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lunes, 20 de enero de 2025

Abandonando Twitter


 

Hoy es lunes 20 de enero de 2025 y es el día elegido por una parte significativa de la comunidad en Twitter para abandonar esta red social. Millones de usuarios llevan eliminando sus perfiles y migrando sus contenidos y comunidades desde hace meses. Miles de asociaciones cívicas lo están anunciando en los últimos días. Y hoy es el día clave.

La fecha no es casual. Hoy Donald Trump vuelve a ser presidente de Estados Unidos, y lo hace acompañado por Elon Musk, dueño de Twitter que reubatizó como “X” tras comprar la red social por 44.000 millones de dólares en 2022. Trump y sus secuaces parecen mucho más peligrosos, descerebrados, intransigentes y ultras para la paz mundial, la estabilidad social y la salud medioambiental del planeta que como se presentó hace 8 años, o hace 4 en el Asalto al Capitolio.

Las razones de la compra de Twitter por parte de Elon Musk no fueron empresariales. No estaba planteada para ganar más dinero. No inmediatamente. Se trataba de controlar el mayor zoco de opinión y participación colectiva del mundo, y desde él verter informaciones falsas, bulos y construir artificialmente un estado socio-político afín a los intereses de Trump y del fascismo. Y ahora con el mangante (no hay errata) ya re-instalado en la Casa Blanca, Musk y el resto de la cúspide de la élite de la élite, pasaran a cobrar y lucrarse mucho más del lamentable estado de las cosas.

Por ello se hacia necesaria una respuesta de la comunidad ante esta deriva. Lo primero es imperecedero reconocer que ante lo que se presenta como una red social, lo que realmente se trata es de una entelequia. Porque no hay red. La red, por definición, implica la existencia de una serie de nudos (nodos en terminología informática) iguales, en acceso y posibilidades. En que estos nodos se comuniquen de igual a igual, fluyendo la información en cualquier dirección. Y eso no existe desde el momento en el que pagando se consigue más visibilidad e impacto que quien no paga. Y ocurre aunque el contenido sea de más calidad. La información a penas ya no puede venir desde al lado o desde abajo; la que llega desde arriba apaga cualquier otra opinión o información.

Pero es que tampoco son sociales. Serán digitales, publicitarias o corporativas, pero no pueden ser sociales, porque los usuarios apenas tienen control sobre lo que se expone ante ellos, y mucho menos de lo que dejan tras su paso.

Y hay que cuidarse mucho y ser muy consciente de dónde se está participando como usuario a la hora de querer informarse. La novedad y fortaleza del twitter primigenio era la posibilidad de seguir los canales y cuentas que tu quieres. Modular la información que recibes, obteniendo la voz de los que no tienen voz o no reciben la atención necesaria y justa desde los medios de comunicación convencionales pertenecientes a emporios empresariales. La idea es completar la información y obtener contextos nítidos y certeros sobre el estado de las cosas. Esto era algo básico y que permitió flujos de información en todas las direcciones fomentando un activismo que consiguió muchas cosas. Sólo hay que recordar lo que estábamos haciendo en este país hasta 2016.

El riesgo en origen era construirse un paraíso artificial de voces que confirman nuestras opiniones e ideas. Burbujas estancas, libres de patógenos e interferencias. “Cámaras de eco” las llaman los profesionales de la psicología y medios de comunicación, donde el debate ideológico es inexistente y se pasa a la defensa de trinchera o fondo de estadio de fútbol, donde el zasca ingenioso y el insulto más aberrante bailan pegados para enfangar cualquier debate. Pero de alguna manera, combinando con la información mainstrean de los medios de comunicación de masas se podía uno construir un relato propio verídico y con un contexto certero. Por ejemplo, yo sabía y sé que Al Saad era un cabrón, pero que el pueblo sirio vivía mucho mejor, que como lo va a hacer bajo el yugo de unos islamistas radicales aupados por Occidente. Y así con todo.


