domingo, 12 de abril de 2020

Día 29 de confinamiento: El día menos pensado. Un Gran Hermano de ciclismo



Ayer escribía sobre lo patentes que quedan las diferencias sociales a la hora de aprovechar (o no) el tiempo en casa, el tiempo en confinamiento. Pues hoy voy a mostrar parte de mi estatus y del privilegio que tengo. Porque ayer sin quererlo disfrutamos de una serie documental que me ha puesto en la obligación de hacer mínima reseña. Anoche a través de netflix veíamos la serie del Team Movistar ciclismo.
El Día menos pensado fue estrenado el pasado 27 de marzo y compuesta por 6 capítulos de aproximadamente media hora cada uno fue rodada el año pasado durante más de 8 meses. Venía a narrar el año del arco iris, el año de Campeón del Mundo de Alejandro Valverde. Y también, y hecho no menos importante y trascendente, los 40 años en competición que la estructura del equipo (aunque con diferentes nombres) lleva en el pelotón profesional.
Es de alabar y de agradecer que Movistar nos haya abierto las puertas de su casa. De su concentración de pre-temporada; del despacho del director general; del autobús del equipo, antes y después de cada etapa. De los coches de equipo donde se ve la pasión y la intensidad máxima de cada momento, de cada decisión. De las habitaciones de hoteles en momentos de masajes y descanso. Y de los comedores de esos mismos hoteles durante desayunos y cenas. Haber podido conocer a los ciclistas y directores y auxiliares. En su vida íntima. En sus orígenes. Un lujo y un regalo que cualquier aficionado al ciclismo no puede perderse.
Pero es que además han compuesto una obra tremenda. Un ejercicio de Gran Hermano deportivo en el que se narran con crudeza todas las emociones y sensaciones. Todas las disputas. Todas las polémicas. Valiéndose de un despliegue tecnológico amplio nos han regalado grandes momentos dentro de los coches en carrera, con la tensión máxima oyendo las conversaciones privadas y la emisora (el tan denostado pinganillo) del equipo.


Esos 8 meses siguiendo, dentro del autobús del equipo por Lieja, italia, Francia o España han compuesto un documental precioso, un regalo televisivo para todo aficionado y que nos ayuda a contextualizar y conocer este maravilloso deporte. Además lo han hecho a calzón quitado con lo dicho en cada momento del año, explicando cada decisión, desde las deportivas hasta las comunicativas, y también, en las entrevistas tras la temporada, las sensaciones vividas. Para ello ha sido muy importante el montaje final en el que han tratado de salvaguardar la imagen del equipo ya sabiendo quien si y quien no iba a continuar la siguiente temporada, pero a la vez, y esto es muy de alabar, sin censurar ninguna de las decisiones pésimas que toma el equipo y que a muchos aficionados nos cabrea. Y nos divierte también.
Vemos a un Movistar Team muy potente. Una estructura asentada que reúne a muchos ciclistas y personal de talento y calidad incuestionable y con unas herramientas de primer nivel. Nos enseñan como preparan y reconocen las cronos y las etapas de montaña. Pero también nos enseñan que van al Tour con intención de ganarlo y no duelen prendas en admitir que no habían entrenado ni un mísero día la crono por equipos donde ya sufrieron un escalabro colosal que tiñó el objetivo de imposible.
La lucha de egos entre líderes son la salsa que adereza el nutritivo guiso de la vida de un equipo profesional de ciclismo hasta componer un plato excelente en gusto y presentación. Valverde, Quintana y Landa con las invitaciones de Carapaz y Marc Soler se presentan y quedan retratados a cada momento por sus palabras, pero sobretodo por su actitud.
Un Alejandro Valverde honesto y siempre incisivo tanto en el planteamiento de la carrera como en sus sentimientos. Primero dolido por su bajo nivel en la primera parte de la temporada y al final feliz por su podio en la Vuelta.
En el Giro con un Richard Carapaz campeón incontestable mientras Landa que iba de líder se plegaba a trabajar para el ecuatoriano, formando con todo el equipo una piña que funcionaba magnífica en la carretera y sobresaliente fuera de ella. Y donde el liderato ejercido desde los coches por Sciandri y Chente configuró un ciclismo ofensivo y dominador.
Y el Tour. ¡Ay el Tour!. Con problemas desde el principio. Estrategias que saltaban por los aires por un combate constante por quien tiene razón. Quien es el líder y quien no. Algo que durante la Vuelta también fue una constante pese a que al final, como el mismo decía, “el Balica siempre está ahí para sacar las castañas del fuego”.
Que el ciclo de Quintana en el Movistar estaba acabado eso lo sabíamos todos desde hace un año y medio por lo menos. Su actitud, egoísta y de enfrentamiento rompía a la escuadra y generaba un mal ambiente que pese al disimulo y las disculpas era evidente para todo aquel que viera las carreras.


