En
esta sucesión de campañas electorales y veranos cada vez más
tórridos e insoportables la
irrupción del coronavirus
ha trastocado las rutinas de todas y todos. Menos la de los políticos
que tratan de mantener el pulso narrativo para hacerse valer y
mantenerse en el cargo aunque sea agarrándose con uñas, dientes y
hasta con las pestañas.
El
pasado domingo se abría -si es que ha estado cerrada en algún
momento en éste país- la rueda electoral de la legislatura que
debería, confío y salvo hecatombe irracional va a ser así,
terminar en las generales de otoño de 2023. Galizia
y Euskadi
elegían nuevo parlamento y gobierno sin importarles a penas, la
incidencia que la pandemia
ha tenido en la sociedad, en sus propios pueblos y si todos estábamos
preparados para acudir a las urnas con las garantías sanitarias y de
salubridad democrática que
se necesitan.
De
hecho, tanto énfasis
en el adelanto electoral -les tocaba en septiembre- me hace temer de
qué se esconde por debajo, qué conocen Urkullu y Feijoo. Qué
suponen que puede pasar con una segunda oleada de la COVID o con el
proceso electoral abierto en Catalunya para
final de año.
¿Todo
era una estrategia para garantizar una baja
participación,
algo que siempre viene bien a la derecha? Tanta
vehemencia pusieron para que las elecciones se celebrarán antes de
fecha que ya se comportaron como mosca cojonera tratando de llevarlas
a abril, y ahora han tirado para adelante, aún impidiendo el voto a
ciudadanos confinados por los rebrotes, saltándose así la
Constitución, tan nuestra, tan violada y tan usada como un despojo a
conveniencia por los que mandan.
El
hecho es que tras el escrutinio podemos decir que sin apenas
sorpresas a lo esperado, pareciera como si el electorado saliera
clamando por gobiernos de centro-derecha y con costumbre de búsqueda
de pactos con el centro izquierda.
Cuidémonos
de esos análisis que tiran por esta opción extrapolando a los
electorados vasco y gallego un disfraz de Prometeo que adelante el
fuego de los dioses en forma de moderación y pactismo.
En alguna ocasión ya he hablado de Euskadi como la zona de éste
país con una mentalidad más abierta y pro europea y no cabe duda
que viendo como se ha movido Galicia estos 40 años de
pseudo-democracia compone como un electorado conservador y tranquilo,
eso sí, imagen impuesta por una interpretación de la ley electoral
que Fraga trabajó con ahínco para sobrerrepresentar el voto rural
por encima del voto urbano.
No.
No ha cambiado el sentir general pese a la situación sufrida y la
que estamos viviendo y la que amenaza con venir. La
crispación está instalada en la sociedad patria,
y lo hace desde la alta política donde incendiarios han lanzado todo
el odio y el terror hacia abajo, hacia los ayuntamientos, los más
pequeños incluso y por último a los ciudadanos, cada vez más
irascibles, irracionales y egoístas. Esa es la realidad.
En
Galizia, Feijoo
revalida su cuarta mayoría absoluta
frente a la inoperancia del PSOE gallego y de las fuerzas de
izquierdas integradas todavía en los restos humeantes de lo que
fueron las Mareas.
Sólo el BNG recuperando un discurso más social, frente al
identitario ha crecido y lo hace hasta posicionarse como principal
fuerza de oposición y como agente de cambio ante lo que pueda pasar.
La
victoria de Feijoo es a la vez la severa derrota de Casado
y toda su política de crispación y acercamiento hasta lo
pornográfico con la extrema derecha. Mientras a Feijoo le perdonan
sus fotos intimando con un narcotraficante o dejar Verín sin
paritorio (ojo, que sólo 4 meses después de aquello, el PP fue la
fuerza más votada con el 41%), Casado ve como desde Galizia
le amenaza un discurso más moderado y central de un líder que
cuenta sus presencias electorales por sonoras victorias, incluso sin
mostrar la marca en toda la publicidad electoral.
