El
título de esta entrada es una
afirmación
y a la vez la mayor ofensa que se
pueden inferir a todas y todos aquellos que profesan religiones tan
variopintas (y a veces contradictorias) como el liberalismo y
neoliberalismo (todas las criminales variantes que otorgan al mercado
el don de iglesia y al dinero el de dios todopoderoso), el
conservadurismo (desde unos valores clásicos de civilización, por
lo general idealizados, a la defensa a ultranza de costumbres y
comportamientos arcanos y retrógrados que derivan en el fascismo) o la propia religión (sin
entrar, de momento, en confesiones).
Si.
No discutan. No se pongan de perfil, ni se hagan los ofendidos. La
superioridad moral de la izquierda es un hecho, y además, lo es
irrefutable.
No
se trata de que únicamente exista un relato hegemónico impuesto por
historiadores de izquierdas de una corriente marxista o neo-marxista.
Es que ese relato es la propia Historia y quienes la analizan,
estudian, interpretan y dan a conocer, acaban situándose en ese ala
izquierda de la asamblea, no sólo por precondiciones, sino porque
tras lo hallado y leído llegan a la conclusión de que el barbas
tenía razón y la historia es la sucesión de acontecimientos de una
lucha continua entre poderosos y desamparados, poseedores y
desposeídos. Y mientras unos pasan a la historia (y a la más
modesta y estimulante intra historia) tratando de mejorar las condiciones de vida de cuantas más personas mejor (y sin
distinciones por género, raza, ideología, condición, etc), otros
se dedican a preservar y aumentar las diferencias de clase y
estamento. Aunque sea a costa de generar violencia, indignidad,
hipocresía y dolor a raudales.
Pongamos
por ejemplo este país. En España, y más actualmente con el
revisionismo de una ultraderecha desacomplejada, existe una
confrontación contra la historia que demuestra que las izquierdas
(comunistas, anarquistas, socialistas, incluso derechistas y
católicos republicanos) lucharon por mantener la libertad y la
democracia frente a las fuerzas reaccionarias de nobleza, ejército,
jerarquía eclesiástica y burguesía que a modo de cruzada querían
mantener y asegurar la posesión del país para su uso y disfrute.
Unos luchaban la legitimidad de un estado que “estábamos
decidiendo entre todos”, mientras otros apoyaron un levantamiento
militar que traicionaba sus propios juramentos. La izquierda defendía la legalidad, frente a una derecha que impulsaba la violencia y la
guerra.
Con
la llegada de Aznar al gobierno se impulsó un revisionismo histórico
apócrifo y la mayoría de las veces fantasioso para hacer prevalecer
la gestión de la Historia que la dictadura franquista impuso como
legado.
Una
de los mantras más utilizados en este revisionismo histórico por
parte de los ideólogos del relato conservador es decir que “la
izquierda carece de moderación porque está llevada por certezas
incuestionables”.
¿Y si fuera así?. Mejor. Es así. Porque buscar un mundo mejor, sin
desigualdades, sin opresiones; en el que todas las personas puedan
vivir, desarrollarse a plenas capacidades, sin tener que pagar
plusvalías, sin distinciones de clase o condición; Un mundo de paz
y armonía. Una utopía. ¿No es ese el objetivo final que todas las
ideologías y filosofías políticas y de vida deben buscar?
¿Y
no son certezas incuestionables para la derecha el culto al mercado o las tradiciones
que tratan de anclar y se basan en comportamientos morales que
carecen de toda ética y justicia? ¿No será que desde la izquierda
defendemos preceptos moralmente aceptables, incuestionables en eso de
hacer la vida mejor a los otros, mientras desde la derecha se
defiende un estatus de opresión, corrupción, indignidad e inmoralidad? Si es
así, ¿cómo no va a ser superior moralmente la izquierda?
La
superioridad moral de la izquierda existe y punto. Y es la base que
da para decir que una persona de izquierdas es mejor persona que una
de derechas. Sin matices.
Es
cierto, ¡faltaría más!, que existen buenas personas que se
consideran de derechas y que tratan de ayudar a los demás o que
buscan ese ideal de convivencia y futuro. Pero son una minoría
condenada al fracaso porque están imbuidos en dinámicas internas de
sus concepciones morales y políticas, que se mueven por valores como
el egoísmo, la avaricia, la soberbia, pero también el machismo, el
racismo, la xenofobía y la intolerancia.
Y
por supuesto hay verdaderos hijos e hijas de puta en la izquierda.
Hay
infiltrados del otro bando desviando la atención, usurpando debates
y cercenando acciones. Pero
muchas
veces encontramos adosados en nuestras organizaciones a
viles
parasitando el esfuerzo de decenas de compañeros y compañeras
honestos. Malversando el caudal ideológico y de acción de las
buenas intenciones y de la lucha por un mundo mejor para vivir del
cuento. Con su mentalidad de tiburón y también de rémora son más
de derechas que el grifo del agua fría.
