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viernes, 10 de septiembre de 2021

Día Mundial de Prevención del Suicidio: Acabemos con el tabú y pongamos soluciones


Hoy viernes, 10 de septiembre, es el Día Mundial de Prevención del Suicidio, y para prevenirlo es importante conocer algo que aún es poco tratado y considerado un tema tabú.

En 2016 fallecieron 3.569 personas en España por esta causa (según los datos más recientes del Instituto Nacional de Estadística). Es una cifra que casi duplica los muertos en accidente de tráfico, multiplica por 80 las víctimas de violencia de género, es 13 veces más que los homicidios y la principal causa de muerte en jóvenes de 15 a 29 años.

Al día se quitan la vida unas 10 personas, de los cuales siete son hombres y tres son mujeres en España y el INE calcula que, en lo que llevamos de siglo, en España se han producido casi 60.000 suicidios. Por Comunidades Autónomas, Galicia y Asturias poseen las mayores tasas de suicidio por 100.000 habitantes, mientras que la menor la registra la Comunidad de Madrid, situándose la media estatal en 7,5, según un análisis de la Fundación Salud Mental España para la prevención de los trastornos mentales y el suicidio.

La idea de que donde más se producen los suicidios es en zonas de montaña, donde impera la soledad, en España se ve reflejada en Asturias, que lidera la estadística desde 2011 en cuanto al número de personas que se quitan la vida. Aunque también es preciso contar que hablamos de una región que sufrió (y sigue haciéndolo hoy en día) un proceso de cierre y pérdida de puestos de trabajo colosal, en una mal llamada reconversión, que supuso una terciarización de la economía salvaje. Su consecuencia fue potenciar el alcoholismo, la drogadicción y otras patologías propias de la salud mental.

Ante un problema de tal calibre, todavía no existe un plan de prevención del suicidio a nivel estatal. La Sanidad Pública, antes de la pandemía del Covid-19, no pudo desplegar una estrategia de prevención del suicidio que vendría, fundamentalmente, de articular programas de análisis y diagnóstico en la atención primaria sobre la salud psíquica de las personas, entroncándolo con mecanismos de detección precoz en los servicios sociales ante situaciones de carestía, consumo de sustancias estupefacientes o acoso que podrían derivar a las enfermedades mentales, tales como la depresión o la esquizofrenía, pasos previos al intento de suicidio.

Si en nuestro sistema de Sanidad Pública los recortes y la presión de un modelo neoliberal y de quienes lo sustentan ante la opinión pública han provocado carencias y disfunciones colosales en todos los servicios, un tema como la salud mental, ya tratada como tabú no sólo iba a ser menos, sino que además es deteriorada y depauperada a un ritmo mayor.

Antes, en 2018, en la Comunitat Valenciana se articulo un programa para romper el silencio en torno al suicidio y los problemas mentales, que ha traído buenos resultados. Pero sigue siendo una iniciativa puesta en marcha en una Comunidad sin seguir una estrategia nacional que pudiera facilitar a las familias, los médicos de atención primaria, los trabajadores sociales o las propias personas que están cayendo en la vorágine de plantear quitarse la vida, los recursos, protocolos y herramientas para poder evitar la tentativa de suicidio.

Es fundamental tal y como consideran expertos y afectados que estos planes se desarrollen de manera nacional, generando sinergias entre todas las administraciones y colectivos implicados que garanticen un “abordaje transversal del suicidio”, poniendo énfasis, como no, en la prevención, la detección, el diagnóstico, el tratamiento y la continuidad de cuidados mentales, al tiempo que consideran preciso "sensibilizar sobre la trascendencia" del mismo.

Para ello es básico acabar con los mitos e ideas erróneas sobre el suicidio para facilitar la desestigmatización y culpabilización de la conducta suicida y, con ello, facilitar que las personas con ideas suicidas pidan ayuda.

