viernes, 25 de noviembre de 2022

Breve Historia de la Izquierda Salmantina

 

No cabe ni la más mínima duda de que Salamanca es uno de los lugares, provincias, más complicadas para que un partido de izquierdas tenga éxito. Hay muchos factores geográficos y culturales que lo explican en conjunto, bajo la responsabilidad propia de cada parte: razones demográficas como el envejecimiento de la población, la histórica falta de tejido productivo en el sector industrial; la emigración de los jóvenes, colosal y ampliada a todos los estratos educativos y de capacidad, pero significativa de los más preparados y emprendedores; también el vacío de los pueblos y áreas rurales. Y en el aspecto cultural, como un conservadurismo autóctono, basado en la importancia de la religión y de la iglesia católica como institución, además de una estructura social encabezada con grandes propietarios de latifundios que desde hace muchos años controlan las opiniones públicas en los medios de comunicación locales; o el carácter, quizás avinagrado por el frío del invierno, más seco, quizás hasta hosco que hace que cada uno se preocupe de lo suyo, o de negarse a las innovaciones. Y sin obviar, por supuesto, los errores pasados que la propia izquierda ha tenido. Pero no por todo ello, un movimiento de izquierdas es menos necesario (en realidad es cada vez más urgente), y por lo tanto, ante el estado actual en la izquierda salmantina me apetece por un lado pasar factura, y por el otro, hacer una Crítica a la Izquierda Salmantina.

En realidad lo que voy a hacer es una disección de mi experiencia política en Salamanca entre 2002 y 2017, año este último en el que tras dimitir como concejal de Santa Marta de Tormes por Izquierda Unida – Los Verdes, durante dos años, al tener que emigrar y me fue imposible -hasta cierto punto me lo negaron-, seguir participando. En ese tiempo, viví la deriva de una organización poliédrica que pretendía servir a la ciudadanía salmantina bajo una ideología progresista que garantizase mayores capas de bienestar social, centrándose en aspectos tales como la vivienda, el trabajo, el estado y defensa de los servicios sociales y públicos, así como la conservación del patrimonio natural y cultural y las luchas por la igualdad de género.

En todos estos años lo que viví como simpatizante, militante, expulsado, de nuevo iniciando el ciclo y participando en Salamanca ciudad, como cargo electo y finalmente, dejando de interesarme por simple salud mental personal, fue la continua disputa entre la facción del Partido Comunista de Salamanca y de Izquierda Abierta en la ciudad y provincia. Ambas tendencias compartían muchas cosas, empezando por el deseo de una Salamanca mejor, más digna, justa y habitable, así como indudables capacidades, inteligencia, experiencia y voluntad para llevarlo a cabo. Sin embargo, prevalecían las diferencias que disfrazadas en lo discursivo, en las formas de explicar cómo se hacen las cosas, que en realidad, ocultaban los intereses personales de algunos de los imbuidos en tales dinámicas.

Mi primera militancia resultó muy intermitente entre estudios, trabajos, primera emigración y dispersiones varias. Pero entre 2002 y 2009 y visto con perspectiva y experiencia, lo que sucedió fue que estaba en un partido que estaba dirigido por un grupo que no tenía el respaldo, que era contrario a la corriente que dominaba el federal y el autonómico. También tenía oposición interna por parte de lugares muy potentes como Santa Marta o Ciudad Rodrigo. Esto hacía que practicamente no hubiese actividad, desde luego ninguna de manera proactiva, y simplemente se reaccionaba ante los acontecimientos mediáticos y se iba a rebufo de lo que el PP o el PSOE hacían. De hecho, recuerdo que toda la actividad se encaminaba a las elecciones municipales, en especial las de 2007 que resultaron un fiasco en Salamanca. Ni siquiera en las de 2008 con las crisis ya galopando nos hizo movernos y salir de la asamblea.

El problema estaba en que antes de mayo de 2011 dentro de la Izquierda de Salamanca, lo que se dirimía, lo que se decidía, era quién era la persona que iba a ocupar cargo político y cobrar su sueldo correspondiente. Lo siento, es muy duro, decirlo así pero es lo que sentía y siento, y lo que vivíamos y comentamos en aquellos años muchas de las personas que formábamos parte de Izquierda Unida en Salamanca.

Todo el trabajo, toda la responsabilidad y todos los esfuerzos de los simpatizantes y militantes durante estos años versaba en posicionarse en torno a esta disputa interna. Entre las posiciones a tomar, estaba por supuesto, la de ser indiferente, la de no querer inmiscuirse ahí, si no estar en el partido, en el conflicto para trabajar por Salamanca. Lamentablemente las propias inercias provocaban que tuviéramos que tomar partido aunque fuera a regañadientes.

Al final, todo quedaba reducido a una batalla entre quién ganaba el nº1 en la lista electoral a la ciudad de Salamanca por parte de Izquierda Unida. Que si Gorka Esparza. Que si Virginia Carrera. Que si Izquierda Abierta. Que si el PC. No había más. Insisto. Es muy duro y siento decirlo, pero durante muchos años la movilización, la activación y el trabajo asambleario, sobretodo formando parte de las juventudes como estuve hasta 2009, dominadas por el Partido Comunista en la mano de “Chencho”, estaba involucrado en esta guerra interna, y el objetivo era tener una candidatura lo suficientemente fuerte para que Carrera ganará.

En el bando contrario, y lo sé porque mis mejores amigos que me han quedado de IU Salamanca, pasado el tiempo estuvieron en Izquierda Abierta apostaban por la opción de Gorka y no tuvieron ningún reparo en usar todas las armas posibles para conseguirlo.

El episodio más sangrante fue sin duda la expulsión de juventudes de IU de la Asamblea de Salamanca. En ese momento, como digo yo estaba en IU Salamanca, aunque llevaba ya más de medio año viviendo y trabajando en Madrid. Me convocaron para la asamblea que iba a celebrarse en mi pueblo, en Santa Marta aquel sábado de octubre, y allí me presenté junto al resto de compañeros para, digámoslo claro reventarla. No es que no pudiéramos participar, y ojo, que no nos negaron la palabra en un principio, pero cuando se plasmó la intención de votar y poder así proceder a la expulsión de los órganos colegiados de Gorka y su camarilla se lió la trifulca, en todo momento verbal, que terminó con la llegada de 4 coches de la guardia civil y nuestros dnis intervenidos.

De aquellos lodos y de una lacerante falta de actividad en la ciudad de Salamanca vino el descuelgüe de muchas personas, que con buena voluntad, intentaron poner en marcha un proyecto nuevo para la capital que les permitiera ser proactivos y tener un ecosistema participativo más amigable y menos tóxico. En las siguientes elecciones municipales en 2011 no tuvieron ni el más mínimo eco en campaña, se vieron arrastrados por la emergencia del 15M y en las urnas apenas juntaron un par de puñados de votos.

Del mismo modo, otras propuestas se han intentando levantar en estos años en municipios como Alba de Tormes, Guijuelo y en el Campo Charro, o incluso en el alfoz. También en Santa Marta. Pero todas ellas no pudieron crecer y acabaron fagocitadas y reducidas al redil de Izquierda Unida, lo que les ha llevado a poder participar en el caso de Santa Marta y en el resto a la nada absoluta. Una pena que no se haya podido o querido recoger a aquellas personas.

Sin embargo, todo esto nunca valió para nada porque no se consiguió representación en el Ay-untamiento de Salamanca hasta 2015 cuando entró la agrupación de electores de “Ganemos”, con ya impulso fuerte por parte de Podemos. No olvidemos que en aquel Podemos de Salamanca que apenas tuvo una vida útil de 3 o 4 años, participaban y lideraban ex-militantes y ex-afiliados de Izquierda Unida que en 2013 habían salido derrotados en el Consejo Político. Muchos de ellos estaban conmigo en las juventudes.

Pero como digo, en todos estos años, y particularmente centrándonos en los últimos, entre 2011 y 2017, Izquierda Unida Salamanca y todas las personas bienintencionadas y motivadas por luchar por Salamanca desde la izquierda, nos hemos visto arrastrados en la dinámica de aquella intestina lucha, y en sus consecuencias, siendo la mayor y más funesta, el agotamiento y desesperación de las bases.

