lunes, 4 de marzo de 2019

Buen tiempo o mal tiempo



Marzo ha empezado con temperaturas diurnas, de media 12 grados superiores a lo habitual -con topes de hasta 17 grados, para llegar a los 30 en Valencia ayer domingo-. Febrero marcó esta senda durante los 28 días que duró. Y también enero tuvo una amplía mayoría de días soleados con una amplitud térmica (diferencia entre la temperatura máxima diurna y la máxima nocturna) superiores a los 10 grados de media (casi 5 más de lo habitual).
En total desde que comenzó el invierno en el centro peninsular ha habido 40 días predominantemente de sol, dejando sólo en seis los días lluviosos y con un balance de temperaturas entre 7 y 8 grados superiores de media a lo marcado desde que se recogen registros.
Y las nevadas, tan necesarias e importantes, no han hecho su aparición ni siquiera en alta montaña. A menos de que en las próximas semanas ocurra otro hecho extraordinario en la climatología de nuestro país, y bajen las temperaturas y haya precipitaciones, como para que nieve en marzo o abril, lo que no ha nevado en enero y febrero, nos encontraremos a las puertas del verano con los pantanos muy por debajo de la media. Y todo ello, mientras se riega y no se trabaja desde las administraciones para controlar el consumo de reservas hídricas.
Lo más acojonante de todo es que me veo en la necesidad de escribir para denunciar la falta de escrúpulos, sensibilidad y ética periodística de quienes ante un panorama como el que tenemos emplean expresiones como “buen tiempo” para describírnoslo, mientras hacen conexiones a playas y terrazas atestadas de gente.
En una llamada al consumismo, los medios del capital lanzan sin reservas el mantra de que con sol y veinte grados, independientemente del momento del año, es “buen tiempo”. Si llueve y hace frío es “mal tiempo”.
No se analiza si estamos en verano o invierno, si el agua de lluvia o nieve es necesaria o si vamos sobrados -nunca nos sobra el agua-. Si que en febrero ya haya frutales ya floridos, o que en marzo los insectos reaparezcan porque las temperaturas son peligrosamente altas. No se estudia si estos cambios climáticos, fruto del calentamiento global y del antropocentrismo que lo ha provocado, puede ser muy negativo en un corto plazo de tiempo, contra más al medio o al largo.
El simplismo del mensaje es tan contundente que no haría falta sumar imágenes de un puerto de montaña en pleno temporal de nieve o de playas llenas de gente en febrero, o de terrazas sirviendo cervecitas bien frías. Pero por si acaso, por si fuera necesario, podemos mandar a una becaria, con un gorrito mono al puerto de Pajares o al de Navacerrada hacer una conexión en directo, mientras nieva, o ver el espesor alcanzado mientras trata de sacar la pierna en una conexión absolutamente irrelevante.
Pero NO. Buen tiempo no es que en invierno tengamos una sucesión de días con más de 20 grados y sin caer una gota. De hecho, es muy mal tiempo y es un aviso grave para que nos tomáramos en serio el cambio climático y las acciones y actitudes que tenemos a la hora de consumir, de desplazarnos, de vivir.
Ya sabíamos que no se puede esperar nada de los medios del capital, y particularmente de los informativos televisivos, pero un poco de rigor y contextualización sobre lo que nos viene encima no estaría de mas.
Hablar, hoy, 4 de marzo, de buen tiempo cuando hace 16º en Toledo, cuando lleva sin llover más de un mes, y cuando ayer, se alcanzaban los 22º es sinónimo o de estupidez, o de cavar en el subconsciente del ciudadano la idea de que hay que desear esta sucesión de días anticiclónicos por encima del necesario frío y la imprescindible lluvia para el buen funcionamiento del planeta. Por no hablar de la total ausencia de heladas durante este año en el centro penínsular, fenómeno de singular belleza paisajística y de dramática importancia climática. Por un lado prohíben la aparición de insectos y plagas en las cosechas (aunque sin son muy severas o continuadas pueden provocar daños en esas mismas cosechas). Y por el otro lado ayudan a regular los procesos hídricos en los ecosistemas, garantizando de entrada, la permanencia del agua dulce en estado sólido, en nieve o hielo, durante más tiempo, favoreciendo así la permanencia de las reservas.
Sin agua y sin frío en su momento los ciclos naturales de los ecosistemas y biotipos se alteran hasta límites insospechados; hacía zonas oscuras en las previsiones y datos científicos. Imaginemos por un instante que a la temprana proliferación de insectos le sigue una época más fría, por la que no terminan de desarrollarse en la cantidad necesaria para la polinización de los campos, de los que depende la alimentación humana y el sustento de no pocas familias. Ni que decir tiene que a éste buen tiempo, de paseos por la playa y de sobremesas en terrazas, le seguiría una época de terribles sufrimientos, quizás cambios productivos, algaradas, disturbios y por qué no revoluciones. Y si se alargarán de continúo en el tiempo, estos cambios climáticos traerían un cambio en la vida del planeta, y no tiene vista de que fuera positivo para la raza humana.
Me gustaría que está humilde entrada sirviera de llamamiento para los periodistas y las redacciones que lanzan mensajes tan simples y a la vez equivocados sobre nuestro hábitat. También, a nosotros mismos, como consumidores de estos espacios para reflexionar sobre lo que nos dicen, en todos los ámbitos, pero especialmente en lo que atañe a la climatología, la ecología y el bienestar de nuestro planeta.
Puede parecer infantil creerse un mensaje de buen tiempo o mal tiempo, pero es nuestro deber conocer cómo funciona nuestro planeta; cómo son los ciclos de la vida, del mismo, empezando por el del agua; adquiriendo la conciencia crítica para discernir sobre mensajes tan simplistas; y también consiguiendo hacer nuestros los hábitos, tanto de consumo, como reivindicativos para defender, con un nuevo modelo, el bienestar de nuestro planeta y las condiciones que han permitido la vida tal y como la conocemos.
De ello depende, el futuro pero cada vez más, el presente.



