lunes, 19 de mayo de 2025

Eurovision y el blanqueamiento de un genocidio


Clasificaciones finales Eurovisión 2025.

 

Parece inevitable llegado el mes de mayo no dedicarle un rato a juntar unas palabras sobre Eurovisión. Es curioso como sin considerarme, ni mucho menos, un Euro-fan o sin estar siguiendo, ni siquiera por accidente, los acontecimientos que jalonan este evento, al final consigue colarse entre los puntos de interés que humildemente uno tiene que gestionar. Y siempre lo suele hacer gracias a la principal virtud que para mi tiene el Festival de Eurovisión: La capacidad para mostrar las profundas incoherencias e hipocresías del sistema. La posibilidad de desnudar, a través de una expresión cultural, los disfraces que tapan los oscuros intereses de agentes nocivos para la sociedad, la dignidad y la paz. Parece que no, pero hace ¡¡¡17 añazos ya!!! con el Chikilicuatre, España ya se rió de todo ello.

Si siempre hay ruido y es ensordecedor, en cuanto a la elección de los candidatos y representantes de Radio Televisión Española, hay otras veces en los que la polémica salta para tratar temas más importantes como el feminismo, el estatus de los colectivos oprimidos (LGTBI, raciales o incluso de clase), y sobretodo últimamente, por el agravio cometido al permitir la participación y blanqueamiento de Israel, inmersa en una Guerra de ocupación y exterminio de la población palestina, frente al veto impuesto a Rusia por su guerra y ocupación de los territorios rusófilos deUcrania. Por cierto, aprovecho decir que a Ucrania jamás le han vetado su participación en este festival o en otros eventos culturales o deportivos, pese a su política de acoso y laminación de derechos humanos contra sus ciudadanos de izquierdas o de habla rusa en el territorio del Maiden. Como tampoco la de Hungría o Polonia por lanzar políticas extremistas de negación de derechos a los ciudadanos por su condición sexual. Que ya nos conocemos.

En esta ocasión, ha sido en la propia semana de celebración, con galas de semifinales y final, donde la polémica ha saltado.

La labor del contubernio eurovisivo para justificar y blanquear la presencia de Israel y su política de ocupación y genocidio sobre Palestina ha sido exacerbada, tratando de imponerse sobre las legítimas posiciones de gran parte del público, de muchos de los artistas y delegaciones participantes, y de varios de los propios gobiernos europeos como España, Irlanda o Noruega que ya han dado pasos firmes en el reconocimiento del estado de Palestina.

Sin embargo, la actitud de los propios organizadores, el ente supra-nacional de la Unión de radio-televisiones (públicas no olvidar este matiz) Europeas (UER), amos y señores del tinglado de Eurovisión, ha degenerado en una crítica feroz, y a la vez, en una defensa de la dignidad y de los derechos humanos. Si bien se jactan, y junto a ellos las derechas extremas y las extremas derechas europeas, y también muchos colectivos de eurofanes, de un supuesto carácter apolítico en el festival, esta vez ha quedado claro que no existe tal suposición, y que funciona para justificar lo injustificable, y mantener el negocio y ganar dinero, muy importante, a pesar de las profundas brechas que provoca en la ética y en el acervo moral de las sociedades europeas.

Durante esta semana y en el contexto del festival Israel defendía su posición. Pero no su canción y su derecho, o no, a participar en el certamen. Lo que defendía era su política genocida. Justificaba su ofensiva militar y violenta. Garantizaba su supuesta superioridad moral. Acreditaba la ocupación ilegal de territorios saltándose la legalidad internacional. Daba pretextos, en definitiva, para la matanza de civiles, sobretodo de mujeres y niños, y trataba de hacerlo ante los críticos y con el beneplácito de la Europa más fiestera y diversa.

Como respuesta, ya he comentado, tanto muchos de los artistas participantes, como algunos de los entes televisivos, reaccionaron y se activaron para denunciar el genocidio y explicar el contexto de la ocupación y si, también de la participación de Israel en este certamen musical. Por lo tanto, y como es evidente y natural y propio de sociedades complejas e interrelacionadas, Eurovisión tampoco es apolítica.

Ante todo ello, la organización del festival debía haberlo evitado. La única manera era haciendo lo que hay que hacer: El veto a países violentos y genocidas. Denunciar y prohibir que se blanqueen políticas criminales y vergonzosas. Si no lo hizo, podía haber permitido algunos derechos fundamentales como la libertad de expresión. Libertad que garantizaban para que Israel presentara y cantara una canción “New Day Will Rise”, “Un día nuevo llegará”, con una letra infame que encima venía a justiciar el sionismo más radical y la postura ultra-conservadora, violenta y supremacista posible. Sin embargo, negaban esa libertad de expresión a las televisiones y presentadores que pusieron contexto a la actuación israelí. Las amenazas de multas y sanciones son una vergüenza.

No valen más humillaciones, ni aceptar la preponderancia de la élite fascista israelí y de todos sus acólitos. Es preciso dar explicaciones y purgar estas instituciones de reaccionarios y de personas tan malvadas y horribles. No es aceptable el dinero de los patrocinadores si vienen manchados de sangre y de tanta crueldad e inmoralidad. Si lo estamos viendo, y celebrando la actitud de muchos grupos, con los macro-festivales en España, también debemos exigir lo mismo para los representantes y funcionarios públicos europeos que mantienen Eurovisión.

¿Es ético celebrar un festival de la canción con un país participante que perpetra en estos momentos crímenes contra la humanidad y contra la legalidad internacional? ¿Es justo que se garantice su libertad de expresión y a cambio se prohíba la de quienes no están de acuerdo o simplemente quieren mostrar la realidad más aséptica posible? ¿Es lícito que un evento cultural o deportivo se lleve a cabo gracias al dinero de patrocinadores involucrados en las masacres de más de 50.000 personas y más de 15.000 niños? ¿Es justificable que todo siga igual pese a que la misma semana de celebración del concurso Israel atacaba a civiles en el Sur de Palestina causando la muerte de al menos 150 personas?

Si estas preguntas no son todavía lo suficientemente incómodas quizás deberíamos añadir cómo es posible que Israel estuviera a punto de ganar el certamen, gracias a los votos de algunos jurados oficiales de los países participantes, y sobretodo a un mirada de puntos del “tele-voto popular” que no tiene ninguna garantía ni seguridad y que mediatizó el resultado final.

Por si esto no fuera poco, y aunque no soy especialmente favorable a la canción presentada por España, me queréis decir ¿qué no hubo un castigo directo al país más beligerante con la política genocida y fascista de Israel?

Por supuesto, que no toda la población de Israel (faltaría más) apoya la política del criminal de guerra de Nethanyahu y sus acólitos fascistas. Y que no celebran el genocidio y abogan por un diálogo entre culturas y religiones que garantice la paz en Israel y en Palestina. Y que si, que tienen su derecho a sentirse representados en un certamen. Pero cuando los símbolos como la bandera y la propia canción se usan para justificar esa supremacía y ese dominio no todo vale.

Cuando se habla de derechos humanos, legalidad internacional, causas de guerra o justicia no vale la equidistancia. No se puede poner uno de lado e intentar no mancharse en el charco de fango y sangre. Tampoco cuando tratamos la superioridad moral de las personas que queremos un mundo mejor, más justo, digno y ético. Frente a esto está la batalla cultural librada por quienes quieren reescribir la Historia tras la derrota del fascismo en el siglo XX. Sí, de esos que nos dicen que queremos otra historia y que no aceptamos la derrota en la Guerra Civil, pero que por la tibieza y los cortoplacismos de aquella época se toleraron gobiernos fascistas después de 1945, en Europa y en el mundo. Y ahora quieren derribar los valores y la sociedad más tolerante e inclusiva para imponer de nuevo sus reaccionarias visiones.

Un ejemplo de esto viene con la reacción al resultado final. Mientras buena parte del público habitual de Eurovisión se quedaba ojiplático con el resultado del Tele-voto, las huestes del fascismo españistaní celebraban que en esa variable, en España ganará Israel. Se atreven a defenderlo como una respuesta “democrática” al gobierno del perro y como un éxito de su capacidad de movilización. Obvian, porque no les da para más, que su apoyo a un estado genocida y que está perpetrando crímenes de lesa humanidad es injustificable, incompatible con la democracia y con los valores del siglo XXI. Por eso son reaccionarios y por eso, siempre, la derecha de este país se encuentra en el lado equivocado de la Historia. Pero es que además, y lo que es más denigrante aún, por sus ansías de poder se colocan en el lado opuesto al interés general de su propio país y a la decencia. No les da para más. Siempre digo que la gran desgracia de este país es tener una derecha, unas huestes conservadoras, tan poco patrióticas, mucho menos democráticas y tan deleznables.

