martes, 19 de octubre de 2021

Tras 10 años del final de ETA

 

Momento de la "Declaración del 18 de octubre", que leyóo en euskera Arkaitz Rodríguez y en castellano Arnaldo Otegi

En estos días se cumplen 10 años del anuncio del cese de la lucha armada por parte de la banda terrorista ETA. Aunque no lo parezca, aunque hayan pasado estos años sin avances, ni acercamientos públicos que garantizaran un estadio donde la paz y el progreso de la sociedad vasca y española fuera conseguida, como paso previo a unas relaciones normales en las que los objetivos políticos se consiguieran, el tiempo ha pasado y la sociedad vasca ha cambiado.

El pasado lunes 18 de octubre Arnaldo Otegui daba un paso más en la normalización y pacificación en Euskadi con una declaración en la que en nombre de la izquierda abertzale declaraba la sinrazón de tanta violencia y pedía perdón por los cientos de atentados, muertos y miles de heridos. Sin negar las resistencias internas, que seguro las hay, el paso dado por Bildu es decisivo. Es honestidad brutal y altura de miras en el contexto político y social actual. Y sin duda, la Historia juzgará a quienes han puesto escaleras y ascensores para alcanzar la paz y a quienes se han dedicado a echarlos abajo o no hacer nada, por cálculos partidistas y ambiciones personales.

El tiempo transcurrido desde el anuncio del cese de la actividad armada de ETA y el perdón y arrepentimiento expresado por Otegui no es casual. Es con distancia temporal, alejados de la inmediatez de un dolor, del cortoplacismo de batallas electorales y recostada sobre el día a día de la sociedad vasca como se puede elaborar un camino que cicatrice heridas que siempre sangrarán. Ha sido la única manera, no ya de construir el relato histórico fidedigno, veraz y académico que cuente para no olvidar lo que sucedió durante los últimos 60 años en Euskadi y en España (y en Francia). Sino de avanzar en el entendimiento entre distintos y el tejido de una sociedad y una política en la que quepan todos los que quieren el bienestar de las gentes vascas.

Eso sí, esperen sentados a escuchar el perdón y arrepentimiento de quienes utilizan el terrorismo como arma política para derrotar electoralmente al adversario despreciando la altura de miras política y el sentido de estado. Esperen sentados a escuchar el perdón y el arrepentimiento de quienes usaron todos los recursos del estado, incluso los ilegales e inmorales, para derrotar a los terroristas en su territorio, tirando por la borda toda la legitimidad democrática y del estado de derecho.

Solo en un estado con unas taras democráticas tan severas como el español es posible que la efeméride haya pasado sin trascendencia. Solo unos tibios programas en la televisión pública donde no se dio voz a la izquierda abertzale ni al nacionalismo vasco. Pocos artículos en prensa escrita, bastante más en la digital de izquierdas, y un silencio colosal para hablar sobre el dolor que causa hoy en día acciones como la negativa a acercar los presos etarras (una práctica abominable ahora que ya no existe la amenaza terrorista), la doctrina Parot (revertida en dos ocasiones por los tribunales europeos), la violencia institucional hacia lo abertzale que sigue vigente en Euskadi (pregúntese por Alsasua), sobre qué pasó en la lucha contraterrorista y paramilitar orquestada por el PSOE del señor X y por qué no hubo un diálogo en tiempos del inane de Rajoy para construir una relación sana.

La honestidad de Otegui y la izquierda abertzale contrasta con el silencio del PP. Por supuesto que a ETA se la ha derrotado con acción judicial, política y resistencia de la sociedad vasca, en especial del colectivo de víctimas. Pero sólo con eso sería imposible construir un futuro para Euskadi porque dejaría fuera a buena parte de la sociedad. Del mismo modo que los objetivos políticos de la acción terrorista hubiera derrotado el estado de derecho. No hay futuro, ni convivencia si no se respeta y escucha a las partes. Por eso es necesario, vital, plantear escenarios que teatralicen la paz y la hagan tangible para las sociedades vasca y española. Es lo mínimo a pedir a alguien que estaba o aspira a estar en gobiernos. A la extremísima derecha, nada se le puede pedir.

El diálogo y la intermediación han sido y son fundamentales. Seducir a la izquierda abertzale para que reniengue de la violencia y participe activamente en la política vasca -y nacional- fue la clave de bóveda para ir desmontando el convencimiento de la acción terrorista. Por eso, tener a Bildu haciendo política en ayuntamientos, en el parlamento vasco, en el Congreso o en los medios, escuece tanto a las cutres derechas patrias de rancio y atrasado centralismo. No sólo es la voz de los vascos. Es la voz de las clases trabajadoras.

El ruido y la furia de una extrema derecha exacerbada, anacrónica, ruin, miserable y antipatriótica denota, no sólo las severas minusvalías mentales de estos mequetrefes, sino que muestra cuán importante ha sido para sustentar el relato del tardo franquismo españistaní, la actividad de una banda terrorista que mataba y extorsionaba para conseguir sus objetivos; por el simple hecho de pensar distinto.

Queda un largo camino para cicatrizar a la sociedad vasca, y en buena parte, aún queda trabajo por la desidia de años de una derecha nacional que no sabe vivir sin, no tiene argumentario político, sino es agitando el miedo al distinto, aunque ese otro sea un compatriota. Sin terrorismo y sin manosear a las víctimas poco queda en el código del “extremo centro. Y eso explica una inacción política que ha supuesto incertidumbre, más dolor y el anquilosamiento de ciertas tendencias, a un lado y a otro, que abogan por no cerrar el conflicto.

