en sanidad pública, educación pública y servicios sociales.

Ahí es donde queda desnuda la gestión de las derechas, neoliberal y fascista a partes iguales, empeñada en hacer negocio y prosperar a base de mentiras y corruptelas sin importar los dolores que causan.

En cambio buscan la confrontación y la crispación extrema para que nada cambie. No quieren negociación y acuerdos. No buscan la concordia y dar una imagen de unidad.

El continuo boicot. El empleo de la situación sanitaria y de la administración regional para hacer oposición. La franca ineptitud y soberbia demostrada. La mentira como estrategia política y de actuación. Todo esto es el debe de la gestión del pacto PP+Cs que comandan Ayuso y Aguado y que es absolutamente incapaz de gestionar con un mínimo de decencia la sanidad y los derechos y deberes de todos los madrileños. Esto repercute además, debido a la especial configuración territorial del estado español, en las demás regiones, especialmente en las cuatro más pobres y despobladas que encima son las que aportan ingentes cantidades de jóvenes a Madrid: Castilla y León, Castilla La-Mancha, Extremadura y Aragón. Nos roban el futuro y nos castigan con su soberbia e ineptitud.

Aquí no está de más, recordar que hoy “tenemos” este gobierno en Madrid, región y ciudad, gracias a la inestimable ayuda de Carmena y Errejon que desmontaron una fuerza cualificada que ayudaba a generar una alternativa a esto. También sale mal parado el PSOE madrileño incapaz desde hace veinte años de oponer una mínima resistencia.

Pero volviendo a lo que tenemos nos encontramos con una gestión que va a hacer que acaben en el banquillo de los acusados: Porque no han contratado ni a una décima parte de los rastreadores a los que se comprometieron en mayo. Porque han desmontado y siguen haciéndolo todo el sistema de atención primaria. Porque han mentido por sistema en la transmisión de datos entre consejerías de sanidad y ministerio, a sabiendas. Porque su objetivo ni es ni ha sido la victoria sobre el virus, sino emplear el virus para vencer al gobierno. Porque Ayuso, Almeida y Casado, más la extrema derecha han alentado una serie de protestas en nombre de la libertad individual frente a la política de supervivencia al coronavirus basada en la igualdad, la fraternidad y la responsabilidad tanto individual como de grupo.

Esto se ve desde el primer momento, pero sobretodo en la secuencia de las últimas semanas. Como desde la Comunidad de Madrid toreando una vez más su Constitución se han ordenado cierres de los barrios pobres de Madrid, mientras los más pudientes se mantenían libres de imposiciones, pese a tener en muchas ocasiones registros de contagio mayores.

En una de las más execrables muestras de la lucha de clases de toda la historia, la derecha de este país ha pretendido hacer prevalecer los privilegios de clase por encima de los derechos individuales y colectivos del resto de la población, empezando por el derecho a la salud.

Todo ello envueltos en la bandera de la que se han apropiado porque para ellos, el resto, los que no pensamos como ellos, no somos españoles. Llenan una playa o una colina de banderas por las víctimas del covid tratando de hacer creer a la opinión pública que todas las víctimas son por obra y gracia de un gobierno demoníaco, bolivariano, comunista y totalitario. Cuando los muertos son por su nefasta y criminal gestión como en el Accidente de Metro de Valencia o el 11M, son víctimas de segunda y tercera que no merecen ni una triste placa en la calle.

Esa es la derecha de este país. Está en los medios de comunicación de masas que componen un espectro de mezquindad y aborregamiento insoportable. Un mensaje a una voz con tal de convencer al votante que ellos son los grandes gestores y los otros son impropios y antidemocráticos. Tiene bemoles la cosa.

Esa derecha fascista se exhibe sin pudor desde los tribunales totalmente parcializados por herencia de la dictadura franquista que murió plácidamente en la cama y al día siguiente nació demócrata de pleno derecho. Tribunales superiores, constitucionales, fiscalías o audiencias nacionales empleadas por el PP a conveniencia. Si hay que hacer ruido para tapar el uso de las instituciones del estado o de la inmoralidad manifiesta de la monarquía borbónica se usa. Si hay que contra programar el anuncio del proyecto de presupuesto expansivo del gobierno se hace sin ningún problema. La separación de poderes en Españistan es como el amor a España del Rey emérito. Se habla mucho de ello pero no se puede probar.

