martes, 11 de enero de 2011

Tropa de élite


Acabo de vislumbrar por la2 ese canal de televisión generalista y de contenido público que nos ofrece una ventana diferente y atractiva en el habitual escenario del vómito que es la televisión, la película brasileña Tropa de Élite. Inspirada en una nóvela y a la vez ensayo social escrita por el sociólogo Luiz Eduardo Soares y que conto con la ayuda del que fuera guionista de la imprescindible Ciudad de Dios (2002, Fernando Meirelles). Al igual que en aquella el relato viaja a velocidad de vértigo descubriendo el lado más salvaje y desgarrador del corazón brasileño.

Son las favelas, esas barriadas de infravivienda, donde ni la ley, ni los servicios sociales llegan, donde reside gran parte del alma del pueblo carioca. Asentadas en las faldas de las montañas que rodean las grandes ciudades como Sao Paulo o Rio de Janeiro, ambas películas nos enseñan bajo la voz de un narrador omnisciente (Buscape en Ciudad de Dios y el capitán Beto Nascimiento en Tropa de Élite) la vida y la muerte en estos barrios, donde los malos son los policias corruptos, los más malos poseen armas que sólo se ven en las guerras y los buenos danzan entre la fina línea que separa la vida de la muerte, ayudados no siempre acertadamente, ni de forma ética por personajes cuya honradez y compromiso está fuera de toda duda.

En el caso de Tropa de Élite es desgarrador el ácido sentido crítico con el que guionista y director (Jose Padilha) dibujan la realidad de las favelas y la lucha, o condescendencia, entre policía y narcotraficantes. El control que estos tienen sobre la vida de las favelas y sobre las decisiones de dispensar premios o castigos es apabullante y a la vez doloroso comprobar como las élites económicas, políticas y sociales de la sociedad brasileña promueven y toleran la situación. La película tuvo grandes críticas, no por su crudeza o violencia en absoluto gratuita, sino por ser capaz de demostrar como los jóvenes adinerados brasileños financiaban las armas de los narcos, la policía se repartía las calles en juego de subastas y la política se alineaba impunemente con los narcos para conseguir los votos de toda una favela.

Deciamos que la violencia no era gratuita porque la apabullante riqueza visual de la película se basa en unas escenas de tiroteos y redadas maravillosamente rodadas, bajo esa atmósfera cálida y exhuberante que Brasil es capaz de ofrecer. Pero la violencia no se condensa únicamente en el aspecto visual, sino que también se interpone con los maravillosos diálogos entre todos los personajes o con la acertadísima banda sonora que no es más que un compendio del rock y el hip hop reivindicativo brasileño ya cansado de denunciar en sus letras las brutalidades y la corrupción en la que esta sumergida la población de las favelas, y que conjuntadas con las imágenes de la película resulta un retrato impresionante.

Pero la violencia y la cruda realidad del film se tornan memorables al evocar el personaje del capitán Beto Nascimento que vive a la vez aferrado a su sentimiento de grupo en el BOPE, el batallón de operaciones policiales especiales y el amor a su mujer embarazada. La búsqueda de un sustituto, justicia y cumplir la misión exhaltan la interpretación de Wagner Moura, simplemente sublime y perfecto en el papel y que me hace pensar que dan premios por caché más que por talento. Cada palabra escupida con vehemencia, cada gesto enrabietado con ceño fruncido es un golpe en la cara a una sociedad que deberia reaccionar para superar la dictadura que la droga tiene impuesta en la sociedad brasilera, así como un ejemplo de un hombre que no acepta el miedo o la rendición. La vehemencia y el retrato duro y filedigno hacen de Tropa de Élite una obra imprescindible y recomendable.


viernes, 7 de enero de 2011

Sin familia

Eran esos días en los que te sientes con la obligación moral y social de no olvidar. De no dejar a nadie sólo. De demostrar algo de humanidad. No fue una decisión fácil convencer a la mujer y los niños de tener que pasar la nochebuena en un sitio tan lugubre, triste y hasta decadente como es un asilo de ancianos, pero era lo menos que podía hacer ese año por sus padres. Era lo menos que podía hacer después de un año duro, de verse en paro, de no poder pagar la hipoteca, de un deshaucio y de tener que plegar velas, comerse el orgullo con papas, e implorar a los padres que les dejasen vivir en su vetusto piso de más de 40 años. El que estos accedieran a mudarse a una residencia y dejarles la vivienda a su antojo fue un detalle que díficilmente se puede devolver o demostrar agradecimiento cuando la vida se les escapa entre los dedos o cuando la economía, o mejor dicho su falta, imposibilita la imaginación.