Desde luego, dado lo acontecido con este festival y fundamentalmente, con lo que ocurre cada día en Gaza y en Cisjordania se hace necesario ponerse firme. Muy bien el gobierno trabajando desde la diplomacia reconociendo a Palestina y denunciando los crímenes de Israel. Pero basta ya de la doble moral capitalista de vender armas y delegar la autonomía de la propia nación porque hay dinero de por medio.

Muy bien RTVE permitiendo a sus presentadores expresar su opinión y también que contasen sin acritud el contexto de la interpretación de la canción de Israel, y después y ante la amenaza de sanciones por parte de los organizadores, proclamando su posición antes de la retransmisión (la Radio-Televisión belga fue mucho más allá y cortó la interpretación de Israel con un mensaje en pantalla y en silencio mostró su apoyo a Palestina). Pero llegado a este punto se hace necesaria una reflexión profunda si merece la pena seguir participando en este tinglado. En exigir responsabilidades y si es necesario quedarse en casa. Porque para que nos humillen al tiempo que loan a los criminales y fascistas no hace falta ir a Eurovisión.


martes, 6 de mayo de 2025

Perfumerías Avenida: Fin de temporada

 

Iyana Martín, lamentándose el domingo en la pista de Valencia Basket

Termino ya el año para Perfumerías Avenida de Salamanca. Ayer perdía en el computo de las semifinales frente a Valencia Basket, y por primera vez, en 18 años (exceptuando el año de la pandemía), Avenida no jugará la final de la Liga Femenina de Baloncesto.

Se confirmaba así el tercer año sin títulos, y se reafirmaba lo que escribía hace un mes: un equipo muy deslavazado, con la confianza muy tocada, con los roles muy difusos y sin la integración coral, ni en lo anímico y muchos menos en el juego, de todas las jugadoras en la causa.

Avenida, como eso si está en su esencia, competía muy bien la eliminatoria y quizás juntaba algunos de los mejores minutos del equipo en la temporada, en especial el otro día en Würzburg. Pero aún así, del todo insuficiente ante un Valencia Basket con una pléyade de jugadoras de máximo nivel europeo, fruto, primero de una inversión económica muy fuerte y también atinada; y segundo, de una dirección técnica muy acertada e interesada, con sus errores y omisiones, en integrar a todas.

Pero lo cierto e incuestionable es que Perfumerías Avenida va a vivir como espectador una final de Liga por primera vez desde hace casi 20 años. Con este resultado se impide el acceso a la Euroliga del año que viene, lo cual hace necesario tildar la temporada de fracaso.

Fracaso por este resultado deportivo pero también por el juego mostrado. Ha sido un dolor y un desastre ver jugar a este equipo con profundos y constantes atascos ofensivos. Incapaz de generar ventajas para sus jugadoras ya sean exteriores o interiores y donde las lagunas propias, el trabajo defensivo ajeno y las carencias de partida se han ido agudizando en vez de resolverse. Tampoco es que en defensa Perfumerías Avenida haya brillado y ciertas situaciones se han ido repitiendo durante toda la temporada para sacarle puntos a las charras.

En liga regular Avenida ha sumado 8 derrotas en 30 partidos. Hacía 19 años que no se sumaban tantas. En Euroliga el balance en 12 partidos es de 5-7 con varias derrotas por más de 20 puntos. Todo ello resultado de un juego de anotación limitada basado únicamente en el talento individual de una jugadora cuando el tiempo de posesión se agota.

Es evidente el cambio de ciclo en la Liga Femenina de Baloncesto. Estoy seguro de que en la federación española estarán muy contentas de tener a dos equipos, dos marcas ACB, compitiendo por el título de liga. Han llegado con mucho músculo, mucho dinero y el interés de dos ciudades (y sus autonomías) detrás, sobrepasando por la derecha a Avenida y Girona. Todavía no sé si el que lleguen estas estructuras al baloncesto femenino es positivo. Tengo mis dudas. De entrada y en primer término vamos a ver qué audiencia consiguen estos equipos. Sin Salamanca ahí.

Lo cierto e ineludible para nuestro club y equipo es la auto crítica. También para la masa aficionada, y la propuesta por rendir mejor. No sé si Anna Montañana cumplirá el contrato que le queda como entrenadora. Desde luego el balance es malo, no sólo en resultados, sino en satisfacción con el juego. Tampoco ha destacado por unas lecturas de partido acertadas y sobretodo, adecuadas y rápidas. Los cambios de jugadoras han funcionado como esquema cerrado retirando confianza a muchas de las jugadoras (pensemos en las 3 que abandonaron el barco en diciembre), y sobre-explotando a las de más talento que han llegado al mes de abril ya faltas de oxígeno en piernas y en cabeza. Si el año que viene no se empieza bien, tanto en resultados como en juego, la paciencia va a desaparecer y vamos a añadir muchos más problemas. Necesitamos que Montañana acierte en el banquillo y en los entrenamientos y también en la preparación, y no creo que sea positivo tener una entrenadora que también va a pasar tiempo del verano con una selección. Es mi opinión.

En cuanto a la plantilla me niego a entrar en el juego futbolero del paji-plantilleo. Son evidentes algunos nombres que suenan para llegar. Y también que las salidas van a ser numerosas. Personalmente a parte de Iyana Martín, que es la mejor noticia de largo de estos tres años para Avenida, yo me quedaba con las nacionales, ya veteranas que han demostrado que les importa este club, este equipo, esta afición y esta ciudad.

Silvia Domínguez, Andrea Vilaró y Laura Gil tienen mucho baloncesto que ofrecer, y bien dirigidas y aportando con unos roles adecuados a sus condiciones, no tengo ninguna duda de que sumarían en el equipo. Espero que se queden un año más, y se pueda construir un equipo lo suficientemente cohesionado para que puedan añadir un título más o varios, a su carrera.

¿Del resto con quién me quedaría?. Personalmente con Arica Carter. Dándole otra fuente de anotación exterior solvente se le quitaría mucha presión del peso ofensivo del equipo, y podría regular sus esfuerzos. En cuanto al juego interior a mi no me vale ninguna. Gracias pero no podemos permitirnos una temporada tan gris e intermitente de Fassoula (una debilidad personal mía, tanto en la pista como fuera de ella por lo que crea en el vestuario, pero muy condicionada por su grave lesión del año pasado,) y de Kone, sobrada para hacer estadística, pero con una IQ, una inteligencia en pista, muy limitada que minimiza hasta lo anecdótico su aportación numérica. Al resto, gracias pero no podemos permitirnos jugadoras que desaparecen, se esconden, que no le echan arrestos, que delegan en las veteranas o en Iyana.

A partir de ahí, que vengan las que tengan que venir. Tengo mis nombres por supuesto, pero considero básico una base más que permita mayor descanso a Martín, Silvia y Carter. Una tres con capacidad de anotación exterior. Y una cuatro que pueda abrir el campo y en defensa cambiar con las compañeras sin penalizaciones. Estas jugadoras son las que de verdad cuestan dinero. Luego habrá que completar la plantilla con jugadoras que sumen y participen, para lo que es básico el compromiso de la entrenadora en hacer partícipes a todas y en un reparto de roles adecuado y propio del baloncesto actual.

En cuanto al club. Lo primero de todo desear que continué la apuesta por el baloncesto femenino profesional en Salamanca y en hacer comunión dentro del paupérrimo tejido social de la ciudad. Importante fijar la Eurocup del año que viene como un objetivo, al igual que la Liga Regular, para sumar el último título que queda por conseguir en las vitrinas y para estar en la lucha por la clasificación para la Euroliga del año siguiente. Se hace fundamental el que lleguen más patrocinadores porque una “pequeña” empresa de Salamanca, a la que le agradecemos inmensamente su implicación no puede competir con la marca nº1 entre los supermercados españoles (¡hay que joderse!), y con una de las principales empresas cárnicas del país. Y estemos atentos a la llegada de otras “marcas” ACB.

