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miércoles, 9 de noviembre de 2016

Trump presidente

  Los Simpsons, una vez más, profetizando el absurdo de la humanidad

Warren Buffet, el archimillonario dueño de los hiper mercados Walmart, dijo en una ocasión que existía, y existe, la lucha de clases y que de momento, los suyos, los privilegiados, el 1%, pero que en realidad es el 0'001%, la van ganando. Y no le faltaba razón. No le falta razón. La última muestra, la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos ayer funesto martes 8 de noviembre de 2016.
Ansío la lectura de análisis sosegados que expliquen lo acontecido desde un punto de vista académico y riguroso. Se hacen necesarias respuestas sociológicas y políticas, con visceralidad moderada y sin paños calientes ante éste acontecimiento que propone un nuevo giro de tuerca en la presión que la oligarquía infringe a las clases populares. Se va a salir del capitalismo, con más capitalismo y a mi, ahora me apetece y necesito dejar unas líneas sobre mi opinión al respecto.
Donald Trump es un peligro para el sistema pero al a vez es un producto de este mismo sistema. Trump es un privilegiado beneficiado hasta la náusea de la ola de desregularizaciones, globalización exarcebada, contención en el gasto público, hiper financiarización de la economía y superposición de la especulación frente al trabajo efectivo, tanto intelectual como por supuesto manual. El dinero de su candidatura ha venido de ahí, como de ahí viene el dinero de la practica totalidad de candidatos en las primarias de ambos partidos. En esta elección y en las anteriores.
Pero Trump también es un producto de un sistema que cree conveniente y actúa en consecuencia buscando el adormecimiento de la conciencia colectiva y del espíritu de la clase obrera. Cree y consigue nuestra alineación, el desinterés sobre la política de las clases populares. Busca y ejecuta la idiotez griega. Los medios de comunicación financiados con capital han trabajado en esa línea idiotizando a la gente que también tiene lo suyo puesto que ha jugado a ese mismo juego con las cartas marcadas. La socialdemocracia clásica, tanto americana como europea, también vio y en algunos casos sigue viendo dolorosamente, la convivencia de jugar al discurso neoliberal de desmovilizar a las clases trabajadoras y frenar, tanto por vía de la distracción como por vía de la represión, la contestación social a tanta agresión y a tanta indignidad.
Los resultados son los vistos hasta el momento: Auge de los extremismos de derecha. Auge del fascismo, el machismo, la intolerancia, el racismo, la xenofobia. Auge del militarismo y la contestación bélica frente a la diplomacia. Mayor liberalismo económico con mayores normativas laxas, bajadas de impuestos generalizadas hasta lo simbólico para las grandes fortunas. Más permisividad frente a las agresiones al entorno y a la salud tanto individual como colectiva.
Y mientras, la clase trabajadora huérfana de referentes que la representen con practicidad y ejemplaridad. Destrozada en sus aspiraciones, pasos conseguidos y en su influencia como motor de cambio desde el entorno laboral y municipal hasta el global. Una clase obrera desalentada a la hora de su participación en política y cada vez más alejada de las tomas de decisiones. Normal que en cualquier lugar, venga un populista, vomite machaconamente unos lemas trasnochados y arrase.
La lástima y el terror es que Trump también es un peligro para quienes no creemos en el capitalismo. En quienes pensamos, deseamos y trabajamos por un mundo en el que toda la población sin excepciones tenga sus derechos humanos garantizados. Un techo, un sustento, agua y energía. Trabajo. Es un peligro para una red y una cultura libre y de acceso garantizado. Para una información también accesible y veraz. Trump es un peligro para el ecosistema y el ecologismo. Y también para la paz mundial. Lo es para los derechos humanos, para seguir esgrimiendo capitalismo, desprivatizaciones y desregularizaciones para beneficio de especuladores, corruptos, mafiosos y explotadores de toda condición.
No me deja de resultar curioso y a la vez tenebroso que en 8 años hayamos pasado del “Yes, We Can” de Obama a temer lo peor y con razón con Trump. Éste es el legado de aquella ilusión y de una administración que ha tenido mucho de propaganda y poco de políticas activas que despertarán la conciencia de la ciudadanía, tanto a nivel nacional, como mundial en defensa ante las agresiones del capital contra nuestro bienestar, nuestro planeta y contra la ética. Supongo que hay muchas caretas que se siguen cayendo.
2015 era el año de todas las elecciones en #Españistan y le ha seguido un 2016 tremendamente descorazonador en cuanto a resultados en los comicios: Es evidente, se atestigua que el populismo y la extrema derecha supremacista y belicista, pero ante todo neoliberal, avanza y conquista decisiones colectivas que podían haber devuelto dignidad y legitimidad a la democracia y a la lucha por los derechos humanos en el mundo, incluidos los derechos económicos (alimento, vivienda, agua, energía limpia) y el ecologismo. El Brexit, el No al acuerdo de Paz en Colombia, la llegada al poder de la extrema derecha en casi toda Europa y la victoria de Trump convierten a 2016 en un año negro en cuanto al desarrollo de la ilusión por un mundo más civilizado, donde la gente conviva y no se pisoteé. Habrá que seguir luchando para conseguirlo.


