Ayer
por la mañana, 4 de noviembre de 2016, acudí al Ayuntamiento a
hacer efectiva mi renuncia, mi cese como concejal en Santa Marta de Tormes, en el Grupo Municipal de Izquierda Unida – Los Verdes. Lo
he hecho, devolviendo mi acta a Izquierda Unida Castilla y León,
partido al que pertenezco, con conciencia y honor, y a quien
considero pertenece el acta de cargo público, más allá de meros
formalismos administrativos.
Hay
varios motivos, y tras este párrafo algunos de ellos los
desarrollaré algo más. Pero el principal motivo de esta renuncia a
la responsabilidad y la ilusión por trabajar, luchar y construir
algo bueno para este municipio, es el hartazgo.
Aparte
de este hartazgo, sensación psíquica y emocional, existe también
una razón física, y no es otra que la necesidad perentoria de
“buscarme las habichuelas”. Quiero trabajar y quiero
hacerlo también lejos de este municipio y de una provincia,
Salamanca, que se va al sumidero a vertiginosa velocidad.
Durante
los últimos meses he estado en esa búsqueda, pero prefijándola a
mi entorno más habitual con un empeño mayor, como si quisiera
hacerlo compatible con la labor a la que me comprometí en marzo de 2015.
Pero
eso ya acabó fruto de un hartazgo que estoy seguro se nota en mi
rostro, en mis nuevas canas y en mis viejos modales, al no sentirme
satisfecho y darme por dolido ante la batería de situaciones que han
hecho, que me hacen imposible continuar.
Una
buena parte de ellas es encontrarme con la tozuda realidad salmantina
que hace casi imposible querer aspirar a un empleo para ganarse la
vida y mantener la dignidad. Con excusas de lo más variopinto se han
sucedido las ofertas y las semanas, las visitas a empresas y
explotadores, ignorantes ellos y ellas que trazando ese camino
destrozan el poco porvenir que queda por estas tierras.
Para
mí, casi se ha hecho ya imposible continuar con mi vida en Santa
Marta. Sin un sueldo, sin la rutina del trabajo. Con la escasa
retribución por la función de representante político, claramente
insuficiente.
Insuficiente
porque hasta que no llegas a entrar en el Ayuntamiento y comienzas a
trabajar para tratar de conseguir tus objetivos políticos por el
bien común, no comprendes la tarea enorme que es, debido al tamaño
del Ayuntamiento mismo, con multitud de servicios y funciones
despojadas del interés general, en empresas y concesiones privadas,
que hay que rastrear y perseguir, frente a otros grupos, concejales,
funcionarios y empresas, empeñadas en dificultar tu labor. Deberías
dedicarte a tiempo completo ante asuntos como urbanismo, empleo,
economía, función pública, todas ellas de tamaño colosal y llenas
de polémica por esa forma de gobernar y gestionar “lo de todos
para unos pocos, y sin el pueblo”, y que de momento, no os
guste o no, y a mi particularmente me asquea, es la opción preferida
por la plebe.
Así
se confirma algo que sospechaba. Y es que para un trabajador, un
asalariado, un ciudadano o ciudadana normal, sin padrinos, ni
madrinas. Sin herencias. Sin pensiones o plazas fijas de la
administración se hace imposible compatibilizar el trabajo, y el
derecho, de representante municipal con una vida normal. Algo que
sólo, con unos pocos meses de experiencia en la gestión de esas
tres agendas, personal, política y laboral, he podido constatar.
Lo
cierto, es que desde la izquierda en numerosas ocasiones hemos oído
y hemos criticado a los “políticos profesionales”.
No falta razón, porque sin transparencia, sin limitación de cargos
y sin una ley que persiga y castigue las corrupciones, nepotismos y
prevaricaciones estos profesionales de la política han favorecido el
estado de las cosas de este país que se desangra.
Pero
por otro lado, están los “políticos por hobby”,
aquellos y aquellas que van a pasearse al Ayuntamiento a cumplir como
autómatas su función y escurrir el bulto en cuanto se puede. A
pasar la mañana. Y después a percibir automáticamente la
asignación que se considere. Tan doloroso es lo primero, como
lacerante lo segundo. En cualquiera de los dos casos, me sentiría
miserable porque ni quiero pertenecer a una casta endogámica, ni
tampoco pervertir la función democrática y la representación.
