lunes, 17 de abril de 2023

Lunes de Aguas


 Este es el hornazo que hice del año pasado; este año me ha surgido un tema que me impide elaborar uno como se merece.

 

Hoy es Lunes de Aguas. Una fiesta que se celebra en Salamanca desde siempre. Estando en el exilio económico al que nos han condenado los mangantes que llevan rigiendo la ciudad, provincia y región los últimos 35 años, es el día que más duro se hace en cuanto a cariño al lugar de origen. Qué más nostalgia atrapa.

La fiesta en cuestión ha sido siempre marchar con los amigos y familia al campo a merendar. Estar con los seres queridos, disfrutar de un día, un lunes diferente, a orilla del Tormes u ocupando parcelas a la sombra de las encinas. Unas cartas, quizás un balón para jugar, y ya está. Buena conversación, risas, pasar tiempo agradable con la gente imprescindible. La marcha hacia el río, la vuelta a casa, atardeciendo y ya de noche. Buenos momentos que compartir; tesoro de esta tierra y este pueblo tan ajados.

El menú: Tortilla de patata, unos encurtidos, unas latas de conserva, un poco de fruta, algo de queso y embutido, y por supuesto un buen hornazo. ¿La bebida? Algo normal, un poco de cerveza o vino, refrescos y agua. En mi infancia y juventud, nadie se cogía una borrachera el Lunes de Aguas.

Un poco de Historia:

El 12 de noviembre de 1543 el joven príncipe de Asturias, Felipe II llega a Salamanca con 16 años de edad. Estaba allí para desposarse con María Manuela de Portugal. El ambiente universitario de Salamanca ya era célebre e impresiona al joven príncipe, quien queda avergonzado, y cuentan las crónicas enfadado, con el continuo festín de fornicio y fiesta que allí se produce. Por aquel entonces la Universidad de Salamanca ya contaba con 8.000 alumnos, la mayoría de ellos, pertenecientes a las principales familias del reino, aunque también abundan los becados, sopistas y menesterosos. Algunos acompañados de sus mozos y criados. Hay catedráticos y bachilleres. Se celebran ferias semanales que acercan más personal a la urbe. Y hay taberneros, alcahuetas, y si, prostitutas. Estas se hacían ver a través de una curiosa falda acabada en pico y de color marrón. De aquí viene la expresión “andar de picos pardos”, cuyo significado seguro ya sabéis, y que como veis, se origina en Salamanca.

Ante este escenario, Felipe II se siente escandalizado. Ve como Salamanca, proclamada Orbe del Mundo, cuna y mecedora del saber y la ciencia, es al mismo tiempo el mayor burdel de Europa y decide tomar cartas en el asunto. Para ello, en consonancia con su carácter recto, clerical y moralista, publica un edicto en el que ordena que durante “la Cuaresma y la Pasión, la prohibición de comer carne se haga extensiva para todos los sentidos […] y evitando que las conductas lleven al pecado carnal, ordeno que las prostitutas sean expulsadas de la ciudad y conducidas extramuros hasta el Lunes de Pascua. […] El castigo para quien se salte este mandato y salga de la ciudad para pecar será la excomunión”.

Hecho edicto, el miércoles de ceniza las prostitutas salían de la ciudad dirección al Arrabal, acompañadas por el Padre Lucas, el popular Padre Putas, quien cuidará de ellas tanto de su físico como de su espíritu.

Pasada la Semana Santa, el Padre Putas devolverá a las prostitutas a la ciudad a través de una barcaza -parece que tenían prohibido usar el puente-, tras haberlas confesado y hecho comulgar. La comitiva era recibida con algarabía y fiesta por toda la ciudad, especialmente por los estudiantes.

Y aquí está el origen de esta fiesta tan auténtica, y tan particular como es el Lunes de Aguas.

Esta tradición ya centenaria ha sido celebrada casi sin paréntesis. Sólo unos cuantos años en los siglos XVII o XVIII hubo prohibición, pero ni siquiera la dictadura, ni tampoco durante la Guerra Civil (en realidad en Salamanca, la Guerra Civil duró 18 minutos) pararon la celebración.

