martes, 14 de julio de 2020

De derrotas y porques



En esta sucesión de campañas electorales y veranos cada vez más tórridos e insoportables la irrupción del coronavirus ha trastocado las rutinas de todas y todos. Menos la de los políticos que tratan de mantener el pulso narrativo para hacerse valer y mantenerse en el cargo aunque sea agarrándose con uñas, dientes y hasta con las pestañas.
El pasado domingo se abría -si es que ha estado cerrada en algún momento en éste país- la rueda electoral de la legislatura que debería, confío y salvo hecatombe irracional va a ser así, terminar en las generales de otoño de 2023. Galizia y Euskadi elegían nuevo parlamento y gobierno sin importarles a penas, la incidencia que la pandemia ha tenido en la sociedad, en sus propios pueblos y si todos estábamos preparados para acudir a las urnas con las garantías sanitarias y de salubridad democrática que se necesitan.
De hecho, tanto énfasis en el adelanto electoral -les tocaba en septiembre- me hace temer de qué se esconde por debajo, qué conocen Urkullu y Feijoo. Qué suponen que puede pasar con una segunda oleada de la COVID o con el proceso electoral abierto en Catalunya para final de año. ¿Todo era una estrategia para garantizar una baja participación, algo que siempre viene bien a la derecha? Tanta vehemencia pusieron para que las elecciones se celebrarán antes de fecha que ya se comportaron como mosca cojonera tratando de llevarlas a abril, y ahora han tirado para adelante, aún impidiendo el voto a ciudadanos confinados por los rebrotes, saltándose así la Constitución, tan nuestra, tan violada y tan usada como un despojo a conveniencia por los que mandan.
El hecho es que tras el escrutinio podemos decir que sin apenas sorpresas a lo esperado, pareciera como si el electorado saliera clamando por gobiernos de centro-derecha y con costumbre de búsqueda de pactos con el centro izquierda.
Cuidémonos de esos análisis que tiran por esta opción extrapolando a los electorados vasco y gallego un disfraz de Prometeo que adelante el fuego de los dioses en forma de moderación y pactismo. En alguna ocasión ya he hablado de Euskadi como la zona de éste país con una mentalidad más abierta y pro europea y no cabe duda que viendo como se ha movido Galicia estos 40 años de pseudo-democracia compone como un electorado conservador y tranquilo, eso sí, imagen impuesta por una interpretación de la ley electoral que Fraga trabajó con ahínco para sobrerrepresentar el voto rural por encima del voto urbano.
No. No ha cambiado el sentir general pese a la situación sufrida y la que estamos viviendo y la que amenaza con venir. La crispación está instalada en la sociedad patria, y lo hace desde la alta política donde incendiarios han lanzado todo el odio y el terror hacia abajo, hacia los ayuntamientos, los más pequeños incluso y por último a los ciudadanos, cada vez más irascibles, irracionales y egoístas. Esa es la realidad.
En Galizia, Feijoo revalida su cuarta mayoría absoluta frente a la inoperancia del PSOE gallego y de las fuerzas de izquierdas integradas todavía en los restos humeantes de lo que fueron las Mareas. Sólo el BNG recuperando un discurso más social, frente al identitario ha crecido y lo hace hasta posicionarse como principal fuerza de oposición y como agente de cambio ante lo que pueda pasar.
La victoria de Feijoo es a la vez la severa derrota de Casado y toda su política de crispación y acercamiento hasta lo pornográfico con la extrema derecha. Mientras a Feijoo le perdonan sus fotos intimando con un narcotraficante o dejar Verín sin paritorio (ojo, que sólo 4 meses después de aquello, el PP fue la fuerza más votada con el 41%), Casado ve como desde Galizia le amenaza un discurso más moderado y central de un líder que cuenta sus presencias electorales por sonoras victorias, incluso sin mostrar la marca en toda la publicidad electoral.
Feijoo mostraba talante conciliador y moderación en frente de un Casado que apostaba por un ultra como Iturgaiz en Euskadi y apretando un discurso de odio y fuerte marchamo ultranacionalista. Sus óperas bufa en el estruendo y el odio se hacen indisolubles de la ultra derecha de Vox (a qué espera la fiscalía para entrar contra los que solo van a provocar) y los resultados tanto en Galizia como en Euskadi suponen una derrota total de Casado que ya está arrinconado.
Frente a los más de 12 de años de gestión en gobierno de Feijoo está la abochornante inutilidad de Casado, sus mentiras, sus corruptelas, sus másteres y formaciones regalados y su pleitesía al ala más dura. Si a Pedro Sánchez fueron unas elecciones en Galicia y en Euskadi las que lo sacaron por las orejas de la secretaría general, a Casado pueden ser tras las catalanas, pero con este espadazo, el que haga pasar por amortizado un líder sin carisma y del que ya recelan las élites. Todo se decidirá tras Catalunya y habrá que ver la actitud que toma Feijoo en asaltar o no la política nacional, bien dejando Galicia a su segundo, o quedándose en Santiago, y cambiando por una vez el epicentro político nacional de la sempiterna Madrid.
En Euskadi, Urkullu y el PNV celebran una victoria en la que necesitarán el pacto de los socialistas vascos para gobernar, lo que a la postre añade más estabilidad al gobierno central. Existe la posibilidad numérica de un pacto entre socialistas, EH-Bildu y la marca de Podemos para dar con otro gobierno en Euskalherria, pero es precisamente la situación precaria del gobierno nacional, la que hace más factible la continuidad de Urkullu en Ajurianea.
El PNV va a seguir liderando la política vasca cuatro años más, ejercitando la normalización democrática en el territorio, con las ansías independentistas, todo ello ahora en el conjunto de una profunda crisis económica debido al coronavirus que ya apuntaba maneras antes del coronavirus y ahora se agrava, y con Bildu como principal partido de la oposición, también adoptando un discurso mucho más social y de representación de la clase trabajadora, por encima de las cuestiones nacionalistas.
