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lunes, 16 de octubre de 2023

Dark City: Un cuarto de siglo del cyberpunk más oscuro

 
Exprimiendo el cyberpunk más propio de los 90 y atrapando el culto a autores como Orwell, Palahniuk, Bradbury o Stanislav Lem, y por supuesto, Philip K. Dick, el director australiano Alex Proyas creaba Dark City, partiendo de una historia original suya sobre la que desarrolló el guión final de la película.
Llegaba a las pantallas de cine tal día como hoy en 1998, hace veinticinco años ya, donde paso sin pena ni gloria, pero siendo rentable por los pelos para los productores. Al tiempo configuró una aura propia como obra de culto, semi clandestina (sus pases en la televisión se cuentan con los dedos de una mano), pero con un público fervoroso en la admiración y recomendación de una película que marcó a todo el cine de ciencia ficción venido en estos primeros años del siglo XXI. Ya en la trilogía The Matrix de las hermanas Wachowski -hermanos en aquel momento-, se ven similitudes narrativas y estilísticas algo normal ya que se rodaron casi al mismo tiempo y en los mismos estudios. Pero si pensamos en obras como Réquiem por un sueño o El Caballero Oscuro y toda la filmografía de Nolan bebieron de las fuentes de Dark City que a su vez marca un continuo con otras películas anteriores como El Cuervo, The Cube o Gattaca en esos mismos años 90. O si nos retrocedemos más aún al Blade Runner y a la filmografía de Hitchcock.
La estética marca toda la película. La oscuridad perenne en la que se envuelve la City es asfixiante y encauza el desarrollo de todos los personajes y de la historia propia. Esta avanza y junto a la forma nos hace a los espectadores participe de los descubrimientos que va mostrando el metraje hasta al final comprender y entender tanto la historia, como el significado que nos quiere transmitir. Como resultado, con el vestido de la ciencia ficción y de la distopía, Proyas nos cuela un thriller policiaco, puro cine negro, fusionando ambos géneros, poniendo lo mejor de cada uno al servicio del otro y construyendo en definitiva, una obra maestra.
El peso de la historia recae en Rufus Sewell, actor un tanto maldito demasiado encasillado en los papeles de malo malísimo, y que sin embargo, aquí muestra tener mayor registro, pasando de lo que aparentemente sería otro anti héroe, a desarrollar el personaje que propone y culmina el clímax de la película: la catarsis de toda la ciudadanía de Dark City.
No está sólo en la tarea sino que se ve muy bien acompañado por Kiefer Sutherland, William Hurt y una bisoña Jennifer Conelly, que como siempre, engrandecen la pantalla y añaden carisma, contención y talento al trabajo actoral. Los “malos” aunque interpretados por actores no tan conocidos, tampoco desentonan, si no que más aún, ayudan de manera implacable a dotar de sofoco el devenir de la historia, mostrando una naturaleza no-humana en la que fin último es la consecución de objetivos y la lógica aplastante de un procesado cibernético. Unos Nosferatú a lo Bela Lugosi que desde la frialdad más inhumana tratan de explicarnos la esencia del alma humana.
Pero sigue siendo esa atmósfera oscura y agobiante la que queda ya perenne en el recuerdo de un espectador que probablemente varias veces se haya revuelto sobre el asiento y seguro frotado los ojos ante tal tenebrista paleta de colores.