Lejos de conductas pueriles, arcaicas y retrógradas "Informar no provoca efecto dominó", como algunos se atreven a difamar. Sin embargo, poner la problemática en la mente de la sociedad conseguirá eliminar las barreras que la vergüenza o la estigmación social puedan provocar en las víctimas, haciendo que en vez de retrotraerse, esconderse y pasar en silencio el problema y enfermedad hasta el trágico desenlace, puedan salir y respirar, encontrando en una sociedad concienciada las herramientas para poder sobrepasar estos trances tan duros.

Las ONGs, desde la Crisis-Estafa de 2008, ya han venido recibiendo cada vez más llamadas y solicitudes de ayuda. También de familias que han perdido a un ser querido tras un suicidio. La falta de oportunidades, la frustración a la hora de seguir y conseguir los sueños y planteamientos vitales; la depresión por la situación económica o social. Los problemas de acoso, malos tratos, vejaciones o lesiones en distintos ámbitos. Todas estas causas y otras ya venían cultivando los problemas de salud mental que germinaban en tentativas de suicidio. Y ahora tras la pandemia, con lo que ha sobrevenido en inestabilidad laboral, vital, fallecimientos de familiares y seres queridos o aislamientos se han exponenciado aún más.

Este aumento bien podría deberse a que el velo de silencio que cubría el suicidio se va disipando. A que la gente va perdiendo el miedo al rechazo y hable más de sus problemas mentales buscando en sus familias, en las asociaciones y en el sistema sanitario oportunidades para remediarlo. Si bien es cierto que se ha avanzado en este sentido, también lo es que los problemas económicos, laborales, sociales y sentimentales han crecido en número y gravedad la última década. Más personas están en el umbral de caer en la depresión y desarrollar tendencias suicidas. Nos puede pasar a cualquiera.

En este punto es importante también citar los recursos que han de ponerse en las familias cuando un ser querido comete una tentativa de suicidio y sobretodo en caso de que desgraciadamente la tentativa haya tenido éxito. Se hace básico la concienciación, sobretodo fuera de sensacionalismos. La normalización de un problema grave que no debe esconderse bajo la alfombra y que tenemos que poner entre todos, como sociedad herramientas y recursos que ayuden a las familias a superar este durísimo trance. A hacer el dolor en algo soportable impidiendo que el suicidio se convierte en una oportunidad recurrente.

Los medios de comunicación tienen, como casi con todo hoy en día, una responsabilidad para paliar este asunto. Informar de manera responsable y adecuada, huyendo del sensacionalismo y del morbo, va a ayudar a prevenirlo. Hacerlo además, sin describir explícitamente métodos, evitando detalles, imágenes o notas suicidas harían poner el énfasis no en el propio suicidio, sino en las causas que han llevado a él, y que son el punto donde se puede trabajar para prevenirlo.

El suicidio está considerado como uno de los mayores problemas de salud pública a nivel mundial desde mediados del siglo XX. La Organización Mundial de Salud, cifró en 2014 en más de 800.000 las personas que mueren cada año por suicidio en el mundo. Esto supone que hay una tasa de mortalidad global de 16 por 100.000, o una muerte cada 40 segundos. Además de que existen indicios de que por cada adulto que se quitó la vida, posiblemente más de otros 20 lo intentaron, según el organismo, que recomienda a las autoridades sanitarias y a los países a dar prioridad alta a la prevención del suicidio, que afecta a países tanto ricos como pobres. Pero la mayoría, el 79%, de todos los suicidios se producen en países de ingresos bajos y medianos.

La organización señala que los factores que más se repiten son: las enfermedades mentales, principalmente la depresión, el abuso de sustancias, en especial el alcohol, la violencia, las sensaciones de pérdida y otros de carácter cultural y social.

Cualquier dificultad o giro drástico de nuestra vida puede ponernos en un camino, que aunque no lo pensemos, puede terminar en un intento de suicidio. La salud mental debe ser la norma y la enfermedad una anomalía a corregir con la ciencia y el progreso. Por eso, la generalización de las patologías mentales evidencia que la sociedad donde vivimos es profundamente inútil y se encuentra en un estado de putrefacción avanzado. El fin de toda sociedad es servir al ser humano, y cuando las miserias de ésta son tan contaminantes que la enfermedad mental se generaliza, resulta palmario hasta qué punto se halla torcida.