En la actualidad, la fiesta arrastra su propia tradición, acompañada de una normativa que hasta ahora se ha tomado el día con bastante indiferencia. El Lunes de Aguas NO ES FIESTA en Salamanca. Existe la convención social de que la tarde del lunes de Pascua, los comercios y empresas cierren, y las gentes puedan irse a degustar del hornazo, tras haber trabajado durante la mañana. No ha habido voluntad para dotar al día como festivo, ni darle una significación cultural-histórica especial.

Las charangas acuden a los parques de la ciudad a amenizar la tarde y el control del tráfico son las únicas medidas que los regidores han ido tomando para tal día tan especial.

Y aquí tras darle muchas vueltas, tengo que decir que no lo veo mal y me parece hasta recomendable. Porque este carácter tan íntimo y peculiar de la festividad, con una mañana de trabajo normal y una tarde en el campo le confiere un estatus de espontaneidad y sobre todo, de salmanticidad. Es algo de las salmantinas y salmantinos, estemos donde estemos, y de quienes viven allí. No hace falta que venga gente de fuera -realmente, en ninguna fiesta hacen falta visitantes-. No tiene que ser un evento multitudinario. Tiene que ser un evento de la gente que vive ahí y siente como suya la fiesta.

Ahora, como todo hay que comercializarlo, monetizarlo y hacerlo Trending, los mangantes que desgobiernan Salamanca y los empresaurios parásitos y mediocres que la anquilosan, solo desean poner autobuses para que vengan los madrileños. Hacer de una fiesta un botellón y un festival con dj, para así ganar más pasta con el patrimonio de todos.

Y estoy harto.

Porque me agota que la propia iniciativa de la población, en cualquiera de sus formatos, tenga que convertirse en un rédito de ingresos para unos pocos y de trascendencia en los social media de los madrileños. Estoy cansadísimo de esta comercialización y esta apropiación constante y consciente del folclore popular, sin el más mínimo interés en cuidarlo. Porque no dejan de ser unos rastreros que hablan de patria y tierra y lo que único que les importa es el dinero que pueden arrancar de ellas.

Desde luego que sé muy bien, cuál fue el origen de la fiesta y cómo se convertía en una orgía y una bacanal. Esa es la historia.

Por supuesto, que las sociedades evolucionan y cambian y todo eso que está muy bien, pero no siempre quiere decir que esa evolución y cambio sean positivos. Que hoy vaya a haber gente, joven, incluso muy joven, con una cogorza de campeonato, o que consuma estupefacientes, no va a hacer que se “acerquen” al fenómeno del siglo XVI. Todo lo contrario, se alejan del espíritu familiar, de amistades y de autenticidad que tiene el día de hoy. De verdad, hacerme caso porque algún pedo, de un conocido o un desconocido, me ha tocado aguantar un Lunes de Aguas, y no es necesario. Es que no es recomendable porque se pierde la esencia del día de hoy, que es un tesoro que tenemos en Salamanca. Y todas y todos tenemos que estar juntos para defenderlo, promocionarlo entre nosotros, y conservarlo como lo que es: un día especial de primavera, de amistad, compañerismo, alegría y hornazo!

Feliz Lunes de Aguas a toda Salamanca!

 

Pd y Actualización:
Por supuesto, cuando acabe la tarde y marches para casa, deja el terreno como te lo has encontrado. Llévate tu basura y tírala a un contenedor. Que ya se ha tomado por costumbre dejar todo hecho una mierda y que tengan que venir a limpiarlo. Qué sois adultos para lo que queréis, cojones! 

Me he roto el tendón de Aquiles

 


El pasado martes, en ese intento último de socializar y hacerlo a través de los temas que tradicionalmente he dominado, me lesioné. Me he roto el tendón de Aquiles.

Estoy ya en plena recuperación física y sobretodo mental. Un muro que hay que salvar, siguiendo las instrucciones y poniendo voluntad para que todo quede en anécdota y pueda recuperarme al 100% para seguir haciendo las cosas que me gustan.


Quiero agradecer aquí, humildemente, el trabajo y atención de todos y cada uno, de las y los trabajadores del Hospital Comarcal Verge dels Lliris de Alcoi.

Y muchas gracias y ánimo a mi mujer, mi pareja, mi chica, por luchar, atenderme, cuidarme y que no se note que hay uno menos aportando.

