Marzo
ha empezado con temperaturas diurnas, de media 12 grados superiores a
lo habitual -con topes de hasta 17 grados, para llegar a los 30 en
Valencia ayer domingo-. Febrero marcó esta senda durante los 28 días
que duró.
Y también enero tuvo una amplía mayoría de días soleados con una
amplitud térmica (diferencia entre la temperatura máxima diurna y
la máxima nocturna) superiores a los 10 grados de media (casi 5 más
de lo habitual).
En
total desde que comenzó el invierno en el centro peninsular ha
habido 40 días predominantemente de sol, dejando sólo en seis los días
lluviosos y con un balance de temperaturas entre 7 y 8 grados
superiores de media a lo marcado desde que se recogen registros.
Y
las nevadas, tan necesarias e importantes, no han hecho su aparición
ni siquiera en alta montaña. A
menos de que en las próximas semanas ocurra otro hecho
extraordinario en la climatología de nuestro país, y bajen las
temperaturas y haya precipitaciones, como para que nieve en marzo o
abril, lo que no ha nevado en enero y febrero, nos
encontraremos a las puertas del verano con los pantanos muy por debajo de la media. Y todo ello, mientras se riega y no se trabaja
desde las administraciones para controlar el consumo de reservas
hídricas.
Lo
más acojonante de todo es que me veo en la necesidad de escribir
para denunciar la falta de escrúpulos, sensibilidad y ética
periodística de quienes ante un panorama como el que tenemos emplean
expresiones como “buen
tiempo”
para describírnoslo, mientras hacen conexiones a playas y terrazas
atestadas de gente.
En
una llamada al consumismo, los medios del capital lanzan sin reservas
el mantra
de que con sol y veinte grados, independientemente del momento del
año, es “buen
tiempo”.
Si llueve y hace frío es “mal
tiempo”.
No
se analiza si estamos en verano o invierno, si el agua de lluvia o
nieve es necesaria o si vamos sobrados -nunca nos sobra el agua-. Si que en
febrero ya haya frutales ya floridos, o que en marzo los insectos
reaparezcan porque las temperaturas son peligrosamente altas. No se
estudia si estos cambios climáticos, fruto del calentamiento global
y del antropocentrismo que lo ha provocado, puede ser muy negativo en
un corto plazo de tiempo, contra más al medio o al largo.
El
simplismo del mensaje es tan contundente que no haría falta sumar
imágenes de un puerto de montaña en pleno temporal de nieve o de
playas llenas de gente en febrero, o de terrazas sirviendo cervecitas
bien frías. Pero
por si acaso, por si fuera necesario, podemos mandar a una becaria,
con un gorrito mono al puerto de Pajares o al de Navacerrada hacer
una conexión en directo, mientras nieva, o ver el espesor alcanzado
mientras trata de sacar la pierna en una conexión absolutamente
irrelevante.
Pero NO. Buen tiempo no es que en invierno tengamos una sucesión de días con más de 20 grados y sin caer una gota. De hecho, es muy mal tiempo y es un aviso grave para que nos tomáramos en serio el cambio climático y las acciones y actitudes que tenemos a la hora de consumir, de desplazarnos, de vivir.
Ya
sabíamos que no se puede esperar nada de los medios del capital, y
particularmente de los informativos televisivos, pero un poco de rigor y contextualización sobre lo que nos viene encima no estaría
de mas.
Hablar,
hoy, 4 de marzo, de buen
tiempo
cuando hace 16º en Toledo, cuando lleva sin llover más de un mes, y
cuando ayer, se alcanzaban los 22º es sinónimo o de estupidez, o de
cavar en el subconsciente del ciudadano la idea de que hay que desear
esta sucesión de días anticiclónicos por encima del necesario frío
y la imprescindible lluvia para el buen funcionamiento del planeta. Por no hablar de la total ausencia de heladas durante este año en el centro penínsular, fenómeno de singular belleza paisajística y de dramática importancia climática. Por un lado prohíben la aparición de insectos y plagas en las cosechas (aunque sin son muy severas o continuadas pueden provocar daños en esas mismas cosechas). Y por el otro lado ayudan a regular los procesos hídricos en los ecosistemas, garantizando de entrada, la permanencia del agua dulce en estado sólido, en nieve o hielo, durante más tiempo, favoreciendo así la permanencia de las reservas.
Sin
agua y sin frío en su momento los ciclos naturales de los
ecosistemas y biotipos se alteran hasta límites insospechados; hacía
zonas oscuras en las previsiones y datos científicos. Imaginemos por
un instante que a la temprana proliferación de insectos le sigue una
época más fría, por la que no terminan de desarrollarse en la
cantidad necesaria para la polinización de los campos, de los que
depende la alimentación humana y el sustento de no pocas familias.
Ni que decir tiene que a éste buen
tiempo, de paseos por la playa y de sobremesas en terrazas, le
seguiría una época de terribles sufrimientos, quizás cambios productivos, algaradas, disturbios y por qué no revoluciones. Y si se alargarán de continúo en el tiempo, estos cambios climáticos traerían un cambio en la
vida del planeta, y no tiene vista de que fuera positivo para la raza humana.
Me gustaría que está humilde entrada sirviera de llamamiento para los periodistas y las redacciones que lanzan mensajes tan simples y a la vez equivocados sobre nuestro hábitat. También, a nosotros mismos, como consumidores de estos espacios para reflexionar sobre lo que nos dicen, en todos los ámbitos, pero especialmente en lo que atañe a la climatología, la ecología y el bienestar de nuestro planeta.
Puede parecer infantil creerse un mensaje de buen tiempo o mal tiempo, pero es nuestro deber conocer cómo funciona nuestro planeta; cómo son los ciclos de la vida, del mismo, empezando por el del agua; adquiriendo la conciencia crítica para discernir sobre mensajes tan simplistas; y también consiguiendo hacer nuestros los hábitos, tanto de consumo, como reivindicativos para defender, con un nuevo modelo, el bienestar de nuestro planeta y las condiciones que han permitido la vida tal y como la conocemos.
De ello depende, el futuro pero cada vez más, el presente.
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