martes, 11 de mayo de 2010

El arte en brazos de la República


Se presenta ahora en Valencia la exposición Arte Salvado que rememora y difunde, siguiendo la misma ruta que dispuso el Gobierno de la Segunda República, el azaroso tránsito hasta Ginebra del patrimonio artístico español durante la Guerra Civil, amenazado por el brutal asedio franquista sobre la capital del Estado. Las octavillas de la aviación fascista en agosto de 1936 lo dejaban muy claro: “Si los madrileños no obligan al Gobierno y a los jefes marxistas a rendir la capital sin condiciones, declinamos toda responsabilidad por los grandes daños que nos veremos obligados a hacer para dominar por la fuerza esa resistencia suicida. Sabed, madrileños, que cuanto mayor sea el obstáculo más duro será, por nuestra parte, el castigo”. El historiador Hugh Thomas es muy explícito al comparar los efectos de los bombardeos tres meses después: “Las terribles llamas hacían que la capital semejase algún primitivo lugar de tortura”. César Falcón, periodista y escritor peruano, tuvo la lucidez de advertir que aquel primer ataque aéreo del fascismo sobre la población civil era el destino que aguardaba a otras capitales europeas.

El 16 de noviembre, los aviones nazis dejaron caer sobre el Museo del Prado hasta 12 bombas que, si no causaron más daños que la rotura de un bajorrelieve italiano, fue porque la dirección de la pinacoteca había preservado semanas antes los fondos en los sótanos y había cubierto la cúpula del edificio con sacos terreros. Una vez creada la Junta de Defensa del Tesoro Artístico, presidida por el pintor extremeño Timoteo Pérez Rubio, el Gobierno republicano tomó la determinación de trasladar los fondos del museo a Valencia. El 10 de diciembre salió el convoy que, junto a otras obras, transportó Las Meninas a una velocidad de marcha de 20 kilómetros por hora. La excesiva altura de la extraordinaria obra de Velázquez deparará una de las anécdotas más ilustrativas de la meritoria custodia del arte español por los caminos de un país en guerra, ejemplo del celo, meticulosidad y pundonor puestos en el empeño por el Gobierno de la República. Como la estructura metálica superior del puente de Arganda no permitía el paso del camión que transportaba la obra, hubo de ser trasladada por la noche, a brazo y sobre rodillos, en medio de un frente de combate.

La recreación de esas imágenes, así como la ingeniosa instalación con la que el arquitecto Joselino Vaamonde habilitó las Torres de Serrano en Valencia para proteger las pinturas allí almacenadas, consta en un magnífico documental de Alberto Porlan, realizado en 2004: Las cajas españolas. En Figueras, última etapa del traslado por la península, el Comité Internacional para el Salvamento del Tesoro Artístico Español garantizó la conducción de las cajas hasta su depósito en el Palacio de la Sociedad de Naciones de Ginebra. Para que tal destino fuera posible, el ministro de Estado y el propio presidente de la República tuvieron que apostarse en las carreteras de la diáspora con objeto de requisar los camiones, desalojándolos de armamento y demás vituallas, e incluso de heridos. La avería de algún vehículo obligó otra vez a recurrir al brazo para transportar los cuadros por los pasos fronterizos.

El tesoro artístico español salió de Perpignan el 12 de marzo de 1939. Nunca antes en la historia un patrimonio de tal valor y magnitud había sido transportado, mucho menos en tan adversas circunstancias. Fue tan masiva la afluencia de visitantes que acudió a la gran exposición montada en Ginebra que se consideró el evento como el hecho artístico más importante del siglo. La Segunda Guerra Mundial interrumpió la exhibición de la muestra. El muralista catalán José María Sert logró que el ministro francés Monzie habilitase un tren especial para verificar el traslado a España. El trayecto durante la noche del 6 de septiembre se hizo sin luces para evitar el riesgo que por segunda vez podían correr las obras del Prado bajo la aviación fascista. Tres días después, las 1.868 cajas españolas llegaron a Madrid sin más rasguño que una pequeña desgarradura en el cuadro de Goya Los fusilamientos del 3 de mayo de 1808 tras un ataque de la artillería franquista en Benicarló.

Deliberadamente tergiversada y difamada durante el franquismo, la salvación de tesoro artístico español debería ser hoy una lección básica de cultura cívica a impartir entre las jóvenes generaciones. A cuantos colaboraron en aquel empeño sólo les llegó un primer y tardío reconocimiento en 2003 con la colocación de una placa en su recuerdo en el Museo del Prado. Otro homenaje simbólico, todavía con más retardo, tuvo lugar a primeros de este año con la imposición de una serie de medallas por parte del presidente del Gobierno.

Azaña antepuso la salvación del arte a la del régimen que presidía, pues el primero es irrepetible y el segundo no. Franco estuvo dispuesto a conquistar Madrid e imponer su dictadura aunque fuera a costa de bombardear una de las primeras pinacotecas del mundo. Después, cuando todo ese gran patrimonio protegido por la República volvió a nuestro país íntegro, sano y salvo, aún tuvieron los españoles que soportar que se lo debían “a la fina sagacidad del caudillo”, según la consigna de la prensa a su servicio. Que durante casi 40 años se haya impuesto tan sarcástica soflama y que hayan tenido que pasar más de 30 años en democracia para empezar a saber la verdad de los hechos, debería ser otro motivo más de reflexión y preocupación sobre las menguas y flaqueza de nuestra memoria histórica.

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