Poner sobre la mesa cómo se pasó de una legítima disidencia antifranquista en Euskadi a la brutalidad del terrorismo, cómo se desarrolló el despliegue de la respuesta ilegal del Estado desde el Batallón Vasco-Español franquista a los GAL en los gobiernos de Felipe González o quiénes son los culpables desconocidos y cuáles los errores en las investigaciones policiales y judiciales de los atentados, que los hubo, es el camino que nos queda. Todo es memoria y toda memoria es positiva para conocernos, madurar como sociedad y no repetir un pasado tan cruel, superado, no obstante, por el de la represión franquista, que también espera su lo siento.

La izquierda abertzale ha asumido la inutilidad del terrorismo. Es una victoria de la democracia y también, claro está, de PP y sobretodo de un PSOE que en tiempos de Zapatero, pagó un alto precio por avanzar en la senda de la paz. El arrepentimiento expresado en las palabras de Otegui deja sin argumentos y quien solo sabe atizar el odio para vivir de la política. Sólo estos cafres malvados y sanguijuelas del dolor ajeno pueden tratar de pisotear estos avances para seguir enquistando las heridas. Como sociedad que apuesta por el futuro, la paz y la convivencia, pensemos o no en la autodeterminación de los pueblos, nos tienen que tener en frente. A toda la sociedad.

 

lunes, 13 de septiembre de 2021

The Beautiful People, Marilyn Manson


 

The Beautiful People fue el segundo sencillo extraído de Antichrist superstar segundo álbum de estudio de Marilyn Manson en el año 1996. En aquel momento el estreno de la canción del artista americano era todo un acontecimiento en el star system de la música, convirtiéndolo en un fenómeno global más allá de los tradicionalmente más cerrados círculos del metal.

Ese estreno se hizo a través de la MTV cuando todavía era un canal de música y lo hizo con un video polémico en el que Marilyn Manson interpretaba la canción y era representado como un tiránico dictador, despótico y caprichoso, capaz de hacer su voluntad realidad. Un degenerado grotesco, sucio y malvado cuyos deseos eran órdenes, básicamente porque tenía el dinero para hacerlo, modulando la voluntad de hombres y mujeres a su conveniencia.

Y es que toda la letra del tema es una sátira contra el sistema de valores capitalista donde la Beautiful people es la “gente bella”, la élite sobre la élite. Aristocracia y alta burguesía que decide la suerte en la vida de los que están por debajo y donde sus apetencias y apetitos tienen que ser suministrados y satisfechos sin demora aunque ocasionen violencia, dolor y podredumbre a su alrededor.

El metal industrial que desarrollaba Marilyn Manson en su primera época entraba sin medidas gracias a un sonido potente de distorsión y ritmos frenéticos heredados del trash alternativo americano de los 80. El hilo que unía Ministry con los nuevos (para la época) grupos de Ñu metal (o rap-metal) pasaban inexorablemente por la figura de Marilyn Manson.

Y es que desde Estados Unidos y a través de la MTV nos entraba casi un sinfín de bandas a finales de siglo XX y principios del XXI cuya trascendencia por lo general, se ha quedado el algún disco notable, bastantes hits poderosos, andaduras plagadas de alti bajos y la posibilidad de que los heavys pudiéramos ponernos un chándal.

Todos aquellos grupos irrumpían con contratos poderosos y la difusión masiva que la televisión proporcionaba. La música y actitudes estaban claras y eran reconocibles, y por lo general, fueron dejando algunas letras en las que se venía a criticar la política y sociedad estadounidense y su sistema de valores.

Siguiendo ese patrón la interpretación de la canción de Manson no hacía prisioneros (no hace puesto que sigue siendo tema imprescindible en sus hoy en día escasos conciertos al año). El rasgado de la voz y el juego entre texturas más guturales o melódicas tan característico se pone al servicio de una letra que clama contra el poder o la propia ilusión de poder.

Marilyn Manson en esta canción ataca a aquellos que son (o se creen) poderosos y tienen más derecho que los que ellos consideran inferiores. Le abomina la desigualdad y la violencia ejercida desde arriba. Protesta contra la intolerancia y el racismo, tanto por el color de piel o la raza, sino que simplemente lo que permanece lamentablemente inserto en todas las sociedades del mundo: la segregación, desprecio o distancia que ejercen las personas adineradas y de una clase más alta en contra de los que están por debajo económica y geográficamente. La discriminación social.

La letra y la temática de todo el impulso narrativo de la canción (y por supuesto del video que la acompaña) componen una de las canciones anti-capitalistas de la historia. Y el valor y capacidad de hacerlo desde una estructura pro sistema como puedan ser las grandes discográficas y la televisión (especialmente la tv por cable tan poderosa y unificadora de opinión en Estados Unidos) es un éxito de Marilyn Manson que no se debe desdeñar.

La ironía y el sarcasmo son los continuos recursos lingüísticos que con maestría desarrolla para expresar la denuncia de un mundo degradante y degenerado. La música compuesta orquesta alrededor un ambiente turbio y opresor. Las guitarras descejarran distorsión creando un clima obsesivo y enfermizo en el que se impone un ritmo cardiaco metido a presión con la bateria y el bajo. Con la potencia vocal de Manson se termina de construir un mensaje rotundo anticapitalista y emancipador, en el que también la canción es un alegato feminista en el que denuncia el empleo de la mujer y su cuerpo como el patio de recreo sucio y perverso de los poderosos.

Aunque no podemos obviar el hecho de que Marilyn Manson hoy atesora una de las mayores fortunas hechas en el mundo de la música, sigue cantando y denunciando esa gente bella que vive para denigrar al resto. Para degradar nuestras sociedades.

