lunes, 5 de junio de 2017

No a las patentes en la cerveza ni la cebada

La cebada, la cerveza y su proceso de elaboración son viejas tradiciones al alcance de todos. Sin embargo, la Oficina Europea de Patentes (EPO, por sus siglas en inglés), ha concedido una patente a Heineken y Carlsberg de la cebada cultivada de manera tradicional. Con la patente, estas multinacionales pasan a ser dueñas de la cebada, desde la semilla hasta la jarra de cerveza. No solo quieren adueñarse de una tradición que existe desde hace miles de años, sino que con la patente, la EPO está violando la legislación europea. Es más, cada vez que aprueba una patente, la EPO gana dinero.
Tenemos la oportunidad de detener la patente de la cebada y la concesión de este tipo de patentes. El año pasado, la UE ya cedió ante la presión popular, cuando más de 570.000 europeos firmaron una petición en internet, y dictaminó que no pueden concederse patentes de plantas ni animales, a menos que estén modificados genéticamente. Ahora son los Estados miembros de la Organización Europea de Patentes quienes tienen el poder de exigir a su Oficina que actúe de acuerdo con la legislación vigente.
El próximo miércoles, junto a más de 30 organizaciones medioambientales, habrá una protesta que presentará una objeción legal contra las patentes de la cebada concedidas a Carlsberg y Heineken. Y de paso se aprovechará para pedir que se impida que la EPO se salte la legislación europea.
Así el próximo miércoles se harán entrega de estas objeciones a la Oficina Europea de Patentes en Múnich, conduciendo un carro cervecero típico de Bavaria tirado por seis caballos, al son de instrumentos de viento. Firma la petición pinchando en el botón azul al final del artículo, para que los dirigentes políticos sepan que somos miles, que venimos de todos los rincones de Europa y que no pararemos hasta que la EPO desestime la patente.

Por qué es importante

En los últimos años, la Oficina Europea de Patentes ha seguido concediendo patentes a plantas alimenticias como los tomates, el brócoli, el melón y, más recientemente, la cebada. El alcance de dichas patentes es enorme: en este caso, incluye la cebada, el proceso de elaboración de la cerveza y la propia cerveza. Además, la patente abarca todos los tipos de cebada con las mismas características, independientemente de cómo haya sido cultivada. Esto significa que las fábricas de cerveza obtienen beneficios por partida doble: venden las semillas de cebada a los agricultores, les compran la cebada cultivada y después venden la cerveza al consumidor. Controlarían todo el proceso, del campo al bar. Al mismo tiempo, la patente les da derecho a impedir que otros agricultores cultiven cebada de mejor calidad y les permite ampliar su dominio en el mercado, en detrimento de los agricultores, cultivadores, consumidores y otros fabricantes de cerveza.
Las patentes concedidas a Carlsberg y Heineken nos demuestran cómo la industria y la EPO pueden aprovecharse de las zonas grises en la legislación para sortear las prohibiciones. La EPO tiene unos ingresos anuales de mil millones de euros, procedentes de las tasas, y obtiene dinero por la concesión de cada patente, permitiendo a las multinacionales ganar terreno en el mercado.
Con nuestras objeciones nos enfrentamos directamente a dos multinacionales cerveceras en un único caso. La EPO debe responder a nuestras objeciones legales con una argumentación detallada justificando su decisión.

