lunes, 23 de junio de 2025

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal



Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas cervecitas. Llegan los turistas a capazos atestando cualquier espacio significativo de nuestra geografía. Ya sean estaciones y aeropuertos, pueblos o ciudades, playas o montañas la avalancha de visitantes arranca la temporada alta de contratación en el sector de la hostelería, y particularmente, en el de la restauración. Bares, tabernas, cafeterías, restaurantes y hoteles incorporan a más personal para atender una mayor demanda, y justo ahora, que tienen que cuadrar turnos y horarios, siempre salen en los medios de comunicación persuasión de masas, como una noticia recurrente más, a decir “que no encuentran camareros”. Que ya nadie quiere trabajar. Que esto es un grave problema. Nadie se molesta en analizar y contar que las plusvalías, ya excesivas durante el año, se potencian en verano, y que quedan lejos de las y los trabajadores que se emplean en este sector.

Por lo tanto, este es el mejor momento para escribir sobre las condiciones laborales y profesionales en el sector de la hostelería. Y además hacerlo porque se trata de una materia que conozco muy bien, pese a que lleve casi 20 años fuera del sector productivo.

Como ya he contado por aquí alguna que otra vez, en mi casa no sobraba el dinero. Por otra parte, la adolescencia supuso en mi caso la típica bajada de rendimiento académico ("gracias" logse), añadida a una incipiente falta de expectativas vitales, anticipo de lo que mi generación íbamos a vivir prácticamente de ahí en adelante. Además, la rebeldía se acentuaba y también se convertía en una capa de mi personalidad, lo que requería paciencia para tolerarla y buscar soluciones. Y esas soluciones eran las lógicas y coherentes al mundo en el que habían crecido mis padres y que unos años más tarde iban a cambiar radicalmente. Por todo ello, en el primer verano recién cumplidos los 16 años y entrado en la edad legal para trabajar, mis padres tiraron de contactos y me metieron en una cafetería de la Plaza Mayor de Salamanca a trabajar. A currar.

Corría junio de 1999 cuando llegué a Los Escudos sin saber nada, no sólo del negocio hostelero, sino de la más simple y vital existencia. En principio, mis funciones iban a quedar en las de mozo de carga y descarga para sacar del bar la terraza y montarla (mesas, sillas y camarera de servicio); colocar el almacén tras el paso de los repartidores, dejando listas las cajas y bebidas que debían ir reponiendo lo consumido durante el día hasta la carga de las cámaras a la hora de cierre. Una sub-tarea que me hacía gracia era el trabajo como alquimista con un embudo y una botella de gaseosa para transformar el vinacho rosado de la casa de apenas 90 pesetas, en la botella de Cigales y Peñascal de hasta 1600 pesetas. Haría recados como ir a buscar pan y más bollería, llevar los cuchillos a afilar a los soportales, ir a recoger pedidos al Mercado de Abastos, a la ferretería de Morocho o a la licorería de Correhuela. Si no había salidas me tenía que afanar en recoger todos los servicios del turno de desayunos ya servidos y consumidos para tirar a la basura los desperdicios, cargar el lavaplatos y devolver la vajilla limpia de nuevo a su posición de ataque. Todo eso de 7 a 10 de la mañana, y de ahí hasta la 1 del mediodía que acababa mi turno, aprovechar el intervalo entre la hora de los desayunos y la de los aperitivos para que los camareros profesionales me fueran enseñando los pormenores del oficio cara al público: servir un café, servir una mesa, poner una caña, un vino, etc. Y limpiar. Siempre limpiar. Barrer, incluso fregar el estropicio de la mañana en el salón y las mesas, cargar los servilleteros, vaciar las papeleras, etc., etc.

Un contrato de aprendiz (ya desaparecido) bajo la categoría de “ayudante de camarero de barra/mesa” (acabo de buscarlo en la vida laboral online) por media jornada de 7:00 a 13:00, de lunes a sábado por unas, aproximadas y recordadas, 55.000 pesetas que yo veía como un fortunón. Después de un par de semanas de madrugones y autobuses, esfuerzos y sudores, palizas y quemaduras con la cafetera o el lavaplatos industrial, empecé a verlas tan escasas como en realidad eran, pero la novedad de trabajar, junto a su componente identitario de clase, la posibilidad de relacionarse y de aprender, y el hecho de poder gastar (casi) sin mirar, hizo que el oficio me gustará y según adquiría nuevas habilidades comenzaba a verlo, incauto de mi, como un opción posible. Por lo menos para unos años.

Incluso hasta los manuales de la Academia de formación profesional A__m_, que debía estudiar y preparar tanto los test como las prácticas, como parte del contrato de aprendiz, me parecían estimulantes y necesarios. Particularmente me intrigaba el juego que daba la coctelería, aunque mi mayor destreza adquirida fue el montaje de mesas de comedor.

Aquel verano fue el pistoletazo para entrar a trabajar periódicamente, y hasta que completé mi formación académica y profesional como informático (ya hablé de esto), en el sector de la hostelería. Camarero era la profesión y el trabajo, y ya en el siguiente curso (creo recordar que era el segundo de bachiller y durante los dos años de la primera FP que hice) fui en varias ocasiones de extra a los banquetes del Hotel Regio, al que podía ir y volver andando desde mi casa. Acudía a las 10 para montar el comedor, servir mesas durante bodas, comuniones o reuniones empresariales, recogíamos y fin. Cenábamos lo que hubiera sobrado, y 10.000 pesetas por el servicio. Con la llegada del euro nos deflacionó a 50€.

El siguiente verano fue el primero de vuelta a Los Escudos. Repetí la misma modalidad de contrato que podía hacer porque el anterior no había llegado a los 4 meses y porque habían pasado más de 6 desde que finalizó. La novedad vino en que una semana estaría de mañana con el mismo horario que el año anterior y otra de tarde, desde las 15:00 hasta las 21:00. Este año recuerdo que fui aumentando mis prestaciones como camarero. Añadí a mis habilidades la elaboración del café irlandés (lástima que he perdido una fotografía que me hizo “Gabi” el fotógrafo de LaGaceta un día de esos años mientras preparaba 4 a la vez que iban a salir a la terraza). Añadí la preparación de “copas” y empecé a trabajar el tema de los aperitivos que en ese bar fundamentalmente se centraban en el embutido y el queso (por lo que empecé a manejar la cortadora con algún que otro susto), el cuchillo jamonero para ir haciendo mis pinitos como “violinista” de la sal, y el uso de la puntilla para ir deshuesando y cortando las piezas para usar en la cortadora. Empecé a trabajar la plancha, y sobretodo a limpiarla (menudo asco), y por encima de todo comencé mis primeros paseos con la bandeja, poco a poco, añadiendo más volumen y mesas más grandes.

En mis turnos seguía los del “encargado del bar”, un cabronazo con pintas que de buenas deba miedo, pero que cuando estaba de malas ponía firmes hasta los clientes. Y no bromeo. Por supuesto, siempre obraba a favor de empresa hasta que fue despedido, y ni siquiera los ya más que frecuentes impagos al personal o a los proveedores, los saldaba él bajo su autoridad sin que sonase ni las mínima discrepancia. La mejor manera que tuve de conocer como funciona una dictadura o una autocracia fueron estos dos años de experiencia laboral y personal. Y digo dos porque al verano siguiente, en 2001, como ellos estaban contentos con mi labor, a mi me venían bien las demoradas ya 60.000 pesetas y moviéndome en transporte público también me era cómodo, como digo, tras el primer curso de mi primera FP de informática, repetí experiencia en Los Escudos.

Al cuarto año la situación cambió. Yo había acabado esa primera FP y pasado por las prácticas en empresa que resultaron un fiasco mayúsculo. Al segundo día tenía claro que no iban a contratarnos a ninguno de los 4 que fuimos a sacarles tarea ordinaria y extraordinaria sin costarles casi ni un duro, y encima subvencionados. Por lo tanto, cuando me llamaron para reincorporarme en esa tradición veraniega, “el niño” como me llamaban el resto de camareros, ya venía con una intención de trabajar más horas, ganar más dinero e incluso alargar los meses de trabajo dadas las escasas perspectivas de futuro.

Era el 10 de junio de 2002, pleno año de la Capitalidad cultural europea de Salamanca y el calor y el volumen de trabajo en el sector turístico era abrumador como tuve ocasión de comprobar ya el mismo día de re-incorporación.