Esta derecha ultraliberal no tiene ningún problema en lanzar sus perros contra la población. Que hay una manifestación en un barrio obrero pidiendo más médicos, más profesores, más bibliotecas o menos corrupción. O parar un desahucio o una tropelía urbanística que pone el patrimonio de todos como negocio de unos pocos allá van los pro-disturbios a repartir leña. Son los grises del franquismo, la brigada político social modernizada y bañada de un halo de grandiosidad por los medios de comunicación cuando son los bastardos que protegen al opresor de la rabia justificada del oprimido. Cuando los cayetanos se manifestaban en abril o los negacionistas en junio paraban el tráfico y aplaudían el paso de cacerolas y cucharas de plata con banderas fascistas y anticonstitucionales desfilando. Y estos son los que nos tienen que proteger.

Ahora Madrid queda bajo un Estado de Alarma que va a tratar de impedir la explosión de la enfermedad para que vuelva a colapsar como en marzo. Salvar la economía es lo más importante para toda esta derecha. NO. para ellos lo más importante es mantener y aumentar sus privilegios de clase frente a la vida rayando la indignidad de la inmensa mayoría.

Para salvar la economía primero hay que salvar las vidas. Atenuar la curva de infección. Ponerse serio y duro contra todas las actitudes que nos ponen en peligro a todos. Fiestas, bares, discotecas, pero también en centros de trabajo donde se han tomado a guasa las medidas de protección o donde se explota a los trabajadores sin garantizarles la seguridad. Hay que inspeccionar y hay que multar. Y hay que meter a la gente en procesos judiciales para que de modo de ejemplo se tome conciencia de que poniéndonos la mascarilla y siendo racionales nos ponemos a salvo como colectivo, como país.

Salvar la economía es dotarnos de los medios, sobretodo humanos, que garanticen la igualdad de derechos. Aumentar las plantillas de médicos, enfermeros, resto del personal sanitario. Profesores y educadores. Limpiadores. Científicos. Y a continuación transitar desde esta economía patria groseramente de servicios de baja calidad, enfocada al turismo de cantidad por calidad, a un sistema económico movido por la investigación, el desarrollo, la puesta en marcha de una economía verde donde la recuperación de espacios naturales sea un pilar (algo que daría mucho empleo). Una economía que implanté y recupere la industria de transformación de bienes empezando por la textil.

Este debe de ser el camino porque siguiendo el que llevamos nos vamos al dolor, el sufrimiento y el colapso de los ecosistemas. Y el ser humano es parte de esos ecosistemas, aunque sea ahora como agente destructor o cuando menos de cambio de los mismos. Y en ese camino reconocido por la comunidad científica y universitaria, también a niveles económicos y sociales, es dónde tendría que estar toda nuestra caterva política a una. Pero tenemos lo que tenemos.

Usando la pandemia en la lucha de clases para imponer más dolor e indignidad. Para mantener los abusos y la opresión del hombre por el hombre. Para cicatrizarnos con un relato perverso, inmoral y falso. No debemos rendirnos. Hay que hacerles frente.

 

 