Deshumanización, presiones superlativas para que produzcamos más allá de nuestros límites, desigualdad, concepción del individuo como valioso en la medida que pueda producir, negación de las identidades para la convergencia artificial en un modelo único de personalidad impuesto desde arriba, fomento de un modelo vital donde el sujeto está hueco y precisa llenar ese vacío con las miradas de aprobación de los demás o atrofiarse con comida-sexo-drogas (en especial la proliferación de los antidepresivos que ya en Estados Unidos han devenido en una adicción nacional)…

Hace menos de un mes terminaban unos Juegos Olímpicos en los que, gracias a la fortaleza para expresar su debilidad, de mujeres deportistas como Naomi Osaka o Simon Biles, han puesto sobre la mesa el problema de la salud mental, especialmente en el ámbito deportivo. Y aunque pasado este mes pareciera como si los diarios deportivos y los que no lo son, quisieran olvidarse, y que lo hagamos con ellos, de este grave problema, la realidad es que como sociedad tenemos que exigir mecanismos que garanticen una buena salud mental generalizada.

Para ello es en la Sanidad Pública y en los servicios sociales en donde vamos a encontrar los mecanismos necesarios para prevenir el suicidio y los problemas que puedan provocar un intento. La defensa de estos sistemas que garantizan la igualdad de derechos y el bienestar colectivo es si cabe, cada vez más importante y necesaria. Nos va la vida en ello.


martes, 25 de julio de 2017

El día de Noam Chomsky



"Si asumes que no hay esperanza, entonces garantizas que no habrá esperanza. Si asumes que hay un instinto hacia la libertad, entonces aún hay posibilidades de cambiar las cosas".

Esta cita de Noam Chomsky es la declaración de intenciones con la que se plantea Captain Fantastic. Y no sólo con la trascendencia de la frase, sino con la figura del personaje, sin duda, el pensador más influyente de la izquierda contemporánea estadounidense, que aparece constante en una película pretendidamente familiar, con tonos de humor, y que se mueve bajo alguno de los lugares comunes más propios del cine indie americano (trastorno, familias desestructuradas y problemas mentales). Pero que además pretende ser un blockbuster capaz de competir, y con éxito, con las películas de super héroes que parece ser la propuesta única de Hollywood hoy en día.

Esta declaración filosófica sirve para abordar muchos de los problemas de la sociedad norteamericana, imbuida en un capitalismo y un conservadurismo extremos. Así, se hace una presentación de no pocos problemas que esta corriente está provocando en Estados Unidos y en su sociedad: obesidad, adicción a la tecnología, la pereza intelectual y cultural, los problemas del sistema educativo, el desarraigo social y con el entorno... Todo ello dentro de una composición que pasa con éxito por ser una película (producto capitalista cada vez más exento de arte) de entretenimiento abierta a un público de masas, habitualmente ajeno a debates políticos y filosóficos, lo que supone en si misma, un hecho revolucionario, coronado lógicamente por el discurso critico y alternativo que contiene.

La película plantea un viaje, como una road movie, físico pero sobre todo existencial, de la familia. Desde el bosque, como lugar de partida, hasta una inevitable vuelta a la "sociedad", con los conflictos e interacciones que provoca en cada uno de los personajes. Todo ello producto de las respuestas y distintos estados emocionales que los miembros de la familia protagonista tienen ante una dolorosa tragedia.
El conductor del autobús y de la línea argumental de la película es el personaje de Viggo Mortensen que ha de enfrentarse a las interacciones sociales impuestas por la sociedad actual y sobre todo estadounidense y de las que huyo en el pasado, harto y extenuado. Ya sea en una autopista, un supermercado o en un funeral en una iglesia, su personaje, Ben Cash tiene que hacer de tripas corazón para soportar el estado de las cosas donde el extremo individualismo y el consumismo, como pilares de la fase ultra liberal del capitalismo, y la angustiosa hipocresía que el exceso de puritanismo exhibe en el catolicismo, han convertido el mundo y a las personas, sin importar la ética y la naturaleza, en un lugar detestable del que es imprescindible huir.