Luchemos y cuidemos la Sanidad Pública. Luchemos y cuidemos a nuestras mujeres.

miércoles, 22 de febrero de 2023

Western rural y cine en clave de mujer: As Bestas


 

As Bestas es la película española, y si me apuras universal, del año. La gran triunfadora de los premios Goya. Una obra hispano-francesa dirigida magistralmente por Rodrigo Sorogoyen en el que el western como territorio de última frontera es reinterpretado en la Galicia profunda y contemporánea.

As Bestas está basada en la historia real de un matrimonio holandés que emigró a la Galicia de interior buscando establecer su proyecto de vida dedicándose a la agricultura ecológica. La modélica instalación y el entorno maravilloso se convirtieron en pesadilla cuando emergieron los conflictos con algunos de los vecinos a causa de la intromisión de la especulación sobre el territorio que la ciudad ejerce sobre lo rural. Cuando había que poner el monte al servicio de aerogeneradores para la energía que se iba a consumir en las ciudades la buena vecindad desapareció, al chocar distintas formas de ver el paisaje y el arraigo, pero también al enfrentarse posturas ideológicas y vitales opuestas e irreconciliables. El dolorosísimo final no empaña la trascendencia de la historia, y esta se transmite a la película a través de un guión, que con las necesarias licencias, algunas más visuales y otras más circunstanciales (aquí el matrimonio inmigrante es francés) hace que te pegues a la butaca y con máxima atención te involucres en la historia, sufriendo a sus protagonistas y admirando a quien lo merece.

Rodrigo Sorogoyen construye de esta manera un relato trascendente, inolvidable y de total actualidad en todo aquello que es la España Vaciada. Se vale de todos los recursos que el lenguaje cinematográfico ofrece, empezando por una ambientación espectacular. Los paisajes, los bosques, los caminos, las casas y las granjas se muestran tal y como son y se palpa la realidad sensitiva de cada ambiente y momento.

El trabajo de cámara es espectacular. Convierte a la montaña gallega en un personaje más. Un protagonista inasequible en su empeño de proporcionar al hombre belleza y recursos que han de ser trabajados en duras condiciones. La climatología y la orografía juegan su papel modulando, no sólo el paisaje, sino también los caracteres de las personas que habitan el entorno.

Las escenas en plano secuencia nos dejan varios momentos culmen que explican toda la película: por supuesto el clímax dramático en un bosque de castaños con el suelo alfombrado por la caída de la hoja otoñal; una conversación intensa entre los dos protagonistas masculinos en la barra del bar del pueblo; el brutal diálogo entre madre e hija que podemos disfrutar en francés con las dos actrices en estado de gracia. En todas estas escenas, y en realidad, durante toda la película, la ambientación y la iluminación añaden dureza y realidad a toda la trama.

El tiro de cámara y montaje también muestra una precisa maestría en los planos de interiores. El juego de luz dentro de las sombrías casas de piedra, de granito: se palpa la calidez del hogar al fuego vivo mientras las conversaciones, las miradas y los silencios marcan la intensidad del metraje y la trascendencia de todo el mensaje.

Pero es en el trabajo actoral donde descata As Bestas. Los dos personajes masculinos principales, interpretados por Luis Zahera y el francés Denis Menochet (señor LaPadite, y brutal y terrorífico padre en Jusqu'à la garde, que alguien llamó aquí Custodía compartida) están sobresalientes y así se ha traducido en los parabienes de la prensa y de los premios. Pero, para mi, destaca sobremanera el papel protagonista absoluto de Olga, interpretada por la actriz francesa Marina Foïs, que hace una interpretación sublime del personaje real de Margot, a quién la película está dedicada. En este sentido, otro punto a destacar de Sorogoyen es la labor con los actores y actrices que sacan todo de lo que son capaces y no es poco.

Uno de los principales aciertos de la producción es el desarrollo de la trama a través de la imagen pero también de la palabra hablada. Los diálogos en francés, castellano y gallego se suceden y son un delicia descubrir todos las facetas de las interpretaciones de actores y actrices a través de sus distintas lenguas maternas. Muy de alabar por necesario y valioso es el haber dejado los diálogos entre personajes en su idioma más cercano, utilizando el subtítulo. No estamos acostumbrados en el cine de #Españistan a emplear este recurso y se pierden muchos matices de las interpretaciones que en este caso, se conservan y añaden mucho mayor dramatismo.

