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viernes, 2 de mayo de 2025

Una consideración filosófica al Gran apagón


 

El lunes 28 de abril de 2025 hubo apagón. Apagón histórico. La península Ibérica y el Sur de Francia se quedaron sin energía eléctrica hacia las 12:36 del mediodía. Fueron recuperando progresivamente la energía. Por ejemplo en la provincia de Alicante no se recupero la luz en su totalidad hasta más de 12 horas después.

Es más que necesario, sino fundamental y hasta estratégico conocer qué sucedió. Por qué se produjo el apagón. Quiénes son los responsables técnicos y también políticos, y no sólo de ahora sino de antes. Tenemos derecho a saber por qué en Occidente, en plena Unión Europea, más de 60 millones de personas quedamos sin energía un lunes.

El periodista y divulgador especializado en temas energéticos Antonio Turiel ha aportado una posible explicación, válida porque ya llevaba varios meses alertando de las posibilidades de producirse un apagón como el acontecido, al desplegar las tecnologías renovables en el mix energético, y en cómo se descompensaba la red al no recibirse aportes similares por parte de las energías no renovables. Estas al ser más caras y depender de fuentes de energía exteriores estaban siendo desechadas por parte de las productoras y comercializadoras (en realidad los mismos perros) para ahorrar en el coste de producción de energía, a cambio de perder estabilidad y tensión en la red eléctrica. Una actitud deplorable que vuelve a poner la codicia de unos pocos por encima del bien común. También ha alertado de las subidas en el precio diario de la energía para los próximos días, mientras se vuelve a equilibrar el sistema.

Mientras se dirimen estas cuestiones y avanzan, o retroceden, los informes y explicaciones oficiales (y junto a ellos el insoportable y perfectamente eludible ruido de la alta política en Españistán) se vuelve otra vez necesario e inaplazable hablar de la total dependencia que tenemos como sociedad, y como individuos, de la tecnología.

Si vivimos en este paradigma de la economía de mercado sometiendo a una tibia democracia de corte liberal, en un ecosistema de relaciones internacionales competitivas tanto entre estados-nación, regiones (extra-nacionales y también intra-nacionales), empresas y compañías, grupos, colectivos e individuos. El capitalismo y la oligarquía que gobierna el mundo necesita de nuestra dócil sumisión para su propia supervivencia. Y esta sumisión se consigue de manera voluntaria gracias a la extensión del consumismo tecnológico, presentado como garantías e incluso como pilares fundamentales en la obtención de libertad, de autonomía y de seguridad que en principio disfrutamos como sociedad y a título individual.

Sin embargo, cuando se fue la luz, y sobretodo, pasadas unas horas, muchos cientos de miles de personas, e incluso millones, se dieron cuenta de que sin tecnología también podían ser libres y autónomos. En tener seguridad. En recuperar cooperación y solidaridad como componentes básicos de la conducta humana. Con el móvil inutilizado y los aparatos tecnológicos muertos por inanición de energía, las personas recuperaron su propia dignidad. Salieron de la pantalla medida en pulgadas para vivir en un mundo medido en escaleras, patios, calles, barrios, pueblos y ciudades. Quizás se haya hecho más país y más comunidad durante unas pocas horas una tarde de apagón que en los últimos 20 años.

Hay quien dirá, y no le falta razón, que la tecnología no es mala. Que los avances científicos y en las técnicas han permitido el progreso del hombre, su dominio de la naturaleza, empezando por la suya propia en cuanto a la enfermedad y el envejecimiento. Ha ampliado nuestros horizontes, y nos han puesto en la mano un utensilio que al igual que el bifaz de hace 250.000 años, o las primitivas herramientas de madera, piedra o metal de 6.000 años para acá, han permitido, progresivamente y gracias a compartir ese conocimiento, una vida mejor. Una transmisión del conocimiento inter-generacional, pero también hacia otros grupos coetáneos. Para nosotros, nuestros congéneres y nuestros descendientes. Es así.

Hoy en día en las sociedades opulentas, en la palma de la mano tenemos un aparato que bien utilizado permite comunicarte con cualquier persona del mundo en cualquier momento. Verla en video como reacciona ante tus gestos y palabras. Sumado a una buena conexión a Internet, tienes una fuente del conocimiento absoluto. Y sin embargo, ante un evento como el apagón del pasado lunes, podemos y debemos cuestionar este desarrollo tecnológico y su lugar preponderante en las relaciones humanas, incluso, en la propia identidad del ser humano.