sábado, 11 de abril de 2020

Día 28 de confinamiento: Gozar de estar en casa o sentirse encerrado en el hogar


Pasan los días y como era de esperar esto se hace cada vez más duro. En mi caso, no poder salir a hacer deporte se torna en algo crítico y sólo la responsabilidad para con mi salud y la de los demás me impide buscar ingeniosas formas de saltarme el confinamiento. Desde que lo descubrí hace ya 8 años, siempre he sentido esa necesidad de activarme desde la mañana con ejercicio. Gimnasio, salir a correr o con la bici (joder, cuánto echo de menos el poder rodar con mi bici de montaña) o por la tarde echar alguna carrera o unas canastas… Intuía la importancia de esa rutina para darme estabilidad en esta época de mi vida tan llena de cambios y a la vez estática, de empleos precarios, rebotando de uno a otro, de mala gana, con insatisfacciones. Ahora sin esa posibilidad le doy aún más valor mientras trato de encontrar alternativas entre el encierro de las cuatro paredes.
Buscando esas opciones inevitablemente acabo pensando en lo que esta situación está mostrando sin ningún rubor. Y sin que ningún medio tradicional lo indique y le dedique tiempo y recursos para explicar con antecedentes y consecuencias la siguiente realidad: La cada vez mayor desigualdad social.
No hay compañía importante de éste país que no haya dedicado recursos a hacer una campaña publicitaria para pedirnos #QuédateEnCasa y para loar que están ahí, que han estado y que estarán. Se destila un aroma de auto-ayuda para sacar una sonrisa y completar el mensaje de las administraciones en el Estado de Alarma. Añaden positivismo al momento de las palmas y los balcones -ya mucho más estridente que los primeros días- y darnos a entender que tenemos libertad aún encerrados y que podemos elegir como vivir estos momentos tan difíciles.
Probablemente no les falte razón ya que los avances tecnológicos, internet, abre una ventana al mundo que antes no estaba disponible. A nosotros. Porque hay muchos en el mundo que siguen sin tener acceso. Incluso más cerca de lo que creemos hay familias que no pueden pagar una conexión o tener un ordenador personal en el domicilio. No puedo pensar en familias con niños y niñas, o adolescentes, donde los padres, tienen que hacer de padre y educador al mismo tiempo. Y también entretener a su prole para que no se les vaya la cabeza.
Y es que considerar el confinamiento como una oportunidad de aprovechamiento del tiempo plasma las diferencias de clase. Los videos de gente haciendo deporte, música, actividades artesanales o artísticas o las recomendaciones de lectura o series en plataformas de pago por visión dibujan con precisión las desigualdades existentes.
Las opciones para desarrollar una actividad dentro del hogar muestran la distribución de los recursos materiales, de espacio, condiciones, sociales y culturales que se determinan en razón a la clase social.
Aunque nos pinten como iguales a la hora de vivir el encierro, la realidad es que hay muchas maneras de vivirlo en grados, separados por techos de cristal que añaden mayor desesperación y sentimiento de asfixia a los más desfavorecidos. Sé por desgracia que están repuntando los suicidios.
Sin ser de los peores, vamos no me puedo quejar y siempre me ha gustado pasar tiempo en mi casa, echo en falta tener más espacio. Haber podido llenar mi casa de material de ejercicio. Poder tener una terraza o un jardín. Y una habitación más para separar las funciones de los habitáculos y no pasar tanto tiempo siempre en el mismo. Pero hay en esta escala personas que tienen que compartir un espacio similar o incluso más pequeño entre cuatro, cinco o seis personas. A veces con problemas de movilidad y de salud añadidos. Hay quienes carecen de herramientas culturales y audiovisuales para desconectar de esta realidad y del hecho de estar encerrados en casa.
Están los que pueden “tele-trabajar” que pertenecen a una realidad social bien distinta a los que tienen que salir a trabajar porque mantienen servicios básicos. Y dentro de ellos están los peor pagados y las profesiones quizás más estigmatizadas, precarias y en continuo abuso (limpiadoras, reponedores, transportistas, tenderos,...)
En definitiva, hay quienes gozan de estar en su casa y quienes se sienten encerrados en su hogar.
Y no interesa que esa idea se propague. Que nos demos cuenta de nuestras desigualdades. Bastante tenemos con comprobar como algunos hemos tenido siempre razón y llevan más de 30 años desmontando nuestros servicios básicos, convirtiendo la sanidad en un negocio privado.
Para ello y como parte de todo el juego en la lucha contra el coronavirus se lanzan mensajes y ruedas de prensa con el lenguaje bélico predominando. Se habla de enemigo -hay uno evidente, la enfermedad y otro latente, el neoliberalismo y el capitalismo de amiguetes-. Buscan reafirmarnos y uniformarnos como héroes, por quedarnos en casa o por cumplir con las obligaciones que nuestros trabajos atesoran. Nos dan un rol de protagonista pero desde la pasividad de estar en casa -no podemos hacer otra cosa-.
Los aplausos ya no son, o cuando menos no son sólo, de agradecimiento a los sanitarios y trabajadores de éste país. Ya son un alegato hacia nosotros mismos como resistencia y algunas veces una muestra execrable de ombliguismo del cuñado de turno que bombardea con himno, resistiré o i will survive y sirenas y bocinas que tenga a mano.
Me da miedo el día que esto acabe. Ya tengo decidido que aguardaré tres o cuatro días antes de empezar a hacer vida normal. No quiero ser participe de la locura colectiva que se desatará. Que tomaré dos o tres semanas antes de ir a visitar a mis padres o a los de mi novia. Queremos cuidarlos hasta el mimo pero minimizando riesgos. Pero me da miedo el día después. Que quedemos en un estado de semi-confinamiento. Con las actividades de ocio y esparcimiento censuradas. Con imposiciones administrativas que coarten nuestra libertad. Que aprovechando que el coronavirus pasa por nuestras vidas nos metan más mordazas, nos hagan más sumisos, más pacientes, más controlados, más esclavos. Puede que no haga falta y directamente todos esos que aplauden tantísimo den una mayoría absoluta a los patrioteros que no disimulan su afán de hacer negocio con nuestras vidas. A mi no me engañan. Ni unos, ni otros.
Ya nos conocemos todos y sé que cuando esto pase en las Marchas de la dignidad, las mareas, la defensa de la sanidad pública y el sindicato alternativo nos veremos los mismos. O menos porque hayamos perdido compañeros y compañeras por el camino.
Tengo ganas de que acabe ya todo esto pero a la vez me da miedo comprobar como veraz y hasta en que grado, esta sensación de opresión que nos están metiendo.


