domingo, 22 de agosto de 2021

Disfruta de un mundo que se va a la mierda

 

Habitualmente el mes de agosto era un mes de calma. Tranquilidad en las redacciones; poca cosa en los informativos y boletines; páginas dedicadas a la sinsustancia en los ya de por si adelgazados periódicos. Nuestra vida se volvía calmada a nivel de saturación informativa acompañado la relajación que el estío provoca -por regla general- en los trabajos, esperando que lleguen, no pasen o recordando las vacaciones. La barra de bar y el cuñadismo no cejaban en su empeño de atormentar nuestra paz veraniega con los fichajes del fútbol, pero en realidad, eran solo eso. Fichajes de fútbol.

Pero este año no. Si desde hace unos años ya veníamos cargados de veranos fulgurantes y sobresaltos continuados con las últimas horas de tertulias llenas de suplentes y teloneros, el 2021 nos está llevando con más impulso todavía, a la zozobra, el caos, la desesperanza y el hartazgo.

Al tiempo que se consumían los Juegos Olímpicos de Tokyo 2020, Messi cambiaba de equipo, tamizando con individualismo y fútbol, lo que debía de ser el momento de espíritu olímpico, compañerismo y alegría. El astro argentino decidía pasar a engrosar la lista de mercenarios y obviar loables ejemplos, en el momento más crítico de la historia del Barça con una deuda astronómica, en la que no cabía el estratosférico sueldo del 10. Diréis, podía habérselo bajado, y es verdad. Podía incluso haber renunciado a él en forma de un pago simbólico, pero ha decidido ser asquerosamente más rico y robar más seny al fútbol.

El fútbol hace ya mucho que dejo de ser un pasatiempo, afición y sentimiento para convertirse en una superestructura consagrada al dinero, a su acumulación y en un puerto de entrada de ideología neoliberal e individualista, al tiempo que los sentimientos, la pertenencia y la comunidad se iban por el desagüe. Por eso y por muchas cosas más, odio eterno al fútbol moderno.

Al mismo tiempo el cambio climático nos estruja cada vez más y nos pone al filo de la supervivencia como especie en un precipicio en el que podemos ver 150 años de destrozo medioambiental, de hiper consumismo, de agresiones al entorno y de usufructo del planeta por y para el dinero. Para su acumulación egoísta y oligarca en muy pocas manos.

Que el centro de Europa haya tenido las peores inundaciones en su historia durante el mes de julio dejando miles de millones de euros en pérdidas, y sobretodo, centenares de muertos, no es una casualidad.

Que menos de un mes después una ola de calor extremo en el Mediterráneo oriental se haya saldado con centenares de incendios forestales que han quemado una masa forestal equivalente a la suma de las regiones de Andalucia y Extremadura tampoco es casual.

Qué otra ola de calor calcine literalmente los parques naturales de California, al tiempo que otras inundaciones asolan Irán o Pakistán, tampoco se debe a un condicionamiento azaroso.

La tundra siberiana se descongela y se incendian sus bosques y al mismo tiempo si miramos al hemisferio sur vemos cientos, miles de incendios en la sabana africana y en las selvas tropicales de América del Sur.

Una semana de calor extremo por toda la Península Ibérica al sur de la Cordillera Cantábrica y los Pirineos que ha reventado los registros de máximas temperaturas, dejando noches agobiantes y asfixiantes, al tiempo que seguro ha dejado muertes como cada verano. Cada época esa que buscando un consumismo idiota, nos quieren hacer ver como “de buen tiempo”.

Todo esto, y mucho más (recordad la nevada y el frío extremo en España en enero o las inundaciones en Oceanía del pasado mes de marzo) con apenas meses de diferencia. Respuestas del clima, los océanos y la atmósfera a las nuevas condiciones ambientales que vienen a ser un aumento de la temperatura que está degradando todos los ecosistemas del planeta, algunos de ellos llevándolos inexorablemente al punto de no retorno.

Esta situación no es sobrevenida, ni una plaga bíblica, o un tributo a pagar a la apetencia de los dioses. Es la realidad que nos está quedando de haber exprimido hasta la extenuación los recursos naturales de la Tierra, consumiéndolos a un ritmo tres veces superior a la reposición natural; quemado hidrocárburos por encima de nuestras posibilidades; contaminando por las de varias generaciones posteriores y girando una rueda que no provoca más que insatisfacción y dolor. Y bueno si, dinero, por lo que se justifica todo.

Mientras los gobiernos te dicen que recicles, ahorres agua o luz, se dedican a lanzar ampliaciones de aeropuertos megalómanos y redes de alta velocidad, en un momento en el que hay que buscar alternativas de movilidad más ecológicas y consecuentes con el mundo que tenemos. Y gilipollas mil millonarios se gastan auténticas barrabasadas de dinero por 5 minutos por el espacio, quemando combustible como a un ritmo de una pequeña ciudad de 10.000 habitantes por segundo. Luego, joder, te apremian a que separes los plásticos.