En la Vuelta acontecimiento siempre especial para el Movistar hubo muchas más polémicas. Se demuestra que en la polémica etapa de Toledo el equipo ya llevaba una hoja de ruta para atacar en el punto donde luego hubo la montonera con el líder. Las palabras de Valverde sobre como Roglic se lo agradeció en privado y dijo que no tenían que haber parado que los que se habían caído eran ellos, son reveladoras.
Y luego lo de Marc Soler perdiendo una victoria de etapa ya ganada para ayudar a Quintana en los dos últimos kilómetros. Para mi sigue siendo injustificable. La victoria era de Soler y si un líder necesita que a dos kilómetros de la meta le tengan que llevar a la meta no es mucho líder que digamos. Y me da igual que fuera Quintana, Landa, Froome, Indurain o el santo papa.
Las explicaciones de Unzúe, patrón histórico del equipo, Lastras o Arrieta muestran su mayor conservadurismo con respecto a las tácticas de sus compañeros en el Giro, además de lanzar afilados mensajes -sobretodo en el caso de Lastras- que no sé muy bien como pueden ser tomados.
No quiero dejar muchos más espoilers, ni tramas descubiertas. Al final y esto es lo que importa disfrutamos muchísimo mi chica y yo viendo el documental y recuperando en la memoria el curso ciclista 2019. Como digo, y si tenéis la posibilidad, ver El día menos pensado. Documental, deporte, relaciones personales, reallity show y televisión de calidad al máximo.