Si, desde luego, como decía al principio el rancio conservadurismo de Salamanca no ayudaba en nada, pero poco se podía hacer ante la continua dispersión de las personas. Porque mientras emigraban de Salamanca hasta 6 jóvenes al día (incluido yo, y mi hermano, y otros cinco amigos más, y un par de compañeros de fp, y otro más adelante, …) la ideología y el proyecto político alternativo que pretendía revertir esta situación, y muchas otras, quedaban en stand by por parte de las personas que participando debíamos ponerlo en marcha.

Porque teniendo que pasar el tiempo de trabajo político, de militancia, en tener que desentrañar las intenciones de los cargos y asambleas, las razones que había detrás de cada comunicación y cada acción, poca energía y menos entusiasmo quedaban para hacer política en el conflicto.

Mi caso particular era el de una persona, en el paro desde enero de 2015, que me impliqué en IU Santa Marta a través de mi hermano y de una asociación local que pusimos en marcha para tratar de mejorar el transporte metropolitano. Lo hicimos con ganas de trabajar y participar, pero pronto tuve que aprender a separar los correos de Izquierda Unida Salamanca, si venían de Santa Marta o de la capital. Si quien lo firmaba era del PC o de IzAbierta. Si era Maria Asun, o Polo, o Domingo, o Rodero. De hecho, también tuve que hacer de intermediario (era natural porque en el fondo yo no estaba adscrito a ninguna corriente interna, yo era y soy un numerario de Izquierda Unida) ante encontronazos, desacuerdos y malentendidos entre ambas partes. También a separar los federales y los de Castilla y León, en momento de cambio cogiendo las riendas en aquel entonces José Sarrión que también era archi-enemigo de Gorka. Y todo esto agota.

Síntoma de esta situación es toda la organización política de IU durante estos años que cambio en dos ocasiones de mayoría entre el PC e IzAbierta. En ambas ocasiones, los liderazgos que ejercían Virginia y Gorka respectivamente, pensaron que "alejar" de la capital al coordinador provincial traería ventajas. Por un lado, daría una pátina de apertura y "democracia" al devenir de los órganos internos, por el otro reducirían el foco mediático sobre ellos mismos al colocar a marionetas al servicio. Y por último ganarían visibilidad en las áreas y localidades de los usados ante las votaciones internas sucesivas. Este último punto radicaba su importancia porque Domingo Benito en Ciudad Rodrigo, junto a buenas personas como Manu Choya o Elena y la gente de su asociación cultural "La Aldea", y después Miguel Rodero, junto al partido en Béjar y Sierra de Béjar, habían hecho un buen trabajo para movilizar y hacer política en aquellos territorios. Habían acercado más personas, más votos internos, al partido.

Sin embargo, lo beneficioso de la iniciativa quedó ahí, puesto que la toma de decisiones se volvió lenta y farragosa, al tiempo que Salamanca, particularmente el barrio de Garrido desaparecía de las prioridades de IU, así como también el alfoz, en un momento que tras el 15M estaba haciendo crecer la sensibilidad de las personas de izquierdas residentes en todos estos pueblos alrededor de Salamanca. Quizás si Benito hubiera sabido delegar (o lo hubiera visto venir Gorka y su madre, muy empeñados en enclaustrarse en sus taifas), se podría haber articulado todo aquello en beneficio del partido y de la sociedad. De hecho, la asamblea del alfoz que se constituyó en aquellos tiempos, lejos de generar una mesa de trabajo común de pueblos que compartiamos mucho, sólo tenía como finalidad que la camarilla de Gorka ganará un voto más en el consejo político. Mientras chocaba contra esta realidad y mi trabajo, aportaciones y voluntad de mover todos los pueblos del alfoz se iba al carajo, el Consejo Político del Partido Comunista en Salamanca la echaba abajo con los estatutos en la mano.

Por otro lado, no se podía obviar que esas candidaturas a coordinador provincial u a miembros del consejo, eran lanzadas de manera interna, decididas en camarilla y presentadas para su aval, a la carrera y de manera improvisada. No era extraño ir a una asamblea en la que ibas a hablar del transporte metropolitano, y te pasaban una hoja para firmar la candidatura de "fulanito de tal" sin avisarte y sin saber de qué pie cojeaba. Bueno si que lo sabíamos. Por lo tanto, de democrático tenía poco.

Al final y en general, lo que acontecieron fueron unos años con una sensación profunda de oportunidad perdida que laceró dolorosamente las expectativas y éxitos futuros. En esa percepción se enquistó el cansancio físico y mental y el hartazgo emocional en muchos militantes de tener que luchar batallas internas frente al enemigo común que destroza Salamanca cada día y que sigue rampante. Conozco y he hablado de todo esto con un par de décenas de militantes pero seguramente acaben siendo centenares si hablará con más simpatizantes y votantes.

Pero si esta situación se hubiera quedado en Izquierda Unida Salamanca, pues bueno, pues vale, pues muy bien. Sería un drama importante en el principal partido de izquierdas de la ciudad y provincia. Pero no, esto pasaba también en Podemos y las otras fuerzas o movimientos que aparecieron al calor del 15M, porque como decía unos párrafos más arriba no se trataban más que de personas que ya habían formado parte de IU y habían bebido esa forma, profundamente brusca y de trinchera de hacer política y de hacer partido.

Con estos mimbres construir algo en Salamanca es muy difícil por no decir imposible. Quizás es que ahora esté en un momento vital más bien pesimista, tras el reciente cambio de domicilio y de provincia, o de que en la actual vorágine mediática y de ola reaccionaria estemos así.

No sé si en un tiempo próximo, a medio o largo plazo, vuelva a Salamanca y si lo hago, desde luego intentaría reconstruir algo. Recoger los escombros y las cenizas, y de ahí, plantear consensos para generar ilusión y un programa que Salamanca y sus gentes necesitan como el comer.

En cualquier caso, para lograr el destino, es preciso conocer el camino. Y para andarlo es bueno saber quién y cómo lo transitó en el pasado.

 

jueves, 24 de noviembre de 2022

En el derribo y desescombrado de Izquierda Unida


En la desaparición y desmantelamiento de izquierda Unida hay muchas causas, pero también algunos padres y madres con nombres y apellidos. Entre las primeras, la principal y más importante es la disolución de la clase obrera como sujeto político y social, y más importante aún, como actor identitario y cultural. En su caída se ha llevado por delante otras columnas de carga del siempre presente programa, como pueda ser todo lo que tenga que ver con las reclamaciones y activación en torno a la lucha ecologista y por la conservación del medio ambiente, las luchas feministas y por la igualdad entre sexos y géneros, o la potente fuerza que tiene que ver con la Memoria y la dignidad democrática. Ni siquiera la más que nunca trascendental lucha por los servicios públicos, y en especial, la sanidad y la educación públicas han podido servir para articular una continuación del proyecto político de Izquierda Unida, dejando huérfanos de militancia y activación política y social a decenas de miles de personas en el estado español, que no nos sentimos representados en la miríada de fuerzas, aparentemente y auto-proclamadas (muy importante) progresistas o de izquierdas, que han ido brotando como setas al tiempo que se debilitaba y liquidaba la fuerza que ya estaba presente. Aquí, no cabe duda, no hemos sabido contrarrestar esta tendencia y seguir mostrándonos necesarios para todas y todos quienes estaban o están perdiendo su identidad.

Aparentemente, cabría colocar en el alzamiento de la ultra-derecha (un suflé que no sólo crece en la ya proclive de antemano España, sino que es un fenómeno global y particularmente destacado en Occidente) buena parte del desapego ciudadano con las políticas de izquierdas, progresistas, y por ende con el respaldo electoral y social a la marca “Izquierda Unida”. No se trataría únicamente tanto de una lucha electoral o mediática, o de la gestión de un modelo político, desde lo municipal hasta lo supra-nacional, alternativo al modelo neoliberal. Sino más bien del sometimiento de la política y la cultura a la economía, en un contexto de caída y desmembramiento de los pactos sociales que como sociedad nos habíamos dado al final de la Segunda Guerra Mundial y hasta pasadas las crisis energéticas de la década de los 70. Bajo este paradigma, y con las particularidades propias del día a día de la alta política en España (y lamentablemente también de la “baja”, la pegada a al calle, el barrio y el municipio) en los últimos diez años se ha procedido al derribo constante de Izquierda Unida como coalición electoral, programática, cultural y social, a la izquierda del PSOE, atacándola desde fuera, pero también desde dentro.

