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jueves, 25 de mayo de 2017

El hombre de negro




No he podido resistirme a escribir sobre Loquillo tras leer esta noticia. Desde luego, la personalidad e ideología de "el loco" no deja indiferente a nadie. Por encima de la persona y el cantante, está el personaje, y las tres esferas se entremezclan para componer un retrato fascinante que es historia viva de la música de este país, del rock y del blues, y también un rostro reconocible y esencial de esa etapa mitificada llamada "Movida", tanto en su vertiente madrileña como barcelonesa, y por lo tanto de la cultura española contemporánea.
Sería iluso por mi parte hacer un escrito como alegato de un legado, sin hacer mención a las polémicas que el propio Loquillo ha alimentado a lo largo de su carrera. Desde luego no puedo reclamar mayor empaque a su música, sin citar algunas de esas declaraciones altisonantes e irritantes para partes del espectro sociológico e ideológico tanto catalán como español con las que todos estos años han ido apareciendo.
Loquillo ha ido pasando por varios espacios políticos sin importarle quedar como una veleta, porque siempre ha expuesto un pragmatismo por encima de todas las cosas a la hora de afrontar un problema particular. Así de este modo y durante todos estos años ha colaborado en mítines del PSC, apoyado reclamaciones de la antigua Convergencia, militado en el PC o pedir el voto para Izquierda Unida.
Ha cobrado campañas publicitarias de grandes marcas españolas y participado en tertulias televisivas o radiofónicas tanto de centro izquierda como de ultra derecha.
Se ha mostrado siempre firme ante la cuestión catalana, defendiendo la unión española, pero reconociendo singularidades, sin limitar derechos, como el derecho a decidir y convencido de los derechos individuales, así como los servicios sociales, particularmente la educación y la cultura.
Desde hace años, muchos antes de que se pusiera de moda, venía advirtiendo de la gentrificación que está sufriendo Barcelona; de como sus barrios y particularmente el centro histórico se veía amenazado primero con el abandono de las instituciones, llegando hasta su deterioro por las proliferación de las drogas, y luego con la llegada masiva de turistas y de especuladores con ellos, que la hacían insoportable.
Mención especial cabe su evolución ante el asunto de la piratería, las descargas y la presión como lobby, que la SGAE viene ejerciendo sobre los distintos gobiernos. Con un enfrentamiento personal indisimulado hacia Teddy Bautista y todo el animalario que gobierna la patronal de los autores, aun así Loquillo apoyó reivindicaciones del canon de compensación por piratería, por lo que fue criticado, y mostrando talante tras dialogar con la parte contraria, evolucionar hacia posiciones más a pie de calle, reconociendo que es sobre el escenario donde un músico ha de ganarse el pan, y que las nuevas tecnologías y plataformas ayudan ha darse conocer a quien tenga algo que contar o cantar.
Podemos estar de acuerdo o no, a mi particularmente no me satisfacen muchas de sus declaraciones y continuas idas y vueltas, pero si estoy escribiendo esto, es por su música y su talante y talento a la hora de desarrollarla en directo, no porque sea un líder de opinión.