Con The Beautiful people Marilyn Manson firmó una de las mejores canciones de la historia del heavy metal al tiempo que denunciaba un star system de celebridades, poderosos, ricos y excéntricos que conforman un estamento endogámico que sobrevive parasitando el esfuerzo y la vida de los de abajo.

Con un temazo clásico de los head baggers y un auténtico himno que está a punto de cumplir 25 añazos ya se puede hacer critica y sátira. Denuncia social a todo trapo de cuando éramos más jóvenes y todo, absolutamente todo, más sencillo.

 

viernes, 10 de septiembre de 2021

Día Mundial de Prevención del Suicidio: Acabemos con el tabú y pongamos soluciones


Hoy viernes, 10 de septiembre, es el Día Mundial de Prevención del Suicidio, y para prevenirlo es importante conocer algo que aún es poco tratado y considerado un tema tabú.

En 2016 fallecieron 3.569 personas en España por esta causa (según los datos más recientes del Instituto Nacional de Estadística). Es una cifra que casi duplica los muertos en accidente de tráfico, multiplica por 80 las víctimas de violencia de género, es 13 veces más que los homicidios y la principal causa de muerte en jóvenes de 15 a 29 años.

Al día se quitan la vida unas 10 personas, de los cuales siete son hombres y tres son mujeres en España y el INE calcula que, en lo que llevamos de siglo, en España se han producido casi 60.000 suicidios. Por Comunidades Autónomas, Galicia y Asturias poseen las mayores tasas de suicidio por 100.000 habitantes, mientras que la menor la registra la Comunidad de Madrid, situándose la media estatal en 7,5, según un análisis de la Fundación Salud Mental España para la prevención de los trastornos mentales y el suicidio.

La idea de que donde más se producen los suicidios es en zonas de montaña, donde impera la soledad, en España se ve reflejada en Asturias, que lidera la estadística desde 2011 en cuanto al número de personas que se quitan la vida. Aunque también es preciso contar que hablamos de una región que sufrió (y sigue haciéndolo hoy en día) un proceso de cierre y pérdida de puestos de trabajo colosal, en una mal llamada reconversión, que supuso una terciarización de la economía salvaje. Su consecuencia fue potenciar el alcoholismo, la drogadicción y otras patologías propias de la salud mental.

Ante un problema de tal calibre, todavía no existe un plan de prevención del suicidio a nivel estatal. La Sanidad Pública, antes de la pandemía del Covid-19, no pudo desplegar una estrategia de prevención del suicidio que vendría, fundamentalmente, de articular programas de análisis y diagnóstico en la atención primaria sobre la salud psíquica de las personas, entroncándolo con mecanismos de detección precoz en los servicios sociales ante situaciones de carestía, consumo de sustancias estupefacientes o acoso que podrían derivar a las enfermedades mentales, tales como la depresión o la esquizofrenía, pasos previos al intento de suicidio.

Si en nuestro sistema de Sanidad Pública los recortes y la presión de un modelo neoliberal y de quienes lo sustentan ante la opinión pública han provocado carencias y disfunciones colosales en todos los servicios, un tema como la salud mental, ya tratada como tabú no sólo iba a ser menos, sino que además es deteriorada y depauperada a un ritmo mayor.

Antes, en 2018, en la Comunitat Valenciana se articulo un programa para romper el silencio en torno al suicidio y los problemas mentales, que ha traído buenos resultados. Pero sigue siendo una iniciativa puesta en marcha en una Comunidad sin seguir una estrategia nacional que pudiera facilitar a las familias, los médicos de atención primaria, los trabajadores sociales o las propias personas que están cayendo en la vorágine de plantear quitarse la vida, los recursos, protocolos y herramientas para poder evitar la tentativa de suicidio.

Es fundamental tal y como consideran expertos y afectados que estos planes se desarrollen de manera nacional, generando sinergias entre todas las administraciones y colectivos implicados que garanticen un “abordaje transversal del suicidio”, poniendo énfasis, como no, en la prevención, la detección, el diagnóstico, el tratamiento y la continuidad de cuidados mentales, al tiempo que consideran preciso "sensibilizar sobre la trascendencia" del mismo.

Para ello es básico acabar con los mitos e ideas erróneas sobre el suicidio para facilitar la desestigmatización y culpabilización de la conducta suicida y, con ello, facilitar que las personas con ideas suicidas pidan ayuda.

Lejos de conductas pueriles, arcaicas y retrógradas "Informar no provoca efecto dominó", como algunos se atreven a difamar. Sin embargo, poner la problemática en la mente de la sociedad conseguirá eliminar las barreras que la vergüenza o la estigmación social puedan provocar en las víctimas, haciendo que en vez de retrotraerse, esconderse y pasar en silencio el problema y enfermedad hasta el trágico desenlace, puedan salir y respirar, encontrando en una sociedad concienciada las herramientas para poder sobrepasar estos trances tan duros.

Las ONGs, desde la Crisis-Estafa de 2008, ya han venido recibiendo cada vez más llamadas y solicitudes de ayuda. También de familias que han perdido a un ser querido tras un suicidio. La falta de oportunidades, la frustración a la hora de seguir y conseguir los sueños y planteamientos vitales; la depresión por la situación económica o social. Los problemas de acoso, malos tratos, vejaciones o lesiones en distintos ámbitos. Todas estas causas y otras ya venían cultivando los problemas de salud mental que germinaban en tentativas de suicidio. Y ahora tras la pandemia, con lo que ha sobrevenido en inestabilidad laboral, vital, fallecimientos de familiares y seres queridos o aislamientos se han exponenciado aún más.