Feijoo
mostraba talante conciliador y moderación en frente de un Casado que
apostaba por un ultra como Iturgaiz en Euskadi y apretando un
discurso de odio y fuerte marchamo ultranacionalista.
Sus óperas bufa en el estruendo y el odio se hacen indisolubles de
la ultra derecha de Vox (a qué espera la fiscalía para entrar
contra los que solo van a provocar) y los resultados tanto en Galizia
como en Euskadi suponen una derrota total de Casado que ya está
arrinconado.
Frente
a los más de 12 de años de gestión en gobierno de Feijoo está la
abochornante inutilidad de Casado, sus mentiras, sus corruptelas, sus
másteres
y formaciones regalados y su pleitesía al ala más dura. Si a Pedro
Sánchez fueron unas elecciones en Galicia y en Euskadi las que lo sacaron por
las orejas de la secretaría general, a Casado pueden ser tras las
catalanas, pero con este espadazo,
el que haga pasar por amortizado un líder sin carisma y del que ya
recelan las élites. Todo se decidirá tras Catalunya y habrá que
ver la actitud que toma Feijoo en
asaltar o no la política nacional, bien dejando Galicia a su
segundo, o quedándose en Santiago, y
cambiando por una vez el epicentro político nacional de la
sempiterna Madrid.
En
Euskadi, Urkullu y el PNV celebran una victoria en
la que necesitarán el pacto de los socialistas vascos para gobernar,
lo
que a la postre añade más estabilidad al gobierno central. Existe
la posibilidad numérica de un pacto entre socialistas, EH-Bildu y la
marca de Podemos para dar con otro gobierno en Euskalherria, pero es
precisamente la situación precaria del gobierno nacional, la que
hace más factible la continuidad de Urkullu en Ajurianea.
El
PNV va a seguir liderando la política vasca cuatro años más,
ejercitando la normalización
democrática en el territorio,
con las ansías independentistas, todo ello ahora en el conjunto de
una profunda crisis económica debido al coronavirus que ya apuntaba maneras antes del coronavirus y ahora se agrava, y con Bildu como
principal partido de la oposición, también adoptando un discurso
mucho más social y de representación de la clase trabajadora, por
encima de las cuestiones nacionalistas.
BNG
y Bildu
han sabido apropiarse de las puertas que Unidas Podemos ha abierto en
el debate socio económico del estado para hacer mucho más
atractivas sus propuestas electorales. No les ha costado, en primer
lugar porque en su propia cultura como partido ya existe un acervo
mucho más cercano, incluso íntimo, con el sentir de las clases
trabajadoras de Galizia
y Euskadi. Después también aprovechando los fallos
estructurales de la coalición Unidas Podemos en ambos territorios.
No
es nuevo el hecho de que la izquierda española tiene serias
disfunciones a la hora de lidiar con los nacionalismos de las
españas. Sobretodo si tiene que competir electoralmente con partidos
que desde posiciones nacionalistas escuchan y comprenden a las masas
obreras de su nación estado, como ocurre con el BNG en Galizia y con
EH-Bildu en Euskadi. De momento para el próximo combate electoral en
Catalunya no parece que ni Esquerra (partido de notable tradición
burguesa), ni la CUP (en su mundo) anden preocupados por los
problemas reales de la gente corriente.
La
derrota sin paliativos de Unidas Podemos en Galizia y Euskadi
es una más en la retahíla de fracasos electorales de la coalición
y deja tocados, y mucho, a sus líderes. La continua división interna,
además cacareada por los medios tradicionales y en las cuentas
personales de los implicados. La falta de estructura de partido en
los territorios, ya se sabe, militancia activa, con cuotas, sedes,
bolígrafos y folios, para estar en el conflicto y en la respuesta a
los problemas de la gente. La falta de autonomía de las direcciones
regionales que son el quita y pon del círculo
de la complutense.