Para empezar, no se puede hacer de otra manera, hay que ir a 2011, al 15M, y a los siguientes cinco años en los que una fuerza surgida como alternativa al sistema tradicional de partidos español, instrumentalizaba toda la activación social y política del momento. La crisis económica de 2008 y las políticas de Austercidio planteadas desde Europa pusieron el caldo de cultivo para activar a una sociedad que larvaba desde hacía años un profundo sentimiento de agotamiento e insatisfacción con el régimen democrático y la economía de mercado. La corrupción intrínseca de España, unida a los recortes, la desigualdad creciente, el sometimiento a la troika y la cesión de soberanía en materia financiera, la crisis colosal, todavía vigente hoy, de acceso a la vivienda y la pérdida de poder adquisitivo de unas generaciones que iban a vivir peor que sus padres (y que ya hoy en 2022 viven peor que sus padres, eran los motores que sacaron a las calles a millones de personas el 15 de mayo de 2011. Los ataron a las plazas, les permitieron asociarse y conocerse, al tiempo que se activaron para emerger una fuerza revolucionaria que aspiraba, y ya caminaba hacia ello, a cambiar de arriba a abajo y para bien, el país.

Parecía que iba a romperse todo, que por fin, íbamos entre todas y todos, a cambiar el ecosistema del tardo-franquismo españistaní conocido como el Régimen del 78. Muchos de los que ya participamos en el 15M, en nuestras ciudades respectivas, estábamos al mismo tiempo en Izquierda Unida, como afiliados, simpatizantes o simples votantes, así como en muchas organizaciones sociales y cívicas que trabajando sobre temas concretos planteaban en definitiva, un nuevo pacto social, una ruptura con lo anterior, y la posterior construcción común de un modelo de estado y de sociedad, más igualitario, más libertario y más pleno y satisfactorio para la mayoría. Señalar el componente ideológico y de pertenencia de buena parte de quienes nos sentábamos en las Asambleas del 15M y en las Mareas no es baladí, puesto que vivimos y vimos como al tiempo que se acercaba el primer ciclo electoral masivo tras el 15M (europeas en 2014 y municipales, autonómicas en primavera de 2015 y nacionales en otoño de ese mismo año) aparecían una serie de personas, con pasado activo en Izquierda Unida, que primero añadían sin rubor, como si no hubieran estado allí, a Izquierda Unida al sistema de partidos español del bipartidismo de PP y PSOE, más los partidos de las burguesías catalanas y vasca (CIU y PNV), para después presentar su propia fuerza como novedad y solución a todos los males.

Pero tampoco puede olvidarse que todas y todos quienes nos sentamos con ánimo de ayudar y construir, lo primero que tuvimos que hacer fue “separarnos” de Izquierda Unida, presentarnos como “independientes”. El carácter “apolítico” del movimiento (que cosa más absurda porque si algo se hizo en las asambleas y plazas fue política y fue ideología) culpaba a IU también de lo que estaba pasando. Se echaba al coordinador general Cayo de Lara de las manifestaciones. Pero no fue el único y muchas compañeras y compañeros se vieron ninguneados. Sólo el tiempo, el voluntarismo de las gentes de IU, y fundamentalmente la capacidad y experiencia de organización que Izquierda Unida ya atesoraba superaron estas trabas. Sin desmerecer en muchos casos las posibilidades del ya maltrecho músculo financiero del partido. Cuando hacía falta un local, un espacio, unas sillas plegables, un material para hacer cárteles, ahí estaban la militancia y los recursos de IU, que era ignorados cuando se hacía un balance. Si difícil resultaba en provincias como Salamanca, imposible fue en las principales ciudades donde la presión mediática también jugaba a favor de desprestigiar el modelo alternativo que Izquierda Unida llevaba 25 años proponiendo. Y que las recientes crisis de todo tipo habían demostrado acertado y necesario. De este modo, ahí quedó larvado una desafección para con Izquierda Unida de la que ha sido muy difícil reponerse.

Visto con el tiempo, uno no puede más que señalar la desfachatez de quienes se hartaron de perder votaciones en asambleas de Izquierda Unida o del Partido Comunista, para después, bajo el paraguas televisivo y el interés del emporio mediático de A3Media, ligado al conservadurismo más rancio del estado español, plantear una nueva alternativa política a las pesonas que ya estábamos indignadas y que nos sentíamos estafadas por el sistema liberal. Esta alternativa conllevaba lógicamente la disolución del único partido que tenía el arsenal para promover un modelo económico y social distinto al del capitalismo neoliberal y neoconservador.

Y es que los intereses de los dueños de la Sexta se han visto satisfechos con Podemos, y la posterior sucesión de partidos y siglas que han ido apareciendo, pero que contrariamente a Izquierda Unida, se han desligado de promover un cambio real y radical del modelo fallido del estado español, y de esta Europa entregada al capitalismo neocon. Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero fueron las cabezas visibles de una serie de personajes derrotados en las asambleas de Izquierda Unida Madrid que de la noche a la mañana se hicieron dueños del relato del 15M, la cara visible de la indignación popular y los artífices de un nuevo partido que iba a “Asaltar el Palacio de Invierno”. Analizando la situación a base de comparaciones con Juego de Tronos, consiguieron simplificar la compleja situación, haciéndola entendible a la mayoría, gracias a un nuevo lenguaje que cambiaba el tradicional eje izquierda-derecha por el de arriba-abajo.

Sin desmerecer lo acertado que pudiera haber en este planteamiento comunicativo que identificaba la absoluta y creciente desigualdad en el estado español, a varios niveles (económico, social, entre sexos, entre regiones, etc.), lo cierto es que constituido como partido, Podemos vino a discutir la presencia electoral de Izquierda Unida, pero también del Psoe en un primer momento, siendo de este modo causa directa de las mayorías que el PP de Rajoy disfrutó entre 2015 y 2018.

Aún así, todo parecía ir bien y que todos juntos estábamos en disposición de cambiar el panorama. La creación de las candidaturas alternativas en las principales ciudades españolas, consensuadas entre Podemos, Izquierda Unida y la “sociedad civil” se saldaron con el triunfo y la constitución de los Ayuntamientos del cambio, que sin embargo, pronto se mostraron como herramientas perfectas de disuasión revolucionaria, acallando hasta el silencio la combatividad de las fuerzas activas en el 15M, y ejercitando una política profundamente conservadora en materias como vivienda, defensa de los servicios públicos y exclusión social. Estas candidaturas no lo tuvieron fácil y la táctica vergonzosa y ponzoñosa de Podemos, no queriendo unir su nombre al de Izquierda Unida, y al de otros partidos y movimientos que trabajaban sobre el territorio, creo una serie de marcas blancas (los famosos "Ganemos") que la ciudadanía lógicamente no entendío. Por qué, si estas en política ya, en política institucional, para qué te escondes. No tiene sentido.

Por si esto no fuera poco, pronto, muy pronto, y sobretodo, por la alcaldesa y su equipo de confianza de la siempre sobre-expuesta en el centralismo españistaní, Madrid, Manuela Carmena (quien hay que señalar no estuvo en ningún momento dentro del 15M, ni de IU, ni de Podemos, sino que todo este proceso la pilló como militante y cargo en el PSOE de Madrid, no lo olvidemos) ejerció su cargo y dinamitó la confianza depositada en su persona al aceptar sin rechistar los postulados neoconservadores, plegándose a los intereses de las élites, tanto europeas como patrias. Aceptando como irreversible la única teoría posible que es el estado fallido de las cosas y tomando una envenenada responsabilidad para con el gobierno central del PP y el corrupto Montoro al frente, la troika y los mercados, y usurpando así la de que los votantes le concedieron. Como digo, la preponderancia de todo lo que acontece en Madrid hizo el resto para dificultar y mucho, la actividad política y social de la izquierda alternativa en el resto del estado español, pese a los aciertos parciales del propio ayuntamiento de Madrid, de Ada Colau en Barcelona, Joan Ribó en Valencia, de las Mareas gallegas, o de Kichi en Cádiz, y sobretodo de Paco Guarido en Zamora con Izquierda Unida, el único alcalde que fue capaz de ampliar su mandato 4 años después hacia una mayoría absoluta.