Que
no le quepa duda a nadie, que podía, perfectamente, desde mi nuevo
destino y gracias a Internet gestionar todo lo que haga referencia a
mi partido y el Ayuntamiento. Los compañeros de Izquierda Unida y
algunos funcionarios me facilitarían mi labor. Pero ese no es mi
estilo. Ni tampoco mi objetivo.
Eso
se lo dejo a los tránsfugas, los cuneros, a los sindicalistas de
derechas y los bocineros de púlpito. A quienes adoran las medallas y
las fotografías. Quienes detestan el pueblo llano y ansían volver a
la época de los estamentos.
Desde
el primer momento he tenido claro que me verían por las calles. Y
así, hasta ahora lo he hecho, con mayor o menor éxito y con más y
con menos ganas y apetencias. Porque el hartazgo apareció, y lejos
de marcharse, aumentó.
Pero
ahora, como digo, necesito escapar de esta realidad, de un entorno
opresivo y de funciones que lejos de darme felicidad, me la roban a
dentelladas.
Y
es que, como digo, estoy harto:
- Harto, de luchar por una quimera. Por una utopía que los años de la política de tierra quemada del PP van a legar a este municipio. Un pueblo que tiene su futuro comprometido y oscurecido por la administración interesada del PP y de quienes han necesitado para su lesiva para el interés general, gestión.
- Harto de trabajar por la gente, pero sin la gente. Cansado de proponer encuentros, charlas y debates entre concejales y ciudadanos y/o asociaciones. De plantear situaciones que empoderen y promuevan la participación ciudadana. Y encontrarse continuamente frente a sillas vacías.
- Harto de una asamblea, cuya militancia ni está, ni se le espera. De nada sirve todo el trabajo, si los tuyos propios no te apoyan aunque sea de forma simbólica. He dedicado muchas horas a facilitar toda la información a la gente que pertenece a nuestra agrupación y nos hemos encontrado las más de las veces solos. Cuando más tenia y podía la militancia que aportar y descargarnos de tareas. Ahora que podíamos trabajar también en enseñar y acompañar a los militantes, es cuando menos respuesta propia obtenemos. Es descorazonador. Esto quita el sentido y las ganas a cualquier empeño en la lucha.
- Harto de esta democracia por delegación, de quienes te interpelan sólo para que les resuelvan su problema individual. Y que después “si te he visto no me acuerdo”. Un ombliguismo. Un individualismo contra el que no estamos sabiendo luchar.
- Harto de tener que luchar para mantener la lealtad. A personas. A grupos de ellas. A asambleas. A un partido. Interpretando las segundas intenciones de cada contendiente. Y yo en medio de todos los charcos.
- Harto de un compromiso artificial, que no me satisface. Que me enfada y me enfanga. Que se ha empeñado en frenar mi vida y lastrar mis necesidades.
Para
rematar, mi partido, Izquierda Unida, se difumina y diluye. Siendo
los militantes de base, aunque representemos pequeños cargos
políticos, mercancía en la mesa de negociación de las élites que
buscan el empotramiento en Podemos, sin importar siquiera el legado
de todos estos años; dejando de lado una ideología que
dolorosamente se muestra y demuestra como necesaria, certera y única
herramienta de cambio revolucionario para recuperar dignidad,
bienestar y libertad para la totalidad de la población.
Por
todas estas razones decidí en su momento dimitir, y en las dos
últimas semanas se ha precipitado la decisión, lo primero de todo,
porque necesito, otra vez en mi vida, retomar las riendas de la misma
y dirigirla a un destino en el que me sienta feliz, identificado,
útil y valorado.
Pero
aquí, desde luego, no terminará mi participación política, mi
activación social. Son inherentes a mi persona, y donde vaya estaré
en vanguardia luchando por un mundo mejor. Un país con futuro. Una
sociedad con dignidad.
Perteneceré
y seguiré promoviendo movimientos. Desde el sindicalismo, el
ecologismo, el asociacionismo y la defensa de los servicios públicos
y derechos humanos y especialmente en nuestro rol de consumidores.
Mi
ideología está clara. Y pertenece a un tablero en el que con los
movimientos tectónicos continuarán agrandándose tratando de dar
respuesta y sostén a las legítimas necesidades e ilusiones de los
desfavorecidos. De la clase trabajadora, verdadero motor histórico
de cambio y progreso.
Siempre
Republicano, Ateo, Anti capitalista, Anti belicista, Anti fascista, y
pro humano.