Y ahí es donde radica la genialidad de Loquillo y con ella su posteridad. Una Rock n' roll actitud ante la platea y ante la vida. Haciendo trascendente cada momento para disfrute del público y de él mismo, y de la majestuosa banda con la que se acompaña (en la actualidad Igor Paskual a la guitarra, Laurent Castagnet en la batería, Josu García guitarra, el bajo de Alfonso Alcalá, la guitarra de Mario Cobo y el teclado de Lucas Albaladejo). El hijo de nadie sigue una Línea clara, para que a todos al igual que en la Memoria de jóvenes airados, tengamos siempre el recuerdo de un concierto imborrable.
Con su inconfundible tupe, su impoluto traje negro y desde su 1'95 de promesa del basket de los 80, nos dice Pégate a mí y síguenos por El rompeolas, mostrando una imagen poderosa de rockabilly que acompaña con una voz grave y madura que aún mantiene tonos juveniles de rebelión e inconformismo, pero con matices de redención y rendición por reconocer perseguir imposibles.
El hombre de negro, homenaje -que le queda como un guante- al gran Johnny Cash, sirve de unión intergeneracional. Padres, algunos ya sexagenarios, casi abuelos, con sus hijos, a su vez padres o en edad de serlo, de ya adolescentes o incluso niños disfrutan al máximo el derroche de virtuosismo de toda la banda, exponenciando la música, como el sabor de Carne para Linda.
Feo, fuerte y formal pero también Contento, como declaración de intenciones de quien hace lo que le gusta, quien se divierte con El ritmo del garaje, en un ejercicio Cruzando el paraíso, para ganar la trascendencia de La nave de los locos.
Indómita La mataré, peligrosa y delicada propia de las Political Incorrectness, del hombre antes que el artista, siempre transgresor, constante en su ejercicio de proponer y hacer pensar, hacernos reflexionar, tanto como individuos, como sociedad.
El mundo necesita hombres objeto como quien necesita una toalla que plaque el sudor en la noche al calor de los focos. Porque esa es la rutina de quien ama el escenario; de quien conoce el canal por donde dialoga con su público, a quien merece respeto y dedicación.
Porque por mucha Rock & Roll Star que se sea, lo más importante es la música. Tocarla y sentirla. Ya sea en una plaza histórica. En un inmenso pabellón de la capital, o en uno pequeño de una ciudad de provincias. En festivales o en fiestas patronales de pueblos. Lo importante es engrasar el Cadillac solitario, como metáfora de los sueños incumplidos y los recuerdos que quedan atrás. *
Destilando un setlist de rock clásico y blues con plena profesionalidad, sus escasas interpelaciones con el público son notas de guía a través de un viaje que ya hoy recorre una carrera artística y vital.
Un tipo duro de aspecto imponente, que se alimenta de la delicadeza de la poesía más underground. Siempre polémico por expresarse libremente, bebió de las fuentes del punk que tarde llegó a esta tierra. The Clash o Ramones, pero a la vez Roy Orbison y Bruce Springsteen, para hacer cuerpo y materia de las letras de un inseparable Sabino Méndez, y con quien ha llevado una senda explorando la fina línea que separa el blues del rock, siempre elegante y sugerente a ambos lados.
Un tesoro de nuestra cultura que permanece en un estado de semi clandestinidad. Uno de los intérpretes más auténticos que ha sabido desde los clichés de las tribus urbanas idear su propia imagen sin perder en ningún momento un ápice de verosimilitud.
Defensor de nuestras letras, de la lengua castellana, ha traído poemas y canciones de hijos malditos para el estableshment como Celaya, Luis Alberto de Cuenca, Gil de Biedma o traducidas de Strummer o el ya citado Johhny Cash. Todo sabiendo mantenerse auténtico.
Y por contra sufriendo, ya no sólo los ataques de los bandos ideológicos ofendidos por alguna de sus asonadas, sino también el silencio de una cultura que en su aspecto musical huye de todo aquello que se desmarqué de lo cañí y lo flamenco.

Con Loquillo tenemos uno de esos artistas que, en cualquier otro país europeo, su obra aparecería de continuo en los medios, como muestra del talento y producción nacional del que sentirse orgulloso más allá de las fronteras y para cuidar y destacar cualquier evento o concierto.
Sin embargo, aquí, en #Españistan, Loquillo tiene que moverse por los circuitos alternativos, pese a mostrar una de las mejores discografías del país, por cantidad, calidad y riesgo en la profusión de estilos e ideas. Además de ofrecer, casi ininterrumpidamente, una ristra de conciertos que son ejemplos de profesionalidad, elegancia, talento y coherencia y que mueven miles de seguidores de distintas edades y condiciones. No puedo ni imaginarme como estarán quienes todavía no han generado un grupo de seguidores así y tienen que hiper hipotecarse para sacar un disco o producción artística o deambular por pequeños bares para sus conciertos.
Es el dolor de la cultura de un país que se muere poco a poco bajo el yugo de los intereses económicos de las empresas ya sean discográficas, cadenas de televisión o ambas cosas. Con unas instituciones que ven la música, el arte y la cultura, bien como aliados en eso de adormecer conciencias o sobre todo como enemigos que silenciar si agitan mentes y sentimientos. Y con ellos una parte de la población reacia a nuevos sonidos y experiencias, cada vez más pasiva en el proceso de enriquecer su ocio. Con este panorama se va reduciendo cada vez más el espectro que se ofrece a la población en general, y por lo tanto empobreciéndose el nivel cultural.
Yo no puedo obligar a nadie a ver un concierto o escuchar un disco de Loquillo, o de cualquier otro músico o grupo que me gustan. Pero en el caso particular de José María Sanz Beltrán, Loquillo, no dejéis nunca pasar la oportunidad.