miércoles, 20 de febrero de 2019

Lo que nos jugamos en los próximos cuatro meses



Ya estamos en tiempo de descuento de la décimo segunda legislatura de la democracia española. Pedro Sánchez convocaba elecciones generales para el 28 de abril tras ver como la derecha, tanto independentista catalana, como ultranacionalista española, se aliaban para tirar abajo los presupuestos de 2019.
Es una decisión coherente y acertada. Más aún al no hacerla coincidir con el ya saturado domingo 26 de mayo, de municipales, autonómicas y europeas. Hago aquí un alto en el camino para indicar lo positivo de separar todo proceso electoral, más allá de demagogias, cansancios y estúpidos alegatos hacia el ahorro. Todo espacio electivo debería de tener su momento para el debate, la proposición y el análisis otorgándole por lo tanto, la importancia necesaria para que el electorado acudiera a votar con su decisión reflexionada. Pero claro, eso supondría tomarse la democracia en serio y a los ciudadanos como seres adultos, algo que en éste ente administrativo llamado España, se antoja, poco menos que imposible.


Pedro Sánchez no ha podido alargar más su gobierno tras la moción de censura del pasado junio y convoca elecciones mientras el PP se sigue desangrando por su sistemática corrupción, y por como pierde sus votos más extremos, que van a parar a Vox (en su mayoría, aunque también pesca en Cs). Una derecha fragmentada es una gran noticia aunque ya sabemos, era evidente, que en caso de necesitarlo se aliarían sin problemas.
Tampoco es que la izquierda se muestre en una candidatura unida y decidida a esconder diferencias para centrarse en las coincidencias, que vienen a ser hacer de este ajado país un lugar digno donde vivir. Dependiendo de las circunscripciones y el ámbito de decisión, nos podemos encontrar con multitud de candidaturas para todos aquellos que hemos marchado de lo marcado por las direcciones de Podemos e Izquierda Unida. Pero así, corremos el riesgo de perder cientos de miles de votos por no llegar a los umbrales mínimos de resultado, por lo que más allá de egoísmos varios, tacticismos y filias y fobias personales, la necesidad de una candidatura estatal, de izquierdas que aunará todo el voto de nuestro espectro ideológico (comunista, anti-capitalista, socialdemócrata, federalista, ecologista, feminista, pro derechos sociales, pro derechos humanos y sobretodo antifascista) en cada una de las elecciones y de las circunscripciones resultaría vital. Más ahora que redobla cabalgada, el fascismo.


En cuatro meses, España va a renovar la totalidad de sus representantes políticos (salvo la jefatura del Estado, ejem, ejem) y el escenario que se presenta esta marcado por la incertidumbre, dentro de la crisis de régimen que vivimos en los últimos años.
La crisis territorial sigue marcando la agenda mediática y por lo tanto política del estado, enfrentando dos aspiraciones, la de la búsqueda de una solución dialogada o pactada o la vía de la represión, la violencia y el miedo. Ambas se han conjugado para generar un clima de confrontación asfixiante que en la práctica estos últimos años ha dejado un país ingobernable, incapaz de aupar gobiernos y mayorías sostenibles, sobretodo desde la izquierda. Enfrente, con el ejemplo andaluz, vemos lo que puede pasar.
