martes, 29 de enero de 2019

La mochufa



Lo último de provecho que he hecho ha sido leer, casi mejor dicho, devorar, Los asquerosos, última novela del genial e irrepetible Santiago Lorenzo. Han sido en unas horas, tres o cuatro, que he dedicado con vehemencia, gusto, sarcástica satisfacción y orgásmico deleite a sumergirme en la pequeña Arcadia propuesta por el autor, en la que se refugia Manuel, y que su tío, como fantástico narrador, nos cuenta.
Lean este libro. Es lo único que puedo decir. Fue el mandato en Pagina2 (la imprescindible cita semanal con la lectura en la2) y en las newsletters de mis librerías favoritas (Letras Corsarias, por ejemplo) y no puedo decir más que aciertan. Y de pleno.
Los asquerosos es un libro redondo y acertado. Una lectura imprescindible en los tiempos que corren. Necesaria para descubrirla, pero también para releerla de vez en cuando con garantía de pasar un magnífico rato y como refresco de la lucidez en el análisis descarnado y certero de la sociedad capitalista actual y del estado de las cosas de #Españistan.
La acción circula a través de la narración del tío de Manuel, que nos cuenta la huida a esa España vacía (como la que retrato Sergio del Molino hace no tanto tiempo) de su sobrino Manuel, motivada por un acontecimiento trágico y trascendente. Manuel, como el Walden de Thoreau, marcha al campo, a un pueblo abandonado de nuestra patria indómita, pero no bajo una forma bucólica o idealizada, sino real y dolorosa por cómo se mueren, o se han muerto, muchos de nuestros pueblos (con todo lo que arrastran en su muerte).
Allí Manuel vivirá su vida y de paso y de propina nos redescubre a todos nosotros, empezando por él mismo, el verdadero significado de la palabra austeridad, y de lo que significa la reflexión. Y también la importancia del tiempo, como bien y como derecho humano, por encima de los bienes y las necesidades materiales, poniendo con ello en solfa las convicciones sociales relativas al trabajo, las relaciones o la trascendencia de una vida.
El momento culmen será cuando a Zarahurdiel (localidad ficticia, pero reconocible cuando viajas por esa España de carreteras secundarias) llegué la Mochufa. Es decir, el “cuñadismo” supino, la bobería continúa, los diálogos a gritos, el consumismo más visceral, la barbarie en forma de estupidez urbanita, “chaletera” y dominguera.
Tengo la sensación de que el autor, Santiago Lorenzo inventa una palabra, la Mochufa, por no llamar, o llamarnos mejor dicho, a todos y todas, gilipollas. Y además, llamárnoslo con razón. Porque todos, y no admito distinciones, cometemos los mismos pecados y la misma ausencia de auto crítica, que la Joaqui y su tropa de descerebrados. Incluso caemos en esa perdición cuanto más luchamos por evitarlo.
Ahí radica buena parte de la crítica social y política, que Santiago Lorenzo lanza en Los asquerosos. No hace prisioneros. A través de la narración del tío de Manuel nos trae un retrato crítico, para nada amable y por lo tanto necesario de nuestra sociedad. En un consumismo desaforado. En un capitalismo irracional. En una soberbia infantil. En unas relaciones personales huecas y estereotipadas. En un vivir por y para las “pantallitas”. En un país arrasado por corrupción y fascismo clerical.
Da gusto encontrar a un autor patrio, tan actual y vivaracho, dedicándose a la novela social con tintes de humor, bebiendo de la mejor tradición patria en la materia como pudieran ser los Mihura, Jardiel o Azcona, pero sin sonar a antiguo o pedante. Las profusas descripciones, tanto en los detalles, como en la verborrea adjetivada, de personas, cosas, lugares y situaciones son el vehículo perfecto para sacarnos una sonrisa, una carcajada y sobretodo reflexiones certeras sobre el estado de las cosas y el devenir de una sociedad caótica, irracional, amoral y anti natural.
Santiago Lorenzo firma una obra redonda, tanto en el estilo, como en la trama, y me atrevo a decir la primera novela que tras la estafa llamada crisis, clava el estado de nuestra sociedad y el devenir absurdo e infantiloide por el que nos deslizamos hacía abajo.
Lo dicho. Lean este libro. Lean Los asquerosos.