Las
concepciones derecha e izquierda son en origen casualidades derivadas
de la posición ante la Asamblea Nacional francesa de 1789. Los que
se situaron a la izquierda defendían la emancipación individual de
los hombres. Eran los ilustrados y sus alumnos que habían proclamado
la llegada a la edad
adulta
del hombre que ya no necesita tutelas, ni siquiera las morales. Mucho
menos las materiales. Kant lo expresó de la siguiente manera en su
imperativo moral categórico: “hacer
aquello que fuera deseable que hicieran el resto de seres humanos”.
En
frente estaban representados los estamentos, nobleza y clero, que coaligaban sus intereses para mantener un mundo donde el vasallaje, la esclavitud y la opresión por la fuerza ejercida desde arriba, era la argamasa de las relaciones sociales. Y lo había sido así desde hacía miles de años.
Aquella era
una concreción de la libertad (no existen imposiciones morales
positivas que señalen pecados a prohibir), de la igualdad (nadie
tiene derecho a hacer cosas que precisen que otros no puedan o no
deban hacerlas) y de la fraternidad (la única máxima moral exige el
respeto a los otros). En aquel momento en que se inauguraba la
arbitrariedad de sentarse unos a la izquierda y otros a la derecha no
se pensaba en otra opresión posible que el sometimiento de cada
individuo por la corona, el clero y la nobleza, de ahí que la
emancipación, la autodeterminación, fueran definidos únicamente
individuales.
Con
en el tiempo, el transcurrir de los siglos, las revoluciones, las
reacciones, las guerras y hambrunas y las buenas cosechas y avances
tecnológicos, científicos y filosóficos el escenario de aquella
Asamblea Nacional Francesa de 1789 se fue resituando. A la derecha se
fue incorporando la burguesía ya emancipada totalmente de las clases
bajas y trabajadoras. Para justificarlo
desde los albores del siglo XIX desarrolló y favoreció un corpus
moral y filosófico que justificarán su posesión material, su nuevo
estatus como consecuencia deseable (e inevitable) del progreso de la
especie, y mucho más importante la legitimidad de los mecanismos de
control que permitieran, no sólo mantener su posición de privilegio
en poder y riqueza, sino también, su cada vez, mayor acaparación.
Al
mismo tiempo “nos dimos cuenta” que la opresión no se ejercía
entre individuos sino que lo hacía a través de clases, y que pese a
que las consecuencias se ven en los individuos directamente, esa
atomización, esa distinción venía a profundizar en las brechas
entre poseedores y desposeídos.
Comprendimos
con el tiempo, y aún hoy lo seguimos haciendo, que los colectivos,
ya fueran clases sociales, pero también el género, los pueblos, las
identidades, sufrían opresiones marcadas desde inicio y que
lastraban y hacían sufrir a millones de personas. La izquierda se
empeña en luchar contra esto, en revertirlo y en construir
sociedades tolerantes donde la justicia social y la igualdad y
fraternidad no fueran meros eslóganes. Por contra, la derecha, se
afana en mantener la situación porque bajo este esquema garantiza
mayores diferencias y la creación de élites cada vez más reducidas
que atesoran más poder en menos manos.
El
mantenimiento de este orden ha sido y es el leiv
motiv
de la acción política de ambos bloques ideológicos y ahora con la
crisis climática ya emergida se pone de manifiesto, una vez más, la
superioridad moral de la izquierda frente a una derecha que es
esencia egoísmo, avaricia y opresión.
Durante
los últimos 80 años nos han propuesto modelos de vida como el
estadounidense en el que su hiper consumismo requería los recursos
de seis planetas, por lo que era condición sine
qua non
extender modos de vida miserables, caóticos y criminales en el resto
del mundo para poder robarles sus recursos. Adivináis quién ha
estado detrás de estas políticas geo-estratégicas y económicas.
Quiénes han justificado guerras, torturas, desapariciones,
violaciones, asesinatos en todo el mundo para hacer rodar una rueda
cada vez más rápido.
En
frente estamos quienes creemos que el buen nivel de vida de unos no
debe de suponer automáticamente la mala vida de otras personas. Y
mucho menos de las generaciones futuras. Entonces quién puede
hacerse valedor de una moral superior, más justa y con más futuro.
Los
izquierdistas somos moralmente superiores a liberales, conservadores
y democratacristianos (no digamos ya fascistas) porque nuestras ideas son la expresión más
pura de la mejor forma de vida en sociedad, aquella donde no hay
explotación ni dominación y los hombres (y las mujeres) son, como
diría Rosa Luxemburg, “completamente iguales, humanamente
diferentes, totalmente libres”.