La deriva de la red social Twitter es insoportable. Lo que hace casi 15 años nos sirvió a muchos para conectarnos, aprender y participar, hoy en día es un lodazal nauseabundo donde se ha perdido el respeto, la educación y hasta el más mínimo saber estar. Los ultras, sabedores que el algoritmo premia sus barrabasadas y que la moderación es o inexistente o les es favorable, intoxican cada conato de debate, manipulan hechos y crean polémicas de donde no las hay, absolutamente artificiales, y que impiden de facto poder hablar, y dedicarse, a los problemas de verdad y a cosas más placenteras. El odio hoy lo inunda todo y la manipulación ha crecido sin cesar, incluso antes de la llegada y el abuso execrable de la Inteligencia Artificial. Manoseando la libertad de expresión Twitter y las otras redes del capitalismo de Silicon Valley, permiten que el que más grite, el más ruidoso, el más violento se imponga y se oiga más que las posiciones más cordiales, moderadas y educadas. Y si el que más grita y más violento es, es además, el que más paga, el lodazal impide una participación en estas redes sociales de forma saludable.

La propia dirección ha lanzado y promovido la profusión de cuentas fake o bots que literalmente amañan los temas de interés en la red, alterando de esa manera los estados de opinión en el mundo digital, pero con claras reminiscencias a la vida política y social del mundo real. La manipulación de procesos electorales es tan evidente, como lo es el silencio de quienes piden las actas cuando no salen las cosas como quieren, pero que callan ante el manoseo del voto.

En general, las desconfianza ha crecido a la par que desaparecía la moderación y el control, ya no sólo por parte de la dirección técnica y de negocio de los propietarios de la red, sino incluso, del propio usuario. La bajada en la calidad de la aplicación es incuestionable tanto en los sistemas de búsqueda, como en los algoritmos que ofrecían recomendaciones, hasta el punto de convertirlos en absolutamente prescindibles y hasta evitables.

La información es interesada, caótica, ruidosa y provoca distorsión. Sirve como acicate para crear estados de malestar fundados en el odio al diferente que tenemos al lado. Promueve el individualismo más atroz, el machismo más trasnochado, dejando a las mujeres como objetos de uso y disfrute del hombre. El racismo y la xenobofia, y sobretodo la aporafobia hacen que el odio sea la vitamina que nutre cada día esta red social.

Como guinda del pastel, la publicidad, que ya venía creciendo poco a poco en Twitter, se ha disparado bajo el dominio de Musk, y ni siquiera configurar la privacidad evita el asalto constante de los anuncios que interrumpen la linea de tiempo, e incluso de los hilos que eran lo más enriquecedor de entrar en twitter.

Todos los usuarios llevamos tiempo instalados en la dicotomía de si abandonar twitter, o si seguir. Pensando en dirigirse a espacios virtuales más amables, incluido el “dejar” las redes sociales e internet, o si seguir para dar batalla a los imbéciles, a la ignominia y el fango. En continuar participando, es decir, subiendo nuestros contenidos, nuestras aportaciones y nuestros datos, para que la aplicación haga negocio, sin derecho siquiera a la réplica, y haciendo que nuestra propia conciencia y valores se vayan más abajo con cada anuncio nuevo que te bombardea.

Hay quien dice que con Twitter, y con las redes que usemos en un futuro, no deberíamos cometer el mismo error que se cometió con Facebook que ya se abandonó en masa hacia 2012-2013 por millones de usuarios progresistas y normales, quedando como campo libre para que los ultras y sectarios desplegaran su odio a raudales. Las victorias de Trump en 2016 o el propio Brexit bebieron mucho de esa fuente. El riesgo de que se repita la historia es alto, pero también llega un momento en que como ciudadanos es preciso distinguir dónde, cómo y por qué quieres dar batalla.

¿Quieres quedarte en un lugar donde el odio es favorecido y el anti-fascismo vilipendiado? ¿Vas a poder articular un activismo o una comunidad que permita plantear alternativas en el mundo real al fascismo y el capitalismo ultra? ¿Merece la pena quedarse y trabajar para un público cautivo que si sigue ahí ya es fruto de su pereza, e incluso de su propio interes?