sábado, 26 de enero de 2019

Glass



Lo ha vuelto a hacer. Una vez más me voy a mi casa, o me levanto de la butaca, excitado, sorprendido, alucinado tras ver una película de M. Night Shyamalan. El director de origen hindú no defrauda en el que quizás sea el culmen de su carrera, y continúa y pone el listón más alto, como principal exponente del cine de suspense en la actualidad. El más digno y ferviente seguidor del gran Alfred Hitchcock. Y lo hace poniendo colofón a la trilogía de superhéroes más estimulante del cine actual.
La trilogía en sí se presentó como un giro de guión, del maestro de los giros de guión. Quizás el giro más osado y a la vez más estimulante, no sólo de su filmografía sino quizás de la historia del cine. No había noticia alguna de esta trilogía hasta el final de los títulos de crédito de la segunda de las partes, Split (en español, Múltiple), y que enlazaba por sorpresa, con la primera parte El Protegido, estrenada 19 años antes.
En Glass, Shyamalan pone al servicio de la historia y de la reacción que busca en los espectadores -sean fans irreductibles o acérrimos haters- su majestuosa pericia para la dirección, tanto técnica, como artística. Los planos proyectan la historia a través de un caleidoscopio por el que identificar a personajes. La cámara funciona como un recurso narrativo más, sucediéndose escenas de cámara al hombro, planos picados, de shooter en un videojuego tras la cabeza de uno de los protagonistas, el juego de las cámaras de seguridad,… Y el montaje destila la narración con el aderezo de la música justificada para crear sensaciones y expectativas en quienes ven la película pero también, en quien la está haciendo.
Pero es con el trabajo actoral donde destaca Glass, y ahí, brilla, tanto o más que en Split, un James McAvoy entregado a la causa. Se nota que el actor escocés ha disfrutado muchísimo metido en el personaje de Kevin y en las personalidades de este enfermo mental con trastorno de identidad disociativo (personalidad múltiple).
En un salto hacia adelante en cuanto a su interpretación en Split, Shyamalan plantea en Glass, escenas en las que se suceden las personalidades de Kevin de forma continuada, sin giro de cámara, ni fin de plano (y en ocasiones, cogiendo el foco, hasta 5 personalidades distintas) y McAvoy acepta el reto con una facilidad pasmosa. Sin caer en la caricatura, con simples movimientos de la cabeza, las manos, los ojos, la boca o el modular de la voz se pasa de una personalidad a otra, y nosotros como espectadores nos quedamos tan maravillados como a la vez hipnotizados. Lejos de la publicidad de los premios a los que películas como esta parecen ausentes -sin contar, que Shyamalan parece un proscrito para las academias-, se recordará durante mucho tiempo la interpretación que James McAvoy hace de Kevin Wendell Crumb, como una de las más grandes de la historia, para un personaje de culto, de una película -una trilogía- de culto.
Vuelven Bruce Willis en su papel de David Dunn de El Protegido, así como su hijo, interpretado por Spencer Treat Clark, que no se ha prodigado mucho los últimos 15 años. Lo hace con un papel desplazado de la acción dramática frente al impulso que toma Samuel L. Jackson como deus ex-machina de toda la historia, pero además, y sobretodo, como autor intelectual, como el cerebro detrás de la maldad.
Don Cristal (don Glass) asume todo el protagonismo mediada la película, pero no lo hace sólo. El personaje interpretado por Sarah Paulson como la doctora Ellie Staple que trata de desenmascarar los delirios de grandeza del trío protagonista gana peso, funcionando como desencadenante de las diversas sensaciones que tienen cada uno de los tres protagonistas y de las consecuentes reacciones que llevan a cabo.
Cuando hoy en día te sientas a ver una película en el cine y recibes tres y hasta cuatro trailers de películas hollywoodienses, exprimiendo los cómic, y los superhéroes (y superheroínas) da gusto ver una película que empleando el mismo tema evita los efectos especiales por ordenador para que nos fijemos principalmente en la historia.
Y así, poniendo a héroes de inteligencia, maldad, bondad o capacidades físicas extraordinarias en el mundo real, tangible y perfectamente identificable, podemos disfrutar de un mensaje evocador y a la vez provocador. Shyamalan construye finalmente su trilogía, la obra maestra de su carrera, para recordarnos que nosotros, como individuos podemos hacer más, mucho más, de lo que nuestra rutina y ritmo de vida nos impone. Y hasta aquí puedo leer.
No puedo deciros más, para animaros a que vayáis a verla y que os sorprenda, emocione y estimule como a mi ha hecho. Ver Glass. Disfrutar de la trilogía de superhéroes más brillante y mejor hecha. Sin duda alguna Glass, Split y El Protegido, las mejores películas de superhéroes jamás hechas.



