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lunes, 13 de septiembre de 2021

The Beautiful People, Marilyn Manson


 

The Beautiful People fue el segundo sencillo extraído de Antichrist superstar segundo álbum de estudio de Marilyn Manson en el año 1996. En aquel momento el estreno de la canción del artista americano era todo un acontecimiento en el star system de la música, convirtiéndolo en un fenómeno global más allá de los tradicionalmente más cerrados círculos del metal.

Ese estreno se hizo a través de la MTV cuando todavía era un canal de música y lo hizo con un video polémico en el que Marilyn Manson interpretaba la canción y era representado como un tiránico dictador, despótico y caprichoso, capaz de hacer su voluntad realidad. Un degenerado grotesco, sucio y malvado cuyos deseos eran órdenes, básicamente porque tenía el dinero para hacerlo, modulando la voluntad de hombres y mujeres a su conveniencia.

Y es que toda la letra del tema es una sátira contra el sistema de valores capitalista donde la Beautiful people es la “gente bella”, la élite sobre la élite. Aristocracia y alta burguesía que decide la suerte en la vida de los que están por debajo y donde sus apetencias y apetitos tienen que ser suministrados y satisfechos sin demora aunque ocasionen violencia, dolor y podredumbre a su alrededor.

El metal industrial que desarrollaba Marilyn Manson en su primera época entraba sin medidas gracias a un sonido potente de distorsión y ritmos frenéticos heredados del trash alternativo americano de los 80. El hilo que unía Ministry con los nuevos (para la época) grupos de Ñu metal (o rap-metal) pasaban inexorablemente por la figura de Marilyn Manson.

Y es que desde Estados Unidos y a través de la MTV nos entraba casi un sinfín de bandas a finales de siglo XX y principios del XXI cuya trascendencia por lo general, se ha quedado el algún disco notable, bastantes hits poderosos, andaduras plagadas de alti bajos y la posibilidad de que los heavys pudiéramos ponernos un chándal.

Todos aquellos grupos irrumpían con contratos poderosos y la difusión masiva que la televisión proporcionaba. La música y actitudes estaban claras y eran reconocibles, y por lo general, fueron dejando algunas letras en las que se venía a criticar la política y sociedad estadounidense y su sistema de valores.

Siguiendo ese patrón la interpretación de la canción de Manson no hacía prisioneros (no hace puesto que sigue siendo tema imprescindible en sus hoy en día escasos conciertos al año). El rasgado de la voz y el juego entre texturas más guturales o melódicas tan característico se pone al servicio de una letra que clama contra el poder o la propia ilusión de poder.

Marilyn Manson en esta canción ataca a aquellos que son (o se creen) poderosos y tienen más derecho que los que ellos consideran inferiores. Le abomina la desigualdad y la violencia ejercida desde arriba. Protesta contra la intolerancia y el racismo, tanto por el color de piel o la raza, sino que simplemente lo que permanece lamentablemente inserto en todas las sociedades del mundo: la segregación, desprecio o distancia que ejercen las personas adineradas y de una clase más alta en contra de los que están por debajo económica y geográficamente. La discriminación social.

La letra y la temática de todo el impulso narrativo de la canción (y por supuesto del video que la acompaña) componen una de las canciones anti-capitalistas de la historia. Y el valor y capacidad de hacerlo desde una estructura pro sistema como puedan ser las grandes discográficas y la televisión (especialmente la tv por cable tan poderosa y unificadora de opinión en Estados Unidos) es un éxito de Marilyn Manson que no se debe desdeñar.

La ironía y el sarcasmo son los continuos recursos lingüísticos que con maestría desarrolla para expresar la denuncia de un mundo degradante y degenerado. La música compuesta orquesta alrededor un ambiente turbio y opresor. Las guitarras descejarran distorsión creando un clima obsesivo y enfermizo en el que se impone un ritmo cardiaco metido a presión con la bateria y el bajo. Con la potencia vocal de Manson se termina de construir un mensaje rotundo anticapitalista y emancipador, en el que también la canción es un alegato feminista en el que denuncia el empleo de la mujer y su cuerpo como el patio de recreo sucio y perverso de los poderosos.