Por supuesto, como en todo proceso de salida quedan atrás las cosas malas, pero también las buenas. Magníficas personas que participando y trabajando han promovido contenidos e informaciones interesantes e imprescindibles. Pienso en aportaciones brillantes y necesarias en Historia, ciencia, sociología, política, pero también en dónde voy a informarme de las cosas que me interesan como el rugby, el basket femenino, el atletismo, el ciclismo, la naturaleza, la música heavy o la literatura. En las cosas que pasan en Salamanca, o en el teatro local, aquí al lado. Pero llega un momento en el que es inevitable dar este paso. Las redes tienen su propio ciclo de vida, al igual que nuestra participación en ellas, y Twitter ya hace mucho tiempo que entró en la decrepitud más deplorable.


En mi caso, voy a aguantar la cuenta en “X” unas semanas más mientras completo mi usuario de Mastodon y cree uno para blue.sky que me permita conservar mi imagen en esa red ante posibles suplantaciones. Incluso es posible que en tiempo medio abandone cualquier red social incluidas las que parecen imposibles como whatsapp o youtube. Pero el hecho es que ya he puesto fecha de salida a twitter.

viernes, 29 de enero de 2021

El Asalto al Capitolio

 




El miércoles 6 de enero de 2021 ya es historia. Estados Unidos vivía en sus carnes lo que tantas veces ha provocado en otras partes del mundo para alimentar su maquinaria económica y de guerra. Un golpe de estado. Fallido o cuando menos sofocado, si, pero un golpe de estado en toda regla con el Asalto al capitolio protagonizado por las huestes del presidente saliente, Donald Trump, que no admite su derrota electoral el pasado noviembre, y que apenas un par de horas antes del asalto jaleaba a sus bases al grito de “nada nos va a parar”.

El populismo de extrema derecha ha sido una más de las señas de identidad de la presidencia de Donald Trump, postulándose como la amalgama de sentimientos y emociones que ha movilizado a una parte importante del electorado estadounidense estos últimos 6 años. No podemos olvidar el profundo personalismo de la línea política del ex presidente, como tampoco desdeñar su capacidad comunicativa tan particular, peligrosa y a la vez, tremendamente exitosa.

La violencia ha sido el aglutinador de la comunicación de Trump desde el primer momento en que apareció como outsider de la política en las primarias del partido Republicano en 2014. Bien fuera para jalear la dureza en la represión de sus seguidores sobre los manifestantes que interrumpían sus actos o marcando en la agenda ese American First, la violencia ha estado siempre presente como expresión de la rabia contenida de los desheredados de la America blanca y trabajadora, olvidada en el devenir del capitalismo ultraliberal y que tan bien ha sabido manejar Trump estos años.

La pandemia del coronavirus con la negación de su existencia y la infravaloración de sus consecuencias en el bienestar del país supuso el primer golpe duro a las posibilidades de reelección de Trump. Ya entonces el fantasma de la manipulación electoral para arrebatarle la Casa Blanca se convirtió en el mantra que cerraba todas las críticas. No importaba para el equipo del presidente, ni para él mismo, desprestigiar su propio sistema político, la democracia estadounidense, tan expuesta como ejemplo por la élite.

Las huestes de la izquierda en Estados Unidos ya estaban movilizadas ante la reelección de un mandatario que ha mantenido secuestrada la acción política de las cámaras de representantes. El presidencialismo no era nuevo en la política americana, ni mucho menos, pero si que lo han sido las acciones impulsivas de un presidente que no ha dejado de mirar a sus negocios particulares y sobretodo a sus problemas con la justicia y la hacienda estadounidense.

La violencia policial contra las minorías con un nuevo caso de brutalidad policial frente a la población afroamericana fue la espoleta que despertó la conciencia de una victoria electoral. El mayor autoritarismo y la defensa a ultranza del entramado policial por parte de Trump terminó por aglutinar a toda la izquierda del país que venía seriamente lastrada por las maniobras del partido demócrata para fomentar un candidato pro-sistema (Joe Biden a la postre, nuevo presidente) frente a las corrientes socialdemócratas (Ocasio-Córtez o Bernie Sanders).

