Clasificaciones finales Eurovisión 2025.
Parece
inevitable llegado el mes de mayo no dedicarle un rato a juntar unas
palabras sobre Eurovisión. Es curioso como sin considerarme,
ni mucho menos, un Euro-fan o sin estar siguiendo, ni siquiera
por accidente, los acontecimientos que jalonan este evento, al final
consigue colarse entre los puntos de interés que humildemente uno
tiene que gestionar. Y siempre lo suele hacer gracias a la principal
virtud que para mi tiene el Festival de Eurovisión: La
capacidad para mostrar las profundas incoherencias e hipocresías del
sistema. La posibilidad de desnudar, a través de una expresión
cultural, los disfraces que tapan los oscuros intereses de agentes
nocivos para la sociedad, la dignidad y la paz. Parece que no, pero
hace ¡¡¡17 añazos ya!!! con el Chikilicuatre, España ya se rió de todo ello.
Si
siempre hay ruido y es ensordecedor, en cuanto a la elección de los
candidatos y representantes de Radio Televisión Española, hay otras
veces en los que la polémica salta para tratar temas más
importantes como el feminismo, el estatus de los colectivos
oprimidos (LGTBI, raciales o incluso de clase), y sobretodo
últimamente, por el agravio cometido al permitir la participación
y blanqueamiento de Israel, inmersa en una Guerra de ocupación y exterminio de la población palestina, frente al veto impuesto a
Rusia por su guerra y ocupación de los territorios rusófilos deUcrania. Por cierto, aprovecho decir que a Ucrania jamás le han
vetado su participación en este festival o en otros eventos
culturales o deportivos, pese a su política de acoso y laminación
de derechos humanos contra sus ciudadanos de izquierdas o de habla
rusa en el territorio del Maiden. Como tampoco la de Hungría o
Polonia por lanzar políticas extremistas de negación de derechos a
los ciudadanos por su condición sexual. Que ya nos conocemos.
En
esta ocasión, ha sido en la propia semana de celebración, con galas
de semifinales y final, donde la polémica ha saltado.
La
labor del contubernio eurovisivo para justificar y blanquear la
presencia de Israel y su política de ocupación y genocidio sobre
Palestina ha sido exacerbada, tratando de imponerse sobre las
legítimas posiciones de gran parte del público, de muchos de los
artistas y delegaciones participantes, y de varios de los propios
gobiernos europeos como España, Irlanda o Noruega que ya han dado
pasos firmes en el reconocimiento del estado de Palestina.
Sin
embargo, la actitud de los propios organizadores, el ente
supra-nacional de la Unión de radio-televisiones (públicas no
olvidar este matiz) Europeas (UER), amos y señores del tinglado de
Eurovisión, ha degenerado en una crítica feroz, y a la vez,
en una defensa de la dignidad y de los derechos humanos. Si bien se
jactan, y junto a ellos las derechas extremas y las extremas derechas
europeas, y también muchos colectivos de eurofanes, de un
supuesto carácter apolítico en el festival, esta vez ha quedado
claro que no existe tal suposición, y que funciona para justificar
lo injustificable, y mantener el negocio y ganar dinero, muy
importante, a pesar de las profundas brechas que provoca en la ética
y en el acervo moral de las sociedades europeas.
Durante
esta semana y en el contexto del festival Israel defendía su
posición. Pero no su canción y su derecho, o no, a participar
en el certamen. Lo que defendía era su política genocida.
Justificaba su ofensiva militar y violenta. Garantizaba su supuesta
superioridad moral. Acreditaba la ocupación ilegal de territorios
saltándose la legalidad internacional. Daba pretextos, en
definitiva, para la matanza de civiles, sobretodo de mujeres y niños,
y trataba de hacerlo ante los críticos y con el beneplácito de la
Europa más fiestera y diversa.
Como
respuesta, ya he comentado, tanto muchos de los artistas
participantes, como algunos de los entes televisivos, reaccionaron y
se activaron para denunciar el genocidio y explicar el contexto de la
ocupación y si, también de la participación de Israel en este
certamen musical. Por lo tanto, y como es evidente y natural y propio
de sociedades complejas e interrelacionadas, Eurovisión
tampoco es apolítica.
Ante
todo ello, la organización del festival debía haberlo evitado. La
única manera era haciendo lo que hay que hacer: El veto a países
violentos y genocidas. Denunciar y prohibir que se blanqueen
políticas criminales y vergonzosas. Si no lo hizo, podía haber
permitido algunos derechos fundamentales como la libertad de
expresión. Libertad que garantizaban para que Israel presentara y
cantara una canción “New Day Will Rise”, “Un día
nuevo llegará”, con una letra infame que encima venía a
justiciar el sionismo más radical y la postura ultra-conservadora,
violenta y supremacista posible. Sin embargo, negaban esa libertad
de expresión a las televisiones y presentadores que pusieron
contexto a la actuación israelí. Las amenazas de multas y sanciones
son una vergüenza.
