jueves, 4 de junio de 2009

Mensaje al Islam


La ilusión y el optimismo que la elección de Barack Obama provocó sigue vigente. Su fantástica oratoria, su gestión en temas medioambientales, económicos, en la solución de una crisis fruto del capitalismo exarcebado y ahora la declaración internacional más necesaria. Un discurso para la historia, un discurso para cambiar el mundo y las relaciones entre las religiones y los distintos países que las profesan. Una mano tendida a la cordialidad y colaboración entre la "primera" democracia del mundo y el mundo islámico. El mundo cambia con las ideas, no con los hechos. Los grandes avances en la historia de la humanidad, surgieron de las ideas que fueron las que impulsaron los hechos, revolucionarios, pacíficos o consecuentes. El discurso pronunicado en el día de hoy por el presidente estadounidense es la plasmación de un nuevo orden mundial. De una nueva situación que esperemos cierre por fin el neo-conservadurismo y sepa poner coto a la extrema derecha. Se ha dibujado un mapa de infinitas posibilidades, que pasan por encontrar la paz entre israelíes y palestinos, algo mucho más cerca, porque por primera vez un presidente americano (USA principal valedor internacional de Israel había vetado en la ONU 57 resoluciones en contra de los intereses hebreos) admite la necesidad y veracidad de la existencia de dos estados, uno Israel, el otro Palestina.

La luz llega a la vida de todos los seres a través de la poderosa voz de Obama, y un sinfin de posibilidades de mejora en las condiciones de vida de todos los seres humanos se hace plausible. El trabajo ha empezado, la esperanza sigue alimentada. No es un camino fácil, y a la declaración y sus posteriores adhesiones le tienen que seguir los hechos, las políticas efectivas que hagan de el planeta un hábitat saludable para todos, un mundo de igualdad de derechos, deberes y riquezas, un mundo más social, más justo. Sólo esperemos que no sea papel mojado; tampoco que esta voz se apague bajo las armas, las locuras o los sobornos...

Barack Obama se había dirigido antes de El Cairo al mundo musulmán. Habló en Estambul el pasado abril, en el marco de la Alianza de Civilizaciones, y su primera entrevista como presidente fue para la televisión Al Yasira. Pero su vigoroso y milimetrado discurso de ayer a más de mil millones de creyentes aúna la solemnidad del escenario, en el corazón del mundo árabe, con el propio carisma presidencial y el énfasis de un mensaje que se resume en que Estados Unidos puede y quiere ser su amigo. Desde la universidad cairota, Obama ha predicado un nuevo comienzo en las relaciones entre esos dos mundos presidido por el respeto mutuo y orientado por los intereses comunes. El ciclo de la desconfianza y la discordia debe acabar, ha dicho. Un desafío.

La gira de Obama por Oriente Próximo, abierta con una significativa visita a Arabia Saudí concretada a última hora, es tan potencialmente rompedora como arriesgada en sus resultados. De lo primero ilustra bien la contraprogramación de Osama Bin Laden. De lo segundo, el optimismo escéptico que reflejan las primeras reacciones al discurso. Porque al margen de la persuasión oratoria del presidente de EE UU, los destinatarios de su mensaje, árabes y musulmanes en general, esperan que su convicción argumental se transforme en opciones políticas concretas y reconocibles respecto de algunos de los conflictos más intratables de nuestro tiempo. Obama no ha esquivado ninguna referencia directa a los temas de enfrentamiento más candentes, se trate de Irak, las ambiciones nucleares iraníes -que Teherán ha descalificado- o la guerra de Afganistán. Su punto de vista salpicado de citas coránicas (el padre de Obama era musulmán) está en las antípodas del patrioterismo unidimensional de su predecesor en la Casa Blanca. Se echan de menos menciones directas a la falta de democracia del mundo árabe o su falta de respeto por los derechos humanos, pero es ingenuamente alentador escuchar que EE UU pretende que sus Gobiernos se pronuncien en público sobre las realidades de la zona en sintonía con lo que afirman en privado. Supondría una revolución de inimaginables consecuencias.

La apuesta más prometedora de Obama, y más comprometida para su credibilidad, apunta a Israel y los palestinos. Que un carismático presidente de Estados Unidos al comienzo de su mandato considere en ese escenario intolerable y humillante la situación palestina e indispensable para la paz un Estado propio representa una crudeza diplomática histórica. Es cierto que a la vez ha refrendado el férreo vínculo entre su país e Israel, pero por primera vez esa relación privilegiada aparenta estar acotada por la aceptación por el Gobierno judío de una serie de condiciones, entre ellas el fin de los asentamientos. Netanyahu se ha congratulado forzadamente por la seguridad que Washington le renueva, pero guarda un ominoso silencio sobre un eventual Estado palestino o el cese de la colonización israelí.

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