Y para colmo, el enfrentamiento ante el autoritarismo y el oficialismo, encarnados en el personaje de su suegro, con gran interpretación del veterano Frank Langella. Éste, un ex militar de alta graduación es la antítesis del personaje principal con una respuesta en valores y ética diametralmente opuesta, lo que provocará, como es lógico, el enfrentamiento.

Frente a la autarquía de la familia, sostenible y responsable con su entorno, donde lo más importante es el crecimiento filosófico y el entrenamiento físico de todos los integrantes, ya sean adultos, adolescentes o niños, sin ningún tipo de distinción tampoco en el género, aparece la voz altisonante del abuelo, machista y acaudalado que juega con su posición social para presionar e imponer su razón.


Con este planteamiento es importante observar los debates morales y éticos que Viggo Mortensen tiene para tratar de ser coherente con su forma de vida (decisión lógica ante el asqueo que le produce el "estado de las cosas") y su responsabilidad como padre.
Es un choque generacional, pero ante todo es un choque político entre el anarquismo y las posiciones más ultras del conservadurismo americano (religión, bandera, machismo, supremacía blanca y por encima de todo esto, el capitalismo y el estatus social que genera).


También es importante destacar el tratamiento que la película hace de dos temas que son tabú en nuestro día a día y que aquí funcionan como desencadenantes de la historia: Las enfermedades mentales y el suicidio.
Con el personaje latente, de la madre, y su trastorno bipolar y posterior suicidio se contrasta la naturalidad con la que la familia, desde su retiro y exilio, los abordan, frente a la respuesta plagada de vergüenza y estigmatización con la que su familia que sigue en el mundo convencional lo trata.
Impacta ver como se habla con naturalidad tanto la enfermedad mental que sufre la madre de la familia, como sobre todo, su suicidio, una lacra social absolutamente tapiada por los medios de comunicación de masas y la religión, incapaces quizás por interés, de tratar abiertamente este tema que está mostrándose como una respuesta, a la que se está abocando a cada vez más personas debido al extremo individualismo y soledad en el que nos movemos.
Encontrar en una película supuestamente comercial, un tratamiento tan abierto y natural del suicidio, nos debe servir a todos para hacer nuestra composición mental ante el hecho, y así exigir un cambio en nuestra respuesta como individuos y como sociedad, fundamentalmente para evitar que alguien cercano a nosotros, tome ese camino, pero también si se produce finalmente para analizarlo y tratarlo con respeto, solidaridad y veracidad.


El guionista y director, Mark Ross compone una fábula moral que critica el mundo occidental actual y que expone una alternativa, quizás la más subversiva posible: Abandonar la sociedad, refugiarse en el bosque como vuelta física y espiritual a la naturaleza y crear una familia, criar a tus hijos al margen de la ciudadanía, fuera de espacios y comodidades urbanas así como de relaciones con semejantes, aislándolos; enseñarles por ti mismo, cultura, filosofía e historia, ciencias y matemáticas; supervivencia física e intelectual y recuperando el libro como elemento físico de empoderamiento. Una renuncia al capitalismo y una llamada al otro gran pensador de izquierdas americano, siempre presente con su Desobediencia civil y su Walden, Henry David Thoreau.