Sin duda ayudan a consolidar tanto la sensación de agobio, como el recuerdo positivo de Dark City, otros elementos como son los efectos especiales que aparecen de modo artesanal, aún alejados de la pos-producción digital que todo lo apabulla hoy en día. Las maquetas se mueven, los planos filman miniaturas y la fotografía juega con la iluminación y las sombras, todo al uso de un montaje vertiginoso en el que se suceden los planos por regla general en menos de diez segundos. Los diseños de escenarios priman la oscuridad y la decadencia, a la que ayuda toda la tramoya empleada. Coches, maquinaria, ropa de los personajes, todo tan de los años 50, tan propio de Edward Hopper, que enmarca el guión, haciéndolo reconocible y proporcionando desde una belleza, propia e inusitada, la atmósfera necesaria para hacer redondo todo lo que DarkCity nos quiere contar.
No es tampoco a desdeñar la banda sonora con piezas orquestales que no dejan hueco al silencio en ningún momento ayudando así a ahogarnos como espectadores en la oscuridad y en la densidad de la obra.
Y es en ese mensaje, más allá de la propia fábula que se representa ante nosotros, donde se encuentra trascendencia. Funcionando más como un cómic que como una novela se plantea la trama, y con ella junto a la reflexión del espectador, temas tan importantes como la trascendencia de las vidas,  desde el punto de vista filosófico clásico, como del aprovechamiento del tiempo libre y el trabajo, visto éste último como objetivo de auto realización y de mejora social. La distopía de Dark City nos tiene que servir para que valoremos el uso que hacemos del tiempo (siempre presente con esos relojes que marcan las 12 en punto).
Otro punto importante del significado de la obra es la memoria. Antes que lo hiciera el gran Christopher Nolan en Memento, Alex Proyas nos induce a reconocer la memoria como constructor de la identidad personal mostrando, con las lagunas que los personajes tienen constantemente entre sus recuerdos, que es ahí en nuestra memoria dónde, cómo, cuándo y por qué nos reconocemos, tanto a nosotros mismos, como nuestro yo en el entorno en el que vivimos. Los recuerdos no son naturales, son implantados y carecen de interconexión unos con otros. Su valor crece mientras avanza el metraje y al final sirve como catalizador de los descubrimientos que el protagonista va a ir adquiriendo.
Ese protagonista, interpretado por Sewell, se hace llamar John Murdoch y es el Mesías que va a sacar a la oscuridad a toda la ciudad. Va a liberarlos y lo hará desde la sospecha y finalmente del propio convencimiento de su condición. Adelanta así, al Neo de Matrix, y ambas películas beben de un planteamiento similar: Unos viviendo en el desconocimiento la realidad planificada por otros. Componiendo un tipo de cine de ciencia ficción que por detrás de los escenarios, las peleas y los efectos especiales, invita a reflexionar y sobretodo a recobrar la autonomía propia e individual para dirigir la vida de uno mismo hacia una mayor libertad y felicidad. Dark City induce a pensar y con esa acción descubrimos los hilos que nos atan y las cadenas que nos mantienen junto a los engranajes de una sociedad que no elegimos y lo que es peor, nos vino impuesta sin aceptación de la discusión.
La ciudad un continuo laberinto que se renueva cada noche o cada “desconexión”, es un Mito de la Caverna de Platón, moderno. Un experimento donde los ciudadanos, hombres y mujeres, de toda edad y condición tienen ante si una realidad distinta cada noche, y a la que inexorablemente, tienen que responder de formas distintas, hasta lograr cumplir la hipótesis de quien maneja los engranajes de ese escenario.
La simbología de los objetos cotidianos como relojes, el dispensador de alimentos o el dichoso cartel de Shell Beach sirven para enmarcar el tema de la libertad de decisión de los habitantes de la ciudad y sobre todo, la manipulación a la que se ven sometidos que los engaña, pensándose libres, cuando no son más que marionetas de las que interpretan sus reacciones.
No puedo decir más que aprovechéis esta efeméride de un cuarto de siglo y veáis o reviséis Dark City. Yo lo voy a hacer.
 