domingo, 4 de junio de 2017

El Ministerio del Tiempo. Regalo para espectadores inteligentes

Alfred Hitchcock (José Ángel Égido) en El Ministerio del Tiempo

Casi un año ha habido que esperar entre el final de la segunda temporada y el comienzo de la tercera de El Ministerio del Tiempo.
Todo éste período de tiempo tuvo de espera y distintos grados de ilusión y desilusión, pues no todo se debió a dificultades técnicas o de agenda que justificarán la demora.
Primero hubo (y todavía hay que permanecer atento) que luchar contra la ceguera y el oscurantismo de una RTVE, politizada y cutre hasta el extremo, incapaz de gestionar un producto que no entiende, puesto que mientras sus artesonados se mantienen en un berlanguiano siglo XX, la obra de los hermanos Olivares (sin olvidar a todo el fantástico equipo que compone la dirección, producción, trabajo técnico, artístico, y si, el Community Manager) se encuadra y mueve en la vanguardia del XXI.
Así, tras campañas en Internet, recogidas de firmas, hastags y anuncios de los creadores, se llegó al punto clave para mantener la serie una temporada más: La llegada de la plataforma de pago por visión y creación de contenidos, Netflix.
Es evidente que la inversión de Netflix se va a traducir en más recursos a la hora de la grabación (para muestra la primera escena y la intro del primer capítulo de esta nueva temporada) y habrá que ver si, lejos de finalizar la serie en éste año, se alargará por más temporadas, buscando mayor retorno económico. En ese caso habrá que ver si la obra no se resiente, ni desgasta y por lo tanto si no pierde impacto y trascendencia en nuestra televisión, cultura y sociedad.


Pero aquí estamos ya disfrutando todos los Ministéricos, con el primer capítulo de la tercera temporada. Un primer capítulo esperado, porque TVE decidió posponerlo de su primera fecha de emisión anunciada ¡¡20 días!! para empezar la emisión pasadas, creo, las 22:45 de la noche. No es de recibo que una cadena de televisión, más si es pública, ponga su prime time a unas horas tan avanzadas, que hace que cualquier producto estrella acabe pasadas las 12. Desde luego, yo prevenido de esto, y aprovechando las posibilidades tecnológicas lo he visualizado a través de la plataforma de RTVE para Smart Tv, cuando he querido y cómo me ha dado la gana.
Las series, tanto nacionales como extranjeras, tienen en España el problema con las operadoras, donde estas, buscan en las series la rentabilidad que les da, en términos económicos y corto-simplistas una película. Programan dos capítulos de estreno de una serie en prime time, después de 10 minutos de publicidad, o del programa líder de la cadena, tipo "El Hormiguero" o "El intermedio". O después de dos horas de un partido de fútbol, lo que provoca que semana a semana la serie en cuestión, nunca cumpla un requisito de puntualidad y fijación en la parrilla, con lo cual se le elimina la periodicidad, por algo se llama serie, el concepto de cita semanal, que tan bien entienden los americanos y que aquí ni se sabe si existe.
Pero es que tampoco es normal que ese mismo producto estrella que tienes y arrastra una notable legión de seguidores lo vayas a estrenar al empezar el verano, justo la época del año que menos gente ve la tv en éste país. Cosas así son las que hacen pensar que RTVE no está nada interesada en este producto, que provoca copias legales o ilegales, y busca con ahínco una excusa cualquiera de las audiencias para cancelarla. Elucubrar los motivos que hay detrás para esta intención velada no es fácil, pero la cadena de hechos demuestra el poco entusiasmo con el que el ente público promociona y trabaja éste producto original y divertido, que hace pensar y hace reaccionar a la gente. Evidentemente, su intención es sustituirlo por alguna nueva absurdez que embrutezca a la plebe y de paso enriquezca algún cuñao de toda la vida.
Pero voy a centrarme en éste primer capítulo de la tercera temporada que tras más de un año esperándolo me ha dejado un fantástico sabor de boca y la necesidad de dejar unas líneas sobre él, intentando evitar spoilers y tratando de animaros a que lo disfrutéis vosotros mismos.