 

Y la luz. Ay la luz. En España somos cautivos de un oligopolio eléctrico trufado de expolíticos de PP y PSOE (y PNV y CIU) que han obrado legislando a favor de un aparataje eléctrico que te atraca cada mes cuando llega el recibo a casa. En plena ola de calor, día a día, récord del precio del kilowatio/hora al tiempo que vacían pantanos del agua de todas y todos para ganar más dinero. Desde luego poco nos pasa, y lo que es peor, poco les pasa a ellos.

Con el recibo de la luz subiendo, como es natural se suceden fricciones en el gobierno de coalición. También es cierto es que si no hubiera diferencias de criterio, opinión y acción en muchas cosas, mejor que se hubieran presentado juntos, ¿no?. Y estas fricciones crecen a grietas cuando un reaccionario como Marlaska, sospechoso habitual, decide saltarse convenios internacionales, recomendaciones de la ONU y la propia legislación, para repatriar a los menores que saltaron la verja de Ceuta hace un par de meses. Lo ha intentado hacer con agosticidad y la conveniencia de las derechas. La salida no sólo es parar esas repatriaciones, es la dimisión irrevocable de este señor ministro y que se prepare para defenderse de delitos contra los derechos humanos.

 

Y de derechos humanos hay que hablar. Ni diez días ha durado Kabul libre de Talibanes toda vez que las tropas de Estados Unidos abandonaron el país. Es un acontecimiento histórico. Como la caída de Saigon o el rechazo en Bahía de Cochinos, Estados Unidos suma una nueva derrota y agudiza su crisis de liderazgo claramente de caída de su posición de privilegio en un mundo unipolar a otro cuando menos multipolar con la situación de Rusia o China.

Durante 20 años, Estados Unidos ha gastado más de 10.000 millones de dólares en modernizar el ejército de Afganistán. Eso al menos es lo que han vendido. La realidad es que lo que ha hecho es enriquecer a los contratistas privados de armamento, al tiempo que ni siquiera llegaba el rancho para las tropas locales. Podían haber creado infraestructuras viarias en el país. Mejorado la atención sanitaria y establecido un sistema educativo que incluyera a la mujer y las nuevas generaciones en valores democráticos y laicos. Haber ayudado a las gentes. En su día a día. Darles otras opciones que no fueran el cultivo de opio. Pero no. El opio es más importante y lucrativo para los vicios de Occidente, que el cereal o el girasol, para las necesidades y carestías afganas.

Tampoco han ido a la fuente de apoyo financiero e ideológico de los Talibanes. Los Emiratos y Arabia Saudí han seguido como si nada su labor de muleta de los muyaidines en su cruzada contra el infiel; en su reconquista para expulsar al invasor.

¿Para qué han servido tantas muertes? ¿Tantos soldados occidentales y afganos muertos? ¿Tantos civiles masacrados durante 20 años? Es el momento de preguntarse qué hacemos en la OTAN.

Sobretodo tras las declaraciones de Biden en las que no ha dudado en calificar como objetivo de la misión en Afganistán, “garantizar la seguridad en territorio estadounidense”. Recordamos que no se ha hecho más que pedir tropas y dinero en armamento (mayoritariamente de producción yankee) durante todos estos años, por distintos presidentes de ambos partidos. La mentira de la OTAN se acabó y con ella debe acabar el despilfarro militar (sobretodo porque nuestra seguridad se va a segurar no con tanques y portaaviones, sino con inteligencia, policías y servicios de espionaje) y la vidorra de militares franquistas endosados en la burocracia de un ejército sobre dimensionado, no para las necesidades nacionales, sino extranjeras.

Porque hoy en día -en realidad desde siempre- lo que más falta hacen son médicos y enfermeros. Bomberos y trabajadores básicos. Se demostró el año pasado con la pandemia, y sigue demostrándose, con el loable ejemplo de la vacunación en España (un éxito colectivo colosal, pese a las zancadillas de los de siempre, del que sentirnos orgullosos).

La pandemia del coronavirus no ha terminado. Probablemente no terminará. Han decidido por nosotros que en vez de luchar contra el virus, erradicarlo, son preferibles los muertos y el dolor, porque no se puede parar la economía, este capitalismo salvaje, irracional y narcotizante.

Y porque cuando vienen mal dadas, siempre están ahí. Como en Haití donde un terremoto y la llegada pocos días después de una tormenta tropical ha hundido aún más el futuro del país que ya venía lastrado por siglos de corrupción de un estado fallido, con un reciente magnicidio y con catástrofes naturales que suceden con espeluznante frecuencia.

Ya se está enviando ayuda y han viajado personal médico y de primeros auxilios y rescate a ayudar y echar una mano. Otros desde casa aportamos con lo que podemos. Cuba siempre es el primero en llegar y el último en irse. Su solidaridad es el ejemplo es con lo que uno tiene que quedarse si quiere un mundo mejor, un mundo con futuro.

Disfrutad del verano. Si os dejan.

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