Volviendo a Manuela Carmena y antes de practicar la mitosis en la izquierda junto a Iñigo Errejón, el principal ejemplo de lo que digo tuvo que ver con el cese de Sánchez Mato, concejal de economía, miembro de Izquierda Unida, y quien tuvo éxito reduciendo la deuda pública del consistorio madrileño, logrando superávits que pudieron re-invertirse en los servicios públicos de los barrios trabajadores de la capital. Sin embargo, la cabeza de Sánchez Mato fue cercionada por Carmena siguiendo los postulados anti-democráticos (porque nadie los votó nunca) e impopulares (porque aglutinaban el rechazo de la respuesta social) de Montoro y la troika. Por cierto, para hacerlo se valió del voto del PP en el ay-untamiento madrileño para echar abajo el plan financiero y económico que Sánchez Mato presentó y que venía a poner las necesidades sociales del consistorio por encima del pago de la deuda y los sobre-costes de la M30, o el más que sospechoso plan chamartín al que Carmena y su cohorte se plegaron sin cortapisas. Tampoco lo olvidemos.

Esta coartada no fue nueva para Izquierda Unida, puesto que ya la hemos venido sufriendo desde los años 80 cuando el PSOE, desde el poder ejercía políticas de derechas que contradecían lo que había proclamado en campaña o desde la oposición. Pero que se volviera a repetir el patrón por parte de una facción de una coalición hecha, precisamente para impedir esto mismo, fue un rejonazo del que no hemos sido capaces de reponernos. En Madrid, tanto para el Ayuntamiento como para la región, como al resto del estado español, a Podemos, a Izquierda Unida, y a los que han venido después, les ha sido imposible volver a conjurar un electorado progresista que se creyera las promesas incumplidas que pudieron cumplirse en el pasado. Puestos a elegir entre políticos que aplican políticas de derechas, mejor el auténtico, que no el mentiroso.

Esta situación de 2016-2019 (muy importante, matizar que tras el Brexit, el referéndum griego, el primer mandato de Trump y sobretodo, la deriva hacia la centralidad planteada desde el círculo de la complutense de Podemos) tenía su fulgor en una política, tanto efectiva como comunicativa, que buscaba una “despolitización” de la labor de gobierno. De difuminar la ideología (de izquierdas se entiende) y el programa que había sido base de las promesas con las que se erigieron las candidaturas de los “Ayuntamientos del cambio”. Esto podría entenderse como una práctica para ejercer una política y un gobierno “para todos”, pero choca de frente con la realidad de una sociedad muy ideologizada, muy separada entre clases sociales, e incluso entre identidades nacionales, y por lo tanto, muy organizada en torno a pensamientos e intereses concretos y enfrentados.

Pero la realidad es que tal forma de hacer las cosas implicó que el Ayuntamiento del cambio, no cambiase nada de las condiciones de base de la desigualdad social, por lo que los problemas seguían ahí, incrementándose, al tiempo que la ilusión por el cambio y por revertirlos, se desvanecía. Quizás el problema vino, como he contado alguna vez, en que las propias bases del 15M y de Podemos en su origen confiasen en cambiar el sistema (la democracia liberal que en España adopta el conservadurismo franquista y neocon), desde dentro de los propios mecanismos del sistema (las elecciones y la disputa mediática en los medios de comunicación de masas). El fracaso es tan evidente como lo es el éxito de que siguieron beneficiándose a las élites, a través del manido y fariseo recurso de las “clases medias”, adoptando como propio el mantra del PP y de la derecha, por el que se asocia que el beneficio de los más ricos y poderosos, permite el avance de los más desfavorecidos. Axioma probado como absolutamente falso.

Pero lo cierto es que mientras se fraguaba la escisión de Más Madrid a semanas de las elecciones de 2019, que trajeron de regalo lo que han traído, Carmena se presentaba por los medios como una "revolucionaria" lo que salvaba su imagen hacia unos votantes progresistas, mientras que en realidad, tanto desde la alcaldía hasta el trabajo asambleario de partido o facción, funcionó con un cesarismo, un proceder elitista, que tenía su finalidad en sus propios intereses particulares por encima de los del proyecto y las bases sobre las que decía trabajar.

Porque en el fondo, Carmena, y junto a ella, todos los candidatos y candidatas que se erigieron en representantes de lo que era el 15M, a través de Podemos y sus falsarias agrupaciones electorales, eran figuras reconocibles de la izquierda de cada ciudad y región para ganar un éxito electoral y sobrepasar a Izquierda Unida en su ámbito más poderoso: el trabajo de base en municipios y barrios.

En algunos lugares se consiguió, y en otros muchos no. En algunos ya disiparon en aquel momento lo que era Izquierda Unida, y en otros, con mucho trabajo, antes y durante, pudimos esquivarlo. Porque lejos de las figuras de cabecera y de la presencia constante de Podemos y sus caras visibles en los medios de comunicación de masas, no había nada. Ni programa. Ni plan de gobierno. Ni idea de cómo construir mayorías solidas en las instituciones. Ni siquiera un convencimiento en el propio líder o lideresa seleccionado, sino que todo se sustentaba en el trabajo voluntarioso de miles de simpatizantes sobre los que sus hombros se edificó Podemos y sus agrupaciones electorales en 2015.

De este modo, la traición se cumplió cuando se presentó la guerra entre Izquierda Unida y Podemos como un conflicto dentro de la propia izquierda alternativa (como si no hubiera habido ya suficientes). Pero no se trataba como decía Iglesias, “de una izquierda llena de mochilas de praxis lenta y alejada de la realidad de millones de personas que ya no se identifican con la clase trabajadora”. No era una izquierda perdedora que no podía hacer frente a la nueva situación tras la crisis financiera de 2008, que no había sabido actualizarse ni expresarse. No era una lucha entre viejas formas de hacer política y nueva política, que además se presentaba como moderna y victoriosa. Esa no era la cuestión.

Lo primero porque lo que en aquel momento, y visto con perspectiva a 2022, se estaba haciendo donde se podía eran ejercicios de pragmatismo y de política realista, con ideología, con convencimiento y saber para plantear una alternativa y un modelo socio-económico distinto al que había fracasado entre 1996 y 2011. Se estaban trabajando los problemas concretos que cada institución y cada territorio y ámbito tenía. Se trataba de hacer una gestión justa de los recursos y necesidades ciudadanas, y a buena fe, que se estaba consiguiendo.

Desde luego, lo electoral, que además en España es el fragor de una batalla diaria que se extiende durante 4 años entre sufragio y sufragio, se trataba de una herramienta de cambio, para ir más allá, para hacer realidad esa sociedad más justa, igualitaria y libertaria. El acta ganada, en el Congreso o en un Ayuntamiento, debía valer para expresar otra forma de gestionar lo público y de hacer política, para todas y todos. Mostrar otra manera de hacer las cosas, alejada, radicalmente opuesta a los usos del bipartidismo.

Pero no era la única, y al alzarse Podemos, lo que estaba siendo una activación ciudadana, consciente, autónoma e ilusionante (y sí, sin la participación de Izquierda Unida, al menos no en exclusividad) se frenó en seco. La gente se fue a su casa a afilar el voto, y a tener que dirimir, entre fuerzas que dicen representarle, pero que se empeñan en aparecer enfrentadas. Con Podemos en marcha, y después, con el desorden apareciendo como setas distintas facciones presentadas como “nuevas izquierdas” (sin usar la palabra “izquierda” en su nombre) se acabó la re-politización de la sociedad, y en especial, de la parte más progresista y concienciada. Se vaciaron las asambleas de IU y las de todos los partidos, agrupaciones y de muchos colectivos sociales con bagaje antes de Podemos y antes del 15 de mayo de 2011. La ciudadanía ya dejo de estar interesada en cambiar directamente por su propia activación y medios las cosas, los significados y la realidad de sus entornos. Se confió, y todavía perdura hoy, en el mismo "sistema" para cambiar el "sistema" fallido.

Éxito conseguido. Se había parado el golpe de una revolución en ciernes y se había hecho caer de bruces al partido y las personas que ya estaban antes del 15M.

Completaba el escenario un PSOE desnortado, con una lucha interna entre Susana Díaz y Pedro Sánchez, que lejos de diferencias semánticas -ambos representan facciones crecidas dentro del propio partido con todo lo que eso significa y que no discutían el modelo neoliberal-, cuyas bases y cuadros más progresistas eran la siguiente escala. En ese frente se enmarcó la escisión de la izquierda alternativa en Andalucía, territorio muy poderoso a nivel organizativo y también simbólico. Diferentes grupos que debían haberse unido bajo un programa cuyo primer punto debía ser acabar con el caciquismo y la corrupción del PSOE andaluz y evitar que el PP recibiera esas redes clientelares y de latrocinio, se tiraron los trastos a la cabeza, anteponiendo los intereses y las rencillas particulares al bien común del pueblo andaluz.