martes, 20 de enero de 2009

América vuelve a ser América


Comienza el fin de la pesadilla, aunque nos quede aún mucho camino por recorrer. La toma de posesión como presidente de los Estados Unidos de América de Barack Hussein Obama tras las elecciones presidenciales del pasado noviembre ha de poner punto final a uno de los periodos más tenebrosos de la historia del mundo, en donde la gobernación de los necios, cuando no la de los canallas, se ha impuesto por doquier.

El balance final de la gestión de George W. Bush al frente de los destinos de su país no puede resultar más desastroso. Ha empobrecido la economía mundial; ha generado dos terribles contiendas armadas para las que no se ve solución inminente y que han provocado innumerables víctimas; ha canonizado la tortura y la corrupción; ha vulnerado repetidamente la legalidad internacional y ha destruido el prestigio de América. El mundo es peor después de Bush, es decir, por culpa de Bush. Nos deja un legado tan miserable moral y materialmente que pasará al menos una década antes de que podamos recuperarnos de la postración actual al que el "príncipe" del neo-conservadurismo y sus secuaces nos han sometido. Ésa es la dura tarea que le aguarda al primer afroamericano titular de la Casa Blanca.

Los errores del presidente Bush no resultan sólo de sus parvas condiciones para el ejercicio del poder, sino, sobre todo, de la reiterada aplicación de una doctrina injustamente apellidada de liberal que ha subvertido los principios dela democracia en nombre de su defensa. Desde la ideología neoconservadora se ha intentado imponer la democracía a sangre y fuego; se ha debilitado el papel de las instituciones; se han agudizado las diferencias sociales;se ha multiplicado la división y crispación interna; se ha abdicado del diálogo y se ha renunciado al multilateralismo. Finalmente se han arruinado a millones de familias trabajadoras y se ha permitido que un puñado de banqueros rapaces pusiera en peligro el sistema de pagos mundial, ante la impasibilidad, o gracias la complicidad, de muchos gobernantes. La tarea de Naciones Unidas ha sido boicoteada, mientras en sus tribunas los representantes de Bush mentían descaradamente para justificar la agresión armada contra Irak, un país regido por una detestable dictadura pero que no constituía amenaza alguna para la paz mundial. Si finalmente se lograra instalar allí un régimen estable y democrático, habría sido a costa de las vidas de cientos de miles de ciudadanos inocentes y de varios miles de soldados estadounidenses. Éste es el balance del que son directamente responsables los señores Bush, Blair y Aznar, y por el que todavía esperemos que muestren arrepentimiento.

La victoria de Obama se produce en momentos de extraordinaria gravedad para la gobernanza mundial. Lo que comenzó como una crisis de la banca norteamericana, producida por el uso y el abuso de productos derivados sin ningún tipo de control, ha terminado por convertirse en algo muy cercano a una depresión económica. Millones de desempleados se incorporan a las filas del paro mientras cierran miles de empresas, la banca es nacionalizada en muchos países y el dinero de los contribuyentes corre a salvar el sistema financiero. Ni una sola de las instituciones encargadas de que la catástrofe no se hubiera llegado a producir -¿para qué hablar de quienes las dirigen?- supo evitarla, ni tampoco ha sabido reaccionar en forma y tiempo ante la tormenta que se nos venía encima.