Porque, si como digo la tecnología no es mala, por qué resulta perversa. Pues porque no es tanto una herramienta para satisfacer las necesidades del hombre, y si un arma para controlarlo. Porque en conjunto las tecnologías, las redes sociales, los avances de la era cibernética componen una amenaza a la dignidad humana. A la paz.

Estas amenazas son las que lanza un sistema totalitario al conjunto de la humanidad valiéndose de una pretendida dependencia tecnológica por parte de los individuos.

Sí, es así. Nos han convertido en esclavos, pero no ya de negreros de traje de lino blanco, sino de emporios tecnológicos y de dispositivos. Mientras nos especializaban en una sola función productiva (Médico, conductor, informático, cajera, comercial o peón de fábrica, etc.) nos han negado el conocimiento y la familiaridad con los procesos productivos del alimento y del agua. De este modo, atomizados, separados cada uno en su piso, en su cápsula estanca, sin conocer a sus vecinos y a sus iguales, nos sentimos solos y tenemos miedo. Y con él reaccionamos consumiendo más y hundiéndonos todavía más en el individualismo.

Mientras el apagón permitía al anochecer volver a ver las estrellas, antes había abierto los ojos y el entendimiento a muchas y muchos a quienes se les revelaba la esencia de la realidad. El mundo virtual había desaparecido. No había pantallas. Había personas, con los mismos problemas, miedos e inquietudes, y por fin, había comunicación. Porque antes de ser, que lo somos, conscientes de nuestra dependencia de la tecnología (no sólo de la informática, sino pensemos en la vitrocerámica, en el calentador de agua, la iluminación de la habitación antes de ir a dormir, de cómo nos informamos, etc., etc.) y de lo débiles que nos convierte, por contra, podemos ir recuperando las redes reales de confianza y comunicación, para perder esa dependencia, ganar independencia tecnológica y dejar de ser tan débiles y sumisos.

Al irse la luz y al pasar las horas sin recuperarla no se estaba acabando el mundo. Se estaba acabando el mundo tecnológico. Se habían terminado por un momento el flujo de datos y metadatos. Pero a cambio, volvíamos a hablar con nuestros vecinos. No funcionaban las transferencias digitales y los datáfonos no valían ni como pisapapeles, pero nos volvían a fiar en la tienda de barrio y apuntaban nuestro nombre y lo que debíamos en una libreta como cuando éramos pequeños. Recuperábamos nuestro tiempo para nuestra vida. Salíamos del trabajo antes (si porque no había energía) pero gastábamos el tiempo en lo que queríamos. En estar con nuestros hijos, padres, pareja,... con desconocidos o solos haciendo algo que nos llenase más. No había repartidores en moto, en patinete, o en furgoneta pero había millones de personas caminando por las aceras, con al cabeza alta, mirando a los ojos a sus congéneres, dirigiéndose a las tiendas pequeñas a comprar lo que necesitaban.

Resultaba entonces, una des-conexión digital, un apagado tecnológico, y a la vez, el encendido del mundo real.

Por ello, quien piense que estos eventos se solucionarán con más tecnología se equivoca. Porque la esencia del ser humano, si es la del progreso y la mejora de las posibilidades de supervivencia y adaptación gracias a la extraordinaria capacidad evolutiva de la raza humana. La inventiva, la imaginación, la construcción y la elaboración de herramientas es parte de la esencia del ser humano, como su posterior progreso y desarrollo. Pero también lo es la comunicación, la cooperación y la solidaridad, aspectos todos ellos, que desaparecen apagados por una cada vez mayor suficiencia tecnológica (si puedes pagarla, claro). Toda la evolución de la humanidad no hubiera sido posible sin una transmisión de conocimiento, sin un interés desinteresado, solidario, propio de la manada, de la tribu porque el de al lado también aprenda, mejore y sobreviva.

Porque en esencia, lo que sucesos como el apagón del lunes 28 de abril pone en cuestión, es aquello a lo que Marx se refería cuando hablaba ya en sus últimos escritos a partir de 1868, de "la despiadada explotación capitalista de la naturaleza que ponía en peligro la supervivencia de la humanidad". Si todo lo que supone el avance científico y tecnológico sólo sirve para aumentar la avaricia en el mundo, para cimentar un mayor consumismo e individualismo que no miden las consecuencias de sus actos lo que se estará haciendo es convertir la vida de millones de personas, hoy y mañana, en vidas precarias, terribles y con dolor y muerte.