Fue un paseo en coche agradable. Prácticamente había anochecido y del mismo modo se dispersaron los grupos de gentes artificialmente felices. Es una noche para la familia. No se creían lo complicado que fue aparcar. Ni dentro de la residencia, ni en la carretera que conducía al pueblo, amplia y a ambos lados había un hueco libre. Monovolumenes, todoterrenos, familiares, berlinas de gama media, alta... Todo ocupado. Se apagaron las luces y eran los primeros de la fila, o mejor dicho los últimos. Les quedaba una caminata hasta la residencia de casi 10 minutos, cuando habían tardado lo mismo en el trayecto en coche. Hubo suerte de que no llovía y el frío, era escaso por ese cambio climático del que hablan de vez en cuando en los telediarios.

Cruzaron el umbral automático de la puerta tras el paseo y se agradecia la calefacción. Preguntaron por sus padres, don José y Aurora, y 3 minutos después la abuela se deshacía en lágrimas con sus nietos. El rigor de la vida les había tratado bien por fuera, pero por dentro la cosa era distinta. Al padre le costaba hilvanar 5 o 6 palabras seguidas, por ese vicio tan perseguido ahora como de moda hace unas décadas. Su ritmo iba a pilas, y a veces el deambular hacia el baño era un viaje doloroso por la bombona de oxigeno o el fallo del riñón. Con la abuela era díficil distinguir cuando se ponía nerviosa o cuando recibía un ataque del parkinson, por desgracia cada vez, más comunes. Pero lo increíble era la sonrisa que les había quedado por tener a los suyos, su hijo único, su yerna única, sus únicos nietos.

La misma escena se repetía por todo el salón de actos y comedor de la residencia. Familias de 3 y hasta 4 generaciones encontrándose, conociéndose, quedando bien. Regalos y caricias. Sorpresas, risas y alguna que otra lágrima. Pensándolo bien debe ser lo único bueno, y no comercializado, de la navidad. Pensándolo mejor aún, ¿por qué esa escena no se repetía más veces durante el año?

Lo peor es que iba llegando todo a su fin. Las horas pasaban y cada vez más cabezas de familia miraban su reloj. Se hacía la hora para reunirse con el otro lado de la familia o con amigos más plausibles a la gracia, la carcajada, sin ese tono lastimero tan propio de los que ya vieron pasar sus mejores momentos; en la propia, en otras casas, quizás en un restaurante. Dudo que quisieran ver el mensaje del Rey; esperaban compartir una cerveza o una copa de vino con otra persona, por lo que nuestros mayores, los suyos, sus padres y abuelos, iban a quedarse otra vez sólos. Tendrían que ventilarse la cena de nochebuena y unos pocos turrones, con unas muchas pastillas, ellos solos con los pocos cuidadores que han quedado, aunque curiosamente más que los que habrá el día de nochevieja.

Las despedidas iban aumentando en número. Con intensidad se ponían fin a abrazos interminables que desprendían un halo a último irrespirable. Iban marchando los peques algunos con regalos, otros con una paga, valiente esfuerzo de pensiones años sudadas y sufridas y que ahora apenas cubren gastos. Los adultos también salían con alguna que otra muestra de nostalgia y cariño, pero con una inhumana sensación de compromiso cumplido. Le parecía tan irritante y a la vez sorprendente. Qué injusticia no pasar esta noche aquí, o llevarse a casa a los abuelos. Qué menos que cenar con ellos. Pero ellos eran los únicos.

