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jueves, 16 de octubre de 2025

Un tibio alto el fuego


 

Ayer 15 de octubre fue el día de la Huelga General por Palestina y en contra del genocidio cometido por Israel en Gaza. Y ayer muchos paramos por solidaridad y convencimiento en la dignidad del pueblo palestino, en el valor de todas las luchas por los derechos humanos que a través del mundo se están llevando a cabo frente a los opresores y fascistas, y por último, por la propia trascendencia de un movimiento social que debe provocar el alzamiento de todas las buenas personas que llevamos años pidiendo salidas más democráticas y justas al caos social e internacional. Y si, también en lo referente al perenne conflicto en Oriente Próximo.

El paripé de Trump ha dado con el fin de los bombardeos y las matanzas de gazatíes pero no ha cerrado en absoluto las ansías colonialistas de la élite sionista israelí. Ni siquiera ha puesto en solfa a la opinión pública hebrea, salvo escasas excepciones, y pese a un desgaste colosal tampoco saca a Netanyahu del poder ni mucho menos lo sienta ante un Tribunal Internacional de Derechos Humanos por delitos de genocidio y lesa humanidad.

Evidentemente muchos respiran aliviados y celebran un tibio alto el fuego, por supuesto empezando por los supervivientes de dos años de invasión militar y ofensiva y un horror de múltiples caras entre las que destacan las torturas, el hambre, los bombardeos sobre hospitales y la matanza indiscriminada de civiles y selectiva de periodistas. Las víctimas de tanta barbarie (67.507 según cifras oficiales, me temo que muchas más) siguen sepultadas en los escombros, marcadas de por vida los heridos y mutilados, y contando por decenas de miles el número de refugiados. No parece que todas estas personas, estos seres humanos, hayan sido tenidos en cuenta en el besamanos a Trump -y a Netanyahu y al sionismo-, del pasado lunes en Egipto, por parte de todos sus aliados en la zona y algunos individuos o países concretos como Noruega, Bélgica, Irlanda o España, cuyos mandatarios fueron expresamente invitados por el anfitrión por su paso al frente en el reconocimiento del estado palestino. El silencio y complicidad de la Unión Europea ultra liberal clama el cielo.

Trump en su auto-proclamación al Nobel de la Paz (tan indigno premiado hubiera sido como el que lo haya sido una fascista reconocida que aboga por una invasión militar a su propio país) ha promovido en conveniencia con Netanyahu este acuerdo de paz firmado con Hamás, por el alto al fuego y la liberación de los rehenes del 7 de octubre -y entrega de cadáveres-. También se incluyen el desalojo de miles de palestinos encarcelados, muchos niños y adolescentes, todos sin juicio en las prisiones y campos de detención israelíes.

En general, se trata de un alto al fuego que quiere presentarse como una victoria de Israel, pero que en realidad constata su más horripilante fracaso. Presentado como un estado expansionista, genocida y militarista, incapaz de acabar no sólo con la loable resistencia del pueblo palestino, sino incluso de liberar por su cuenta, de manera unilateral y por la fuerza a los rehenes, que han sonado más a excusa para seguir manteniendo el carácter judío del estado de Israel, a base de matanzas indiscriminadas, ante el aumento de los ciudadanos árabes dentro de sus fronteras. Sin obviar, por supuesto, los intereses pecunarios de los fabricantes de armas de Occidente.

Desprestigiado y visto como el principal escollo para la paz y el progreso de Oriente Próximo, Israel ha aceptado la presión de Trump por un alto al fuego que tampoco vale para dotar de estabilidad política al país, a su sistema autoritario y a su primer ministro, acuciado por la corrupción. Un Netanyahu enclaustrado en el gobierno y con un parlamento de derechas y extrema derecha que aún así, ya cuestiona su idoneidad.

Desde luego el plan firmado pronto va a quedar en nada. Primero por la propia intención de Israel de seguir perpetrando el genocidio, estableciendo más asentamientos ilegales según el derecho internacional, y negándose a la solución de los dos estados planteada ya en 1947 y de la que Estados Unidos ha sido, y con cada uno de los episodios de violencia de manera palmaria, cómplice en su negativa. El plan expansionista con la erradicación genocida de la presencia árabe de Palestina para convertirla en el Gran Israel, sigue intacta y las intenciones de los líderes sionistas es continuar en la senda de la guerra, el apartheid y el genocidio.

