Exprimiendo
el cyberpunk
más propio de los 90 y atrapando el culto a autores
como Orwell, Palahniuk, Bradbury o Stanislav Lem, y por supuesto,
Philip K. Dick, el director australiano Alex
Proyas
creaba Dark
City,
partiendo de una historia original suya sobre la que desarrolló el
guión final de la película.
Llegaba
a las pantallas de cine tal día como hoy en 1998, hace veinticinco años
ya, donde paso sin pena ni gloria, pero siendo rentable por
los pelos
para los productores. Al tiempo configuró una aura propia como obra
de culto,
semi clandestina (sus pases en la televisión se cuentan con los
dedos de una mano), pero con un público fervoroso
en la admiración y recomendación de una película que marcó a todo
el cine de ciencia
ficción
venido en estos primeros años del siglo XXI. Ya
en
la trilogía The
Matrix
de las hermanas Wachowski -hermanos en aquel momento-, se
ven similitudes narrativas y estilísticas algo normal ya que se
rodaron casi al mismo tiempo y en los mismos estudios. Pero si
pensamos en obras como Réquiem
por un sueño o
El
Caballero Oscuro
y toda la filmografía de Nolan bebieron
de las fuentes de Dark
City que
a su vez marca un continuo con otras películas anteriores como El
Cuervo,
The
Cube
o Gattaca
en
esos mismos años 90. O si nos retrocedemos más aún al Blade
Runner
y a la filmografía de Hitchcock.
La
estética
marca toda la película. La oscuridad perenne en la que se envuelve
la City
es asfixiante y encauza el desarrollo de todos los personajes y de la
historia propia. Esta avanza y junto a la forma
nos hace a los espectadores participe de los descubrimientos que va
mostrando el metraje hasta al final comprender y entender tanto la
historia, como el significado que nos quiere transmitir. Como resultado, con el vestido de la ciencia ficción y de la distopía,
Proyas nos cuela un thriller
policiaco, puro
cine negro,
fusionando ambos géneros, poniendo lo mejor de cada uno al servicio
del otro y construyendo en definitiva, una obra maestra.
El
peso de la historia recae en Rufus Sewell, actor un tanto maldito
demasiado encasillado en los papeles de malo malísimo, y que sin
embargo, aquí muestra tener mayor registro, pasando de lo que
aparentemente
sería otro anti héroe,
a desarrollar el personaje que propone y culmina el clímax
de la película: la catarsis de toda la ciudadanía de Dark
City.
No
está
sólo en la tarea sino que se ve muy bien acompañado por Kiefer
Sutherland, William Hurt y una bisoña Jennifer Conelly, que como
siempre, engrandecen
la pantalla y
añaden carisma, contención y talento al trabajo actoral. Los
“malos” aunque interpretados por actores no tan conocidos,
tampoco desentonan, si no que más aún, ayudan de manera implacable a
dotar de sofoco el devenir de la historia, mostrando una naturaleza
no-humana en la que fin último es la consecución de objetivos y la
lógica aplastante de un procesado cibernético. Unos
Nosferatú
a lo Bela
Lugosi que desde la frialdad más inhumana tratan de explicarnos la
esencia del alma humana.
Pero
sigue siendo esa atmósfera oscura y agobiante la que queda ya
perenne en el recuerdo de un espectador que probablemente varias veces
se haya revuelto sobre el asiento y seguro frotado los ojos ante tal tenebrista
paleta de colores.
Sin
duda ayudan a consolidar tanto la sensación de agobio, como el
recuerdo positivo de Dark
City,
otros elementos como son los efectos especiales que aparecen de modo
artesanal, aún alejados de la pos-producción
digital que todo lo apabulla hoy en día. Las maquetas se mueven, los
planos filman miniaturas y la fotografía juega con la iluminación y
las
sombras, todo
al uso de un montaje vertiginoso en el que se suceden los planos por
regla general en menos de diez segundos.
