Ayer
sábado 7 de noviembre, #7N, tuvo lugar la primera
marcha estatal contra las violencias machistas en España. Un
evento que se ha venido gestando como respuesta de la sociedad civil
y de las asociaciones de mujeres, y también de hombres, que luchan
por la igualdad efectiva entre hombres y mujeres, y por supuesto, por
la erradicación absoluta tanto del machismo, como de la
constatación física, la violencia (todo tipo de violencias) en el
entorno doméstico y de las relaciones de pareja.
Hacia ya
mucho que no se organizaba una de estas a nivel nacional. Se han
montado gordas en Barcelona en torno a la cuestión catalana (por
cierto, opino que todos los pueblos deben de tener el derecho de
autodeterminación y que la respuesta a un problema político a de
darse con el diálogo y el resto de herramientas del meta lenguaje
político) pero ya llevábamos más de un año sin una marcha a nivel
estatal hacia Madrid. Y ni las mareas (salvo Marea Blanca en
el caso de Salamanca) ni otros colectivos han venido imponiendo
grandes protestas, sino más bien una estrategia mucho más
atomizada, que además ha facilitado la labor de los medios del
capital de ocultarla, así como el descontento con el estado de las
cosas.
Mientras
la gente ha afilado su voto en casa y ha asistido, en algunos casos
como el particular mío, estupefacta a la defragación de las
posibilidades de articular un gobierno de izquierdas que acabe con el
neoliberalismo y el austercidio en España,
y por ende en Europa, la conflictividad ha cesado su actividad. Nos
hemos quedado en casa y mientras el sistema se recambia y regenera,
es la izquierda quien cae en las encuestas y quien parece vamos a
pagar otra factura, está la política y electoral, de los años de
orgasmos financieros y las épocas de ajustes en la vida diaria y los
derechos de la clase trabajadora.
Pero
estos dos últimos párrafos no son el tema de hoy. Únicamente me ha
parecido conveniente contextualizar un tanto la convocatoria de ayer,
sobretodo en cuanto a la parte de emotividad y lucha de la gente,
teniendo en cuenta que en mi opinión, habiendo mantenido la
conflictividad social, la agitación en las calles y la rebeldía en
las instituciones ahora tendríamos (probablemente y es una opinión
personal, repito) una mejor posición para a partir de 2016 cambiar
este país.
Pero lo
de ayer era el día de la lucha por la igualdad. Una lucha
capitaneada por todas las mujeres, y muchos hombres, para arrinconar
el machismo y está sociedad patriarcal que ve en la mujer un cuerpo,
un recurso, en definitiva un objeto, sin derechos, ni sentimientos y
del que extraer un lucro, un abuso. La mujer, como institución,
sufre la presión mediatizada de una historia escrita por los
hombres; de un papel secundario injusto, insolidario y a la vez
falso, puesto que no pocos los avances de la humanidad han venido de
la mano de mujeres que han aportado en no pocas ocasiones más que
los hombres.
Y a
titulo individual, personal, cada mujer sufre infinitas formas de
discriminación. Desde el mundo laboral, donde la precariedad
es aún más dolorosa para con la mujer, que ya de entrada por
ciertos déficits de la educación en las generaciones anteriores se
ve empujada a las tareas de más baja cualificación y peores
salarios y condiciones. Donde esos salarios sobre mismas tareas son
terriblemente desiguales, y en donde apenas existe la promoción
laboral para el sexo femenino. Y en los hogares, ancladas las mujeres
soportando mayoritariamente en soledad las cargas de las casas, como
familia (hijos, mayores, dependientes) y tareas del hogar (limpieza,
preparación de comidas, etc.).
Y cuando
no siendo injusta y terriblemente castigadas por un fascismo de
hogar, el machismo que convierte el amor en posesión, la
convivencia en pesadillas y donde el respeto nunca aparece. Allí, en
los domicilios, es donde se producen infinidad de agresiones. Desde
las verbales y sentimentales, y que no deben tomarse jamás a la
ligera, hasta ya físicas, con golpes y palizas, violaciones e
incluso muertes.
En
#Españistan van tantas mujeres asesinadas durante esta
(supuesta) democracia, como el doble de personas que asesinó la banda terrorista
ETA en 50 años de lucha armada. Es por eso de recibo hablar de un terrorismo machista. Un
terror tan ilegítimo, encarnado e injustificado como el anterior, o
como cualquier otro, por donde se trata de imponer por medio de la
violencia y su control, muchas veces fruto de la sustentación
económica, la supremacía del hombre por encima de los deseos y la
felicidad de la mujer. Es un terrorismo que no conoce de treguas, ni
negociaciones. Cuando se produce con la primera vejación, insulto se
inicia un camino que normalmente va in crescendo llegando
antes o después las agresiones físicas. A la violencia inusitada
que como he contado, no pocas veces acaba en la máxima tragedia.
