Stéphane Hessel. Este francés de 93 años ha escrito un pequeño alegato de 32 páginas en el que solicita a la juventud francesa que se movilice ante la grave crisis económica y ante un actual modelo económico agotado y que está mostrando sus incoherencias.
El panfleto Indignez-Vous narra en la primera parte la historia de este hombre que luchó contra el régimen nazi y que fue uno de los redactores de la carta de los derechos humanos. Con la autoritas que da predicar con el ejemplo, su librito está siendo un éxito editorial en Francia. Pronto se traducirá al español.
Es curioso observar como en España la juventud en general y la universitaria en particular se muestra muy poco indignada (al menos no lo manifiesta) con el actual estado de cosas.
¡Indignaos!, 19 páginas, publicado en Francia por una pequeña editorial, parece alumbrar el renacer del panfleto, ese veterano género que trata de satisfacer la necesidad de comunicar ideas a contracorriente en tiempos difíciles; un género que, en todos los países y en todos los momentos históricos, siempre ha sido perseguido por las autoridades.
Está en la naturaleza del ser humano el querer expresar la crítica y la denuncia aunque el poder no se lo permita. Con los antecedentes de las filípicas griegas y los libelos romanos, el panfleto atraviesa el medioevo como sinónimo de escrito de carácter satírico y/o difamatorio. Para algunos autores, el vocablo toma el nombre de una obra teatral del siglo XII que llegó a constituir un género, Pamphilius seu de amore. Más tarde, en el último tercio del siglo XVIII, los panfletos pasaron a transformarse en escritos políticos e ideológicos con las revoluciones democráticas norteamericana y francesa. Surgieron como reprobación al orden establecido y con el objetivo de difundirse rápidamente al margen de los canales tradicionales que les estaban vedados. Su época dorada, sin embargo, es el siglo XIX. Los movimientos obreros utilizaron el panfleto para la difusión ideológica y para incitar a la acción libertadora; la obra cumbre del género es el Manifiesto Comunista (1848).
En cuanto a España, varias instituciones ilustradas canarias conservan panfletos del siglo XIX, de pulcra caligrafía, convocando a la insurrección contra la invasión francesa. Y bajo el franquismo, las octavillas a multicopista fueron arriesgados ejercicios de oposición y llamamientos a rebelarse contra una dictadura asfixiante.
La similitud de circunstancias está en la clave de la vuelta hoy del panfleto político y social. Si en el siglo XIX se produjo una gran convulsión con la industrialización y el nacimiento de la clase obrera, asistimos ahora a una transformación profunda que está acabando con los derechos laborales y sociales logrados desde entonces. La única diferencia es que el asalariado del siglo XXI se considera a sí mismo, al menos en España, “clase media” y no se mueve. Casi nadie lo hace.
Y sin embargo, el nuevo panfleto se abre paso con inusitado vigor, publicitado, como siempre, de boca a oído, horadando el “pensamiento único” oficial, combatiendo la resignación y la cobardía. Si ¡Indignaos!, de Hessel, es ya el libro de no ficción más vendido en España, Reacciona, publicado por Aguilar, que ahonda en nuestros motivos particulares, ha escalado en solo tres semanas al quinto puesto. En este caso es Hessel quien prologa un libro que inicia el relato coral con José Luis Sampedro levantando una alfombra donde se ocultan las miserias al gran público: “Se confunde a la gente ofreciéndole libertad de expresión al tiempo que se le escamotea la libertad de pensamiento”. Como él, Federico Mayor Zaragoza, ex director general de la Unesco, habla de los cambios radicales a acometer: “¡Ha llegado el momento de ‘rescatar’ a los ciudadanos!”. Pero la economía no es el único sector del que se habla en este librito, por la sencilla razón de que no es el único afectado por esta profunda crisis.Toda una generación estafada de jóvenes -como dice el periodista Ignacio Escolar-, la sociedad desinformada o la debacle de la ciencia, la educación y la cultura, que son la base del auténtico progreso, sufren hoy las consecuencias de un sistema injusto.