Hay que trabajar en atraer más colaboradores. Empezando y de manera fundamental con el Ay-untamiento y la Junta. Se me hace evidente que llevamos varios años pagando una mala relación entre Jorge Recio y sus ex-compañeros en la alcaldía de Salamanca del PP. Recio no pudo en su tiempo de concejal de deportes devolver a Salamanca, aunque hubiera sido el hogar de Perfumerías Avenida, el pabellón Multiusos Sánchez Paraíso, secuestrado en una concesión dantesca. Pero está claro que acabaron pasando cosas que han evitado que haya una mayor implicación de las instituciones políticas en el proyecto de baloncesto femenino y deporte en Salamanca. El club más importante de Castilla y León y que está absolutamente ignorado por la Junta y sus medios afines. Muchos ya sabemos como funciona la ruin, vengativa y vende-patrias derecha de esta ciudad, provincia, región y país.

El club, y con él la afición, los medios y la ciudad, deberíamos de ir al gran objetivo: Un mejor pabellón. Si no es el Multiusos, y tampoco la Alamedilla en un espacio corto de tiempo, habrá que reformar Würzburg, que iría más allá de colocar otros asientos. Hay problemas en esta instalación con la electricidad, y con el calor que hace especialmente en abril y mayo, cuando las horas de luz achicharran la cubierta de aluminio. También son necesarias unas instalaciones más adecuadas y profesionales para el club.

En cuanto a la dirección técnica es imprescindible recuperar a Carlos Méndez, dentro de un organigrama más fluido y con separación de poderes y responsabilidades. Obviar su conocimiento del mercado es un error que no podemos permitirnos repetir tras estos años tan desilusionantes y con tantos problemas. Recuperar esta estructura, y mejorarla y ampliarla, daría también aire y tiempo a Jorge Recio y su satisfacción con todo esto, para continuar apostando por el baloncesto femenino y que entre todos, y evidentemente él y su empresa, Perfumerías Avenida, poniendo el nombre y el dinero (muy importante), podamos seguir viviendo este sueño.

Y en cuanto a la afición. Pues ahora es el momento de estar. De seguir acompañando y apoyando. De cuidar y de cuidarnos. De renovar una ilusión. Pero también de descansar, de desconectar, de no seguir intoxicando cualquier foro, o dejándose envenenar. Eso no quiere decir que no se sea exigente, porque si algo ha demostrado esta afición es saber baloncestístico, y estoy seguro que en cuanto vayan apareciendo las salidas y llegadas se percibirán dónde y por qué estarán las fortalezas y debilidades.

Es tiempo de dejar trabajar a las profesionales (seguro que buena parte ya se ha hecho). De que extraigan sus conclusiones y realicen las apuestas necesarias para que el club vuelva a construir un equipo, cohesionado entre sí y con la afición, y que todos vayamos a una.

Si me he visto en la necesidad, y el gusto, de escribir estas líneas para ordenar mis ideas, es por las ganas y la pasión por este equipo. Pero hasta esta línea. Desde aquí, hasta la temporada que viene.



viernes, 2 de mayo de 2025

Una consideración filosófica al Gran apagón


 

El lunes 28 de abril de 2025 hubo apagón. Apagón histórico. La península Ibérica y el Sur de Francia se quedaron sin energía eléctrica hacia las 12:36 del mediodía. Fueron recuperando progresivamente la energía. Por ejemplo en la provincia de Alicante no se recupero la luz en su totalidad hasta más de 12 horas después.

Es más que necesario, sino fundamental y hasta estratégico conocer qué sucedió. Por qué se produjo el apagón. Quiénes son los responsables técnicos y también políticos, y no sólo de ahora sino de antes. Tenemos derecho a saber por qué en Occidente, en plena Unión Europea, más de 60 millones de personas quedamos sin energía un lunes.

El periodista y divulgador especializado en temas energéticos Antonio Turiel ha aportado una posible explicación, válida porque ya llevaba varios meses alertando de las posibilidades de producirse un apagón como el acontecido, al desplegar las tecnologías renovables en el mix energético, y en cómo se descompensaba la red al no recibirse aportes similares por parte de las energías no renovables. Estas al ser más caras y depender de fuentes de energía exteriores estaban siendo desechadas por parte de las productoras y comercializadoras (en realidad los mismos perros) para ahorrar en el coste de producción de energía, a cambio de perder estabilidad y tensión en la red eléctrica. Una actitud deplorable que vuelve a poner la codicia de unos pocos por encima del bien común. También ha alertado de las subidas en el precio diario de la energía para los próximos días, mientras se vuelve a equilibrar el sistema.

Mientras se dirimen estas cuestiones y avanzan, o retroceden, los informes y explicaciones oficiales (y junto a ellos el insoportable y perfectamente eludible ruido de la alta política en Españistán) se vuelve otra vez necesario e inaplazable hablar de la total dependencia que tenemos como sociedad, y como individuos, de la tecnología.

Si vivimos en este paradigma de la economía de mercado sometiendo a una tibia democracia de corte liberal, en un ecosistema de relaciones internacionales competitivas tanto entre estados-nación, regiones (extra-nacionales y también intra-nacionales), empresas y compañías, grupos, colectivos e individuos. El capitalismo y la oligarquía que gobierna el mundo necesita de nuestra dócil sumisión para su propia supervivencia. Y esta sumisión se consigue de manera voluntaria gracias a la extensión del consumismo tecnológico, presentado como garantías e incluso como pilares fundamentales en la obtención de libertad, de autonomía y de seguridad que en principio disfrutamos como sociedad y a título individual.

Sin embargo, cuando se fue la luz, y sobretodo, pasadas unas horas, muchos cientos de miles de personas, e incluso millones, se dieron cuenta de que sin tecnología también podían ser libres y autónomos. En tener seguridad. En recuperar cooperación y solidaridad como componentes básicos de la conducta humana. Con el móvil inutilizado y los aparatos tecnológicos muertos por inanición de energía, las personas recuperaron su propia dignidad. Salieron de la pantalla medida en pulgadas para vivir en un mundo medido en escaleras, patios, calles, barrios, pueblos y ciudades. Quizás se haya hecho más país y más comunidad durante unas pocas horas una tarde de apagón que en los últimos 20 años.

Hay quien dirá, y no le falta razón, que la tecnología no es mala. Que los avances científicos y en las técnicas han permitido el progreso del hombre, su dominio de la naturaleza, empezando por la suya propia en cuanto a la enfermedad y el envejecimiento. Ha ampliado nuestros horizontes, y nos han puesto en la mano un utensilio que al igual que el bifaz de hace 250.000 años, o las primitivas herramientas de madera, piedra o metal de 6.000 años para acá, han permitido, progresivamente y gracias a compartir ese conocimiento, una vida mejor. Una transmisión del conocimiento inter-generacional, pero también hacia otros grupos coetáneos. Para nosotros, nuestros congéneres y nuestros descendientes. Es así.

Hoy en día en las sociedades opulentas, en la palma de la mano tenemos un aparato que bien utilizado permite comunicarte con cualquier persona del mundo en cualquier momento. Verla en video como reacciona ante tus gestos y palabras. Sumado a una buena conexión a Internet, tienes una fuente del conocimiento absoluto. Y sin embargo, ante un evento como el apagón del pasado lunes, podemos y debemos cuestionar este desarrollo tecnológico y su lugar preponderante en las relaciones humanas, incluso, en la propia identidad del ser humano.

Porque, si como digo la tecnología no es mala, por qué resulta perversa. Pues porque no es tanto una herramienta para satisfacer las necesidades del hombre, y si un arma para controlarlo. Porque en conjunto las tecnologías, las redes sociales, los avances de la era cibernética componen una amenaza a la dignidad humana. A la paz.

Estas amenazas son las que lanza un sistema totalitario al conjunto de la humanidad valiéndose de una pretendida dependencia tecnológica por parte de los individuos.

Sí, es así. Nos han convertido en esclavos, pero no ya de negreros de traje de lino blanco, sino de emporios tecnológicos y de dispositivos. Mientras nos especializaban en una sola función productiva (Médico, conductor, informático, cajera, comercial o peón de fábrica, etc.) nos han negado el conocimiento y la familiaridad con los procesos productivos del alimento y del agua. De este modo, atomizados, separados cada uno en su piso, en su cápsula estanca, sin conocer a sus vecinos y a sus iguales, nos sentimos solos y tenemos miedo. Y con él reaccionamos consumiendo más y hundiéndonos todavía más en el individualismo.