Algunos pueden suponer que esta acumulación de problemas políticos y económicos es solamente casual, o fruto de una coincidencia. Responde sin embargo a un hecho fácilmente constatable: la globalización, impulsada a la velocidad de la luz por las nuevas tecnologías, se ha impuesto de manera descontrolada y, cuando se la ha querido gobernar, se intentó hacerlo desde una mentalidad imperial y un poco histriónica. La actual no es una de las clásicas crisis cíclicas del capitalismo, sino un nuevo aviso, el más serio de todos hasta el momento, de que asistimos a un cambio de paradigma en el que los problemas planetarios no pueden ser resueltos por las instituciones nacionales o locales, y en el que el embeleco del unilateralismo ha fenecido estrepitosamente. El Estado ha recuperado un inesperado protagonismo como apagafuegos de la situación, pero los Estados por sí solos, por grandes y poderosos que sean, no bastarán para poner orden en la convivencia mundial si no se reforma e impulsa el papel de las agencias globales (Fondo Monetario, Banco Mundial, Organización Mundial del Comercio) y el sistema de las Naciones Unidas. La emergencia de nuevos actores (China, India, Brasil,...), la decadencia del liderazgo de Occidente, el creciente desconcierto en la Unión Europea, la irrisión qu eprovocan tantos expertos económicos, incapaces de predecir o evitar los descalabros y absortos a la hora de buscar soluciones, son cuestiones que agitan hoy las opiniones públicas de muchos países. El desprestigio del modelo de crecimiento y de los estándares morales impuestos por los neocons americanos es total. Deberían aprenderlo los neoconcitos españoles que todavía pululan por los aledaños a la oposición al Gobierno.

La elección de Barack Obama responde a un sentimiento de hartazgo y desconsuelo de la población americana que comparten muchas sociedades en otros continentes. Es, también, una respuesta generacional, una protesta de los jóvenes contra la autosatisfacción culpable de las clases dirigentes. La construcción de algo parecido a un modelo de gobernanza mundial no puede dedicarse sólo, ni principalmente, a la ordenación del sistema financiero. Los poderosos del mundo han de hacer algo para superar las desigualdades y desiquilibrios sociales crecientes, tanto en el interior de los países como en la escena internacional, so pena de condenar nuestras democracias a la inestabilidad y la inseguridad.

Es tan grande la desilusión de las poblaciones y resultan tan desmesuradas las esperanzas puestas en el todavía joven senador que acaba de alzarse con la presidencia americana, que conviene poner sordina a las expectativas de una pronta mejoría de la situación. La reconstrucción tomará tiempo. No me refiero sólo a la económica, que no será más que el reflejo y la consecuencia del esfuerzo y el emprendimiento humanos, sino sobre todo a la recuperación moral, al restablecimiento del concepto de ciudadanía, a la limpieza de la vida pública y al rescate del compromiso intelectual. Es la hora de la política y ésta reclama líderes, gente con visión, con determinación y con coraje. Obama tiene todo el aspecto de ser uno de ellos. Su elección marca un hito histórico en el devenir mundial y es el fin de los clichés sobre la democracia americana, pionera tantas veces en la defensa de las libertades y en la búsqueda de la modernidad, pero subyugada durante décadas a las manías y las conspiraciones de un puñado de fundamentalistas reaccionarios. Langston Hughes, poeta afromericano en Let America be America again, que América fuera América de nuevo, era la ambición y el destino de este memorable escritor, que deberia haber vivido para ver cumplida su visión. Con la llegada a la Casa Blanca de Barack Obama, América puede volver, por fin, a sus raíces y redescubrir lo mejor del legado de los padres fundadores, allí donde residen el aliento de la libertad y la pasión por la solidaridad. Ésta es condición indispensable para que el mundo salga del agujero en que se ha hundido. Ya se encargará la realidad de poner límites al sueño.

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...