Primaban más las diferencias entre territorios, provincias y municipios, pero sobretodo entre las áreas urbanas donde Podemos Andalucía tenía mucha fuerza, frente a los municipios más pequeños, que por sus propias características eran núcleos menos poblados, pero destacados, donde Izquierda Unida, en coalición casi siempre con el PSOE, y otras en solitario ostentaba gobiernos locales (sin olvidar el campo y el mundo rural olvidado por las izquierdas posmo). La intención, disfrazada en el populismo y en una supuesta pureza ideológica, venía a dinamitar las bases sociales de IU en Andalucía (también del Partido Comunista Andaluz) buscando ante todo fagocitar los liderazgos que vinieran bien a la causa de Podemos, y sobretodo su electorado. El resultado ya desde 2019 se vio fallido porque todas estas discusiones internas exteriorizadas, encontronazos, desafíos y espectáculo mediático y en las redes, unida al desastre del PSOE andaluz de Susana Díaz, otorgó una aplastante mayoría a las derechas que están oprimiendo y saqueando a las clases trabajadoras y al patrimonio de la región.

Mientras IU Andalucía, junto al PCA, se había abierto a una confluencia con una nueva fuerza política como era Podemos, estos a través de las candidaturas municipales de confluencia, ejercieron una OPA hostil a todo el espectro ideológico y militante de la izquierda andaluza. El mensaje era que si la coalición electoral entre Podemos e IU había fracasado en junio de 2016 era culpa de los que ya estaban, de Izquierda Unida, incapaz de desligarse del PSOE andaluz y que se había mostrado como una rémora, lenta y anquilosada. Podemos no asumía ninguna auto-crítica y pasaba a liquidar a Izquierda Unida Andalucía, estuviera o no en el gobierno local, en forma de pacto con otras fuerzas o en solitario, llevara unos pocos meses o incluso décadas con el bastón de mando. El objetivo era quedarse con los votos. Por fortuna, muchas de las agrupaciones locales de IU en Andalucía, tanto ligadas al Partido Comunista, Izquierda Abierta, Partido Andalucista, u otras organizaciones han sobrevivido y siguen hoy luchando por sus pueblos y sus gentes, dentro de la ola reaccionaria de recortes, corrupción y fascismo. Podemos, por contra, ha desaparecido en Andalucía escindida en grupúsculos subalternos que giran en torno, para lo bueno y para lo malo, a favor o en contra, de Anticapitalistas Andalucía que sigue regida por Teresa Rodríguez.

Este movimiento anticipaba lo que iba a pasar en el resto del estado español, pero dadas las propias características socio-económicas y electorales de Andalucía, no se ha podido replicar. Eso sí, el daño ya estaba hecho.

Pero no sólo hubo ataques externos. Los internos también desestabilizaron el partido y derribaron los andamiajes. El Partido Comunista, empezando por el propio de Andalucía, pronto se lanzó a pedir la confluencia con Podemos, avanzando si era necesario “desmontar la estructura de Izquierda Unida como partido”. La intención era “reconvertirla en un movimiento político y social”. Le podían poner las palabras y declaraciones grandilocuentes que quisieran porque lo que en realidad querían eran acantonarse en los cargos internos y arrebatar la pluralidad y el debate sano de ideas y proyectos. No os engañéis esa fue la misma intención y táctica ejercitada por Izquierda Abierta desde 2002 hasta 2012, pero como sucedería también bajo el dominio del PC, la naturaleza cívica y participativa de IU permitió sortear estas intenciones y mantener parte de la esencia del proyecto.

Tengo que decir y recordar al lector que yo hice campaña por la confluencia en una asamblea local, particularmente opuesta a la misma, y que lo hicimos con generosidad, y si, está mal que yo mismo lo diga, con altura de miras dada la situación a la que nos enfrentábamos en 2016. No pasó ni un mes y Pablo Iglesias nos demostró lo que valía su palabra y lo que respetaba a Izquierda Unida o a la provincia de Salamanca. Lo peor fue la respuesta indigna de las bases locales de Podemos a las que habían desnudado y lanzado al lodazal de la irrelevancia política e interna.

Lo curioso de todo esto es que todo el mundo hablaba de confluir, alianzas y frente amplio cuando en realidad lo que se estaba haciendo era acabar con la estructura que ya era en si misma una confluencia de partidos y movimientos y un frente común ante el modelo liberal. En vez de reforzar una fuerza “de estado”, entendida como un ente político propio y reconocido, que sumase a todas y todos, para ir ganando presencia mediática, y fundamentalmente en el conflicto, en la calle, cada agrupación, cada partidito, cada asamblea, casi casi cada persona (aquí entraron las redes sociales con fuerza, diluyendo la militancia), se alzó con voz propia a discutir ese ecosistema. A reclamar su derecho a la representación autónoma, invalidando acuerdos previos, hojas de ruta consensuadas y hasta estatutos aprobados, propios y ajenos. A batallar desde su taifa, hablando de pureza ideológica, a marcar un “perfil propio” y poniendo el énfasis en las tenues diferencias, por lo general comunicativas, por supuesto también alguna programática, entre las izquierdas. A esforzarse con ahínco en discutir con compañeros, mientras el PP a todos los niveles hacia lo que le daba la gana. Si la situación y la sociedad demandaba una unión sin fisuras, sin egoísmos y con voluntad y generosidad, el partido y todos los que pululaban a la izquierda del PSOE, les brindaron un espectáculo bochornoso que se representaba como una traición a las bases militantes de la izquierda (estuvieran adscritas a uno o a otro partido o movimiento), a las clases trabajadoras en general y a la emergencia social que como país vivíamos.

Entre los graves problemas que esto provocó estaba el que Izquierda Unida, y por supuesto Podemos que venía a eso precisamente, se centraron en discutir en clave electoral. Justo lo que se quería evitar y por contra, centrarse en lo que era la principal seña de IU desde el primer momento: el análisis de la situación y el planteamiento de soluciones bajo una ideología y un programa. Pues bien, lo que supuso el surgimiento de Podemos fue que nos tuviéramos que centrar y defendernos de las ineficiencias del sistema de partidos, de la ley electoral y del propio parlamentarismo. La política como tal, planteada en la vida de las personas y los territorios, se centró una vez más en lo que ocurría dentro de la M30 de Madrid, en el Congreso. E Izquierda Unida no tuvo más remedio que entrar en ese juego arrastrada por Podemos y por la presencia mediática que atesoraban los Iglesias, Errejón, Monedero, etc.

En este sentido, Izquierda Unida pecó de generosidad. Con altura de miras se planteaba la construcción, a largo plazo lógicamente, “de espacios de participación política compartidas entre agentes políticos y sociales distintos y divergentes”, que “se unían por el ánimo de ofrecer a la ciudadanía y a las víctimas de las crisis una ruptura democrática”. Al mismo tiempo, y como parte de este pacto, IU dejaba de ser partido político para constituirse en un movimiento político y social, dejando toda la iniciativa a lo que yo llamo el “Círculo de la Complutense”, esto es, la camarilla élite de Podemos que gira en torno a Pablo Iglesias. Éste exigía el cese de los gobiernos locales y el autonómico de Andalucía en los que participaba, cuando antes, durante y después, sumó alegremente a Podemos en los gobiernos de coalición de Pedro Sánchez.

En palabras de mi hermano, quien tenía una experiencia de primera mano dentro del Euro-Parlamento y el Grupo de la Izquierda Europea (GUE), aquello era como:

meter en tu casa al típico okupa que sólo se dedica a saquearte la nevera, se trae a sus colegas para enmarranarte el piso y en definitiva hurtarte la casa entera. Después un día llegas, te han cambiado la cerradura y dicen que sobras. Que tus cosas (patrimonio de IU) se quedan y valen para pagar las facturas, entre ellas la del pintor que ha pintado la casa de morado”.

Todo esto en la "alta política", claro. En la que aparece en los medios de manipulación de masas. A nivel de baja política, en el día a día de los barrios y de los pueblos, la situación ha sido, afortunadamente, y de manera general por lo que sé de mi experiencia y contactos, distinta. Y más placentera, aún con las inevitables derrotas electorales sufridas todos estos años. Buena parte de estas derrotas tienen su origen y han agravado en su final, la penosa situación económica de Izquierda Unida que arrastraba una onerosa deuda con bancos desde 2001, y que en la actualidad prácticamente ha quedado saldada, a costa de malvender los escasos recursos de la organización y el voluntarismo de su militancia. Incluyo aquí los aportes obligatorios de los representantes políticos exigidos a través de carta financiera y de mandatos expresos de los consejos políticos. Recursos que dificultaron sobremanera seguir haciendo partido, seguir haciendo política en los pueblos y que provocaron de facto, la merma de las ya escasas posibilidades de competir en buena lid electoral.