sábado, 11 de abril de 2020

Día 28 de confinamiento: Gozar de estar en casa o sentirse encerrado en el hogar


Pasan los días y como era de esperar esto se hace cada vez más duro. En mi caso, no poder salir a hacer deporte se torna en algo crítico y sólo la responsabilidad para con mi salud y la de los demás me impide buscar ingeniosas formas de saltarme el confinamiento. Desde que lo descubrí hace ya 8 años, siempre he sentido esa necesidad de activarme desde la mañana con ejercicio. Gimnasio, salir a correr o con la bici (joder, cuánto echo de menos el poder rodar con mi bici de montaña) o por la tarde echar alguna carrera o unas canastas… Intuía la importancia de esa rutina para darme estabilidad en esta época de mi vida tan llena de cambios y a la vez estática, de empleos precarios, rebotando de uno a otro, de mala gana, con insatisfacciones. Ahora sin esa posibilidad le doy aún más valor mientras trato de encontrar alternativas entre el encierro de las cuatro paredes.
Buscando esas opciones inevitablemente acabo pensando en lo que esta situación está mostrando sin ningún rubor. Y sin que ningún medio tradicional lo indique y le dedique tiempo y recursos para explicar con antecedentes y consecuencias la siguiente realidad: La cada vez mayor desigualdad social.
No hay compañía importante de éste país que no haya dedicado recursos a hacer una campaña publicitaria para pedirnos #QuédateEnCasa y para loar que están ahí, que han estado y que estarán. Se destila un aroma de auto-ayuda para sacar una sonrisa y completar el mensaje de las administraciones en el Estado de Alarma. Añaden positivismo al momento de las palmas y los balcones -ya mucho más estridente que los primeros días- y darnos a entender que tenemos libertad aún encerrados y que podemos elegir como vivir estos momentos tan difíciles.
Probablemente no les falte razón ya que los avances tecnológicos, internet, abre una ventana al mundo que antes no estaba disponible. A nosotros. Porque hay muchos en el mundo que siguen sin tener acceso. Incluso más cerca de lo que creemos hay familias que no pueden pagar una conexión o tener un ordenador personal en el domicilio. No puedo pensar en familias con niños y niñas, o adolescentes, donde los padres, tienen que hacer de padre y educador al mismo tiempo. Y también entretener a su prole para que no se les vaya la cabeza.
Y es que considerar el confinamiento como una oportunidad de aprovechamiento del tiempo plasma las diferencias de clase. Los videos de gente haciendo deporte, música, actividades artesanales o artísticas o las recomendaciones de lectura o series en plataformas de pago por visión dibujan con precisión las desigualdades existentes.
Las opciones para desarrollar una actividad dentro del hogar muestran la distribución de los recursos materiales, de espacio, condiciones, sociales y culturales que se determinan en razón a la clase social.
Aunque nos pinten como iguales a la hora de vivir el encierro, la realidad es que hay muchas maneras de vivirlo en grados, separados por techos de cristal que añaden mayor desesperación y sentimiento de asfixia a los más desfavorecidos. Sé por desgracia que están repuntando los suicidios.
