martes, 16 de octubre de 2007

Héroes del Silencio: Inolvidable


Siempre todo tiene una génesis; un comienzo; una raíz desde la que crece el árbol y surge una pasión, un amor, un odio o cualquier elemento que nos atrapa, para bien o para mal, y modifica nuestra personalidad y nuestras expectativas de manera irremediable, pero conocida, porque el destino sigue siendo el guión de nuestras vidas.

Para mi la música es una gran pasión, y más allá, aunque me atraen muchos estilos como el jazz o la clásica, es el rock, el heavy en todas sus acepciones lo que me vuelve loco, y ha participado activamente en construirme como soy. Y hubo un momento en el que surgió esa chispa, adecuada a mi espiritú, y vino a deshacer el mundo que el tiempo me tenía preparado, dejando atrás la decadencia, esa isla de las iguanas tétrica, llevándome a nadar mar adentro, dentro de un estanque buscando esa sirena varada. Esta herida, esta flor venenosa que pico en mi, maldito duende, me hizo abrazar por siempre el camino del exceso y buscar el Opio y la Flor de Loto para definitivamente apostar por el rock n´roll. Con nombre de guerra impuesto y soñado, creció en mi esta Avalancha que me impulsa para buscar a ese Héroe de Leyenda.

Hace 11 años, con tan sólo 13, tuve la oportunidad de ver a Héroes del Silencio en directo en la Plaza Mayor de Salamanca. Era su última gira, pero allá nos emplazaban a la gira del nuevo milenio. Y ya ha llegado. El 12 de octubre de 2007 quedará marcado en mi memoria, como un día en el que cumplí un sueño, una ilusión, que se encontraba abnegada en mi interior, desde ese mismo día en el que decidí: esto es para mí. Recuerdo que no sonó aquel concierto como los Héroes merecen. No es la plaza mayor un buen lugar para conciertos densos en sonido y sentimientos, pero si que es un escenario incomparable. De aquella noche me gusto todo: el ambiente, las guitarras, la voz de Bunbury, las chicas, las ropas... Abrace el rock y el heavy con tal pasión que he esperado mucho tiempo para volver a revivirlo. La noche del pasado viernes fue emocionante, en el que no sólo hubo fuegos artificiales al terminar el concierto, sino que desde que puse camino hacia Zaragoza el día antes en mi interior, cabeza y corazón, las luces y el estruendo volcaban mis sueños. La Romadera por fuera un espectáculo, pero por dentro guardaba lo mejor: 40.000 almas esperando ver y escuchar al mejor grupo de rock en castellano, héroes capaces de sobrevivir y triunfar en un mundo centro-europeo y en el que el inglés es la lengua madre.

El agobio de la gente es una leve molestia, el precio del litro de cerveza un pequeño escozor, y las sonrisas de las dos dámiselas que se ponen al lado un placer más a lo que viene. No hay más problemas porque todo es maravilloso; el ambiente, espectacular en cantidad y calidad, y las luces que se apagan.

El escenario es grandioso. Los juegos de luces son fantasiosos y bellos. Las pantallas gigantes en movimiento, permiten al público más alejado apreciar con detalle lo histriónico y estimulante de la actuación de Bunbury, la belleza en la guitarra de Juan Valdivia, el fraternal apoyo de Gonzalo, el sublime y orgulloso bajo de Joaquín Cardiel, y la excelente técnica en la bateria de Pedro Andreu. Una pasada. Muchas gracias por mostrarnos y dejarnos apreciar vuestro irrepetible talento.

El Estanque. Suaves melodías encauzan todos los corazones hacía el sueño de una noche de fiesta y pasión, para que seguidamente con los acordes de Deshacer el mundo, todas las almas presentes sientan la fuerza y el espiritú del rock. Las gargantas se aunan y una única voz canta himnos como La Herida, Con nombre de guerra, Mar Adentro, La Carta, Héroe de Leyenda, La Sirena Varada o Maldito Duende pero sin llegar a solapar ni un ápice la voz Bunbury que lo da todo en esta una vez más, su noche; y así hasta llegar a Avalancha, en la que Bunbury trata, con picardia y éxito buscar nuestra complaciencia para seguir desnagrando todas las impresionantes canciones que Héroes nos han dejado. Los bises son apotéosicos, y alcanzan su plenitud con la Chispa adecuada, en el que todo el estadio, se funde en negro, salpicado por las tenues luces de mecheros y móviles (siglo XXI). El espectáculo visual es alunisono con el espectáculo sonoro, esos acordes hindúes, nos transportan a una atmósfera en el que un sueño es el pasaporte a la felicidad. Las palabras fueron avispas y las calles como dunas; no hay más sonido que el de todos sintiendo una canción, que no es una canción; es una puerta al deseo, y todo ello ayuda a cumplimentar un sueño y a hacernos felices a todos los presentes. 11 años después, 11 años esperando, son pocos ante tal espectáculo. El dinero es un mal que nunca podrá comprar las sensaciones vividas; ojalá pudiera seguirles por Sevilla y Valencia, lo daría todo. Y ojalá se "estiren" y nos regalen más conciertos, más recitales, más avalanchas y más rock-blues del bueno.


Y el resto del finde, muy bueno también. Buenísimas fiestas tiene Zaragoza, que invitan a ir a vivirlas en toda su magnitud toda la semanita que durán, con múltiples conciertos, zonas de ocio y un ambiente festivo y cultural magnífico. Costumbres como las ofrendas a la virgen (¡¡cómo me gustan las ofrendas y las virgenes!!), o la visita al Pilar son tesoros que guarda la capital del Ebro. Gran ciudad, a la que volvere.

Y muchas gracias a David y su familia mañica, por darnos alojamiento y regalarnos sus "moñas".

También un recuerdo, para Alba, esa princesa Tudelana, no sé si descendiente de Trastamara, pero bella, simpática e interesante a partes iguales.

La vida siempre tendria que ser así. La diversión ser la fuerza de nuestras vidas, y el tiempo hacerse minúsculo ante la magnitud de lo vivido.

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