Las primeras secuencias viajando en el tiempo entre el momento actual y el histórico sirven para despedir a Julián. El personaje de Rodolfo Sancho, abandona la serie, tras no renovar éste su contrato con la productora. Desde luego es una baja notable, porque Julián como miembro de la patrulla nativo del tiempo presente servía como correa de transmisión de sus compañeros con la actualidad y ofrecía un punto de vista socarrón sobre estas diferencias culturales. Por contra, ya definitivamente le suple (Paccino) Pacino, el personaje de Hugo Silva, que tendremos que ver si encaja tan perfectamente y si suple las líneas argumentales que las relaciones de Julián aventuraban en el futuro de la serie.
La forma de despedir a Julián marca desde el minuto 1 la sorpresa y la estupefacción, y logra que como espectador y seguidor de la serie alcances un clímax dramático cuando todavía no han sonado los títulos de crédito. Las distintas secuencias están rodadas con maestría y originalidad y atisban desde el inicio una de las que se presume va a ser una de las constantes de esta nueva temporada: La mayor disponibilidad de recursos, financieros y técnicos, con la entrada de Netflix.
Así sin descanso, ni desahogo, ni para espectadores, ni para personajes se desenvuelve la trama de éste primer capítulo.
Y lo hace funcionando como un grandioso homenaje al cine de Hitchcock, que también forma parte entre los personajes del guión, y que constituye todo ello una oda al cine clásico y al cine de género de los años 50.
Ambientada en el Festival de San Sebastián del año 1958 las distintas secuencias del capítulo son recreaciones de algunas de las más celebres que el Maestro del Suspense nos legó en su inigualable filmografía.
Así visionando el capítulo se reconocerán escenas y mensajes, unas veces más implícitos que otras a Los Pajaros (1963), Recuerda (1945), Vértigo (1958), La Ventana Indiscreta (1954), Marnie La Ladrona (1964), o El hombre que sabía demasiado (1956) con la genial escena de los coches bajando el Monte Igueldo.
Los giros argumentales y una trama perturbadora ambientada en las tensiones de la Guerra Fría y el día a día actual del Ministerio, se entremezclan, así como también recursos narrativos como el Macguffin o generar situaciones de peligro en lugares tan insospechados como el mausoleo de un cementerio o la habitación de un hotel. Así mismo, y como parte también del episodio como homenaje, la música, el sonido, cobra especial importancia enriqueciendo así las atmósferas para trasladar al espectador a la psique del personaje, promoviendo en él, en quien ésta en su sillón, el mismo estado mental de fulgor, sorpresa o miedo.
Y no se podía haber hecho si no hubiera sido con la profesionalidad del elenco, que tanto en sus personajes principales, recurrentes o eventuales muestran un compromiso total, así como una sensación de estar pasándoselo bien mientras hacen su trabajo. En especial, y por encima de todos ellos, quien interpreta a Alfred Hitchcock.
No sé si en los premios de cine y televisión de este país existe un galardón al mejor actor (y/o actriz) “Guest Star” en una serie. Es decir, al mejor invitado de un capítulo de una serie. Sé que en los Emmy existen (Outstanding Guest Actor) y creo que en España, con la importancia que están ganando las series también deben reconocerse estos trabajos muchas veces interpretados por artesanos de las tablas de nuestro país, ya no sólo secundarios de lujo sino complementos gourmet.
Si existen tengo mi candidato y ganador ya adjudicado. Y si no existen se tienen que crear y llamarse (al menos en su acepción masculina) Premio José Ángel Égido. Y es que el Alfred Hitchcock que el magnífico actor pontevedrés compuso para éste primer capítulo de la tercera temporada de El Ministerio del Tiempo forma parte ya de la historia de la televisión de éste país. A base de talento y una mínima caracterización en el color del pelo, Égido adopta la expresión corporal del director británico, de forma brillante su rictus gestual. Modula la voz para expresarse en inglés de forma majestuosa transportándonos a aquellos icónicos Alfred Hitchcock Presenta. En definitiva, ejecuta una de las interpretaciones más brillantes y certeras de un personaje histórico, no ya sólo de esta serie, que ya tiene un nivel bien alto, (sólo basta recordar el Lope de Vega de Victor Clavijo, el García Lorca de Ángel Ruíz, el “falso” Cid de Peris Mencheta y por supuesto el maravilloso Felipe II de Carlos Hipólito en el genial cierre de la segunda temporada), sino de toda la historia de la televisión en España.
Por ir acabando y siempre tratando de dejaros el ánimo de que disfrutéis con la serie, añadir que a la magnífica producción de la serie y a un guión de suspense y cine clásico, se le añade la intromisión de nuevas tramas que aparecen muy interesantes y que habrá que ir viendo como se desenvuelven las siguientes semanas, mientras descubrimos o no, si estamos ante la última o no, temporada de El Ministerio del Tiempo.