Sin ser de los peores, vamos no me puedo quejar y siempre me ha gustado pasar tiempo en mi casa, echo en falta tener más espacio. Haber podido llenar mi casa de material de ejercicio. Poder tener una terraza o un jardín. Y una habitación más para separar las funciones de los habitáculos y no pasar tanto tiempo siempre en el mismo. Pero hay en esta escala personas que tienen que compartir un espacio similar o incluso más pequeño entre cuatro, cinco o seis personas. A veces con problemas de movilidad y de salud añadidos. Hay quienes carecen de herramientas culturales y audiovisuales para desconectar de esta realidad y del hecho de estar encerrados en casa.
Están los que pueden “tele-trabajar” que pertenecen a una realidad social bien distinta a los que tienen que salir a trabajar porque mantienen servicios básicos. Y dentro de ellos están los peor pagados y las profesiones quizás más estigmatizadas, precarias y en continuo abuso (limpiadoras, reponedores, transportistas, tenderos,...)
En definitiva, hay quienes gozan de estar en su casa y quienes se sienten encerrados en su hogar.
Y no interesa que esa idea se propague. Que nos demos cuenta de nuestras desigualdades. Bastante tenemos con comprobar como algunos hemos tenido siempre razón y llevan más de 30 años desmontando nuestros servicios básicos, convirtiendo la sanidad en un negocio privado.
Para ello y como parte de todo el juego en la lucha contra el coronavirus se lanzan mensajes y ruedas de prensa con el lenguaje bélico predominando. Se habla de enemigo -hay uno evidente, la enfermedad y otro latente, el neoliberalismo y el capitalismo de amiguetes-. Buscan reafirmarnos y uniformarnos como héroes, por quedarnos en casa o por cumplir con las obligaciones que nuestros trabajos atesoran. Nos dan un rol de protagonista pero desde la pasividad de estar en casa -no podemos hacer otra cosa-.
Los aplausos ya no son, o cuando menos no son sólo, de agradecimiento a los sanitarios y trabajadores de éste país. Ya son un alegato hacia nosotros mismos como resistencia y algunas veces una muestra execrable de ombliguismo del cuñado de turno que bombardea con himno, resistiré o i will survive y sirenas y bocinas que tenga a mano.
Me da miedo el día que esto acabe. Ya tengo decidido que aguardaré tres o cuatro días antes de empezar a hacer vida normal. No quiero ser participe de la locura colectiva que se desatará. Que tomaré dos o tres semanas antes de ir a visitar a mis padres o a los de mi novia. Queremos cuidarlos hasta el mimo pero minimizando riesgos. Pero me da miedo el día después. Que quedemos en un estado de semi-confinamiento. Con las actividades de ocio y esparcimiento censuradas. Con imposiciones administrativas que coarten nuestra libertad. Que aprovechando que el coronavirus pasa por nuestras vidas nos metan más mordazas, nos hagan más sumisos, más pacientes, más controlados, más esclavos. Puede que no haga falta y directamente todos esos que aplauden tantísimo den una mayoría absoluta a los patrioteros que no disimulan su afán de hacer negocio con nuestras vidas. A mi no me engañan. Ni unos, ni otros.
Ya nos conocemos todos y sé que cuando esto pase en las Marchas de la dignidad, las mareas, la defensa de la sanidad pública y el sindicato alternativo nos veremos los mismos. O menos porque hayamos perdido compañeros y compañeras por el camino.
Tengo ganas de que acabe ya todo esto pero a la vez me da miedo comprobar como veraz y hasta en que grado, esta sensación de opresión que nos están metiendo.


miércoles, 1 de abril de 2020

Día 17 de confinamiento. Maratón de series, Futurama



Tras algo de más de dos semanas de confinamiento nos han servido para ver y disfrutar de Futurama, la serie de animación que el año 2000 llegaba a la Fox para presentarnos un futuro en absoluto idealizado o mejor.