Y hay más: el Manifiesto de economistas aterrorizados, de autores franceses, también comienza a propagarse en España.
El descontento de una parte de la ciudadanía -la que con criterio propio se siente seriamente agraviada- se está canalizando también en iniciativas como juventud sin futuro/sinmiedo o democraciarealya, entre otras, con creciente seguimiento en Internet. La actuación de los políticos sufre un claro desprestigio (representa el tercer problema para los españoles tras los económicos), lo que menoscaba peligrosamente el valor de una actividad destinada a dignificar el papel del ciudadano y a regular la acción del Estado en beneficio de la sociedad.
Las asambleas y mítines de los siglos XIX y XX parecen haberse trasladado a las redes sociales e Internet con su enorme poder amplificador. En un océano de masificación informativa, en el que los grandes medios difunden de manera casi uniforme la cultura dominante, se necesitan brújulas, periscopios y radares para orientarse. Y así, impresa o digital, una literatura panfletaria -cuya calidad desmiente el carácter peyorativo que solía acompañar al género- se abre paso con el mismo espíritu crítico de antaño. Son textos breves y directos que hablan con vehemencia cargada de razones. Dos nonagenarios -con décadas de historia vividas y reflexionadas- marcan el camino por el que ya muchos avanzan para indignarse y reaccionar. Ignorarlo sería insensato.
Porque Hessel no es un outsider, ni un buenista, ni un idiota. Stéphane Hessel, a estas alturas ya un abuelito venerable pero todavía activo, ha sido muchas cosas en Francia. Un hijo de intelectuales refinados, un luchador, un prisionero de guerra, un resistente… y un hombre del establishment francés de posguerra, donde ha ejercido numerosas funciones de responsabilidad, tanto como asesor como en primera línea, participando en hitos como la redacción de la Declaración de Derechos de Naciones Unidas. Lo que Hessel cuenta en apenas 20 páginas en Francia tiene mucha más importancia de la que podemos otorgarle desde España porque resuenan en sus líneas hálitos de un proyecto político y cívico en el que todo el Estado francés, desde la élites a los trabajadores, se embarcaron a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Como nada de eso hemos tenido en España, nos cuesta entender hasta qué punto es significativo que un señor mayor escriba esas cosas que, desde aquí, se ven como obviamente deseables pero imposibles de conseguir en contexto actual. Y nos conformamos.
-El interés general debía primar sobre el interés particular y el reparto justo de las riquezas creadas por el mundo del trabajo, sobre el poder del dinero. La Resistencia propuso “una organización racional de la economía que garantice la subordinación de los intereses particulares al interés general, libre de la dictadura profesional instaurada a imagen de los estados fascistas”, y el gobierno provisional de la República recogió el testigo.
-Son los cimientos de las conquistas sociales de la Resistencia lo que hoy se pone en tela de juicio.
-Pero mi optimismo natural, que quiere que todo aquello que es deseable sea posible, me llevaba hacia Hegel. El hegelianismo interpreta que la larga historia de la humanidad tiene un sentido: es la libertad del hombre que progresa etapa por etapa. La historia está hecha de conflictos sucesivos, la aceptación de desafíos. La historia de las sociedades progresa y, al final, cuando el hombre ha conseguido su libertad completa, obtenemos el Estado democrático en su forma ideal.
La inmensa distancia que existe entre los muy pobres y los muy ricos, que no para de aumentar. Es una innovación de los siglos XX y XXI. Los que son muy pobres apenas ganan actualmente dos dólares por día. No podemos permitir que esta distancia siga creciendo. Esta constatación debe suscitar de por sí un compromiso.