lunes, 29 de mayo de 2017

Una vuelta filosófica a la necesaria Reducción de la Jornada Laboral

Fotograma de la excepcional e imprescindible Tiempos Modernos, de Charles Chaplin (1936)

Voy a continuar reflexionando sobre cómo funciona este sistema económico y social y sobre la necesidad perentoria de reducir la jornada laboral. Lo voy a hacer aplicando mi experiencia particular, añadiendo la valoración personal, y la lectura concreta al momento vital en el que me encuentro.
Desde hace un mes estoy de vuelta en el mundo del trabajo. Acepte un puesto de desarrollador web en Salamanca, nuevamente, en una especie de burla de la vida que parece atarme a una realidad rutinaria, ya exprimida, sin dejarme crecer, probar nuevas cosas y entornos y cumplir anhelos.
Una de las cosas más interesantes que me está sucediendo es como desde que he vuelto a la rutina y la seguridad (relativa) de tener ingresos a final de mes, me he vuelto menos cuidadoso con el dinero. Esta es una sensación que tuve la semana pasada al caminar hacia el trabajo con mi café diario de take away en la mano; lo recordé horas después al animarme a comprar unas galletas sin aceite de palma para el aperitivo; después sentí lo mismo cuando me animé a echar un boleto de los Euro millones. Y todo ello lo confirmé empíricamente cuando comprobé mi Excel con el presupuesto doméstico.
Desde luego no se trata de compras excesivamente caras, caprichos extravagantes o derroches irracionales. No. Son compras y adquisiciones sin las que he podido vivir todos estos meses de atrás en los que mis ingresos no estaban tan garantizados, y que además se demostraron como innecesarias.
Pensando en todo esto he llegado a la conclusión de que es curioso como dependiendo de nuestro nivel de ingresos (y la expectativa de tenerlos) “nos llevamos” a un nivel de gastos que aparecen aparejados o intrínsicamente ligados, ya sea por motivaciones y presiones sociales, diferenciadoras o de pertenencia. Llama la atención como el hecho de tener un billete de 20 euros en el bolsillo nos invoca a una satisfacción temporal el gastarlos, aunque los bienes o servicios adquiridos con ellos no supongan ningún cambio trascendental en nuestras vidas.
Así con este hecho probado y replicado en millones de seres humanos llegamos a la cultura de las cosas innecesarias.
Es evidente que en Occidente se ha impuesto gracias al marketing, la publicidad y los medios de comunicación de masas un estilo de vida basado en gastar dinero en cosas innecesarias. Así el capitalismo por un lado se ha garantizado la recaudación de ingentes cantidades de dinero, que vuelve más pronto que tarde a sus manos tras haber salido en forma de salarios y dividendos. Y por el otro el sistema obtiene la sumisión inconsciente de una población atrapada en un bucle continuo de trabajar para consumir; de aceptar unas condiciones cada vez más penosas e indignas con tal de mantener un rol de éxito promovido por campañas publicitarias y una realidad social basada en la imagen, el culto al individualismo y la competitividad.
La idea es que en todo momento compres cualquier cosa. El Capitalismo, tal y como lo conocemos hoy no se sostiene sino es bajo una premisa concreta: Las grandes compañías no ganaron sus millones de dólares promoviendo bajo la honestidad, la responsabilidad (social, laboral, ambiental) o la ética, la virtud de los productos que ofrecen, sino que lo hicieron creando una cultura que influyó a millones de personas para que estas comprarán mucho más de lo que necesitan como un medio de satisfacción a través del dinero.
Al final, sobre todo en el entorno urbano (otro invento del sistema para dominarnos y controlarnos), compramos cosas o servicios para subirnos el ánimo, como descarga de adrenalina; o para tener lo mismo o mejor que el vecino; para completar visiones idílicas que la publicidad ha enraizado en nuestra mente durante toda nuestra vida; para publicar nuestro modo de vida en Internet y recibir la atención hipócrita de otros tantos infelices; o por otro montón de razones psicológicas y de status social que poco o nada tienen que ver con la razón misma de comprar: el uso del producto o servicio adquiridos.
Para completar el círculo las grandes compañías y sus gobiernos cómplices han planteado este estilo de vida como si fuera lo más normal, lo que se ha hecho toda la vida o el sumun de la evolución humana. Y como parte del chantaje, siempre pensando en las sociedades occidentales, se impone un ritmo de vida basado en la emergencia y el estrés, en el que la mayor parte del día productivo del ciudadano y ciudadana se pase en el puesto de trabajo (o en trayecto de ida y vuelta), lo que nos obliga a construir nuestras vidas en las tardes, las noches y los fines de semana.