Este aumento bien podría deberse a que el velo de silencio que cubría el suicidio se va disipando. A que la gente va perdiendo el miedo al rechazo y hable más de sus problemas mentales buscando en sus familias, en las asociaciones y en el sistema sanitario oportunidades para remediarlo. Si bien es cierto que se ha avanzado en este sentido, también lo es que los problemas económicos, laborales, sociales y sentimentales han crecido en número y gravedad la última década. Más personas están en el umbral de caer en la depresión y desarrollar tendencias suicidas. Nos puede pasar a cualquiera.

En este punto es importante también citar los recursos que han de ponerse en las familias cuando un ser querido comete una tentativa de suicidio y sobretodo en caso de que desgraciadamente la tentativa haya tenido éxito. Se hace básico la concienciación, sobretodo fuera de sensacionalismos. La normalización de un problema grave que no debe esconderse bajo la alfombra y que tenemos que poner entre todos, como sociedad herramientas y recursos que ayuden a las familias a superar este durísimo trance. A hacer el dolor en algo soportable impidiendo que el suicidio se convierte en una oportunidad recurrente.

Los medios de comunicación tienen, como casi con todo hoy en día, una responsabilidad para paliar este asunto. Informar de manera responsable y adecuada, huyendo del sensacionalismo y del morbo, va a ayudar a prevenirlo. Hacerlo además, sin describir explícitamente métodos, evitando detalles, imágenes o notas suicidas harían poner el énfasis no en el propio suicidio, sino en las causas que han llevado a él, y que son el punto donde se puede trabajar para prevenirlo.

El suicidio está considerado como uno de los mayores problemas de salud pública a nivel mundial desde mediados del siglo XX. La Organización Mundial de Salud, cifró en 2014 en más de 800.000 las personas que mueren cada año por suicidio en el mundo. Esto supone que hay una tasa de mortalidad global de 16 por 100.000, o una muerte cada 40 segundos. Además de que existen indicios de que por cada adulto que se quitó la vida, posiblemente más de otros 20 lo intentaron, según el organismo, que recomienda a las autoridades sanitarias y a los países a dar prioridad alta a la prevención del suicidio, que afecta a países tanto ricos como pobres. Pero la mayoría, el 79%, de todos los suicidios se producen en países de ingresos bajos y medianos.

La organización señala que los factores que más se repiten son: las enfermedades mentales, principalmente la depresión, el abuso de sustancias, en especial el alcohol, la violencia, las sensaciones de pérdida y otros de carácter cultural y social.

Cualquier dificultad o giro drástico de nuestra vida puede ponernos en un camino, que aunque no lo pensemos, puede terminar en un intento de suicidio. La salud mental debe ser la norma y la enfermedad una anomalía a corregir con la ciencia y el progreso. Por eso, la generalización de las patologías mentales evidencia que la sociedad donde vivimos es profundamente inútil y se encuentra en un estado de putrefacción avanzado. El fin de toda sociedad es servir al ser humano, y cuando las miserias de ésta son tan contaminantes que la enfermedad mental se generaliza, resulta palmario hasta qué punto se halla torcida.

Deshumanización, presiones superlativas para que produzcamos más allá de nuestros límites, desigualdad, concepción del individuo como valioso en la medida que pueda producir, negación de las identidades para la convergencia artificial en un modelo único de personalidad impuesto desde arriba, fomento de un modelo vital donde el sujeto está hueco y precisa llenar ese vacío con las miradas de aprobación de los demás o atrofiarse con comida-sexo-drogas (en especial la proliferación de los antidepresivos que ya en Estados Unidos han devenido en una adicción nacional)…

Hace menos de un mes terminaban unos Juegos Olímpicos en los que, gracias a la fortaleza para expresar su debilidad, de mujeres deportistas como Naomi Osaka o Simon Biles, han puesto sobre la mesa el problema de la salud mental, especialmente en el ámbito deportivo. Y aunque pasado este mes pareciera como si los diarios deportivos y los que no lo son, quisieran olvidarse, y que lo hagamos con ellos, de este grave problema, la realidad es que como sociedad tenemos que exigir mecanismos que garanticen una buena salud mental generalizada.

Para ello es en la Sanidad Pública y en los servicios sociales en donde vamos a encontrar los mecanismos necesarios para prevenir el suicidio y los problemas que puedan provocar un intento. La defensa de estos sistemas que garantizan la igualdad de derechos y el bienestar colectivo es si cabe, cada vez más importante y necesaria. Nos va la vida en ello.


viernes, 27 de agosto de 2021

La superioridad moral de la izquierda

 

El título de esta entrada es una afirmación y a la vez la mayor ofensa que se pueden inferir a todas y todos aquellos que profesan religiones tan variopintas (y a veces contradictorias) como el liberalismo y neoliberalismo (todas las criminales variantes que otorgan al mercado el don de iglesia y al dinero el de dios todopoderoso), el conservadurismo (desde unos valores clásicos de civilización, por lo general idealizados, a la defensa a ultranza de costumbres y comportamientos arcanos y retrógrados que derivan en el fascismo) o la propia religión (sin entrar, de momento, en confesiones).

Si. No discutan. No se pongan de perfil, ni se hagan los ofendidos. La superioridad moral de la izquierda es un hecho, y además, lo es irrefutable.

No se trata de que únicamente exista un relato hegemónico impuesto por historiadores de izquierdas de una corriente marxista o neo-marxista. Es que ese relato es la propia Historia y quienes la analizan, estudian, interpretan y dan a conocer, acaban situándose en ese ala izquierda de la asamblea, no sólo por precondiciones, sino porque tras lo hallado y leído llegan a la conclusión de que el barbas tenía razón y la historia es la sucesión de acontecimientos de una lucha continua entre poderosos y desamparados, poseedores y desposeídos. Y mientras unos pasan a la historia (y a la más modesta y estimulante intra historia) tratando de mejorar las condiciones de vida de cuantas más personas mejor (y sin distinciones por género, raza, ideología, condición, etc), otros se dedican a preservar y aumentar las diferencias de clase y estamento. Aunque sea a costa de generar violencia, indignidad, hipocresía y dolor a raudales.

