En la madrugada de hoy sábado al domingo tenemos el cambio de horario de verano. A las 2 serán las 3. Perdemos una hora de sueño y descanso a cambio de que ya anochezca en la península más allá de las 8 de la tarde. Por la mañana “volvemos” a unas 7 de la mañana a oscuras (durante unas cuantas semanas). El motivo es de sobra conocido y difundido con cada cambio horario: El ahorro energético.
Este mantra se ha mantenido durante años pero en un país que tiene prácticamente desmontado su sector industrial suena cuando menos a pitorreo. En la actualidad, con el cambio horario las familias obtienen un mínimo ahorro energético, porque por regla general siguen saliendo de casa al amanecer y llegando al atardecer. En los sectores productivos y con una economía ligada al sector servicios se reproduce el patrón familiar y en cuanto a la administración pública, el adelanto o no de la hora, no tiene ninguna incidencia.
Si a esto le unimos los horarios sociales que tenemos en España, llegamos al caos que muchos sentimos al pasar las semanas.
Y es que los horarios “sociales”, los que hemos asumido con nuestros usos y costumbres provocan severos dolores de cabeza, a los que mandan por problemas relacionados con la baja productividad, las enfermedades cardiovasculares y los problemas mentales; y en los habitantes por el estrés y el cansancio físico y mental provocados en un sistema en el que nos movemos contra natura.
En España salimos muy tarde del trabajo. El presentismo explica parte de este hecho porque hay que salir siempre después de el jefe. Por consiguiente, cenamos muy tarde, nos acostamos en los albores de la madrugada y dormimos poco porque nos levantamos “relativamente” pronto. Dormir las 8 horas es una quimera y en la mayoría de las familias la primera hora es una carrera contra reloj por ponerse en línea de salida para las tareas del día, lo que hace que desayunemos mal para tratar de llegar los primeros al atasco de la mañana (el urbanismo y la movilidad es otro tema pendiente en España).
La conciliación familiar se convierte pues, en un mito, y en un sueño la división diaria en tres períodos iguales de trabajo, descanso y ocio, porque en esta ecuación faltan los cuidados, tanto personales como familiares, así como las tareas del hogar, y el tiempo que pasamos en los transportes.
Todo esto provoca estrés. Muchísimo estrés. Y con él mucha mala leche. Gente cabreada por no llegar, por llegar tarde o por correr mucho para llegar a la hora. Las semanas se pasan y ni siquiera en los findes se puede “desconectar”. Nos acostamos el domingo por la noche pensando que otra semana se ha ido y no he disfrutado ni de mi tiempo libre, ni de mi familia, amigos o aficiones. Al final somos productos y medios de producción. Engranajes más en un estado de las cosas que ni hemos elegido, que nos ha sido impuesto, y que sólo provoca insatisfacción, frustración y dolor.
Ante
este panorama se hace necesario dar una vuelta al sistema. Nos va mucho en ello, empezando por la propia salud de las personas (sobretodo mental) y también por caminar hacia un mundo más humano, social y solidario.
Estamos en 2021 pero si lo pensamos fríamente llevamos un ritmo de vida de otro siglo. Hace ya más de 100 años que se adopto la jornada laboral de 8 horas y no ha habido, y no se atisba en un futuro a corto o medio plazo, una reducción de las 40 horas semanales. Keynes en los albores de los años 30 se mostraba confiado en que a finales de siglo los avances tecnológicos harían que la población "trabajaría 2 o 3 horas a la semana". La tecnología debería llevarnos a esa disminución del tiempo que dedicamos al trabajo, lo que de entrada abriría la posibilidad a que más personas estuvieran trabajando, resquebrajando el ejército obrero de reserva que citaba Marx, y que supone el yugo sobre los trabajadores: Las patronales siempre necesitan a parados capaces de trabajar por menos que lo que hacen los ya contratados, para tener a estos subyugados.
Los estudios son claros al respecto: Somos más productivos con jornadas laborales más cortas. Y deberíamos caminar de la mano en un objetivo tan ambicioso y a la vez posible. Sin embargo, la revisión y cambio de los horarios en nuestro país no es considerado por los gobiernos como una prioridad. Por no hablar, de que ese más tiempo libre se dedicaría a alimentar el ocio de cada uno, lo que redundaría en una mayor inversión personal en cultura, que doparía aún más la economía. Se antepone un conservadurismo por el estado actual de las cosas que es irracional, arcaico y un disparo en el pie de las propias patronales tan enfrascadas en eso de que nada cambie.
Medidas como una reducción de las jornadas laborales completas (a 7 y luego a 6 horas diarias sin pérdida de salario, por supuesto); promover las jornadas laborales continuas, evitando el paro a mediodía, lo que crearía millones de puestos de trabajo; adelantar el inicio de los prime time televisivos (no puede ser que los programas principales empiecen en este país a las 22:30; tendrían que adelantarse por lo menos 1 hora y media); la racionalización de los transportes, los horarios educativos; el establecimiento de ayudas y personal dedicado a los cuidados, etc. Unas pocas medidas que tendrían un impacto enorme al poco de instaurarse y que por contra, parecen inviables en un escenario de inmovilismo que favorece incluso el ir contra natura.
Por el contrario, tenemos una democracia tan fuerte que por eso cambiamos la hora, para mantener la que quisieron dos fascistas como Hitler y Franco. Cuando se produzca el cambio horario en España pasaremos a ir dos horas por encima del reloj natural (durante el invierno estamos una hora por encima). Una situación que es absolutamente contraproducente ya que impone a nuestra propia naturaleza, a la biología, y los ritmos circadianos que marca la luz solar, el rigor de una cabezonería lacerante y perniciosa.
Lejos de poder hacer vida con más descanso y disfrute, nos aferran a un modelo basado en el estrés y en ir a la carrera. Nos fuerzan a imponer un ritmo vital contrario a nuestra propia naturaleza lo que provoca rechazo y frustración que pocas veces puede ser solucionado. Y sin embargo, en unas horas volvemos a estar más de dos horas por encima de la hora natural que nos corresponde.
Se hace ya urgente promover un cambio horario y una racionalización de los horarios. Primero un cambio horario para adaptarnos a la hora solar. Y después, y mucho más importante, avanzar en las medidas para favorecer un cambio productivo más racional y humano, en el que consigamos aumentar la felicidad de la población a nivel general. ¿No debería ser ese el motivo único de un gobierno, un parlamento o un partido político?
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