Mientras el apagón permitía al anochecer volver a ver las estrellas, antes había abierto los ojos y el entendimiento a muchas y muchos a quienes se les revelaba la esencia de la realidad. El mundo virtual había desaparecido. No había pantallas. Había personas, con los mismos problemas, miedos e inquietudes, y por fin, había comunicación. Porque antes de ser, que lo somos, conscientes de nuestra dependencia de la tecnología (no sólo de la informática, sino pensemos en la vitrocerámica, en el calentador de agua, la iluminación de la habitación antes de ir a dormir, de cómo nos informamos, etc., etc.) y de lo débiles que nos convierte, por contra, podemos ir recuperando las redes reales de confianza y comunicación, para perder esa dependencia, ganar independencia tecnológica y dejar de ser tan débiles y sumisos.

Al irse la luz y al pasar las horas sin recuperarla no se estaba acabando el mundo. Se estaba acabando el mundo tecnológico. Se habían terminado por un momento el flujo de datos y metadatos. Pero a cambio, volvíamos a hablar con nuestros vecinos. No funcionaban las transferencias digitales y los datáfonos no valían ni como pisapapeles, pero nos volvían a fiar en la tienda de barrio y apuntaban nuestro nombre y lo que debíamos en una libreta como cuando éramos pequeños. Recuperábamos nuestro tiempo para nuestra vida. Salíamos del trabajo antes (si porque no había energía) pero gastábamos el tiempo en lo que queríamos. En estar con nuestros hijos, padres, pareja,... con desconocidos o solos haciendo algo que nos llenase más. No había repartidores en moto, en patinete, o en furgoneta pero había millones de personas caminando por las aceras, con al cabeza alta, mirando a los ojos a sus congéneres, dirigiéndose a las tiendas pequeñas a comprar lo que necesitaban.

Resultaba entonces, una des-conexión digital, un apagado tecnológico, y a la vez, el encendido del mundo real.

Por ello, quien piense que estos eventos se solucionarán con más tecnología se equivoca. Porque la esencia del ser humano, si es la del progreso y la mejora de las posibilidades de supervivencia y adaptación gracias a la extraordinaria capacidad evolutiva de la raza humana. La inventiva, la imaginación, la construcción y la elaboración de herramientas es parte de la esencia del ser humano, como su posterior progreso y desarrollo. Pero también lo es la comunicación, la cooperación y la solidaridad, aspectos todos ellos, que desaparecen apagados por una cada vez mayor suficiencia tecnológica (si puedes pagarla, claro). Toda la evolución de la humanidad no hubiera sido posible sin una transmisión de conocimiento, sin un interés desinteresado, solidario, propio de la manada, de la tribu porque el de al lado también aprenda, mejore y sobreviva.

Porque en esencia, lo que sucesos como el apagón del lunes 28 de abril pone en cuestión, es aquello a lo que Marx se refería cuando hablaba ya en sus últimos escritos a partir de 1868, de "la despiadada explotación capitalista de la naturaleza que ponía en peligro la supervivencia de la humanidad". Si todo lo que supone el avance científico y tecnológico sólo sirve para aumentar la avaricia en el mundo, para cimentar un mayor consumismo e individualismo que no miden las consecuencias de sus actos lo que se estará haciendo es convertir la vida de millones de personas, hoy y mañana, en vidas precarias, terribles y con dolor y muerte.

Hoy cuando se habla de raermes e inversiones mil millonarias en armamento y ejércitos (curioso pero para la vivienda, para la educación, o la sanidad no hay dinero ni público ni privado y los impuestos son muy altos, pero cuando se habla de comprar pistolitas y balas a todos les salen las cuentas) "nadie" (entíendase de los que aparecen en los grandes medios) cuestiona la sumisión a un imperio. La puesta de la riqueza nacional al servicio de la metrópoli y sus intereses. Sin embargo, nada haría más poderoso, y sobretodo seguro, a un país o estado-nación hoy en día, que volverse independiente y auto-suficiente en materia energética y de proveedores de servicios digitales y de comunicación. Y eso pasa inexorablemente, hoy y más tarde (y más caro) por invertir en energías renovables.

No van a ser más y mejores tecnologías digitales las que ayuden a superar los tremendos retos que tenemos como especie delante. El cambio climático, la paz mundial en un entorno de amenazas de extinción masiva y extrema violencia. Superar las desigualdades y el odio. La pobreza o la corrupción. Todos estos problemas no van a mejorar porque la Inteligencia Artificial venga a descifrarnos soluciones ideales. Ni tampoco cualquier otro tipo de tecnología que depende de la capacidad adquisitiva de cada individuo, y fundamentalmente, de los intereses particulares (y oscuros) de los dueños de las tecnologías.

Al final nos seguirán haciéndonos dependientes. Aislados, temerosos y sumisos porque hemos relegado toda nuestra vida a la cibernética y al mundo digital. Hemos perdido la capacidad de procurarnos nuestro propio sustento y nuestro propio bien, porque hemos cambiado el depender de personas como nosotros y de construir sociedades y sistemas económicos que solventasen estas necesidades de manera solidaria y cooperativa, para entrar en un mundo competitivo, individualizado, y que paradójicamente, resulta más incomunicado aunque te hayas comprado el último modelo de smartphone y pagues un dineral por una conexión de red.

Siempre, y por desgracia llevamos unos años comprobándolo de manera personal y directa, son las personas, y las que más cerca tenemos, las de nuestro entorno, las que nos ayudan, y a las que ayudamos. En la covid, o durante la dana, en el apagón o en el siguiente suceso catastrófico serán las personas las que nos salven. Seremos nosotros, por encima del “yo” y como conciencia colectiva lo que haga que salgamos adelante.



miércoles, 30 de abril de 2025

Tarde de apagón

 

El manuscrito de la tarde del lunes 28 de abril, día del gran apagón de España

 

Al abrir la nevera el click que se iluminó fue el de su cerebro que echaba de menos el encendido de la bombilla interior. El sombrío de dentro del electrodoméstico contrastaba con la luz solar del mediodía que llenaba la ventana. Rápidamente se fijó en el horno eléctrico enclaustrado entre los muebles de la cocina. Apagado no marcaba ni la hora, ni el estado. Salió de la cocina. Miró el router sin luces, ni permanentes ni intermitentes. Lo mismo el reloj despertador al lado de la cabecera de la cama de matrimonio, al otro lado del pasillo. Por fin tocó un interruptor sin más señal que el cliqueteo de la llave dentro-fuera, pero sin atisbo de iluminar la instancia del baño contiguo. Se había ido la luz.

Volvió a la habitación de invitados que hacía las veces de pequeño despacho desde el que tele-trabajaba dos días a la semana. El ordenador se había ido a negro, mientras la tablet seguía encendida. Al acercarse la comprobó inútil porque había perdido la señal de red. Las aplicaciones dejaron de funcionar porque no tenían datos con los que actualizarse en las poleas del subir y bajar información. De manera imprevista y repentina se terminó la jornada de trabajo en casa. A ver cuándo volvía la energía y cuándo y de qué manera apretarían los múltiples jefes, jefecillos y demás encargados en querer recuperar tiempo y productividad.

Iba por su pasillo hacia la entrada en búsqueda de la caja de diferenciales a ver si había saltado algún interruptor. A en caso negativo, abrir la puerta y ver si tampoco había luz en la escalera. Sin embargo, al pasar por el salón vio como el mediodía mediterráneo llenaba el piso de luz natural salió al balcón.

Contrastaban los semáforos apagados sin vida y el tráfico que seguía impertérrito ante esta eventualidad acostumbrados ya los conductores a ignorar la señalización luminaria. El apagón no se circunscribía a la frontera interior del hogar, ni tampoco a la escalera del bloque. Cuando menos tomaba el apellido de barrio o incluso hasta municipal.

En la época de la comunicación petulante, instantánea y constante de la telefonía móvil y los tres, cuatros o cincos “Ges” no se había hecho consciente de que había perdido la posibilidad de hacer y recibir llamadas, y lo mismo con los mensajes. Las interacciones de redes sociales se estancaron. Y se tardó mucho en descubrir que aquel apagón no era una cosa sola de su pequeña ciudad, sino que abarcaba todo el territorio nacional.