Al tiempo que caían los presupuestos de Sánchez (y de Iglesias) se iniciaba el juicio-farsa al procès. En el banquillo de los acusados los líderes políticos y sociales de la burguesía catalana que se auto proclamaron estandarte del movimiento ciudadano por la auto determinación surgido en 2012, tras el cierre que el mismo Tribunal Supremo, de mayoría conservadora, dio al Estatut que en 2006 refrendó la mayoría de la ciudadanía catalana y que fue denunciado por los intereses privados y electorales del PP.
A la escalada en las declaraciones, los referéndum, los ultimátum, la violencia institucional, la movilización ciudadana, la huida, los presos, los chantajes, las emociones, las banderas, la represión y el abuso de poder vía 155 les ha seguido el deterioro colosal de todo el edificio democrático del país, empezando por sus acuerdos territoriales y el encaje de las naciones que forman parte de España.

Catalunya cierra otros debates y la crisis territorial se encierra en torno al procès, mientras se agudiza cada día, la verdadera crisis y drama territorial del estado español: La despoblación y la España vacía. Las posibilidades de vida en el mundo rural empeoran año a año, mientras más población, eminentemente joven, emigra a la ciudad (Madrid casi siempre) o al extranjero haciendo cada vez más insostenible el desarrollo de los pueblos y poniendo trabas cada vez más grandes al sector primario y al desarrollo del patrimonio natural que debían ser potencialidades nítidas de la economía patria. Esto, como digo, parece que a nadie le importa, pero el próximo domingo 31 de marzo, tenemos una cita en Madrid en la Manifestación por la España vaciada, todos aquellos quienes deseamos un mundo rural vivo y con futuro.
Diez años después del estallido de la estafa, llamada crisis, los beneficios empresariales y datos macroeconómicos están en los niveles previos. Sin embargo, la fractura social es colosal. El desempleo sigue en torno al 25%, los salarios han perdido un tercio de su poder adquisitivo, el ahorro en las clases trabajadoras es quimérico, la precariedad laboral ha llegado para quedarse, vuelve a ser imposible tener una casa -en propiedad, o en alquiler- para la mayoría de la población, los recibos de suministros son un atraco cada mes en tu buzón, y los servicios públicos (sanidad, educación y servicios sociales) siguen degradándose convirtiendo el patrimonio de todos en ganancia de unos pocos. La pobreza se enquista, en especial, la pobreza infantil y de nuestros mayores, y las perspectivas de futuro caen en picado, al tiempo que el mayor talento del país emigra buscando un porvenir.
Los problemas económicos y sociales derivados han agudizado otras graves taras del sistema político español, como su endeble estado autonómico, la jefatura del estado, o un ejército y poder judicial que no hicieron una transición de la dictadura fascista a la democracia.
La idealizada transición supuso en su momento un cierre en falso de la dictadura franquista y después, con la ayuda de la entrada en la UE se estabilizó el estado a coste de perder industria y funcionariado. Se hace evidente, que antes o después, éste país, tendrá que tomar sus propias decisiones con respecto a su pasado, su convivencia y su futuro, y deberá hacerlo de forma democrática, garantista y progresista en defensa de los derechos humanos.