No
valen más humillaciones, ni aceptar la preponderancia de la élite
fascista israelí y de todos sus acólitos. Es preciso dar
explicaciones y purgar estas instituciones de reaccionarios y de
personas tan malvadas y horribles. No es aceptable el dinero de
los patrocinadores si vienen manchados de sangre y de tanta crueldad
e inmoralidad. Si lo estamos viendo, y celebrando la actitud de muchos grupos, con los macro-festivales en España, también debemos
exigir lo mismo para los representantes y funcionarios públicos
europeos que mantienen Eurovisión.
¿Es
ético celebrar un festival de la canción con un país participante
que perpetra en estos momentos crímenes contra la humanidad y contra
la legalidad internacional? ¿Es justo que se garantice su libertad
de expresión y a cambio se prohíba la de quienes no están de
acuerdo o simplemente quieren mostrar la realidad más aséptica
posible? ¿Es lícito que un evento cultural o deportivo se lleve a
cabo gracias al dinero de patrocinadores involucrados en las masacres
de más de 50.000 personas y más de 15.000 niños? ¿Es justificable
que todo siga igual pese a que la misma semana de celebración del
concurso Israel atacaba a civiles en el Sur de Palestina causando la muerte de al menos 150 personas?
Si
estas preguntas no son todavía lo suficientemente incómodas quizás
deberíamos añadir cómo es posible que Israel estuviera a punto
de ganar el certamen, gracias a los votos de algunos jurados
oficiales de los países participantes, y sobretodo a un mirada de
puntos del “tele-voto popular” que no tiene ninguna garantía ni
seguridad y que mediatizó el resultado final.
Por
si esto no fuera poco, y aunque no soy especialmente favorable a la
canción presentada por España, me queréis decir ¿qué no hubo un
castigo directo al país más beligerante con la política genocida y
fascista de Israel?
Por
supuesto, que no toda la población de Israel (faltaría más)
apoya la política del criminal de guerra de Nethanyahu y sus
acólitos fascistas. Y que no celebran el genocidio y abogan por
un diálogo entre culturas y religiones que garantice la paz en
Israel y en Palestina. Y que si, que tienen su derecho a sentirse
representados en un certamen. Pero cuando los símbolos como la
bandera y la propia canción se usan para justificar esa supremacía
y ese dominio no todo vale.
Cuando
se habla de derechos humanos, legalidad internacional, causas de
guerra o justicia no vale la equidistancia. No se
puede poner uno de lado e intentar no mancharse en el charco de fango
y sangre. Tampoco cuando tratamos la superioridad moral de las
personas que queremos un mundo mejor, más justo, digno y ético.
Frente a esto está la batalla cultural librada por quienes quieren
reescribir la Historia tras la derrota del fascismo en el siglo XX.
Sí, de esos que nos dicen que queremos otra historia y que no
aceptamos la derrota en la Guerra Civil, pero que por la tibieza y
los cortoplacismos de aquella época se toleraron gobiernos fascistas
después de 1945, en Europa y en el mundo. Y ahora quieren derribar
los valores y la sociedad más tolerante e inclusiva para imponer de
nuevo sus reaccionarias visiones.
Un
ejemplo de esto viene con la reacción al resultado final. Mientras
buena parte del público habitual de Eurovisión se quedaba
ojiplático con el resultado del Tele-voto, las huestes del
fascismo españistaní celebraban que en esa variable, en
España ganará Israel. Se atreven a defenderlo como una respuesta
“democrática” al gobierno del perro y como un éxito de
su capacidad de movilización. Obvian, porque no les da para más,
que su apoyo a un estado genocida y que está perpetrando crímenes
de lesa humanidad es injustificable, incompatible con la democracia y
con los valores del siglo XXI. Por eso son reaccionarios y por eso,
siempre, la derecha de este país se encuentra en el lado equivocado
de la Historia. Pero es que además, y lo que es más denigrante aún,
por sus ansías de poder se colocan en el lado opuesto al interés
general de su propio país y a la decencia. No les da para más.
Siempre digo que la gran desgracia de este país es tener una
derecha, unas huestes conservadoras, tan poco patrióticas, mucho menos democráticas y tan deleznables.
Desde
luego, dado lo acontecido con este festival y fundamentalmente, con
lo que ocurre cada día en Gaza y en Cisjordania se hace
necesario ponerse firme. Muy bien el gobierno trabajando desde la
diplomacia reconociendo a Palestina y denunciando los crímenes de
Israel. Pero basta ya de la doble moral capitalista de vender
armas y delegar la autonomía de la propia nación porque hay
dinero de por medio.
Muy
bien RTVE permitiendo a sus presentadores expresar su opinión y
también que contasen sin acritud el contexto de la interpretación
de la canción de Israel, y después y ante la amenaza de sanciones
por parte de los organizadores, proclamando su posición antes de la
retransmisión (la Radio-Televisión belga fue mucho más allá y
cortó la interpretación de Israel con un mensaje en pantalla y en
silencio mostró su apoyo a Palestina). Pero llegado a este punto se
hace necesaria una reflexión profunda si merece la pena seguir
participando en este tinglado. En exigir responsabilidades y si
es necesario quedarse en casa. Porque para que nos humillen al
tiempo que loan a los criminales y fascistas no hace falta ir a
Eurovisión.