miércoles, 3 de noviembre de 2021

Tras 10 años del final de ETA

 

Momento de la "Declaración del 18 de octubre", que leyóo en euskera Arkaitz Rodríguez y en castellano Arnaldo Otegi

En estos días se cumplen 10 años del anuncio del cese de la lucha armada por parte de la banda terrorista ETA. Aunque no lo parezca, aunque hayan pasado estos años sin avances, ni acercamientos públicos que garantizaran un estadio donde la paz y el progreso de la sociedad vasca y española fuera conseguida, como paso previo a unas relaciones normales en las que los objetivos políticos se consiguieran, el tiempo ha pasado y la sociedad vasca ha cambiado.

El pasado lunes 18 de octubre Arnaldo Otegui daba un paso más en la normalización y pacificación en Euskadi con una declaración en la que en nombre de la izquierda abertzale declaraba la sinrazón de tanta violencia y pedía perdón por los cientos de atentados, muertos y miles de heridos. Sin negar las resistencias internas, que seguro las hay, el paso dado por Bildu es decisivo. Es honestidad brutal y altura de miras en el contexto político y social actual. Y sin duda, la Historia juzgará a quienes han puesto escaleras y ascensores para alcanzar la paz y a quienes se han dedicado a echarlos abajo o no hacer nada, por cálculos partidistas y ambiciones personales.

El tiempo transcurrido desde el anuncio del cese de la actividad armada de ETA y el perdón y arrepentimiento expresado por Otegui no es casual. Es con distancia temporal, alejados de la inmediatez de un dolor, del cortoplacismo de batallas electorales y recostada sobre el día a día de la sociedad vasca como se puede elaborar un camino que cicatrice heridas que siempre sangrarán. Ha sido la única manera, no ya de construir el relato histórico fidedigno, veraz y académico que cuente para no olvidar lo que sucedió durante los últimos 60 años en Euskadi y en España (y en Francia). Sino de avanzar en el entendimiento entre distintos y el tejido de una sociedad y una política en la que quepan todos los que quieren el bienestar de las gentes vascas.

Eso sí, esperen sentados a escuchar el perdón y arrepentimiento de quienes utilizan el terrorismo como arma política para derrotar electoralmente al adversario despreciando la altura de miras política y el sentido de estado. Esperen sentados a escuchar el perdón y el arrepentimiento de quienes usaron todos los recursos del estado, incluso los ilegales e inmorales, para derrotar a los terroristas en su territorio, tirando por la borda toda la legitimidad democrática y del estado de derecho.

Solo en un estado con unas taras democráticas tan severas como el español es posible que la efeméride haya pasado sin trascendencia. Solo unos tibios programas en la televisión pública donde no se dio voz a la izquierda abertzale ni al nacionalismo vasco. Pocos artículos en prensa escrita, bastante más en la digital de izquierdas, y un silencio colosal para hablar sobre el dolor que causa hoy en día acciones como la negativa a acercar los presos etarras (una práctica abominable ahora que ya no existe la amenaza terrorista), la doctrina Parot (revertida en dos ocasiones por los tribunales europeos), la violencia institucional hacia lo abertzale que sigue vigente en Euskadi (pregúntese por Alsasua), sobre qué pasó en la lucha contraterrorista y paramilitar orquestada por el PSOE del señor X y por qué no hubo un diálogo en tiempos del inane de Rajoy para construir una relación sana.

La honestidad de Otegui y la izquierda abertzale contrasta con el silencio del PP. Por supuesto que a ETA se la ha derrotado con acción judicial, política y resistencia de la sociedad vasca, en especial del colectivo de víctimas. Pero sólo con eso sería imposible construir un futuro para Euskadi porque dejaría fuera a buena parte de la sociedad. Del mismo modo que los objetivos políticos de la acción terrorista hubiera derrotado el estado de derecho. No hay futuro, ni convivencia si no se respeta y escucha a las partes. Por eso es necesario, vital, plantear escenarios que teatralicen la paz y la hagan tangible para las sociedades vasca y española. Es lo mínimo a pedir a alguien que estaba o aspira a estar en gobiernos. A la extremísima derecha, nada se le puede pedir.

El diálogo y la intermediación han sido y son fundamentales. Seducir a la izquierda abertzale para que reniengue de la violencia y participe activamente en la política vasca -y nacional- fue la clave de bóveda para ir desmontando el convencimiento de la acción terrorista. Por eso, tener a Bildu haciendo política en ayuntamientos, en el parlamento vasco, en el Congreso o en los medios, escuece tanto a las cutres derechas patrias de rancio y atrasado centralismo. No sólo es la voz de los vascos. Es la voz de las clases trabajadoras.

El ruido y la furia de una extrema derecha exacerbada, anacrónica, ruin, miserable y antipatriótica denota, no sólo las severas minusvalías mentales de estos mequetrefes, sino que muestra cuán importante ha sido para sustentar el relato del tardo franquismo españistaní, la actividad de una banda terrorista que mataba y extorsionaba para conseguir sus objetivos; por el simple hecho de pensar distinto.

Queda un largo camino para cicatrizar a la sociedad vasca, y en buena parte, aún queda trabajo por la desidia de años de una derecha nacional que no sabe vivir sin, no tiene argumentario político, sino es agitando el miedo al distinto, aunque ese otro sea un compatriota. Sin terrorismo y sin manosear a las víctimas poco queda en el código del “extremo centro. Y eso explica una inacción política que ha supuesto incertidumbre, más dolor y el anquilosamiento de ciertas tendencias, a un lado y a otro, que abogan por no cerrar el conflicto.

Poner sobre la mesa cómo se pasó de una legítima disidencia antifranquista en Euskadi a la brutalidad del terrorismo, cómo se desarrolló el despliegue de la respuesta ilegal del Estado desde el Batallón Vasco-Español franquista a los GAL en los gobiernos de Felipe González o quiénes son los culpables desconocidos y cuáles los errores en las investigaciones policiales y judiciales de los atentados, que los hubo, es el camino que nos queda. Todo es memoria y toda memoria es positiva para conocernos, madurar como sociedad y no repetir un pasado tan cruel, superado, no obstante, por el de la represión franquista, que también espera su lo siento.

La izquierda abertzale ha asumido la inutilidad del terrorismo. Es una victoria de la democracia y también, claro está, de PP y sobretodo de un PSOE que en tiempos de Zapatero, pagó un alto precio por avanzar en la senda de la paz. El arrepentimiento expresado en las palabras de Otegui deja sin argumentos y quien solo sabe atizar el odio para vivir de la política. Sólo estos cafres malvados y sanguijuelas del dolor ajeno pueden tratar de pisotear estos avances para seguir enquistando las heridas. Como sociedad que apuesta por el futuro, la paz y la convivencia, pensemos o no en la autodeterminación de los pueblos, nos tienen que tener en frente. A toda la sociedad.

 

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