Así con recursos estéticos como el autobús en el que inician el viaje a la ciudad, o la estética hippie con la que entran en el funeral; con una maravillosa fotografía que sobresale, especialmente en las escenas en el vivo y salvaje bosque de Oregón; y también narrativos, como los entrenos físicos y el aprendizaje, el rito iniciático del hijo mayor, o el relato de la aventura sexual de éste (que sobraba a mi juicio del metraje) Ross plantea en tu cabeza la reflexión y el análisis sobre la sociedad actual (occidental), su sistema de valores y prioridades, y sobre todo nos invita a imaginar y por qué no, a abordar nuestra propia emancipación.
Mención especial a las interpretaciones con un solvente Viggo Mortensen que dota de dureza y fragilidad a todos sus personajes, pero que aquí es capaz de trasladar el conflicto moral entre su coherencia y su responsabilidad. También, como decía más arriba, Frank Langella. Y por supuesto los niños, la prole de Ben Cash, donde a mi juicio destacan George Mackay interpretando al mayor y las dos hijas adolescentes, Annalise Basso en un papel con mucha exigencia física, y Samantha Isler, que expone una prodigiosa voz en el climax narrativo de la cinta: la versión "a capella" del Sweet Child O'Mine con el que despiden a la madre.

Y es que la música, es otro personaje más con una banda sonora primorosa que funciona como un sutil repaso a alguno de los himnos del rock americano de los 60, 70 y 80 y también a temas de la música barroca de Bach y que dejó aquí para vuestro disfrute.



Todo este retrato genera una joya que inexorablemente se va a convertir en una película de culto; una obra de referencia del cine social, reivindicativo y alternativo: Captain Fantastic. Una película dura por el impacto emocional que propone que termina inevitablemente por la reflexión del espectador ante su propio mundo, su concepción de la libertad y el libre albedrío, así como el abandono de la naturaleza más intrínseca del hombre que la sociedad capitalista nos ha impuesto.

jueves, 20 de octubre de 2011

20 años de Nirvana. 20 años del cambio en la música de masas


El 24 de septiembre pasado, hizo 20 años del lanzamiento del albúm Nevermind, con su primer single "Smell like teen spirit". Podía haber sido un lanzamiento más, de un nuevo grupo, con sus canciones más o menos, sus videos. Podía haber sido todo menos trascendente, más rutinario, más volátil. Pero no. Ese 24 de septiembre de 1991 cambió el mundo de la música, especialmente la industria musical, el modo de hacer campañas de marketing, e incluso si me apuráis el apelativo viral para una forma de hacer promoción y convertir a 3 chicos del estado de Washington en un fenómeno mundial y de masas.

No corro el riesgo de ser precisamente un gran fan de Nirvana, de la música grounge en general, aunque paladeó ciertos temas (Come as you are, Lithium, Stay Away) o a los Foo Fighters o Pearl Jam. No es el submundo grounge mi música de juventud y rebeldía, y sin embargo un poco de historia, documentación y bagaje hace ver que lo que sucedieron esos 3 años en Seattle y en el mundo de la música en general, fueron impactantes.

Todo surgió en Seattle. Una ciudad de importante tamaño pero aislada de la onda musical americana (y mundial) que se centraba en New York y California, y que no tenía prácticamente actividad cultural. La tierra que vió nacer a Jimi Hendrix o a Duff Mckagan (bajista de los Guns n'Roses), también vió como tuiveron que salir de ella para triunfar o alcanzar el reconocimiento y éxito por su música, al tiempo de que los SoundGarden o Alice in Chains empezaban a dar sus primeros conciertos en bares de la ciudad y a realizar sus primeros discos.

Pero la música guardaba entre sus calles una de las historias más increíbles y tenía a un tímido chico del suburbio de Abeerdeen como protagonista. Kurt Cobain, junto a sus amigos David Grohl (bateria), Kris Novoselic (guitarra) habían tenido poco éxito con una maqueta lanzada en el sello local Sub Pop, y habían firmado por Geffen, discográfica de los Guns ´n Roses, con la que esperaban alcanzar las 200.000 copias vendidas, suma modesta pero que para alcanzarla necesitaban algo más de promoción más allá de las fronteras del estado del noroeste americano. El punk melódico que aportaban los Nirvana parecía no tener ningún hueco en el escenario musical, rockero o metalero americano. Pero los caminos a la leyenda guarda increíbles recovecos y en el caso de Nirvana y su ascenso a los cielos es espectacular.