Ese lunes entré a trabajar a las 8 de la mañana y estuve hasta las 3 de la tarde. Volví a las 19 horas y estuve hasta cierre que se dio más allá de la 1 y media de la mañana cuando me esperaban en la puerta dos alemanas en otra historia paralela que quizás algún día cuente. Cuando comiendo casi a las 4 de la tarde en mi casa, comenté la jugada con el horario esclavo a la que yo había llegado a la conclusión (porque nadie me lo había dicho), mi madre casi se echa a llorar. En total trabajé más de 12 horas, más otra hora y media larga de desplazamientos en bus, y al día siguiente “mi obligación” era entrar de nuevo a las 8 de la mañana y repetir esa semana el mismo turno. Sin posibilidad de día de descanso. Y así las siguientes 6 semanas. Y todo era porque en ese momento en la cafetería de la Plaza Mayor éramos sólo 3 trabajadores, los dos profesionales que abrían o cerraban a turno continuo, yo para echar una mano, y una chica en teoría para la limpieza a la que añadieron sin protesta la tarea de “elaborar pintxos”. Un auténtico despropósito que evidenciaba la nula gestión, las prácticas corruptas y caciquiles propias de un empresaurio que ejercía con autoridad su poder en las relaciones laborales y personales hasta llevarlo al terreno de la mansedumbre y la gleba. La práctica totalidad de los trabajadores había marchado de la empresa o se había colocado en otros bares de la misma, menos concurridos y con mejores condiciones, por lo menos de salubridad, harta ya de los impagos y de una jerarquía empresarial de tintes feudales que replicaba el sometimiento hacia arriba, desde la base hasta la cúspide, en proporción numérica. El ambiente de trabajo era tóxico y nocivo. Si no se pagaban a los trabajadores, y tampoco a varios de los proveedores, mucho menos se acometían las reformas integrales que necesitaba el local, infestado ahora ya sí de ratas, algunas de tamaño de gatos, y tampoco bromeo. El falso techo de escayola sobre el salón del bar eran su ecosistema, y daba pavor escucharlas chillar, pelear, follar o lo que hicieran allí arriba. También detrás de los botelleros y la maquinaria del bar se lo pasaban muy bien calentitas, atentas a cualquier desperdicio que cayese para devorarlo, a un lado u otro de la barra. Hasta que en septiembre no se personó Sanidad y los funcionarios del ay-untamiento de Salamanca, previa denuncia anónima de primeros de julio (que fue mía, ya le quito el anonimato), no se llevaron a cabo unos mínimos trabajos que radicaron en masillar los butrones por los que aparecían, retirar algunos cadáveres que atufaban, duplicar la dosis de mata-ratas que aplicábamos los mismos que manejábamos alimentos para el consumo humano (“tranquilos” que lo hacíamos con unos guantes de fregar dedicados en exclusividad para esta tarea, todo sea por la seguridad), y hacer algo de limpieza general básica del local. Incomprensiblemente recibieron la aprobación de las autoridades y al día siguiente abrieron como si tal cosa. Sigo sin bromear. Para que luego digan estos “empresarios” que no se sienten respaldados por las instituciones. Si tienen contacto directo con ellos y no les aplican las leyes y normativas como a los demás, no me jodas.

Durante las seis o siete primeras semanas de trabajo de aquel verano no descansé ni un día. Ni yo, ni mis dos compañeros. Y las palizas de trabajo eran morrocotudas. Las cajas diarias estaban en torno a los 4.000 recién estrenados euros, subían a 7.000 en fin de semana. Y seguíamos siendo 3 todos los días. Empezaba el día montando la terraza -recuerdo un día que fue tal la paliza que nos dieron en desayunos que la empecé a montar a las 1 del mediodía-, y acababa la jornada recogiéndola y barriendo, como era y es lógico, la parcela. En medio quizás ponía 200 cafés, más o menos 200 cañas y 100 copas de vino. Con su tapa obligatoria con lo que iba a la cortadora de fiambre unas 300 veces y al microondas unas 100. Barría el salón 3 o 4 veces el mismo día, limpiaba la barra y las mesas una docena de veces. Subía al almacén de arriba (donde el falso techo) para cargar cajas y llenar dos o tres veces los botelleros y subía a pulso desde el almacén en el piso inferior 3 o 4 barriles de cerveza de 50 litros cada día. Perfectamente podía subir y bajar 20 o 25 pisos todos los días y bien cargado, y si hubiéramos podido añadir un cuenta pasos me habría ido a más de 15 kilómetros diarios de media. Estoy seguro. Eso sí que eran entrenamientos duros y no la mariconada esa de los marines americanos que llaman crossfit y por la que te cobran una pasta JoséLui.

Todo esto todos lo días y como digo, casi el primer mes y medio sin un día de descanso. Incluyo aquí el célebre viernes de julio en el que tras haber currado por la mañana a mi entrada a partir de las 7 de la tarde, sólo yo sirviendo la terraza, es decir, cogiendo comandas, preparándomelas yo mismo tras la barra, llevándomelas, sirviéndolas, cobrando y recogiéndolas, recaudé más de 5.000 euros, viendo y tocando el primer binladen de los dos que han pasado en todos estos años cerca de mi. Pero es que Javi, sólo en la barra en su turno facturó casi 3.000 euros. Y ahí ya llevábamos 10 días sin cobrar la nómina de junio, por lo que a las bravas, unilateralmente, cogimos la recaudación del día e hicimos 4 sobres con los salarios, la legal de 48 horas semanales más nocturnos de los tres camareros, y la chica que limpiaba y cocinaba, y las de horas extras que eran en negro unos 300 euros por cabeza (una miseria). Firmamos unos pagares a espera de recibir la nómina física. Antes llegó la ira del dueño y su subalterno, aplacada con la pertinente amenaza de denuncia a la Inspección de trabajo.

Las 12 horas de tajo al día no me las quitaba nadie, pero además tenía que añadir hora y media de trayectos en el siempre deficiente bus interurbano de Salamanca a Santa Marta. Cuando salía de cierre si estaba con Javi me acercaba a mi casa en su coche. Si cerraba con José el Cepa me tenía que buscar la vida y alguna vez me fui andando hasta mi casa.

Y aún con todo ser camarero, el oficio, me gustaba. Desde luego reconocía la paliza física y mental. Lo peor sin duda, el aguantar al personal que implicaba ser psicólogo, terapeuta y confesor de los parroquianos y a veces de los que llegaban por accidente a aquella barra o a aquella terraza. El esfuerzo físico era de aúpa, tanto que había días que sudaba dos camisas blancas, una en cada parcial de turno. No digo que lo hiciera con una sonrisa, pero la juventud, divino tesoro, me permitía exprimir el cuerpo al máximo, empezar a tornearlo antes de pisar cualquier gimnasio, sin acumular aparentemente el cansancio. Dormía como un bendito y a la vez, era capaz de empalmar una o dos jornadas enteras de trabajo con sesiones de fiesta en la noche salmantina del 2002. Eso sí, cuando a finales de julio entró más personal y pudieron devolverse los días de descanso me dieron una semana entera libre y el primer día y medio, me lo pase dormido sin levantarme ni a mear. Me mantengo alejado de la broma.

Como digo a mediados de julio incorporaron más personal. Concretamente dos chicas a las que ya sabíamos les pagaban menos fruto del patriarcado, si es que eso era posible. Además, llegaron un par de camareros de los otros bares de la empresa con la intención cada uno de hacerse encargados y dueños y amos del cotarro. Si bien la colaboración de Soraya y Maura fue bienvenida para los sentidos y para aliviar el trabajo, la de los otros dos mendas fue más un incordio que otra cosa, por lo que aunque se ganó en más tranquilidad con más reparto del esfuerzo y se acabó en cierto grado el trabajo a destajo, tampoco la situación fue boyante. De hecho, los impagos de nóminas y sobre en negro se fueron alargando, y con el año nuevo de 2003, al tiempo en el que me convertía en el delegado sindical más joven de la provincia, me cambiaba al restaurante de la marca, en la Plaza la Libertad para trabajar más tranquilo.

Desde entonces y hasta finales de julio de 2003 seguí trabajando de continuo en la hostelería. Después al comenzar la segunda FP de informática aproveche los módulos convalidados de la primera para trabajar en el bar de mi calle los fines de semana, con los que reuní otra buena retahíla de grandes momentos en torno al sector hostelero y el oficio de camarero. Y por supuesto, toda experiencia vital, laboral y personal, constituyó mi propio ser e ideología, cimentando mi conciencia como clase trabajadora, con la necesidad y obligación de luchar, y el reconocimiento de quiénes eran y son nuestros enemigos.

