Foto filtrada tras la corrida del día 9 de julio en Pamplona, en San Fermín
Estimado Sr. “El Juli”,
Me llamo Ángel Luis
Domínguez de profesión soy informático y ahora estoy ejerciendo
como concejal de Izquierda Unida – Los Verdes en el Ayuntamiento de
Santa Marta de Tormes. En Salamanca. Tierra de toros. Y soy amante de
la naturaleza, de los entornos y ecosistemas naturales, de las
plantas y de los animales, y por supuesto, también de los toros.
Acabo de leer sus declaraciones con atención y voy a
escribirle unas palabras.
En primer lugar quiero
que quede claro e inequívoco. Lamento profundamente la muerte de su
compañero, Victor Barrio. Una muerte que jamás debería haberse
producido. Como la de decenas de toreros y profesionales más. La de
miles de aficionados que pierden la vida en un festejo popular
sustentado en una arcaica lectura que justifica el maltrato animal
por diversión; como la de millones de seres vivos, toros, cabras,
pavos, gallinas, ocas, patos que murieron sufriendo por la diversión
humana más irracional y bárbara.
Su nombre u apodo me
sonaba. Prácticamente el único, junto al de José Tomás o Enrique
Ponce, que me suenen del mundo de la tauromaquía, ya que no soy aficionado a estos eventos y huyo cuando se producen cerca y cambio de canal asqueado y abochornado cuando sale algo en televisión. Con respecto a mí,
es posible que saque conclusiones y certezas sobre que soy un
radical, un hippie y un comunista. Y no le faltará la razón. Me
apasionan la lectura, la historia, la filosofía y si tengo que
elegir donde esta mejor un toro “de lidia” sin duda tengo claro
que en la dehesa, en el monte, nunca en una plaza de toros, repleta
de afilados cuchillos y energúmenos violentos sin un mínimo de
empatía y racionalidad. Y de esta idea y estas aficiones
saco conclusiones y certezas que me hacen decirle que las
declaraciones que acabo de leer está llena de despropósitos,
falsedades y demagogia barata. Y sobre todo, de ignorancia. Me ha
hecho usted pasar vergüenza ajena, y por eso estoy aquí, perdiendo
mi mucho más valioso que el suyo, tiempo, escribiéndole.
Habla usted como “matador
profesional”, que ya es en sí un disparate, y se queja de que la
imagen de los toreros está hoy día vilipendiada, de que no hay
libertad, de que existe una persecución política e ideológica,
etcétera. Dice que Europa le maltrata (cuando buena cantidad de las
subvenciones de la PAC en vez de ir a otras actividades productivas
del campo español van a las ganaderías de lidia emparentadas con
casas nobiliares y con personajes que entre el papel couché y la
lista de defraudadores de hacienda se complementan). También dice
que tiene usted derecho al trabajo, algo que, siguiendo su lógica,
también podrían reclamar los mafiosos y los proxenetas. Este era un
país libre, o algo así, añade con todo el resentimiento que le da
(algo hasta cierto punto comprensible) ver cómo su siniestra
profesión tiene los días contados.
Porque le diré que lo
que se opone a todo lo que usted intenta torpemente defender se llama
progreso moral y compasión. Usted no se va a poder jubilar como
matador porque haya una revolución antitaurina que la hay, sino
porque la sociedad avanza en su moral, en sus costumbres, y ustedes
no lo hacen. Ese mismo avance a eliminado de su escenografía los Autos de fé, las luchas de gladiadores o las justas a muerte. Ya casi nadie puede ver cómo sufre un animal. Intoxica
y miente cuando dice que el toreo es del pueblo, que no tiene
ideología y que es de artistas y poetas. ¿Compara usted la
literatura, la pintura y la música con la masacre de un noble animal
porque a determinados artistas (Picasso, pone de ejemplo; un genio
malvado y sádico) les gustase dicho espectáculo y los trataran en
sus obras? ¿Un novelista que también retrate el crimen hace del
asesinato cultura? Creía que no se había atrevido a tanto, pero vi
que sí cuando nos amenaza con una ridícula imitación de Bertolt
Brecht: ‘hoy van a por los toros, mañana será otra modalidad
artística’. O Hemmingway, que vivía extasiado por el “valor”
de los toreros, hace 70 años... O si me dice alguien actual, y de
izquierdas, como Sabina, un hombre devorado por el personaje y que ya
hace demasiado tiempo que nadie se toma en serio.
