"La Patrulla" durante su última misión. Hugo Silva, Aura Garrido y Nacho Fresneda en 'El Ministerio del Tiempo'
Hace
dos semanas, tras ver el primer episodio de la tercera temporada de
El Ministerio del Tiempo escribí un artículo que ha tenido mucha
visibilidad al retuitearlo Javier Olivares, el creador
de la serie. Escribía porque había disfrutado muchísimo con lo que
acababa de ver: Una historia bien montada, con un guión ágil;
resolviendo tramas y planteando nuevas entre ellas las del capítulo
como principio y final, de manera rápida e inequívoca; con un
montaje que no pierde frescura; con los habituales crossover
entre géneros; con un homenaje al cine de Hitchcook, y con un
actor invitado, José Ángel Égido, simplemente primoroso.
Lo
hacía porque siempre que escribo lo hago sobre algo que me apasiona,
como un buen método para reordenar mis ideas y poder compartir mis
pensamientos, sensaciones y experiencias, sin importarme lo más
mínimo, si me leen 10 veces o 1800.
Y
ahora lo voy a hacer para expresar la pena y cierta desazón que
estoy sintiendo con el devenir y el futuro que le espera a El Ministerio del Tiempo.
Desde
luego comenzar la emisión de un capítulo de una serie, pretendida y
definida como familiar, del género aventuras, a las 11 de la noche
(¡por lo menos!) es un handicap que no ayuda a fijar
audiencias que permitan la continuidad del producto. Esta es
una de las consecuencias más palpables de la actitud con la que el
ente público está tratando a la serie de los hermanos Olivares, y
que hicieron que el pasado viernes tras la emisión del tercer
episodio y con los datos de audiencias que confirman el descenso en
las mismas en la mano, Javier Olivares expresará en twitter
su sensación de abandono y de crónica de una muerte anunciada.
Para
RTVE, El Ministerio del Tiempo, se está convirtiendo
en un problema. Lo que debería ser una oportunidad, un respaldo a la
producción televisiva nacional y un emblema de marca ha pasado a ser
un lastre para la dirección tanto política como artística, ya que
no saben, o no quieren, defender la calidad del producto, su
promoción y su posibilidad para convertirse en un estandarte de
calidad, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, que atenué
la imagen casposa, cutre y rancia que el resto de la parrilla de la
primera de TVE ofrece (afortunadamente, de momento, y salvo Misas y
Tendidos Ceros, La2 es otra cosa).
Pero
tampoco convendría atacar el cien por cien de los males de El
Ministerio del Tiempo a la saboteadora y arcaica gestión de RTVE.
Desde luego, como vengo diciendo parte de la bajada de audiencias es
achacable a los que mandan, que parece, como con tantas otras
parcelas que han tenido la desgracia para el interés general de
gestionar, parecen emplear su proceder habitual: Maltratas lo
público, dices con la ayuda de los voceros habituales, que lo
público no funciona o no es rentable, se lo vendes tirado de precio
a los amiguetes, y cuando sales de la rueda de la política coges la
siguiente puerta giratoria para cobrar los servicios prestados de
quien se ha enriquecido vilmente con lo que antes era riqueza de
todos. Y mientras las condiciones de vida y el patrimonio público
lacerados. El neoliberalismo aplicado a la política en estado
puro.
Pero
sería cortoplacista por mi parte quedarme en eso únicamente.
También sería falso e injusto conmigo mismo, porque no puedo negar
que existe una bajada en la calidad de la propuesta. Se ha
perdido frescura, algo normal porque ya estamos en la tercera
entrega, pero quizás resulte demasiado evidente al haber
desaparecido el personaje de Julián (Rodolfo Sancho) quien enraizaba
el momento actual con los personajes de otras épocas, lo que ha
restado eficiencia a las dosis de humor y critica social que la serie
ha destilado desde el primer día.
Pero
particularmente en mi caso lo que ha provocado que me encuentre algo
desilusionado, quizás también preocupado, ha sido el desarrollo
narrativo en está tercera temporada, tras el primer capítulo el del
homenaje a Alfred Hitchcook.
Tras
estas dos semanas la trama general de la serie se ha enrevesado
tanto, que lejos de ir ofreciendo caminos que cierren intrahistorias
para poder acabar con la serie en esta tercera temporada (es la idea
que los creadores han manifestado en varias ocasiones) han aparecido
nuevas sub-tramas, y recuperado otras, como el "affaire"
Mendieta (que ya aparecía en el libro, producto de merchandising,
aparecido el año pasado) que incluso atacan al axioma principal del
Ministerio "Preservar la historia", y a la
explicación de la emergencia del mismo, "El tiempo es el
que es".