Ante la movilización de toda la izquierda (de todo el espectro desde el centro a la extrema izquierda) en común para sacar a Trump de la Casa Blanca, el partido republicano hacía suya la política comunicativa del presidente, empeñado en anunciar el fraude electoral como causa de su derrota y en complicar el voto a millones de sus compatriotas a los que anticipaba hostiles, y junto a él, el llamamiento a sus seguidores para mantenerse alerta ante lo que pudiera suceder.

Ni siquiera los datos macro económicos al alza salvaban el bagaje presidencial de Trump, ya que esta mejora en los grandes números no se ha traducido en mejoras sustanciales en el día a día de los trabajadores, en especial de la mayoría blanca desclasada su principal bastión electoral, y junto a las consecuencias de la pandemia (y la inacción federal ante el avance de contagiados y fallecidos) y el problema del racismo marcaba como complicada la reelección.

En las elecciones de noviembre ambos candidatos computaban un voto numerosísimo (ambos son los más votados en la historia del país en números absolutos) pero en el peculiar sistema americano, era Biden el que sumaba el mayor número de representantes para proclamar vencedora su candidatura.

Tras varias semanas de recuento y confirmación de los datos, con intervención directa de la presidencia y el Tribunal Supremo (de marcado acento derechista puesto que Trump se ha dedicado con empeño en plagar de correligionarios las altas instancias funcionariales del país) se confirmaba la victoria demócrata. Sirve de poco pero es necesario comentar aquí el nefasto sistema electoral americano abierto a corruptelas de todo tipo y que sólo sirve de ejemplo de cómo no se tienen que hacer las cosas.

Trump no aceptaba la derrota. Clamaba fraude electoral y robo de papeletas, urnas y mandatos de los tribunales tanto estatales como federales. Y anunciaba movilizaciones para la fecha de proclamación de la candidatura en el colegio electoral en Washington DC el 6 de enero.

Llegaron a la capital miles de fanáticos del ex presidente para marchar por la Avenida Potomac hasta la Avenida Pennsylvania haa el Congreso. Jaleados ante la Casa Blanca por el propio Trump que los llamo a la movilización animándolos hasta la lucha final. Unas horas después centenares de ultraderechistas asaltaban el Capitolio de los Estados Unidos con la intención clara no sólo de paralizar el protocolo de proclamación del Presidente y los resultados electorales, sino de ajustar las cuentas con congresistas rivales, así como “dar valentía a los republicanos para que supieran qué hacer”.

Destaca la pasividad policial (parece que no sólo es cosa de España, el fascismo instalado en las fuerzas del orden) que contrastaba con la movilización y extrema violencia con la que respondieron a las manifestaciones de junio de quienes clamaban por el fin del racismo, la xenofobia y la brutalidad policial.

El espectáculo era retransmitido por las televisiones y los teléfonos móviles de testigos y asaltantes componiendo un retrato a veces irreal, pero siempre terrorífico. Las banderas y pancartas de ultra derecha, conspiranóicos, con uniformes militares, gorras rojas y disfraces como el ya célebre de la piel y cuernos de bisonte. Estados Unidos ya tiene su desfile de camisas negras o de camisas pardas y antorchas. Una demostración de fuerza del fascismo en el país que obligó a escoltar al vicepresidente Mike Pence, que siempre había sido el más fiel colaborador de Trump y que presidía cumpliendo su misión constitucional el proceso que debía ratificar los resultados electorales. Fue necesaria la intervención de la Guardia Nacional para ir recobrando la normalidad, mientras los congresistas huían y se escondían, se decretaba el toque de queda en la capital. Trascendían las imágenes de asaltantes con los pies en la mesa de la presidenta del congreso o llevándose el atril federal como souvenir al tiempo que al ya ex-presidente le cerraban la cuenta en Twitter, algo así como ponerle un bozal.