Pero el alto el fuego, como no, es celebrado por la resistencia palestina, tanto en Gaza y Cisjordania, en el mundo árabe, como en el resto del planeta, primero, porque pone fin a las matanzas, y después porque demuestra lo fallido de los objetivos israelíes y del sionismo.

Sólo la resistencia del pueblo palestino y su ejemplo como expresión máxima de la dignidad humana ha dado alas a que en el resto de sociedades del mundo se alzasen las protestas e indignación de millones de ciudadanos, escandalizados ante este genocidio y por la impunidad y aliento que se ha dado a Israel para cometerlo, por parte de los representantes políticos occidentales. También, y por fin, se ha puesto en solfa los apoyos económicos y comerciales a Israel, en especial, el sustento tecnológico y militar. Quiero en este punto recordar que fueron los estibadores y el personal de los puertos españoles, los primeros en negarse en colaborar con el estado genocida israelí.

Y por supuesto, también se está discutiendo y plasmando el rechazo a las políticas de blanqueamiento del estado israelí, tanto en el plano cultural, con Eurovisión como símbolo, y también en el deportivo con la presencia de participantes israelíes en las competiciones internacionales. Las protestas en la Vuelta ciclista a España han sido la catarsis de un impulso ciudadano, que en muchos países puede imbricar con un malestar generalizado con el estado de las cosas y articular de ese modo, los cambios y revoluciones pendientes.

Pero esta paz que muchos celebramos no nos puede hacer olvidar. La paz nunca puede ser una renuncia a la dignidad ni a la memoria. No puede significar legitimar las tropelías del imperialismo sionista de los últimos dos años, pero tampoco la tierra quemada por guerras de piedras contra misiles de desde hace 70 años. La paz exige justicia, dignidad y reparación. Que Israel reconstruya con sus propios recursos lo destrozado en Palestina. Las infraestructuras y recursos materiales. Que los refugiados puedan volver a sus casas, a sus campos y recuperar su vida para progresar. Aún con todo, no podrá reparar el dolor causado a la población. Ni siquiera con el necesario y justo enjuiciamiento de los responsables del genocidio, tanto a nivel político como militar, así como de los propios soldados que apretaron gatillos y lo celebraron en sus redes sociales.

La paz tiene que ser respetar la dignidad y los derechos de autodeterminación del pueblo palestino. Hacer valer la legalidad internacional y los acuerdos entre iguales. Y romper en definitiva, la sumisión de millones de personas ante unas élites genocidas y supremacistas que desde demasiado tiempo ya han sido defendidas y sostenidas por las élites políticas de Occidente.

 

 

viernes, 1 de agosto de 2025

Paremos ya el Genocidio en Gaza

 


Hay que decirlo claro:

Israel está ejecutando un genocidio sistemático y planificado sobre la población de Palestina.

Es así. Está probado. Es un hecho. Como también lo es la actitud tolerante con este crimen contra la humanidad de buena parte de la Comunidad internacional, y dolorosamente de los representantes políticos occidentales que deberían ser los primeros en denunciarlo y combatirlo.

Nethanyahu tiene que ser encarcelado y juzgado como criminal de guerra y genocida. De hecho no tengo ninguna duda de que así será. El sionismo violento y genocida debe ser luchado y contrarrestado con solidaridad, verdad y democracia. Y los cómplices como gobiernos occidentales y empresas de armas y tecnologías también tienen que ser juzgados y erradicados.

Y por último, la indiferencia también tiene que ser combatida. No puede ser una opción. Los seres humanos no podemos quedarnos indiferentes y tolerar este genocidio. Con todo lo que sabemos que pasó y que ha habido en el pasado.

No se puede tolerar y tenemos que ser beligerantes con quienes ejecutan, permiten y hasta alientan que Israel asesine a millones de personas en Gaza y en Cisjordania.