Hoy en día, cuando me sirven una consumición y el camarero o camarera me entrega el vaso o la copa donde voy a beber sujeto por arriba; o cuando en un restaurante me llega el plato con el pulgar del camarero marcándose en el borde (tampoco ayuda la vajilla moderna cool imposible de manejar con decencia). O cuando el trabajador o trabajadora huele a sudor porque lleva horas con la misma ropa y añadiendo esfuerzos físicos continuados en un ambiente extenuante y caluroso, pienso en lo dura que es esta profesión. Lo mal pagada que está, lo absolutamente precarizada, con muchísimas trabajadoras, mujeres y también racializado, con personas inmigrantes empleadas con las condiciones leoninas que los nativos quizás ya no estamos dispuestos a soportar, impuestas por empresarios explotadores con la conveniencia de unas autoridades míopes y clasistas.

Estoy harto de escuchar que ya nadie quiere trabajar en la hostelería, que hay muchas paguitas, y que la gente joven ya no quiere esforzarse. Pero lo cierto es que hoy un camarero o camarera difícilmente llegará a las 170.000 pesetas y luego 1.000 o 1.200 euros (más unos 120 en propinas) que cobraba yo en 2002. De hecho, si añadimos la inflación de 20 años de estafa y crisis, evidentemente salen a perder. Desde luego me lo sacaban del cuerpo a hostias, a jornadas durísimas de esfuerzo continuado durante horas en condiciones penosas. La más desagradable de todas aguantar al género humano que como dice Fito con Platero "siempre el cliente no tiene la razón". Si piensas que un trabajador en un restaurante del Pirineo francés o en una taberna en Dublín y te cuentan que ganan entre 3000 y 4000 euros por 5 días de trabajo semanal, -lo sé porque he hablado con ellos en los últimos años-, encuentras normal y hasta lógico que los profesionales españoles emigren al Norte para mejorar sus condiciones vitales y poder ahorrar con este oficio tan antiguo y tan ligado a la prostitución.

Los empresaurios se aprovechan de la situación de vulnerabilidad de todas estas personas para tirar al suelo las condiciones laborales y profesionales del sector, al que se presenta como fundamental en la economía y la productividad nacional. La falta de formación del personal, sobretodo si es eventual y focalizado en la temporada alta, es paralela a la ausencia de consideración y respeto hacia la persona que trabaja y nos sirve en una mesa o en una barra.

Dicen que ya no encuentran camareros como los de antes. Profesionales del boli click que te cantaban la carta acompasada y con tono. Barmans que con solo verte aparecer ya sabían cómo prepararte el carajillo y cómo te gustaba de cargada la copa de sol y sombra. Que ahora es imposible contarle a un chaval de barba hipster, con pendientes (yo ya los llevaba en la oreja izquierda con 18 años), pircings, tatuajes y cresta multicolor lo buena que está la alemana de la terraza, y muchos menos, decirle sandeces a la mujer que está sirviendo o limpiando. Trabajando.

Esos camareros, y si hombres camareros, no mujeres, ya no existen. Son una especie extinguida que no tenía precio. Y como no tenía precio entonces les pagaban una miseria que han heredado los que hoy en día por necesidad o por gusto, caen en este sector productivo y nicho de ocupación. Quizás también se extinguen porque entrar en este sector es sinónimo de adquirir los peores vicios que el cuerpo puede aguantar. Trabajar hasta la extenuación por supuesto, pero sobretodo el tabaco, alcohol, moverse en el mundo nocturno de la fiesta que son gradientes y grilletes para lacerar la vida del camarero y atarlo a su puesto en la galera. Se lamentan porque ya nadie quiere levantarse temprano antes que nadie para servir churros y porras y acostarse tarde, más tarde que todo el mundo, después de servir copas y limpiar las mierdas que dejamos en barras, salones y baños de los bares. Que nadie quiere ya aguantar los humores del personal y su falta acuciante de educación. Y que la gente está harta de limpiar y limpiar que es lo que se hace la mitad del tiempo que se trabaja en la hostelería, porque hay que aguantar mientras este el dueño tomando copazos con los amigotes, o el jefe, o el encargado como doberman o Inspekteur der Konzentrationslager (IKL) -inspectores del campo de concentración de la Alemania nazi-, para que nos vea haciendo algo medianamente productivo, aunque no haya nada que hacer. Y toda esta acumulación de horas legales, a-legales e ilegales pagadas con la voluntad de escamotear a las autoridades laborales se pagan por salarios de miseria, que a duras penas satisfacen esos caprichos comunistas de comer caliente y dormir bajo techo.

Por todo esto, y seguro más cosas que me dejo en el tintero, cada vez les cuesta más encontrar personal. Porque la gente cuando puede elegir huye de este sector precario y esclavizado al que la tecnología no le ha quitado ni penosidad ni esfuerzo, sino que encima le han añadido mucho más trabajo al tener que disponer de más productos, más preparaciones y mayor disponibilidad al pisoteo ajeno no vaya a ser que el cliente se enfade, no vuelva y encima te ponga de vuelta y media en una reseña online. Pues que no vuelva una idiota congénita que va a un mesón maragato a pedir un bloodymary o que no vuelva un muerto de hambre que se cree con derecho de pernada sobre el personal de la cafetería.

Cuando trabajar de noche o en fin de semana o en festivo se paga por poco más que una palmadita en el hombro. Cuando no se legislan ni vigilan las horas extra que se hacen en este sector y estas acaban siendo colosales. Cuando las condiciones laborales se saltan como listones de salto con pértiga que batir por parte de empresaurios (todavía me indigna y a la vez me hace reír los panegíricos que la muerte de “José Manuel” provocó en los medios de comunicación charros, con todos sus pufos, impagos, deudas con Hacienda y la Seguridad Social y sentencias judiciales en contra obviadas) y sus organizaciones (la infausta asociación de la hostelería salmantina enemiga de Salamanca y de los trabajadores). Cuando las facultades profesionales se obvian por parte de todos, incluidas las autoridades, sin tener en cuenta la condición clave que el turismo tiene en la economía española. Cuando trabajas como una mula deslomada por la mitad de horas cotizadas y por un salario que no te garantiza ni un sitio digno donde dormir y descansar. Cuando te roban la dignidad (afortunadamente existen notables excepciones) y así te convierten en una cosa que “les sirve” sin poder siquiera soñar con acceder a ser tú algún día “el servido”. Cuando te quitan todo, incluso hasta el miedo, no tienes nada que perder y el siguiente paso es concienciarse, y aunque sea tarde, luchar.

Retomando el hilo auto biográfico de más de media entrada recuerdo que a finales de mi presencia en Los Escudos me ofrecieron la posibilidad de coger uno de los bares a tiempo completo. Concretamente querían que llevará el de Cuesta Santi Spiritus, o que me pusieran de subalterno de Javi en el de la plaza. También me hicieron una oferta, informal, en el Novelty, cuando Paco Novelty entró en Los Escudos sin equivocarse de local a semanas de acabar el verano de ese 2003 para hablar conmigo. Les gustaba mi forma de trabajar y querían que entrará con ellos a trabajar la terraza. Igual que unos años antes rechacé una oferta del Albense de fútbol sala, ligado al Caja Segovia, para jugar con ellos, también decliné la oferta para seguir estudiando y dedicarme al mundo de la informática. E igual que en la anterior ocasión no se sabe qué hubiera pasado, aunque apuesto a que mi vida habría sido muy diferente.



Editando: Viendo la fotografía de mis andanzas con pelazo y pajarita me vienen más recuerdos y atentados a la dignidad trabajadora. La camarita enfocada a la caja registradora, no fuera que nos diera por "robar". La mini cafetera que tuve que ir a buscar en un renault clio, mi primera conducción tras sacarme el carnet 7 meses atrás, a Ovejero en Garrido para sustituirla por la de 4 puertos que se había chamuscado. Los malabares que había que hacer durante 4 meses para poder servir correctamente con ella y con el volumen de cafés que se pedían ahí. La tenían parada en la reparación por falta de pago del caradura de mi jefe. De hecho limpiar la cafetera era otra de las tareas diarias bien jodidas y penosas que había que hacer, por lo menos un par de veces al día. La pila de bricks de leche para tapar los agujeros en la decoración. La propia decoración viejuna que se caía a cachos. Las noches en que nos quedábamos Javi y yo cazando ratas como si fuera un safarí. Los zapatos que acaban cada verano destrozados. El palo que pegó uno que entró a trabajar y huyo a la carrera al quinto día a mitad de turno con la caja y la recaudación de un número de lotería de Navidad bajo el brazo. Lo bien que me lo pase en las despedidas (y eso que las detesto) sobretodo con las chicas de Medina del Campo. Los chinos desvalijando a turnos las tragaperras para disgusto de mi jefe que tenía esa otra línea de negocio. El queso de oveja macerado en aceite de oliva, joder qué bueno estaba.

y más y más cosas ...


miércoles, 21 de mayo de 2025

Gojira o el arte de hacer progresivo el death metal

 

En la actualidad el Heavy Metal vive un importante momento de encrucijada. Si bien en estos tiempos que corren, cualquier entendido y apasionado en este género nos mostramos entusiasmados ante la pléyade de propuestas y grupos que convierten en un frondoso bosque el árbol de la música heavy, no deja de ser cierto que, contrariamente a lo que ocurría en épocas anteriores, el hecho es que carecemos de una banda totem, un referente absoluto de este apartado de la música contemporánea. Hoy se hace muy difícil reconocer a esa banda estandarte con la que identificar tipo y momento como sí sucedía con Iron Maiden en los 80 o Metallica en los 90.