miércoles, 16 de enero de 2019

Tiempo después, mil años arriba, mil años abajo



Ayer acudí al cine -que pereza me da tener que hacerlo acudiendo a un siempre detestable centro comercial- para ver Tiempo después, la última película del genio del absurdo José Luis Cuerda.
Vista la cinta a uno no le extraña los tremendos problemas que Cuerda ha tenido para hacerla. Desde finales de los 90 el veterano director ha querido filmar tal obra, encontrando la oposición frontal de las productoras del estado español. Resignado publicó a finales de 2005, como novela el guión de la película, gracias a la editorial independiente Pepitas de Calabaza. Años más tarde, un grupo de cómicos y humoristas como los chanantes, el Terrat de Buenafuente y sobretodo Arturo Valls trabajaron codo con codo para llevar adelante el proyecto, formando parte de él, no sólo como interpretes, sino también como productores y consiguiendo con gran esfuerzo sumar a un gran reparto de actores y actrices de la primera plana. Al final con todos estos ingredientes los grandes agentes de la industria o arte del cine español se sumaron a la película, imagino que deseando las ganancias económicas que tal plantel pueden reunir.
Decía hace unas líneas lo de los problemas visto el tono y el tema que Cuerda trata. La película es una crítica feroz y absoluta la modelo de sociedad actual, y lejos de seguir el juego metafórico de sus anteriores obras como Amanece que no es poco o Así en el cielo como en la tierra, se presenta de forma áspera y directa. No deja ningún estamento libre de juicio y usando el ingenio, el costumbrismo y el humor muestra las verdades y contradicciones del sistema y sus actores.
Funcionando como una distopía, Tiempo después, pasa por el filtro a la monarquía, a la autoridad en forma tanto política como policial, a la juventud a la que después dedicaré un párrafo más amplio, a las clases empobrecidas, y a toda la izquierda a la que desnuda en su falta de criterio y en su pérdida de foco con respecto a las necesidades de la clase trabajadora.
Pero sobretodo este sistema ultra liberal es puesto en solfa, con la misma presentación de la película, con unos pocos, elegidos, viviendo con todas las comodidades en un edificio-castillo frente a las hordas antes precarias, ahora paradas, malviviendo en poblados y luciendo sus andrajos que le son propios. Las propias contradicciones del capitalismo, del consumismo y la hiper-competitividad que nos impone como sociedad discurren de forma natural en las interacciones de personajes costumbristas estereotipados como pueda ser la Jefa de gabinete, un cura fascista -qué grande eres Antonio de la Torre-, la relación entre los dos barberos, el pastor y las pijas que toman el sol, o la relación jerárquica y homosexual de la pareja de guardias civiles con un Miguel Rellán, como siempre en su salsa como fetiche de Cuerda.
Todo ello a través de frases demoledoras y diálogos que se convertirán en iconos y símbolos de la insoportable necedad del hombre y la mujer del siglo XXI. El sarcasmo y la mala leche resbalan por todo el metraje atacando con acierto a todos los poderes, haciéndolo sin una posición ideológica previa, sino con la razón de la experimentación probada por el estado de las cosas. El tipo de humor, personajes y situaciones que le gustan a Cuerda y que componen su ideario de cine y de película que quería hacer.
En cuanto a la juventud probablemente sea el estamento al que más se tira al suelo -con razón- por su desidia, por su nihilismo impostado y por su actitud siempre contestataria. De las discusiones filosóficas entre el existencialismo hegeliano y el raciovitalismo ortegano se pasa a una continúa huida del conflicto y de un posicionamiento por postureo sin convicción ni análisis. En Tiempo después los jóvenes se muestran como dolorosamente estamos viendo en muchas de las luchas que empezamos para tratar de cambiar la situación, y se entiende con razón, que se llega a donde se llega por la falta de fuerza y empaque político de unas juventudes acomodadas, y lo que es peor, sin perspectivas. Afortunadamente hay personas que no cumplen este patrón, que todo hay que decirlo para evitar ofendiditos. A todo esto, gran actor en ciernes, Miguel Herrán.
Dentro de 25 años, al igual que ha pasado con Amanece que no es poco (y próximamente con Así en el cielo como en la tierra), Tiempo después se convertirá en una película de culto. Le crecerán los fans de debajo de las encinas, se harán quedadas, excursiones, grupos en facebook y quien no se declaré “Amanecista” o como diablos quieran llamarlo será bloqueado en twitter y considerado cuasi un paria social. Sin embargo, hoy tenemos criticas más o menos interesantes a considerar, lamentando la pérdida de frescura del autor con respecto a sus anteriores obras, que no tiene ni (puta) gracia, que no se entiende o que se queda a medio camino, como si supieran a dónde quería llegar José Luis Cuerda.
Pues oiga la película, ya ahora, es una película de culto. Una obra de contracultura pura, que viene a decirnos lo que no oímos en ningún otro sitio, porque no nos lo cuentan y por eso ha costado tanto sacarla adelante. Y nos pone a todos en nuestro sitio. Ambientada en 9177, mil años arriba, mil años abajo, que tampoco queremos pillarnos los dedos, Tiempo después es una película tan actual como imprescindible. Tiene humor e ironía en un mensaje que no podemos obviar.
Acostumbrados como estamos a un cine español basado en clichés y frases y chascarrillos manoseados hasta lo indigno, que nos presenten una película como Tiempo después, basada en el humor del absurdo y tan ajustada en su tiempo como crítica de la sociedad actual es una buenísima noticia que no debemos dejar de escapar.
No vayan a verla pensando en ver un remake de su idealizada Amanece, sino acuda con ganas de pasar un buen rato mientras le hacen pensar que la situación es más grave de lo que parece. La película que José Luis Cuerda quería hacer. Lo que no es poco.