Aún con todo, en las instituciones y espacios más cercanos a las personas, a las clases trabajadoras, se tratan y solucionan (también se crean) los problemas que necesitan resolverse. En todo este proceso se plasmó inmediatamente una ilusión renovada por poder cambiar las cosas y frenar la dinámica ultraliberal que nos asolaba y asola. Sin embargo, lo que debía haber sido una unión revolucionaria entre las fuerzas republicanas y socialistas y las fuerzas movilizadas en torno al 15M han dado como resultado una profunda desmovilización y desafección política, así como una buena retahíla de promesas electorales incumplidas. Evidentemente, los medios del capital (no está de más citar como los medios digitales, por lo menos en Salamanca, cambiaron su línea editorial a partir de 2016 cuando al entrar el dinero institucional de la diputación y los ay-untamientos del PP dejaron de publicar las notas de prensa de todo lo que fuera "IU", "izquierdas", "ciudadano" o "alternativo") y los gobiernos regionales y nacional del PP los tuvo en su punto de mira por el riesgo que entrañaban para el tardo-franquiso españistaní. Hubo imposibilidades, zancadillas, dificultades, muros y obstáculos, puestos desde arriba, pero también mucha cobardía, mucho cortoplacismo por parte de los aupados artificialmente (quiero decir sin refrendo democrático o asambleario mediante) para representar los Ayuntamientos del cambio, y los problemas que ya existían se enquistaron.

En muchos pueblos y barrios de España pasados unos años la situación se normalizó. En muchos lugares, la base de Podemos, los círculos de ciudadanos, se han diluido, integrándose sus miembros en otros partidos, generalmente en las asambleas de IU donde estas han resistido. Algunos se asquearon por el cambio de dirección que Iglesias ordenó en búsqueda del centro, olvidando muchos de los lemas, batallas y trabajos que se habían planteado desde posiciones radicalmente de izquierdas. Desgraciadamente, lo más común es que estas personas se hayan marchado a sus casas desilusionadas y hasta asqueadas. Una pérdida de trabajo y pasión incalculable. Otras se han enrocado en torno a la figura de Iglesias e Irene Montero y es imposible, lo sé por varias experiencias, sentarse a hablar con ellas y ellos en pos de construir algo. Este patrón lo he visto desde la distancia con interés en Santa Marta y Salamanca, lo he vivido en Toledo y me lo han contado las personas que he estoy conociendo en Alcoy.

Ni siquiera han participado activamente en la propuesta de confluencia de Sumar que pretende ser un Podemos 2.0 y comete los mismos errores que cometieron estos con Izquierda Unida 10 años antes. Al final, las personas voluntariosas y conciencizadas se marchan descorazonadas y hartas de tener que bregar por cuestiones que no mejoran las vidas de la gente.

Porque si está Izquierda Unida, con un peso decisivo del Partido Comunista, pero no único, puesto que resiste Izquierda Abierta (aunque una parte representativa e importante por los nombres asociados se ha desligado y está ya fuera de IU), así como otras corrientes internas separadas por ámbitos geográficos o programáticos de participación. Está Podemos, converitido en “Unidas Podemos”, con la organización EQUO, antiguo descuelgüe de Izquierda Unida ya integrado. Antes se marchó “Más País proyecto a nivel nacional que fracturó Madrid en 2019, trayéndonos de regalo el PP más rancio, cutre y zumbado posible. Se han adherido a Sumar, plataforma lanzada por Yolanda Díaz en 2021, pero que no ha conseguido cuajar y que además está sufriendo en sus carnes el tacticismo de Pedro Sánchez (cuando no su complicidad con las derechas) y su particular lentitud a la hora de solucionar los acuciantes problemas de la clase trabajadora. Perduran otros partidos de izquierdas que nunca se involucraron en IU o que salieron de ella antes de 2011 (PCPE, PCTE, Recortes 0, partido X, etc.). Y por supuesto, el fracasado estado federal tiene su síntoma en la aproximadamente veintena de partidos de izquierdas, que se presentan por autonomías, comarcas o incluso municipios y barrios para competir por el mismo espectro ideológico y electoral. Por ejemplo, Compromís en el País Valenciá, escisión de IU en los años 90.

En este sentido, revisar hoy, con los ojos de hoy, algunos de los documentos internos de Izquierda Unida de aquellos años es la constatación de un fracaso superlativo, pero también dan mucha luz de lo que realmente sucedía. Lo que yo mismo decía y escribía en 2016 convencido, como estándolo ahora, de la necesidad y vitalidad del proyecto de Izquierda Unida. Mientras Alberto Garzón, coordinador general de IU en aquel momento, y su consejo político hablaban de la “segunda transición reformista por parte del PP, el PSOE de Susana Díaz y Ciudadanos”, se obvia que Podemos ejercía esa misma presión para con IU que eran los únicos que planteaban alternativas. En la deriva a la supuesta centralidad del partido morado se llevaba también por delante los planteamientos más rupturistas y brillantes que el legado de años de militancia y experiencia habían puesto sobre la mesa. Ya no es sólo que se parase la movilización ciudadana en forma de manifestaciones, activación política y propuestas rompedoras para con el estado de las cosas. Es que se cerraba el círculo, nunca mejor dicho, laminando hasta los escombros a la única fuerza que venía con un plan alternativo más justo, más libertario y más democrático. El trabajo se había hecho, y las élites cleptómanas y fascistas del estado español podrían continuar con sus privilegios.

En este reformismo se envuelve todo el proceso político, ideológico y mediático que ha vivido España en los últimos 15 años. Si los problemas planteados por el ultraliberalismo corrupto y fascista del PP de Aznar, no se revirtieron con su alternativa socialista por parte de los gobiernos de Zapatero en términos del bipartidismo, lo lógico es que se enervasé una respuesta indignada y voluntariosa. Aquella ruptura por la izquierda, se hacía al margen de Izquierda Unida, pero suponía el mismo problema para el régimen, por lo que era preciso combatirla. Para hacerlo se valieron del giro a la derecha global que convirtió en centrista al PSOE (mucho más de lo que ya es en el contexto del sistema de partidos salido de la Transición), en un partido de extrema derecha al PP, quedando como partidos de derecha liberal el PNV o CIU. Ese hueco socialdemócrata lo ocupó un partido construido desde arriba con el objetivo de desmovilizar el país, al que mediáticamente se presentó como “radical” cuando simplemente venían a marcar unos objetivos de democracia liberal, tolerancia 0 contra la corrupción y un modelo socialdemócrata de servicios públicos. Lo que quedaba a la izquierda, lo que implicaba un reparto de la riqueza, mayor justicia social y una discusión seria y responsable sobre cómo es el país y el modelo socio-económico impuesto, ni aparecía. El remate fue que de la absoluta nada electoral y popular se empezó a presentar a una fuerza declarada de ultra-derecha como parte del sistema de partidos.

Pero todo este análisis vale de poco si no se analiza el contexto actual en el que se ha procedido al desmontaje de Izquierda Unida. Todo este giro hacia la derecha que no es propiedad exclusiva de España ha enmarcado la situación de un país, que frente a las ilusiones republicanas, libertarias, emancipatorias y federalistas, ha reforzado el autoritarismo, el individualismo y el centralismo del estado. Madrid siempre ha sido el eje de discusión política, pero gracias a las políticas del PP se ha convertido en el motor económico del estado superando la productividad de Catalunya (ayudado por la suicida deriva del puigsistema), en buena parte gracias a la influencia que ejerce la capitalidad del estado y al predominio de la economía financiera y especulativa sobre la real en el contexto de la globalización. Esto ha permitido sustentar el relato de un poder centralizado que haga recordar el pasado imperial y glorioso de los tiempos de Castilla, frente al alza de burguesías y proletariados industriales que se dieron en la periferia desde mediados del siglo XIX hasta la Guerra Civil. Esto permite a Madrid presentarse constantemente como agraviados, para atacar a otras regiones y/o naciones con recortes presupuestarios, de derechos y negación a la propia identidad. Esto lógicamente ha llevado al reagrupamiento en torno a los símbolos (fundamentalmente a la lengua propia) a las poblaciones e instituciones de estas naciones periféricas, volando de facto los puentes sobre los que las burguesías catalanas y vascas apoyaron en el pasado al PP de Madrid. Sin duda, esto otorga una ventaja al otro lado del tablero político. La única posibilidad de la ultra derecha de acceder al poder, por vía democrática (conviene no olvidarlo) es una mayoría absoluta.