Al
reclutar a Lola Mendieta durante la Segunda Guerra Mundial, la
dirección del Ministero ya ha modificado su futuro hasta el
presente, y con él es lógico pensar que se han trastocado
aspectos en el que la Lola Mendieta "original" participa en
su futuro y ya no lo va a hacer, y también con las que a partir de
ahora formada y tutelada en el seno del Ministerio va a participar.
No
resulta esto algo indigno de ser considerado, puesto que cuanto se
trata de series u otras obras de ficción que se basan en el
subgénero de la ciencia-ficción de los viajes en el tiempo, el
desarrollar mal un transcurso o interpretar mal una paradoja temporal
puede acabar con todo el sentido del producto final, que a parte de
los ataques furibundos que los haters o los fans más
especializados pudiesen lanzar, provocará la salida del gran público
al abrir el abanico de posibilidades, y también la de quienes
comprenden la naturaleza de los viajes en el tiempo.
Me
temo que la llegada de Netflix pueda provocar que se alargue
el chicle hasta la extenuación. A mi por lo menos se me hace
evidente que la serie en su contexto está planteada para
desenvolverse en un tiempo concreto, tres temporadas, con un total
entorno a los 40 capítulos. Sin embargo, estas primeras semanas,
lejos de ir planteando vías para la resolución de las existentes,
tenemos nuevas sub-tramas, el abandono de alguna de las antiguas y el
enrevesado de no pocas relaciones entre personajes. Desde luego
pensar en el deterioro y en la sensación de pérdida de calidad de
un producto cultural, como es esta serie, no es agradable. Prefiero
mil y una veces, poder disfrutar y recordar una serie coherente, con
principio y fin, planificado y cuidado al detalle, antes que la
desconexión y cansancio que ya me ha pasado con otras series
(Los Simpsons, House, Prison Break, Lost,
etc.) en su avanzar de temporadas sin más justifiación que la de
ganar dinero.
Esta
sensación se hace evidente cuando compruebo la bajada de calidad en
los guiones que ha hecho que la serie pierda fuerza y acidez en
comparación con las temporadas anteriores, especialmente la primera
y capítulos concretos de la segunda, como el del "falso"
Cid, el capítulo doble sobre el sitio de Baler o el capítulazo
final con un Felipe II Rey del Mundo y del Tiempo.
En
el capítulo del pasado jueves la mezcla de géneros no salió tan
homogénea. El capítulo en su trama propia derivaba en viaje donde
no se sabía si el protagonista era Becquer o la bruja. O el pueblo.
O el monasterio. Incluso por momentos me fallaba el montaje, puesto
que se sucedían escenas in media res, con condicionantes que
no se habían incluido en el visionado del espectador y que te
dejaban, al menos a mi me sucedió, "tocado" sin
saber que había pasado.
Por
último, hay una cuestión que no quiero olvidar. Aún reconociendo
posibles y serias dificultades para su realización, como sería el
uso del latín, el árabe o el sefardí en la proliferación de
tramas, empieza a agotar la predilección por las historias
ambientadas en el XIX y el XX. Puede pasar, que los intereses
económicos que motivan la intervención del Ministerio en una época
sean más proclives en nuestros últimos 200 años de historia, de
decadencia, donde ni éramos, ni somos tan dominantes y donde
nuestros enemigos, muchas veces internos, aparecieron con frecuencia.
Pero es un error olvidar que tenemos mucha historia por detrás.
Quizás no bajo éste emblema informe y roído llamado España, pero
si con cultura e historia propia que llegan desde los antiguos
imperios que colonizaron la Península Ibérica, los reinos y pueblos
que se fueron sublevando, o incluso antes con las autóctonas tribus
que habitaban estas tierras.
Pensando
en todo ello considero que una forma brillante y atrevida de ganar
agilidad, improvisación y espolear las condiciones que nos atrajeron
a muchos al Ministerio es el abarcar otras etapas de nuestra
Historia.
Pero
mientras estos posibles capítulos con estos planteamientos llegan
seguiré atento al Ministerio del Tiempo, y a la plataforma
web de rtve para poder ver los capítulos cuando y como quiera. Empezando por la entrega de esta semana que hoy empieza en la que la historia girará en torno a Goya.
Al
final, nunca sabemos si la audiencia ve en televisión lo que quiere,
atendiendo a sus inquietudes y nivel cultural, o si asume sin
rechistar lo que le ofrecen, con la oscura y latente intención de
idiotizar a la gente y dejarla sin inquietudes ni espíritu crítico.
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