jueves, 19 de marzo de 2020

Día 5 de confinamiento. El virus de la corona


Me resulta divertido que justo cuando algo llamado coronavirus hace estallar los convencionalismos que el liberalismo, el neoliberalismo y el ultraliberalismo han impuesto a hierro y recorte en la sociedad, la corona, la Casa Real, se desmorone desde dentro hacia afuera.
El virus de la corona se tambalea ante los retrovirales de un periodismo independiente y que no le debe pleitesía -el extranjero y unos pocos ejemplos nacionales-, y de una opinión pública harta de los usos y abusos de esta gentuza y que acallábamos al mismo tiempo su mensaje manido con nuestras abolladas cacerolas.
Una vez más los silencios del Rey fueron más importantes que lo que dijo. Porque lo que dijo no valía para nada. No tiene que venir el borbón a sus 50 años y su “fantástica” preparación a decirnos lo que ya sabemos. Lo que hemos visto muchos durante toda nuestra vida y bastantes más están comprobando con cuatro días de confinamiento. Que la sanidad pública no es un lujo; es un bien supremo del estado, una columna de carga de la democracia. Y que contra más fuerte sea la sanidad pública mejor pasará todas las crisis. Justo lo contrario que nos han vendido los adalides del mercado durante tantos años.
Y también que es la clase trabajadora la que con su esfuerzo y talento mueve el país. Porque no es el dinero el motor de la economía, ni tan siquiera su gasolina. Es la gente que madruga y que trasnocha para que lleguen los productos a las tiendas; para que se mantengan limpian las estaciones y medios de transporte. Las que se empeñan en los cuidados de nuestros pequeños, mayores y de nosotros mismos.
Felipe VI habló, por lo visto, del valor del personal sanitario y movió mucho las manos para hacer ver que sólo unidos superaremos la crisis actual. Pero no se refería al coronavirus, y si al virus de la corona. Hablaba de mantenerse en el poder, sabedor que si hoy sigue en la Zarzuela no es por su mensaje, y si por el confinamiento que nos impide salir a la calle, porque si por nosotros fuera ya estaba poniendo rumbo al exilio como su bisabuelo hace 89 años. Por el contrario podía haber criticado y censurado el desmantelamiento de la Sanidad Pública que tanto tiempo la derecha ha llevado a cabo. Podía haber pedido un consenso general para cambiar la Constitución y fortalecer Sanidad y Educación en la Carta Magna. Podía haber anunciado una donación de toda la fortuna de la familia borbónica (buena parte de ella viene de corruptelas de su padre o de su cuñado) a la Sanidad Pública. Pero no lo hizo.
El Rey perdió una oportunidad de oro para explicarnos por qué no fue a las autoridades al conocer los tejemanejes de su padre. Ante el delito de encubrimiento su inmunidad puede que lo ampare ante la ley, pero no ante un pueblo cansado y hastiado de tanto latrocinio y tanta deslealtad para el país. Perdió la oportunidad para excusarse sin tratarnos como idiotas y admitir lo evidente: que conocía la naturaleza de las actividades de su padre y el origen y tamaño de una fortuna ilegal, inmoral y encima anticonstitucional.
Hoy, en un giro argumental soberbio y que no se le hubiera ocurrido al mejor guionista de House of Cards o de Breaking Bad, al Rey y su institución lo mantiene una enfermedad vírica con la que comparte una similitud en el nombre. El único apoyo con el que cuenta es el del conservadurismo más rancio, un franquismo que sabe que con la corona se pueden tambalear sus privilegios. El coronavirus pospone la apertura de un proceso para construir un nuevo país, más social, más fraterno, donde el modelo de estado territorial y el modelo de estado en su composición estarán en debate y en cambio. Pero también, junto de la mano, vendrá un cambio para fortalecer por encima de todo lo demás, y sobretodo del mercado y de la corrupción, la sanidad y los servicios públicos.
Un país, por mucho que nos quieran hacer lo contrario, no se construye poniendo banderas en los balcones. Un país se construye a base de estructuras que den igualdad de oportunidades a todos y todas sus habitantes. Una educación pública. La sanidad pública. Los servicios sociales. La seguridad. Los transportes. Hay mucho más país en una sábana de un hospital público que en las banderas gigantescas.


Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...