Había pasado ya la primera hora sin energía eléctrica. Y la segunda avanzaba hasta convertirse en la tercera. Pensaba en cómo sobreviven desde hace años sin energía en los barrios de chabolas de Madrid. O en lugares en guerra como Gaza, Yemen o Ucrania cayéndoles además las bombas. Entonces recordó tener un pequeño transistor de aquellos a pilas que servían para oír el carrusel de partidos de fútbol de los domingos, cuando aquel deporte, aquella comunicación por las ondas y aquel momento de la semana pertenecía a la gente. Enchufó el aparato y aquello parecía que estaba también ausente de corriente en sus entrañas. Una y dos veces deslizó el pequeño interruptor de encendido a derecha e izquierda, al tiempo que calibrando el peso del aparato discernió que carecía de pilas.

En el mismo aparador donde se hallaba la vetusta radio encontró un paquete de pilas sin estrenar. Colocó dos alternando polos como marcan las instrucciones y ahora sí, al pulsar a la derecha el botón de encendido, el led rojo se iluminó y el sonido de niebla se hizo presente por el altavoz.

Moduló la señal hasta la emisora nacional de noticias y ya se sabía qué pasaba. O casi. Apagón nacional. Todo el territorio de la península estaba sin energía desde hacia una hora y media. No sé sabían las causas y en ese momento se intuían las consecuencias. Las voces del otro lado elucubraban los posibles porqués, los probables para cuándo, al tiempo que desde los púlpitos de las autoridades se llamaba al orden y la calma.

Mientras se repetía la alocución en la radio y las informaciones y primicias se volvían ya sabidas, cavilaba qué podía pasar. Cómo estaban mis padres, mi hermano. Mis suegros. Habría algún ataque terrorista y bélico al país. Algún ciber-ataque.

Había visitado la cocina y la nevera para empezar a preparar la comida. Al volver se convenció que no podría hacerlo porque la moderna vitrocerámica seguía sin respuesta a demandas ni planes. Cayó en la cuenta que para hervir unas patatas y unas zanahorias con la vetusta camping-gas que usaba de vez en cuando en sus cada vez más separadas visitas al campo sobraba. La buscó en el armario con los trastos y parafernalias de las escapadas y junto a ella una botella de gas a medio vaciar encontró una caja de cerillas de seguridad con la portada medio borrada por el tiempo. Las llevo a la cocina e insertó en su clavija la botella. Abrió el pasante y percibió el sonido del gas fluyendo hacia el quemador. Frotó una, dos y tres veces la cabeza del fósforo con la caja y la chispa se convirtió en mecha. Al acercarla al surtidor de gas se transformó en llama.

Bajo al mínimo el fuego y se apresuró llenar una olla con agua con sal puesta a hervir y a pelar las hortalizas que introdujo en su interior. En media hora debería estar listas para una ensaladilla. Lapsus temporal suficiente para volver a la ventana. La brisa y el calor se sienten al tiempo del fluir constante del tráfico. Coches y motos. Y autobuses. Algún furgón e incluso un tráiler. La ausencia de energía no aminora el ritmo de conducción. Los peatones se desplazan aceras arriba y abajo. Se apelmazan en torno al paso de cebra, esperando que algún conductor les deje pasar. Comentan si ¡éste va a parar!, o ¡el del otro lado!, ¡cuidado que parece que no para!. Se preguntan por qué no funcionan los semáforos.

A medio elaborar una sabrosa ensaladilla, las llaves de la puerta resuenan. Las reconoce y también los pasos que las acompaña. Él ya está aquí.

¡Si. Me han dejado salir antes!... Sin luz no se puede hacer nada... He cogido el bus y luego venido andando porque no me fiaba de que la puerta del garaje se pudiera abrir... Ya veré cuando voy a por el coche.

Comen. Tranquilos, con pausa, sin prisas. Saboreando. Degustando. Se llegan a coger de la mano. Recogen la mesa. Lavan a mano cuatro cacharros. Y se toman el café sin calentar. Se sientan en el sofá, se vuelven a coger de la mano. Es pronto, más que un día normal, el primero de muchos que pueden compartir sobremesa sin agobios de vueltas al trabajo. Él le pide que ella se tumbe y ponga sus piernas sobre su regazo. Abraza, amasa y acaricia sus pies. ¡Hacía tanto que no tenían un momento así que celebran el apagón y no se acuerdan de los temores por el suceso y sus consecuencias!

De tal guisa se quedan ambos dormidos. Recobran el sentido pasados tres buenos cuartos de hora. El tráfico sigue imposible, y los bocinazos, acelerones y frenazos suenan incluso superando la barrera del climalit.

Se incorporan y tienen la tarde libre. Cada uno toma una lectura y devoran páginas sin preocupaciones ni prisas. Él toma la publicación póstuma de una de las mejores escritoras contemporáneas del país. Ella continua con su lectura de uno de los grandes literatos españoles del siglo XIX que a modo de crónicas acostumbra a diseccionar con maestría y precisión la forma de ser de las gentes de estas tierras.

Se distraen. Se divierten. Vuelven a los brazos el uno de la otra, pasado un buen rato y más de 70 páginas en cada caso. Se besan. Se tocan. Van fluyendo ambos mientras suben la temperatura y la fricción sobre el sofá. Las manos investigan bajo las ropas. Las curvas y rectas de los cuerpos se mezclan. Los sabores se huelen y los olores se palpan.

Terminan de desnudarse al ritmo de su excitación in crescendo. Hacen el amor con detalle. Degustando el tiempo. Disfrutando. Con mimo y dedicándose su placer y al de su pareja. Se satisfacen y se premian. No se separan y bajo una vieja manta se abrazan como el primer día. Se han amado y probablemente nunca tanto como en ese instante.

A la vuelta a la consciencia tras el sublime momento de trascendencia comprueban que el sol ha ganado momentáneamente su batalla dentro del salón. Por los pequeños agujeros de la persiana se cuela tanta luz que les obliga a levantarse y vestirse. Vuelven a la ventana.

Ahora no hay ya tanto tráfico. Hay menos que el de un día normal. Sin embargo, en el parque del barrio lo ven más lleno que nunca. Hay decenas, casi un centenar de niñas y niños. De todas las edades. No habían visto tantos juntos desde que ellos mismos formaban parte de la masa infantil. No sabían que hubiera tantos en “su barrio”. ¿De dónde han salido? Y sobretodo, ¿por qué no van al parque el resto de días?

Deciden bajar y dar una vuelta aprovechando el solecito primaveral. Salen cada uno con su móvil en la mano, armatoste inútil sin señal por el apagón de energía, pero del que quieren disponer en caso de recuperarla. Al poco tiempo cae en un bolsillo y se olvida.

Se sorprenden de volver a ver colas en torno al súper mercado de la esquina y en la tienda regentada por una pareja de hermanos chinos. De un sitio vuelven a ver salir a la gente cargados de papel higiénico, agua embotellada y de aceite de oliva. Del otro parece que han acabado con las existencias de pilas y de baterías, también de pequeños electrodomésticos como relojes, radios y lámparas a pilas. Vuelve la irracionalidad del consumo como cuando la covid.

El parque está lleno. Juegan multitud de críos y criás. Algunos niños muy pequeños junto a sus padres. Se juegan tres o cuatro partidos de fútbol simultáneos. Incluso uno de ellos en modalidad “mixta”. Hay niñas jugando a la comba. Y también se ve a unos críos tirarse un frisby. Se maravillan al verse disfrutando de poner atención en una competición “de corre que te pillo” que descubren como un escondite tradicional. Parece que nadie lo había inventado ya, y las niñas y niños, y también chicos y chicas más mayores disfrutan de estar en la calle, jugando y conversando. No son los únicos. Hasta los perros pasean y juegan con esa “sonrisa” suya en la cara.

El sendero del parque está concurrido de adultos que conversan entre ellos. Algunos lo hacen alrededor de un transistor compartido. Escuchan y comentan las últimas novedades e incidencias de un apagón colosal, nacional e histórico. Se va a tardar unas horas en recobrar el servicio y no está claro cuál es la causa de tal avería. Por fortuna, no se oyen los ya típicos exabruptos contra los políticos que no nos gustan.