Un asalto que violó el símbolo de la soberanía popular en Estados Unidos y que constituyó un Golpe de Estado o cuando menos un intento serio de subvertir el orden constitucional. Un paso más en la algarada ultra derechista en el país de las barras y estrellas en un devenir que viene marcado desde hace dos décadas, desde el ataque del 11S y desde que se hizo patente la decadencia del Imperio y con ella, la reacción de una oligarquía que trata de imponer su visión de país valiéndose de la movilización cada vez mayor, de sectores de población seriamente oprimidos y que han vivido y están viendo como sus condiciones de vida empeoran presidente a presidente, año a año.

En el Asalto al Capítolio se vieron muchas banderas fascistas. También muchas gorras rojas que han sido siempre símbolo de la presidencia Trump. A muchos rednecks, los obreros y granjeros blancos en torno a los 50 años o más, predominantemente del medio este que han perdido sus trabajos (y con ellos sus seguros sociales) y que han sido desde siempre un bastión electoral importante para Trump. Muchos ex-combatientes, veteranos de Afganistán e Irak que están siendo incapaces de incorporarse a la vida civil. Y también muchos fanáticos religiosos adheridos a teorías conspiranóicas y evangelistas y que llaman claramente a la revolución fundamentalista, con la intención de convertir a Estados Unidos en una república cristiana teocrática. Todo ellos armados con armas de asalto y munición de combate. De todos ellos se ha aprovechado Trump desde su incursión en las primarias republicanas componiendo una marea intolerante y muy peligrosa que es preciso erradicar ya.

El futuro de Trump debe de pasar por el juicio político y civil como instigador de un golpe de estado. Un delito de sedición y traición. El Congreso a través del Impeachment tiene las herramientas para ensombrecer el legado de Trump y sobretodo para proceder a la inhabilitación evitando así su candidatura en 2024. El objetivo también debe de ser luchar desde la democracia, desde el partidismo y desde la sociedad civil, contra este movimiento violento y fascista sin olvidar a los promotores en la sombra, los oligarcas que se ven beneficiados de la deriva ultra.

En ese sentido, el partido Republicano se encuentra ante una encrucijada muy difícil de resolver. Ir contra Trump y hacer valer el sentido de estado y un compromiso fiel y claro con la Constitución y la democracia, es a la vez ir contra unas bases electorales tremendamente movilizadas, sobretodo en estados clave como Texas o Florida, y también contra una buena parte del aparato del partido que durante estos años ha podido transformar a su gusto el ex presidente.

El nuevo presidente tiene la misión de unir al país en un momento de crisis colosal. Ante el claro declive de Estados Unidos como potencia única en un mundo unipolar le tiene que sumar la gestión de una pandemia que está dejando todavía más claro lo erróneo y falso de un sistema económico (y político asociado a él) basado en el egoísmo y el individualismo. Por si todo esto fuera poco, el reto de hacer justicia con lo acontecido el 6 de enero, recomponer el país a pie de calle y en sus instituciones y trabajar por unir a toda la ciudadanía en un futuro menos intolerante, con menos racismo y menos elitismo, lo opuesto a lo promovido por Trump y sus secuaces, una respuesta fácil y exculpatoria al capitalismo deprador. Parece imposible para un señor de 78 años y un partido, el demócrata, profundamente neoliberal (tanto o más que el republicano) cuyas bases y corrientes claman un acercamiento a lo que podríamos llamar socialdemocracia cada vez mayor.

A través del cine habíamos visto como rusos, árabes, chinos e incluso marcianos habían asaltado la Casa Blanca y el Congreso de los Estados Unidos. Lo que Hollywood no nos había mostrado era a propios compatriotas americanos franquear las barreras y correr por los pasillos, entrar en los despachos y en la cámara de la soberanía nacional, en actitud violenta y poniendo en peligro la seguridad nacional, y por ende y nuclear, la mundial. No hubo un héroe que devolviera la normalidad y el golpe de estado, costumbre yankee perpetrada como antojo en muchas democracias del mundo, quedó en susto y aviso a navegantes.