Pongamos por ejemplo este país. En España, y más actualmente con el revisionismo de una ultraderecha desacomplejada, existe una confrontación contra la historia que demuestra que las izquierdas (comunistas, anarquistas, socialistas, incluso derechistas y católicos republicanos) lucharon por mantener la libertad y la democracia frente a las fuerzas reaccionarias de nobleza, ejército, jerarquía eclesiástica y burguesía que a modo de cruzada querían mantener y asegurar la posesión del país para su uso y disfrute. Unos luchaban la legitimidad de un estado que “estábamos decidiendo entre todos”, mientras otros apoyaron un levantamiento militar que traicionaba sus propios juramentos. La izquierda defendía la legalidad, frente a una derecha que impulsaba la violencia y la guerra.

Con la llegada de Aznar al gobierno se impulsó un revisionismo histórico apócrifo y la mayoría de las veces fantasioso para hacer prevalecer la gestión de la Historia que la dictadura franquista impuso como legado.



Una de los mantras más utilizados en este revisionismo histórico por parte de los ideólogos del relato conservador es decir que “la izquierda carece de moderación porque está llevada por certezas incuestionables”. ¿Y si fuera así?. Mejor. Es así. Porque buscar un mundo mejor, sin desigualdades, sin opresiones; en el que todas las personas puedan vivir, desarrollarse a plenas capacidades, sin tener que pagar plusvalías, sin distinciones de clase o condición; Un mundo de paz y armonía. Una utopía. ¿No es ese el objetivo final que todas las ideologías y filosofías políticas y de vida deben buscar?

¿Y no son certezas incuestionables para la derecha el culto al mercado o las tradiciones que tratan de anclar y se basan en comportamientos morales que carecen de toda ética y justicia? ¿No será que desde la izquierda defendemos preceptos moralmente aceptables, incuestionables en eso de hacer la vida mejor a los otros, mientras desde la derecha se defiende un estatus de opresión, corrupción, indignidad e inmoralidad? Si es así, ¿cómo no va a ser superior moralmente la izquierda?

La superioridad moral de la izquierda existe y punto. Y es la base que da para decir que una persona de izquierdas es mejor persona que una de derechas. Sin matices.

Es cierto, ¡faltaría más!, que existen buenas personas que se consideran de derechas y que tratan de ayudar a los demás o que buscan ese ideal de convivencia y futuro. Pero son una minoría condenada al fracaso porque están imbuidos en dinámicas internas de sus concepciones morales y políticas, que se mueven por valores como el egoísmo, la avaricia, la soberbia, pero también el machismo, el racismo, la xenofobía y la intolerancia.

Y por supuesto hay verdaderos hijos e hijas de puta en la izquierda. Hay infiltrados del otro bando desviando la atención, usurpando debates y cercenando acciones. Pero muchas veces encontramos adosados en nuestras organizaciones a viles parasitando el esfuerzo de decenas de compañeros y compañeras honestos. Malversando el caudal ideológico y de acción de las buenas intenciones y de la lucha por un mundo mejor para vivir del cuento. Con su mentalidad de tiburón y también de rémora son más de derechas que el grifo del agua fría.

 

Las concepciones derecha e izquierda son en origen casualidades derivadas de la posición ante la Asamblea Nacional francesa de 1789. Los que se situaron a la izquierda defendían la emancipación individual de los hombres. Eran los ilustrados y sus alumnos que habían proclamado la llegada a la edad adulta del hombre que ya no necesita tutelas, ni siquiera las morales. Mucho menos las materiales. Kant lo expresó de la siguiente manera en su imperativo moral categórico: “hacer aquello que fuera deseable que hicieran el resto de seres humanos”.

En frente estaban representados los estamentos, nobleza y clero, que coaligaban sus intereses para mantener un mundo donde el vasallaje, la esclavitud y la opresión por la fuerza ejercida desde arriba, era la argamasa de las relaciones sociales. Y lo había sido así desde hacía miles de años.

Aquella era una concreción de la libertad (no existen imposiciones morales positivas que señalen pecados a prohibir), de la igualdad (nadie tiene derecho a hacer cosas que precisen que otros no puedan o no deban hacerlas) y de la fraternidad (la única máxima moral exige el respeto a los otros). En aquel momento en que se inauguraba la arbitrariedad de sentarse unos a la izquierda y otros a la derecha no se pensaba en otra opresión posible que el sometimiento de cada individuo por la corona, el clero y la nobleza, de ahí que la emancipación, la autodeterminación, fueran definidos únicamente individuales.


Con en el tiempo, el transcurrir de los siglos, las revoluciones, las reacciones, las guerras y hambrunas y las buenas cosechas y avances tecnológicos, científicos y filosóficos el escenario de aquella Asamblea Nacional Francesa de 1789 se fue resituando. A la derecha se fue incorporando la burguesía ya emancipada totalmente de las clases bajas y trabajadoras. Para justificarlo desde los albores del siglo XIX desarrolló y favoreció un corpus moral y filosófico que justificarán su posesión material, su nuevo estatus como consecuencia deseable (e inevitable) del progreso de la especie, y mucho más importante la legitimidad de los mecanismos de control que permitieran, no sólo mantener su posición de privilegio en poder y riqueza, sino también, su cada vez, mayor acaparación.