En la misma línea y ya para terminar quiero dejar colgado un video de Bob Pop en el que viene a contar a través de una experiencia personal y con un tono muy amanecista lo que pasa en éste mundo:


domingo, 30 de diciembre de 2018

La igualdad guiando al pueblo


Llegan a España los ecos violentos de las protestas contra la neoliberal subida de los carburantes protagonizadas por los llamados “chalecos amarillos” en Francia. Se posicionan enfrente de Macron y su gobierno tecnócrata y ultraliberal, encontrando la complicidad de multitud de colectivos pertenecientes a la clase obrera francesa cuyas luchas sectoriales y atomizadas no encajaban en el marco reglado por la izquierda del sistema. Así durante el último mes, no sólo en París, sino en todo el estado se han producido huelgas y concentraciones que han paralizado el país.
Evidentemente los medios del capital en España no han podido silenciar tal movimiento pero han tratado de tergiversar todo lo acontecido para calmar un posible contagio revolucionario que no interesa a sus dueños. Así, las acciones de violencia provocadas por grupetos incontrolados, muchos de ellos vinculados a la extrema derecha como se ha podido ver por las imágenes que circulan por internet, han abierto los informativos, con las lamentaciones de los empresarios del transporte español que veían sus vehículos paralizados en las fronteras galas durante horas. Curiosamente los apoyos de transportistas españoles expresados en declaraciones a los medios rápidamente desaparecieron.
Aquí estamos acostumbrados a reconocer en Francia y en sus gentes la masa crítica y revolucionaria compuesta en poder social, en poder del pueblo, capaz de defender por ejemplo, con solidaridad, desde su campo y tradiciones, hasta la igualdad fiscal atacada por los tratados de comercio transnacionales. En muchas conversaciones de militantes de base de partidos de izquierdas y sindicatos, he llegado a la conclusión de que esperamos que en las calles de Francia se paralicen las agresiones que el capital vierte a la clase trabajadora europea, ante nuestra propia inoperancia, alimentada por las altas esferas de nuestras propias organizaciones supuestamente de izquierdas, pero que se encuentran empotradas en los aparatos fácticos del estado, como garantes de una falsa paz social que se sostiene únicamente por las rodillas peladas de todos las trabajadoras y trabajadores del país.
Por eso durante el último mes, hasta estas vacaciones de Navidad en la que se ha fraguado una cierta y tensa tregua he asistido emocionado y divertido a la aparentemente espontánea irrupción de una masa conjunta de individuos y colectivos que ha trastocado el orden establecido de las cosas, empezando por su propio gobierno, pero también por las otras opciones políticas y sindicales del estado francés.
Lo que está en juego ha sobrepasado con creces la causa que encendió la primera chispa de las protestas. La política neoliberal en materia de transportes y energía se veía fallida y como una patada hacia adelante que no servía para atajar los problemas de transición energética y de disposición de materias primas y productos en un mundo globalizado. Como están acostumbrados la gestión de la derecha liberal era una improvisación más para tratar de salvar el escollo, sin que limará la imagen pública de su líder Macron, símbolo de la nueva política en Europa. Hacer pagar a los transportistas con un nuevo impuesto y la subida de otros dos, la falta de discurso y de acción política en estas materias no era un atropello más, y así rápidamente auto-gestionados y organizados los chalecos amarillos (Gilets Jaunes) se lo hicieron saber.
El macronismo como gobierno ultraliberal y tecnócrata, profundamente personalista se antojaba débil en el contexto de una Europa girada hacia el eje Frankfurt-Berlín (económico-político), tras el Brexit, con una política en Francia (y también en toda Europa) polarizada en extremos con el auge de la extrema derecha y con una crisis económica y social de la que no se logra salir porque quienes llevan esa responsabilidad son los mismos y con el mismo guión que nos metieron en ella.
Macron en el escenario de colapso de las tradiciones fuerzas políticas francesas supo colocarse y auparse al poder (por lo que resulta tan idílico para Albert Rivera y los medios del capital). Pero poco tiempo después, apenas un año, ha ido perdiendo los apoyos de la burguesía provincial simbolizada en la renuncia explícita del alcalde de Lyon, o del ministro de Ecología una de las personalidades más cercanas a la izquierda alternativa. Al mismo tiempo los escándalos y las disputas internacionales con Trump usadas como cortinas de humo, aumentaban su desgaste y laminaban su imagen pública.
Preconizado por Gramsci vemos con las clases dirigentes, las clases hegemónicas pierden progresivamente la iniciativa del discurso, y lo que es más importante, la autoridad (muchas veces auto-impuesta a través de los medios de comunicación del capital) sobre las masas. Estas, como clase trabajadora, pero también atomizadas por sectores, no se sienten respaldas en los dirigentes tradicionales, y más grave aún en los que ya reconocen como continuistas de las políticas previas. Los resultados los vimos hace poco menos de un mes en Andalucía.