Ante esta situación de descalabro, de ruptura social, los partidos políticos viven una situación de derrumbe interno. Los dos polos del bipartidismo, PP y PSOE, siguen su cuesta abajo fruto de su común corrupción e incapacidad, y no atisban una mejora ahora que lo pueblan los y las que han crecido en la propia endogamia de cada partido.
Ambos padecen su tibieza e injusticia en las medidas para hacer frente al desastre provocado por la avaricia en lo que llamaron crisis económica. Los ajustes y la austeridad provocaron la reacción de cientos de miles de indignados que salíamos a las calles con ganas de recuperar la justicia social y con ella, nuestro país. Tiempo después, muchos acabaron formando Podemos como opción política desde la izquierda, frente a una nueva derecha liberal, denominada Ciudadanos.
El nuevo escenario electoral ha dejado estos últimos años una etapa de incertidumbre dejando dos cosas claras: por un lado una sucesión de gobiernos y pactos poco sostenibles basados en coaliciones políticas inestables. Y, lo segundo, y más doloroso, un silencio a toda propuesta política que venga a pedir más justicia y a denunciar los errores y fallos sistémicos de un capitalismo de amiguetes que hace agua, y de un estado fallido cuya convivencia se derrumba.
Estos nuevos estandartes del neo-reformismo, Ciudadanos y Podemos, caen víctimas del cainismo interno y de estructuras oligárquicas, sin dar respuesta al principal mandato que les dio la ciudadanía cuando surgieron: renovar y recuperar la política, y la toma de decisiones, para la gente de a pie.
Especialmente significativa es la crisis que vive Podemos, desmoronándose a cada territorio y momento, y siendo retransmitido en directo y ultimísima hora por los medios del capital, que lógicamente los tenían en su punto de mira.