¿Y qué es eso de que el
toreo no tiene ideología? ¿Pero cómo se atreve? La España más
cutre y rancia es la que salta en procesión, y la que reverbera
espumarajos por la boca cada vez que se pone en algún medio
tradicional en tela de juicio la viabilidad de la tauromaquía, su
sostenibilidad económica, su sentido estético y artístico o si es
compatible con un estado moderno y democrático. Es la derecha
antidemocrática, fascista, orgullosa de un pasado genocida la casi
única promotora y defensora de la tauromaquía. Y la que la sostiene
con indignantes e ingentes cantidades de dinero público.
Nos llama antiliberales a
los que pedimos la abolición de la salvajada con la que usted se
gana la vida. Pero, ¿qué sabe usted de liberalismo? ¿Es liberal no
tener compasión por los seres vivos que sufren igual que yo? ¿Es
liberal que yo mire para otro lado cuando están siendo
descuartizados entre aplausos nobles rumiantes indefensos en cosos de
mi país? Los liberales (desde el punto vista clásico del término,
de la concepción del siglo XVIII) tenemos dos principios troncales
que sustentan la libertad y el libre albeldrío del hombre (y la
mujer), que son la tolerancia y la compasión, hacia los animales
humanos y hacia los animales no humanos. Eso es más importante que
toda la catarata de artículos de derecho que cita en su misiva de
forma torticera.
Las corridas de toros,
señor El Juli, son una brutalidad objetiva, un ejemplo
agonizante del pueblo bárbaro que fuimos y por el que muchos,
mujeres y hombres, luchamos por cambiar para legar un lugar mejor
para vivir. Por lo menos uno que no de vergüenza ajena. No hay
éticamente por donde defender nada con una mínima lógica, más
allá de lo que siempre dice Sabina: "Al que no le gusten los toros
que no venga". Se tortura y mata a un gran rumiante hasta la
muerte. Punto. Ni arte ni milongas.
Muchos consideramos que
el progreso hacia una sociedad más igualitaria y justa debe ir
necesariamente ligado a un desarrollo moral hacia la defensa de los
Derechos Animales. Debemos dejar atrás el antropocentrismo que sitúa
al ser humano como animal superior y en torno al que gira el resto de
la naturaleza, sin más fin que la de servir al egoísta y su rueda
de progreso material quedando, la Naturaleza, el entorno y las
especies animales y vegetales, como meros utensilios y desechos. Es
imprescindible invertir la relación hombre-naturaleza situando al
primero como perteneciente a la naturaleza en su condición de
especie animal y no considerando a la naturaleza y las distintas
especies de animales una posesión de la raza humana. La naturaleza
no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la naturaleza.
Es fundamental considerar
el respeto al Medio Ambiente y a las especies animales una cuestión
de estado, para demostrar y demostrarnos como seres racionales que
conocen su estatus en el orden de las cosas y garantes de que las
generaciones venideras puedan disfrutar y así mismo
responsabilizarse de la superveniencia de nuestro hogar común, el
planeta Tierra y sus distintos habitantes.
Pero además es nuestro
deber enriquecer el acervo moral y ético con el que transitamos,
desarrollando bajo un debate sosegado una posición en el que el
respeto hacia todos y todas sea identitario a un hombre moral y
empático que se mueve con la razón como motor.