Quizás una de las grandes virtudes de la era de Internet y la globalización cultural sea que ha permitido que el Metal también englobe a todas las propuestas, subgéneros y grupos del planeta, dándoles espacio y difusión, y en definitiva, enriqueciendo un micro-cosmos donde la calidad y la diversidad, en el talento para la composición y la grabación sirven para un fin último y supremo: la interpretación en directo delante de los fans y aficionados al Heavy Metal.

Ya en los años 2000, bajo el Ñu Metal, la compartición peer to peer por Internet, la proliferación de festivales y el decidido interés de los medios convencionales por seguir distribuyendo y dando a conocer nuevas formas de hacer música asaltó el trono que poseía Metallica, tras el paso atrás total de Nirvana y todo el subgénero del hard rock que envolvía. El trash seguía siendo el género predominante dentro del metal, cuando una ristra de bandas americanas que conformaban el Metalcore y el rap-metal no se hicieron con su propio hueco, pero debido a lo artificial de las distintas propuestas (salvo honrosas excepciones) y por el predominio de otros géneros musicales comerciales no acabaron de asaltar la posición que la banda de Heitfield y Ulrich tenían.

Slipknot, Limp Bizkit, System of a Down, Marilyn Manson, Rage Against the Machine o Linkin Park parecían las bandas encargadas de abanderar el estilo que irrumpió con fuerza en los primeros dosmiles, pero por unas cosas o por otras, acabaron dejando desierta la bandera y el género del Heavy Metal ha parecido ajeno a la potencia de una banda, una marca, que lo hiciese presente en los medios de comunicación de masas.

Ya he escrito en otras ocasiones de que esto ha sido bien buscado, y conseguido, por los propios medios capitalistas, dejando al Heavy Metal en el lado oscuro y a la sombra de otras propuestas mucho más interesantes para el sistema. Adoctrinantes en el consumismo, el individualismo, dejando fuera propuestas trascendentes de expresión a través de la cultura y la música de los problemas sociales o del hombre como individuo u colectivo.

Esto no es del todo malo. Los que estamos somos los que somos, los que amamos y compartimos todo lo que engloba el Heavy Metal. Nos involucramos en su defensa y promoción, a veces con demasiada saña, pero para el heavy lo irrenunciable e innegociable es la autenticidad sin menoscabo de la originalidad, y la destreza y la presentación en vivo y en directo de nuestra música.

Si algo ha destacado al Heavy Metal estos 25 años es la proliferación de bandas y estilos dentro del género, haciendo caer las fronteras físicas y virtuales, al tiempo que nos regala un número tendiente a infinito de grupos que seguir en sus giras y novedades como se puede ver en mi carpeta de música en el ordenador, en mi cada vez más grande estantería de cedés y en los abarrotadísimos cajones de camisetas.

Y dentro de este ecosistema hay una banda que a mi, y a muchos, nos tiene siempre en vilo. Una seña de calidad con la que contar y de la que estar atento para sus nuevas propuestas, como sobretodo para contar con la posibilidad de verlos, y re-vivirlos en directo.

Hablo de la banda francesa Gojira, célebres a nivel global por participar en la inauguración de los JJOO de París 2024.

Antes de 2024 para los heavys Gojira ya era un nombre más que conocido. La banda liderada por los hermanos Duplantier (Joe guitarrra y voz, y Mario batería), junto a Christian Andreu como guitarra solista y Jean-Michel Labadie al bajo, tiene una carrera de ya casi 30 años, cuando desde su Bayona natal comenzaron a hacerse un nombre con una propuesta de death metal muy original e imaginativo, pleno de virtuosismo hasta inundar también lo progresivo.

Sus influencias van desde el Ride the lighting de Metallica, Rage Against the Machine, el Anema de Tool y por supuesto, no cabe ninguna duda, Sepultura. Y es que los ritmos y la distorsión de Gojira beben sin emborracharse del legado de la banda brasileña de los hermanos Cavalera, por lo que una buena cimentación trasher está presente en su música.

En cuanto al estilo de Gojira la complejidad de sus composiciones, tanto en acordes como en la base rítmica, son su principal característica. La pericia de Mario Duplantier no solo le hace fácilmente reconocible, sino que aporta un sonido variado, de difícil ejecución y de una plasticidad apabullante. La voz de su hermano Joe cabalga entre el gutural death y tonalidades rasgadas propias del punk. Las letras y temas de sus canciones y discos van desde el amor por la naturaleza y la denuncia en favor de su conservación, heredado de su infancia y juventud entre los bosques y el mar del País Vasco francés, a propuestas más espirituales donde se ven los influjos de la educación alternativa de los Duplantier.

En conjunto presentan un sonido característico, muy trabajado e imaginativo, que no cae en el lado del metal pedante del más cansino progresivo, sino que se muestra vivo y ataca los sentidos porque todo esto lo hace sin salirse de los códigos del trash y el death metal. Por eso, el principal valor de Gojira, la potencia con la que la banda de Bayona muestra en sus directos destaca tanto.


 

 

Ver en concierto a Gojira es una cita obligada para cualquier aficionado al género, y además, el mejor portal de entrada que los neófitos pueden tener. Se trata de una experiencia total donde el sonido envuelve toda la vivencia y te golpea. Y te agita. Y hace que pienses qué me está pasando por encima. El placer que se siente cuando se ve a Gojira en vivo y en directo es una de las mejores experiencias que el dinero puede pagar, y yo que ya los he catado en 3 ocasiones, ya estoy salivando por la cuarta que llegará a final de año. No puedo deciros más que animaros a buscarlos y a sumergirse en su arte y su talento.

En cuanto a sus discos, el recorrido de Gojira me sirve para inmiscuirme en uno de los principales problemas del Heavy Metal hoy en día. Se trata de la batalla abierta en los foros y en las conversaciones, tanto en Internet, como en un bar, o en concierto o en un festival, entre los recién llegados y los heavies de toda la vida, los que me gusta llamar Metalpacos.

La polémica eterna dentro del Heavy Metal es la autencidad en origen, el apropiarse del descubrimiento de la excelencia, desechando y menospreciando lo nuevo. Si esto ha pasado con Iron Maiden, Helloween, Judas Priest, o hasta con Metallica, qué no pasará con bandas nuevas que aparecen y llegan cuando ya somos más talluditos y se supone entedemos más de música. Es difícil no posicionarse. Todos tenemos nuestros gustos y favoritos. Y a todos se nos hacen bola ciertas propuestas por ser demasiado tenues, algunas novedosas o con más bagaje, por limitar demasiado con otros estilos de música (especialmente a mi me cuesta esa difusa línea entre el rap y el metal), carecer de la mínima pericia técnica demandada o ser abiertamente comerciales.

 

Gojira debutaba en 1996 con Terra Incognita que culminaba unos inicios con varios lps y conciertos que ya habían llamado la atención en el país vecino. Su álbum de debut partía de un decidido death metal pero acababa ofreciendo un metal progresivo altamente innovador por esa tendencia extrema que fue recibido por los entendidos con entusiasmo. Se ofrecían nuevas melodías al tiempo que tanto en las letras, como en los colosales temas instrumentales, Gojira invitaba a reflexionar sobre las dimensiones personales y privadas de la mente humana.

Este exitoso inicio se vio refrendado con las siguientes propuestas. The Link en 2003, From Mars to Sirius en 2007 y The Way of All Flesh para 2008. Si bien las tres obras se materializan en escaso tiempo por la presión de la discográfica, la calidad y la originalidad en la propuesta no baja, y son aclamados por crítica y público, por lo que comienzan a girar por toda Europa y Estados Unidos, acompañando a bandas consolidadas como Amon Amarth, Trivium o Machine Head.



La expectación ante un nuevo trabajo en 2011 es máxima y con Sea Shepherd alcanzan el máximo reconocimiento en el mundillo del metal lo que les sirve para entrar de lleno en los festivales.