Así aparece una paradoja que en los últimos años es recurrente en mi modo de pensar: Cuando tengo dinero, tengo muy poco tiempo para disfrutarlo o exprimirlo hacia caminos de realización personal; y cuando tengo tiempo, tengo poco o ningún dinero lo que imposibilita el acceso a gran parte de esos caminos.
La respuesta sería fácil: Trabajar menos para tener más tiempo libre, siempre sin perder la capacidad adquisitiva generada con nuestro empleo. Sin embargo, desde hace casi un siglo, en todos los países, en todos los momentos históricos y bajo todos los tipos de paradigmas productivos (incorporación de la mujer, robotización y automatización, virtualización de la economía y de las relaciones,…) las empresas y los gobiernos, el establishment, se han negado con vehemencia.
La jornada laboral de 8 horas se introdujo en Inglaterra a finales del XIX para proteger a los trabajadores (muchas veces niños) que estaban siendo explotados mediante jornadas laborales de 14 o 16 horas diarias.
A medida que la tecnología avanzaba, los trabajadores de todas las industrias fueron capaces de producir mucho más valor, en menos tiempo, aumentando exponencialmente las plusvalías que acababan en los bolsillos del empresario, sin apenas repercutir -y cuando lo hacían mínimamente es a base de sonoras y trágicas movilizaciones laborales- en los de los trabajadores. Al cambio, el debate sobre la reducción de jornadas laborales era ninguneado, cuando no erradicado, fijando las 40 horas semanales (8 diarias) como norma inamovible pese a que multitud de estudios demuestran que la productividad es notoriamente más alta en jornadas intensivas más cortas (el empleado tipo de oficinas logra trabajar “sólo” 3 horas de las 8 que pasa en su asiento).
Hay muchas razones para mantener esta legislación (inyección de un cansancio patológico en los y las trabajadores, dificultad a máximo el asociacionismo y el sindicalismo, frenar la contestación social, facilitar el control de masas y flujos, etc.) pero una de las más evidentes y perversas es que así logran que los trabajadores al tener poco tiempo libre pagarán más por los bienes y servicios, sin tener en cuenta su verdadera función o utilidad, sino que simplemente por una satisfacción o alivio obtenido por el mero hecho de comprar.
Si la gente llega cansada a su casa, y tiene que atender todas las obligaciones familiares y de comodidad del entorno hogar, al final consigues mantenerlos viendo la televisión y con ella todos los anuncios que alimentan esta siniestra rueda, haciéndoles perder cualquier tipo de ambición fuera de su trabajo.
Nos han llevado a una cultura para hacernos sentir cansados y hambrientos de satisfacción con lo que nos predisponen a gastar grandes sumas de dinero (de tiempo que pasamos “trabajando”) para obtener entretenimiento y satisfacción sin que nunca se sacie por lo que constantemente queremos cosas que no tenemos.
Gastamos para subir nuestro ánimo, para recompensarnos, para celebrar, para arreglar problemas, para mejorar nuestro estatus o para no aburrirnos. Si dejáramos todos de comprar cosas que no necesitamos y no nos aportan algo trascendente más allá de una alimentación y sustento básico, la economía se colapsaría de tal modo que jamás se recuperaría.
De esta proliferación de un consumismo exacerbado, competitivo y de rápida absorción y satisfacción (con su íntima y posterior insatisfacción y/o culpabilidad) surgen todos los males del capitalismo, como la contaminación, la corrupción, la avaricia, los problemas sanitarios (obesidad vs hambrunas, problemas psicológicos, patologías autoinmunes, problemas cardíacos y respiratorios, etc.) y la extrema violencia en la que vivimos.
La cultura del trabajo durante 8 horas es la herramienta perfecta para mantenernos atados y jugando al monopoly como fichas insignificantes y a las que mantienen en un estado de permanente insatisfacción que sólo, y momentáneamente, se arregla comprando algo nuevo.
Si además recordamos que la infinita mayoría de los productos manufacturados que consumimos se extraen y/o elaboran en condiciones que atentan contra la ética, la responsabilidad ambiental y las normativas laborales más elementales…