A las 9, en un horario tardío para lo que allí se destila, comenzaron a dar las cenas en la residencia. Eran un día especial, y también lo era aquel menú. Una sabrosa sopa de pescado, y unos entremeses abrieron boca para acabar degustando unos insípidos filetes de pescado o pollo a elección, para acabar con fruta y un corte de helado de nata y otro de tarta. Todo ello acompañado de agua o zumos, por lo que regar la comida con vino fue igual de díficil que conseguí un café para depués de la cena. Suerte, que los asistentes de la residencia encontraron el gesto de esta familia grande, sorprendente y digno, y no pararon de ofrecer toda su modesta comodidad y cordialidad a esta familia, tratando de reconpensarles por un gesto tan excepcional como normal debería de ser.

Las palabras y las risas de la mesa en la que estaban era una desconcertante sensación, en un comedor que a la tristeza habitual le añadía por un lado la soledad de estas fechas y la envidia de no sentirse tan querido por la familia. Aún así con los niños todos los ancianos de la residencia se deshacían. También sus padres a los que les valoraban un gesto de grandeza absoluto; y por supuesto, los abuelos, que recibían los saludos de sus "vecinos y amigos" y la enhorabuena por los afortunados que eran, porque aunque sólos, su soledad se aplacaba en ese día.

En lo excepcional y lo inaúdito quedo la noche. La despedida fue como siempre amarga, pero a ellos protagonistas de esa Navidad por tener memoria y reconocimiento a nuestros mayores se guardo una dosis de respeto y gratitud.

La salida del asilo fue vibrante. Las risas de los niños se oían a lo lejos, pese a convivir con la sopresa de los padres. -¡Esperaba que se quedarán con sus mayores!, dijo ella con aire de resignación y un nudo en la garganta.-Yo tampoco lo esperaba. No sé donde queda la humanidad cuando dejamos a nuestros padres sólos este día.

Las multicolores y centellantes luces de navidad del pueblo se veían a lo lejos. En el aparcamiento sólo había 8 coches, todos ellos bajo el porche del reserado para trabajadores. Las otras 40 plazas estaban libres. Desiertos estaban los árcenes de la carretera hasta su pequeño utilitario. Otros 10 minutos de paseo en la oscuridad, el frío y la soledad.

viernes, 31 de diciembre de 2010

Se acabo el 2010: Feliz 2011

Termino el año 2010. Año de múltiples cambios, sensaciones encontradas, de conocerme y conocer todo lo que me rodea mucho más. Kilómetros y horas de vacio. Muchas lagrimas y dolores, pero también muchas risas, ensoñaciones, momentos para no olvidar jamás, recuerdos imborrables. Cualquiera que me conozca o que se haya hecho habitual a este reducto blogueril sabrá que es lo que quisiera cambiar, pero como no se puede hacer no toca más que esbozar una sonrisa al buen recuerdo y al dolor.

Llega el 2011 y espero que todos tengamos más alegrías que penas; que toda busqueda tenga el final deseado, compartido con sidra y sonrisas como esta noche. Trabajo, dinero, amor para todos y todas, y sobretodo salud. Tiempo y ganas para disfrutar de todo lo que nos rodea, y también para mejorar el mundo en el que vivimos, el entorno en el que estamos. Nuestro barrio, pueblo o ciudad nos necesitan. La sociedad y el sistema van a cambiar este año, es el momento de hacer algo para paliar y erradicar el dolor de nuestro planeta, de ser más justos, sinceros y honrados. Qué sea el año en el que borramos la hipocresía, la corrupción, el robo, el hambre, las guerras... Que sea el año que todos soñamos.

¡¡¡Feliz 2011 y que sea mucho mejor que el 2010!!!

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Les queremos atontados




No ha sido hoy un buen día para la información, la crítica, la cultura y ya de forma más amplia la democracia. Resulta que en este país, en el que ya he afirmado ultimamente en alguna ocasión que mientras en Europa los jovenes y clases medias se preparan y se revolucionan aquí celebramos botellones, la diversidad periodística ha dado un paso atrás. Por avatares el capitalismo, la derecha, la retrógrada informativa y la neoliberal han cerrado el canal CNN+ y lo han sustituido por más mierda para el cerebro: Gran Hermano las 24 horas del día. Cambiamos a los periodistas capaces y comprometidos por la deriva denigrante y escatológica de la especie humana que conduce la Mila, quien por cierto cada día se asemeja más a ese Krusty el payaso jugando con una beteria de coche y un escorpión en búsqueda de la eterna y total audiencia. Aborregada, pero audiencia al fin y al cabo.