Aunque no podemos obviar el hecho de que Marilyn Manson hoy atesora una de las mayores fortunas hechas en el mundo de la música, sigue cantando y denunciando esa gente bella que vive para denigrar al resto. Para degradar nuestras sociedades.

Con The Beautiful people Marilyn Manson firmó una de las mejores canciones de la historia del heavy metal al tiempo que denunciaba un star system de celebridades, poderosos, ricos y excéntricos que conforman un estamento endogámico que sobrevive parasitando el esfuerzo y la vida de los de abajo.

Con un temazo clásico de los head baggers y un auténtico himno que está a punto de cumplir 25 añazos ya se puede hacer critica y sátira. Denuncia social a todo trapo de cuando éramos más jóvenes y todo, absolutamente todo, más sencillo.

 

martes, 29 de diciembre de 2020

Un All Star Game de hace 20 años

Allen Iverson entrando a canasta entre las torres del Oeste en el All Star Game 2001 (nba Imagen)

 

La tarde del día de Navidad, en el que empezaba la nueva y extraña por el coronavirus temporada NBA, mi hermano y yo revivíamos del pasado. Recordábamos y sobretodo, disfrutábamos en el encuentro en torno al baloncesto, armazón de fraternidad que nos construimos en su momento y con el que pasamos la vida como excusa para conocernos y pasión que paladear.

Y no. No nos sentamos enfrente de la televisión para ver un partido en directo. Ni siquiera en diferido de esta temporada. O de la pasada. Nos entregamos con devoción a la tarea de disfrutar del NBA All Star Game de 2001 celebrado en Washington, un partido que en poco más de mes y medio cumplirá 20 años.

Hablé en su momento de la evocación del pasado como comercialización de la nostalgia. Es indiscutible que cada generación en su madurez recupera e idealiza su adolescencia y juventud. Se recuperan imágenes y recuerdos del pasado que se muestran bajo la lupa de la memoria, ciertamente tergiversada y tendente a edulcorar lo que vivimos para hacernos mejores en el momento actual. Cualquier aspecto de nuestra vida, de nuestro camino, está sujeto a evocarse e instalarlo en los altares de lo trascendente, puro e incorruptible, aunque la realidad distase mucho de ser ese sueño dulce y maravilloso.

Pero con el baloncesto no puedo dejar de pensar que tiempos pasados fueron mejores. Hoy, veo (y cuando los veo, porque con el maremagnum de horarios, televisiones, plataformas se hace realmente imposible) partidos infumables. Donde el físico ha devorado la táctica (por lo menos siempre nos quedará el baloncesto femenino). Donde se ha dejado pista abierta para que los highlights sean la única noticia de basket. Probablemente no haya habido una época en la que hubiera tanto talento técnico y físico y tan poco ba-lon-ces-to en los cerebros de los jugadores. Todo son triples y mates cada cual más estratosférico que el anterior como si no valieran el resto de canastas. Y de todo ello, de todo esto, nada, absolutamente nada me transmite algo. Es la absoluta mercantilización y el espectáculo por las audiencias sin el más mínimo interés, y ni mucho menos transmisión de valores.

Un baloncesto que me resulta aburrido, monótono e intrascendente. Y protagonizado por unos jugadores que salvo por un par o tres jugadores, no me provoca ninguna emoción, identificación o admiración. Peor incluso cuando piensas en equipos porque salvo apelos al romanticismo de la memoria y la emotividad (¡ahí mi Estu!) tampoco se guardarán ni en mi cabeza ni en mi disco duro (Aquellos Sacramento Kings).

Un baloncesto insustancial, alejado, no sólo porque hoy no haya público en las gradas, sino porque de tanto alimentar una burbuja mediática de estrellas y galaxias ha acabado por desconectar a la afición, evitando la identificación entre jugadores, equipos y sentimientos. Todo ello por un juego más burdo, entregado al big data del aprovechamiento de las posesiones y balanceado hacia la exhibición personal por encima de la colectiva. Por todo esto, la victoria de España en el último Mundial y como la consiguió resulta tan estimulante.