No me resisto a citar el artículo 15 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Toda persona tiene derecho a una nacionalidad”, y el artículo 22: “Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la Seguridad Social, y a obtener, mediante el esfuerzo nacional y la cooperación internacional, habida cuenta de la organización y los recursos de cada Estado, la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables para su dignidad y para el libre desarrollo de su personalidad”. Y aunque esta declaración tiene un alcance declarativo, y no jurídico, ha desempeñado un papel muy importante desde 1948; hemos visto cómo hacían uso de ella los pueblos colonizados en sus luchas por la independencia; sembró los espíritus en su combate por la libertad.
Lo sé, Hamás, que ganó las últimas elecciones legislativas, no ha podido evitar que se lancen cohetes a los pueblos israelíes en respuesta a la situación de aislamiento y bloqueo en la que se encuentran los gazatíes. Evidentemente pienso que el terrorismo es inaceptable, pero hay que admitir que, cuando un pueblo está ocupado con medios militares infinitamente superiores, la reacción popular no puede ser únicamente no violenta.
- No deberíamos exasperarnos, deberíamos esperanzarnos. La exasperación es una negación de la esperanza.
-Sartre escribe en 1947: “Reconozco que la violencia, cualquiera que sea la forma bajo la que se manifiesta, es un fracaso. Pero es un fracaso inevitable puesto que estamos en un mundo de violencia. Y si es cierto que el recurso a la violencia contra la violencia corre el riesgo de perpetuarla, también es verdad que es el único medio de detenerla”.
-El mensaje de un Mandela, de un Martin Luther King encuentra toda su pertinencia en un mundo que ha sobrepasado la confrontación de las ideologías y el totalitarismo conquistador. Es un mensaje de esperanza relativo a la capacidad de las sociedades modernas para lograr la superación de los conflictos a través de una mutua comprensión y una atenta paciencia. Para conseguirlo, hay que basarse en los derechos, cuya violación, cualquiera que sea el autor, debe provocar nuestra indignación. No cabe transigir respecto a estos derechos.
-Pero no es menos cierto que se han hecho importante progresos desde 1948: La descolonización, el final del apartheid, la destrucción del imperio soviético, la caída del muro de Berlín. Por el contrario, la primera década del siglo XXI ha sido un periodo de retroceso. Este retroceso lo atribuyo en parte a la presidencia de George Bush al 11 de septiembre y a las desastrosas acciones que como consecuencia ha emprendido Estados Unidos, como esa intervención militar en Irak. Nos hemos encontrado con esta crisis económica, pero no hemos aprovechado la ocasión para iniciar ninguna nueva política de desarrollo. De la misma manera, la cumbre de Copenhague contra el cambio climático no ha conducido al compromiso de una verdadera política para la preservación del planeta. Nos encontramos en un umbral, entre los horrores de la primera década y las posibilidades de las siguientes. Pero hay que tener confianza, no hay que perder la confianza nunca. El decenio anterior, el de 1990, fue el origen de grandes progresos. Las Naciones Unidas supieron convocar conferencias como la de Río sobre el medio-ambiente, en 1992; la de Pekín sobre las mujeres, en 1995; en septiembre de 2000, a partir de la iniciativa del secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, los 191 países miembros adoptaron la declaración sobre los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio, a través de la cual se comprometía a reducir la pobreza en el mundo a la mitad desde 2000 hasta 2015. Mi principal disgusto es que ni Obama ni la Unión Europea hayan propuesto una aportación para una fase constructiva apoyada en los valores fundamentales.
-No, esta amenaza no ha desaparecido del todo. De la misma manera, apelemos todavía a “una verdadera insurrección pacífica contra los medios de comunicación de masas que no proponen otro horizonte para nuestra juventud que el del consumo de masas, el desprecio hacía los más débiles y hacia la cultura, la amnesia generalizada y la competición a ultranza de todos contra todos”.
A aquellos que harán el siglo XXI, les decimos, con todo nuestro afecto: “CREAR ES RESISTIR, RESISTIR ES CREAR”.
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