En 1999 Matt Groening vendía la idea de Futurama amparado por el éxito incomparable de The Simpsons -que ya en esos años, su duodécima temporada- presentaba claros síntomas de agotamiento. Con Futurama Groening conseguía mantener el listón de diversión y humor mordaz e inteligente de las temporadas previas de la exitosa familia amarilla de Springfield, para además darle mucha mayor complejidad con tramas que iban a atacar los dogmas de la sociedad americana de cambio de milenio bajo el escenario de un año 3000 ultra moderno y deshumanizado. Se notaba el ambiente libre en el que los creadores se movían con la nueva serie y que ha sido la constante durante su vida.
La presentación de la serie es tal y como sigue: Philip J. Fry un repartidor, precario, puteado por todos y sin aspiraciones de ningún tipo, es congelado en el primer minuto del año 2000 en Nueva York despertando la nochevieja de 999 años después. Llega a un mundo confuso, futurista, en la Nueva Nueva York, donde rápidamente comienza a interactuar con humanos, mutantes, extraterrestres y robots. La tecnología lo ha ocupado todo y su arcana mente primero tiene que lidiar con los avances de mil años de ciencia y tecnificación, para después, unirse en su comportamiento con un ser humano más egoísta, más individualista, más egocéntrico, consumista y amoral. Se siente en su salsa y aunque sigue sin ser comprendido y admitido por la nueva sociedad se siente feliz y emocionado.
Cada capítulo funciona como una distopía por la parte en la que se describe y pone a prueba un aspecto o el conjunto de la sociedad. Evidentemente las referencias desde mil años hacia adelante para con la época actual otorgan grandes momentos y reflexiones.
Se ríe y llora de la ineficacia de las administraciones, de su corrupción y su fascismo indisimulado (el acierto de utilizar al personaje de Nixon es tremendo). Se presentan a las deshumanizadas multinacionales, multi-planetarias, explotadoras de las clases trabajadoras -humana o robótica-, expoliando hasta el fin cada recurso natural e inmisericorde con el medio ambiente de éste o aquel planeta si se pone en medio de su cuenta de resultados.
En el año 2000 Futurama ya nos hablaba en clave de crítica y denuncia de la obsolescencia programada, la comida basura, del calentamiento global, de la súper población. Lo hacia con humor. Con verdades puras e incontestables que aparecen gracias a la ironía y cinismo, pero también con una actitud transgresora.
Y en este caso no es recomendable seguir a la pista de la versión original porque si algo queda claro es que los dobladores en español, disfrutaron como enanos haciendo su trabajo, y con ello nos han regalado una versión pletórica, divertida y cachondísima. Personajes como Zoidberg y por supuesto el capitán Zapp Brannigan se guardan en la memoria por la cantidad de frases míticas que colocan durante la serie, haciéndolo con unas voces marcadísimas, plenamente reconocibles y a las que siempre asociaremos. Mi enhorabuena y agradecimiento al equipo de actores de doblaje que trabajaron en Futurama. Y en especial a José Padilla perpetrador de los más reconocibles y divertidos.
Los personajes son parte importante de la serie. Los principales Fry, Leela y Bender, el cínico, egoísta y vago robot (fantástica contradicción) llevan el peso de la serie y muestran sus traumas y convenciones mentales sin matices. Son humanos, si incluso el robot, y fallan o aciertan, esto lo menos, mientras tratan de sobrevivir a las misiones suicidas que les lanza su jefe, el profesor Farnsworth, longevo y lejano sobrino de Fry.
Pero lo fundamental son las tramas. Estas casi siempre se cierran en si mismas en cada capítulo y trufadas de referencias a la ciencia y la física, a la cultura freak y a la critica social nos enseñan los aspectos más cutres y lamentables de nuestra sociedad, dejándonos claro que no será la tecnología lo que nos salve, sino la capacidad de la humanidad para con ética, moral y sentido común construir un mundo mejor.
Siempre se ha dicho que The Simpsons predijeron este o aquel hecho. Pero en Futurama pasa lo mismo, con lo cual, la capacidad de predicción y de visionario de Groenning y los guionistas se torna antológica. Por ejemplo, Zoidberg en un capítulo se come la bandera y lo que sucede después nos recuerda lo que no hace tanto le pasó a un humorista cuando se suena los mocos con la bandera.
Hay filosofía en Futurama a paladas. El debate moral y ético despierto por Fry cuando mejora y cambia como persona gracias a unos parásitos intestinales. O al dilema sobre el veganismo y la moralidad de comer animales. Y qué me decís de la continua disertación de los robots, y en especial Bender, en cuanto a sus sentimientos, ausencia o evolución de ellos. La muerte y la vejez son descritas y trabajadas desde la cada vez más perpetua deshumanización de la sociedad. Las relaciones de pareja son constantemente puestos a prueba en particular en lo referente al futuro y a la creación de la familia con las dificultades que tenemos y en contraposición a los ideales del catolicismo en occidente (y en especial en Estados Unidos).
Ahora, vista la serie de nuevo un montón de años después, me ha gustado encontrar más guiños y referencias muchos de ellos a la subcultura de la conspiración y la dominación del mundo. Los grados de la burocracia de Hermes son idénticos a los de las logias masónicas; las conspiraciones a la ordenación y control mundial de reptilianos y clubes elitistas son sutiles pero no dejan lugar a dudas. Pazuzu, una gárgola propiedad del profesor que toma su nombre (y aspecto) del dios de los demonios del viento de las mitologías asiria, sumeria y arcadia.
Aún con todo, y como es natural, existen episodios más redondos y altibajos en el discurrir de la serie. Hay capitulos tronchantes como el de las Amazonas y el del viaje a Roswell. Y hay capítulos más sentimentales, acariciando el melodrama, como el del perro de Fry, el de su hermano o el de su propia muerte. También hay otros en los que pese a una buena dosis de humor y gags con intención de divertir y enfatizar no acaban de llegar tanto. Todo ello siempre trufado de crítica y sátira de la sociedad actual, la del año 2000 y principios, bajo el telón de un mundo futurista y plagado de razas alienígenas lo que nos descubre que el racismo, la homofobia y el machismo son lacras que se alargarán en el tiempo si no evolucionamos y empatizamos más con el diferente.