Hoy cuando se habla de raermes e inversiones mil millonarias en armamento y ejércitos (curioso pero para la vivienda, para la educación, o la sanidad no hay dinero ni público ni privado y los impuestos son muy altos, pero cuando se habla de comprar pistolitas y balas a todos les salen las cuentas) "nadie" (entíendase de los que aparecen en los grandes medios) cuestiona la sumisión a un imperio. La puesta de la riqueza nacional al servicio de la metrópoli y sus intereses. Sin embargo, nada haría más poderoso, y sobretodo seguro, a un país o estado-nación hoy en día, que volverse independiente y auto-suficiente en materia energética y de proveedores de servicios digitales y de comunicación. Y eso pasa inexorablemente, hoy y más tarde (y más caro) por invertir en energías renovables.

No van a ser más y mejores tecnologías digitales las que ayuden a superar los tremendos retos que tenemos como especie delante. El cambio climático, la paz mundial en un entorno de amenazas de extinción masiva y extrema violencia. Superar las desigualdades y el odio. La pobreza o la corrupción. Todos estos problemas no van a mejorar porque la Inteligencia Artificial venga a descifrarnos soluciones ideales. Ni tampoco cualquier otro tipo de tecnología que depende de la capacidad adquisitiva de cada individuo, y fundamentalmente, de los intereses particulares (y oscuros) de los dueños de las tecnologías.

Al final nos seguirán haciéndonos dependientes. Aislados, temerosos y sumisos porque hemos relegado toda nuestra vida a la cibernética y al mundo digital. Hemos perdido la capacidad de procurarnos nuestro propio sustento y nuestro propio bien, porque hemos cambiado el depender de personas como nosotros y de construir sociedades y sistemas económicos que solventasen estas necesidades de manera solidaria y cooperativa, para entrar en un mundo competitivo, individualizado, y que paradójicamente, resulta más incomunicado aunque te hayas comprado el último modelo de smartphone y pagues un dineral por una conexión de red.

Siempre, y por desgracia llevamos unos años comprobándolo de manera personal y directa, son las personas, y las que más cerca tenemos, las de nuestro entorno, las que nos ayudan, y a las que ayudamos. En la covid, o durante la dana, en el apagón o en el siguiente suceso catastrófico serán las personas las que nos salven. Seremos nosotros, por encima del “yo” y como conciencia colectiva lo que haga que salgamos adelante.



miércoles, 3 de diciembre de 2008

Coltán, el Oro Azul


En estos días han llegado a los telediarios, las sobremesas televisivas y también algunas páginas de los periódicos los avatares últimos de la Guerra Civil del Congo. Alarmados quedamos al ver la situación en los campos de refugiados, la violencia y lo aparentemente gratuito de sus causas y consecuencias nos horrorizaron, nos hicieron tragar la bola de comida, desviar la vista y beber un sorbo para pasar el mal trago. Pero por qué conformarse con menos de un minuto de imágenes escogidas y narración pobre y medio censurada. Para ello aproveche la oportunidad que me brindo Cuarto Milenio para conocer el único y principal motivo por el que Occidente y el capitalismo permite una disputa en una de las despensas, en el África tropical, a orillas del Rio Congo y la región de los grandes lagos africanos.

Así llegue a oír por primera vez el nombre de la palabra clave, Coltán, pronunciada por Alberto Vázquez Figueroa, que tiene grandes conocimientos y experiencia sobre el terreno. Y es que este producto mineral y su control se han convertido en el principal detonador de un conflicto que sangra África desde hace 20 años. El coltán es el mineral sobre el que se extrae el Tantalio, metal prácticamente inoxidable (en términos químicos) y que su principal cualidad es que es un súper conductor de electricidad (80 veces más poderoso que el cobre, por ejemplo). Esta capacidad conductora ha permitido la Tercera Revolución Industrial, la que paso de la tecnología a la nanotecnia, a los viajes espaciales, a la interactividad del ser humano con otros semejantes y a la disponibilidad en cualquier momento y lugar de toda la información (si, la que nos quieran dar).

Yo desconocía que era el coltán y ha sido investigando un poquito a través de la red (indómita casualidad) y de la literatura de Figueroa los usos, condiciones y circunstancias de este "mineral azul", que esta rodeando al ser humano ahora mismo, a través de toda la tecnología y los medios y equipos de consumo. El capitalismo ha hipotecado la evolución del ser humano al coltán y como hizo antes con el petróleo, ahora tampoco le ha importando denigrar más el mundo colonial, las libertades y oportunidades del 70% de la población mundial, siempre que el 30% del norte, y normalmente con la tez más clara disfruten de las ventajas de un dvd, en la pantalla plana de su cálido hogar.