¿Es usted inteligente? ¿Tiene el más mínimo sentido común, capacidad crítica o discernimiento? Mal, amigo mío, muy mal. Es usted una rara avis, un apestado, alguien que estorba a los mecanismos del poder y la suave dialéctica del progreso. Le preferimos atontado, observando la pantalla con una de nuestras cenas precocinadas sobre las rodillas.

No nos gustan los listillos. Llevamos más de un siglo medrando despacio, en la sombra, readaptándonos con cada cambio social, extendiendo nuestros tentáculos para acabar con los que son como usted. Fabricamos la idea de la democracia moderna para ocultar el auténtico dominio que nosotros, las grandes empresas, tenemos sobre usted. Les hacemos pasar cada cuatro años por las urnas para alimentar esa fantasía. Creamos y deshacemos los ciclos económicos. En las épocas de prosperidad crecemos saludablemente, y en las de crisis nos inflamos como sanguijuelas a punto de estallar.

Sí, competimos a muerte entre nosotros pero somos ferozmente corporativistas cuando alguien amenaza los mecanismos de nuestro poder. Ministros y gobiernos no son más que asalariados temporeros, instrumentos con los que ejecutar nuestros intereses inmediatos. Les hacemos invadir países para quedarnos con sus recursos o crear leyes opresivas que aseguren nuestros privilegios. Aún se nos escapan algunos reductos de poder. Internet, por ejemplo, es un lugar donde las hormiguitas se juntan para roer nuestros cimientos, pero están muy lejos aún de causarnos auténtico daño. Mientras, nosotros seguimos la batalla por su atontamiento. Ayer apagamos un molesto canal de noticias y lo sustituimos por un confortable Gran Hermano 24 horas . A veces nos gusta subrayar la ironía con metáforas orwellianas, pero claro, al mismo tiempo esperamos que no tenga capacidad de comprenderlas. Y ahora relájese y vuelva a encender la tele, por favor.

Se reduce así por una decisión empresarial el espectro ideológico en la TDT. Por un lado una pléyade de canales rancios, católicos, extremistas y fascistas herencia de las licencias sacadas por Aznarin y sus amigotes, de la que los ejemplos más vergonzosos son las teles públicas de Madrid y Valencia. Luego un canal, de momento y hasta que vuelva los neocons al poder, igualitario y que disfraza bien poco la realidad, RTVE. Y a la izquierda, Gran Hermano. Esa es la realidad. Nos cambian una frecuencia de televisión, información y periodismo de calidad, poliédrico y aglutinador por una remesa de las más vil telebasura. Se acabo el único espacio para el debate desde el progresisimo, y dejamos de lado los reportajes de investigación sobre la realidad del planeta para ver la realidad de 12, 14 o los que sean chulos, putas, yonkis, niñatos y niñatas vomitando eso que llaman lenguaje todo el santo día, dando voces en cualquier momento. A al calle se van cnatidad de periodistas y redactores de varias generaciones sobrados de vocación, talento y capacidad para llevar un canal y una forma de pensar y hacer Tv informativa, necesarias para la salud democrática de un país. Lo dicho, un día muy triste.

lunes, 27 de diciembre de 2010

En el mar de las sabanas

Hay días y noches más o menos especiales. Sobretodo noches raras y complejas en las que la oscuridad de la habitación se llena de recuerdos y la almohada de incipientes lágrimas porque no es tan fácil olvidar. Tantas son las sensaciones encontradas, el lamento por lo pérdido que me llego a bloquear. Noches de insomnio tan dolorosas como las mañanas o las tardes de ausencia en presencia. Momentos de evasión, en los que tropiezo y caigo en el baúl de los recuerdos.