Al final, Futurama tuvo una vida relativamente corta. Cuatro temporadas en televisión y 6 años después tres directamente a DVD. Esto permitió a los creadores y desarrolladores crear un final consecuente y redondo, quizás el mejor final para una serie. Con una legión de fans incondicionales del producto, los guionistas crearon las condiciones para terminar con un giro al punto de inicio, jugando con la posteridad en la que ha quedado la obra, siempre a mano de ser recuperada y re-visionada.
Futurama es una serie de culto y hagas lo que vayas a hacer, abordarla por primera vez o recuperarla durante este confinamiento o en otro momento, estoy convencido que la vas a disfrutar y te va a trascender. ¿Y no es eso lo que busca cualquier obra cultural?


martes, 31 de marzo de 2020

Día 16 de confinamiento. Z, de Costas Gavras


 

"Cualquier parecido con hechos reales, y personas vivas o muertas, no es accidental. Es INTENCIONADO."
La frase anterior es la presentación, clara, directa y sin concesiones de Z, la película franco-argelina del cineasta griego Costas Gavras del año 1969 y que le valió entre otros premios el del jurado del Festival de Cannes y el de mejor película en lengua extranjera de los Globos de Oro.
Basada en la novela de Vassilis Vassilikos, con un guión escrito a medias entre Jorge Semprún y el propio director, y ambientada en una ciudad anónima que representa a Salónica, narra en clave ficticia el asesinato del líder demócrata Grigoris Lambrakis acaecido en 1963. La película entonces se afana en mostrar la brutalidad de los mecanismos de poder, tanto populares como administrativos, que acabarían desembocando en la sanguinaria Dictadura de los Coroneles que martirizó a Grecia durante siete años. Z, supuso para Costa-Gavras un inmenso éxito internacional, que no se ha visto cerrado en su continua filmografía durante ya más de 50 años y que tuvo como último hito en su laureado palmares el premio Donostia del festival de San Sebastián.
Acostumbrados y hartados al cine de superhéroes se hace necesaria la tarea de buscar y visionar películas que te dejen algo más, que trasciendan, al mero hecho de verlas y abran debate tanto interno como externo. Y Gavras, como Fernando León y Ken Loach, no oculta sus intenciones, ni su ideología. Trata de hacernos ver la realidad del mundo, con un prisma determinado si, pero uno en el que es fácil identificarse puesto que da voz a los oprimidos y a la clase trabajadora, además de desenmascarar y exponer en sus vergüenzas las corrupciones y fascismos.
Para Costas Gavras todo cine es político incluido al que hacía referencia antes de superheroes, porque hacer cine es hacer política, como hacer arte, cualquier tipo de arte también es política. Es lanzar un mensaje de un sentido u otro, pero con una intención de soliviantar al individuo y al colectivo en su moral y su discurso. Esas películas de palomitas, superheroes y dioses musculados que vienen a salvar al mundo también lanzan su mensaje político, concretamente, el de quédate en casa, tranquilo, consumiendo y deja que seamos los profesionales, los ricos, los que salvemos el mundo y de paso a ti también.
Sin embargo, Gavras propone que seamos nosotros mismos los que tomemos las riendas de nuestra vida, y por ende de la sociedad. Que seamos activos, revolucionarios con el estado de las cosas que se convierte cada vez en más y más opresivo. Para ello es indispensable la información, la cultura y su expresión como mensajero de ideas y también, cómo no, como transmisor de historias. Narrador de cuentos y fábulas que nos orienten. Que despierten y activen la capacidad del ser humano y sobretodo de la clase trabajadora para mejorar el mundo en el que nos toca vivir.
En una situación como la que vivimos, de confinamiento por una enfermedad, con sonoros silencios, con muchas dudas e incertidumbres pegarse a una película, o serie, o libro y poder discurrir más allá de lo evidente es un ejercicio sano y vital. Fácil hoy en día en lo técnico; a veces, imposible en la rutina que nos imponen.
Cincuenta años después Z, como todas las películas de Costas Gavras, es una cinta dinámica y atractiva. Narra con idealismo y furia las técnicas de opresión, las mentiras, la violencia ejercida desde arriba por elementos fácticos de poder (ejército y burguesía). El director lucha contra la hipocresía, la censura y la opresión, convirtiendo una película de 1969 (con los usos y dejes propios de la época) en una película atemporal. Una obra cinematográfica actual capaz de impactar y fascinar a partes iguales.
Como recomendación vean Z. Y disfruten de todas las obras que Gavras nos ha puesto delante todos estos años.


domingo, 22 de marzo de 2020

Día 8 de confinamiento. Azota el pesimismo



El Gobierno acaba de anunciar que el período de confinamiento se amplía 15 días más, llegando como parecía inevitable al 5 de abril. Ya venían voces autorizadas clamando no sólo por éste período, sino por hacer más agresivas las medidas de cierre de los principales focos (Madrid, Euskadi y La Rioja) y también el paro total de toda la actividad económica, salvo la ligada íntimamente a los cuidados y a la sanidad.
Se empiezan a convertir en tediosos los días y sobretodo en fin de semana cuando apetece por costumbre y por necesidad, salir al campo y hacer deporte al aire libre.
Las administraciones y la sociedad tratan de luchar contra el avance de esta enfermedad que por lo que sea (se necesitan y necesitarán hechos explicados por las ciencias) en el Mediterráneo está causando más estragos que los que provocó en China en su origen.
Es insostenible un confinamiento a medio gas para no herir a las clases propietarias. No es concebible que mientras se pide a la gente que se quede en su casa el país quiera seguir fabricando cosas que nada tienen que ver con la sanidad y los cuidados. Si ha cerrado el turismo, a qué esperamos a parar toda la productividad. Es que no hemos entendido la excepcionalidad que vivimos.
Ahora que los test de detección y las sanciones por saltarse el confinamiento se extienden ya llegan también estudios sobre la realidad de la curva de infectados y fallecidos (dolorosamente estamos a un mes vista de su cenit) y ya ha llegado el momento de ordenar un cierre total. Y con el la inversión para rescatar a las personas a por lo menos la misma cantidad que entre 2009 y 2013 supuso “salvar a los bancos”. Porque aquel salvamento se hizo a costa de lo que hoy necesitamos: camas, médicos, enfermeros, hospitales...