Los diseños de escenarios priman la oscuridad
y la decadencia,
a la que ayuda toda la tramoya empleada. Coches, maquinaria, ropa de
los personajes, todo tan de los años 50, tan
propio
de Edward Hopper,
que enmarca el guión, haciéndolo reconocible y proporcionando desde
una belleza, propia e inusitada, la atmósfera necesaria para hacer
redondo todo lo que DarkCity
nos quiere contar.
No
es tampoco a desdeñar la banda sonora con piezas orquestales que no
dejan hueco al silencio en ningún momento ayudando así a ahogarnos
como espectadores en la oscuridad y en la densidad de la obra.
Y
es en ese mensaje, más allá de la propia fábula que se representa
ante nosotros, donde se encuentra trascendencia. Funcionando más
como un cómic que como una novela se plantea la trama, y con ella junto a
la reflexión del espectador, temas tan importantes como la
trascendencia de las vidas, desde el punto de vista filosófico
clásico, como del aprovechamiento del tiempo libre y el trabajo,
visto éste último como objetivo de auto realización y de mejora
social. La
distopía de Dark
City
nos tiene que servir para que valoremos el uso que hacemos del tiempo
(siempre presente con esos relojes que marcan las 12 en punto).
Otro
punto importante del significado de la obra es la memoria.
Antes que lo hiciera el gran Christopher Nolan en Memento,
Alex Proyas nos induce a reconocer la memoria como constructor de la
identidad personal mostrando, con las lagunas que los personajes
tienen constantemente entre sus recuerdos, que es ahí en nuestra
memoria dónde, cómo, cuándo y por qué nos reconocemos, tanto a
nosotros mismos, como nuestro yo en el entorno en el que vivimos. Los
recuerdos
no son naturales, son implantados y
carecen de interconexión unos con otros. Su
valor crece mientras avanza el metraje y al final sirve como
catalizador de los descubrimientos que el protagonista va a ir
adquiriendo.
Ese
protagonista, interpretado por Sewell, se hace llamar John Murdoch y
es el Mesías
que va a sacar a la oscuridad a toda la ciudad. Va a liberarlos y lo
hará desde la sospecha y finalmente del propio convencimiento de su
condición. Adelanta así, al Neo
de Matrix,
y
ambas películas beben de un planteamiento similar: Unos viviendo en
el desconocimiento la realidad planificada por otros. Componiendo
un tipo de cine de ciencia
ficción
que por detrás de los escenarios, las peleas y los efectos
especiales, invita a reflexionar y sobretodo a recobrar la autonomía
propia e individual para dirigir la vida de uno mismo hacia una mayor
libertad y felicidad. Dark
City
induce a pensar y con esa acción descubrimos los hilos que nos atan
y las cadenas que nos mantienen junto a los engranajes de una
sociedad que no elegimos y lo que es peor, nos vino impuesta sin
aceptación de la discusión.
La
ciudad un continuo laberinto que se renueva cada noche o cada
“desconexión”, es un Mito
de la Caverna de Platón,
moderno. Un experimento donde los ciudadanos, hombres y mujeres, de
toda edad y condición tienen ante si una realidad distinta cada
noche, y a la que inexorablemente, tienen que responder de formas
distintas, hasta lograr cumplir la hipótesis de quien maneja los
engranajes de ese escenario.
La
simbología de los objetos cotidianos como relojes, el dispensador de
alimentos o el dichoso cartel de Shell
Beach
sirven para enmarcar el tema de la libertad de decisión de los
habitantes de la ciudad y sobre todo, la manipulación a la que se ven
sometidos que los engaña, pensándose libres, cuando no son más que
marionetas de las que interpretan sus reacciones.
No
puedo decir más que aprovechéis esta efeméride de un cuarto de
siglo y veáis o reviséis Dark
City.
Yo lo voy a hacer.
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