Me atosigan las sabanas como lo hace tu recuerdo. Me acosan las palabras, las solicitudes y exigencias de los que me rodean, al igual que me sucede con los besos no dados, sembrados en la autopista; alejados muchos kilómetros tan cercanos y tan tiernos que se me sigue erizando la piel cuando los añoro, los recuerdo, o los pido.

Quise tiempo para reordenarme, y lo transforme en un sentimiento de revancha, vacío y sin sentido que me ha demostrado lo débil que soy, lo que me queda por recorrer. Esas noches prohibidas en el paraíso no quiero que sean olvidadas. Se las echa de menos, tanto como salvajes son las heridas que las ganas por revivirlas afloran en mis manos y mi corazón. Pero aquí estoy sin evitar querer recordarte y recordarlo, añorar cada segundo, y suspirar por los que han quedado desiertos de una mirada, una sonrisa, de la suavidad de esa piel gaditana. No es lo que merecimos, pero es lo que tenemos.

Hay días que al amanecer. En otros es al anochecer. Pero todos y cada uno de los días me embarga la emoción; tu recuerdo me roba la realidad para vivir y no morir; Me convenzo de la imposibilidad, de lo supuestamente idóneo, me disfrazo de derrotado, de convencido, pero no son más que vanos engaños de una certeza irremediable. De esa nostalgia que me abriga en las noches o en los fríos atardeceres a los que me vuelvo a acostumbrar en soledad. Son esos pasos caminados sin la compañía que quise eterna; momentos de mirar sin ver mi realidad con las pupilas fijadas en un destino y futuros rotos. Palabras, besos y abrazos que no nacerán, como tampoco lo harán aquellas costumbres tan nuestras de placer, calor y amor. Este recuerdo tiene ocasiones en las que me ahoga y aprisona, corta mis alas y entierra el sueño que tuve de ser eterno junto a ti.

Es la realidad y el momento lo que me tortura. Y aunque poco a poco y con lucha voy buscando el camino para continuar no puedo dejar de recordarte el segundo antes de dormir. A veces ese segundo creo que dura una hora o dos, y otras veces te mantienes presa en mi mente y atacas en sueños. Sueños de la que has sido la protagonista y que ahora te tienen como un recuerdo vivo y puro de lo que quiero en mi vida.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Están entre nosotros

Estas fechas de paz, amor, recogimiento y espiritualidad me han recordado a un breve texto que Charles Stross publicó hace unos pocos días en su blog. No me puedo resistir a traducirlo:

“Votar no cambia nada — los políticos siempre ganan”. No siempre ha sido así, pero últimamente estoy oyendo mucho variaciones de esta frase, y no sólo en el Reino Unido.

¿Por qué nos sentimos tan políticamente impotentes? ¿Por qué se está yendo el mundo al infierno de forma tan obvia? ¿Por qué nadie puede arreglarlo?

Aquí está mi (admito que caprichosa) hipótesis de trabajo…

La podredumbre se implantó en el siglo 19, cuando el sistema legal estadounidense comenzó a reconocer a las corporaciones como personas de facto. Pasamos rápido el colapso del ancien regime y entramos en el colonialismo de segunda generación: una vez que los Estados Unidos de América recogieron el manto de la hegemonía mundial del quebrado imperio británico en 1945, exportaron de forma natural su modelo corporativo mundialmente, y el músculo diplomático (y militar) de los Estados Unidos se usó para promover acceso a los mercados en nombre de las corporaciones estadounidenses.

Las corporaciones no comparten nuestras prioridades. Son organismos colmena construidos por abundantes trabajadores que se unen o dejan el colectivo: aquellos que eligen participar en él subordinan sus objetivos a los del colectivo, que persigue los tres objetivos corporativos de crecimiento, rentabilidad y elusión del dolor (las fuentes de dolor que un organismo corporativo busca evitar son las demandas, las acciones judiciales y las caídas en el valor de las acciones.)

Las corporaciones tienen una esperanza de vida de unos 30 años, pero son potencialmente inmortales; viven únicamente en el presente, teniendo poca consideración por el pasado o (gracias a las regulaciones sobre la contabilidad a corto plazo) o el futuro lejano: y generalmente exhiben una sociopática falta de empatía.