Hay quien dice que tras esta crisis del coronavirus vamos a salir muy distintos. Que habrá un cambio social. Que nuestra perspectiva será diferente. Perdonadme por sentirme pesimista pero yo no lo veo así. Me parece evidente que el individualismo, el consumismo y el ultra liberalismo no sólo no se discute, sino que se va a potenciar.
No me extraña que el capitalismo no se discuta, pero me enferma la defensa consciente e inconsciente del neoliberalismo. Y de quienes lo han ejercido destruyendo todo el estado del bienestar. De esta patraña ideológica que ha desnudado hasta los raquíticos huesos a todo el sistema social. Sanidad, educación, cuidados, servicios sociales… que han sufrido años y lustros de adelgazamiento del personal, de los recursos, de las infraestructuras. De todo lo que compone un país y de todo el armazón administrativo e institucional que favorece no sólo el bienestar de las personas, tanto como individuos, como colectividades, sino sobretodo, de la igualdad, la justicia social y la libertad. Esos “supuestos” pilares de la democracia.
Durante años y legislaturas el bipartidismo y los medios de comunicación pro sistema han apostado todo al neoliberalismo. A una teoría económica impuesta desde arriba que no se discutía y que no tenía alternativas. Bajo ella se ha desmontado la Sanidad Pública y hoy que la necesitamos y exigimos al máximo de su capacidad comprobamos con dolor que no llega a satisfacer la demanda real. Ese dolor también es convencimiento en los que llevamos años diciendo que esto no podía ser. Que estaban destrozando todo lo que tenemos en común y todo lo que son derechos para convertirlo en privilegios privatizados. De esto se hablaba el 15M. ¿No os acordáis? Por supuesto no hay ningún medio de comunicación, de intoxicación, de masas que recuerde aquellos días.
Ahora con las autoridades pidiéndonos que nos quedemos en casa el egoísmo y la idiotez se abrazan como se puede ver en cada supermercado. No quiero ni imaginar como será el día después de que termine el confinamiento. Ni la semana siguiente. El caos y la barbarie van a causar estragos en una locura de compras compulsivas de absolutamente todo. Se van a atascar las ciudades, los centros comerciales y ahí si que van a faltar bienes, muchos de ellos necesarios y básicos para muchas personas.


Y vivir en éste país no ayuda. Las dos españas se vuelven a partir la cara desde los balcones y sobretodo los medios y las redes sociales. Ahora todo son guerras a cacerolada limpia, enfrentados cuando más unidos habría que estar. Me producen profundo asco quienes se quejan del actual gobierno -que tiene sus errores, evidente, pero no lo olvidemos, todavía no ha ejercido unos presupuestos generales propios-. ¿Qué esperaban? ¿Qué prefieren? ¿A los que nos mintieron en el 11M, en el Yak42, en el accidente del Metro de Valencia, en el Prestige, los que trajeron el ébola al país?
Esa falta de responsabilidad y sobretodo de reconocimiento de lo evidente, de los datos científicos e históricos. No puede ser que no se reflexione, incluso confinados en los hogares y todo se convierta en metralla para lanzar al oponente ideológico. Es un absurdo. Me enfurece y me agota éste país.
Muchos queremos y no sólo por un capricho cambiar este modelo social y económico. Es necesario construir una sociedad más justa, equitativa y solidaria que favorezca una economía en la que no se deje a nadie atrás y se garanticen sus derechos humanos, por ende un medio ambiente con futuro y mejor. Pero eso no se va a hacer si no existe una presión social. En cambio, con nuestros cuerpos ya libres de confinamientos, pero con nuestras mentes huérfanas y encerradas en convencionalismos liberales, lo que va a venir es un sistema más autoritario. Y con él más desigualdad, más y peores crisis, más sufrimiento.