Pero volviendo al sofá junto a mi hermano están los partidos que guardamos en nuestra memoria. Algunos los tenemos almacenados en discos duros y pueden ser recuperados. Otros simplemente son evocaciones de recuerdos. Empiezan por un "¿te acuerdas de aquel día...?" y terminan con más anécdotas, con otros partidos. Hablando de una peli o de un libro. Y aquel All Star de 2001... Es que aquel Partido de las Estrellas... opino que no ha habido ninguno igual.

Por la retransmisión de Montes y Daimiel con lo cual ya garantizas el éxito en divertir y trascender. Pichichi Robinson, Melodía de seducción Spreewell o Hilo de seda Houston. Menuda guasa que tenía el hispano-cubano y cuánto lo échamos de memos.

Por aquella NBA de cambio de siglo y cambio de época tras la dictadura de Air Jordan. La NBA de las estrellas emergentes que rascaban los contratos de patrocinio de su Majestad y luchaban por ganar su dominio en la liga y su espacio en el Olimpo. Kobe Bryant. Allen Iverson. Vince Carter. Kevin Garnett. Shaq O'Neal. Tim Duncan. Ray Allen. Antes de la segunda vuelta de el Mesías. Era la NBA de la disputa ideológica baloncestística: Por un lado en el Este, entrenadores con una visión más cartesiana basada en el control del juego y en la predominancia de la defensa. En el Oeste sumas de talento que venían a alimentar las ganas por ganar anotando de otro tipo de entrenadores que poblaban los banquillos. Ambas visiones fuertemente enfrentadas e identificadas. Nosotros recuerdo, más en la línea del espectáculo. Ahora miras el palmares y no ha habido tanta diferencia entre Este y Oeste, entre el resultado por una u otra concepción.

Lo que hace especial a aquel partido y que luego salvo en un par de ocasiones más no ha vuelto a igualar, fue la competitividad. Ambos equipos con todos sus jugadores involucrados en sumar la victoria. Y así bajo esa presión fue subiendo el nivel de juego por ambos lados para ir pasando de las acciones festivas y recreativas (que provocaron no pocas pérdidas en ambos equipos) a un partido en serio.

Larry Brown como entrenador del Este apuntaló su libreto frente al más libertario de Rick Adelman cerrando la zona con Dikembe Mutombo. El pivot zaireño se hizo dueño de su canasta ante la batería de talento que mostraba el Oeste atrapando 22 rebotes y bajando con su presencia los porcentajes rivales. Fue decisivo para el resultado final.

Allen Iverson resulto el MVP. El antihéroe gangsta representaba todo lo opuesto a Michael Jordan (y alguno de sus legítimos herederos como Kobe Bryant) y en su tierra lidero la ofensiva del Este encontrando en Marbury, Carter o Ray Allen sus mejores aliados. Por contra, en el Oeste Bryant, Duncan y Garnett hacían de las suyas.

Con el paso de los minutos, los cuartos y los parciales el partido fue ganando en intensidad hasta un último cuarto espectacular. En él el acierto no fue esquivo sino más incisivo aún dejándonos momentos de pasmosa anotación y brillantez en el juego ofensivo que tenía que lidiar con un vigor defensivo máximo.

Y todo ello protagonizado por jugadores reconocibles y con carisma que hoy por hoy no veo en la NBA. No sólo eran buenos (buenísimos) sino que los veías y congeniabas con ellos. Sus orígenes y recorridos vitales pueden que sean los mismos pero la forma en la que aquellos jugadores transmitían no aparece ni por asomo en los grandes totem de la liga hoy en día.

Quizás no sé, estábamos muy melancólicos y nostálgicos como parece propicio el período navideño. Pero frente a sentarme a ver un partido actual me llama la atención, me motiva mucho más, indagar en la memoria y recuperar aquellos maravillosos años donde los jugadores, aún inalcanzables, eran de carne y hueso. Y el baloncesto, aún insuperable, era un deporte por encima del espectáculo, el dinero y la fama. Un juego del que disfrutar botando en la pista, en la consola y disfrutando de la competición.