La mayor democracia del mundo lleva décadas mofándose del término, ejerciendo una oligarquía que mantiene cautiva la voluntad popular y que emplea los recursos del estado, sobretodo diplomáticos, mediáticos y militares, para hacerse cada vez más ricos. Aunque eso haya supuesto infestar el mundo de cadáveres y títeres, así como colocar la diana a todo lo que sea americano.

El sistema de partidos ha sustentado con gusto el estado de las cosas en una huída hacia adelante, relativizando hasta el absurdo de Trump, la figura del presidente, por donde han pasado actores malos, niños de papa, magnates del petróleo y figuras de marketing. El resultado ha sido convertir a Estados Unidos en esas óperas bufas que durante 50 años han ido instalando por el mundo como repúblicas bananeras.

El devenir ultra liberal está dejando el mundo hecho unos zorros y ya es hora de que construyamos desde la activación política, un sistema más humano, social y justo. Los retos son enormes empezando por esta pandemia que nos asfixia, el cambio climático que nos va a ahogar y la desigualdad económica que nos lastra y amenaza. Si no lo hacemos, nos arrasará la extrema derecha, el neo fascismo como falso populismo, como salto hacia adelante de los poderosos en su afán de ganar más y más.

Nos jugamos mucho y el Asalto al Capitolio es una muestra del dolor que pueden causar. Aquí ya estamos hartos del blanqueamiento del franquismo, de la equiparación entre extrema izquierda y extrema derecha, y de la permisividad del fascismo en las fuerzas armadas. No pasarán. No pueden pasar.

 

 

martes, 6 de junio de 2017

Un Día del Medio Ambiente sin nada que celebrar




Ayer, lunes 5 de junio se celebró el Día Mundial del Medio Ambiente y desgraciadamente no hay nada que celebrar. Tras su primer viaje internacional como Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump anunciaba que se desmarcaba de los compromisos adquiridos tras los Acuerdos de París en cuanto a la disminución en las emisiones de efecto invernadero. Cumplía así una de sus más polémicas promesas electorales basadas en atacar a la anterior administración Obama (que tampoco es que pudiéramos llamar “verde”) y mantenía su discurso de “America first” (América primero) sin importarle las consecuencias venideras para las siguientes generaciones, sean estadounidenses o no.
Al mismo tiempo, en la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, en España, se fraguaba otro brutal recorte en materia de Medio Ambiente, y lo peor de todo era, que bajo todo el ruido mediático de la corrupción, se pasaba de puntillas, y desde luego en los medios de comunicación ni se mencionaba, éste hecho.
Todavía faltan días para la entrada oficial y astronómica del verano y llevamos ya dos meses que parecen ya pleno verano. Estamos metidos en un ciclo de severas sequías en este hemisferio y de lluvias torrenciales en el sur. Las, pocas, lluvias que se suceden son de carácter torrencial; anegan los campos y las ciudades, y las canalizaciones son incapaces de evacuar causando profundos estragos (otra materia sensible que ha sufrido los irracionales recortes y las inmisericordes privatizaciones). El sector agrícola sufre estas condiciones y aumenta más si cabe, la sensación de abandono del mundo rural. Al tiempo ya aparecen los incendios forestales con mucha más vehemencia (otra vez los recortes) y muchas veces provocados por especuladores que tratan de aprovechar la infame legislación que en nada protegen nuestros bosques, sino que los dejan como recursos para las grandes empresas y para los intereses económicos del más miserable.
Tenemos crecientes evidencias de una situación estructural de crisis ecológica o ambiental, que se puede constatar en todos y cada uno de los aspectos que analicemos. Respecto al cambio climático, el gobierno continua ferviente en su lucha contra las renovables para garantizar las ganancias insultantes de las petroleras y las energéticas, lo que ha colocado al país en el último lugar de toda Europa en cuanto a reducción de emisiones totales. La calidad del aire ya empieza a considerarse como factor clave en la cantidad y gravedad de los problemas respiratorios de buena parte de la población de los entornos urbanos. Seguimos perdiendo biodiversidad y ecosistemas, muchos de ellos propios y auténticos con un remarcado carácter antropológico y del folklore. Especialmente grave es el estado de especies muy importantes en el desarrollo de la naturaleza como anfibios e insectos como las abejas por el excesivo uso de pesticidas y fertilizantes. Al tiempo muchas especies como el lobo, el lince o el oso no acaban de asegurar su supervivencia, cuando estas especies chocan con los intereses económicos de los humanos. Y mientras, por otro lado, la desidia y la inconsciencia genera nuevos problemas en los ecosistemas con la proliferación de especies invasoras o el descontrol sobre las poblaciones de algunas de las autóctonas.

