Llegan
a España los ecos violentos de las protestas contra la neoliberal
subida de los carburantes protagonizadas por los llamados “chalecos
amarillos” en Francia. Se posicionan enfrente de Macron y su
gobierno tecnócrata y ultraliberal, encontrando la complicidad de
multitud de colectivos pertenecientes a la clase obrera francesa
cuyas luchas sectoriales y atomizadas no encajaban en el marco
reglado por la izquierda del sistema. Así durante el último mes, no
sólo en París, sino en todo el estado se han producido huelgas y
concentraciones que han paralizado el país.
Evidentemente
los medios del capital en España no han podido silenciar tal
movimiento pero han tratado de tergiversar todo lo acontecido para
calmar un posible contagio revolucionario que no interesa a sus
dueños. Así, las acciones de violencia provocadas por grupetos
incontrolados, muchos de ellos vinculados a la extrema derecha como
se ha podido ver por las imágenes que circulan por internet, han
abierto los informativos, con las lamentaciones de los empresarios
del transporte español que veían sus vehículos paralizados en las
fronteras galas durante horas. Curiosamente los apoyos de
transportistas españoles expresados en declaraciones a los medios
rápidamente desaparecieron.
Aquí
estamos acostumbrados a reconocer en Francia y en sus gentes la masa
crítica y revolucionaria compuesta en poder social, en poder del
pueblo, capaz de defender por ejemplo, con solidaridad, desde su campo y tradiciones,
hasta la igualdad fiscal atacada por los tratados de comercio transnacionales. En muchas conversaciones de militantes de base de
partidos de izquierdas y sindicatos, he llegado a la conclusión de
que esperamos que en las calles de Francia se paralicen las
agresiones que el capital vierte a la clase trabajadora europea, ante
nuestra propia inoperancia, alimentada por las altas esferas de
nuestras propias organizaciones supuestamente de izquierdas, pero que
se encuentran empotradas en los aparatos fácticos del estado, como
garantes de una falsa paz social que se sostiene únicamente por las
rodillas peladas de todos las trabajadoras y trabajadores del país.
Por
eso durante el último mes, hasta estas vacaciones de Navidad en la
que se ha fraguado una cierta y tensa tregua he asistido emocionado y
divertido a la aparentemente espontánea irrupción de una masa
conjunta de individuos y colectivos que ha trastocado el orden
establecido de las cosas, empezando por su propio gobierno, pero
también por las otras opciones políticas y sindicales del estado
francés.
Lo
que está en juego ha sobrepasado con creces la causa que encendió
la primera chispa de las protestas. La política neoliberal en materia de transportes y energía se veía fallida y como una patada
hacia adelante que no servía para atajar los problemas de transición
energética y de disposición de materias primas y productos en un
mundo globalizado. Como están acostumbrados la gestión de la
derecha liberal era una improvisación más para tratar de salvar el
escollo, sin que limará la imagen pública de su líder Macron,
símbolo de la nueva política en Europa. Hacer pagar a los
transportistas con un nuevo impuesto y la subida de otros dos, la
falta de discurso y de acción política en estas materias no era un
atropello más, y así rápidamente auto-gestionados y organizados
los chalecos amarillos (Gilets
Jaunes)
se lo hicieron saber.
El
macronismo
como
gobierno ultraliberal y tecnócrata, profundamente personalista se
antojaba débil en el contexto de una Europa girada hacia el eje
Frankfurt-Berlín (económico-político), tras el Brexit,
con una política en Francia (y también en toda Europa) polarizada
en extremos con el auge de la extrema derecha y con una crisis
económica y social de la que no se logra salir porque quienes llevan
esa responsabilidad son los mismos y con el mismo guión que nos
metieron en ella.