Al mismo tiempo “nos dimos cuenta” que la opresión no se ejercía entre individuos sino que lo hacía a través de clases, y que pese a que las consecuencias se ven en los individuos directamente, esa atomización, esa distinción venía a profundizar en las brechas entre poseedores y desposeídos.

Comprendimos con el tiempo, y aún hoy lo seguimos haciendo, que los colectivos, ya fueran clases sociales, pero también el género, los pueblos, las identidades, sufrían opresiones marcadas desde inicio y que lastraban y hacían sufrir a millones de personas. La izquierda se empeña en luchar contra esto, en revertirlo y en construir sociedades tolerantes donde la justicia social y la igualdad y fraternidad no fueran meros eslóganes. Por contra, la derecha, se afana en mantener la situación porque bajo este esquema garantiza mayores diferencias y la creación de élites cada vez más reducidas que atesoran más poder en menos manos.

El mantenimiento de este orden ha sido y es el leiv motiv de la acción política de ambos bloques ideológicos y ahora con la crisis climática ya emergida se pone de manifiesto, una vez más, la superioridad moral de la izquierda frente a una derecha que es esencia egoísmo, avaricia y opresión.

Durante los últimos 80 años nos han propuesto modelos de vida como el estadounidense en el que su hiper consumismo requería los recursos de seis planetas, por lo que era condición sine qua non extender modos de vida miserables, caóticos y criminales en el resto del mundo para poder robarles sus recursos. Adivináis quién ha estado detrás de estas políticas geo-estratégicas y económicas. Quiénes han justificado guerras, torturas, desapariciones, violaciones, asesinatos en todo el mundo para hacer rodar una rueda cada vez más rápido.

 

En frente estamos quienes creemos que el buen nivel de vida de unos no debe de suponer automáticamente la mala vida de otras personas. Y mucho menos de las generaciones futuras. Entonces quién puede hacerse valedor de una moral superior, más justa y con más futuro. Los izquierdistas somos moralmente superiores a liberales, conservadores y democratacristianos (no digamos ya fascistas) porque nuestras ideas son la expresión más pura de la mejor forma de vida en sociedad, aquella donde no hay explotación ni dominación y los hombres (y las mujeres) son, como diría Rosa Luxemburg, “completamente iguales, humanamente diferentes, totalmente libres”.

Tomo postura clara y decidamente frente a los que ridiculizan el buenismo de la izquierda, nuestra tendencia a la utopía y a quienes manifiestan la diferenciación entre derechas e izqiuerdas es una cosa de hace un par de siglos que poco tienen que ver con el momento actual. Como si no viéramos intervenciones en países tercermundistas que buscan usurparles sus recursos, a mujeres ser maltratadas y morir por el hecho de serlas, a pueblos a los que se les niega su derecho a expresarse y decidir, o a trabajadores explotados que ni siquiera pueden pagar un techo digno donde vivir. Hoy más que nunca, el debate izquierda-derecha está muy vivo. Y en él, en un lado estamos los que queremos dejar eso que acabo de relatar atrás, y los que quieren continuarlo para seguir ganando dinero y poder. Dime tú, entonces quién tiene la superioridad moral en esta discusión.

Así hoy, el debate televisado, la confrontación entre derecha e izquierda está completamente descontextualizada. Forma parte de una superestructura que sirve para cimentar aún más las diferencias de clase. En la alta política se pierde la esencia del debate para que sea sustituido por emociones, filias y fobias, siempre viscerales y a la vez a flor de piel en un mundo hiper conectado de ultimísimas horas y noticias urgentísimas.

Pero ahí están esas derechas. Cavernarias, arcaicas, costumbristas, profundamente católicas y conservadoras. Antisociales, hipócritas, egoístas. Pero también están las liberales manoseando esa palabra tan bonita de libertad. Neoliberales y ultraliberales que elevan a los altares la idea de libertad como ley del más fuerte, renegando de y derrumbando siempre que puede, los marcos reguladores de conviviencia propuestos y acordados por las sociedades para garantizar una forma de vivir colectiva, solidaria y ciudadana. No tener principios facilita la gestión en la derecha. No existen debates internos, ni disidencia porque las "morales" son de quita y pon. Para la izquierda la libertad es una dimensión social que necesita de estructuras que garanticen su uso a pleno rendimiento en parámetros de igualdad. Para que cualquiera pueda vivir, sin tener que oprimir a otro, sin tener que renunciar a hacer algo.



En la izquierda quedamos los de siempre. Los desposeídos. Los que nada tienen y cada vez pierden más hasta el punto de no tener nada que perder. Estamos aquellas y aquellos que sólo tenemos ya nuestra fuerza de trabajo. Y nos la están quitando. Nuestro tiempo vital para mal venderlo cada vez en condiciones más draconianas. Y sin embargo, somos ricos. Porque nuestro principal patrimonio, el que nunca van a poder subyugar y apropiarse, es el convencimiento de estar en la lucha por un mundo mejor, sin desigualdades ni opresiones de ninguna clase. Donde la igualdad sea el mínimo común conseguido y la fraternidad el valor que nos defina como sociedad y como especie.

¿Superioridad moral de la izquierda? Si. Por supuesto. Y no porque la izquierda sea el espacio político donde se sientan unos u otros, sino porque desde esa posición se está luchando por la emancipación de lo individual y de lo colectivo. Por el fin de la opresión, la esclavitud en sus distintas y actualizadas formas. Ningún ser humano (o colectivo de humanos) es superior a otro. Y defender esa idea y buscar su realización es la más grande de las tareas; la más dura y la más bonita. Hacer de una utopía algo realizable, tangible y que suponga un cambio para bien para TODAS Y TODOS los habitantes de este mundo.