Los grupos son heterogéneos. Hay hombres y mujeres en ellos, y también diversas edades, aunque llama la atención el que faltan mujeres jóvenes. En torno a uno de los bancos ven una mesa redonda formada. Mujeres mayores se han sentado y comentan la situación y lo que pasa, hoy y en la vida. Ocupan los puestos del banco, pero han bajado también sus propias sillas y se han sentado bajo el viejo olmo del parque. Disfrutan y ríen. Incluso dos de ellas lo hacen sin perder un punto de su labor en lana.

La pareja se acerca y escuchan. Preguntan qué tal están y si necesitan algo. Comprenden al momento que viendo a la gente, recuperan el interés en el prójimo, en el otro y la otra, y en la educación, la solidaridad y el bien común como engranajes de una sociedad sana. El por qué no lo hacen cuando el flujo de energía eléctrica no se detiene no saben responderlo.

Cae otra hora, y una segunda de paseo. Han sobrepasado el parque por el lado contrario y caminado hacia la vega del rio sin dejar de ver a personas ocupando las calles, las aceras y los espacios. Gente conversando. Gente haciendo deporte. E incluso, gente haciendo arte y cultura en la calle. En la plaza del barrio se ha improvisado una asamblea vecinal que está tratando los problemas del día a día, de cuando la luz baja y sube por los cables. Al otro lado hay un cuenta-cuentos improvisado que embelesa a unos cuantos niños.

De vuelta en el parque las mesas de juegos están llenas. Unos chicos jóvenes usan una de ping pong para jugar un Risk. Otros parece que han extendido una sabana en el suelo y la están decorando con sprays. Hay varias partidas de ajedrez en marcha, y más conversaciones. Apenas se oyen coches y si pájaros que pian y pian en su efervescencia primaveral.

Por la acera pasean y dialogan las personas. No consumen. No hay terrazas, ni motos de repartidores. Las personas caminan, se saludan, intercambian impresiones y se ofrecen ayuda. Ya han oído en un par de ocasiones que hay quienes ponen sus cocinas de gas a disposición de quienes la necesiten para hacer una cena caliente.

Cuando enfilan su calle hacia el portal sonríen y se sienten conectados con la sociedad. En una paradoja el móvil lleva 8 horas sin dar señal de vida, y hacia tiempo, mucho tiempo, que no experimentaban la sociedad como construcción humana, de carácter cooperativo y solidario. Que no estimaban la presencia de extraños que no son más que semejantes, con los mismos temores y problemas que ellos mismos. Desdeñan la sociedad actual, moderna, tecnológica, hiper-conectada, una vez más antes de entrar en el portal. Les hace gracia esa revelación porque les libra del pesar por tener que subir el ascensor 6 pisos, aunque no de la fatiga.

Al entrar en su casa ya no hay luz natural. En la penumbra recuperan los frontales con los que salían a la montaña, una linterna y media docena de velas de distintos tamaños. Conjugan estos elementos para iluminar la encimera de la cocina y preparar unas tostas frías. Han rayado un tomate y acabado con el tupper de queso fresco de cabra. Han abierto el paquete de salmón ahumado y van a tirar de latas de anchoas y de los pepinillos agridulces. Un poco de jamón y de queso siempre vienen bien. Cenan.

Ya de noche cuando terminan de recoger su cocina. Él toma papel y bolí y esboza unas ideas que comienza a escribir a la luz de una vela. Ella sale al balcón y se asombra y reclama que la acompañe. La oscuridad es total. Y en el cielo se empiezan a dibujar estrellas. Estrellas que no se ven cuando solo se ven farolas y focos de vehículos. Es cierto que algún coche o moto pasan por la calle, y también, que algún tonto, de verdad es que hay demasiados, se dedica a iluminar toda la barriada con una excesiva linterna que atenta la intimidad y al momento de los vecinos.

Aún así, intuyen que la noche se va a hacer más oscura. Y con los frontales y bien abrigados suben a la azotea. No hay nadie. A nadie se les ha ocurrido lo mismo que a ellos, y desde allí no les molestan resplandores ajenos y vislumbran las montañas sobre las que se pone el sol. Se dedican a ver las estrellas en número incontable, extendiéndose cuán manto como quizás hacía años que no podían hacerlo sobre esa ciudad. Cuando expira el último naranja de la línea del horizonte, el negro se hace más intenso y la luz de las estrellas brilla. El frío es cada vez más fuerte y aún abrazados, ¡no saben cómo y cuándo se han abrazado! No pueden tolerar más la caída de las temperaturas y deciden volver a su hogar.

Cuando lo hacemos, recorremos el pasillo hasta el baño y nos aseamos como podemos, casi sin agua caliente, pero el paso por el albornoz reconforta gracias a un abrazo extra. Ejecutamos en la penumbra la rutina de la higiene personal. Preparamos la habitación e improvisamos uno de los teléfonos móviles como caro despertador. Nos metemos en la cama. Y nos amamos de nuevo. Y después dormimos y descansamos.



Al día siguiente, al despertar el servicio de electricidad ya se había restablecido. Y ese día anterior ya no se podrá volver a repetir.

lunes, 14 de abril de 2025

Trabajos de Mierda

 


"Si alguien hubiera deseado proyectar el régimen laboral más adecuado para conservar el poder del capital financiero, resulta difícil imaginar cómo podría haberlo hecho mejor. Los trabajadores productivos que sobreviven son presionados y explotados de forma implacable, mientras que el resto se divide entre el aterrorizado estrato de los universalmente denigrados desempleados y un estrato social algo mayor formado por los que, en esencia, reciben un sueldo por no hacer nada, en puestos concebidos para inducirles a identificarse con las perspectivas y las sensibilidades de la clase dirigente (gestores, administradores, etc.) —y en especial con sus avatares financieros-, y por otro lado para incentivar, al mismo tiempo, un resentimiento larvado contra todo aquel cuyo trabajo tenga un valor social claro e innegable. Por supuesto, tal sistema nunca fue diseñado de manera consciente y surgió como resultado de cerca de un siglo de prueba y error, pero es la única explicación de por qué, pese a los enormes avances tecnológicos, no tenemos todos jornadas laborales de tres o cuatro horas."

Último párrafo del artículo original de David Graeber que dio pie a este libro. El artículo es brillante (Graeber, David (2018). Trabajos de mierda. Ed. Ariel. Barcelona. página: 11).


David Graeber (1961-2020) fue un antropólogo estadounidense de tendencias anarquistas. Célebre por sus estudios sobre las implicaciones antropológicas y sociales que tienen las relaciones económicas entre individuos y grupos. Su tesis doctoral, centrada en la Historia Social de Madagascar demostró cómo y por qué las diferencias de clase sustentadas en los sistemas coloniales y esclavistas, todavía hoy seguían rigiendo las estructuras políticas, económicas y de poder en la nación isla del índico africano. Desde posiciones antifascistas e izquierdistas estudió los orígenes de los conceptos de dinero, propiedad y deuda, logrando desmentir los tópicos de la ciencia económica actual, así como también demostrar que tal posición hegemónica tiene su base en una autoridad basada en la violencia y la guerra. Además, su labor de profesor siempre estuvo implicada en la integración y el activismo para con sus alumnos y las causas justas, como el genocidio palestino o la Guerra de Irak que le valieron un polémico despido de su plaza como profesor en la Universidad de Yale. También se implicó de manera personal y activa en el movimiento Occupy Wall Street, y al mismo tiempo, desarrollando un manual teórico de la indignación y la rebeldía que tituló Somos el 99%. Una historia, una crisis, un movimiento. Por desgracia, falleció en Venecia en septiembre de 2020, víctima de un accidente de tráfico (algún día, alguien debe de investigar las extrañas muertes en accidentes de tráfico de personas brillantes cuando menos, incómodas al sistema).

En 2013, David Graeber publicaba un artículo en la revista Strike, sobre el fenómeno de los trabajos de mierda. Originalmente titulado On the Phenomenon of Bullshit Jobs, el ensayo adquirió una trascendencia inusitada por su brillantez y por acertar de pleno en el espíritu y las opiniones sobre la propia autorrealización personal (y profesional, y laboral) de millones de personas en todo el mundo, pero en especial, y en primer término en Estados Unidos y Reino Unido. Desde las cunas del liberalismo y el neoliberalismo, el texto fue traducido en 12 idiomas, y su premisa principal se lanzó en una encuesta mundial bajo la plataforma Yougov.

