sábado, 11 de abril de 2020

Día 28 de confinamiento: Gozar de estar en casa o sentirse encerrado en el hogar


Pasan los días y como era de esperar esto se hace cada vez más duro. En mi caso, no poder salir a hacer deporte se torna en algo crítico y sólo la responsabilidad para con mi salud y la de los demás me impide buscar ingeniosas formas de saltarme el confinamiento. Desde que lo descubrí hace ya 8 años, siempre he sentido esa necesidad de activarme desde la mañana con ejercicio. Gimnasio, salir a correr o con la bici (joder, cuánto echo de menos el poder rodar con mi bici de montaña) o por la tarde echar alguna carrera o unas canastas… Intuía la importancia de esa rutina para darme estabilidad en esta época de mi vida tan llena de cambios y a la vez estática, de empleos precarios, rebotando de uno a otro, de mala gana, con insatisfacciones. Ahora sin esa posibilidad le doy aún más valor mientras trato de encontrar alternativas entre el encierro de las cuatro paredes.
Buscando esas opciones inevitablemente acabo pensando en lo que esta situación está mostrando sin ningún rubor. Y sin que ningún medio tradicional lo indique y le dedique tiempo y recursos para explicar con antecedentes y consecuencias la siguiente realidad: La cada vez mayor desigualdad social.
No hay compañía importante de éste país que no haya dedicado recursos a hacer una campaña publicitaria para pedirnos #QuédateEnCasa y para loar que están ahí, que han estado y que estarán. Se destila un aroma de auto-ayuda para sacar una sonrisa y completar el mensaje de las administraciones en el Estado de Alarma. Añaden positivismo al momento de las palmas y los balcones -ya mucho más estridente que los primeros días- y darnos a entender que tenemos libertad aún encerrados y que podemos elegir como vivir estos momentos tan difíciles.
Probablemente no les falte razón ya que los avances tecnológicos, internet, abre una ventana al mundo que antes no estaba disponible. A nosotros. Porque hay muchos en el mundo que siguen sin tener acceso. Incluso más cerca de lo que creemos hay familias que no pueden pagar una conexión o tener un ordenador personal en el domicilio. No puedo pensar en familias con niños y niñas, o adolescentes, donde los padres, tienen que hacer de padre y educador al mismo tiempo. Y también entretener a su prole para que no se les vaya la cabeza.
Y es que considerar el confinamiento como una oportunidad de aprovechamiento del tiempo plasma las diferencias de clase. Los videos de gente haciendo deporte, música, actividades artesanales o artísticas o las recomendaciones de lectura o series en plataformas de pago por visión dibujan con precisión las desigualdades existentes.
Las opciones para desarrollar una actividad dentro del hogar muestran la distribución de los recursos materiales, de espacio, condiciones, sociales y culturales que se determinan en razón a la clase social.
Aunque nos pinten como iguales a la hora de vivir el encierro, la realidad es que hay muchas maneras de vivirlo en grados, separados por techos de cristal que añaden mayor desesperación y sentimiento de asfixia a los más desfavorecidos. Sé por desgracia que están repuntando los suicidios.
Sin ser de los peores, vamos no me puedo quejar y siempre me ha gustado pasar tiempo en mi casa, echo en falta tener más espacio. Haber podido llenar mi casa de material de ejercicio. Poder tener una terraza o un jardín. Y una habitación más para separar las funciones de los habitáculos y no pasar tanto tiempo siempre en el mismo. Pero hay en esta escala personas que tienen que compartir un espacio similar o incluso más pequeño entre cuatro, cinco o seis personas. A veces con problemas de movilidad y de salud añadidos. Hay quienes carecen de herramientas culturales y audiovisuales para desconectar de esta realidad y del hecho de estar encerrados en casa.
Están los que pueden “tele-trabajar” que pertenecen a una realidad social bien distinta a los que tienen que salir a trabajar porque mantienen servicios básicos. Y dentro de ellos están los peor pagados y las profesiones quizás más estigmatizadas, precarias y en continuo abuso (limpiadoras, reponedores, transportistas, tenderos,...)
En definitiva, hay quienes gozan de estar en su casa y quienes se sienten encerrados en su hogar.
Y no interesa que esa idea se propague. Que nos demos cuenta de nuestras desigualdades. Bastante tenemos con comprobar como algunos hemos tenido siempre razón y llevan más de 30 años desmontando nuestros servicios básicos, convirtiendo la sanidad en un negocio privado.
Para ello y como parte de todo el juego en la lucha contra el coronavirus se lanzan mensajes y ruedas de prensa con el lenguaje bélico predominando. Se habla de enemigo -hay uno evidente, la enfermedad y otro latente, el neoliberalismo y el capitalismo de amiguetes-. Buscan reafirmarnos y uniformarnos como héroes, por quedarnos en casa o por cumplir con las obligaciones que nuestros trabajos atesoran. Nos dan un rol de protagonista pero desde la pasividad de estar en casa -no podemos hacer otra cosa-.
Los aplausos ya no son, o cuando menos no son sólo, de agradecimiento a los sanitarios y trabajadores de éste país. Ya son un alegato hacia nosotros mismos como resistencia y algunas veces una muestra execrable de ombliguismo del cuñado de turno que bombardea con himno, resistiré o i will survive y sirenas y bocinas que tenga a mano.
Me da miedo el día que esto acabe. Ya tengo decidido que aguardaré tres o cuatro días antes de empezar a hacer vida normal. No quiero ser participe de la locura colectiva que se desatará. Que tomaré dos o tres semanas antes de ir a visitar a mis padres o a los de mi novia. Queremos cuidarlos hasta el mimo pero minimizando riesgos. Pero me da miedo el día después. Que quedemos en un estado de semi-confinamiento. Con las actividades de ocio y esparcimiento censuradas. Con imposiciones administrativas que coarten nuestra libertad. Que aprovechando que el coronavirus pasa por nuestras vidas nos metan más mordazas, nos hagan más sumisos, más pacientes, más controlados, más esclavos. Puede que no haga falta y directamente todos esos que aplauden tantísimo den una mayoría absoluta a los patrioteros que no disimulan su afán de hacer negocio con nuestras vidas. A mi no me engañan. Ni unos, ni otros.
Ya nos conocemos todos y sé que cuando esto pase en las Marchas de la dignidad, las mareas, la defensa de la sanidad pública y el sindicato alternativo nos veremos los mismos. O menos porque hayamos perdido compañeros y compañeras por el camino.
Tengo ganas de que acabe ya todo esto pero a la vez me da miedo comprobar como veraz y hasta en que grado, esta sensación de opresión que nos están metiendo.


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