Así, en Francia, lo que empezó como una protesta contra el aumento de impuestos a un sector productivo concreto, encontró rápidamente el apoyo del país en su totalidad, primero porque están agotados de ser la carne de cañón del sistema, y después porque gozan de una cultura cívica y política de las más altas del mundo. Una tradición de defensa de sus intereses, verdaderamente admirable y sí, también, para envidiar.
Ni siquiera los actos vandálicos, el pillaje, las barricadas incendiadas en las avenidas turísticas de París, muchas de ellas provocadas por grupos de la extrema derecha, cuando no por infiltrados, no han laminado la fuerza de la protesta social. Lejos de ello, se han incrementado los apoyos, y las manifestaciones antes y después de los altercados han adquirido cuotas colosales en cuanto a participación, civismo y apoyo a los Gilets Jaunes.
Por primera vez en Francia, una decisión de bloqueo surgida desde abajo, que escapó a los controles del gobierno y los sindicatos, así como los partidos de izquierda y de extrema derecha, fue efectiva sin concertación previa con las autoridades municipales o sindicales del territorio. Un ejemplo de la actitud subversiva y contraria a la domesticación tan característica de las acciones rutinarias de los sindicatos o de los partidos de izquierda es el hecho de que se impusiera el 24 de noviembre una marcha en los Campos Elíseos, en un claro desafío a la prohibición explícita de las autoridades del Estado.
Esto por supuesto, no lo has visto en el telediario de Antena 3 pero ha sido la clave para que Macron reculará su propuesta inicial, lo que ya supone una victoria colosal de los promotores y la sociedad francesa; sino que además su liderazgo y el del discurso liberal en la política de la vida de las personas sufre un nuevo golpe está vez duro que hace tambalear todos los artesonados del sistema.
La gran victoria de los chalecos amarillos está en que surgiendo de la clase trabajadora, blanca, en torno a los 45-50 años y que ya sufrió los estertores de la des industrialización de los 80 y 90, ha conseguido reunir a través de un movimiento espontáneo a la total amalgama de ciudadanos franceses y francesas. No sólo París. No sólo las grandes ciudades. No sólo los transportistas. También el mundo rural. Trabajadores de los tres sectores. Profesionales acomodados con titulo universitario. Emprendedores y pequeños autónomos. Pequeño burgueses que no se sienten clase proletaria. Jubilados. Estudiantes. Un gran número de mujeres... En realidad, y como decían en un editorial del conservador diario Le Figaro, “a todos aquellos que tenían el miedo a vivir una desclasización; a perder su estatus social y los beneficios y derechos que conllevan”. Mientras que en Le Monde, indicaban el “hartazgo de las clases populares francesas que sentían no contar en las decisiones de su gobierno”.
Quién no recuerda esta declaración con lo que fue el 15M. Salvo que en aquel movimiento no se consiguió integrar a la España rural y sus reivindicaciones, duele pensar en cómo se podía haber cambiado el país en aquel momento.
Ahora en Francia a través de este movimiento revolucionario se están cuestionando todos los rigores de la V República aupada por el pactismo del partido conservador y el socialista de Miterrand, y que son defendidos con violencia por la extrema derecha del Frente Nacional.
Un bloque anti-burgués, en el que de momento aparecen pocas peticiones netamente anti-capitalistas, pero que si que piden con vehemencia un sistema más lógico, natural y humano, y que están sobrepasando por la izquierda a la Francia insumisa, y por supuesto a los sindicatos tradicionales (cuyas élites temen ser sobrepasados por las bases y se han portado en éste momento como estúpidos y egoístas traidores) y al partido socialista.
Pero lo más importante es que cuestiona la autoridad del Estado, desde el mismo momento en que Macron puso su superviviencia política en manos de la “unión nacional” apelando a los bajos sentimientos de sus conciudadanos (tradicional arma de la burguesía) en nombre de la “República en peligro” para lo que militarizo París. Sin embargo, se encontró con la respuesta de “su” pueblo saliendo a la calle, respaldando a los manifestantes y añadiendo sus reivindicaciones. Los alborotadores no aparecieron, ni en París, ni en el resto de ciudades y pueblos del estado francés, y si una ola de solidaridad obrera y cohesión social en torno a una serie de protestas por la justicia social y la dignidad de las gentes.
Pero también con una serie de reivindicaciones que van más allá de la anulación de las políticas energéticas de Macron y su cohorte neoliberal. Volver a poner el discurso en temas como el restablecimiento del impuesto sobre la fortuna, el aumento del salario mínimo o la indexación de las pensiones y los subsidios a la inflación es volver, a continuar, metidos en la lucha de clases hablando al hombre y a la mujer trabajadores, como adultos y de manera integrada como clase obrera.
Hablando así, de estos temas y en éste tono, se supera la lógica de las élites. Primero de las élites de los sindicatos y los partidos obreros tradicionales. Y después, la de las élites sociales y económicas que dictan que todo, absolutamente todo en el mundo, lo mueva el dinero.