Evidentemente, ante esta situación es urgente y necesario un proyecto político de izquierdas, progresista, que supere este escenario y ofrezca alternativas tanto a nivel económico, social, político y cultural, donde la igualdad real de derechos entre personas y pueblos, es decir, la equidad sea garantizada.

De entrada esta posibilidad existe, e incluye al PSOE y se aglutina bajo un epígrafe muy sencillo: Evitar un gobierno reaccionario que resultaría devastador. Tenemos en Portugal, ejemplos cercanos y recientes de éxito. Y los cimientos en los que debería basarse son la lucha feroz y propositiva frente a la desigualdad social. Acabar ya con la acumulación de la riqueza en un grupo, cada vez más reducido de personas, que conlleva el empobrecimiento de la mayoría, y que están llevando a una inmensa desafección en relación a la política y a las instituciones públicas y democráticas. Un caldo de cultivo que lleva a franjas inmensas a apoyar el fascismo.

En este escenario, el PSOE y Podemos, o Unidas Podemos, o Sumar, o el resto de taifas que se autodenomina de izquierdas, y por supuesto, Izquierda Unida, no han hecho nada. No han puesto en marcha la gran revolución. No han sacado a las calles a los indignados y defenestrados. No se han abierto las asambleas, ni los foros, no fuera a ser que lleguen más personas y nos disputen los liderazgos por el farolillo rojo.


Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Manuela Carmena, Iñigo Errejón, Teresa Rodríguez, Yolanda Díaz, Antonio Maíllo, Alberto Garzón... Los medios de comunicación de masas, las élites oligarcas, la ola reaccionaria. La propia organización, los militantes, las bases o los cargos. Hay muchos culpables, como muchos los fallos y errores cometidos. Algunos con intención y otros por accidente, pero lo cierto es que hay muchas contribuciones a la desafección política de buena parte de la izquierda y de las personas que honestamente, se dicen sentir de “izquierdas”. Y de la destrucción del proyecto político que supuso Izquierda Unida.

Al final, hablamos de una fuerza que electoralmente, a día de hoy, representa entre un 10 y un 12% del voto a nivel estatal, pero que resulta clave para en un tiempo inmediato frenar el acceso por las urnas de las fuerzas reaccionarias y ultras.

En estos últimos 15 años el concepto de la unidad de la izquierda ha sido fundamental. Ha servido como objetivo político y social, como excusa fácil para explicar malos resultados electorales, como fetiche al que llamar a la movilización de las bases, o como eslogan publicitario de campaña.

Para la izquierda, la unidad es un mito. Cuando se dice "Izquierda Unida" nos referimos a un anhelo, un deseo, pero en realidad aparece como un oxímoron, como dos conceptos cuyo significado es opuesto y que juntos, generan un tercero con un significado totalmente distinto. Es la unidad (de la clase trabajadora, del pueblo, de los obreros y los estudiantes, de la izquierda misma) la condición de posibilidad de la revolución y de emancipación. En una manifestación, una huelga, una acción colectiva, la diferencia entre el éxito y el fracaso es la unidad. Este mito, esta búsqueda del nirvana y de la condición de base en la disputa de las elecciones bajo el paradigma de la democracia liberal (por cierto, un escenario planificado por el liberalismo en el que las fuerzas de izquierdas y las clases trabajadoras y productivas poco o nada han podido intervenir) se ha trasladado al día a día de las fuerzas políticas. Son el mantra sobre el que la política institucional, sobretodo a nivel nacional, y fundamentalmente, mediático ha condicionado el trabajo de los partidos y de las personas y movimientos que participan en ellos.

En ningún momento, en estos años se ha hablado de programa. De análisis racional de contexto, de explicación asumible de las situaciones y de propuestas encaminadas a resolver problemas, ineficiencias y fallos endémicos de sistema. Nos hemos centrado, y quizás nos han enfocado, a discutir y gastar fuerzas en el camino, y no en el objetivo de destino. A centrarnos en las diferencias, que siempre pululan en torno a los objetivos y curriculums personales de los implicados, y no en el bien común. Más aún, en un mundo actual cambiante, imprevisible, donde las certezas de antaño, algunas reunidas en torno al trabajo, la nación o la identidad, se han difuminado. El futuro del trabajo y la participación cívica en un mundo digital y tecnológico, la realidad de un país inacabado como estado-nación y que es provocativamente incapaz de sumar el acervo de distintas nacionalidades a un mismo estado, las amenazas en un mundo geopolíticamente complejo e inestable, lo imprevisible de la vida bajo el paradigma del cambio climático, las nuevas identidades individuales y colectivas influenciadas de manera positiva por el feminismo y las luchas LGTBI, etc., etc.

Todos estos retos, lejos de aunar diferentes sensibilidades progresistas o de izquierdas, han servido para tensionar el espacio en una batalla cultural para demostrar quien tiene más razón, o más fuerza de convocatoria. Quién es más moderno, más cool, o está menos acabado.

Y en esta disputa lo más triste es que se ha acabado, o se pretende hacerlo ya, con la fuerza política que ya estaba presente y que cuyos estatutos fundacionales ya plasmaban la necesidad y búsqueda de alianzas, la suma de voluntades y el principio de participación entre distintos para buscar el bien común, mayor dignidad y la revolución pendiente que tiene este país.

Quizás en esta sensación de derrota y desolación se incluya la pérdida de Julio Anguita, alma de Izquierda Unida, referente y maestro de hacer política, con mayúsculas, para el bien común.

Se ha derrotado, derribado y se está procediendo a desescombrar el solar de lo que fue Izquierda Unida. Y muchos también somos culpables, porque por distintas causas (por trabajo y obligaciones, por comodidad, por cansancio, por hartazgo, porque es necesario descansar) nos fuimos marchando y dejando el espacio yermo y muerto. Vacío de ese mismo programa y militancia que nos hacía sentir orgullosos. Y sin estas personas, sin nosotros, no puede existir. Como militantes también tenemos que asumir nuestra responsabilidad en esta situación, y quizás, bueno quizás no, seguro retomar la actividad y salvar todo lo bueno de Izquierda Unida.




viernes, 18 de noviembre de 2022

Boicot al Mundial de Fútbol

 

Viñeta de Eneko en diario Público, sábado 12 de noviembre 2022

 

Este fin de semana empieza el Mundial de fútbol 2022. En Qatar. Ya la propia designación del emirato como sede del Mundial está llena de corrupción y tráfico de influencias. El mismo día que se proclamó a Qatar vencedora, mientras que la Confederación Sindical Internacional pedía a la FIFA que repitiera la votación para evitar que recayera en un país que no respeta los derechos laborales, 15 de los 22 electores estaban contando los calientes billetes que habían prevalecido en su designación. Hoy en día todavía tienen causas pendientes con la justicia. La compra directa y cienmillonaria (Qatargate) de votos le costó el puesto a todo un presidente de Francia, pero ni siquiera viró un milímetro el rumbo de la FIFA, empeñada en seguir adelante como si nada. El dinero ya empezaba a entrar y engrasaba una maquinaria interncional y poliédrica que ponía en marcha la operación de blanqueamiento.

Con la celebración del Mundial ya asignada, toda la construcción de estadios de fútbol e infraestructuras hoteleras y de transportes están bajo sospecha. Las condiciones de trabajo expedidas para una población netamente inmigrante que carece de los derechos más básicos amparados en la legislación laboral internacional, son las propias de un régimen esclavista. No superan la más mínima fiscalización y aún así, pretenden que nos pongamos a ver los partidos y a animar a la roja (o a la que le toque cada uno) sin ni siquiera tener presta una pinza de la ropa para tapar el hedor a la nariz. No vaya a ser que los jeques se fueran a mosquear.

The Guardian publicó una investigación que concluía que 6500 trabajadores habían muerto en Qatar desde que comenzaran las obras para el mundial de fútbol. No era el primer estudio ni la primera denuncia sobre esta atrocidad, pero si la que cuantificaba de forma incuestionable (con datos de los gobiernos de los países de origen de los trabajadores fallecidos) que 6500 personas han perdido la vida en la construcción de infraestructuras en el desierto qatarí.