BNG y Bildu han sabido apropiarse de las puertas que Unidas Podemos ha abierto en el debate socio económico del estado para hacer mucho más atractivas sus propuestas electorales. No les ha costado, en primer lugar porque en su propia cultura como partido ya existe un acervo mucho más cercano, incluso íntimo, con el sentir de las clases trabajadoras de Galizia y Euskadi. Después también aprovechando los fallos estructurales de la coalición Unidas Podemos en ambos territorios.
No es nuevo el hecho de que la izquierda española tiene serias disfunciones a la hora de lidiar con los nacionalismos de las españas. Sobretodo si tiene que competir electoralmente con partidos que desde posiciones nacionalistas escuchan y comprenden a las masas obreras de su nación estado, como ocurre con el BNG en Galizia y con EH-Bildu en Euskadi. De momento para el próximo combate electoral en Catalunya no parece que ni Esquerra (partido de notable tradición burguesa), ni la CUP (en su mundo) anden preocupados por los problemas reales de la gente corriente.
La derrota sin paliativos de Unidas Podemos en Galizia y Euskadi es una más en la retahíla de fracasos electorales de la coalición y deja tocados, y mucho, a sus líderes. La continua división interna, además cacareada por los medios tradicionales y en las cuentas personales de los implicados. La falta de estructura de partido en los territorios, ya se sabe, militancia activa, con cuotas, sedes, bolígrafos y folios, para estar en el conflicto y en la respuesta a los problemas de la gente. La falta de autonomía de las direcciones regionales que son el quita y pon del círculo de la complutense. El desgaste de una fuerza de renovación de la política nacional que ha pasado de la dirección horizontal en forma de círculos representativos, al ordeno y mando de una camadita en la cúspide de una pirámide cada vez más estrecha.
Todas estas y más son causas de un desplome del poder electoral de Podemos, que no se ha frenado con su entrada en el gobierno de coalición, y que resulta tan acusado como fue su vertiginoso ascenso pero que se ajusta a la realidad de un partido sin implantación y sin liderazgos firmes, probados que ayuden en la suma de voluntades y no queden a merced de los arribistas que han hecho y deshecho a su antojo.
Si algo está quedando claro y además a una velocidad pasmosa es que si la coalición Unidas Podemos no quiere desaparecer, y con ella sus dos principales agentes, Podemos e Izquierda Unida, ambas fuerzas tienen que renovarse. Los liderazgos tiránicos de Pablo Iglesias y el círculo de la complutense y de Alberto Garzón están ya en su tiempo de descuento, y si lo saben ver y abrir y cerrar una transferencia de poder a nuevos rostros, se podrá articular un trabajo para construir partidos (sobretodo en el caso de Podemos) y coalición. Es paso previo ineludible ante el reto de ganar espacio electoral y mediático a nivel nacional, en las distintas españas, pero sobretodo, estando en el conflicto a nivel local y regional. Podemos -e IU que se ha sumado alegremente a esta tendencia como si fuera parte indisoluble de la coalición- tienen que entender de una vez por todas que el país y los problemas de la gente no empiezan y acaban en Madrid. Ni en el Parlamento nacional, ni en las tertulias de los medios nacionales, ni mucho menos en la Tuerka. El conflicto exige presencia y respuestas de las direcciones locales y regionales de la confluencia de izquierdas, con autonomía y respeto y por supuesto, sin tutelas ni directorios marcados por Madrid. Se necesita representatividad de agentes locales de la izquierda, que puedan tener autonomía y valentía para posicionarse claramente con los oprimidos y los que sufren los continuos desvarios de un capitalismo ultraliberal y un fascismo trasnochado. Y esto era ya antes de la era COVID.
Pablo Iglesias y su cohorte están quemados. Desde luego por el abrasador marcaje de la derecha mediática que tiene pavor a todo lo que huela a un reparto de la riqueza y a mayor justicia social. Cloacas, bulos y hedor a mierda sin importar hacer saltar la ética y la verdad. Justo cuando desde el palacio, el vicepresidente puede por un lado hacer política social y presentar a Unidas Podemos como un factor de representación de las clases trabajadoras y de respuesta y solución a sus problemas. Y por el otro, abrir con honestidad el proceso de transición necesaria para una nueva dirección de Podemos que debe quedar clara y diáfana, libre de injerencias del círculo de la complutense. Lo mismo puede aplicarse a Alberto Garzón en Izquierda Unida y la influencia del PC.
Como decía al principio, pareciera con este resultado, sumado a la deriva a la nada de Ciudadanos, que la nueva política que sacudió el tablero en 2014 y 2015, no haya servido para nada y volvamos peor que antes: al bipartidismo con las burguesías por lo menos la vasca, dando llaves de gobierno y con un fantasma franquista, que eso sí, mientras éste presente aglutinando votos hará imposibles gobiernos de centro derecha. Quizás es demasiado pronto para un análisis así.
Como vengo diciendo desde hace años a la izquierda del PSOE y de Podemos, hay un espacio electoral, político y social, enorme donde una izquierda valiente y capacitada puede trabajar y dar respuesta y solución a los problemas de la gente, dentro de un capitalismo ultraliberal que va de crisis en crisis, dinamitando vidas y que azuza el fuego del odio con el fascismo cuando se siente en peligro de perder sus criminales privilegios.
Toca trabajar.

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