No sé si habéis oído hablar de la Ley de Parkinson. Viene a decir que el trabajo a desempeñar se alarga hasta ocupar todo el tiempo disponible para que se termine. E incluso, en ocasiones más allá.
Pongamos un ejemplo: Si tienes que hacer una maleta en diez minutos, tu mente y tu cuerpo funcionan a pleno rendimiento hasta completar la tarea; sin embargo, si nos damos toda la tarde para hacer la maleta, es muy probable que alargues la tarea, de manera evidentemente, innecesaria, ocupando toda la tarde.
Comúnmente hace referencia a la utilización del tiempo. Pero si lo pensáis detenidamente, también con el dinero funcionamos igual: Realizamos gastos y previsiones de gasto, en base a los ingresos y las previsiones de ingresos. Sobretodo es aplicable cuando hablamos de esos pequeños bienes y servicios que no trascienden nuestra vida, no son necesarios en la supervivencia. Contra más generamos (o creemos que vamos a generar) más gastamos. No es que repentinamente necesitemos comprar más, es simplemente que como podemos hacerlo, lo hacemos.
Esta es la paradoja del sistema. De cómo nos encierran; nos machacan; nos esclavizan sin que nos enteremos. De cómo nos han enganchado a Matrix, de “nuestra” idiotez. Durante años han trabajado y estudiado la forma de generar una sociedad perfecta para ellos, para los poderosos. Y esa es la que tenemos ahora y aquí, con millones de consumidores leales, pocos satisfechos pero esperanzados por vanas ilusiones de imágenes que ven por televisión. Perfectos para trabajar a tiempo completo por unas migajas que nos revierten por tonterías, sin apenas interés en desarrollarse de forma personal.
Un plan perfecto que encaja mejor de lo que imaginaban. Un sistema opresivo, lacerante e indigno sobre el que casi nadie se levanta, muy pocos discuten, menos aún luchan por cambiarlo.