Pero será con L’Enfant Sauvage en 2012 cuando asalten por talento la cima del Metal. El tema homónimo de presentación es un compendio de lo mejor de Gojira, con las guitarras creando una atmósfera propia a base de riffs plenos de perfección e imaginación, a la que se incorpora una rítmica en estado de gracia, con Duplantier desatado a las baquetas.

 


 

Las siguientes propuestas Magma (2016) y Fortitude (2021) no han tenido la misma aceptación por parte de la crítica, y de unos cuantos metal-pacos, que ya los acusan de repetitivos, “poco” originales o entregados a lo fácil. Aquí resuenan nombres como Airbourne, Dream Theater o hasta con cada nuevo disco de Iron Maiden (menudo sacrilegio). Es curioso porque cuando otras bandas innovan exploran otros entornos y temas, o directamente se abren para conquistar un gran público, que no al metalero en exclusividad, se les acusa de “vendidos”, que han perdido la esencia, o el Norte directamente. Entre estos hay numerosos ejemplos pero los más rotundos son Metallica (crucificados con cada nuevo lanzamiento y en especial la “escasa” pericia de Ulrich), las bandas de gothic metal, especialmente si tienen cantante femenina (Epica, Nightwish, Within Temptation) proclives a que las discográficas mainstream las ofrezcan a públicos más amplios. O Muse, que sin ser una banda de Heavy metal, también es dilapidada por haber experimentado con la música electrónica o la sinfónica.

 

Y sin embargo a mi Fortitude me parece unos de los discos más sólidos y estimulantes de los salidos en la década de los 20 del siglo XXI. Si el primer golpe Born for One Thing es un compendio de lo que Gojira puede ofrecer, el segundo Amazonia, es un alegato ecologista y antropológico que remueve conciencias al tiempo que rinde un homenaje más que sentido a Sepultura.


 

A continuación todo el disco deja momentos sublimes con Another world y su estribillo pegadizo al que ayuda un riff de entrada potente que culmina en una sucesión de solos pletóricos de guitarras y batería. Hold on es una muestra más de la capacidad imaginativa de la banda combinando ritmos, algunos de ellos impropios del heavy, y de como conforman atmósferas auténticas y personales a las que nos trasladan para soliviantarnos o relajarnos a gusto del consumidor.

New Found devuelve más vigor al desarrollo del disco con más velocidad en la composición para mostrar todo el virtuosismo de la banda al más puro estilo progresivo, para al final dejar una atmósfera propia donde se desliza una base melódica confortable y muy identificable con Gojira.

 

Forititude es el siguiente corte que sirve de entrada a la sorprendente y adictiva The Chant que denuncia la situación social e histórica en el Tíbet transportándonos directamente al Himalaya y a la tensión entre países, religiones y comunidades. Un aldabonazo que musicalmente se muestra original y atrevida, y que a continuación es borrada de un plumazo con Sphinx el siguiente corte mucho más vertiginoso y que ahora nos lleva al Gojira más intenso y death. Qué ganas de vivirla en concierto.

Into The Storm es otro pelotazo inconmensurable donde brilla el virtuosismo en la batería de Mario al que se suben sus compañeros para acabar el tema en todo lo alto con dos solos de guitarra pletóricos. 

 

El cierre de álbum corresponde a The Trail que es un viaje a ritmos más calmados y a coger algo de aire en los pulmones para Grind que al igual que al inicio descerraja varios riffs intensos y una batería certera y acelerada idóneo para los headbangers más exigentes.

En esencia un disco tremendo, que me encanta, y que permite identificar a Gojira plenamente porque circula por todos sus registros y todas sus etapas. Fortitude es un disco complejo y denso, pero a la vez es útil y funciona a la perfección para mostrar a la banda y para que se sumerjan en su trabajo, que como decía un poco más arriba, tiene que terminar con verlos en concierto.



lunes, 19 de mayo de 2025

Eurovision y el blanqueamiento de un genocidio


Clasificaciones finales Eurovisión 2025.

 

Parece inevitable llegado el mes de mayo no dedicarle un rato a juntar unas palabras sobre Eurovisión. Es curioso como sin considerarme, ni mucho menos, un Euro-fan o sin estar siguiendo, ni siquiera por accidente, los acontecimientos que jalonan este evento, al final consigue colarse entre los puntos de interés que humildemente uno tiene que gestionar. Y siempre lo suele hacer gracias a la principal virtud que para mi tiene el Festival de Eurovisión: La capacidad para mostrar las profundas incoherencias e hipocresías del sistema. La posibilidad de desnudar, a través de una expresión cultural, los disfraces que tapan los oscuros intereses de agentes nocivos para la sociedad, la dignidad y la paz. Parece que no, pero hace ¡¡¡17 añazos ya!!! con el Chikilicuatre, España ya se rió de todo ello.

Si siempre hay ruido y es ensordecedor, en cuanto a la elección de los candidatos y representantes de Radio Televisión Española, hay otras veces en los que la polémica salta para tratar temas más importantes como el feminismo, el estatus de los colectivos oprimidos (LGTBI, raciales o incluso de clase), y sobretodo últimamente, por el agravio cometido al permitir la participación y blanqueamiento de Israel, inmersa en una Guerra de ocupación y exterminio de la población palestina, frente al veto impuesto a Rusia por su guerra y ocupación de los territorios rusófilos deUcrania. Por cierto, aprovecho decir que a Ucrania jamás le han vetado su participación en este festival o en otros eventos culturales o deportivos, pese a su política de acoso y laminación de derechos humanos contra sus ciudadanos de izquierdas o de habla rusa en el territorio del Maiden. Como tampoco la de Hungría o Polonia por lanzar políticas extremistas de negación de derechos a los ciudadanos por su condición sexual. Que ya nos conocemos.

En esta ocasión, ha sido en la propia semana de celebración, con galas de semifinales y final, donde la polémica ha saltado.

La labor del contubernio eurovisivo para justificar y blanquear la presencia de Israel y su política de ocupación y genocidio sobre Palestina ha sido exacerbada, tratando de imponerse sobre las legítimas posiciones de gran parte del público, de muchos de los artistas y delegaciones participantes, y de varios de los propios gobiernos europeos como España, Irlanda o Noruega que ya han dado pasos firmes en el reconocimiento del estado de Palestina.

Sin embargo, la actitud de los propios organizadores, el ente supra-nacional de la Unión de radio-televisiones (públicas no olvidar este matiz) Europeas (UER), amos y señores del tinglado de Eurovisión, ha degenerado en una crítica feroz, y a la vez, en una defensa de la dignidad y de los derechos humanos. Si bien se jactan, y junto a ellos las derechas extremas y las extremas derechas europeas, y también muchos colectivos de eurofanes, de un supuesto carácter apolítico en el festival, esta vez ha quedado claro que no existe tal suposición, y que funciona para justificar lo injustificable, y mantener el negocio y ganar dinero, muy importante, a pesar de las profundas brechas que provoca en la ética y en el acervo moral de las sociedades europeas.

Durante esta semana y en el contexto del festival Israel defendía su posición. Pero no su canción y su derecho, o no, a participar en el certamen. Lo que defendía era su política genocida. Justificaba su ofensiva militar y violenta. Garantizaba su supuesta superioridad moral. Acreditaba la ocupación ilegal de territorios saltándose la legalidad internacional. Daba pretextos, en definitiva, para la matanza de civiles, sobretodo de mujeres y niños, y trataba de hacerlo ante los críticos y con el beneplácito de la Europa más fiestera y diversa.

Como respuesta, ya he comentado, tanto muchos de los artistas participantes, como algunos de los entes televisivos, reaccionaron y se activaron para denunciar el genocidio y explicar el contexto de la ocupación y si, también de la participación de Israel en este certamen musical. Por lo tanto, y como es evidente y natural y propio de sociedades complejas e interrelacionadas, Eurovisión tampoco es apolítica.

Ante todo ello, la organización del festival debía haberlo evitado. La única manera era haciendo lo que hay que hacer: El veto a países violentos y genocidas. Denunciar y prohibir que se blanqueen políticas criminales y vergonzosas. Si no lo hizo, podía haber permitido algunos derechos fundamentales como la libertad de expresión. Libertad que garantizaban para que Israel presentara y cantara una canción “New Day Will Rise”, “Un día nuevo llegará”, con una letra infame que encima venía a justiciar el sionismo más radical y la postura ultra-conservadora, violenta y supremacista posible. Sin embargo, negaban esa libertad de expresión a las televisiones y presentadores que pusieron contexto a la actuación israelí. Las amenazas de multas y sanciones son una vergüenza.