Y esto es propio de buenas personas que recogen una realidad y trabajan para cambiarla a mejor para más y más personas. Lo demás es una simple lucha por mantener privilegios y eso es contrario a ser buenas personas. Se pongan como se pongan, y rabien donde rabien, en sus panfletos reaccionarios, en sus sociedades clasistas y elitistas, con sus escritores y altavoces de la mentira.

Frente al neoliberalismo y el fascismo está la izquierda. Frente al desarrollo de teorías y pseudo ciencias que avalan el mercado o la tradición está el hecho irrefutable de quienes denuncian la opresión y la violencia de un sistema que condena al dolor a nueve décimas partes del planeta para el goce ilimitado del resto.

Con sus relatos que desprecian la ética y el buen gobierno en un relativismo posmoderno y un cinismo trasnochado quieren hacernos renunciar y dejar en inevitable los males que traen sus perversas morales que convierten en insostenible nuestro planeta y nuestra vida.

Frente a ellos, el comunismo, el socialismo, el anarquismo; la ecología, la lucha contra el heteropatriarcado. Diferentes convenciones de la izquierda que tienen que ponerse en común y elaborar practicas útiles para la mayoría. Para ello es necesario que "estas izquierdas" se convenzan de verdad de su superioridad moral. De su trascendencia porque buscamos un futuro mejor y que por lo tanto tenemos que actuar en la realidad del día a día de millones de personas. Para convencer de que unidos los que nada son, serán.


 

domingo, 22 de agosto de 2021

Disfruta de un mundo que se va a la mierda

 

Habitualmente el mes de agosto era un mes de calma. Tranquilidad en las redacciones; poca cosa en los informativos y boletines; páginas dedicadas a la sinsustancia en los ya de por si adelgazados periódicos. Nuestra vida se volvía calmada a nivel de saturación informativa acompañado la relajación que el estío provoca -por regla general- en los trabajos, esperando que lleguen, no pasen o recordando las vacaciones. La barra de bar y el cuñadismo no cejaban en su empeño de atormentar nuestra paz veraniega con los fichajes del fútbol, pero en realidad, eran solo eso. Fichajes de fútbol.

Pero este año no. Si desde hace unos años ya veníamos cargados de veranos fulgurantes y sobresaltos continuados con las últimas horas de tertulias llenas de suplentes y teloneros, el 2021 nos está llevando con más impulso todavía, a la zozobra, el caos, la desesperanza y el hartazgo.

Al tiempo que se consumían los Juegos Olímpicos de Tokyo 2020, Messi cambiaba de equipo, tamizando con individualismo y fútbol, lo que debía de ser el momento de espíritu olímpico, compañerismo y alegría. El astro argentino decidía pasar a engrosar la lista de mercenarios y obviar loables ejemplos, en el momento más crítico de la historia del Barça con una deuda astronómica, en la que no cabía el estratosférico sueldo del 10. Diréis, podía habérselo bajado, y es verdad. Podía incluso haber renunciado a él en forma de un pago simbólico, pero ha decidido ser asquerosamente más rico y robar más seny al fútbol.

El fútbol hace ya mucho que dejo de ser un pasatiempo, afición y sentimiento para convertirse en una superestructura consagrada al dinero, a su acumulación y en un puerto de entrada de ideología neoliberal e individualista, al tiempo que los sentimientos, la pertenencia y la comunidad se iban por el desagüe. Por eso y por muchas cosas más, odio eterno al fútbol moderno.

Al mismo tiempo el cambio climático nos estruja cada vez más y nos pone al filo de la supervivencia como especie en un precipicio en el que podemos ver 150 años de destrozo medioambiental, de hiper consumismo, de agresiones al entorno y de usufructo del planeta por y para el dinero. Para su acumulación egoísta y oligarca en muy pocas manos.

Que el centro de Europa haya tenido las peores inundaciones en su historia durante el mes de julio dejando miles de millones de euros en pérdidas, y sobretodo, centenares de muertos, no es una casualidad.

Que menos de un mes después una ola de calor extremo en el Mediterráneo oriental se haya saldado con centenares de incendios forestales que han quemado una masa forestal equivalente a la suma de las regiones de Andalucia y Extremadura tampoco es casual.

Qué otra ola de calor calcine literalmente los parques naturales de California, al tiempo que otras inundaciones asolan Irán o Pakistán, tampoco se debe a un condicionamiento azaroso.

La tundra siberiana se descongela y se incendian sus bosques y al mismo tiempo si miramos al hemisferio sur vemos cientos, miles de incendios en la sabana africana y en las selvas tropicales de América del Sur.

Una semana de calor extremo por toda la Península Ibérica al sur de la Cordillera Cantábrica y los Pirineos que ha reventado los registros de máximas temperaturas, dejando noches agobiantes y asfixiantes, al tiempo que seguro ha dejado muertes como cada verano. Cada época esa que buscando un consumismo idiota, nos quieren hacer ver como “de buen tiempo”.

Todo esto, y mucho más (recordad la nevada y el frío extremo en España en enero o las inundaciones en Oceanía del pasado mes de marzo) con apenas meses de diferencia. Respuestas del clima, los océanos y la atmósfera a las nuevas condiciones ambientales que vienen a ser un aumento de la temperatura que está degradando todos los ecosistemas del planeta, algunos de ellos llevándolos inexorablemente al punto de no retorno.

Esta situación no es sobrevenida, ni una plaga bíblica, o un tributo a pagar a la apetencia de los dioses. Es la realidad que nos está quedando de haber exprimido hasta la extenuación los recursos naturales de la Tierra, consumiéndolos a un ritmo tres veces superior a la reposición natural; quemado hidrocárburos por encima de nuestras posibilidades; contaminando por las de varias generaciones posteriores y girando una rueda que no provoca más que insatisfacción y dolor. Y bueno si, dinero, por lo que se justifica todo.