El choque entre culturas se hace así tangible, palpable y en un requisito fundamental para comprender la amplia fractura que desencadena la trama y las múltiples aristas que presenta: el choque campo-ciudad, lo rural como recurso de lo urbano, el choque intergeneracional, la despoblación, la masculinización del mundo rural, el patriarcado, los modos de producción y de vida tradicionales y los que tratan de recuperar usos más naturales, la conservación versus explotación, etc., etc.

Y es que el aprendizaje y el tesón de Margot, encarnado en Olga, nos dan unas lecciones tremendas: De empoderamiento y determinación ante las dificultades, el dolor y el miedo. De convencimiento en la verdad. De esfuerzo físico y mental por encima de todos los impedimentos y zancadillas. A través de las palabras que Olga pronuncia, y muy especialmente de sus silencios y de su mirada, As Bestas reluce y gana una trascendencia mucho más amplia que la simple pelea y conflicto entre dos (o tres) hombres.

Frente a la violencia y la amenaza masculinas brilla la paciencia y el tesón femeninas como columnas de dignidad para seguir luchando. Incluso cuando las cosas más difíciles se ponen. Por eso es más importante este personaje femenino, porque nos presenta otra forma de funcionar, de vencer en el conflicto con la palabra y los actos que una misma puede ejercer, sin rehuir el choque y sin ceder un ápice.

Volviendo a la trascendencia social, cultural y política de As Bestas hay que hablar de la situación de la mujer del ámbito rural y en algunos de los efectos que sobre la conservación del territorio, medioambiental y del patrimonio tiene. Casi siempre la mujer es la gran olvidada a la hora de tratar los temas y en el caso de la España Vaciada no lo es menos. La película lo transmite y pone el foco en la emigración femenina del campo español, que dejó “sin mujeres” a los hombres que se quedaron en un proceso de masculinización del mundo rural. Es decir, la falta de equilibrio entre el número de hombres y mujeres en las poblaciones rurales. Un mal endémico que dificulta el desarrollo de estas poblaciones y se añade a la lista de hándicaps que ponen en peligro su conservación y la de todo el patrimonio que atesoran. Pero también ancló a las mujeres que se quedaron a un rol tradicional de trabajo en el hogar y cuidado de familiares (niños, dependientes, mayores). En un círculo pernicioso esa propia asignación de comportamientos y tareas favoreció la marcha de las mujeres. Y lo sigue haciendo hoy en día.

Se pone de manifiesto así la ruptura generacional que se enmarca en los procesos de nueva ruralidad. El espacio rural ya no es un espacio agrario de producción y si un espacio de consumo, y aunque en el entorno de As Bestas, claramente podemos identificarlo como rural, las fronteras entre lo urbano y lo rural se diluyen y confunden. Así estas realidades sociales, auténticos dramas para el patrimonio, el conservacionismo y la demografía no van a revertir, sino más bien agravarse, mientras los tradicionales roles de género no cambien para que mejore la consideración y perspectivas de vida de la mujer rural.

Por otro lado la película pone en cuestión el mito del idilio rural. La vuelta a lo agro, a lo rural, al campo y a la naturaleza como búsqueda de una vida más saludable y sencilla está sobre el papel para muchas personas que buscamos unos modos de vida más satisfactorios. Pero la realidad del día a día en un entorno rural puede ser bien distinta, debido a las propias dificultades intrínsecas del entorno y de la sociedad rural, empezando por la propia naturaleza conservadora en los pueblos y comarcas.

La película también pone el acento al fenómeno de la agroecología y las prácticas agrarias respetables con el medio ambiente y el consumo de cercanía. Si bien, de manera somera, porque no podía entrar en tanto tema con total profundidad, quedan marcadas las dificultades que los nuevos modos y técnicas de producción (en realidad antiguos, porque se trata de recuperar lo que se hacía hasta hace 40 o 50 años) chocan y son fuente de conflictos con las formas que se emplean actualmente y a la que están acomodados los productores, que por lo general, también presentan unas edades altas. Por lo tanto, se traslada a un choque generacional, lo que ya es de por si un choque entre lo rural y lo impuesto o sugerido por lo urbano.