Macron
en el escenario de colapso de las tradiciones fuerzas políticas
francesas supo colocarse y auparse al poder (por lo que resulta tan
idílico para Albert Rivera y los medios del capital). Pero poco
tiempo después, apenas un año, ha ido perdiendo los apoyos de la
burguesía provincial simbolizada en la renuncia explícita del
alcalde de Lyon, o del ministro de Ecología una de las
personalidades más cercanas a la izquierda alternativa. Al mismo
tiempo los escándalos y las disputas internacionales con Trump
usadas como cortinas de humo, aumentaban su desgaste y laminaban su
imagen pública.
Preconizado
por Gramsci vemos con las clases dirigentes, las clases hegemónicas
pierden progresivamente la iniciativa del discurso, y lo que es más
importante, la autoridad (muchas veces auto-impuesta a través de los
medios de comunicación del capital) sobre las masas. Estas, como
clase trabajadora, pero también atomizadas por sectores, no se
sienten respaldas en los dirigentes tradicionales, y más grave aún
en los que ya reconocen como continuistas de las políticas previas.
Los resultados los vimos hace poco menos de un mes en Andalucía.
Así,
en Francia, lo que empezó como una protesta contra el aumento de
impuestos a un sector productivo concreto, encontró rápidamente el apoyo del
país en su totalidad, primero porque están agotados de ser la carne
de cañón del sistema, y después porque gozan de una cultura cívica
y política de las más altas del mundo. Una tradición de defensa de
sus intereses, verdaderamente admirable y sí, también, para
envidiar.
Ni
siquiera los actos vandálicos, el pillaje, las barricadas
incendiadas en las avenidas turísticas de París, muchas de ellas
provocadas por grupos de la extrema derecha, cuando no por
infiltrados, no han laminado la fuerza de la protesta social. Lejos
de ello, se han incrementado los apoyos, y las manifestaciones antes
y después de los altercados han adquirido cuotas colosales en cuanto
a participación, civismo y apoyo a los Gilets
Jaunes.
Por primera vez en Francia, una decisión de bloqueo surgida desde abajo,
que escapó a los controles del gobierno y los sindicatos, así como
los partidos de izquierda y de extrema derecha, fue efectiva sin
concertación previa con las autoridades municipales o sindicales del
territorio. Un ejemplo de la actitud subversiva y contraria a la
domesticación tan característica de las acciones rutinarias de los
sindicatos o de los partidos de izquierda es el hecho de que se
impusiera el 24 de noviembre una marcha en los Campos Elíseos, en un
claro desafío a la prohibición explícita de las autoridades del
Estado.
Esto
por supuesto, no lo has visto en el telediario de Antena 3 pero ha
sido la clave para que Macron reculará su propuesta inicial, lo que
ya supone una victoria colosal de los promotores y la sociedad
francesa; sino que además su liderazgo y el del discurso liberal en
la política de la vida de las personas sufre un nuevo golpe está
vez duro que hace tambalear todos los artesonados del sistema.
La
gran victoria de los chalecos amarillos está en que surgiendo de la
clase trabajadora, blanca, en torno a los 45-50 años y que ya sufrió
los estertores de la des industrialización de los 80 y 90, ha
conseguido reunir a través de un movimiento espontáneo a la total
amalgama de ciudadanos franceses y francesas. No sólo París. No
sólo las grandes ciudades. No sólo los transportistas. También el
mundo rural. Trabajadores de los tres sectores. Profesionales
acomodados con titulo universitario. Emprendedores y pequeños
autónomos. Pequeño burgueses que no se sienten clase proletaria.
Jubilados. Estudiantes. Un gran número de mujeres... En realidad, y
como decían en un editorial del conservador diario Le
Figaro,
“a todos aquellos que tenían el miedo a vivir una desclasización;
a perder su estatus social y los beneficios y derechos que
conllevan”. Mientras que en Le
Monde,
indicaban el “hartazgo de las clases populares francesas que
sentían no contar en las decisiones de su gobierno”.
Quién
no recuerda esta declaración con lo que fue el 15M. Salvo que en
aquel movimiento no se consiguió integrar a la España rural y sus
reivindicaciones, duele pensar en cómo se podía haber cambiado el
país en aquel momento.