Mientras los gobiernos te dicen que recicles, ahorres agua o luz, se dedican a lanzar ampliaciones de aeropuertos megalómanos y redes de alta velocidad, en un momento en el que hay que buscar alternativas de movilidad más ecológicas y consecuentes con el mundo que tenemos. Y gilipollas mil millonarios se gastan auténticas barrabasadas de dinero por 5 minutos por el espacio, quemando combustible como a un ritmo de una pequeña ciudad de 10.000 habitantes por segundo. Luego, joder, te apremian a que separes los plásticos.

 

Y la luz. Ay la luz. En España somos cautivos de un oligopolio eléctrico trufado de expolíticos de PP y PSOE (y PNV y CIU) que han obrado legislando a favor de un aparataje eléctrico que te atraca cada mes cuando llega el recibo a casa. En plena ola de calor, día a día, récord del precio del kilowatio/hora al tiempo que vacían pantanos del agua de todas y todos para ganar más dinero. Desde luego poco nos pasa, y lo que es peor, poco les pasa a ellos.

Con el recibo de la luz subiendo, como es natural se suceden fricciones en el gobierno de coalición. También es cierto es que si no hubiera diferencias de criterio, opinión y acción en muchas cosas, mejor que se hubieran presentado juntos, ¿no?. Y estas fricciones crecen a grietas cuando un reaccionario como Marlaska, sospechoso habitual, decide saltarse convenios internacionales, recomendaciones de la ONU y la propia legislación, para repatriar a los menores que saltaron la verja de Ceuta hace un par de meses. Lo ha intentado hacer con agosticidad y la conveniencia de las derechas. La salida no sólo es parar esas repatriaciones, es la dimisión irrevocable de este señor ministro y que se prepare para defenderse de delitos contra los derechos humanos.

 

Y de derechos humanos hay que hablar. Ni diez días ha durado Kabul libre de Talibanes toda vez que las tropas de Estados Unidos abandonaron el país. Es un acontecimiento histórico. Como la caída de Saigon o el rechazo en Bahía de Cochinos, Estados Unidos suma una nueva derrota y agudiza su crisis de liderazgo claramente de caída de su posición de privilegio en un mundo unipolar a otro cuando menos multipolar con la situación de Rusia o China.

Durante 20 años, Estados Unidos ha gastado más de 10.000 millones de dólares en modernizar el ejército de Afganistán. Eso al menos es lo que han vendido. La realidad es que lo que ha hecho es enriquecer a los contratistas privados de armamento, al tiempo que ni siquiera llegaba el rancho para las tropas locales. Podían haber creado infraestructuras viarias en el país. Mejorado la atención sanitaria y establecido un sistema educativo que incluyera a la mujer y las nuevas generaciones en valores democráticos y laicos. Haber ayudado a las gentes. En su día a día. Darles otras opciones que no fueran el cultivo de opio. Pero no. El opio es más importante y lucrativo para los vicios de Occidente, que el cereal o el girasol, para las necesidades y carestías afganas.

Tampoco han ido a la fuente de apoyo financiero e ideológico de los Talibanes. Los Emiratos y Arabia Saudí han seguido como si nada su labor de muleta de los muyaidines en su cruzada contra el infiel; en su reconquista para expulsar al invasor.

¿Para qué han servido tantas muertes? ¿Tantos soldados occidentales y afganos muertos? ¿Tantos civiles masacrados durante 20 años? Es el momento de preguntarse qué hacemos en la OTAN.

Sobretodo tras las declaraciones de Biden en las que no ha dudado en calificar como objetivo de la misión en Afganistán, “garantizar la seguridad en territorio estadounidense”. Recordamos que no se ha hecho más que pedir tropas y dinero en armamento (mayoritariamente de producción yankee) durante todos estos años, por distintos presidentes de ambos partidos. La mentira de la OTAN se acabó y con ella debe acabar el despilfarro militar (sobretodo porque nuestra seguridad se va a segurar no con tanques y portaaviones, sino con inteligencia, policías y servicios de espionaje) y la vidorra de militares franquistas endosados en la burocracia de un ejército sobre dimensionado, no para las necesidades nacionales, sino extranjeras.

Porque hoy en día -en realidad desde siempre- lo que más falta hacen son médicos y enfermeros. Bomberos y trabajadores básicos. Se demostró el año pasado con la pandemia, y sigue demostrándose, con el loable ejemplo de la vacunación en España (un éxito colectivo colosal, pese a las zancadillas de los de siempre, del que sentirnos orgullosos).

La pandemia del coronavirus no ha terminado. Probablemente no terminará. Han decidido por nosotros que en vez de luchar contra el virus, erradicarlo, son preferibles los muertos y el dolor, porque no se puede parar la economía, este capitalismo salvaje, irracional y narcotizante.

Y porque cuando vienen mal dadas, siempre están ahí. Como en Haití donde un terremoto y la llegada pocos días después de una tormenta tropical ha hundido aún más el futuro del país que ya venía lastrado por siglos de corrupción de un estado fallido, con un reciente magnicidio y con catástrofes naturales que suceden con espeluznante frecuencia.

Ya se está enviando ayuda y han viajado personal médico y de primeros auxilios y rescate a ayudar y echar una mano. Otros desde casa aportamos con lo que podemos. Cuba siempre es el primero en llegar y el último en irse. Su solidaridad es el ejemplo es con lo que uno tiene que quedarse si quiere un mundo mejor, un mundo con futuro.

Disfrutad del verano. Si os dejan.

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...