sábado, 26 de enero de 2019

Glass



Lo ha vuelto a hacer. Una vez más me voy a mi casa, o me levanto de la butaca, excitado, sorprendido, alucinado tras ver una película de M. Night Shyamalan. El director de origen hindú no defrauda en el que quizás sea el culmen de su carrera, y continúa y pone el listón más alto, como principal exponente del cine de suspense en la actualidad. El más digno y ferviente seguidor del gran Alfred Hitchcock. Y lo hace poniendo colofón a la trilogía de superhéroes más estimulante del cine actual.
La trilogía en sí se presentó como un giro de guión, del maestro de los giros de guión. Quizás el giro más osado y a la vez más estimulante, no sólo de su filmografía sino quizás de la historia del cine. No había noticia alguna de esta trilogía hasta el final de los títulos de crédito de la segunda de las partes, Split (en español, Múltiple), y que enlazaba por sorpresa, con la primera parte El Protegido, estrenada 19 años antes.
En Glass, Shyamalan pone al servicio de la historia y de la reacción que busca en los espectadores -sean fans irreductibles o acérrimos haters- su majestuosa pericia para la dirección, tanto técnica, como artística. Los planos proyectan la historia a través de un caleidoscopio por el que identificar a personajes. La cámara funciona como un recurso narrativo más, sucediéndose escenas de cámara al hombro, planos picados, de shooter en un videojuego tras la cabeza de uno de los protagonistas, el juego de las cámaras de seguridad,… Y el montaje destila la narración con el aderezo de la música justificada para crear sensaciones y expectativas en quienes ven la película pero también, en quien la está haciendo.
Pero es con el trabajo actoral donde destaca Glass, y ahí, brilla, tanto o más que en Split, un James McAvoy entregado a la causa. Se nota que el actor escocés ha disfrutado muchísimo metido en el personaje de Kevin y en las personalidades de este enfermo mental con trastorno de identidad disociativo (personalidad múltiple).
En un salto hacia adelante en cuanto a su interpretación en Split, Shyamalan plantea en Glass, escenas en las que se suceden las personalidades de Kevin de forma continuada, sin giro de cámara, ni fin de plano (y en ocasiones, cogiendo el foco, hasta 5 personalidades distintas) y McAvoy acepta el reto con una facilidad pasmosa. Sin caer en la caricatura, con simples movimientos de la cabeza, las manos, los ojos, la boca o el modular de la voz se pasa de una personalidad a otra, y nosotros como espectadores nos quedamos tan maravillados como a la vez hipnotizados. Lejos de la publicidad de los premios a los que películas como esta parecen ausentes -sin contar, que Shyamalan parece un proscrito para las academias-, se recordará durante mucho tiempo la interpretación que James McAvoy hace de Kevin Wendell Crumb, como una de las más grandes de la historia, para un personaje de culto, de una película -una trilogía- de culto.
Vuelven Bruce Willis en su papel de David Dunn de El Protegido, así como su hijo, interpretado por Spencer Treat Clark, que no se ha prodigado mucho los últimos 15 años. Lo hace con un papel desplazado de la acción dramática frente al impulso que toma Samuel L. Jackson como deus ex-machina de toda la historia, pero además, y sobretodo, como autor intelectual, como el cerebro detrás de la maldad.
Don Cristal (don Glass) asume todo el protagonismo mediada la película, pero no lo hace sólo. El personaje interpretado por Sarah Paulson como la doctora Ellie Staple que trata de desenmascarar los delirios de grandeza del trío protagonista gana peso, funcionando como desencadenante de las diversas sensaciones que tienen cada uno de los tres protagonistas y de las consecuentes reacciones que llevan a cabo.
Cuando hoy en día te sientas a ver una película en el cine y recibes tres y hasta cuatro trailers de películas hollywoodienses, exprimiendo los cómic, y los superhéroes (y superheroínas) da gusto ver una película que empleando el mismo tema evita los efectos especiales por ordenador para que nos fijemos principalmente en la historia.
Y así, poniendo a héroes de inteligencia, maldad, bondad o capacidades físicas extraordinarias en el mundo real, tangible y perfectamente identificable, podemos disfrutar de un mensaje evocador y a la vez provocador. Shyamalan construye finalmente su trilogía, la obra maestra de su carrera, para recordarnos que nosotros, como individuos podemos hacer más, mucho más, de lo que nuestra rutina y ritmo de vida nos impone. Y hasta aquí puedo leer.
No puedo deciros más, para animaros a que vayáis a verla y que os sorprenda, emocione y estimule como a mi ha hecho. Ver Glass. Disfrutar de la trilogía de superhéroes más brillante y mejor hecha. Sin duda alguna Glass, Split y El Protegido, las mejores películas de superhéroes jamás hechas.