Hay que decir y es importante no olvidarlo, que aconteció un nuevo y "oportuno" atentado terrorista en Estrasburgo durante la semana de pleno del Parlamento Europeo en plena oleada de protestas y manifestaciones por toda Francia. Saldado con 4 muertos y el asesino, "un lobo solitario", abatido tras tres días de búsqueda, y con la investigación ya cerrada. Oportuno, y sean ciertas o no, valió para alimentar las teorías de la conspiración.


Frente al derrotismo instalado en la izquierda, y llevándolo al terreno nacional, con Izquierda Unida y el PC, empotrándose en Podemos y su verticalidad pragmática y su transversatiliad programática sin trastocar las estructuras tradicionales de poder, es gratificante comprobar que hay algunos que tenemos razón, que ya la teníamos, y veíamos y vemos que a la izquierda de Podemos y todo lo que arrastra hay mucho espacio, y lo más importante muchas personas que saben que ahí es el lugar desde el que construir un mundo mejor.
España, desde luego no es Francia, y ni sus organizaciones políticas, ni sus ciudadanos tampoco. Aspiramos en generar la conciencia crítica y el sentimiento de participación en política de nuestros vecinos más pronto que tarde para conseguir imponer un modelo económico y social más justo y con mayor futuro.



vía, wikicommon.

El famoso cuadro romántico de Eugene Delàcroix, La Libertad guiando al Pueblo, conmemoraba el alzamiento revolucionario de 1830, recordando así la lucha y victorias emprendidas por el pueblo francés desde 1789, para ellos y para todo el mundo.
Hoy tenemos la foto del principio del artículo con la que encuentro semejanzas y alguna diferencia. La bandera francesa ondeada en las calles, llevada por el pueblo unido más allá de estamentos y, en pos de la igualdad y la lucha obrera, anticapitalista y revolucionaria.
Como siempre, Francia marcando el paso.

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...