Comparto esta columna de el diario Público del pasado miércoles 20 abril y firmada por el ex-ministro de economía Josep Borrell sobre la situación actual de la UE y ese negocio redondo que son los rescates a los países (pequeños y casi todos mediterráneos) únicos representantes del "socialismo" (no lo que práctica Zapatero) en la Unión Europea de los 25, auténtico adalid del liberalismo económico.
Con Portugal ya son tres los países del euro bajo respiración financiera asistida, excluidos del mercado de capitales y bajo la ayuda/vigilancia de la UE y el FMI. Pero sólo suman el 6 % del PIB de la eurozona. Si se detiene el contagio, la cosa no es tan grave y Europa tiene los medios para hacerle frente. Con el permiso de Finlandia, donde un partido populista que se ha convertido en la tercera fuerza del Parlamento tras las elecciones del domingo se opone a la concesión de ayudas como la que Portugal no ha tenido mas remedio que solicitar.
Portugal no había falsificado sus cuentas públicas, como Grecia. Ni había tenido una burbuja inmobiliaria como España. Ni una crisis bancaria como Irlanda. Su problema ha sido un débil crecimiento económico durante años, pérdida de competitividad, desindustrialización y precariedad. Entre 2002 y 2008, Portugal había crecido al 0,8%, la mitad de la media europea. Y durante diez años ha tenido un déficit exterior del 10% del PIB, reflejo de su pérdida de competitividad agravada por la desaparición de industrias tradicionales como la textil frente a la competencia china. En este escenario de bajo crecimiento, las medidas de austeridad han reducido drásticamente la demanda interna y precipitado la recesión. Más austeridad ya sólo servirá para depauperar más a la población y para hacer más difícil el crecimiento, sin el cual no es posible reducir el déficit.
Esto es lo que le ha ocurrido a Portugal, como antes a Irlanda, que fue la primera en aplicar planes de austeridad que no han servido de nada porque han matado el crecimiento. Todos los ojos están puestos ahora en España. A todos les interesa que aumente la confianza en nuestro país porque España es too big to fail (demasiado grande para caer). Por eso todos se expresan de forma positiva sobre la situación económica y política de España, a la que hay que aislar a toda costa de la dinámica que empezó en Atenas y ha llegado hasta Lisboa.
Nuestra situación es bien diferente, sobre todo si se mide por la cifra clave que es el coste de la financiación, todavía por debajo del 6%. Pero de España preocupan las expectativas de crecimiento, que siguen siendo muy débiles, y el verdadero coste de la reestructuración bancaria, que sigue siendo desconocido y que los mercados estiman muy superior al que reconoce el Gobierno. Nuestro caso es diferente, pero en Lisboa se repitió muchas veces que Portugal no era Grecia y que no necesitaba la ayuda europea. Irlanda decía lo mismo antes de tener que claudicar
Portugal se ha resistido hasta el final. No quería hacer caso a las presiones discretas de los que pensaban que las medidas que tenía que tomar para reducir el déficit creaban más tensiones que las que resolvían. La situación se volvió insostenible cuando la oposición de centro derecha se negó a aceptar un nuevo plan drástico de reducción del déficit, las agencias de calificación siguieron rebajando la nota de la deuda portuguesa y de sus bancos, y los tipos de interés que los mercados reclamaban llegaron al 10%. Es decir, la asfixia financiera. Pero la puntilla se la dieron los propios bancos portugueses cuando se negaron a seguir comprando deuda pública porque su baja calificación arrastraba la suya. Dicen que el BCE les indicó que no les seguiría suministrando liquidez si la seguían utilizando para financiar el déficit publico. Naturalmente, el BCE niega haber ejercido esas presiones.
Ahora, la UE y el FMI le prestarán unos 80.000 millones de euros en unas condiciones difíciles que tendrán que negociarse con un Gobierno en funciones. Ironía de la historia, el plan que fue rechazado en el Parlamento servirá de base para las contrapartidas que la UE/FMI pedirán a Portugal para concederle su ayuda. La píldora será mas amarga que la que rechazó la oposición. Políticamente, la derecha ha hecho un negocio redondo. Primero la presión de los mercados obliga a un Gobierno de izquierdas a tomar medidas de ajuste impopulares y regresivas que aumentan la desigualdad social. Después, le retira el apoyo parlamentario y obliga a celebrar elecciones anticipadas, que seguramente ganará, para seguir aplicando las mismas políticas, o más duras aún, y dejando a la izquierda sin un discurso alternativo porque les será fácil decirle: “¿Y ustedes qué hacían?”.
Ante los tres caídos aparece un tercero en discordia. El mismo día que Portugal tiraba la toalla, el BCE subía el tipo de interés del 1 al 1,25%, antes de que lo hiciese la Reserva Federal estadounidense o el Banco de Inglaterra, y no digamos el del Japón. Claro que el BCE es el único banco central que sólo tiene como objetivo la lucha contra la inflación, sin tener que tomar en cuenta los efectos que sus medidas tienen sobre el crecimiento.
Es posible que este sea un nuevo paso en falso del BCE. El anterior fue en junio del 2008, cuando el barril estaba a 127 euros, como ahora, y decidió subir los tipos de interés porque veía venir tensiones inflacionistas. Que Dios les conserve la vista a los de Frankfurt, porque poco después el precio del petróleo se desplomaba y la crisis económica, que había empezado medio año antes en EEUU, le obligaba a bajar a toda velocidad los tipos del 4,25 al 1%.
Subir el rendimiento del capital favorece a quien lo tiene. Pero se reduce la renta disponible de los que tienen deudas a tipos de interés variable y, con ello, el consumo. Es una medida tomada para el conjunto de la eurozona que les viene bien a las economías centrales, especialmente la alemana, pero que tendrá efectos negativos en las economías periféricas débiles, a las que resultará más difícil salir de la recesión .
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