jueves, 19 de marzo de 2020

Día 5 de confinamiento. El virus de la corona


Me resulta divertido que justo cuando algo llamado coronavirus hace estallar los convencionalismos que el liberalismo, el neoliberalismo y el ultraliberalismo han impuesto a hierro y recorte en la sociedad, la corona, la Casa Real, se desmorone desde dentro hacia afuera.
El virus de la corona se tambalea ante los retrovirales de un periodismo independiente y que no le debe pleitesía -el extranjero y unos pocos ejemplos nacionales-, y de una opinión pública harta de los usos y abusos de esta gentuza y que acallábamos al mismo tiempo su mensaje manido con nuestras abolladas cacerolas.
Una vez más los silencios del Rey fueron más importantes que lo que dijo. Porque lo que dijo no valía para nada. No tiene que venir el borbón a sus 50 años y su “fantástica” preparación a decirnos lo que ya sabemos. Lo que hemos visto muchos durante toda nuestra vida y bastantes más están comprobando con cuatro días de confinamiento. Que la sanidad pública no es un lujo; es un bien supremo del estado, una columna de carga de la democracia. Y que contra más fuerte sea la sanidad pública mejor pasará todas las crisis. Justo lo contrario que nos han vendido los adalides del mercado durante tantos años.
Y también que es la clase trabajadora la que con su esfuerzo y talento mueve el país. Porque no es el dinero el motor de la economía, ni tan siquiera su gasolina. Es la gente que madruga y que trasnocha para que lleguen los productos a las tiendas; para que se mantengan limpian las estaciones y medios de transporte. Las que se empeñan en los cuidados de nuestros pequeños, mayores y de nosotros mismos.
Felipe VI habló, por lo visto, del valor del personal sanitario y movió mucho las manos para hacer ver que sólo unidos superaremos la crisis actual. Pero no se refería al coronavirus, y si al virus de la corona. Hablaba de mantenerse en el poder, sabedor que si hoy sigue en la Zarzuela no es por su mensaje, y si por el confinamiento que nos impide salir a la calle, porque si por nosotros fuera ya estaba poniendo rumbo al exilio como su bisabuelo hace 89 años. Por el contrario podía haber criticado y censurado el desmantelamiento de la Sanidad Pública que tanto tiempo la derecha ha llevado a cabo. Podía haber pedido un consenso general para cambiar la Constitución y fortalecer Sanidad y Educación en la Carta Magna. Podía haber anunciado una donación de toda la fortuna de la familia borbónica (buena parte de ella viene de corruptelas de su padre o de su cuñado) a la Sanidad Pública. Pero no lo hizo.
El Rey perdió una oportunidad de oro para explicarnos por qué no fue a las autoridades al conocer los tejemanejes de su padre. Ante el delito de encubrimiento su inmunidad puede que lo ampare ante la ley, pero no ante un pueblo cansado y hastiado de tanto latrocinio y tanta deslealtad para el país. Perdió la oportunidad para excusarse sin tratarnos como idiotas y admitir lo evidente: que conocía la naturaleza de las actividades de su padre y el origen y tamaño de una fortuna ilegal, inmoral y encima anticonstitucional.
Hoy, en un giro argumental soberbio y que no se le hubiera ocurrido al mejor guionista de House of Cards o de Breaking Bad, al Rey y su institución lo mantiene una enfermedad vírica con la que comparte una similitud en el nombre. El único apoyo con el que cuenta es el del conservadurismo más rancio, un franquismo que sabe que con la corona se pueden tambalear sus privilegios. El coronavirus pospone la apertura de un proceso para construir un nuevo país, más social, más fraterno, donde el modelo de estado territorial y el modelo de estado en su composición estarán en debate y en cambio. Pero también, junto de la mano, vendrá un cambio para fortalecer por encima de todo lo demás, y sobretodo del mercado y de la corrupción, la sanidad y los servicios públicos.
Un país, por mucho que nos quieran hacer lo contrario, no se construye poniendo banderas en los balcones. Un país se construye a base de estructuras que den igualdad de oportunidades a todos y todas sus habitantes. Una educación pública. La sanidad pública. Los servicios sociales. La seguridad. Los transportes. Hay mucho más país en una sábana de un hospital público que en las banderas gigantescas.


Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...