Sin duda la crisis catalana ha supuesto un desgaste para todos los partidos, pero ninguno como el que está sufriendo Podemos, que desde un primer momento aceptó una posición equidistante que le ha hecho ser visto con recelo tanto por la intransigencia centralista de Madrid, como por los demócratas, catalanes o no, que no entienden que tras la violencia estatal del 1 de octubre, no les apoyarán con mayor fuerza.
Podemos está ya lejos de aquel proyecto de ruptura, profundamente horizontal en el que tuvieron hueco muchas buenas gentes de izquierdas, y también un buen puñado de listos con ganas de medrar con la política como excusa. Al tiempo que se viraba ideológicamente hacia el centro, las decisiones se tomaban más en la camarilla de la Complutense, bajo el ordeno y mando de Iglesias, quedando todo como es lógico, mucho más expuesto a los medios.
Fruto del fallido estado autonómico españistaní es el centralismo mediático que vivimos con Madrid, donde todo lo que pase en la capital del país, es noticia “importantísima” hasta en el último pueblo del pirineo aragonés, o en la última comarca transfonteriza extremeña. Un ejemplo de esto, es como se ha utilizado por parte de los medios del capital, la guerra interna en la cúpula de Podemos para debilitar a todo el aparato político nacional, y de paso a sus confluencias. Que si Carmena, que si Errejón, que si Espinar, que si Montero o que si Iglesias… demasiados nombres e intereses personales por encima de un proyecto político que con sus errores debía de servir para enraizar una confluencia activa de toda la izquierda, porque más allá de las tibias diferencias -sobretodo si dejamos atrás los intereses y los odios personales- nos une el ansía por hacer de España una democracia con mayor justicia social y con un porvenir.
Podemos, vivió su gran momento electoral en las Europeas de 2014, con la famosa papeleta en el que el logo del partido era la cara de Pablo Iglesias. Desde entonces mucho ordeno y mando desde arriba, y mucho edulcorante tanto en la oposición como en las administraciones que han regido, pero sin atacar directamente a un capitalismo depredador que nos está hundiendo en la miseria.
Podemos, junto a Izquierda Unida, se han integrado en un estado de las cosas para tratar de regenerar el Régimen del 78 y traer un capitalismo de rostro humano desde las instituciones, sin presencia en el conflicto y con las calles despejadas para manifestaciones de ultraderecha. No se plantea una ruptura anticapitalista, mientras las condiciones de vida de la gente se destrozan, convirtiéndonos en esclavos y lacayos.
Así, con las calles paradas y jugando los debates que el poder quiere que jueguen, Podemos ha perdido buena parte del poder de su emergencia. Han caído sus apoyos y ha crecido un pesimismo entre muchos de quienes participaron directamente allí, o antes, lo hicimos en el 15M.




Éste estado de derrumbe de todos los partidos contrasta con los grandes beneficiados, el partido de ultra derecha Vox, que recibiendo un apoyo mediático brutal, sin precedentes para un partido sin representación alguna, crece exponencialmente mes a mes. Con su ideario populista, reaccionario y fascista ataca a todo lo que remueve la trasnochada visión de la España franquista que mantienen. Mujeres, colectivos LGTBI, disidentes políticos, inmigrantes,… todos estamos en su objetivo y en sus medidas como liquidar el estado de las autonomías, reafirmar el compromiso neoliberal en desmantelar el estado de bienestar y los servicios sociales y atacar y denigrar a mujeres, por lo que son abiertamente obstáculos para dar una salida ordenada, pacífica y dialogada a la crisis sistémica que sufrimos como país.


Todo esto habrá que ver como se adecua al tablero electoral, primero en clave nacional, con las circunscripciones provinciales; más tarde en las autonómicas y municipales, y también con especial interés aritmético en las europeas y su suscripción única.
Durante años a la izquierda alternativa nos han atemorizado con el voto útil que al final nos llevó a un sistema en la práctica bipartidista. Era un cuento en el que venía el lobo y si votábamos a la izquierda del PSOE, nuestros votos se perderían como lágrimas en la lluvia, mientras la derecha se llevaba los diputados. El asusta viejas, más allá de las grandes ciudades, y en especial Madrid, funcionó con precisión y se repitió en la anterior fase del desmoronamiento del régimen del 78: El período tras el 15M hasta el 1 de Octubre de 2017.
Durante esas múltiples elecciones, Podemos o Unidos Podemos no ha podido rascar diputados en las provincias de la España rural, y el PSOE ha perdido poder que ha ido a parar casi siempre a Ciudadanos. O lo que es lo mismo al PP.
Sin embargo, aquí y ahora en plena atomización de candidaturas, en especial y como siempre en la izquierda, la vieja historia para no dormir que nos atormentaba durante tantos años no es tenida en cuenta por gurús y tertulianos de tres al cuarto en los medios del capital, que interpretan los resultados de sondeos y encuestas con el ánimo indeleble de generar estados de opinión y certezas en la mente del votante.
Parece que la cantada dispersión del voto de derecha, que en conglomerado tanto liberal como fascista se aglutinaba en el PP, no va a trastocar la dolorosa mayoría conservadora y reaccionaria que nos oprime y detesta. Se lanza la idea de que no se perderán papeletas en el camino de los recuentos y aplicaciones del Sistema d'Hondt y que como ya hemos visto en Andalucía se podrán reunir a la hora de pactar y repartirse funciones y lo más importante para ellos, la pasta.
Pues bien, que quieren que les diga. Si en un escenario de confrontación tan grande y polarizada, las terceras y en ocasiones segundas, opciones de voto dentro de un perfil ideológico consiguen representación, nos habrán estado engañando todos estos años. No me puedo creer que en una provincia donde se repartan 4 ó 5 escaños, Vox como tercera fuerza de la derecha rasque uno, sin que antes sea Unidos Podemos sea el que se lo lleve. Es aritmética-mente y sociológicamente imposible, con el país dividido en dos mitades, que tres fuerzas de un mismo espacio político consiguieran representación en una circunscripción, sin que eso no suceda en el espacio contrario.
El único escenario que abriría tal escenario sería una desmovilización colosal del votante progresista, algo que visto lo sucedido en Andalucía y en las algaradas que esta ultra derecha lanza, se antoja improbable.