Pero este maravilloso mundo portátil, comprimido, práctico e instantáneo, tiene una pega: el coltán es tremendamente escaso, y la mayor parte de su producción se encuentra en una región pobre, cuya inestabilidad política y religiosa esta siendo exacerbada para mantener barata la extracción del producto, mientras el pueblo congolés se desangra. Con yacimientos en Australia (10%), Brasil, Thailandia, China (entre los 3 otro 10%), el 80 % se encuentra en la República democrática del Congo, y más aún en las regiones orientales de Kivu, con un pasado geológico muy unido a los volcanes, que es parece ser, el factor claro para que se produzcan los yacimientos del coltán. En estas regiones siempre han sido constantes los ataques étnicos entre hutus y tutsis, bastante permitidos por la Iglesia católica y la musulmana con facciones en ambos bandos, pero a quien irremediablemente les beneficiaba la guerra. Y lo mismo sucede con los países del primer mundo. Empezando por Bélgica antigua metropolí del terreno desde tiempos de Leopoldo II y sabedor pleno de la potencia del Congo. Y es que quizás sea el Congo en su extensión total, junto a Uganda, Ruanda, Tanzania o Zaire, la zona planeta más poderosa en recursos tanto minerales (petróleo, oro, diamantes), como hídricos (qué tambien han provocado y provocarán no pocos conflictos), madereros (la sabana y los bosques tropicales) y alimenticios. Todo ello en un terreno, en la República democrática del Congo, que sixtuplica el tamaño de España, pero con sólo 40 millones de habitantes, que si hubieran tenido un desarrollo pacífico y abierto, podrían tener hoy en día la renta pér cápita más alta del planeta siempre que mantuvieran su legimitidad sobre sus recursosy un comercio justo por parte del hemisferio norte.

Pero eso el cuento con final feliz; la realidad es mucho más dura. Desde que a mediados de los 80 se conoció la super-conductividad del mineral y la inestabilidad de la región se alentaron y permitieron las continúas guerras para mantener el precio lo más bajo posible y que las multinacionales consigueran la soberanía sobre el mineral. Empresas como la HallyBurton de Dick Cheaney, American Mineral Fields, participada en un 30% por la familia Bush y que en tiempos de la Administración del jerarca permitió la venta de armas a ambas facciones enfrentadas. Pero también empresas como la Bayer, Alcatel, Compaq, Dell, Ericsson, HP, IBM, Lucent, Motorola, Nokia, Siemens y otras compañías punteras utilizan condensadores y otros componentes que contienen tántalo, así como las compañías que fabrican estos componentes como AMD, AVX, Epcos, Hitachi, Intel, Kemet, NEC. Todas ellas vieron que mientras se mantaban los unos a los otros ellos podían maxificar sus beneficios, esquilmando los recursos africanos, ignorando los derechos humanos, amparándose en la publicidad y el capitalismo, y controlando la opinión e información de lo que realmente sucedía con los emporios periodísticos.

Estos beneficios no hubieran existido sin los avatares de un mineral manchado de sangre y desvergüenza, la de unas sociedades adineradas y conservadoras instaladas en el olvido:

En realidad el mayor beneficiario del coltán congoleño durante la guerra fue Ruanda. Según informes de Human Right Watch, el Ejército regular, o bien alguna de las guerrillas que financiaba, empleaba prisioneros hutus, así como a población local, incluidos niños para la extracción del mineral en los yacimientos de aluvión que salpicaban el área bajo su control. Antes de que el mineral fuera transportado por carretera o avión a Ruanda habría pasado por cuatro o cinco comisionistas, generalmente miembros de alto rango del Ejército o de alguna de las facciones guerrilleras. Una vez en Ruanda, el mineral pasaba al departamento administrativo informal ‘Congo Desk’ y dos empresas: Rwanda Metals y Grands Lacs. La organización de Uganda en la extracción del coltán, según informes de la ONU, era mucho menos sistemática y piramidal, y también estarían involucrados altos cargos del Ejército o de las guerrillas financiadas, entre otros, por un hermano del actual presidente de Uganda.

A partir del año 2001 la ONU había enviado a la zona un ‘grupo de expertos’. Los informes por ellos elaborados proponían para acabar con la guerra la declaración de un embargo en la zona tanto de armas como de las importaciones y exportaciones de oro, diamante y coltán sobre los países invasores. De la misma forma, proponían sancionar tanto a los países como a las empresas que incumplieran con el embargo. También aconsejaba una congelación de los activos financieros de los movimientos rebeldes (aliados de los países invasores) y sus líderes y que se estableciera un proceso de certificación de origen del diamante, oro y coltán.

