Hoy hace 90 años que la voluntad popular de éste país torno en forma de
República
y hoy toda persona de bien, democrática, libertaria y con sentido
critico y de respeto tiene que defender el legado (sin negar las
deficiencias y errores) de aquel experimento de libertad, frente a la
desmemoria
del fascismo,
el cainismo
y traición
de una Guerra
Civil,
el nefasto
régimen franquista,
el posterior pactismo que nos trajo la Transición, con su Ley
de Amnistía
al frente.
Centrándose
propiamente en el modelo de estado, en su jefatura, en forma de
Corona hereditaria, no cabe duda que pese al apoyo incondicional de
tres de los cuatro principales partidos -el cuarto, Podemos, sin discutir abiertamente su legitimidad-, el apoyo de los medios de
comunicación -empezando por el propio CIS que ya lleva 4 sin
preguntar por la Casa Real-, y la propia regeneración con la
abdicación del corrupto y vividor Juan Carlos, en su elitista y
retrógrado hijo (y su tan absolutista esposa), la institución vive
un constante deterioro de su imagen pública que provoca
inexorablemente, las dudas en la idoneidad del modelo de estado.
Ya
en 1984, Adolfo Suárez, para nada sospechoso de republicano,
confirmaba en una entrevista cuyo fragmento fue silenciado hasta hace
pocos años, que en el 78 no se pregunto a los españoles por la
jefatura del estado en la persona de Juan Carlos Borbón, y de forma
hereditaria en su familia, puesto que los sondeos que se manejaban
indicaban una mayoría social a favor de la República.
La
corrupción, el lobbismo para con sus intereses, la falta de credibilidad de la institución en su mensaje de servicio público,
su posicionamiento en la caverna más reaccionaria del espectro político, la falta de transparencia y mucho más lamentable
la falta de empatía para con los problemas de los ciudadanos (baste
por ejemplo recordar la reacción de “el
preparao”
cuando un ciudadano le tendió escoba en la mano para ayudar a
desembarrar los pueblos afectados por una riada) son sus mayores
pecados.
Durante
años, muchos años, la disidencia ideológica que pedía, entre
otras muchas cosas, República y democracia, fue tratada con
displicencia, como una nota de color en el pentagrama de lo que ha
sido la España post-franquista: Turnismo entre el centro derecha
liberal y la derecha nacional católica, bajo postulados del libre
comercio con un Rey, impuesto por el dictador, y un primer presidente
elegido por ese Rey.
Pedir República era un ejercicio de estoicismo y era claramente utilizado
por el sistema, por el Régimen del 78, para dar un empaque de
libertad de opinión, de prensa o de manifestación, a una deriva que
en realidad era autoritaria e injustificable.
Pero
con la estafa llamada crisis el chiringuito comenzó a desmoronarse.
Las minorías que pedían República pasaron a movilizarse en mayor
numero y ocasión. Se acompañaban de forma solidaria y mutua con las
protestas de índole social (jubilados, funcionarios, estudiantes,
mujeres, sectores precarizados, trabajadores en multinacionales,…).
El tema catalán ponía en solfa los pactos secretos del 78, y la
actitud hacia el llamamiento republicano y la decisión colectiva, se
trata con autoritarismo, castigos y silencio mediático.
Es
la misma crisis del sistema, la de la política-social de la España
de finales del XX y principios del XXI que se viene abajo por
momentos y que tiene a la monarquía como aglutinador. Existen
notables intereses económicos y de poder en torno a la figura del
Rey -y su familia-, ya que están garantizados en el propio pacto
franquista, que garantizó Corona y Constitución en el mismo
paquete. En ese paquete, no se discute, ni mucho menos se investiga o
se judicializa, los desmanes de 40 años de dictadura fascista, de masacre a los disidentes y trabajadores y de notables riquezas,
patrimonios y emporios personales hechos gracias a y debido a, el
propio régimen franquista.