La tesis del ensayo es que una gran mayoría de los trabajos actuales, y especialmente, los generados a partir de los años 80 del siglo XX, no tienen una incidencia positiva en la sociedad. No generan riqueza, ni de manera directa, ni indirecta, en el campo de la economía real. En cambio, solo sirven para generar frustración e insatisfacción, tanto en los trabajadores que los llevan a cabo, como en las personas que tienen algún tipo de relación con estos trabajos. Los cambios y avances tecnológicos, la informatización de las tareas y de la propia economía y especialmente los procesos de terciarización de la actividad productiva, habían generado un altísimo desempleo, y en vez de repartir el trabajo entre todos, con menores jornadas laborales, el sistema “se ha inventadomiles de profesiones y puestos que no sirven más que para tener ocupados y subyugados a todos estos trabajadores. Con lo cual, la mejora tecnológica y científica de la economía productiva no ha servido para que la sociedad y los individuos, en general, ganasen o “comprasen” tiempo libre para dedicarlo a actividades creativas y más satisfactorias a nivel personal. Al contrario, las plusvalías extraídas por la élite de estos avances se han re-invertido en la industria y fundamentalmente en el consumo para seguir manteniendo, o quizás hasta devolviendo, a las masas obreras en esclavos pegados al trabajo. Para ello ha resultado fundamental la creación del sector productivo de la publicidad, el mayor ejemplo de trabajos absurdos, nocivos e innecesarios que una sociedad puede tener. Incluso, Graeber se muestra especialmente crítico con la burocracia añadida a trabajos realmente importantes y trascendentes en los ámbitos de la sanidad o la educación, y que solo sirven para deslegitimarlos como valores de igualdad y riqueza y derechos humanos a conservar. Como resultado de la encuesta de Yougov, hasta un 37% de los consultados en Reino Unido estimaba su trabajo como inútil y que “no contribuía en nada a la sociedad”.

Ante el éxito y revuelo provocado por tan brillante texto, David Graeber pasó a profundizar en su tesis. En primer lugar, recabó más testimonios y documentación de varios lugares de Occidente, para ampliar las propias experiencias que se habían plasmado como respuestas directas a la propia publicación del ensayo en 2013. Su bandeja de correo electrónico se llenó con las vivencias de miles de trabajadores, fundamentalmente estadounidenses y británicos, pero no unicamente, que se sentían frustrados y se identificaban con las situaciones y patologías que Graeber exponía. De este modo, ejercitando con maestría la Historia Social David Graeber construía su libro, recopilaba los testimonios y extraía las consecuencias sociales de tal situación.

Para el autor, la mejora de los medios de producción a través de nuevas técnicas y avances tecnológicos no habían satisfecho la profecía de Keynes sobre “las semanas laborales de 15 horas”, y sin embargo, las masas trabajadoras seguían ancladas en largas jornadas a través de trabajos inútiles, innecesarios o incluso perniciosos. Clasificaba a los distintos tipos de trabajadores sin sentido en lacayos, matones, arregla-todo-s, burócratas o capataces, dependiendo del tipo de actividades que se viesen obligados a desempeñar. Estos tipos de trabajadores aparecían fundamentalmente en la empresa privada, pero también cada vez más en la pública, inmersas en el capitalismo competitivo. Esto genera un “feudalismo empresarial” por el que las empresas procuran mantener una distribución jerárquica basada en la autoridad y el estatus más que en el rendimiento productivo. Básicamente, los empleadores necesitan demostrar su poder a través de tener subordinados, que por regla general se encuentran precarizados.

También califica algunos de los sectores productivos modernos como absolutamente innecesarios o incluso ilógicos dentro del propio sistema capitalista, como la publicidad y el marketing, pero también los “innecesarios” sectores de seguros, abogados, o de dirección y que solo tienen función debido a la cada vez más amplia maraña burocrática que las actividades económicas desreguladas precisan. Esta paradoja permite la creación de miles de puestos de trabajo bien remunerados pero absolutamente improductivos, mientras todavía hoy se mantienen puestos fundamentales en la producción de riqueza mal pagados y con condiciones lamentables. Ejercidos especialmente por mujeres y personas racializadas.

Con Trabajos de mierda, David Graeber ataca el individualismo y el puritanismo anglosajón, así como los convencionalismos aceptados sobre el trabajo como valor virtuoso. Pone en cuestión con éxito la autorrealización individual en torno al trabajo, al que presenta como herramienta de desposesión colectiva de las clases trabajadoras. El capitalismo moderno ha atribuido al trabajo, y especialmente a los trabajadores manuales, es decir, a los que no poseen ni medios de producción, ni medios de intervención en la economía (llanamente los que no tienen capital), un deber cuasi religioso. El trabajo se convierte en necesidad y en obligación, y también, en elemento identificativo dentro de la sociedad. De este modo, desautoriza las ideas de John Locke quien en el siglo XVII presentaba de manera radical el trabajo como “deber y virtud” frente a los convencionalismos que lo despreciaban. Así, hoy en día los trabajos han adquirido un estatus de autorrealización que solo sirven para justificar el modo de vida actual. Sin embargo, lo que en realidad estaban provocando en millones de personas era frustración, desmotivación y problemas de salud, tanto de la psíquica y emocional como en la física, debido al estrés, el cansancio, la competitividad y la agresividad. Con esta crítica argumentada no sólo se discute el valor del trabajo y el capitalismo, sino que además se pone en cuestión la construcción de la sociedad actual, ligada al individualismo, el crecimiento económico como paradigma de éxito y a la autoridad del liberalismo clásico.

Al tiempo, que millones de personas se ven obligadas a desempeñar funciones nada productivas en el conjunto de la sociedad y la economía estandarizada, se les roba tiempo que podían dedicar a actividades más satisfactorias a nivel personal, y más productivas y beneficiosas para el conjunto de la sociedad, tanto en círculos cortos (su propio barrio, pueblo) a rangos de mayor amplitud. Con ello se logra la principal motivación política: la desmovilización social. Las masas trabajadoras ocupadas en estos puestos de trabajo, subyugados por un consumismo exacerbado, se sienten individualizados, compiten entre ellos y tienen cada vez menos tiempo para poner en común sus problemas y poder rebelarse. En suma, una explicación detallada y coherente de los profundos problemas de la sociedad actual.

La misma obra no se queda sólo en el análisis del ecosistema productivo y económico moderno, sino que va más allá y plantea soluciones. Por ello, el trabajo de Graeber ha adquirido tanta trascendencia y es tan de vital consulta y ejemplo. Lo hace además construyendo una filosofía propia y muy sólida, con análisis de causas y efectos, y por qué son más que recomendables hasta necesarias políticas y cambios directos en la sociedad. Por todo ello Trabajos de mierda compone un argumentario básico e incuestionable en materias como la dignidad humana, el sentimiento de pertenencia a la clase trabajadora, la necesidad de buscar nuevos o recuperar viejos mecanismos de asociación colectiva y ciudadana en defensa de la igualdad y la justicia social, o en propuestas como la reducción de las jornadas laborales, los sistemas de Renta básica o universal, o las teorías de Decrecimiento que critican los paradigmas del crecimiento como medida de la riqueza de las sociedades y que contemplan expresamente la eliminación de puestos de trabajo improductivos para la economía real o abiertamente nocivos para la sociedad.

Por todo esto, no se puede más que recomendar la lectura y la revisitación constante a Trabajos de mierda, de David Graeber. Una obra básica para entender este tiempo que nos ha tocado vivir, y un ejemplo fundamental para comprender la necesidad de activación social que necesitamos.

 

 

miércoles, 9 de abril de 2025

Qué sabe Google de ti

Imagen extraída de un portal de recursos gráficos libre.

 

No hay día en que no dejemos nuestros datos o huella digital en la red. Queramos o no hacerlo. Nos hayamos conectado a Internet de forma consciente, o si ha sido inconscientemente (muchas más veces de las que piensas). Y con esos datos las empresas poseedoras de las infraestructuras de recopilación, organización y publicación hacen su negocio. Recuerdo aquí que los datos son propiedad de cada individuo, del usuario, no de las empresas por mucho que faciliten las herramientas de acceso y uso de Internet.

Por lo tanto, se hace perentorio ser consciente de qué datos estamos dejando en la red. Para qué son empleados, qué duración tiene su vigencia y qué derechos nos amparan con respecto a ellos. Y en este camino se puede empezar por un interés por escapar de la cada vez más invasiva publicidad, pero rápidamente en cuanto se empieza a investigar un poco se acaba tomando conciencia en cuanto al estado de la democracia y el bienestar común.