No valen más humillaciones, ni aceptar la preponderancia de la élite fascista israelí y de todos sus acólitos. Es preciso dar explicaciones y purgar estas instituciones de reaccionarios y de personas tan malvadas y horribles. No es aceptable el dinero de los patrocinadores si vienen manchados de sangre y de tanta crueldad e inmoralidad. Si lo estamos viendo, y celebrando la actitud de muchos grupos, con los macro-festivales en España, también debemos exigir lo mismo para los representantes y funcionarios públicos europeos que mantienen Eurovisión.

¿Es ético celebrar un festival de la canción con un país participante que perpetra en estos momentos crímenes contra la humanidad y contra la legalidad internacional? ¿Es justo que se garantice su libertad de expresión y a cambio se prohíba la de quienes no están de acuerdo o simplemente quieren mostrar la realidad más aséptica posible? ¿Es lícito que un evento cultural o deportivo se lleve a cabo gracias al dinero de patrocinadores involucrados en las masacres de más de 50.000 personas y más de 15.000 niños? ¿Es justificable que todo siga igual pese a que la misma semana de celebración del concurso Israel atacaba a civiles en el Sur de Palestina causando la muerte de al menos 150 personas?

Si estas preguntas no son todavía lo suficientemente incómodas quizás deberíamos añadir cómo es posible que Israel estuviera a punto de ganar el certamen, gracias a los votos de algunos jurados oficiales de los países participantes, y sobretodo a un mirada de puntos del “tele-voto popular” que no tiene ninguna garantía ni seguridad y que mediatizó el resultado final.

Por si esto no fuera poco, y aunque no soy especialmente favorable a la canción presentada por España, me queréis decir ¿qué no hubo un castigo directo al país más beligerante con la política genocida y fascista de Israel?

Por supuesto, que no toda la población de Israel (faltaría más) apoya la política del criminal de guerra de Nethanyahu y sus acólitos fascistas. Y que no celebran el genocidio y abogan por un diálogo entre culturas y religiones que garantice la paz en Israel y en Palestina. Y que si, que tienen su derecho a sentirse representados en un certamen. Pero cuando los símbolos como la bandera y la propia canción se usan para justificar esa supremacía y ese dominio no todo vale.

Cuando se habla de derechos humanos, legalidad internacional, causas de guerra o justicia no vale la equidistancia. No se puede poner uno de lado e intentar no mancharse en el charco de fango y sangre. Tampoco cuando tratamos la superioridad moral de las personas que queremos un mundo mejor, más justo, digno y ético. Frente a esto está la batalla cultural librada por quienes quieren reescribir la Historia tras la derrota del fascismo en el siglo XX. Sí, de esos que nos dicen que queremos otra historia y que no aceptamos la derrota en la Guerra Civil, pero que por la tibieza y los cortoplacismos de aquella época se toleraron gobiernos fascistas después de 1945, en Europa y en el mundo. Y ahora quieren derribar los valores y la sociedad más tolerante e inclusiva para imponer de nuevo sus reaccionarias visiones.

Un ejemplo de esto viene con la reacción al resultado final. Mientras buena parte del público habitual de Eurovisión se quedaba ojiplático con el resultado del Tele-voto, las huestes del fascismo españistaní celebraban que en esa variable, en España ganará Israel. Se atreven a defenderlo como una respuesta “democrática” al gobierno del perro y como un éxito de su capacidad de movilización. Obvian, porque no les da para más, que su apoyo a un estado genocida y que está perpetrando crímenes de lesa humanidad es injustificable, incompatible con la democracia y con los valores del siglo XXI. Por eso son reaccionarios y por eso, siempre, la derecha de este país se encuentra en el lado equivocado de la Historia. Pero es que además, y lo que es más denigrante aún, por sus ansías de poder se colocan en el lado opuesto al interés general de su propio país y a la decencia. No les da para más. Siempre digo que la gran desgracia de este país es tener una derecha, unas huestes conservadoras, tan poco patrióticas, mucho menos democráticas y tan deleznables.

Desde luego, dado lo acontecido con este festival y fundamentalmente, con lo que ocurre cada día en Gaza y en Cisjordania se hace necesario ponerse firme. Muy bien el gobierno trabajando desde la diplomacia reconociendo a Palestina y denunciando los crímenes de Israel. Pero basta ya de la doble moral capitalista de vender armas y delegar la autonomía de la propia nación porque hay dinero de por medio.

Muy bien RTVE permitiendo a sus presentadores expresar su opinión y también que contasen sin acritud el contexto de la interpretación de la canción de Israel, y después y ante la amenaza de sanciones por parte de los organizadores, proclamando su posición antes de la retransmisión (la Radio-Televisión belga fue mucho más allá y cortó la interpretación de Israel con un mensaje en pantalla y en silencio mostró su apoyo a Palestina). Pero llegado a este punto se hace necesaria una reflexión profunda si merece la pena seguir participando en este tinglado. En exigir responsabilidades y si es necesario quedarse en casa. Porque para que nos humillen al tiempo que loan a los criminales y fascistas no hace falta ir a Eurovisión.


martes, 6 de mayo de 2025

Perfumerías Avenida: Fin de temporada

 

Iyana Martín, lamentándose el domingo en la pista de Valencia Basket

Termino ya el año para Perfumerías Avenida de Salamanca. Ayer perdía en el computo de las semifinales frente a Valencia Basket, y por primera vez, en 18 años (exceptuando el año de la pandemía), Avenida no jugará la final de la Liga Femenina de Baloncesto.

Se confirmaba así el tercer año sin títulos, y se reafirmaba lo que escribía hace un mes: un equipo muy deslavazado, con la confianza muy tocada, con los roles muy difusos y sin la integración coral, ni en lo anímico y muchos menos en el juego, de todas las jugadoras en la causa.

Avenida, como eso si está en su esencia, competía muy bien la eliminatoria y quizás juntaba algunos de los mejores minutos del equipo en la temporada, en especial el otro día en Würzburg. Pero aún así, del todo insuficiente ante un Valencia Basket con una pléyade de jugadoras de máximo nivel europeo, fruto, primero de una inversión económica muy fuerte y también atinada; y segundo, de una dirección técnica muy acertada e interesada, con sus errores y omisiones, en integrar a todas.

Pero lo cierto e incuestionable es que Perfumerías Avenida va a vivir como espectador una final de Liga por primera vez desde hace casi 20 años. Con este resultado se impide el acceso a la Euroliga del año que viene, lo cual hace necesario tildar la temporada de fracaso.

Fracaso por este resultado deportivo pero también por el juego mostrado. Ha sido un dolor y un desastre ver jugar a este equipo con profundos y constantes atascos ofensivos. Incapaz de generar ventajas para sus jugadoras ya sean exteriores o interiores y donde las lagunas propias, el trabajo defensivo ajeno y las carencias de partida se han ido agudizando en vez de resolverse. Tampoco es que en defensa Perfumerías Avenida haya brillado y ciertas situaciones se han ido repitiendo durante toda la temporada para sacarle puntos a las charras.

En liga regular Avenida ha sumado 8 derrotas en 30 partidos. Hacía 19 años que no se sumaban tantas. En Euroliga el balance en 12 partidos es de 5-7 con varias derrotas por más de 20 puntos. Todo ello resultado de un juego de anotación limitada basado únicamente en el talento individual de una jugadora cuando el tiempo de posesión se agota.

Es evidente el cambio de ciclo en la Liga Femenina de Baloncesto. Estoy seguro de que en la federación española estarán muy contentas de tener a dos equipos, dos marcas ACB, compitiendo por el título de liga. Han llegado con mucho músculo, mucho dinero y el interés de dos ciudades (y sus autonomías) detrás, sobrepasando por la derecha a Avenida y Girona. Todavía no sé si el que lleguen estas estructuras al baloncesto femenino es positivo. Tengo mis dudas. De entrada y en primer término vamos a ver qué audiencia consiguen estos equipos. Sin Salamanca ahí.

Lo cierto e ineludible para nuestro club y equipo es la auto crítica. También para la masa aficionada, y la propuesta por rendir mejor. No sé si Anna Montañana cumplirá el contrato que le queda como entrenadora. Desde luego el balance es malo, no sólo en resultados, sino en satisfacción con el juego. Tampoco ha destacado por unas lecturas de partido acertadas y sobretodo, adecuadas y rápidas. Los cambios de jugadoras han funcionado como esquema cerrado retirando confianza a muchas de las jugadoras (pensemos en las 3 que abandonaron el barco en diciembre), y sobre-explotando a las de más talento que han llegado al mes de abril ya faltas de oxígeno en piernas y en cabeza. Si el año que viene no se empieza bien, tanto en resultados como en juego, la paciencia va a desaparecer y vamos a añadir muchos más problemas. Necesitamos que Montañana acierte en el banquillo y en los entrenamientos y también en la preparación, y no creo que sea positivo tener una entrenadora que también va a pasar tiempo del verano con una selección. Es mi opinión.