En
1931, y en 1936, había una España que luchaba por crecer y
convertirse en un lugar digno donde vivir donde la libertad, la
igualdad y la justicia no fueran meros eslóganes. Hoy esa España
sigue existiendo y existirá porque nunca la opresión fascista
terminará con las ansias democráticas y de futuro de un pueblo. Y
hoy como entonces, los poderes fácticos del estado -nobleza,
ejército y burguesía reaccionaria- lucharán para impedir que sus
privilegios se colectivicen,
o se repartan.
Hoy,
por fin, tenemos a los jóvenes que han superado el silencio de la
educación, no sólo concertada y religiosa, sino dolorosamente
pública, de lo que es su historia reciente y se auto-organizan en referéndums para discutir el modelo de estado: Monarquía o
República. Una discusión en la que hay más, mucho más, de la
simple dicotomía entre un cargo elegido por votación, u ostentado
por herencia, con insultantes y abusivos privilegios económicos. Es
la discusión y el reconocimiento del fracaso económico y social de nuestro país, que como en los últimos tres siglos, con sus tres
guerras civiles, tiene al pueblo trabajador y jornalero siendo
explotado y sostenedor de aristócratas y mangantes.
La
Constitiución del 31 comenzaba diciendo que “España
es una República democrática de trabajadores de toda clase”,
para continuar en su artículo 3 con que “El
Estado español no tiene religión oficial”.
Más tarde, en el 6 decía “España
renuncia a la guerra como instrumento de política oficial”,
y recuerdo aquí la traición de los generales conjurados que habían
jurado fidelidad a la República y faltaron a su palabra, algo que en
cualquier ejército del mundo supondría su condena, burla y
desprecio. Aquí ya sabemos lo que tenemos en “nuestros”
cuarteles.
En
la España plurinacional que tenemos, y que es innegable a poco que
se conozca la historia, cabe recordar que la Constitución del 31 en
su artículo 10 decía que “las
provincias se constituirán por los Municipios mancomunados conforme
a la ley que determinará su régimen, funciones y la manera de
elegir su órgano gestor”,
siendo recogidos y aprobados tanto en el Estatut de Catalunya del 35
y en el del País Vasco.
En
el artículo 25 se decía que, “No
podrán ser fundamento de privilegio jurídico: la naturaleza, la
filiación, el sexo, la clase social, la riqueza, las ideas políticas
ni las creencias religiosas. El estado no reconoce distinciones ni
títulos nobiliarios.”.
Esto finalizaba con las discriminaciones que sufría con la mujer,
terminaba con los privilegios de la aristocracia y las prebendas de
la iglesia católica empezando por su mantenimiento económico. Se
reconocía la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, la
separación matrimonial en igualdad de condiciones.
Ya
en el artículo 44 “Toda
la riqueza del país, sea quien fuere su dueño, está subordinada a
los intereses de la economía nacional…con los mismos requisitos la
propiedad podrá ser socializada.”
se ponía en tela de juicio la gran hecatombe de la economía
española, la propiedad de la tierra, siempre en muy pocas y
aristocráticas manos, frente a los más de dos millones de
jornaleros que vivían en la extrema y miserable pobreza.
Sobra
decir como nobleza, burguesía, clero y ejército se conjuraron
frente a la soberanía popular, obrera y legal. Traicionaron su
propio país y después de masacrarlo con decisiva ayuda del fascismo
alemán e italiano, lo lastraron 40 años de oscuridad e inmundicia y
ya a 40 de mentira y oprobio.
Aquella
Constitución, aquella revolución pacífica obrera y libertaria que
muchos celebramos hoy 14 de abril, se adelantaba más de medio siglo
a lo que se conseguía en Europa a finales de siglo XX. Y sin duda,
supone un modelo, mínimo exigible, para España.
Siempre
se ha dicho que había más “Juancarlistas”
que monárquicos, y desde luego parece ya cercano el momento en el
que una amplia mayoría social clame por la defensa a su derecho a
decidir el modelo de sociedad, y de estado en el que desea vivir. En
ese momento, se constatará que aquí, somos más ciudadanos y
ciudadanas, que súbditos, y justo en ese instante, será el ideal
para recuperar la dignidad, la memoria y la libertad en España.
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