jueves, 25 de mayo de 2017

El hombre de negro




No he podido resistirme a escribir sobre Loquillo tras leer esta noticia. Desde luego, la personalidad e ideología de "el loco" no deja indiferente a nadie. Por encima de la persona y el cantante, está el personaje, y las tres esferas se entremezclan para componer un retrato fascinante que es historia viva de la música de este país, del rock y del blues, y también un rostro reconocible y esencial de esa etapa mitificada llamada "Movida", tanto en su vertiente madrileña como barcelonesa, y por lo tanto de la cultura española contemporánea.
Sería iluso por mi parte hacer un escrito como alegato de un legado, sin hacer mención a las polémicas que el propio Loquillo ha alimentado a lo largo de su carrera. Desde luego no puedo reclamar mayor empaque a su música, sin citar algunas de esas declaraciones altisonantes e irritantes para partes del espectro sociológico e ideológico tanto catalán como español con las que todos estos años han ido apareciendo.
Loquillo ha ido pasando por varios espacios políticos sin importarle quedar como una veleta, porque siempre ha expuesto un pragmatismo por encima de todas las cosas a la hora de afrontar un problema particular. Así de este modo y durante todos estos años ha colaborado en mítines del PSC, apoyado reclamaciones de la antigua Convergencia, militado en el PC o pedir el voto para Izquierda Unida.
Ha cobrado campañas publicitarias de grandes marcas españolas y participado en tertulias televisivas o radiofónicas tanto de centro izquierda como de ultra derecha.
Se ha mostrado siempre firme ante la cuestión catalana, defendiendo la unión española, pero reconociendo singularidades, sin limitar derechos, como el derecho a decidir y convencido de los derechos individuales, así como los servicios sociales, particularmente la educación y la cultura.
Desde hace años, muchos antes de que se pusiera de moda, venía advirtiendo de la gentrificación que está sufriendo Barcelona; de como sus barrios y particularmente el centro histórico se veía amenazado primero con el abandono de las instituciones, llegando hasta su deterioro por las proliferación de las drogas, y luego con la llegada masiva de turistas y de especuladores con ellos, que la hacían insoportable.
Mención especial cabe su evolución ante el asunto de la piratería, las descargas y la presión como lobby, que la SGAE viene ejerciendo sobre los distintos gobiernos. Con un enfrentamiento personal indisimulado hacia Teddy Bautista y todo el animalario que gobierna la patronal de los autores, aun así Loquillo apoyó reivindicaciones del canon de compensación por piratería, por lo que fue criticado, y mostrando talante tras dialogar con la parte contraria, evolucionar hacia posiciones más a pie de calle, reconociendo que es sobre el escenario donde un músico ha de ganarse el pan, y que las nuevas tecnologías y plataformas ayudan ha darse conocer a quien tenga algo que contar o cantar.
Podemos estar de acuerdo o no, a mi particularmente no me satisfacen muchas de sus declaraciones y continuas idas y vueltas, pero si estoy escribiendo esto, es por su música y su talante y talento a la hora de desarrollarla en directo, no porque sea un líder de opinión.


Y ahí es donde radica la genialidad de Loquillo y con ella su posteridad. Una Rock n' roll actitud ante la platea y ante la vida. Haciendo trascendente cada momento para disfrute del público y de él mismo, y de la majestuosa banda con la que se acompaña (en la actualidad Igor Paskual a la guitarra, Laurent Castagnet en la batería, Josu García guitarra, el bajo de Alfonso Alcalá, la guitarra de Mario Cobo y el teclado de Lucas Albaladejo). El hijo de nadie sigue una Línea clara, para que a todos al igual que en la Memoria de jóvenes airados, tengamos siempre el recuerdo de un concierto imborrable.
Con su inconfundible tupe, su impoluto traje negro y desde su 1'95 de promesa del basket de los 80, nos dice Pégate a mí y síguenos por El rompeolas, mostrando una imagen poderosa de rockabilly que acompaña con una voz grave y madura que aún mantiene tonos juveniles de rebelión e inconformismo, pero con matices de redención y rendición por reconocer perseguir imposibles.
El hombre de negro, homenaje -que le queda como un guante- al gran Johnny Cash, sirve de unión intergeneracional. Padres, algunos ya sexagenarios, casi abuelos, con sus hijos, a su vez padres o en edad de serlo, de ya adolescentes o incluso niños disfrutan al máximo el derroche de virtuosismo de toda la banda, exponenciando la música, como el sabor de Carne para Linda.
Feo, fuerte y formal pero también Contento, como declaración de intenciones de quien hace lo que le gusta, quien se divierte con El ritmo del garaje, en un ejercicio Cruzando el paraíso, para ganar la trascendencia de La nave de los locos.
Indómita La mataré, peligrosa y delicada propia de las Political Incorrectness, del hombre antes que el artista, siempre transgresor, constante en su ejercicio de proponer y hacer pensar, hacernos reflexionar, tanto como individuos, como sociedad.
El mundo necesita hombres objeto como quien necesita una toalla que plaque el sudor en la noche al calor de los focos. Porque esa es la rutina de quien ama el escenario; de quien conoce el canal por donde dialoga con su público, a quien merece respeto y dedicación.
Porque por mucha Rock & Roll Star que se sea, lo más importante es la música. Tocarla y sentirla. Ya sea en una plaza histórica. En un inmenso pabellón de la capital, o en uno pequeño de una ciudad de provincias. En festivales o en fiestas patronales de pueblos. Lo importante es engrasar el Cadillac solitario, como metáfora de los sueños incumplidos y los recuerdos que quedan atrás. *
Destilando un setlist de rock clásico y blues con plena profesionalidad, sus escasas interpelaciones con el público son notas de guía a través de un viaje que ya hoy recorre una carrera artística y vital.
Un tipo duro de aspecto imponente, que se alimenta de la delicadeza de la poesía más underground. Siempre polémico por expresarse libremente, bebió de las fuentes del punk que tarde llegó a esta tierra. The Clash o Ramones, pero a la vez Roy Orbison y Bruce Springsteen, para hacer cuerpo y materia de las letras de un inseparable Sabino Méndez, y con quien ha llevado una senda explorando la fina línea que separa el blues del rock, siempre elegante y sugerente a ambos lados.
Un tesoro de nuestra cultura que permanece en un estado de semi clandestinidad. Uno de los intérpretes más auténticos que ha sabido desde los clichés de las tribus urbanas idear su propia imagen sin perder en ningún momento un ápice de verosimilitud.
Defensor de nuestras letras, de la lengua castellana, ha traído poemas y canciones de hijos malditos para el estableshment como Celaya, Luis Alberto de Cuenca, Gil de Biedma o traducidas de Strummer o el ya citado Johhny Cash. Todo sabiendo mantenerse auténtico.
Y por contra sufriendo, ya no sólo los ataques de los bandos ideológicos ofendidos por alguna de sus asonadas, sino también el silencio de una cultura que en su aspecto musical huye de todo aquello que se desmarqué de lo cañí y lo flamenco.