Tomo
postura clara y decidamente frente a los que ridiculizan el buenismo
de la izquierda, nuestra tendencia a la utopía y a quienes
manifiestan la diferenciación entre derechas e izqiuerdas es una
cosa de hace un par de siglos que poco tienen que ver con el momento
actual. Como si no viéramos intervenciones en países
tercermundistas que buscan usurparles sus recursos, a mujeres ser
maltratadas y morir por el hecho de serlas, a pueblos a los que se
les niega su derecho a expresarse y decidir, o a trabajadores
explotados que ni siquiera pueden pagar un techo digno donde vivir.
Hoy más que nunca, el debate izquierda-derecha está muy vivo. Y en
él, en un lado estamos los que queremos dejar eso que acabo de
relatar atrás, y los que quieren continuarlo para seguir ganando
dinero y poder. Dime tú, entonces quién tiene la superioridad moral
en esta discusión.
Así
hoy, el debate televisado, la confrontación entre derecha e
izquierda está completamente descontextualizada. Forma parte de una
superestructura que sirve para cimentar aún más las diferencias de
clase. En la alta política se pierde la esencia del debate para que
sea sustituido por emociones, filias y fobias, siempre viscerales y a
la vez a flor de piel en un mundo hiper conectado de ultimísimas
horas y noticias urgentísimas.
Pero
ahí están esas derechas. Cavernarias, arcaicas, costumbristas, profundamente católicas y conservadoras. Antisociales, hipócritas, egoístas. Pero también están las
liberales manoseando esa palabra tan bonita de libertad. Neoliberales
y ultraliberales que elevan a los altares la idea de libertad como
ley del más fuerte, renegando de y derrumbando siempre que puede,
los marcos reguladores de conviviencia propuestos y acordados por las
sociedades para garantizar una forma de vivir colectiva, solidaria y
ciudadana. No tener principios facilita la gestión en la derecha. No existen debates internos, ni disidencia porque las "morales" son de quita y pon. Para la izquierda la libertad es una dimensión social que
necesita de estructuras que garanticen su uso a pleno rendimiento en
parámetros de igualdad. Para que cualquiera pueda vivir, sin tener
que oprimir a otro, sin tener que renunciar a hacer algo.
En
la izquierda quedamos los de siempre. Los desposeídos. Los que nada
tienen y cada vez pierden más hasta el punto de no tener nada que
perder. Estamos aquellas y aquellos que sólo tenemos ya nuestra
fuerza de trabajo. Y nos la están quitando. Nuestro tiempo vital para mal venderlo cada vez en
condiciones más draconianas. Y sin embargo, somos ricos. Porque
nuestro principal patrimonio, el que nunca van a poder subyugar y
apropiarse, es el convencimiento de estar en la lucha por un mundo
mejor, sin desigualdades ni opresiones de ninguna clase. Donde la
igualdad sea el mínimo común conseguido y la fraternidad el valor
que nos defina como sociedad y como especie.
¿Superioridad
moral de la izquierda? Si. Por supuesto. Y no porque la izquierda sea
el espacio político donde se sientan unos u otros, sino porque desde
esa posición se está luchando por la emancipación de lo individual
y de lo colectivo. Por el fin de la opresión, la esclavitud en sus
distintas y actualizadas formas. Ningún ser humano (o colectivo de
humanos) es superior a otro. Y defender esa idea y buscar su
realización es la más grande de las tareas; la más dura y la más
bonita. Hacer de una utopía algo realizable, tangible y que suponga
un cambio para bien para TODAS Y TODOS los habitantes de este mundo.
Y
esto es propio de buenas personas que recogen una realidad y trabajan
para cambiarla a mejor para más y más personas. Lo demás es una
simple lucha por mantener privilegios y eso es contrario a ser buenas
personas. Se pongan como se pongan, y rabien donde rabien, en sus
panfletos reaccionarios, en sus sociedades clasistas y elitistas, con
sus escritores y altavoces de la mentira.
Frente
al neoliberalismo y el fascismo está la izquierda. Frente
al desarrollo de teorías y pseudo ciencias que avalan el mercado o
la tradición está el hecho irrefutable de quienes denuncian la
opresión y la violencia de un sistema que condena al dolor a nueve
décimas partes del planeta para el goce ilimitado del resto.
Con
sus relatos que desprecian la ética y el buen gobierno en un
relativismo posmoderno y un cinismo trasnochado quieren hacernos
renunciar y dejar en inevitable los males que traen sus perversas
morales que convierten en insostenible nuestro planeta y nuestra
vida.
Frente
a ellos,
el
comunismo, el socialismo, el anarquismo; la ecología, la lucha
contra el heteropatriarcado. Diferentes
convenciones de la izquierda que tienen que ponerse en común y
elaborar practicas útiles para la mayoría. Para
ello es necesario que "estas izquierdas" se convenzan de verdad de su
superioridad moral. De su trascendencia porque buscamos un futuro mejor
y que por lo tanto tenemos que actuar en la realidad del día a día
de millones de personas. Para convencer de que
unidos los que nada son, serán.