Una cosa es segura. Si el domingo 28 de abril y después el domingo 26 de mayo, las personas decentes, que amamos este país y que queremos que crezca, mejore y se convierta en un lugar mejor donde vivir, nos quedamos en casa, volveremos al pasado, a la oscuridad. Pondremos todo nuestro patrimonio (natural, cultural, mental) y todo nuestro talento en las garras de quienes nos han oprimido desde el principio de los siglos. Si después de éste macro-proceso electoral nos plantamos con múltiples mayorías de derechas, tendrán carta blanca para reprimir y para desmantelar lo poco que queda de país y que además lo vertebra realmente: sus servicios públicos. Y con nuestros derechos, harán negocio, no lo dudéis.
El futuro está en nuestras manos y en las decisiones que tenemos que tomar. Por lo pronto, la primera, la más inmediata es permanecer informados y hacerlo de manera pro activa, buscando múltiples canales y medios, evitando la persuasión y los bulos y noticias falsas.
Un voto bien ponderado e informado es un arma poderosa para cambiar el mundo. No lo perdamos.
Y otra cosa también es evidente. A la izquierda de Podemos (y por supuesto, del PSOE) hay un espacio enorme para la dignidad de la gente, del trabajador y trabajadora, de la mujer, y de la naturaleza y el patrimonio. Y es ahí, y desde ahí, donde tendremos que defender nuestros derechos, libertades y futuro. Es el tiempo de participar -en mi caso, volver a participar- y empoderarse para cambiar éste país -y mundo- que se van hacia el desastre sin remisión.