Mientras los jeques quataríes del petróleo pagasen no importaban ni las acusaciones evidentes de tráfico de influencias y corrupción, ni la absoluta carencia de derechos laborales en el Emirato. Dinero que ha servido para blanquear no solo la falta de derechos bajo esa monarquía absoluta, sino la forma de esclavitud moderna que ha regido la construcción de estadios durante estos años: la kafala.

Kafala significa "garantizar" en árabe y es el sistema de "patrocinio" legal que se basa en dos principios que, en la práctica, se traducen en esclavitud moderna. Según la kafala todo trabajador extranjero debe tener un patrocinador (una empresa o una persona) para trabajar en el país. Este patrocinador tiene todos los derechos sobre el trabajador, ya que puede retener su pasaporte y el trabajador no puede ni cambiar de trabajo, ni salir del país, sin el permiso del patrón. Las condiciones laborales son las que el patrocinador impone porque en Qatar los sindicatos están prohibidos para los trabajadores migrantes, que son el 95% de la mano de obra.

La Kafala fue suspendida en 2020, por aquello de que la esclavitud este permitida y jaleada en un país que alberga un evento internacional del máximo nível. No fuera a ser que el que dirán. Pero ya era muy tarde para los más de 6.500 trabajadores fallecidos en los fastos de esta vergüenza. Hasta entonces no sólo la familia real qatarí y su élite se han beneficiado. Muchas de las empresas constructoras provienen de Occidente, y las tenemos mucho más cerca de lo que imaginas.

Sencillamente, es una dictadura. Libertades básicas hoy en día, como la de prensa y de expresión son inexistentes; se efectúan detenciones arbitrarias, castigándose de manera abusiva sin asistencia letrada y produciéndose desapariciones de activistas y periodistas. Los homosexuales son absolutamente perseguidos y criminalizados. Asimismo, las mujeres continúan bajo un sistema de tutela masculina, ligadas a su tutor varón que a efectos prácticos es dueño y señor de su vida, tomando la decisión final sobre cualquier aspecto de sus vidas: cómo y con quién han de casarse, estudiar, trabajar, viajar al extranjero hasta cierta edad o recibir servicios de salud reproductiva. Una mujer en Qatar pierde automáticamente la tutela de sus hijos e hijas cuando se produce un divorcio. Las condenas y castigos están a la orden del día amparados en las leyes islámicas. Ante el Mundial se han parado estos atropellos que volverán en cuanto la pelotita deje de rodar. En mayo fueron las últimas condenas execrables. Por ejemplo, a una mujer violada se le acusó de adulterio y fue castigada con 100 latigazos.

Por lo tanto, se hace muy difícil seguir, o simplemente asistir a la convivencia de eventos internacionales que amparen a estos estados, sabiendo las cosas que sabemos hoy. Por ejemplo, hace menos de un año que nueve refugiados sirios presentaron una demanda ante el Tribunal Superior del Reino Unido, acusando a funcionarios y empresarios de Qatar, en coordinación con los Hermanos Musulmanes, de lavar dinero para el Frente al-Nusra, considerado la filial siria de Al Qaeda. Hoy, Qatar está bloqueada por EUA, Jordania o Egipto, países de su entorno (geográfico y cultural) acusada de terrorismo.

Una dictadura que con dinero y lazos familiares claros y demostrados con el terrorismo. Un país por el que a través de sus fronteras entran y salen miembros de Al Quaeda, los talibanes y otros grupos que atemorizan a toda la región. Incluso desde la administración estadounidense se llegó a ligar al exministro del Interior de Qatar y miembro de la familia real, Abdullah bin Khalid al-Thani, con los ataques del 11-S, avisando a su autor intelectual, Khalid Shaikh Mohammed, antes de que pudiera ser capturado por EEUU. Y esto son las cosas que sabemos. Pensad en un momento lo que se desconoce, está clasificado o es subterráneo.

En los años 80, Joseph Nye y Robert Keohane, presentaron un extenso ensayo sobre las relaciones internacionales entre países de contextos y tradiciones políticas y culturales distintas. Ahí acuñaron el término de soft power para referirse a esa capacidad que ejercen algunos Estados para persuadir o convencer a otros de que hagan lo que desean sin tener que recurrir a la coacción o al empleo de la fuerza. Y es que las diferencias pueden ser insalvables o apenas leves incordios, si se coincide en lo básico: el interés por el dinero.

En esas prácticas y estrategias están los eventos y la corriente a caballo entre lo literario y lo periodístico que están blanqueando a conciencia la imagen de las execrables dictaduras fundamentalistas de Oriente Medio. Todo ello regado por billetes procedentes del petroleo, gasolina y también motor de nuestra vida actual.

Asistir a besamanos, besapies y todo tipo de pleitesías, por parte de democracias, hacia los sátrapas medievales de los Emiratos del petroleo es una vergüenza, y algo que tendría que ir acompañada con la dimisión del lameculos en cuestión a la mañana siguiente. Se les conceden prebendas y la celebración de eventos internacionales (tanto deportivos, como sobretodo foros económicos y financieros) que no son propiedad de nadie, sino de toda la humanidad, y no deberían servir para blanquear a estos regímenes. La falta de dignidad es tan lacerante, que llega un momento en el que hay que decidir -no digo discutir, digo decidir- por salvaguardar la dignidad, y renunciar al “progreso” alimentado por un combustible que como productos subalternos trae ruindad, opresión, integrismo, misoginia, xenofobia y fascismo. Cuando políticos o empresarios se tiran al suelo al paso de los petrodólares a la vez nos demuestran, a los pargüelas que estamos aquí, la valoración que esta gentuza hace de los Derechos Humanos, la paz, la democracia y el progreso. Incluidos los nuestros. Aquí, no está de más, que no se critica o censura la cultura, de un lugar concreto, en este caso Qatar. Sino sus leyes medievales y crueles, y su intención de con dinero normalizar esta dictadura.

La FIFA ya tiene experiencia más que sobrada en llevar sus multimillonarios eventos a donde más beneficios les otorgue. A veces, da la casualidad que acaban en un país que no dé vergüenza ajena. Pero siempre se aseguran una buena cantidad de comisiones por obras y fastos para sus torneos. También ya hay ejemplos sobrados en los que un Mundial se utiliza para blanquear una dictadura e incorporar como normales regímenes absolutamente criminales y abusivos hacia los Derechos Humanos. Lo hicieron, por ejemplo, con la Argentina del año 78, y si, han pasado más de 40 años, pero con Qatar, repiten el mismo patrón.

Dentro de esto, algunos países participantes, con sus federaciones y sus selecciones les da algo de vergüencita pero sin bajarse de la celebración, que jugar y ganar un Mundial es muy importante. Ponerse de lado, colocándose un brazalete con la bandera del Arco Iris, puede que les sirva ante las comunidades LGTBI de sus países y para lavar su conciencia, por todo lo demás privilegiada. A la historia pasarán como unos imbéciles que se quedaron en el símbolo, sin querer ver la realidad del problema y convirtiéndose en actores necesarios de toda esta farsa.

Si ni la FIFA, ni los directivos nacionales, ni los futbolistas, ni los periodistas deportivos (ni mucho menos los no-deportivos), ni tampoco nuestros políticos (en conjunto) han sido capaces de poner en su sitio a esta gentuza y recuperar algo de dignidad democrática y valores cívicos modernos para su torneo, queda en las manos de la sociedad civil reclamar que lo hagan y actuar en consonancia.

Es decir, ni el racismo, ni el patriarcado, ni el clasismo, ni la homofobía son hechos culturales previos a una opresión, sino que son las construcciones ideológicas que la van a justificar. Celebrar un Mundial de Fútbol (o cualquier evento, de cualquier índole) en un estado que viola conscientemente 20 de los 30 artículos de la Carta de las Naciones Unidas a parte de ser una vergüenza, manda un mensaje erróneo. Que con dinero todo se puede comprar. Y que el dinero está por encima de los Derechos Humanos.

No puedo deciros que tenéis que hacer. Si queréis seguir el Mundial, animar a la selección española, o disfrutar del deporte, lo haréis, se escriba o leáis esta entrada o no. Por mi parte, lo tengo claro: Boicot absoluto a este evento; solidaridad absoluta con las mujeres qataríes y los trabajadores inmigrantes a los que les han pisoteado sus derechos y dignidad; desechar el consumo de toda compañía cómplice de esta barbarie que lo acompañe, patrocine o retransmita; y denuncia en mis modestos medios de la vergüenza internacional que supone.




Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...