viernes, 17 de febrero de 2017

Múltiple



Publico ahora con animo de llamad vuestra atención y hacer que vayáis al cine éste finde, o antes de la fecha de retirada, de la película Múltiple (Split, su título original en inglés). Lo hago ahora un par de semanas después de visionar la película y quedar a la par fascinado y atrapado en el maravilloso mundo que propone su director (también productor y guionista de la obra), Michael Night Shyamalan.
El creador de origen hindú, que pasa por ser uno de mis favoritos ha llevado una carrera en vertiginosa montaña rusa, desde que en 1998 sorprendiera a propios y extraños con El Sexto Sentido. De aquella opera prima brillante y sorprendente, la trayectoria se mantuvo levemente a la baja con las siguientes (El Protegido, para mi la mejor película de súper héroes, Señales o El Bosque), empezando a precipitarse a partir de La Joven del Agua y El Incidente y con sonoros fracasos como After Earth o The Last Airbender. Y a remontar con La visita, película en la que el año pasado recuperaba las buenas sensaciones, su estilo inconfundible y el beneplácito de la crítica, y el público mayoritario unido al de su legión de seguidores.
Con Múltiple, Shyamalan mantiene su innegable capacidad para la dirección: Una construcción de planos y secuencias heredera de los autores clásicos sin quedarse huérfana de nuevas propuestas y técnicas. Un desarrollo de la historia cocido a fuego lento. Y una maestría en el montaje al servicio de un único fin: conseguir giros finales inesperados y sorpresivos en una mezcla de fantasía con premisas realistas.
Sin entrar en spoilers sólo dejo una pequeña introducción para animaros al visionado de la cinta. Todo empieza, además con unos minutos muy ágiles, con un secuestro. El de tres adolescentes. Hasta aquí los convencionalismos. A partir de ahí, la sorpresa al comprobar el espectador a la par que las rehenes que el secuestrador son en realidad 23, ya que Kevin, padece un trastorno de personalidad múltiple (trastorno de identidad disociativo), y que cada vez que se abre la puerta del zulo donde permanecen secuestradas les interpela una persona, una personalidad, distinta.
Shyamalan, al igual que con sus cameos en sus películas, bebe una vez más de la fuente del padre del suspense, Hitchcock, para jugar con los trastornos de personalidad, siendo el más famoso de la historia del cine, el de Psicosis, donde el autor británico juega con maestría con el espectador para desvelar al final el desdoblamiento de personalidad de Norman Bates, atormentado por una relación enfermiza con su madre. En Múltiple, Shyamalan lo hace a lo grande con 23 identidades.
Y no podría haber asumido el desafío sin la genial actuación de James McAvoy que asume con éxito y maestría el reto de interpretar a Kevin y sus 23 personalidades, siendo 9 las que se muestran en el metraje. Totalmente entregado a la causa y brillante y sin caer en la caricatura el escoces es capaz de marcar las diferencias entre las distintas personalidades, tanto en los gestos como en el tono de voz (vi la película doblada, por lo que también se puede hablar de un muy buen trabajo de su doblador) logrando incluso que el público comprenda los cambios de personalidad o las tretas del desequilibrado ante su terapeuta en unos juegos de interpretación más propios de Matrioskas.
Por cierto, muy notables también el trabajo de la veterana Betty Buckley en el papel de la psiquiatra y de la joven Anya Taylor Joy como la secuestrada más avezada gracias, por decir algo, a su tremebundo pasado.
Shyamalan vuelve a sus mejores tiempos con Múltiple un divertido, tenso e insólito thriller en los que se puede paladear su magnífica pericia en el diálogo entre cámara y escena; una notable dirección a actores y actrices, que juegan para dar lustre a un guión extraño que trata de jugar con las ideas preconcebidas y las intuiciones del público.
Autofinanciarse y hacer una película de bajo coste (o cuando menos, inferior a los estándares hollywoodienses) le da la libertad que busca para arriesgar y acabar contando la historia que realmente quiere.
Al final saldréis convencidos de haber visto una película sugerente, atrevida y sorprendente, que os dejará con ganas de más, y que inevitablemente se convertirá en una Película de Culto, como aquel Club de la lucha de David Fichner en el que también se trataba, curiosamente, los trastornos de personalidad múltiple.


Y el spoiler final para avezados...


Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...