Por último y como fuente directa del conflicto, As Bestas reflexiona sobre la la apropiación de la Naturaleza por parte del capitalismo en su búsqueda incesante del lucro. Una apropiación de la Naturaleza, el patrimonio y la vida de los habitantes del territorio que se convierten en varias fases en productos demandados por lo urbano. Y tal demanda tiene que ser satisfecha. Esto ha generado una serie de consecuencias negativas tanto para los habitantes del mundo rural, en sus roles de productores, consumidores, vecinos, etc., así como para la conservación del medio ambiente y de las tradiciones agrarias y culturales.

Llegados a este punto sólo decir que aprovechéis la reposición en cines de As Bestas tras su éxito en los Premios Goya. Vedla y volverla a ver. Si tenéis algo de suerte al ir al cine la disfrutaréis en su profunda totalidad. Y si no va a merecer la pena tenerla en casa siempre disponible y visitarla periódicamente. Seguro que se ganarán matices.

Yo ya tengo ganas de volverla a ver y disfrutar en casa.


lunes, 20 de febrero de 2023

Ir al cine: Un suplicio


 

Ayer decidimos ir al cine a ver As Bestas la formidable y más que recomendable película de Rodrigo Sorogoyen. Y si ahora tengo que ponerme a la tarea de juntar unas letras con un poco de coherencia y sentido, no es por comentar y dar trascendencia a la película, que claramente me ha impactado y sugerido muchas cosas, y sí dar salida al notable cabreo que llevo encima.

Ir al cine ha sido el acto social más común por el que la cultura de masas, pero también el arte, se han acercado a las clases trabajadoras. Al menos desde finales de los años 50 para acá, hasta hace un puñado de años. Normalmente era el acontecimiento semanal de esparcimiento y socialización más importante para las familias, pero también para las parejas, de cualquier edad y la forma de acercarse a mundos distintos al de la rutina.

Sin embargo, hoy en día esa función se ha disipado totalmente. No debería ser malo per se, porque hay que ser consciente de que las sociedades cambian, sus ritmos varían y la naturaleza y el sentido de las cosas, ni se transmiten, ni perduran del mismo modo según pasa el tiempo y las generaciones. El problema estalla cuando el acto de ir al cine se convierte en un tormento que desluce el buen desempeño que una película en concreto pueda tener. Esto aunque no nos pasó anoche y As Bestas reluce por encima de todo lo demás, de mala gana nos quitó parte del disfrute de la obra.

Cada vez voy menos al cine. Y no de ahora. Y no sólo yo. Muchos de mis conocidos y desde hace algunos años pasamos a contar con los dedos de una mano las veces que vamos al cine al año. A veces ni alzamos dedos. Habrá que analizar por qué.

Lo primero de todo es el mero de hecho de encontrar una película que sea atractiva para poder ser vista ante el estreno y en formato grande, de cine. Para rescatar una obra que me pueda siquiera medio seducir, antes hay que descartar cientos de pelis instranscendentes. La película clónica de superheroes de cada semana. El mismo guión sobre el mismo croma verde, con efectos digitales y de sonido pensados para idiotizar al personal. El shump estalla tras los bufles en nuestros oídos, aturdiéndonos con la única intención de evitar que reflexionemos sobre la inconsistencia de la historieta que estamos viendo y el absurdo del planteamiento manido y ya trillado hasta la saciedad. También hay que evitar la comedia bobalicona y la comedia de gracietas con el famoso de televisión. Bochorno en cantidades industriales. Y por último, no menos evitables son la catarata de películas pretenciosas que lo que realmente buscan es facturar ego, y principalmente beneficios a costa de otra sarta de posturetas que se creen la quinta esencia del arte.

Si se encuentra la película que a priori reúne las condiciones necesarias como para molestarse a ir al cine el siguiente paso es desplazarse hasta la sala. Se trata de ir al lugar donde han quedado ya la práctica totalidad de cines en nuestras ciudades. Alojados en los asquerosos centros comerciales, monumentos al consumo masivo y a la irracionalidad del capitalismo a la que se han sumado como buen rebaño, la mayoría de la población. En ese espacio la transmutación del hecho cultural de ver cine se escenifica a la transacción económica que es para lo que han quedado las películas. La socialización ni se busca, ni se desea, menos aún se la espera, porque toda confraternización es susceptible de provocar algaradas y tumultos. La liturgia previo paso por caja es hacer cola. Hacer cola al coger la salida y rotondas al dichoso centro comercial. Hacer cola al aparcar. Hacer cola al coger la entrada, ir al baño y si quieres una botella de agua.