Esto no es una guerra. Cuando se cortan los suministros básicos de alimento, agua, electricidad y medicinas a la población civil no estamos hablando de operaciones militares o búsqueda de rehenes y terroristas. Cuando se permite y se provoca que miles de niños mueren de hambre y enfermedades erradicadas ya en el primer mundo lo que tenemos delante no es una guerra sino una política diseñada bajo parámetros racistas y fascistas. Algunas fuentes hablan de 30 niños al día desde el inicio de la invasión por lo que esto no es una guerra. Es terrorismo de estado diseñado y ejecutado para impedir la constitución de una nueva mayoría étnica y social en el estado. Cuando se persiguen, detienen e incluso matan a voluntarios y periodistas no se trata de daños colaterales o de “desgracias”, sino de acciones ejecutadas con voluntad de ocultar la verdad al exterior y a la historia. Cuando se denuncia esta matanza indiscriminada de seres humanos, pobres y desamparados, no se está hablando de anti-semitismo. No jodáis que eso es muy serio para que manipuléis de esa forma. La gente común, las personas buenas, lo que estamos en contra es de los genocidios. De todos los genocidios. Y si una mierda de religión, me da igual judáica, islámica que católica ampara a basuras humanas como Netanhayu y compañía hablamos de otra cosa.

Paremos ya el genocidio en Palestina. No podemos, no debemos, no es tolerable quedarse sentado en el sofá o poner un tuit o este texto, sin más. Hay que actuar y hay que hacerlo para parar de una vez esta deriva fascista.

Muchos estamos colaborando en partidos y ongs que están tratando por un lado de enviar ayuda a Palestina y en exigir el final de la ocupación y el exterminio. No vale sólo con mandar un SMS de ayuda, acudir a una manifestación, firmar una campaña online o ejercitar un boicot a todo producto que venga de Israel (y de Estados Unidos principal financiador de este estado genocida y criminal).

Tenemos que reflexionar sobre la mierda de mundo que “estamos” construyendo. Esto no puede seguir así.

Escribo en un descanso, desde la víscera y veo que en 5 minutos y desde el móvil y han salido más de 500 palabras. Que no se las lleve el viento, y que podamos parar el genocidio en Gaza.

Por un mundo de paz, solidaridad, cooperación y empatía. Abajo el fascismo. Viva la libertad, Viva Palestina.

 

lunes, 19 de mayo de 2025

Eurovision y el blanqueamiento de un genocidio


Clasificaciones finales Eurovisión 2025.

 

Parece inevitable llegado el mes de mayo no dedicarle un rato a juntar unas palabras sobre Eurovisión. Es curioso como sin considerarme, ni mucho menos, un Euro-fan o sin estar siguiendo, ni siquiera por accidente, los acontecimientos que jalonan este evento, al final consigue colarse entre los puntos de interés que humildemente uno tiene que gestionar. Y siempre lo suele hacer gracias a la principal virtud que para mi tiene el Festival de Eurovisión: La capacidad para mostrar las profundas incoherencias e hipocresías del sistema. La posibilidad de desnudar, a través de una expresión cultural, los disfraces que tapan los oscuros intereses de agentes nocivos para la sociedad, la dignidad y la paz. Parece que no, pero hace ¡¡¡17 añazos ya!!! con el Chikilicuatre, España ya se rió de todo ello.

Si siempre hay ruido y es ensordecedor, en cuanto a la elección de los candidatos y representantes de Radio Televisión Española, hay otras veces en los que la polémica salta para tratar temas más importantes como el feminismo, el estatus de los colectivos oprimidos (LGTBI, raciales o incluso de clase), y sobretodo últimamente, por el agravio cometido al permitir la participación y blanqueamiento de Israel, inmersa en una Guerra de ocupación y exterminio de la población palestina, frente al veto impuesto a Rusia por su guerra y ocupación de los territorios rusófilos deUcrania. Por cierto, aprovecho decir que a Ucrania jamás le han vetado su participación en este festival o en otros eventos culturales o deportivos, pese a su política de acoso y laminación de derechos humanos contra sus ciudadanos de izquierdas o de habla rusa en el territorio del Maiden. Como tampoco la de Hungría o Polonia por lanzar políticas extremistas de negación de derechos a los ciudadanos por su condición sexual. Que ya nos conocemos.