 

jueves, 30 de abril de 2020

Día 46 de confinamiento: El café Alcaraván


Hay una idea, una forma de llevar un negocio y una cafetería, que me parece sublime y preferible a lo habitual hoy en día. Hay un sitio donde paso las horas alternando cafés con cervezas y conversaciones con risas. Hay un lugar en el que me siento como en mi propia casa. Ese es el café Alcaraván, en Salamanca (calle de la Compañía, 12).
En estos tiempos que corren lo normal son los bares de quita y pon. Los pastiches de trampantojo y postureo. Las decoraciones presuntosas que pagan una pasta por la firma de diseño y una miseria por los mismos azulejos o la misma vajilla del IKEA o el Leroy Merlin que ves clonada en cualquier establecimiento. Las elaboraciones de producto y marca artificiales, globalizadas. Franquicias con las mismas mesas, los mismos manteles, las mismas propuestas, los mismos proveedores, la misma opresión sobre trabajadores precarios y mal pagados.
Sin embargo, frente a eso, a mi y a muchos nos tiene enamorados el Alcaraván. Porque es un café de los de antes. Mejor aún, de los de toda la vida. Donde la decoración es auténtica, propia y convierte el ambiente del local en un lugar único y reconocible. Y porque sirven el mejor café de la ciudad.
Son incontables las tardes, las mañanas, las noches (algunas menos) que con mi hermano, mis amigos, mi pareja, compañeros de trabajo, de lucha y barricada, o solo, he pasado en el Alcaraván, conociendo y conociéndome. Pero es especialmente junto a mi hermano con quien más rato y más memorable he vivido en esas paredes, en esa primera mesa a la izquierda junto a la entrada a los baños de la sala tras la barra en la planta baja.
En esos bancos y esas mesas de mármol sobre la estructura de una máquina de coser he sido un joven y ahora soy un hombre. Ahí nos hemos conocido y querido y compuesto un armazón de fraternidad. Arriba, en las mesas de mimbre hemos asistido a charlas. De ciencia, de historia, de sexualidad, de revolución. De presentaciones de libros. Hemos visto exposiciones de pintura y fotografía y escuchado conciertos y recitales de poesía. Y nos hemos enfrentado entre nosotros y con otros en la dialéctica y el discurso. Y al parchís, el ajedrez o incluso los dardos. Un lugar donde leer, donde trabajar con un portátil si lo necesitas.
El jazz era el aderezo a nuestras conversaciones, mientras disfrutamos un café vienés, un café sólo doble. O una cerveza nacional (dios, qué buena está allí la Estrella Galicia) o de importación. Una copa. Tras la comida en casa de mis padres; desayunando, el café de media mañana. La copa por la noche o la cerveza antes de ir de fiesta.
Bohemio, universitario, libertario, auténtico. Un clásico donde huir de la modernidad y la pos-modernidad. Donde abrigarse en su sensible decadencia que le añade más encanto, más interés, siempre asistido por sus dueños y trabajadores ejemplo de amabilidad y profesionalidad.
Si de normal, viviendo emigrado en otra ciudad, otra provincia, junto a mi chica ya echo de menos el café Alcaraván, en esta situación de confinamiento no os puedo decir más. Porque a esta nostalgia, a esa falta diaria que cuando voy a mis raíces, más o menos una vez al mes, le pongo remedio y cuento allí a Ángel o a Raúl, ahora se le añade un temor. La duda de que la cafetería no pueda sobrevivir y se vea cerrada y convertida en otra trapa candada de esta Salamanca que me duele, o lo que es peor, en uno más de esos locales pretenciosos, totalmente prescindibles.
Por eso, en la medida que podáis, con la seguridad que necesitáis, vosotros y ellos, pasad en cuanto se pueda por el Alcaraván. Tomad un buen café, conversad, sed libres y ayudarles como se pueda para que siga vigente una seña de identidad de nuestra ciudad tan notable y auténtica, que forma parte del patrimonio de Salamanca. Yo en cuanto pueda desplazarme lo haré.

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...