Con Loquillo tenemos uno de esos artistas que, en cualquier otro país europeo, su obra aparecería de continuo en los medios, como muestra del talento y producción nacional del que sentirse orgulloso más allá de las fronteras y para cuidar y destacar cualquier evento o concierto.
Sin embargo, aquí, en #Españistan, Loquillo tiene que moverse por los circuitos alternativos, pese a mostrar una de las mejores discografías del país, por cantidad, calidad y riesgo en la profusión de estilos e ideas. Además de ofrecer, casi ininterrumpidamente, una ristra de conciertos que son ejemplos de profesionalidad, elegancia, talento y coherencia y que mueven miles de seguidores de distintas edades y condiciones. No puedo ni imaginarme como estarán quienes todavía no han generado un grupo de seguidores así y tienen que hiper hipotecarse para sacar un disco o producción artística o deambular por pequeños bares para sus conciertos.
Es el dolor de la cultura de un país que se muere poco a poco bajo el yugo de los intereses económicos de las empresas ya sean discográficas, cadenas de televisión o ambas cosas. Con unas instituciones que ven la música, el arte y la cultura, bien como aliados en eso de adormecer conciencias o sobre todo como enemigos que silenciar si agitan mentes y sentimientos. Y con ellos una parte de la población reacia a nuevos sonidos y experiencias, cada vez más pasiva en el proceso de enriquecer su ocio. Con este panorama se va reduciendo cada vez más el espectro que se ofrece a la población en general, y por lo tanto empobreciéndose el nivel cultural.
Yo no puedo obligar a nadie a ver un concierto o escuchar un disco de Loquillo, o de cualquier otro músico o grupo que me gustan. Pero en el caso particular de José María Sanz Beltrán, Loquillo, no dejéis nunca pasar la oportunidad.

Todas las fotos son del concierto Loquillo en Ciudad Rodrigo el 15 de agosto de 2015

* La descripción con las canciones en negrita hacen referencia al setlist de su concierto en la Plaza Mayor de Salamanca del 8 de septiembre de 2013.

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...