El desgaste de una fuerza de renovación de la política nacional que
ha pasado de la dirección horizontal en forma de círculos
representativos, al ordeno y mando de una camadita en la cúspide de
una pirámide cada vez más estrecha.
Todas
estas y más son causas de un desplome del poder electoral de
Podemos, que
no se ha frenado con su entrada en el gobierno de coalición,
y que resulta
tan acusado como fue su vertiginoso ascenso pero que se ajusta a la
realidad de un partido sin implantación y sin liderazgos firmes,
probados que ayuden en la suma de voluntades y no queden a merced de
los arribistas que han hecho y deshecho a su antojo.
Si
algo está quedando claro y además a una velocidad pasmosa es que si
la coalición Unidas Podemos no quiere desaparecer, y con ella sus
dos principales agentes, Podemos e Izquierda Unida, ambas fuerzas
tienen que renovarse. Los liderazgos tiránicos de Pablo Iglesias y
el círculo de la complutense y de Alberto Garzón están ya en su
tiempo de descuento, y si lo saben ver y abrir y cerrar una
transferencia de poder a nuevos rostros, se podrá articular un
trabajo para construir partidos (sobretodo en el caso de Podemos) y
coalición. Es paso previo ineludible ante el reto de ganar espacio
electoral y mediático a nivel nacional, en las distintas españas,
pero sobretodo, estando en el conflicto a nivel local y regional.
Podemos -e IU que se ha sumado alegremente a esta tendencia como si
fuera parte indisoluble de la coalición- tienen que entender de una
vez por todas que el país y los problemas de la gente no empiezan y
acaban en Madrid. Ni en el Parlamento nacional, ni en las tertulias
de los medios nacionales, ni mucho menos en la Tuerka. El conflicto
exige presencia y respuestas de las direcciones locales y regionales
de la confluencia de izquierdas, con autonomía y respeto y por
supuesto, sin tutelas ni directorios marcados por Madrid. Se necesita
representatividad de agentes locales de la izquierda, que puedan
tener autonomía y valentía para posicionarse claramente con los
oprimidos y los que sufren los continuos desvarios de un capitalismo
ultraliberal y un fascismo trasnochado. Y esto era ya antes de la era
COVID.
Pablo
Iglesias y su cohorte están quemados.
Desde luego por el abrasador marcaje de la derecha mediática que
tiene pavor a todo lo que huela a un reparto de la riqueza y a mayor
justicia social. Cloacas, bulos y hedor a mierda sin importar hacer
saltar la ética y la verdad. Justo cuando desde el palacio, el
vicepresidente puede por un lado hacer política social y presentar a
Unidas Podemos como un factor de representación de las clases
trabajadoras y de respuesta y solución a sus problemas. Y por el
otro, abrir con honestidad el proceso de transición necesaria para
una nueva dirección de Podemos que debe quedar clara y diáfana,
libre de injerencias del círculo de la complutense. Lo mismo puede
aplicarse a Alberto Garzón en Izquierda Unida y la influencia del
PC.
Como
decía al principio, pareciera con este resultado, sumado a la deriva
a la nada de Ciudadanos, que la nueva
política
que sacudió el tablero en 2014 y 2015, no haya servido para nada y
volvamos peor que antes: al bipartidismo
con las burguesías por lo menos la vasca, dando llaves de gobierno y
con un fantasma franquista, que eso sí, mientras éste presente
aglutinando votos hará imposibles gobiernos de centro derecha.
Quizás es demasiado pronto para un análisis así.
Como
vengo diciendo desde hace años a
la izquierda del PSOE y de Podemos, hay un espacio electoral,
político y social, enorme
donde una izquierda valiente y capacitada puede trabajar y dar
respuesta y solución a los problemas de la gente, dentro de un
capitalismo ultraliberal que va de crisis en crisis, dinamitando
vidas y que azuza el fuego del odio con el fascismo cuando se siente
en peligro de perder sus criminales privilegios.
Toca
trabajar.
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