Ahora
en Francia a través de este movimiento revolucionario se están
cuestionando todos los rigores de la V República aupada por el
pactismo
del partido conservador y el socialista de Miterrand, y que son
defendidos con violencia por la extrema derecha del Frente Nacional.
Un
bloque anti-burgués, en el que de momento aparecen pocas peticiones
netamente anti-capitalistas, pero que si que piden con vehemencia un
sistema más lógico, natural y humano, y que están sobrepasando por
la izquierda a la Francia insumisa, y por supuesto a los sindicatos
tradicionales (cuyas élites temen ser sobrepasados por las bases y
se han portado en éste momento como estúpidos y egoístas traidores) y al partido socialista.
Pero
lo más importante es que cuestiona la autoridad del Estado, desde el
mismo momento en que Macron puso su superviviencia política en manos
de la “unión nacional” apelando a los bajos sentimientos de sus
conciudadanos (tradicional arma de la burguesía) en nombre de la
“República en peligro” para lo que militarizo París. Sin
embargo, se encontró con la respuesta de “su” pueblo saliendo a
la calle, respaldando a los manifestantes y añadiendo sus
reivindicaciones. Los alborotadores no aparecieron, ni en París, ni
en el resto de ciudades y pueblos del estado francés, y si una ola
de solidaridad obrera y cohesión social en torno a una serie de
protestas por la justicia social y la dignidad de las gentes.
Pero
también con una serie de reivindicaciones que van más allá de la
anulación de las políticas energéticas de Macron y su cohorte
neoliberal. Volver a poner el discurso en temas como el
restablecimiento del impuesto sobre la fortuna, el aumento del
salario mínimo o la indexación de las pensiones y los subsidios a
la inflación es volver, a continuar, metidos en la lucha de clases
hablando al hombre y a la mujer trabajadores, como adultos y de
manera integrada como clase obrera.
Hablando
así, de estos temas y en éste tono, se supera la lógica de las
élites. Primero de las élites de los sindicatos y los partidos
obreros tradicionales. Y después, la de las élites sociales y
económicas que dictan que todo, absolutamente todo en el mundo, lo mueva el dinero.
Hay que decir y es importante no olvidarlo, que aconteció un nuevo y "oportuno"
atentado terrorista en Estrasburgo durante la semana de pleno del
Parlamento Europeo en plena oleada de protestas y manifestaciones por toda Francia. Saldado con 4 muertos y el asesino, "un lobo
solitario", abatido tras tres días de búsqueda, y con la investigación ya cerrada. Oportuno, y sean ciertas
o no, valió para alimentar las teorías de la conspiración.
Frente
al derrotismo instalado en la izquierda, y llevándolo al terreno
nacional, con Izquierda Unida y el PC, empotrándose en Podemos y su
verticalidad pragmática y su transversatiliad programática sin
trastocar las estructuras tradicionales de poder, es gratificante
comprobar que hay algunos que tenemos razón, que ya la teníamos, y
veíamos y vemos que a la izquierda de Podemos y todo lo que arrastra
hay mucho espacio, y lo más importante muchas personas que saben que
ahí es el lugar desde el que construir un mundo mejor.
España,
desde luego no es Francia, y ni sus organizaciones políticas, ni sus
ciudadanos tampoco. Aspiramos en generar la conciencia crítica y el
sentimiento de participación en política de nuestros vecinos más
pronto que tarde para conseguir imponer un modelo económico y social
más justo y con mayor futuro.
vía, wikicommon.
El
famoso cuadro romántico de Eugene Delàcroix, La Libertad guiando al
Pueblo, conmemoraba el alzamiento revolucionario de 1830, recordando
así la lucha y victorias emprendidas por el pueblo francés desde
1789, para ellos y para todo el mundo.
Hoy
tenemos la foto del principio del artículo con la que encuentro
semejanzas y alguna diferencia. La bandera francesa ondeada en las
calles, llevada por el pueblo unido más allá de estamentos y, en pos de la igualdad y la lucha obrera, anticapitalista y
revolucionaria.
Como
siempre, Francia marcando el paso.
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