Los innumerables informes de diversas ONG o de la propia ONU que iban saliendo a la luz, y que acusaban a Ruanda y Uganda del expolio de las riquezas minerales del Congo, permitieron una cierta presión internacional y el establecimiento de listas negras de empresas que operaban en la zona. Así 34 empresas (27 occidentales) fueron acusadas de importar coltán y casiterita y se consiguió que la compañía aérea belga Sabena suspendiese el transporte del mineral que realizaba desde Kigali (capital de Ruanda) a Bruselas. Sin embargo, otras rutas alternativas siguieron funcionando, y un considerable porcentaje del coltán congoleño siguió saliendo al mercado camuflado como procedente de Brasil o Tailandia.

Las medidas tomadas resultaron muy poco efectivas y en el Consejo de Seguridad no se llegó a ningún acuerdo para adoptar otras más influyentes. En realidad, ni el Gobierno de EE UU ni los de la Unión Europea mostraron una voluntad política real para acabar con el conflicto en detrimento de sus intereses particulares. Más bien al contrario: muchos países occidentales siguieron ayudando a Uganda y Ruanda tanto militarmente como a través de cuantiosas ‘ayudas al desarrollo’. Por ejemplo, la agencia de ayuda británica (DFID) anunció en septiembre del año 2000 un préstamo de 95 millones de dólares sobre un periodo de tres años para ayudar al Gobierno ruandés. Resulta paradójico y difícil de comprender cómo era necesaria una ayuda a países que poseían los suficientes recursos para invadir a su vecino. En este sentido, informes publicados por la ONU en abril de 2001 estimaban que el gasto militar de Ruanda en municiones, abastecimiento y vuelos de su Ejército en el Congo rondaba los 60 millones de dólares al año, mientras otros informes también publicados por la ONU y por comisiones independientes estimaban que en el año 2000 Ruanda había ganado 40 millones de dólares por diamantes, 15 millones por el oro y 191 millones por el coltán, todos extraídos en suelo congoleño. Uganda habría ganado en sus zonas bajo control 1,8 millones por diamantes, 105 millones por el oro y 6,2 millones por el coltán.

Ruanda y Uganda no sólo se beneficiaron durante el periodo de guerra de la ayuda de los países donantes, sino que parte de sus deudas externas fue cancelada y además fueron considerados como modelos de desarrollo económico.

Por otro lado, la ayuda militar también continuó durante el conflicto, y fueron firmados planes de cooperación entre EE UU y los dos países africanos. Sorprendentemente, el acuerdo con Ruanda llegó después de que una de sus guerrillas tomase Bukavu, la capital de Kivu Sur, en mayo-junio de 2004.

Y todo esto sin entrar en lo peor; inmersos en una guerra civil de la que nadie sabe el comienzo y nada predice el final, con los adultos y muchos millares de niños empuñando las armas, son otros niños los que excarvan en la tierra, con martillo y pico para separar el coltán de la tierra inerte, en régimen de esclavitud, analfabetismo e insalubridad para hacer crecer los réditos bursátiles de compañías tecnológicas de Europa, America y Asia. Las comunicaciones requieren del coltán como producto base, haciéndose en términos económicos y sociales más importante que el petróleo (que todavía es más abundante). Su dominio puede dar la llave al dominio mundial durante el siglo XXI a la potencia que lo consiga, y todas se han lanzado en la vorágine de la maldad y el horror a controlar el coltán sin importar cuantas personas exalen su último aliento o cuantos ecosistemas se mueran, porque el empeño es "noble": qué tengamos móviles más pequeños, uno cada mes, ordendores más rápidos y menos voluminosos, pantallas más planas... y también comuncaciones más secretas, armas más sofisticadas, transoceánicas y mortales. Y este episodio histórico ha sido tan vertiginoso y espontáneo que ha obligado al ser humano, o éste se ha dejado obligar, a olvidarse del paso previo, a perder todas las virtudes y productos del momento anterior. Esto es como si en la Edad del Bronce, se hubieran olvidado de la Piedra. ¿Con qué hubieran cincelado el bronce?. Si ahora olvidamos los derechos humanos, la información escrita y pausada, la industria de productos quizás más voluminosos y menos prácticos, pero más baratos y sostenibles en aras de la velocidad y de la riqueza instantánea daremos un paso al precipio que no podremos evitar y que quizás nos atrase 100 años.

Y es que esta tercera revolución esta a punto de culminarse habiendo casi agotado su recurso básico y en un clima de tanta inestabilidad y bajeza moral, depende exclusivamente de los delgados brazos de un niño africano que separa el oro azul de la tierra muerta.



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