Kurt Cobain, no era precisamente carismático sobre el escenario. Tenía una gran voz, pero no destacaba potencialmente por un magnetismo o una imagen llamativa. Pese a cumplir con los canones en su rostro de la mayoría de chicos americanos, Kurt se sentía acomplejado y esa actitud se veía sobre el escenario y en su trato. Las botas de campo, los vaqueros anchos, camisas de cuadros o jerseys de lana eran imposibles de imaginar en un escenario de rock, y sin embargo algo sucedió.

Lo que pasó fue que a la MTV que se había afianzado dentro de la oferta de canales de cable en Estados Unidos, y siendo el único dial dedicado a la música, llegó desde la discográfica Geffer, el video de "Smell like teen spirit" primer single del Nevermind de Nirvana. El video ambientado en un partido de basket de instituto, con sus jugadores, animadores, espectadores y bedel fregando una vomitona, mostraba al kurt Cobain inadaptado y carente de carisma que hacía el contraapunto a toda la música que mostraba la MTV que había acostumbrado al público a frontman plenos de fuerza, sex appel y que encajaban perfectamente en el papel del chico perfecto. En aquel video, Kurt Cobain mostraba al mundo el prodigio de su voz y la fuerza de sus letras. Y el público americano, y después mundial, encontro en él, el icono de una nueva generación y de toda una subcultura.

El movimiento grounge que comenzó en ese momento aunaba a una generación de "niños perdidos", desencantados con una sociedad adulta que quería de ellos un conformismo invitándoles a ser despreocupados, desenfadados, que cumplieran unos canones fisicos y en su forma de ser, y que en el mundo real dejaba a una generación entera, plena de angustia, malestar, silencio y con un sentimiento de rencor cocido en la soledad del individualismo americano. La respuesta a ese sentimiento no habia venido del punk de los Sex Pistols, o del rock glam de los ochenta. Los nacidos entre 1970 y 1975, no sentían aquella música como suya, y el siguiente avance vino de Nirvana o Pearl Jam y se llamó grounge.

Aquel video hizo que toda esa generación que posteriormente dieron a la literatura o el cine la llamada generación X, encontrará en Cobain al ídolo que canalizó la angustia la juventud y fue adoptado por ellos. Decían, es uno de los nuestros. Cobain cumplió con esa imagen perfectamente, imagen de músico "alternativo" o "antisistema". Su música, letras, comportamientos, vestimenta, declaraciones hacian justicia a esa imagen, y su ética underground poco a poco empezo a hacerse más beligerante con la industria musical, que por su parte se hacía de oro, con el fenómeno.

Pero Kurt Cobain, estaba jodido, y aunque en aquel momento nadie esperaba que todo fuera a acabar como acabó, hoy visto con perspectiva se ve que estaba siendo coherente con lo que sería su final. Y es que lo que la juventud vislumbraba en la música y actitud de Nirvana y de Kurt Cobain en particular, era la inadaptación. Esa generación inadaptada veía en Cobain a un inadaptado. Pero es que realmente lo era. Había crecido en una familia disfuncional, tenía desiquilibrios emocionales desde la infancia y arrastraba traumas, inseguridades, desprecios y maltratos desde la escuela. Era un dios del rock, pero era un paria.

La industria musical fue la que cambió de manera más radical y duradera a raíz del Nevermind. Como decíamos, las compañías discográficas se lanzaron de cabeza a Seattle para lanzar a cualquier grupo originario de la ciudad e intentar convertirlos en los “nuevos Nirvana”. Alice in Chains o Soundgarden fueron redescubiertos para un público general y nuevas bandas como Pearl Jam se convirtieron en la nueva sensación de la temporada. El rock “alternativo” dejó de ser una alternativa para convertirse en la moda predominante y aparecían grupos “alternativos” hasta de debajo de las piedras. ¿Qué significaba ser “alternativo”? Pues básicamente tener un sonido basado en guitarras saturadas, con melodías melancólicas y letras que hablasen de angustia existencial. En lo musical, la moda duró bastantes años. Michael Jackson y Madonna tuvieron seria competencia durante una buena temporada.  Nirvana había establecido un nuevo paradigma discográfico que se prolongaría durante el resto de la década de los noventa. Mientras el tsunami “grunge” arrasaba el mundo del espectáculo —música, cine, televisión, moda— a causa de su éxito, Kurt Cobain iba siendo absorbido por una espiral autodestructiva incrementada por las presiones de la fama, la persecución de la prensa del corazón y su tormentoso matrimonio con Courtney Love, probablemente la última mujer que le convenía a alguien con los problemas de Kurt.