En esta ocasión, ha sido en la propia semana de celebración, con galas de semifinales y final, donde la polémica ha saltado.

La labor del contubernio eurovisivo para justificar y blanquear la presencia de Israel y su política de ocupación y genocidio sobre Palestina ha sido exacerbada, tratando de imponerse sobre las legítimas posiciones de gran parte del público, de muchos de los artistas y delegaciones participantes, y de varios de los propios gobiernos europeos como España, Irlanda o Noruega que ya han dado pasos firmes en el reconocimiento del estado de Palestina.

Sin embargo, la actitud de los propios organizadores, el ente supra-nacional de la Unión de radio-televisiones (públicas no olvidar este matiz) Europeas (UER), amos y señores del tinglado de Eurovisión, ha degenerado en una crítica feroz, y a la vez, en una defensa de la dignidad y de los derechos humanos. Si bien se jactan, y junto a ellos las derechas extremas y las extremas derechas europeas, y también muchos colectivos de eurofanes, de un supuesto carácter apolítico en el festival, esta vez ha quedado claro que no existe tal suposición, y que funciona para justificar lo injustificable, y mantener el negocio y ganar dinero, muy importante, a pesar de las profundas brechas que provoca en la ética y en el acervo moral de las sociedades europeas.

Durante esta semana y en el contexto del festival Israel defendía su posición. Pero no su canción y su derecho, o no, a participar en el certamen. Lo que defendía era su política genocida. Justificaba su ofensiva militar y violenta. Garantizaba su supuesta superioridad moral. Acreditaba la ocupación ilegal de territorios saltándose la legalidad internacional. Daba pretextos, en definitiva, para la matanza de civiles, sobretodo de mujeres y niños, y trataba de hacerlo ante los críticos y con el beneplácito de la Europa más fiestera y diversa.

Como respuesta, ya he comentado, tanto muchos de los artistas participantes, como algunos de los entes televisivos, reaccionaron y se activaron para denunciar el genocidio y explicar el contexto de la ocupación y si, también de la participación de Israel en este certamen musical. Por lo tanto, y como es evidente y natural y propio de sociedades complejas e interrelacionadas, Eurovisión tampoco es apolítica.

Ante todo ello, la organización del festival debía haberlo evitado. La única manera era haciendo lo que hay que hacer: El veto a países violentos y genocidas. Denunciar y prohibir que se blanqueen políticas criminales y vergonzosas. Si no lo hizo, podía haber permitido algunos derechos fundamentales como la libertad de expresión. Libertad que garantizaban para que Israel presentara y cantara una canción “New Day Will Rise”, “Un día nuevo llegará”, con una letra infame que encima venía a justiciar el sionismo más radical y la postura ultra-conservadora, violenta y supremacista posible. Sin embargo, negaban esa libertad de expresión a las televisiones y presentadores que pusieron contexto a la actuación israelí. Las amenazas de multas y sanciones son una vergüenza.

No valen más humillaciones, ni aceptar la preponderancia de la élite fascista israelí y de todos sus acólitos. Es preciso dar explicaciones y purgar estas instituciones de reaccionarios y de personas tan malvadas y horribles. No es aceptable el dinero de los patrocinadores si vienen manchados de sangre y de tanta crueldad e inmoralidad. Si lo estamos viendo, y celebrando la actitud de muchos grupos, con los macro-festivales en España, también debemos exigir lo mismo para los representantes y funcionarios públicos europeos que mantienen Eurovisión.

¿Es ético celebrar un festival de la canción con un país participante que perpetra en estos momentos crímenes contra la humanidad y contra la legalidad internacional? ¿Es justo que se garantice su libertad de expresión y a cambio se prohíba la de quienes no están de acuerdo o simplemente quieren mostrar la realidad más aséptica posible? ¿Es lícito que un evento cultural o deportivo se lleve a cabo gracias al dinero de patrocinadores involucrados en las masacres de más de 50.000 personas y más de 15.000 niños? ¿Es justificable que todo siga igual pese a que la misma semana de celebración del concurso Israel atacaba a civiles en el Sur de Palestina causando la muerte de al menos 150 personas?