En cuanto a la plantilla me niego a entrar en el juego futbolero del paji-plantilleo. Son evidentes algunos nombres que suenan para llegar. Y también que las salidas van a ser numerosas. Personalmente a parte de Iyana Martín, que es la mejor noticia de largo de estos tres años para Avenida, yo me quedaba con las nacionales, ya veteranas que han demostrado que les importa este club, este equipo, esta afición y esta ciudad.

Silvia Domínguez, Andrea Vilaró y Laura Gil tienen mucho baloncesto que ofrecer, y bien dirigidas y aportando con unos roles adecuados a sus condiciones, no tengo ninguna duda de que sumarían en el equipo. Espero que se queden un año más, y se pueda construir un equipo lo suficientemente cohesionado para que puedan añadir un título más o varios, a su carrera.

¿Del resto con quién me quedaría?. Personalmente con Arica Carter. Dándole otra fuente de anotación exterior solvente se le quitaría mucha presión del peso ofensivo del equipo, y podría regular sus esfuerzos. En cuanto al juego interior a mi no me vale ninguna. Gracias pero no podemos permitirnos una temporada tan gris e intermitente de Fassoula (una debilidad personal mía, tanto en la pista como fuera de ella por lo que crea en el vestuario, pero muy condicionada por su grave lesión del año pasado,) y de Kone, sobrada para hacer estadística, pero con una IQ, una inteligencia en pista, muy limitada que minimiza hasta lo anecdótico su aportación numérica. Al resto, gracias pero no podemos permitirnos jugadoras que desaparecen, se esconden, que no le echan arrestos, que delegan en las veteranas o en Iyana.

A partir de ahí, que vengan las que tengan que venir. Tengo mis nombres por supuesto, pero considero básico una base más que permita mayor descanso a Martín, Silvia y Carter. Una tres con capacidad de anotación exterior. Y una cuatro que pueda abrir el campo y en defensa cambiar con las compañeras sin penalizaciones. Estas jugadoras son las que de verdad cuestan dinero. Luego habrá que completar la plantilla con jugadoras que sumen y participen, para lo que es básico el compromiso de la entrenadora en hacer partícipes a todas y en un reparto de roles adecuado y propio del baloncesto actual.

En cuanto al club. Lo primero de todo desear que continué la apuesta por el baloncesto femenino profesional en Salamanca y en hacer comunión dentro del paupérrimo tejido social de la ciudad. Importante fijar la Eurocup del año que viene como un objetivo, al igual que la Liga Regular, para sumar el último título que queda por conseguir en las vitrinas y para estar en la lucha por la clasificación para la Euroliga del año siguiente. Se hace fundamental el que lleguen más patrocinadores porque una “pequeña” empresa de Salamanca, a la que le agradecemos inmensamente su implicación no puede competir con la marca nº1 entre los supermercados españoles (¡hay que joderse!), y con una de las principales empresas cárnicas del país. Y estemos atentos a la llegada de otras “marcas” ACB.

Hay que trabajar en atraer más colaboradores. Empezando y de manera fundamental con el Ay-untamiento y la Junta. Se me hace evidente que llevamos varios años pagando una mala relación entre Jorge Recio y sus ex-compañeros en la alcaldía de Salamanca del PP. Recio no pudo en su tiempo de concejal de deportes devolver a Salamanca, aunque hubiera sido el hogar de Perfumerías Avenida, el pabellón Multiusos Sánchez Paraíso, secuestrado en una concesión dantesca. Pero está claro que acabaron pasando cosas que han evitado que haya una mayor implicación de las instituciones políticas en el proyecto de baloncesto femenino y deporte en Salamanca. El club más importante de Castilla y León y que está absolutamente ignorado por la Junta y sus medios afines. Muchos ya sabemos como funciona la ruin, vengativa y vende-patrias derecha de esta ciudad, provincia, región y país.

El club, y con él la afición, los medios y la ciudad, deberíamos de ir al gran objetivo: Un mejor pabellón. Si no es el Multiusos, y tampoco la Alamedilla en un espacio corto de tiempo, habrá que reformar Würzburg, que iría más allá de colocar otros asientos. Hay problemas en esta instalación con la electricidad, y con el calor que hace especialmente en abril y mayo, cuando las horas de luz achicharran la cubierta de aluminio. También son necesarias unas instalaciones más adecuadas y profesionales para el club.

En cuanto a la dirección técnica es imprescindible recuperar a Carlos Méndez, dentro de un organigrama más fluido y con separación de poderes y responsabilidades. Obviar su conocimiento del mercado es un error que no podemos permitirnos repetir tras estos años tan desilusionantes y con tantos problemas. Recuperar esta estructura, y mejorarla y ampliarla, daría también aire y tiempo a Jorge Recio y su satisfacción con todo esto, para continuar apostando por el baloncesto femenino y que entre todos, y evidentemente él y su empresa, Perfumerías Avenida, poniendo el nombre y el dinero (muy importante), podamos seguir viviendo este sueño.

Y en cuanto a la afición. Pues ahora es el momento de estar. De seguir acompañando y apoyando. De cuidar y de cuidarnos. De renovar una ilusión. Pero también de descansar, de desconectar, de no seguir intoxicando cualquier foro, o dejándose envenenar. Eso no quiere decir que no se sea exigente, porque si algo ha demostrado esta afición es saber baloncestístico, y estoy seguro que en cuanto vayan apareciendo las salidas y llegadas se percibirán dónde y por qué estarán las fortalezas y debilidades.

Es tiempo de dejar trabajar a las profesionales (seguro que buena parte ya se ha hecho). De que extraigan sus conclusiones y realicen las apuestas necesarias para que el club vuelva a construir un equipo, cohesionado entre sí y con la afición, y que todos vayamos a una.

Si me he visto en la necesidad, y el gusto, de escribir estas líneas para ordenar mis ideas, es por las ganas y la pasión por este equipo. Pero hasta esta línea. Desde aquí, hasta la temporada que viene.



viernes, 2 de mayo de 2025

Una consideración filosófica al Gran apagón


 

El lunes 28 de abril de 2025 hubo apagón. Apagón histórico. La península Ibérica y el Sur de Francia se quedaron sin energía eléctrica hacia las 12:36 del mediodía. Fueron recuperando progresivamente la energía. Por ejemplo en la provincia de Alicante no se recupero la luz en su totalidad hasta más de 12 horas después.

Es más que necesario, sino fundamental y hasta estratégico conocer qué sucedió. Por qué se produjo el apagón. Quiénes son los responsables técnicos y también políticos, y no sólo de ahora sino de antes. Tenemos derecho a saber por qué en Occidente, en plena Unión Europea, más de 60 millones de personas quedamos sin energía un lunes.

El periodista y divulgador especializado en temas energéticos Antonio Turiel ha aportado una posible explicación, válida porque ya llevaba varios meses alertando de las posibilidades de producirse un apagón como el acontecido, al desplegar las tecnologías renovables en el mix energético, y en cómo se descompensaba la red al no recibirse aportes similares por parte de las energías no renovables. Estas al ser más caras y depender de fuentes de energía exteriores estaban siendo desechadas por parte de las productoras y comercializadoras (en realidad los mismos perros) para ahorrar en el coste de producción de energía, a cambio de perder estabilidad y tensión en la red eléctrica. Una actitud deplorable que vuelve a poner la codicia de unos pocos por encima del bien común. También ha alertado de las subidas en el precio diario de la energía para los próximos días, mientras se vuelve a equilibrar el sistema.

Mientras se dirimen estas cuestiones y avanzan, o retroceden, los informes y explicaciones oficiales (y junto a ellos el insoportable y perfectamente eludible ruido de la alta política en Españistán) se vuelve otra vez necesario e inaplazable hablar de la total dependencia que tenemos como sociedad, y como individuos, de la tecnología.

Si vivimos en este paradigma de la economía de mercado sometiendo a una tibia democracia de corte liberal, en un ecosistema de relaciones internacionales competitivas tanto entre estados-nación, regiones (extra-nacionales y también intra-nacionales), empresas y compañías, grupos, colectivos e individuos. El capitalismo y la oligarquía que gobierna el mundo necesita de nuestra dócil sumisión para su propia supervivencia. Y esta sumisión se consigue de manera voluntaria gracias a la extensión del consumismo tecnológico, presentado como garantías e incluso como pilares fundamentales en la obtención de libertad, de autonomía y de seguridad que en principio disfrutamos como sociedad y a título individual.