Todas las fotos son del concierto Loquillo en Ciudad Rodrigo el 15 de agosto de 2015

* La descripción con las canciones en negrita hacen referencia al setlist de su concierto en la Plaza Mayor de Salamanca del 8 de septiembre de 2013.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Animal de escenario


Un acto de cultura suprema, una reivindicación del arte y la música; y un ejercicio de poesía en movimiento sobre una tarima, envuelta de música de indomable calidad, versos de belleza suprema y una gestualidad arrebatadora. Así es Bunbury; Así fue anoche en Salamanca, en el Multiusos, ese anfiteatro de nuetros sueños que esta acostumbrándose a recoger lo más selecto de la música y al que ya le debo pleitesía como iglesia de la consecución de mis anhelos.

La lírica en su máxima expresión viaja aquí con Bunbury en una gira de rock & roll, de guitarras que como él nos avisó: si es la primera vez puede doler. Pero así son las primeras veces, siempre duele. Como ya dije cuando oí su disco nuevo Hellville de Luxe la sonoridad esta mucho más cercana al rock, con una banda sublime en la composición del disco, pero extraordinaria en directo. Bajo, teclados, guitarras, acústica y solista, bateria, hartados de tocar en clubes de estar en pequeñas giras, de algunos de esos verdaderos artistas de la música en este país, como Nacho Vegas o Cristina Rosenvinge. La excelencia del baterista Ramón Gacías me embargaba más que el litro de cerveza; no se pasaba nunca, no fallaba, era el acompañante de la voz de Enrique; acompasado siempre aparecía un bajo de rock&blues clásico tocado por Robert Castellanos. Los teclados con acordeón en el momento más íntimo Jorge Rebe nos mostraba algo más que talento. Alvaro Suite llevaba la guitarra solista con virtuosismo y calidad, y yo que me fijo en esos detalles, mis ojos brillaban ante el arsenal con el que la guitarra acústica tocada por un espectacular Jordi Mena nos dibujaba acordes para una vida. Felder, Statocaster, Telecaster, Gibson, y el culmen con un Banjo... Mi homenaje particular y sincero a trabajadores de la música con el talento que los hace soberbios y a todos los que los escuchamos especiales.

Y así con este equipaje, y un escenario cuidado, amante de la luz y las sombras, acogedor y místico a la vez capaz de jugar en todas las situaciones y hacer cada minuto y cada canción algo único. Bunbury y su vestimenta no deslucen, impulsan cada palabra a un estado de catarsis, pleno de emotividad y expresión. Las camisas, el sombrero, las gafas, la hebilla del cinturón son parte del personaje de un artista poliédrico, capaz de cualquier salto al vacío. El lenguaje corporal es intenso y nos sumerge a todos en un viaje al borde de lo irracional, soliviantando el corazón y dándole a la mente el alimento de los genios.

Destripa sus nuevas canciones y los éxitos ya vividos y no olvidados en una fusión de música étnica, ritmos electrónicos y psicodélicos. Una parte más contundente y otra más introspectiva; el cantante desplegó estas dos facetas sobre el escenario del recinto, todo ello revestido de un toque más guitarrero, un barniz que convenció a los espectadores, que coreaban aquel Lady Blue, pero también Sácame de aquí o El extranjero, rescatando otros temas de Flamingos y Viaje a ninguna parte en una actuación que se inició con los acordes de El club de los imposibles. La señorita hermafrodita o Sólo si me perdonas se mezclaron en la primera parte del extenso concierto con canciones nuevas como Hay muy poca gente, Doscientos huesos y un collar de calaveras o Bujías para el dolor. Y después de los bises, Salamanca espera volver a recibir a Bunbury, a su sombrero vaquero y a sus inconfundibles gafas negras.

Don Enrique nos regaló su franqueza, misticismo, espiritualidad y arte en dos horas y media de sinceridad personal y musical, en un espectáculo lleno de dinamismo, donde los ambientes se recreaban y reciclaban, del intimismo de un cabaret, al espíritu de un club de blues o una sala de rock. No hubo tiempo para el aburrimiento, y tampoco lo hay ahora para recrear lo vivido en líneas, y mucho menos para anhelar más rock&blues del mejor. Bunbury nos gritó su saludo en un ejemplo de fuerza y energía, para poco a poco conducirnos a su sensibilidad y espiritualidad, hasta llegar a despedirse de nosotros susurrándonos al oído, uno a uno, el hasta siempre.

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...