En este punto, no está de más indicar que ya estoy hasta las narices, y ya me ha pasado en otros tipos de establecimientos, de tener que esperar a que el dependiente termine de actualizar sus privadas comunicaciones sociales de su móvil. Si tan ocupado está, en la cola del paro tendrá tiempo de sobra para atender al pedulante whatsapp entrante, la actualización que no puede esperar o a la interacción que parece tiene segundo de caducidad. Pero en el trabajo no, cojones.

Pasemos a la sala. De acuerdo que vi As Bestas en una sala de un multicine de una pequeña ciudad no capital de provincia, pero ¿en serio crees qué es buena idea poner esta película, inmediatamente después de la proyección de una película infantil? ¿te parece normal juntar en el mismo espacio y casi en el mismo tiempo a los dos tipos de público más distinto que se te van a juntar? Sin ni tan siquiera tener 5 minutos para limpiar la sala.

Esa es otra. A ver, gente que vais a los cines: Palomitas no. Jamás. Nunca.

Ya lo he dicho. El alimento o aperitivo más sobre valorado de la historia. No es ya que tengan un sabor repulsivo, que lo tienen, o que sea un atraco pagar por semejante bazofia. Es lo que atenta al resto que tienen que sufriros, joder. Me importa un huevo de escarabajo lo que os metáis en la boca, pero por qué coño si voy a ver una película tengo que aguantar el murmullo de la mano hurgando en el vaso de cartón, el ruido de masticar papel revenido, de tragar manteca rancia. Qué ya es un drama tener que soportar el hedor del aliento palomitero (si va regado con refrescos azucarados la cosa induce al vómito), contra más no poder disfrutar del sonido de la película, diálogos incluidos, porque haya unos gañanes deglutiendo una basura cuqui. O notar como los zapatos se pegan al suelo ante las pisadas grasientas, o como las manos quedan embadurnadas al entrar en contacto con las butacas, los pasamanos y manillares de las puertas Y eso por no hablar de cuando las viandas son patatas en bolsa, nachos con queso, gominolas y otra sarta de guarrerías que por salud deberían estar prohibidas, pero que por buen gusto y vivir en sociedad tendrían que llevaros a la tortura medieval.

A un cine debería de valerle con la película para ser rentable y pagar a sus trabajadores decentemente, incluido aquel personal que vele por la seguridad y el disfrute de los que van a ver una película.

Para continuar metiéndome con el populacho podemos hablar de las pintas en bambas, en chándals y con gorras, que dan auténtico asco, premios compartidos al mal gusto y la chabacanería. Por supuesto, que no se trata en ir al cine de gala, pero entre ir al gimnasio e ir al cine, un armario que se precie debería tener varios separadores, y su dueño o dueña o dueñe, ser capaz de deducir qué atuendo es más acorde a la situación social que va a vivir.

Y el puto móvil qué. Vuelvo al tema del smartphone del que se ve que no sois capaces de despegaros ni dos putas horas. Estoy hasta los huevos de ir al cine y tener que sufrir cada dos por tres, el timbrecito de la notificación entrante. Que pongáis la luz para leer la chorrada que ha llegado o para iluminar el suelo y la butaca porque habéis perdido una lentilla, el himen o un diente de cremallera.

Cuando los teléfonos estaban atados los libres éramos nosotros, no como ahora que no podéis pasar sin mirar la pantalla por si os ha escrito algún miserable como vosotros. Y cuando los móviles eran zapatofonos el aviso a la entrada de la sala era contundente y tajante: Teléfonos apagados. Y se respetaba coño. Y si no puedes ir a ver una película porque necesitas, por vicio, necesidad o imbecilidad, estar constantemente pegado al teléfono te quedas en tu casa, que telemierda y antenabazofia siempre maquinan una programación ajustada para tu gusto.

Y qué me decís de los comentaristas durante la película. Que está claro, ¡faltaría más!, que todo el mundo hace un comentario o una broma con la persona que le acompaña, pero a un volumen adecuado, lindando con el susurro y de forma muy esporádica. Nadie va al cine y pide que le conecten la pista con los comentarios del director para cada escena y cada diálogo. Si no me interesa lo que pueda querer decirme directamente el realizador, cómo me va a importar lo que opine un matao cualquiera.