martes, 29 de enero de 2019

La mochufa



Lo último de provecho que he hecho ha sido leer, casi mejor dicho, devorar, Los asquerosos, última novela del genial e irrepetible Santiago Lorenzo. Han sido en unas horas, tres o cuatro, que he dedicado con vehemencia, gusto, sarcástica satisfacción y orgásmico deleite a sumergirme en la pequeña Arcadia propuesta por el autor, en la que se refugia Manuel, y que su tío, como fantástico narrador, nos cuenta.
Lean este libro. Es lo único que puedo decir. Fue el mandato en Pagina2 (la imprescindible cita semanal con la lectura en la2) y en las newsletters de mis librerías favoritas (Letras Corsarias, por ejemplo) y no puedo decir más que aciertan. Y de pleno.
Los asquerosos es un libro redondo y acertado. Una lectura imprescindible en los tiempos que corren. Necesaria para descubrirla, pero también para releerla de vez en cuando con garantía de pasar un magnífico rato y como refresco de la lucidez en el análisis descarnado y certero de la sociedad capitalista actual y del estado de las cosas de #Españistan.
La acción circula a través de la narración del tío de Manuel, que nos cuenta la huida a esa España vacía (como la que retrato Sergio del Molino hace no tanto tiempo) de su sobrino Manuel, motivada por un acontecimiento trágico y trascendente. Manuel, como el Walden de Thoreau, marcha al campo, a un pueblo abandonado de nuestra patria indómita, pero no bajo una forma bucólica o idealizada, sino real y dolorosa por cómo se mueren, o se han muerto, muchos de nuestros pueblos (con todo lo que arrastran en su muerte).
Allí Manuel vivirá su vida y de paso y de propina nos redescubre a todos nosotros, empezando por él mismo, el verdadero significado de la palabra austeridad, y de lo que significa la reflexión. Y también la importancia del tiempo, como bien y como derecho humano, por encima de los bienes y las necesidades materiales, poniendo con ello en solfa las convicciones sociales relativas al trabajo, las relaciones o la trascendencia de una vida.
El momento culmen será cuando a Zarahurdiel (localidad ficticia, pero reconocible cuando viajas por esa España de carreteras secundarias) llegué la Mochufa. Es decir, el “cuñadismo” supino, la bobería continúa, los diálogos a gritos, el consumismo más visceral, la barbarie en forma de estupidez urbanita, “chaletera” y dominguera.
Tengo la sensación de que el autor, Santiago Lorenzo inventa una palabra, la Mochufa, por no llamar, o llamarnos mejor dicho, a todos y todas, gilipollas. Y además, llamárnoslo con razón. Porque todos, y no admito distinciones, cometemos los mismos pecados y la misma ausencia de auto crítica, que la Joaqui y su tropa de descerebrados. Incluso caemos en esa perdición cuanto más luchamos por evitarlo.
Ahí radica buena parte de la crítica social y política, que Santiago Lorenzo lanza en Los asquerosos. No hace prisioneros. A través de la narración del tío de Manuel nos trae un retrato crítico, para nada amable y por lo tanto necesario de nuestra sociedad. En un consumismo desaforado. En un capitalismo irracional. En una soberbia infantil. En unas relaciones personales huecas y estereotipadas. En un vivir por y para las “pantallitas”. En un país arrasado por corrupción y fascismo clerical.
Da gusto encontrar a un autor patrio, tan actual y vivaracho, dedicándose a la novela social con tintes de humor, bebiendo de la mejor tradición patria en la materia como pudieran ser los Mihura, Jardiel o Azcona, pero sin sonar a antiguo o pedante. Las profusas descripciones, tanto en los detalles, como en la verborrea adjetivada, de personas, cosas, lugares y situaciones son el vehículo perfecto para sacarnos una sonrisa, una carcajada y sobretodo reflexiones certeras sobre el estado de las cosas y el devenir de una sociedad caótica, irracional, amoral y anti natural.
Santiago Lorenzo firma una obra redonda, tanto en el estilo, como en la trama, y me atrevo a decir la primera novela que tras la estafa llamada crisis, clava el estado de nuestra sociedad y el devenir absurdo e infantiloide por el que nos deslizamos hacía abajo.
Lo dicho. Lean este libro. Lean Los asquerosos.