Además, también estamos
hartos del empleo de dinero público para la sustentación de esta
salvajada que no es más que la luctuosa y mediocre forma de ganarse
la vida, y muy bien, de los rancios y caducos de siempre, que durante
siglos han lastrado las posibilidades y el bienestar en el campo de
Andalucia, Extremadura y esta Salamanca cutre y atrasada que sufro y
me duele. Si tan rentables fueran las corridas y otros festejos
taurinos populares como el lamentable de Tordesillas, como se encargan en decir, las empresas privadas,
a las que están encantadas de regalarles nuestros derechos y
servicios públicos se harían cargo de este esperpento. Pero la
realidad es que la tauromaquia como es natural se muere; y sino lo
hace de repente, sino lenta y ruidosamente, es porque esta sociedad
española sigue con el germen del fascismo instalado en el
hipotálamo, lo cual explica otras muchas cosas que no vienen al
cabo, pero que si ha llegado usted aquí le invito a leer sin salir
de esta bitácora usando el menú de la derecha.
El toro, por si usted no
lo sabe, no es bravo, es un rumiante especializado en la huida. De no
estar cerradas las puertas de la plaza, se marcharía lejos, a pastar
con el resto de sus congéneres. Embiste, entre otras cosas, por
miedo. Por terror y porque se le provoca con el tormento. Porque
antes de salir a la plaza a los toros les untan los ojos con vaselina
y prácticamente no ven, porque les golpean los riñones con sacos
terreros, porque les afeitan los cuernos, porque se les clava una
divisa que hacen que salgan desesperados de dolor a la arena. Porque
salen adormecidos por un cóctel de opiáceos y anestésicos
que desconexionan sus respuestas musculares, haciéndolo más lento,
previsible, e incluso, como me comento un subalterno con el que tuve
la desgracia de alternar, “hacer que su embestida sea más segura”.
El resto, la escalofriante puya del picador, las banderillas,
etcétera, ya lo conoce. Todo eso duele mucho. Muchísimo, igual que
le dolería a usted, porque su sistema límbico (el sistema cerebral
del dolor, busque en Wikipedia) es exactamente igual al tratarse de
un mamífero grande. Señor El Juli, su combate es falso, y
encima está amañado.
¿Le gusta la historia?
Le contaré algo al respecto muy interesante. Usted es católico,
imagino, como todos los matadores. Pues verá, el papa Pío V, en el
siglo XVI, dijo esto en una bula: “Esos espectáculos donde se
corren toros no tienen nada que ver con la piedad cristiana; por ser
espectáculos cruentos y vergonzosos, propios no de hombres, sino del
Demonio”. Emplean ustedes siempre un argumento lamentable también
para esto: los toros son una tradición puramente española. Mentira.
Ha habido corridas de toros en todos los países de Europa, sólo que
las abolieron hace casi tres siglos (Inglaterra, por ejemplo). En
España también se abolieron cuando hubo reyes más o menos
ilustrados que vieron que semejante atrocidad nos alejaba de la
Europa culta y refinada, como fueron Carlos III y su hijo, Carlos IV.
Fue Fernando VII, el monarca más nefasto de la historia de España,
el que volvió a introducir las corridas en España, junto con el
absolutismo y la Santa Inquisición. El pack completo. El toreo
actual a pie, el suyo, el amanerado de medias, luces y manoletinas,
se lo debe a ese repugnante traidor y asesino monarca. Hoy día sólo
hay corridas en España, el sur de Francia y en los países
latinoamericanos con las élites más carcas e insolidarias, como las
españolas de hace 50 o 60 años.
Por el respeto que de
todos merecen los verdaderamente discriminados, no anime a la
carcundia patria a salir de ningún armario, porque haría de nuevo
el ridículo al ver que son cuatro gatos los aficionados a esa
siniestra fiesta. Empleen el dinero de las subvenciones públicas en
formación, en buscar un trabajo digno. No apelen más a la tradición
(¿acaso no lo es la ablación del clítoris en Somalia?) ni al
liberalismo. Ah, y no diga tampoco aquello del sufrimiento de los
demás animales, las gallinas en las jaulas y todo eso, porque le
adelanto que tampoco me gustan nada, y que compro huevos de gallinas
del campo, que es donde deberían estar los toros.
Atentamente,
Viñeta de Forges, en EL PAÍS, del 17 de septiembre de 2013
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