Qué no estáis solos en el cine, cojones. Qué compartís un espacio con más personas, y que vuestra libertad, termina donde empieza la mía, y viceversa, y en ambos casos, el umbral lo marca el disfrute de todo lo que ofrece la película y la experiencia de verla en el cine.

No puedo tampoco olvidar el hecho de ver una película fantástica con una ambientación sobresaliente y donde el audio, tanto con los silencios, los tonos en los diálogos, la música y el propio sonido ambiente, es parte decisiva del entendimiento y disfrute de la obra en su totalidad. Para que tuviéramos una peor sensación también ayudó el tener una sala indebidamente insonorizada y que se fuera colando el audio de la sala de al lado. Para coronar la proyección, encender las luces justo en la escena final pretendía hacerme rabiar con la película de Sorogoyen. Por fortuna no lo consiguieron.

Está claro que el mundo cambia y las costumbres y rutinas lo hacen a través del tiempo y de las generaciones. No sé en qué punto se ha borrado la educación, el respeto y el saber estar de las interacciones sociales. Cuando estos comportamientos que facilitaban vivir en sociedad y garantizaban que podías salir de casa, cambiar la rutina y disfrutar de las cosas buenas de la vida se cambiaron y se esfumaron.

Tengo claro que el individualismo exacerbado en el que vivimos, en este ultraliberalismo depredador y egoísta y en un capitalismo atroz funciona eliminando lo que nos convierte en seres sociales, los comportamientos más intrínsecos del ser humano, para tenernos atomizados e idiotizados. Con miedo y más y más necesidades continuas, imposibles de satisfacer. Pero que ya no puedas ir al cine a ver una película sin que te molesten me parece el colmo de una pseudo sociedad que se va a la basura. De esto en parte también habla As Bestas.

Hoy en día, los cines están condenados. Van a ser un espacio del pasado. Una sala de un museo, físico o virtual, donde antiguamente se reunía la gente para ver películas. ¿Quién va a querer ir a un cine a pasar un mal rato?

Ahora tienes casi, instantáneamente las películas de estreno (o estrenos directamente) en las plataformas al acceso en tu casa gracias a la línea de internet. Ya no hay que descargarlas (bien han hecho en cargarse millones de servidores que permitían aquel añorado lujo) y las puedes ver con las mejores calidades que la tecnología digital -y poder pagárselo- pueden permitir. Si quieres tumbarte en el sofá de tu casa puedes hacerlo. Si apetece taparse con una manta y meterse mano con tu pareja no hay problema. Si queremos cenar guarrerías o picotear frutos secos viendo la película no pasa nada porque es mi sofá, mi casa y yo limpiaré mi mierda. Y si tenemos que parar la película para ir al baño, contestar al móvil o lo que sea, lo hacemos y no molestamos a nadie. Contra esto es muy difícil que los cines puedan competir, más aún, en el caso de personas que quizás buscamos películas buenas, originales, que nos diviertan y que nos hagan pensar un poquito. Son dos formas de consumir cine totalmente distintas que coinciden en el mismo producto (el cine, y más una película concreta) y que no pueden competir. Porque las comodidades de estar en tu casa sin que nadie te moleste bien valen el hecho de esperar a que el ansiado estreno llegué a casa o a que lo tengamos que ver en un salón pequeño y en una televisión convencional.

Frente a esto, las empresas que poseen los cines (un oligopolio) han decidido apostar todo a una carta: el consumo. Junto a las productoras y distribuidoras tienes una batería semanal de películas infantiles y de blockbusteres de superheroes para aburrir. Ahí tenéis las dos categorías principales del cine hoy en día. Si te sales de estos márgenes vas a tener problemas. Y si reclamas unas condiciones mínimas, que en el caso de las personas con las que he hablado este tema van en que no te estorben el resto de espectadores para poder disfrutar una película te puedes dar por jodido (o jodida, o jodide).

Por cierto, una última cosa. Antes de que alguien salga con el manido paternalismo y el choque generacional de andar por casa, decirle que en la sala en la que se proyectó As Bestas anoche en Alcoy, éramos 12 o 15 personas. Y las dos más jóvenes éramos mi chica y yo que rondamos los 40. Ahí había una buena sarta de boomers dando por culo y comportándose como críos de parvulario y como cerdos de cochiquera.

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