Colectivamente, los grupos corporativos presionan las negociaciones de tratados de comercio internacional para obtener condiciones más propicias para perseguir sus tres objetivos. Intimidan a legisladores individuales a través de canales públicos (con la amenaza siempre presente de una cobertura desfavorable en los medios) y encubiertos (donaciones a las campañas electorales). Los acuerdos generales sobre los aranceles y el comercio, y subsiguientes tratados que definen nuevos dominios de propiedad, una vez implementados en forma de leyes, definen el clima macroeconómico: los políticos nacionales, por lo tanto, no controlan ya sus economías domésticas.

Las corporaciones, al no ser humanas, carecen de lealtad patriótica; con el régimen actual de libre mercado son libres para moverse a cualquier lugar en el que los impuestos y los salarios son bajos y los beneficios altos. Hemos visto esto recientemente en Irlanda, donde, a pesar de unos brutales presupuestos de austeridad, los impuestos sobre las empresas no se subirán, no sea que las multinacionales deserten en busca de climas más cálidos.

Durante un tiempo, el sistema comunista contuvo todo esto al ofrecer un paradigma rival, aunque imperfecto, de cómo podríamos vivir: pero con el colapso de la URSS en 1991 –y la adopción del corporativismo estatal en China como motor de desarrollo– la oposición a gran escala al sistema corporativo se atrofió.

Ahora estamos viviendo en un estado global que ha sido estructurado para el beneficio de unas entidades no humanas con unos objetivos no humanos. Tienen un enorme alcance mediático que utilizan para distraer la atención de las amenazas a su propia supervivencia. También tienen una enorme habilidad para aguantar la lucha contra la participación pública, excepto en las circunstancias muy limitadas en las que esta acción está prohibida. Los humanos individuales son absorbidos por estas entidades (se puede vivir muy bien como director de empresa o como político, siempre y cuando no muerdas la mano que te da de comer) o aplastados si se intentan resistir.

Resumiendo: estamos viviendo las secuelas de una invasión alienígena.

Extraído de Las penas del Agente Smith.

¿Dónde está quedando la democracia? ¿Tan doblada nos la han metido? ¿No hay poder en la ciudadanía?. No cabe duda de que algo en los cerebros y conciencias de la población corriente y moliente, se esta gestando. Todavía no me atrevo a decir o afirmar que la capacidad crítica o la conciencia de clase han renacido. No, todavía es pronto, o quizás si. Lo indudable es que la capacidad de aguante del trabajador ya no da más de si.

Ni los falsos espejismos de progreso, lujo y felicidad que vende la continua publicidad nos mantiene alejados de la cruda realidad. La pobreza aumenta en las clases bajas y medias, denigrándose las ya duras condiciones de unos y presentando un doloroso mundo, díficil de explicar y al que acostumbrarse para mucha gente. Empiezan a oírse las voces cada vez más altas, cada vez más unidas, pero siguen los oídos sordos. Nuestros dirigentes, se mantienen en sus bancadas por nuestros votos y cobrando no sólo de nuestros impuestos, sino también de las viandas de banqueros y empresarios que siguen ensuciando la política y sus estancias para maximizar sus beneficios. La voz del pueblo no se escucha, y si la de los ricos y grupos fácticos de poder.

La Revolución está moviéndose y es latente en Europa. Hace dos semanas el lunes hubo manifestaciones en Grecia y Francia por los recortes sociales y la degradación de los sistemas de pensiones, el martes fue el Reino Unido en el que los jóvenes se echaron a la calle contra la reforma que prohibia el acceso a la Universidad a las clases bajas. El miércoles en Italia, la juventud se ha cansado ya del enésimo desplante fascista y mafioso de su cúpula política; El jueves en España se celebro un macro-botellón en una ciudad unviersitaria.

No podemos seguir mirando para otro lado como si no fuera con nosotros o como si no pudiéramos cambiarlo. Sí qué se puede. Y somos los jóvenes los que estamos luchando por un futuro y una vida, y a los que nos ponen el yugo para vivir como perros obreros, en peores condiciones que nuestros padres. Y no puede ser. Basta Ya. Es la hora de rebelarse.

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...