Año a año seguimos batiendo récords de temperatura y el proceso de cambio climático acelera. Los polos pierden masa de hielo y ya hay zonas del norte de Europa que ni en invierno se cubren de nieve y hielo. Y mientras, el agua, tratada como un recurso inagotable en vez de un recurso finito y gestionada en base a la oferta y no bajo una gestión responsable de la demanda.
Ya hay guerras por razones climáticas. Ya está muriendo gente (de hecho, no ha dejado de hacerlo desde hace miles de años) por el acceso al agua y su potabilidad. La diversidad agraria tanto en productos, semillas, como procesos disminuye vertiginosamente mientras las grandes multinacionales acaparan todos esos recursos para especular con ellos, lo que acarrea y cada vez con mayor intensidad en crisis alimentarias. Lo que para el primer mundo es la posibilidad de ofrecer todos los productos, en cualquier época del año eliminado de por si los cultivos de temporada, en el resto del mundo supone la homogenización de cultivos que a la larga empobrece los suelos y provoca que la población reciba dietas más pobres y sea más vulnerable, aún, a las enfermedades.
Y sin embargo, ahora, con todas estas evidencias tanto científicas, sociales, como del sentido común, “nuestros dirigentes” toman decisiones y siguen políticas cerriles, dieciochescas y absolutamente irresponsables para con el medio ambiente, la biodiversidad y el cuidado de nuestro entorno.
El populismo -que contra lo que pudiera parecer no gobierna desde posiciones de izquierda, sino que lo hace por y para la derecha, los privilegiados- reniega de la razón y la protección del medio ambiente, para continuar en cambio, con mayor énfasis si cabe, en un carpe diem, en una quema de recursos que, por supuesto va a perjudicar las condiciones de vida de las generaciones futuras, pero que ya está afectando sobremanera a los que estamos aquí y ahora.
Cuando más necesitábamos responsabilidad. Razón y ciencia. Posicionamientos radicales en defensa de nuestro entorno y en la perentoria necesidad de eliminar comportamientos industriales y estratégicos de quema de combustibles fósiles. En el momento de la valentía en la adopción de medidas urgentes que cambien este turbio presente y negro futuro, llega un imbécil e irresponsable, como Trump para deslegitimar con sus actos -no se le pueden llamar políticas, porque éste sujeto se mueve por impulsos y no por razones- para sacar a su país de los, ya de por sí débiles, Acuerdos del Clima de París, abriendo la puerta a los incumplimientos y los descuelgues de otras naciones como puedan ser Rusia, China o la India.
Poco proponía sobre todo en materia de vigilancia aquellos acuerdos de 2015, pero consiguieron por contra incluir la materia medioambiental en los discursos, los debates y las preocupaciones ciudadanas. No podemos ahora dejar con lo que costó, que se derrumbe aquel trabajo de la diplomacia y el sentido común. Pese a estar en la España de Rajoy, un punto negro en cuanto a defensa del Medio Ambiente se trate bien tenemos la capacidad de cambiar estos actos y comenzar bajo el paradigma de la responsabilidad, la crítica y el consumo responsable a cambiar con nuestros actos las decisiones con las que no estamos de acuerdo.
Boicot a todo producto estadounidense, hasta que no deponga esta miserable e irracional actitud. Boicot extensible a todo aquel que no considere la ética y la responsabilidad medio ambiental, social y laboral, por encima de su extrema ganancia.
Ya que nos han preparado una partida bajo unas reglas concretas, juguemos nuestras cartas. Que su consumismo, sea también su tumba. Que nos activemos. Organicemos. Luchemos.

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...