sábado, 26 de enero de 2019

Glass



Lo ha vuelto a hacer. Una vez más me voy a mi casa, o me levanto de la butaca, excitado, sorprendido, alucinado tras ver una película de M. Night Shyamalan. El director de origen hindú no defrauda en el que quizás sea el culmen de su carrera, y continúa y pone el listón más alto, como principal exponente del cine de suspense en la actualidad. El más digno y ferviente seguidor del gran Alfred Hitchcock. Y lo hace poniendo colofón a la trilogía de superhéroes más estimulante del cine actual.
La trilogía en sí se presentó como un giro de guión, del maestro de los giros de guión. Quizás el giro más osado y a la vez más estimulante, no sólo de su filmografía sino quizás de la historia del cine. No había noticia alguna de esta trilogía hasta el final de los títulos de crédito de la segunda de las partes, Split (en español, Múltiple), y que enlazaba por sorpresa, con la primera parte El Protegido, estrenada 19 años antes.
En Glass, Shyamalan pone al servicio de la historia y de la reacción que busca en los espectadores -sean fans irreductibles o acérrimos haters- su majestuosa pericia para la dirección, tanto técnica, como artística. Los planos proyectan la historia a través de un caleidoscopio por el que identificar a personajes. La cámara funciona como un recurso narrativo más, sucediéndose escenas de cámara al hombro, planos picados, de shooter en un videojuego tras la cabeza de uno de los protagonistas, el juego de las cámaras de seguridad,… Y el montaje destila la narración con el aderezo de la música justificada para crear sensaciones y expectativas en quienes ven la película pero también, en quien la está haciendo.
Pero es con el trabajo actoral donde destaca Glass, y ahí, brilla, tanto o más que en Split, un James McAvoy entregado a la causa. Se nota que el actor escocés ha disfrutado muchísimo metido en el personaje de Kevin y en las personalidades de este enfermo mental con trastorno de identidad disociativo (personalidad múltiple).
En un salto hacia adelante en cuanto a su interpretación en Split, Shyamalan plantea en Glass, escenas en las que se suceden las personalidades de Kevin de forma continuada, sin giro de cámara, ni fin de plano (y en ocasiones, cogiendo el foco, hasta 5 personalidades distintas) y McAvoy acepta el reto con una facilidad pasmosa. Sin caer en la caricatura, con simples movimientos de la cabeza, las manos, los ojos, la boca o el modular de la voz se pasa de una personalidad a otra, y nosotros como espectadores nos quedamos tan maravillados como a la vez hipnotizados. Lejos de la publicidad de los premios a los que películas como esta parecen ausentes -sin contar, que Shyamalan parece un proscrito para las academias-, se recordará durante mucho tiempo la interpretación que James McAvoy hace de Kevin Wendell Crumb, como una de las más grandes de la historia, para un personaje de culto, de una película -una trilogía- de culto.
Vuelven Bruce Willis en su papel de David Dunn de El Protegido, así como su hijo, interpretado por Spencer Treat Clark, que no se ha prodigado mucho los últimos 15 años. Lo hace con un papel desplazado de la acción dramática frente al impulso que toma Samuel L. Jackson como deus ex-machina de toda la historia, pero además, y sobretodo, como autor intelectual, como el cerebro detrás de la maldad.
Don Cristal (don Glass) asume todo el protagonismo mediada la película, pero no lo hace sólo. El personaje interpretado por Sarah Paulson como la doctora Ellie Staple que trata de desenmascarar los delirios de grandeza del trío protagonista gana peso, funcionando como desencadenante de las diversas sensaciones que tienen cada uno de los tres protagonistas y de las consecuentes reacciones que llevan a cabo.
Cuando hoy en día te sientas a ver una película en el cine y recibes tres y hasta cuatro trailers de películas hollywoodienses, exprimiendo los cómic, y los superhéroes (y superheroínas) da gusto ver una película que empleando el mismo tema evita los efectos especiales por ordenador para que nos fijemos principalmente en la historia.
Y así, poniendo a héroes de inteligencia, maldad, bondad o capacidades físicas extraordinarias en el mundo real, tangible y perfectamente identificable, podemos disfrutar de un mensaje evocador y a la vez provocador. Shyamalan construye finalmente su trilogía, la obra maestra de su carrera, para recordarnos que nosotros, como individuos podemos hacer más, mucho más, de lo que nuestra rutina y ritmo de vida nos impone. Y hasta aquí puedo leer.
No puedo deciros más, para animaros a que vayáis a verla y que os sorprenda, emocione y estimule como a mi ha hecho. Ver Glass. Disfrutar de la trilogía de superhéroes más brillante y mejor hecha. Sin duda alguna Glass, Split y El Protegido, las mejores películas de superhéroes jamás hechas.



Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...