Si estas preguntas no son todavía lo suficientemente incómodas quizás deberíamos añadir cómo es posible que Israel estuviera a punto de ganar el certamen, gracias a los votos de algunos jurados oficiales de los países participantes, y sobretodo a un mirada de puntos del “tele-voto popular” que no tiene ninguna garantía ni seguridad y que mediatizó el resultado final.

Por si esto no fuera poco, y aunque no soy especialmente favorable a la canción presentada por España, me queréis decir ¿qué no hubo un castigo directo al país más beligerante con la política genocida y fascista de Israel?

Por supuesto, que no toda la población de Israel (faltaría más) apoya la política del criminal de guerra de Nethanyahu y sus acólitos fascistas. Y que no celebran el genocidio y abogan por un diálogo entre culturas y religiones que garantice la paz en Israel y en Palestina. Y que si, que tienen su derecho a sentirse representados en un certamen. Pero cuando los símbolos como la bandera y la propia canción se usan para justificar esa supremacía y ese dominio no todo vale.

Cuando se habla de derechos humanos, legalidad internacional, causas de guerra o justicia no vale la equidistancia. No se puede poner uno de lado e intentar no mancharse en el charco de fango y sangre. Tampoco cuando tratamos la superioridad moral de las personas que queremos un mundo mejor, más justo, digno y ético. Frente a esto está la batalla cultural librada por quienes quieren reescribir la Historia tras la derrota del fascismo en el siglo XX. Sí, de esos que nos dicen que queremos otra historia y que no aceptamos la derrota en la Guerra Civil, pero que por la tibieza y los cortoplacismos de aquella época se toleraron gobiernos fascistas después de 1945, en Europa y en el mundo. Y ahora quieren derribar los valores y la sociedad más tolerante e inclusiva para imponer de nuevo sus reaccionarias visiones.

Un ejemplo de esto viene con la reacción al resultado final. Mientras buena parte del público habitual de Eurovisión se quedaba ojiplático con el resultado del Tele-voto, las huestes del fascismo españistaní celebraban que en esa variable, en España ganará Israel. Se atreven a defenderlo como una respuesta “democrática” al gobierno del perro y como un éxito de su capacidad de movilización. Obvian, porque no les da para más, que su apoyo a un estado genocida y que está perpetrando crímenes de lesa humanidad es injustificable, incompatible con la democracia y con los valores del siglo XXI. Por eso son reaccionarios y por eso, siempre, la derecha de este país se encuentra en el lado equivocado de la Historia. Pero es que además, y lo que es más denigrante aún, por sus ansías de poder se colocan en el lado opuesto al interés general de su propio país y a la decencia. No les da para más. Siempre digo que la gran desgracia de este país es tener una derecha, unas huestes conservadoras, tan poco patrióticas, mucho menos democráticas y tan deleznables.

Desde luego, dado lo acontecido con este festival y fundamentalmente, con lo que ocurre cada día en Gaza y en Cisjordania se hace necesario ponerse firme. Muy bien el gobierno trabajando desde la diplomacia reconociendo a Palestina y denunciando los crímenes de Israel. Pero basta ya de la doble moral capitalista de vender armas y delegar la autonomía de la propia nación porque hay dinero de por medio.

Muy bien RTVE permitiendo a sus presentadores expresar su opinión y también que contasen sin acritud el contexto de la interpretación de la canción de Israel, y después y ante la amenaza de sanciones por parte de los organizadores, proclamando su posición antes de la retransmisión (la Radio-Televisión belga fue mucho más allá y cortó la interpretación de Israel con un mensaje en pantalla y en silencio mostró su apoyo a Palestina). Pero llegado a este punto se hace necesaria una reflexión profunda si merece la pena seguir participando en este tinglado. En exigir responsabilidades y si es necesario quedarse en casa. Porque para que nos humillen al tiempo que loan a los criminales y fascistas no hace falta ir a Eurovisión.


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