Mueren
casi un centenar de mujeres al año en #Españistan, y también
muchas veces sus hijos, sus familiares o sus nuevas parejas. Y
mientras el estado mira hacia otro lado. Desde el inmovilismo de una
sociedad patriarcal sustentada por una dolorosa educación (la de
cosas que hay cambiar en #Españistan a base de educación), donde la
Iglesia católica impone un código moral que deja a la mujer en la
insignificancia y en un papel de ama de casa y madre, hasta un
gobierno, el actual, del partido de derechas, de este país que
dentro de la pléyade de políticas de recortes (y no sólo
económicos) con los que ha tenido a bien castigarnos a los
trabajadores, se cebó con la mujer. Mientras la Reforma Laboral
precarizaba todo el empleo, lo que ya llevaba a la indignidad muchos
de las profesiones ocupadas mayoritariamente por mujeres, sus
políticas sociales deambulaban entre retirar conquistas y derechos
básicos que van en la proximidad entre hombres y mujeres (como el
aborto), en parar y eliminar las ayudas sociales a mujeres
maltratadas, a dependencia lo que suponía dejar a muchas mujeres a
cargo de sus familiares dependientes, y eliminando por último, cualquier virtud de
laicismo y modernidad en la escuela pública y en la sanidad.
Pero el
machismo no es sólo propio de la cultura española o mediterránea.
Aparece en todos los países, con distintos grados, eso sí. Y es
también parte de la sociedad capitalista que a través de la
asignación de roles, empezando por los mercantiles y organizativos,
y llegando a la publicidad se empeña en dejar a la mujer en un
apartado secundario, como un objeto más de lujo, de estatus.
Pero
ayer en Madrid, nos juntamos miles de personas (hablan de más
de 200.000) venidas de todo el estado. Y había de todo. Madres,
abuelas, hijas... Estudiantes, Periodistas, asistentas, conductoras,
peluqueras, abogadas, médicas, profesores … trabajadoras.
Deportistas, lectoras, escritoras, políticas, sindicalistas,
luchadoras... Amigas, amantes, novias, esposas....Compañeras...
Mujeres. Y hombres, también muchos hombres que aunque también
tenemos interiorizadas comportamientos machistas nos avergonzamos de
ellos, los aborrecemos. Y tratamos de cambiar. Porque el cambió
vendrá primero individual y después poco a poco, social. Desde
nuestra familia, nuestro trabajo, nuestras aficiones. Analizando el
lenguaje, reflexionando sobre él y utilizándolo correctamente.
Ayer,
#7N en Madrid, la Marcha Feminista, sentí orgullo de
ver tanta gente comprometida, con ganas de cambiarlo todo. Fue una
manifestación increíble, acompañada por un verano sol de
noviembre. Recorriendo el centro de Madrid, desde Atocha hasta la
Plaza de España, desde la acertadísima y brillante performance
frente al Ministerio de Sanidad y Servicios Sociales hasta la
lecturas de manifiestos. Con notorias presencias de numerosos
colectivos sociales y políticos. Y con muchísimas personas
magníficas con las que pudimos hablar y comentar experiencias e
ilusiones. En un ambiente de fiesta y reivindicativo se llevo a cabo
toda la marcha. El conato de reventar la marcha por parte de los
fascistas de vox, fue magníficamente solucionado. La emoción
desbordada y la alegria y la rabia por un cambio necesario que se
fraguó recordando los nombres de las fallecidas (también sus hijos)
en el último año. Rabia y alegría expresada en multitud de
tremendas y brillantes pancartas exhibidos y lemas coreados.
Hay un
fascismo en el hogar. Un fascismo que al igual que el que
reconocemos, el de los libros de historia que quiere volver y del
fascismo económico, trata de eliminar los derechos humanos, las
libertades, derechos y deberes de todas las mujeres. Pero ya hemos
conseguido poner este drama, compuesto de multitud de dramas y
tragedias personales en la palestra, en el discurso político. Y ha
llegado el momento de no parar, de no cejar y lograr parar la
masacre. No habrá un mundo mejor hasta que consigamos todos juntos
que hombres y mujeres, sean iguales, y donde no haya ninguna amenaza
y fuerza física, por mucho sustento social e ideológico retrógrado
que haya, que se imponga a la voluntad, la libertad y la felicidad de
nadie. Nos queremos vivas y libres y para eso necesitamos mucha
educación y lucha feminista, y convertir esta lacra social en una cuestión de Estado.
Ni
una muerte más. Nos queremos vivas. Por la mujer y su vida, su
alegría y felicidad. Acabemos con el machismo.
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