La drogadicción de Cobain era bien conocida y a nadie le sorprende algo así en una estrella del rock. Las letras de sus canciones, sin embargo, daban una buena pista de hasta qué punto estaba destrozado por dentro, pero como suele ocurrir, resultaba difícil decir a priori qué parte correspondía a la realidad de la persona y qué parte era ficción del artista. En sus entrevistas también dejaba indicios sobre lo miserable de su existencia, pero muchos podían pensar que se trataba simplemente de un mal bache o incluso que eran exageraciones producto de la pose, como sí ocurría con algunos otros músicos de la era grunge. El resultado fue que Cobain era uno de los individuos más famosos y admirados del mundo pero estaba hundiéndose en la miseria sin ninguna ayuda efectiva. Su mujer le martirizaba con continuos chantajes emocionales y ataques destinados a destruir su autoestima, mientras la prensa le desequilibraba aún más con continuas habladurías, cotilleos y rumores grotescos. Kurt Cobain estaba solo y la presión estaba quebrándole. Hubo algún intento de suicido con somníferos que fracasó y que mucha gente vio como un mero reclamo de atención: sí, Cobain no está bien, pero ¿se suicidaría alguien que está ganando millones? Seguro que en cuanto se le pase la neura del momento le veremos liado con actrices y modelos, viviendo la vida a todo tren.

Antes de su muerte Kurt Cobain era ya un icono generacional, pero la noticia de su suicidio le elevó prácticamente a los altares. La misma prensa que le había insultado con regularidad comenzó a ensalzarlo con términos igualmente exagerados. Se reavivaron los debates sobre el existencialismo juvenil aunque en realidad la muerte de Kurt Cobain fue también la muerte sociológica de la “era grunge” y el concepto de “generación X”, por un sencillo motivo: la juventud se había identificado con él, pero no todos los jóvenes estaban tan, tan dañados como él lo estuvo. Identificarse con su descontento era fácil, pero identificarse con su suicidio no. Sus fans tenían que seguir adelante y pasar página. No le iban a dejar de admirar por haberse quitado la vida —de hecho en muchos casos fue al contrario, quizá porque aquello demostraba que Kurt había sido sincero— pero ya no tenía sentido imitarle. La gente, aunque esté jodida, suele querer vivir. Eso sí, la noticia de la muerte de Cobain causó un considerable impacto, similar al que había producido años atrás el asesinato de John Lennon. Kurt Cobain fue ascendido al mismo Olimpo en el que moraban Lennon, Jim Morrison, Janis Joplin o su paisano Jimi Hendrix. Casi nadie discutió el que Cobain fuese incluido en ese club, lo cual nos deja con una última pregunta…

Lo que sucedió después es historia del rock. Su suicidio, su ascensión inmediata a los altares y los mitos. La moda grounge, y la desafección entre adultos y adolescentes; o mejor dicho, el descubrimiento por parte de los primeros de muchos de los problemas de los segundos. Pero es que añadido al fenómeno sociológico, también existe el cambio y fenómeno musical. Con su fenómeno viral, demostro a todos los grupos que fueran viniendo, cual era el camino para hacerse ricos y famosos, aunque esta finalidad no era el alimento de Nirvana. Además nos dejaron grandes canciones, tanto musicalmente, como sus desgarradoras, angustiosas y rebledes letras. Por todo ello, Nirvana, y más concretamente Kurt Cobain están en el olimpo de los dioses del rock.



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