Y es que nuestras libertades civiles se están evaporando delante de nuestros ojos.

Es fundamental protegernos en Internet de los rastreos de datos. Todas las compañías desde las redes sociales hasta las suministradoras de red, tanto móvil particular, como en espacios wifis, las empresas que aportan las infraestructuras físicas y lógicas para el mantenimiento y ampliación de Internet, y de manera especial, con respecto a la mayor prestadora de servicios en red: Google.

Cuando hacemos una búsqueda a través de sus buscadores (a veces directamente, o a través de webs y apps que emplean la api de google), usando gmail, o android en nuestro teléfono, y actualmente y de manera muy especial cuando vinculamos el terminal físico y la tarjeta de teléfono con su número al sistema operativo, cuando usamos el servicio de ubicación GPS en el dispositivo. Y cuánto más sabe de ti, de nosotros, más afina la empresa tu perfil para poder ofrecerte publicidad más personalizada, que es su principal línea de negocio, y poder “venderte” como un cliente más cerca de comprar y consumir.

Podemos pensar en lo más básico. Edad, sexo y orientación sexual, estudios, lugar de residencia o intereses generales que consiguen cuando nos damos de alta en algún servicio de google o en cualquiera de estas empresas. Pero no debemos olvidar que con cada búsqueda en sus buscadores va rellenando nuestro perfil con más y más datos sobre nuestros intereses.

Por si esto no fuera poco, se han demostrado ya, y e instituciones como gobiernos o la Unión Europea han actuado en consecuencia, cómo google y otras compañías “encienden” la cámara, la ubicación o el micrófono de nuestros dispositivos para recabar más datos, evidentemente sin nuestro consentimiento, y poder así rellenar los huecos que pueda ir dejando nuestras búsquedas y nuestro uso digamos consciente. Sin duda, una práctica abusiva, de la que solo teníamos una sospecha fundada atendiendo al funcionamiento de las baterías o a las sugerencias que se ofrecían. No seríamos los primeros a los que nos ofrecerían “paellas” porque “nos han grabado” hablando de paellas.

Si usas goolge analytics o trends, u otro tipo de herramientas profesionales del sector del marketing online y el desarrollo web, sabrás perfectamente como la compañía cubre todo lo relacionado con la actividad online de los distintos usuarios. Si no te has dedicado a este mundo, te puedo asegurar que google es capaz de segmentar hasta el último aspecto de nuestra vida en la red, y de monetizarla, dándole el formato y empleo que más práctico sea para los profesionales del sector. Y por supuesto, para google mismo.

Con la ubicación y la posibilidad de poder georreferenciarte en tiempo real, google, y otras compañías son capaces de extraer mucha información de nuestra actividad en internet, pero también en la vida real, física. Y de esta manera, acaparar datos muy valiosos que sirven para ofrecerte anuncios y publicidad de manera más personalizada, lo que podría acarrear mayor convertibilidad en ventas y visitas. Un negocio perfecto. Si quieres probarlo, puedes ver en este enlace, el historial que hasta este momento google ha registrado de tu ubicación, y que ofrece de cara al usuario. No tenemos seguridad de que no haya hecho más sondeos y registros de nuestro día a día sin nuestro conocimiento y/o permiso.

Los historiales de búsqueda en el buscador o en youtube, son fuente inagotable que suministra datos a nuestro perfil y con el cual pueden afinar aún más la publicidad, convirtiéndonos en paquetes de datos más interesantes, y que por lo tanto cuestan más, para las empresas que contratan su publicidad a través de google (prácticamente la totalidad dada la posición monopolística de la compañía). Aquí puedes comprobar tu historial en youtube, y en este otro enlace, el de tus búsquedas en google.

Todos estos datos, así como los aspectos físicos (dispositivos, tecnologías, formatos, aplicaciones, software, etc.) se cruzan y re-cruzan, una y otra vez, actualizándose en el tiempo y ofreciéndose en tiempo real para su dominio y comercialización. Por eso es importante comprobar qué permisos sobre tus dispositivos y las aplicaciones que usas has concedido y sobre los que están recopilando datos. Se puede solicitar un informe sobre el volumen total de datos, exportar esa información, desautorizar su empleo por parte de terceros, e incluso, por parte de la propia google, desactivando tu perfil (o perfiles) en la plataforma.

Y es que la publicidad genera muchas ganancias cada segundo. Por lo que como vemos, todo vale.

Liberarse de google requiere de varias estrategias:

Compartimentar, es decir evitar en la medida de lo posible las herramientas facilitadas por google y otros gigantes tecnológicos. Y si no hay más remedio que emplearlas, no utilizar todas.

De hecho, la segunda estrategia sería Diversificar las herramientas y las empresas con las que trabajamos y de las que formamos parte como usuarios (realmente nos convertimos en sus clientes).

La tercera estrategia es Restringir la información. Quién y qué ve y usa en cada momento y con cada aplicación.

 

Alternativas:

  • En cuanto a los navegadores están Firefox, Chromiun y Tor.

  • Otros motores de búsqueda más allá de google: DuckDuckGo y Qwant.

  • Alternativa a twitter: Mastodon, como red social descentralizada en forma de federación, donde cada usuario o grupo puede constituirse como fuente de autoridad. Permite un control total de los datos proporcionados por los usuarios ya sea consciente o inconscientemente. Aunque yo ya estoy comprobando en vivo, que la mejor alternativa es no usar redes sociales.

  • Una alternativa al uso de youtube: Peertube.

  • OpenStreetMaps o QwantMaps alternativas a google street view o google maps.

  • Lineage, Sistema Operativo alternativo al uso de Android en dispositivos móviles. Como todas estas herramientas, se trata de un sistema libre y de código abierto.

  • BigBlueBotton, una alternativa a skype o zoom como servicio de videollamadas.

  • Moodle, entorno de educación de software libre.

  • Signal, sistema de mensajería instantánea alternativo a uso de Whatsapp.

  • Y por supuesto, es necesario, vital en el actual contexto, promover el empleo de VPNs.

En este enlace dejo una completa lista de alternativas al uso de las herramientas que facilita google.

Tenemos que saber qué datos compartimos, en su totalidad, y cuál es el uso que las empresas hacen de ellos y el beneficio que consiguen. De hecho, los datos y los metadatos se venden a otras empresas que se convierten en dueñas de los mismos, reproduciendo el modelo una y otra vez. Recordemos una vez más, que si algo es gratuito, es porque tú (o tus datos y metadatos) eres el producto o servicio.

En este sentido, es preciso concienciar al público general que la cultura gratuita de Internet es falsa. Porque los equipos de hardware, las redes, los protocolos y los desarrollo de software cuestan dinero. Y si no se están solicitando pagar por su uso de forma directa, implica que esas empresas poseedoras de estos medios, están usando tu información para hacer negocio. Y eso es muy peligroso, sin entrar a valorar lo ético o justo de tal planteamiento.

Por ejemplo, se hace necesario recordar el control de las élites sobre Internet y cómo censura y controla nuestras vidas. Un caso paradigmático es todo lo que tiene que ver con el periodismo, la disidencia y las denuncias ciudadanas ante situaciones de opresión o corrupción. La persecución a todo lo que tiene que ver con Wikileaks es el ejemplo.

Los periodistas y los ciudadanos empoderados y conscientes de su poder y de sus responsabilidades cívicas, tenemos que emplear herramientas que permitan cumplir nuestra labor y hacerlo con la máxima seguridad. Por ejemplo, el uso de sistemas operativos portables como Tards, o emplear ordenadores “vírgenes” que nunca se hayan conectado a Internet y que nunca lo vayan a hacer. O emplear redes seguras y descentralizadas como SecureDrop.

Es necesario también concienciar en el empleo de sistemas de encriptación, especialmente en el caso del correo electrónico, como los sistemas PGP.

Recordemos que Internet está conectado a las grandes empresas, a los lobbies y a los gobiernos al más alto nivel, es decir, los gobiernos detrás de los gobiernos y sus equipos de seguridad, espionaje y contra disidencia o insurgencia. Por lo tanto, Internet no es un espacio de libertad.



Por último, ya sé que esto es un blog de blogger, es decir de google!!! Estoy en interés y en camino de liberar el tiempo suficiente para poder cambiarlo.

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...