Sin embargo, cuando se fue la luz, y sobretodo, pasadas unas horas, muchos cientos de miles de personas, e incluso millones, se dieron cuenta de que sin tecnología también podían ser libres y autónomos. En tener seguridad. En recuperar cooperación y solidaridad como componentes básicos de la conducta humana. Con el móvil inutilizado y los aparatos tecnológicos muertos por inanición de energía, las personas recuperaron su propia dignidad. Salieron de la pantalla medida en pulgadas para vivir en un mundo medido en escaleras, patios, calles, barrios, pueblos y ciudades. Quizás se haya hecho más país y más comunidad durante unas pocas horas una tarde de apagón que en los últimos 20 años.

Hay quien dirá, y no le falta razón, que la tecnología no es mala. Que los avances científicos y en las técnicas han permitido el progreso del hombre, su dominio de la naturaleza, empezando por la suya propia en cuanto a la enfermedad y el envejecimiento. Ha ampliado nuestros horizontes, y nos han puesto en la mano un utensilio que al igual que el bifaz de hace 250.000 años, o las primitivas herramientas de madera, piedra o metal de 6.000 años para acá, han permitido, progresivamente y gracias a compartir ese conocimiento, una vida mejor. Una transmisión del conocimiento inter-generacional, pero también hacia otros grupos coetáneos. Para nosotros, nuestros congéneres y nuestros descendientes. Es así.

Hoy en día en las sociedades opulentas, en la palma de la mano tenemos un aparato que bien utilizado permite comunicarte con cualquier persona del mundo en cualquier momento. Verla en video como reacciona ante tus gestos y palabras. Sumado a una buena conexión a Internet, tienes una fuente del conocimiento absoluto. Y sin embargo, ante un evento como el apagón del pasado lunes, podemos y debemos cuestionar este desarrollo tecnológico y su lugar preponderante en las relaciones humanas, incluso, en la propia identidad del ser humano.

Porque, si como digo la tecnología no es mala, por qué resulta perversa. Pues porque no es tanto una herramienta para satisfacer las necesidades del hombre, y si un arma para controlarlo. Porque en conjunto las tecnologías, las redes sociales, los avances de la era cibernética componen una amenaza a la dignidad humana. A la paz.

Estas amenazas son las que lanza un sistema totalitario al conjunto de la humanidad valiéndose de una pretendida dependencia tecnológica por parte de los individuos.

Sí, es así. Nos han convertido en esclavos, pero no ya de negreros de traje de lino blanco, sino de emporios tecnológicos y de dispositivos. Mientras nos especializaban en una sola función productiva (Médico, conductor, informático, cajera, comercial o peón de fábrica, etc.) nos han negado el conocimiento y la familiaridad con los procesos productivos del alimento y del agua. De este modo, atomizados, separados cada uno en su piso, en su cápsula estanca, sin conocer a sus vecinos y a sus iguales, nos sentimos solos y tenemos miedo. Y con él reaccionamos consumiendo más y hundiéndonos todavía más en el individualismo.

Mientras el apagón permitía al anochecer volver a ver las estrellas, antes había abierto los ojos y el entendimiento a muchas y muchos a quienes se les revelaba la esencia de la realidad. El mundo virtual había desaparecido. No había pantallas. Había personas, con los mismos problemas, miedos e inquietudes, y por fin, había comunicación. Porque antes de ser, que lo somos, conscientes de nuestra dependencia de la tecnología (no sólo de la informática, sino pensemos en la vitrocerámica, en el calentador de agua, la iluminación de la habitación antes de ir a dormir, de cómo nos informamos, etc., etc.) y de lo débiles que nos convierte, por contra, podemos ir recuperando las redes reales de confianza y comunicación, para perder esa dependencia, ganar independencia tecnológica y dejar de ser tan débiles y sumisos.

Al irse la luz y al pasar las horas sin recuperarla no se estaba acabando el mundo. Se estaba acabando el mundo tecnológico. Se habían terminado por un momento el flujo de datos y metadatos. Pero a cambio, volvíamos a hablar con nuestros vecinos. No funcionaban las transferencias digitales y los datáfonos no valían ni como pisapapeles, pero nos volvían a fiar en la tienda de barrio y apuntaban nuestro nombre y lo que debíamos en una libreta como cuando éramos pequeños. Recuperábamos nuestro tiempo para nuestra vida. Salíamos del trabajo antes (si porque no había energía) pero gastábamos el tiempo en lo que queríamos. En estar con nuestros hijos, padres, pareja,... con desconocidos o solos haciendo algo que nos llenase más. No había repartidores en moto, en patinete, o en furgoneta pero había millones de personas caminando por las aceras, con al cabeza alta, mirando a los ojos a sus congéneres, dirigiéndose a las tiendas pequeñas a comprar lo que necesitaban.

Resultaba entonces, una des-conexión digital, un apagado tecnológico, y a la vez, el encendido del mundo real.

Por ello, quien piense que estos eventos se solucionarán con más tecnología se equivoca. Porque la esencia del ser humano, si es la del progreso y la mejora de las posibilidades de supervivencia y adaptación gracias a la extraordinaria capacidad evolutiva de la raza humana. La inventiva, la imaginación, la construcción y la elaboración de herramientas es parte de la esencia del ser humano, como su posterior progreso y desarrollo. Pero también lo es la comunicación, la cooperación y la solidaridad, aspectos todos ellos, que desaparecen apagados por una cada vez mayor suficiencia tecnológica (si puedes pagarla, claro). Toda la evolución de la humanidad no hubiera sido posible sin una transmisión de conocimiento, sin un interés desinteresado, solidario, propio de la manada, de la tribu porque el de al lado también aprenda, mejore y sobreviva.

Porque en esencia, lo que sucesos como el apagón del lunes 28 de abril pone en cuestión, es aquello a lo que Marx se refería cuando hablaba ya en sus últimos escritos a partir de 1868, de "la despiadada explotación capitalista de la naturaleza que ponía en peligro la supervivencia de la humanidad". Si todo lo que supone el avance científico y tecnológico sólo sirve para aumentar la avaricia en el mundo, para cimentar un mayor consumismo e individualismo que no miden las consecuencias de sus actos lo que se estará haciendo es convertir la vida de millones de personas, hoy y mañana, en vidas precarias, terribles y con dolor y muerte.

Hoy cuando se habla de raermes e inversiones mil millonarias en armamento y ejércitos (curioso pero para la vivienda, para la educación, o la sanidad no hay dinero ni público ni privado y los impuestos son muy altos, pero cuando se habla de comprar pistolitas y balas a todos les salen las cuentas) "nadie" (entíendase de los que aparecen en los grandes medios) cuestiona la sumisión a un imperio. La puesta de la riqueza nacional al servicio de la metrópoli y sus intereses. Sin embargo, nada haría más poderoso, y sobretodo seguro, a un país o estado-nación hoy en día, que volverse independiente y auto-suficiente en materia energética y de proveedores de servicios digitales y de comunicación. Y eso pasa inexorablemente, hoy y más tarde (y más caro) por invertir en energías renovables.

No van a ser más y mejores tecnologías digitales las que ayuden a superar los tremendos retos que tenemos como especie delante. El cambio climático, la paz mundial en un entorno de amenazas de extinción masiva y extrema violencia. Superar las desigualdades y el odio. La pobreza o la corrupción. Todos estos problemas no van a mejorar porque la Inteligencia Artificial venga a descifrarnos soluciones ideales. Ni tampoco cualquier otro tipo de tecnología que depende de la capacidad adquisitiva de cada individuo, y fundamentalmente, de los intereses particulares (y oscuros) de los dueños de las tecnologías.

Al final nos seguirán haciéndonos dependientes. Aislados, temerosos y sumisos porque hemos relegado toda nuestra vida a la cibernética y al mundo digital. Hemos perdido la capacidad de procurarnos nuestro propio sustento y nuestro propio bien, porque hemos cambiado el depender de personas como nosotros y de construir sociedades y sistemas económicos que solventasen estas necesidades de manera solidaria y cooperativa, para entrar en un mundo competitivo, individualizado, y que paradójicamente, resulta más incomunicado aunque te hayas comprado el último modelo de smartphone y pagues un dineral por una conexión de red.

Siempre, y por desgracia llevamos unos años comprobándolo de manera personal y directa, son las personas, y las que más cerca tenemos, las de nuestro entorno, las que nos ayudan, y a las que ayudamos. En la covid, o durante la dana, en el apagón o en el siguiente suceso catastrófico serán las personas las que nos salven. Seremos nosotros, por encima del “yo” y como conciencia colectiva lo que haga que salgamos adelante.



Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...